Capítulo tercero: EL COMITE REGIONAL EN EL BOSQUE parte 1 de 10
Hacia mediados de diciembre, el delegado político de una de las secciones hizo la siguiente pregunta al camarada Yariómenko, nuestro comisario:
— ¿Qué es el guerrillero?
Yariómenko le miró perplejo.
— Tarde me lo preguntas —contestó—. Pero, dicho brevemente, es el vengador del pueblo.
— Eso lo comprendo... Pero mire, camarada comisario... Ha ocurrido lo siguiente. Celebré con los muchachos una charla sobre las tareas que ahora tenemos planteadas y a lo clue debemos aspirar... Usted dice que el guerrillero es el vengador del pueblo y, en ese sentido, lo había explicado yo. Pero hay dudas. Algunos combatientes consideran que la situación de los guerrilleros es especial. Uno llegó a decir que el guerrillero no tiene futuro y que su situación, si la comparamos con la del soldado del Ejército Rojo, es peor que peor. El guerrillero, además de que no tiene a dónde retroceder, tampoco puede pasar a la ofensiva.
— Eso no es cierto, hacemos operaciones ofensivas. La de Pogoreltsi...
— Lo dije. Pero hacen objeciones. Eso no fue una ofensiva, me dicen, sino un golpe de mano. Asaltamos y volvemos a escondernos en el bosque. ¿Y luego qué?, me preguntan. El bosque está cercado. Y vuelven a comparar. El Ejército Rojo ha emprendido ahora una ofensiva en los accesos de Moscú y la va desarrollando de día en día. ¡Allí sí que está bien el combatiente!
— ¿Entonces resulta que lo que hace el Ejército Rojo no tiene nada que ver con los guerrilleros? Había que haberles explicado, camarada delegado político, que aunque por ahora no tenemos comunicación con el frente, de todas formas estamos con el ejército. La ofensiva del Ejército Rojo es nuestra ofensiva.
— Eso lo comprende la gente, camarada comisario. Pero, por ejemplo, tenemos un guerrillero que se llama Nikífor Kalistrátov, ajustador de una Estación de Máquinas y Tractores. Siempre le gusta ahondar en las cuestiones. Kalistrátov dice que antes de la guerra todos tenían su plan y trataban de cumplirlo, y que también ahora le gustaría no limitarse a confiar en el Ejército Rojo, sino tener, según dice, "su propia ilusión, el plan del desarrollo guerrillero llevado a la base".
El camarada Yariómenko me informó a mí y a los restantes miembros del Comité Regional de aquella conversación. Había allí motivos para meditar. En efecto, el hombre soviético no puede vivir sin un plan, sin una perspectiva clara. El plan se ha convertido en una necesidad, en una costumbre, en su segunda naturaleza. Eso es uno de los rasgos que distinguen fundamentalmente al hombre soviético de los hombres de la sociedad capitalista. Esta necesidad se manifiesta, en mayor o menor grado, en dependencia del desarrollo de cada uno. El ajustador Nikífor Kalistrátov tenía plena razón al fusionar en un todo único la ilusión y el plan. El hombre soviético estaba ya acostumbrado a que su suefio fuera real y a que se manifestase en cifras y plazos. En cualquier caso quería saber con exactitud hacia dónde se lo llevaba.
Había que mostrar a los combatientes los caminos de nuestra ofensiva guerrillera.
En el ejército todo combatiente sabe que cuando se avanza y se hace huir al enemigo se trata de una ofensiva. Cuando entregamos nuestras posiciones y el enemigo ocupa poblados y ciudades, se trata de una retirada.
En el ejército todo combatiente sabe que si la unidad está entera y bien dotada técnicamente eso quiere decir que es fuerte. Cuanto más importante sea la unidad mayores serán las pérdidas que pueda infligir al enemigo.
Si la unidad es motorizada y nadie va a pie, la cosa está bien. Y hasta es preferible viajar en trineos que medir los kilómetros andando.
En la vida guerrillera se debían de revisar incluso verdades, al parecer, tan sencillas.
En realidad, ¿qué se podía considerar como una ofensiva: el movimiento del destacamento hacia occidente, hacia la retaguardia del enemigo, o hacia oriente, hacia el frente? ¿Se debía tomar por una ofensiva la toma de una población? Porque los alemanes podían expulsarnos de ahí y además castigar duramente a la población.
La magnitud del destacamento no siempre determinaba su fuerza. Un pequeño grupo de hombres valientes, que sabe ocultarse con habilidad, puede, a veces, infligir al enemigo golpes muy sensibles, sobre todo cuando se recurre a las diversiones.
Y de aquí surgía la siguiente pregunta: ¿debíamos proveemos de caballos y de convoyes? Claro está que era mucho más agradable ir a caballo que a pie. Pero tal vez no tuviésemos necesidad de desplazarnos a ningún sitio. ¿No valdría más actuar en pequeños grupos unidos y en nuestro propio distrito? Conocíamos el distrito a la perfección. Sabíamos de memoria todas las veredas del bosque...
En la actualidad, no sólo los ex guerrilleros, sino todos los que hayan leído libros del movimiento guerrillero durante la Gran Guerra Patria, saben perfectamente que los destacamentos eran locales o móviles, Los primeros operaban dentro de los límites de su distrito; los segundos se movían de continuo, efectuando marchas de centenares y, a veces, de miles de kilómetros.
En 1941, ni siquiera el mando guerrillero conocía aún ese tipo de destacamento. Si alguien nos hubiera preguntado a mí, a Popudrenko o a Yariómenko: ¿aspiran ustedes a convertir su destacamento en una unidad de combate móvil?, no hubiéramos sabido contestar.
Nadie nos dio órdenes para pasar a ser un destacamento de ese tipo.
La táctica del movimiento constante fue suscitada por la propia vida.
Se suele decir que algunos guerrilleros se pasaban largas temporadas metidos en el bosque. En efecto, hubo casos en que pequeños destacamentos se limitaban a la defensiva y, durante meses enteros, no aparecían por los poblados ni en los caminos. Pero no conozco ningún destacamento de guerrilleros soviéticos que permaneciese tranquilamente en el bosque durante los años de la ocupación, sin hacer nada, limitándose a esconderse.
Si de algún destacamento guerrillero se dice que se ha pasado toda la guerra en el bosque sin hacer nada, en ese caso la afirmación muestra o bien un deseo de mancillar el honor de los guerrilleros o no se trataba de un destacamento, sino de un hatajo de criminales.
No resulta tan agradable vivir en el bosque. Si nos preguntan: ¿y cómo se las arreglan los cazadores, los guardabosques y otros especialistas forestales? Estos se pasan años en las profundidades del bosque. Aquí está justamente la diferencia: ellos no viven en el bosque sino que trabajan en él. Y además, la comparación es desafortunada. En un caso se trata de tiempos de paz y en otros de guerra.
En condiciones de paz, cuando se tiene posibilidades de instalarse como es debido, cubrirse bien del mal tiempo, organizar su modo de vida, hasta en tal caso no para todos está hecha la vida del bosque. Prueben instalar en él a un campesino agricultor, a un obrero de una fábrica o a un ingeniero. No, no le hará gracia quedarse por mucho tiempo ahí. ¿Y qué pasa en invierno, en un refugio con las paredes cubiertas de escarcha, con estrecheces, suciedad y viendo cada día las mismas caras? Y además sabiendo que estás rodeado por el enemigo. Si no hoy, mañana, se puede presentar y eliminarte sin piedad a ti y a tus compañeros. ¿Se puede llamar vida a esto? Más bien es un constante y repugnante vegetar. Además, los hombres soviéticos en su inmensa mayoría y de manera orgánica no pueden soportar largo tiempo sin hacer nada.
Claro que no todos los destacamentos eran activos por igual. No todos luchaban igual, de bien. Los fracasos se debían a diferentes razones: una mala dirección, la falta de conocimientos tácticos, la miopía política. También jugaban su papel los factores geográficos. La lucha en el bosque y la montaña da indudables ventajas al guerrillero. Pero sabemos casos de distritos donde en condiciones geográficas ideales para el despliegue de acciones guerrilleras, el enemigo aplastaba con facilidad y rapidez todos los focos de resistencia.
La condición primordial del éxito era la organización política de las masas populares. Y en nuestras condiciones, lo principal y decisivo era el grado de organización de los comunistas. Los invasores recibieron los mayores golpes en aquellos distritos donde los comunistas supieron conservar la dirección y no perdieron contacto con el pueblo al que exhortaban y movilizaban para la lucha. En esos distritos, los destacamentos guerrilleros se convertían en una fuerza militar y política seria.
Y, naturalmente, en los destacamentos donde los comunistas estaban organizados y cohesionados, jamás se perdía el tiempo, es decir, no permanecían inactivos durante mucho tiempo. Me refiero de nuevo a este tema porque algunos historiadores del movimiento guerrillero en Ucrania tan sólo señalan que hubo poderosos golpes de los guerrilleros en la segunda mitad de la guerra. Estos se inclinan a considerar todo el período inicial, de organización, como una etapa de falta de movimiento, y de acciones tímidas. Y explican la aparición de grandes destacamentos y en general de un amplio movimiento popular de resistencia frente a las tropas ocupantes desarrollado a finales de 1942, como debido al terror nazi y a la sed de venganza. Por lo mismo estos lamentables teóricos borran de un plumazo el trabajo de agitación y de masas de Partido dirigido a incorporar a la lucha guerrillera a los hombres soviéticos que se quedaron tras el avance del enemigo.
El aumento de la resistencia popular contra los alemanes era directamente proporcional al fortalecimiento de la influencia comunista entre las masas, a la ampliación del trabajo clandestino de agitación y a la intensificación de los golpes asestados al enemigo por los guerrilleros. Y esos golpes no eran otra cosa que el fruto de la labor militar del Partido en la retaguardia del enemigo.
No nos acostumbramos pronto, ni mucho menos, a las condiciones de la clandestinidad, no encontramos pronto nuevas formas de organización. En el primer período de la guerra, cuando muchos creían que ésta iba a durar poco, había entre nosotros gente propensa a esconderse, a esperar y dejar pasar el tiempo. Ese estado de ánimo comenzó a desaparecer inmediatamente después de los primeros combates ofensivos, cuando se consolidó la seguridad en las propias fuerzas.
La operación de Pogoreltsi fue para nosotros ese momento de viraje.
A mediados de diciembre, en el destacamento unificado contábamos con más de quinientos combatientes. El número de personas que deseaban adherirse a nosotros era cada vez mayor. Nuestros agitadores exhortaban en todas partes a resistir frente al enemigo. La primera octavilla que el Comité Regional tiró en su imprenta, en varios miles de ejemplares, se titulaba: "Quiénes son los guerrilleros y contra quiénes luchan". En ella decíamos a la gente: "Batid a los fascistas, ingresad en los destacamentos guerrilleros". Y la gente acudía a nosotros.
Sin embargo, llegó un momento en que ya no podíamos admitir a más gente sin correr el riesgo de privar al destacamento de su capacidad combativa y de maniobra.
La mayoría de los recién llegados traía armas consigo: granadas, pistolas, todo lo que era fácil ocultar bajo la ropa. Pero no podíamos armar a todos. Nos faltaban armas automáticas e incluso fusiles. Había gran escasez de municiones. Se nos estaban acabando las reservas de explosivos. Los hombres que venían al destacamento en su mayor parte no estaban fogueados ni instruidos. Había que trabajar bastante con ellos antes de que pudiesen entrar en combate.
El frío arreciaba, y no todos los nuevos traían ropa de abrigo. Los casos de heladuras se hacían cada vez más frecuentes. Dedicábamos casi tanta energía a la construcción de refugios como a la actividad combativa.
Nuestra emisora de radio estaba enterrada en la base del destacamento de Repki. Los radistas habían perecido y nadie sabía el lugar donde aquélla se encontraba. Pero continuábamos las pesquisas. Nuestros mejores exploradores anduvieron rebuscando por el sector del bosque donde estuviera la base y excavaron una veintena de fosas, sin resultado alguno.
Era absurdo enviar a los hombres al otro lado del frente: estaba demasiado lejos y ni uno solo de los enviados antes había regresado. Pero todos nosotros, desde los jefes hasta el último combatiente, comprendíamos que, en la guerra moderna, sin comunicación por radio, el destacamento guerrillero, en caso de no sucumbir, de todos modos llevaría una pobre existencia.
Necesitábamos directivas del Comité Central del Partido y del Mando Supremo; necesitábamos apoyo moral de la Tierra Grande; necesitábamos la constante seguridad de que nuestra actividad concordaba con la del Ejército Rojo, que luchábamos hombro con hombro en unión de todo el pueblo soviético. De haber existido tal unión y una dirección coordinada, nos hubiera sido mucho más fácil cumplir nuestra misión. Antes que nada necesitábamos municiones, armas modernas, trilita, minas. Los alemanes habían comenzado a reconstruir las vías férreas; los primeros trenes alemanes pasaban ante nosotros en dirección al frente. Sí, iel enlace era preciso, a toda costa!
Debido a la incorporación de reservas insuficientemente instruidas, el número de heridos había aumentado. Y la asistencia médica era nuestro punto-más débil. Hay que confesar que en Chernígov, al organizar el destacamento regional, se nos pasó por alto esta cuestión e incluso nos llevamos muy pocos medicamentos, vendas y gasas. Y solamente en el bosque nos dimos cuenta de que carecíamos de médico. Teníamos un farmacéutico, Zélik Abrámovich losilévich, y algunas enfermeras, pero ningún médico, ni siquiera de los más jovencitos.
En el destacamento de Pereliub había un practicante Anatoli Emeliánov. Le nombramos jefe del servicio médico-sanitario del destacamento unificado. Resulté ser un hombre muy diligente y cumplidor, pero era muy joven. Se entregaba con todas sus fuerzas a cada herido o enfermo. Se pasaba las noches sin dormir, el pobre. Y aunque los heridos apreciaban sus cualidades morales, no era bondad lo que esperaban de él, sino asistencia.
En los primeros tiempos secuestrábamos el médico del hospital distrital de Koriukovka. Si, hacíamos justamente eso. Llegábamos por la noche a casa del médico jefe Bezrodni, lo tapábamos bien y nos lo llevábamos al destacamento. Bezrodni hacía el diagnóstico, recetaba las medicinas o hacía alguna pequeña operación. Después lo llevábamos a casa. Y todo eso delante de las narices de los alemanes. Este médico ya no era un chico joven y además estaba enfermo. Difícilmente hubiera soportado la vida en el bosque. Pero si hubiera sido más fuerte físicamente y estuviera sano, lo hubiéramos convencido de alguna manera para que se quedara con nosotros.
Una vez hicimos el intento de aprovechar los servicios de un médico alemán. Lo cogimos prisionero. Le pedimos que extrajera la metralla que se había metido en el cuerpo de uno de nuestros combatientes. Nos pidió instrumental quirúrgico, y nosotros sólo le pudimos ofrecer navajas, cuchillos y cuchillas de afeitar.
Es imposible esconder un gran destacamento. Este se puede encontrar en un distrito sólo en caso de disponer dé muy buen armamento.
Exigía de los jefes de sección que consiguieran para cada cinco combatientes un caballo y buenos trineos. Necesitábamos mayor movilidad. Desaparecer en cualquier momento ante las narices del enemigo.
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