El trabajo que sigue no es en modo alguno fruto de ningún irresistible impulso interior. Al contrario.
Cuando, hace tres años, el señor Dühring lanzó inesperadamente un reto a su siglo, como adepto y, simultáneamente, como reformador del socialismo, varios amigos alemanes se me dirigieron repetidamente con el deseo de que ilustrara críticamente aquella nueva teoría socialista en el órgano central del partido socialdemocrático, que era entonces el Volkstaat. Estos amigos lo consideraban absolutamente necesario si se quería evitar nueva ocasión de confusión y escisión sectaria en el joven partido que acababa de unificarse definitivamente. Ellos estaban en mejores condiciones que yo para apreciar la situación alemana; por eso me ví yo obligado a prestarles fe. Resultó además que una parte de la prensa socialista dispensó al nuevo converso una calurosa acogida, la cual, aunque sin duda exclusivamente tributada a la buena voluntad del señor Dühring, permitía adivinar al mismo tiempo en esa parte de la prensa del partido la buena voluntad para cargar con la doctrina de Dühring en atención a la buena voluntad del mismo Dühring. Había incluso personas ya dispuestas a difundir la doctrina entre los trabajadores en forma popularizada. Por último, el señor Dühring y su pequeña comunidad de sectarios ejercitaban todas las artes de la publicidad y la intriga para obligar al Volkstaat a tomar resueltamente posición ante aquella nueva doctrina que se presentaba con tan desmesuradas pretensiones.
A pesar de todo ello pasó un año antes de que me decidiera, descuidando otros trabajos, a hincar el diente en esa amarga manzana. Pues era una manzana que había que comerse del todo si se daba el primer bocado. Y la manzana no era sólo amarga, sino también muy voluminosa. La nueva teoría socialista se presentaba como último fruto práctico de un nuevo sistema filosófico. Había, pues, que estudiarla en la conexión de ese sistema y, por tanto, había que estudiar el sistema mismo. Había que seguir al señor Dühring por un extenso territorio en el que trata de todas las cosas posibles y de algunas más. Así surgió una serie de artículos que
aparecieron desde principios de 1877 en el sucesor del Volkstaat, el periódico de Leipzig Vorwärts, y que se presentan aquí reunidos. Fue, pues, la naturaleza del objeto mismo la que impuso a la crítica una prolijidad sumamente desproporcionada con el contenido científico de dicho objeto, es decir, de los escritos de Dühring. Pero hay otras dos circunstancias más que pueden disculpar la prolijidad. Por una parte, el tratamiento prolijo me permitía desarrollar positivamente, a propósito de los muy diversos terrenos que había que considerar, mi concepción respecto de puntos problemáticos, hoy de interés general científico o práctico. Esto se ha hecho en todos los capítulos, y aunque este escrito no puede tener la finalidad de oponer al «sistema» del señor Dühring otro sistema, es de esperar que el lector encuentre suficiente coherencia interna en los puntos de vista que expongo. Ya hoy día tengo pruebas suficientes de que mi trabajo no ha sido completamente estéril en este sentido.
Por otra parte, este señor Dühring tan «creadoramente sistemático» no es una excepción aislada en el presente alemán. Desde hace algún tiempo brotan en Alemania por docenas, de la noche a la mañana como las setas, los sistemas de cosmogonía, de filosofía de la naturaleza en general, de política, de economía, etc. El mínimo doctor philosophiae y hasta el mero studiosus se niegan ya a moverse sin un sistema completo. Del mismo modo que en el Estado moderno se presupone que todo ciudadano posee madurez de juicio acerca de todas las cuestiones sobre las cuales tiene que votar; del mismo modo que en economía se supone que todo consumidor conoce profundamente todas las mercancías que tenga que comprar alguna vez para su manutención, así también tiene que ocurrir en la ciencia. Libertad científica significará entonces escribir sobre todo aquello que no se sabe, y en proclamar que éste es el único método estrictamente científico. El señor Dühring es uno de los tipos más característicos de esta chillona pseudociencia que aparece hoy en día en Alemania en primer término de todos los escenarios y que domina todas las voces con sus tonitruantes y sublimes trompetas. Largas trompetas en la poesía, en la filosofía, en la política, en la economía, en la historiografía, largas trompetas en la cátedra y la tribuna, largas trompetas en todas partes, con la pretensión de superioridad y profundidad de pensamiento, a diferencia de los sencillos, vulgares y comunes instrumentos de otras naciones: largas trompetas, el producto más característico y más masivo de la industria intelectual alemana, barato, pero malo, exactamente
igual que otros productos manufacturados alemanes, entre los cuales las largas trompetas no estuvieron representadas, desgraciadamente, en Filadelfia[1] . Hasta el socialismo alemán, señaladamente desde el buen ejemplo del señor Dühring, sopla alegremente en las largas trompetas y da de sí unos tales y unos cuales muy orgullosos de una ciencia de la que realmente no han aprendido nada[2] . Se trata de una enfermedad infantil, síntoma de la incipiente conversión del académico alemán a la socialdemocracia e inseparable de ella, pero que sin duda quedará superada gracias a la naturaleza notablemente sana de nuestros trabajadores.
No es culpa mía el haber tenido que seguir al señor Dühring por terrenos en los cuales no puedo moverme sino, a lo sumo, con las pretensiones de un aficionado. En la mayoría de estos casos me he limitado a oponer hechos indiscutidos a las afirmaciones falsas o deformadas de mi contrincante. Tal ha sido la situación en la jurisprudencia y en muchos puntos de la ciencia de la naturaleza. En otros se trata de nociones generales de la ciencia natural teorética, es decir, de un terreno en el cual también el especialista de la investigación de la naturaleza tiene que rebasar su especialidad y penetrar en terrenos vecinos, terrenos en los cuales, según la confesión del señor Virchow, él mismo es tan semiignorante como los demás. Espero que se me conceda la misma indulgencia que en esos casos se conceden recíprocamente los especialistas por las imprecisiones y torpezas de expresión.
Concluyendo este prólogo me viene a la mente un anuncio publicitario del señor Dühring sobre una nueva obra decisiva del señor Dühring: las Nuevas leyes fundamentales de la física racional y de la química. Aunque soy muy consciente de la insuficiencia de mis conocimientos físicos y químicos, creo conocer en cambio a mi objeto, el señor Dühring, y por tanto, aunque no he leído el libro, creo poder predecir que las leyes de la física y la química formuladas en ese libro podrán dignamente sumarse, en cuanto a incomprensión o trivialidad, a las leyes de la economía, el esquematismo universal, etc., previamente descubiertas por el señor Dühring y estudiadas en este libro; y también que el rigómetro construido por el señor Dühring, instrumento para la medición de temperaturas muy bajas, va a suministrar la escala no para la medición de temperaturas altas o bajas, sino exclusivmente para la medición de la ignorante arrogancia del señor Dühring.
F. ENGELS
London, 11 de junio de 1878.