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Escrito: El 7 de enero de 1940.
Primera Edición: 1942 por el Socialist Workers Party de los EEUU, en el libro In Defense of Marxism.
Edición Digital: Izquierda Revolucionaria, España.
Fuente: Izquierda Revolucionaria, España.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2001.
Me han informado que, ante mi artículo sobre la oposición pequeñoburguesa, usted ha reaccionado diciendo que no quiere discutir conmigo sobre dialéctica, sino sobre "cuestiones concretas". "Dejé de elucubrar sobre religión hace mucho tiempo", añadió usted irónicamente. Oí una vez a Max Eastman hacer la misma afirmación.
¿Es lógico identificar la lógica con la religión?
A mi modo de ver, esto significa simplemente que usted incluye la dialéctica de Marx, Engels y Lenin en la esfera de la religión. ¿Qué significa esto? La dialéctica, permítame recalcarlo una vez más, es la lógica de la evolución. La lógica indispensable para todas las esferas del conocimiento humano, lo mismo que el almacén de una fábrica proporciona instrumentos para todos los departamentos. Si no considera la lógica en general es un prejuicio religioso (aunque sea feo el decirlo, los contradictorios escritos de la oposición le inclinan a uno cada vez más a esa lamentable idea), ¿qué lógica acepta usted? Conozco sólo dos sistemas lógicos dignos de atención: la lógica de Aristóteles (lógica formal) y la lógica de Hegel (la dialéctica). La lógica aristotélica parte la inmutabilidad de los objetos y los fenómenos. El pensamiento científico de nuestra época estudia los fenómenos en origen, cambio y desintegración. ¿Afirma usted que el progreso de las ciencias, incluyendo el darwinismo, el marxismo, la física y la química modernas, no tiene nada que ver con un cambio en la estructura de nuestro pensamiento, nuestra forma de pensar? En otras palabras, ¿mantiene usted que, en un mundo donde todo cambia, sólo el silogismo permanece, eterno e inmutable? El Evangelio según San Juan comienza con estas palabras: "En el principio, era el Verbo", es decir, en el principio era la Razón del Verbo (razón expresada en palabras, es decir, el silogismo). Para San Juan, el silogismo es uno de los pseudónimos literarios de Dios. Si usted considera que el silogismo es inmutable, no tiene origen ni desarrollo, el silogismo es para usted producto de la revelación divina. Pero si reconoce usted que las formas del pensamiento lógico se desarrollan en nuestro proceso de adaptación a la naturaleza, haga el favor de decirnos quién, siguiendo a Aristóteles, ha analizado y sistematizado el progreso consiguiente de la lógica. Hasta que no clarifique usted este punto me tomaré la libertad de afirmar que identificar la lógica (dialéctica) con la religión indica superficialidad y un profundo desconocimiento de los problemas básicos del pensamiento humano.
¿Está el revolucionario obligado a luchar contra la religión?
Imaginemos, sin embargo, que su insinuación más que presuntuosa es correcta. Esto no le da ninguna ventaja. La religión, espero que esté de acuerdo conmigo, distrae la atención del conocimiento correcto a la ficción, y de la lucha por una vida mejor a falsas esperanzas en el Más Allá. La religión es el opio del pueblo. Quien no lucha contra la religión no merece el nombre de revolucionario. ¿Cómo justifica usted su renuncia a luchar contra la dialéctica, si es una variedad de la religión?
Hace mucho tiempo que dejó usted de preocuparse por el tema de la religión, dice usted. Pero dejó de hacerlo por usted mismo solamente; y, además de usted, hay otros seres en el mundo. Unos pocos más. Nosotros, los revolucionarios; nunca dejamos de preocuparnos del problema de la religión, ya que nuestra tarea consiste en emancipar de la influencia de la religión no sólo a nosotros mismos, sino también a las masas. Si la dialéctica es una religión, ¿cómo no lucha usted contra la difusión de ese opio dentro de su propio partido?
¿O pretende usted insinuar que la religión no tiene importancia política? ¿Es posible ser religioso y a la vez un comunista coherente y un luchador revolucionario? Naturalmente mantenemos la actitud más considerada del mundo los principios religiosos de un trabajador, de la retaguardia no consciente. Si desea luchar por nuestro programa, le admitimos como miembro del partido; pero, al mismo tiempo, el partido tratará persistentemente de educarle en los principios del materialismo y el ateísmo. Si está de acuerdo con esto, ¿cómo se niega usted a luchar contra la "religión" que profesan los miembros de su partido que, a mi entender, más se interesan en cuestiones teóricas? Obviamente ha olvidado usted el aspecto más importante de la cuestión.
Entre la burguesía educada hay mucha gente que ha roto con la religión, pero cuyo ateísmo es sólo para su consumo privado: guardan sus pensamientos para sí mismos, pero en público suelen mantener que es bueno que el pueblo sea religioso. ¿Es posible que usted mantenga este punto de vista hacia su propio partido? ¿Es posible que esto explique su negación a discutir con nosotros los fundamentos filosóficos del marxismo? Si es así, bajo su desdén por la dialéctica se esconde un tono de desprecio hacia el partido.
Por favor, ahórrese decir que he basado mis argumentos en una frase dicha en una conversación privada y que no ha rechazado públicamente el materialismo dialéctico. No es verdad. Su desafortunada frase me ha servido sólo de ejemplo. Por lo menos en una ocasión usted se ha negado a aceptar, por varias razones, la doctrina que constituye la base teórica de nuestro programa. Esto lo sabe todo el mundo en el partido. En el artículo "Intelectuales en retirada", escrito por usted en colaboración con Shachtman y publicado en el teórico del partido, afirma usted categóricamente que rechaza el materialismo dialéctico. ¿No tiene el partido derecho a saber por qué? Usted asume de hecho que en la IV Internacional un editor de un órgano teórico puede confinarse a sí mismo a decir: "Rechazo definitivamente el materialismo dialéctico", como si se tratase de preferir una determinada marca de cigarrillos. Una doctrina filosófica correcta, esto es, un método de pensamiento adecuado, es de importancia tan significativa para un partido revolucionario como un buen almacén es importante para la producción. Es todavía posible defender la vieja sociedad con los métodos materiales e intelectuales heredados del pasado. Pero es absolutamente imposible pensar que podamos destruir esta sociedad levantar una nueva sin analizar críticamente los métodos se utilizaban antes. Si el partido ha establecido erróneamente las bases de su pensamiento, es deber elemental de da militante señalar el camino correcto. De otro modo, conducta podría ser interpretada como la actitud de un caballero académico hacia una organización proletaria que, después de todo, es incapaz de crear una doctrina realmente "científica". ¿Y qué puede ser peor que esto?
Ejemplos instructivos
Cualquiera que esté familiarizado con la historia de las luchas de tendencias dentro de los partidos obreros sabe que las discusiones promovidas por los oportunistas, e incluso por la reacción burguesa, empiezan muchas veces por cuestionar la dialéctica. Los intelectuales pequeñoburgueses consideran que la dialéctica es el punto más vulnerable del marxismo y además se aprovechan de que a los trabajadores les resulta mucho más difícil darse cuenta de las divergencias en el campo filosófico que en el campo político. Este hecho tan conocido puede refutarse por una larga serie de experiencias. En primer lugar, no podemos olvidar que todos los grandes revolucionarios -Marx, Engels, Lenin, Luxemburg, Mehring-, se mantuvieron en el campo del materialismo dialéctico. ¿Podemos asumir que todos ellos eran incapaces de distinguir entre ciencia y religión? ¿No es demasiado presuntuoso por su parte afirmarlo, camarada Burnham? Los ejemplos de Bernstein, Kautsky y Franz Mehring son extremadamente instructivos. Berstein rechazó abiertamente la dialéctica por "escolástica" y "mística". Kautsky se mostró indiferente ante el asunto, de modo similar al camarada Shachtman. Mehring fue un incansable propagandista y defensor del materialismo dialéctico. Siguió durante décadas las innovaciones en filosofía y literatura, denunciando infatigablemente el carácter reaccionario del idealismo, neo-kantismo, utilitarismo, todo tipo de misticismo, etc. El destino r de estos tres individuos es bien conocido; Berstein acabó sus días de pulcro demócrata pequeñoburgués; Kautsky pasó de centrista a vulgar oportunista. Mehring murió como un verdadero comunista revolucionario.
En Rusia, tres eminentes académicos marxistas, Struve, Bulgakow y Berdyaev, empezaron por rechazar las ideas filosóficas del marxismo y acabaron en el bando de la reacción y la iglesia ortodoxa. En EE.UU. Eastman, Sidney Hoock y su pandilla utilizaron la oposición dialéctica como coartada para pasar de servidores del proletariado a servidores de la burguesía. Ejemplos de este tipo se encuentran en todos los países. El ejemplo de Plejanov, que parece una excepción, no hace sino confirmar la regla. Plejanov fue un destaca pagador del materialismo dialéctico, pero durante su amplia vida no tuvo oportunidad de participar en la lucha de clases. Su pensamiento estaba divorciado de la práctica. La revolución de 1905 y la Guerra Mundial le arrojaron al campo de la socialdemocracia pequeñoburguesa, y posteriormente se vio obligado a renunciar a la dialéctica. Durante la Guerra Mundial, Plejanov fue el representante del imperativo categórico kantiano en el campo de las relaciones internacionales: "No hagas a los otros lo que no quisieras que hacieran contigo." Lo único que prueba el ejemplo de Plejanov es que el materialismo dialéctico, por sí mismo, no hace a un hombre revolucionario.
Shachtman, por otro lado, afirma que Liebknecht ha dejado un trabajo póstumo contra la dialéctica, que escribió en prisión. Cuando uno está en la cárcel se le ocurren muchas ideas que no pueden confirmarse mediante la discusión con otros. Liebknecht, a quien nadie, y menos él mismo, considera un teórico, se ha convertido en un símbolo de heroísmo en el movimiento obrero mundial. Si alguno de los oponentes americanos de la dialéctica demuestra igual espíritu de sacrificio e independencia del patriotismo durante la guerra, diremos que es, sin duda, un revolucionario. Pero esto no resuelve el problema del método dialéctico.
Es imposible saber cuáles hubieran sido las conclusiones finales de Liebknecht si hubiera permanecido en libertad. En cualquier caso, antes de publicar su trabajo se lo hubiera mostrado a sus amigos más competentes, Mehring o Rosa Luxemburgo. Probablemente, tras oír su opinión, hubiese tirado el manuscrito al fuego. Supongamos, sin embargo, que, en contra de la opinión de sus camaradas teóricamente más preparados, hubiese publicado el manuscrito. Mehring, Luxemburgo, Lenin, etc., no habrían propuesto expulsarle del partido, naturalmente; por el contrario, le hubieran defendido y rechazado una propuesta tan descabellada. Pero no habrían formado un bloque filosófico con él, sino que habrían denunciado claramente sus errores teóricos.
La conducta del camarada Shachtman nos parece bastante distinta. "Como podéis observar -dice, ¡y para señalar a la juventud!- Plejanov era un destacado teórico del materialismo dialéctico y acabó como un oportunista; Liebknecht era un verdadero revolucionario y rechazó la dialéctica." Este argumento, si quiere decir algo, significa que el materialismo dialéctico no es el único instrumento de un revolucionario. Con los ejemplos de Plejanov y Liebknecht, Shachtman le da la vuelta a la historia. Refuerza y "profundiza" la idea de su artículo del año pasado, es decir, que la política no depende del método, que el método está divorciado de la política por el milagro de la inconsistencia. Shachtman parece romper la regla mediante la falsa interpretación de dos excepciones. Si argumenta así un "partidario" del marxismo, ¿qué podemos esperar de un oponente? La revisión del marxismo se convierte así en su liquidación total; más aún, en la liquidación de toda doctrina y todo método.
¿Qué propone usted a cambio?
El materialismo dialéctico no es, por supuesto, una doctrina eterna e inmutable. Pensar lo contrario es, precisamente, traicionar el espíritu de la dialéctica. El desarrollo futuro del pensamiento científico creará una doctrina más profunda en la que el materialismo dialéctico no será más que un elemento estructural. Sin embargo, carecemos de base para suponer que esta revolución filosófica se produzca antes que la decadencia del régimen burgués, sin mencionar el hecho de que no nace un Marx todos los días, ni todas las décadas. La misión, a vida o muerte, del proletariado de hoy consiste en rehacer el mundo de arriba a abajo, no en reinterpretarlo de nuevo. En un futuro próximo, podemos esperar grandes revolucionarios de acción, pero no un nuevo Marx. La humanidad sólo sentirá la necesidad de revisar la herencia cultural del pasado cuando haya sentado las bases de una cultura socialista, y entonces la sobrepasará ampliamente, no sólo en el campo de la economía, - sino también en el de la creación intelectual. El régimen de la burocracia bonapartista de la URSS es doblemente criminal, porque crea desigualdades crecientes en todas las esferas de la vida y porque degrada la actividad intelectual en el país al nivel de los zoquetes del GPU.
Pero imaginémonos por un momento que el proletariado es tan afortunado en esta época de guerras y revoluciones que llega a producir un nuevo teórico -o una constelación de teóricos- capaces de sobrepasar el marxismo y, en especial, de llevar la lógica más allá del materialismo dialéctico. En ese caso, ni qué decir tiene que todos los trabajadores avanzados deberán aprender de estos nuevos maestros y todos los viejos teóricos, reeducarse en sus ideas. Pero entre tanto, suena a música del futuro. ¿O no? ¿Quiere usted decirme qué trabajos teóricos actuales pueden sustituir el materialismo dialéctico como doctrina del proletariado? Si los tuviera usted a mano, seguramente no se negaría a luchar contra "el opio de la dialéctica". Pero no existen. Mientras intenta desacreditar la filosofía del marxismo, usted no propone nada para, sustituirla.
Imagínese usted un joven médico aficionado que arguye a un cirujano experimentado que la anatomía, neurología y fisiología modernas son inútiles, que dejan muchos problemas sin resolver y que sólo "burócratas conservadores" pueden trabajar con un bisturí en base a esas "pseudo-ciencias". Supongo que el cirujano pediría a su irresponsable colega que abandonara el quirófano. Nosotros tampoco, camarada Burnhan, podemos rendirnos ante insinuaciones baratas sobre la filosofía del socialismo científico. Por el contrario, y ya que el problema se ha planteado a quemarropa en el curso del debate de fracciones, debemos decir, cara a todos los miembros del partido, especialmente a los jóvenes: cuidado con la infiltración en vuestras filas del escepticismo burgués. Recordad que hasta el momento, el socialismo no ha encontrado mejor expresión científica que el marxismo. No olvidéis que el método del socialismo científico es el materialismo dialéctico. ¡Ocupaos de estudios serios! Estudiad a Marx, Engels, Plejanov, Lenin y Mehring. Os será cien veces más útil que el estudio de los tendenciosos, estériles y absurdos tratados sobre el conservadurismo de Cannon. ¡Deje que, al menos, el debate actual tenga este resultado positivo; que la juventud intente meterse en la cabeza las bases teóricas serias de la lucha revolucionaria!
El falso "realismo" político
En su caso, sin embargo, la cuestión no se reduce a la dialéctica. La forma en que usted explica en su resolución por qué no somete ahora a la decisión del partido el asunto de la naturaleza de la URSS significa en realidad que la somete, si no jurídica, al menos sí teórica y políticamente. Sólo un niño no se daría cuenta de ello. Pero esta declaraci6n tiene otro significado, todavía más ultrajante y pernicioso. Significa que usted separa la política de la sociología marxista. Y, para nosotros, el punto crucial del asunto es precisamente ese. Si es posible dar una definición correcta del estado sin utilizar el materialismo dialéctico; si es posible determinar la política adecuada sin un análisis de clase del estado, ¿necesitamos para algo el marxismo?
Aunque no están de acuerdo entre sí sobre la naturaleza del Estado soviético, los líderes de la oposición coinciden en afirmar que la política exterior del Kremlin debe calificarse de "imperialista" y que la URSS no debe ser apoyada "incondicionalmente". (¡Vasta y sustancial plataforma!) Cuando la "pandilla" de la oposición plantee en el Congreso el asunto de la naturaleza de la URSS (¡qué crimen!), os habréis puesto de acuerdo previamente para estar en desacuerdo, es decir, para votar de forma diferente. Se ha dado un precedente de este tipo en el Gobierno "nacional" inglés, cuando los ministros "están de acuerdo en estar en desacuerdo", es decir, en votar de forma diferente. Pero los ministros de Su Majestad tienen la ventaja de que están muy de acuerdo sobre la naturaleza de su estado, y pueden permitirse el lujo de no estarlo en cuestiones secundarias. Pero los líderes de la oposición no tienen una situación tan favorable. Se permiten el lujo de no estar de acuerdo en la cuestión fundamental, con tal de estarlo en las secundarias. Si esto es marxismo y política de principios, no sé lo que será el oportunismo sin principios.
Parece usted creer que, al negarse a discutir sobre materialismo dialéctico y sobre la naturaleza de clase del Estado soviético, y limitarse a "cuestiones concretas", se porta como un "Político realista". Pero esto es sólo el resultado de un conocimiento inadecuado de la historia de las luchas de fracciones en el movimiento obrero en los últimos cincuenta años. En cada conflicto de principios, los marxistas hicieron enfrentarse claramente a partido con los problemas fundamentales de la doctrina y el programa, porque consideraban que sólo bajo estas condiciones encontrarían su sitio y proporción adecuada los asuntos "concretos". Por el otro lado, los oportunistas de todas clases, especialmente los que ya habían sufrido alguna derrota en una discusión de principio, oponían al análisis de clase marxista una postura "concreta" y coyuntural que, como de costumbre, había formulado bajo la presión de la democracia burguesa. Esta división de papeles ha persistido durante décadas de debates fraccionales. La oposición, permítame asegurarle, no ha inventado nada nuevo. Está siguiendo la tradición del revisionismo teórico y el oportunismo político.
A finales del siglo pasado se rechazaron sin piedad los intentos revisionistas de Bernstein, que cayó en Inglaterra bajo la influencia del empirismo y utilitarismo anglosajones -la peor clase de filosofía-. Pero los oportunistas alemanes dieron de pronto un paso atrás en filosofía y sociología. En los congresos y la prensa regañaban sin cesar a los "pedantes" marxistas, que reemplazaban las "cuestiones políticas concretas" por consideraciones generales de principios. Léase los textos de los socialdemócratas alemanes de finales del siglo pasado y principios de éste... y quedará asombrado de cómo la mort saisit le vof, que dicen los franceses.
No desconoce usted el gran papel que jugó "Iskra" en el desarrollo del marxismo ruso. "Iskra" empezó luchando contra los autodenominados "economistas" del movimiento obrero y contra los "narodniki" (Partido de los Social-revolucionarios). El principal argumento de los "economistas" era que "Iskra" flotaba en la esfera de la teoría, mientras que ellos se proponían dirigir el movimiento obrero "concreto". El principal argumento de los social-revolucionarios era que "Iskra" pretendía crear una escuela de materialismo dialéctico mientras ellos derrocaban la autocracia zarista. Debo decir que los terroristas narodniki se tomaron muy en serio sus propias palabras; sacrificaron sus vidas bomba en mano. Nosotros les decíamos: "En algunas ocasiones, una bomba es una cosa excelente, pero primero tenemos que clarificar nuestras ideas". La experiencia histórica demostró que la mayor revolución conocida en la historia no la dirigió el partido que empezó poniendo bombas, sino el partido que empezó con materialismo dialéctico.
Cuando los bolcheviques y los mencheviques eran todavía miembros del mismo partido, se producía, tanto en el período anterior como en el mismo congreso, una lucha a muerte sobre el orden del día. Lenin solía poner al principio los puntos sobre el carácter de la monarquía zarista, el análisis del carácter de la clase de revolución, el análisis de las etapas de la revolución por las que estábamos pasando, etcétera. Martov y Dan, los líderes de los mencheviques, objetaban invariablemente: "Somos un partido político y no un club de sociólogos; no tenemos que llegar a un acuerdo sobre la naturaleza de clase de la economía zarista, sino sobre 'tareas políticas concretas'". Cito de memoria, pero no tengo ninguna posibilidad de equivocarme, porque estas discusiones se repetían año tras año y llegaron a estereotiparse. Debo decir que yo mismo cometí muchos errores en este sentido. Pero he aprendido algo desde entonces.
Lenin siempre explicaba a estos enamorados de las "tareas políticas concretas" que nuestra política es de principios, y no coyuntural; que la táctica está subordinada a la estrategia; que, para nosotros, el contenido principal de cada campaña política es guiar a los trabajadores de los problemas concretos a los generales, para enseñarles el verdadero carácter de la sociedad moderna y de sus fuerzas fundamentales. Los mencheviques sentían siempre la urgente necesidad de saltarse a la torera sus diferencias de principio, mientras que Lenin, por el contrario, solía plantearlas a quemarropa. Los argumentos actuales de la oposición contra la filosofía y la sociología y a favor de las "cuestiones políticas concretas" son copia exacta de los argumentos de Dan. ¡Ni una palabra nueva! Es triste que Shachtman vaya a respetar la política de principios del marxismo sólo cuando sea lo bastante viejo para estar en los archivos.
El recurso a las "cuestiones políticas concretas" suena especialmente torpe e inadecuado en sus labios, camarada Burnham, puesto que fue usted, y no yo, quien planteó primero el problema de la naturaleza de la URSS, forzándome a mi vez a plantear el tema del método mediante el que podemos determinar el carácter de clase del estado. Es verdad que usted retiró su resolución. Pero esa maniobra de la fracción no tiene sentido, objetivamente. Uno llega a conclusiones políticas desde premisas sociológicas, aunque las haya olvidado temporalmente en la cartera. Shachtman llega exactamente a las mismas conclusiones sin ninguna premisa; se adapta a usted, Abern se aprovecha, para sus "combinaciones organizativas", tanto de la ausencia de premisa como de la premisa escondida. Esta es la situación real en el campo de la oposición. Usted procede como anti-marxista; Shachtman y Abern, como marxistas "platónicos". No es fácil establecer quién es peor.
La dialéctica de la presente discusión
Cuando nos enfrentamos con el frente diplomático que cubre las premisas inexistentes o escondidas de nuestros adversarios, nosotros, los "conservadores", respondemos: "Sólo es posible una discusión fructífera sobre "cuestiones concretas" si establecemos previamente, con toda claridad, las premisas de clase de las que partimos. No estamos dispuestos a discutir sobre esa serie de tópicos que habéis seleccionado artificialmente. ¿Propondría alguien discutir cuestiones como la invasión de Suiza por la flota soviética o el largo de la cola de una bruja del Bronx sin haber aclarada antes si Suiza tiene costa o si hay brujas?
Toda discusión seria lleva de lo particular, incluso accidental, a lo general y fundamental. En la mayor parte de los casos, las causas inmediatas de la discusión tienen un interés meramente sintomático. Sólo tienen significación política actual aquellos problemas cuyo desarrollo es discutible. Para ciertos intelectuales, ansiosos de denunciar el "conservadurismo burocrático" y exhibir su propio "dinamismo político", las discusiones sobre la dialéctica, el marxismo, la naturaleza del estado, el centralismo, surgen "artificialmente" y toman una dirección "falsa". Pero el nudo del problema es que la discusión tiene una lógica objetiva, que no coincide con la lógica subjetiva de individuos y grupos. El carácter dialéctico de la discusión procede del hecho de que su curso objetivo se determina por el conflicto vivo entre tendencias opuestas, y no obedece a ningún plan lógico predeterminado. El carácter materialista de la discusión se debe a que refleja las presiones de las distintas clases. Por eso, la actual discusión dentro del SWP se desarrolla, como todo proceso histórico -y con o sin su permiso, camarada Burnham- de acuerdo con las leyes del materialismo dialéctico. No podemos escapar de esas leyes.
"Ciencia" contra marxismo y "experimentos" contra el programa.
Tras acusar a sus oponentes de "conservadurismo burocrático" (lo que es una mera abstracción psicológica en tanto no se muestre qué intereses sociales específicos subyacen ese "conservadurismo"), pide usted en su documento que esta política conservadora sea reemplazada por "política crítica y experimental, en una palabra, política científica" (véase pag. ¿Agentes del imperialismo?). Esta afirmación, tan inocente y vacía a primera vista, a pesar de toda su pomposidad, es, en sí misma, una denuncia completa. No habla usted de política marxista, ni de política proletaria. Habla de política "experimental", "crítica" y "científica". ¿Por qué esta terminología, tan deliberadamente abstrusa y pretencioso, y tan infrecuente entre nosotros? Se lo voy a decir. Es el producto de su adaptación, camarada Burnham, a la opinión pública burguesa, y de la adaptación de Shachtman y Abern a su adaptación. El marxismo ya no está de moda en los círculos liberales de intelectuales burgueses. En cuanto uno menciona el marxismo -¡Dios no lo permita!- le toman por un materialista dialéctico. Lo mejor es desechar esa palabra desacreditada. Pero, ¿con qué la sustituimos? ¿Por qué no con "ciencia", a ser posible "Ciencia", con mayúsculas? Y la ciencia, como todo el mundo sabe, se basa en la "crítica" y la "experimentaci6n". Tiene su propio círculo; tan sólido, tan tolerante, tan poco sectario, tan académico. Con una fórmula así uno puede entrar en cualquier salón democrático.
Relea, por favor, su propia frase: "En lugar de la política conservadora, debemos construir una política audaz, flexible, crítica y experimental; en una palabra, una política científica". ¡No podía haberla hecho mejor! Pero esta es, precisamente, la fórmula que todos los empiristas pequeñoburgueses, todos los revisionistas y todos los aventureros políticos han opuesto al marxismo estrecho", "limitado", "dogmático" y "conservador". "El estilo hace al hombre", decía Buffon. La terminología política no sólo hace al hombre, sino al partido. La terminología es uno de los elementos de la lucha de clases. Sólo pedantes sin vida pueden dejar de entenderlo. En su documento arrasa usted cuidadosamente -sí, usted, camarada Burnham- no sólo términos como dialéctica o materialismo, sino el marxismo. Usted está por encima de todo eso. Usted es un hombre de ciencia, "crítico y experimental". Por la misma razón, utiliza el término "imperialismo" para calificar la política exterior de la URSS. Eso le diferencia de la terminología, demasiado embarazoso, de la IV Internacional, creando fórmulas menos "sectarias", menos "religiosas", menos precisas, pero iguales a -¡qué feliz coincidencia!- las de las democracias burguesas.
¿Quiere usted experimentar? Pues permítame recordarle que el movimiento obrero tiene una larga historia, llena de experiencia o, si lo prefiere, de "experimentos". Esta experiencia, adquirida a costa de tantos sacrificios, ha cristalizado en el centro de una doctrina definida, el marxismo, cuyo nombre rechaza usted tan cuidadosamente. Antes de concederle el derecho a "experimentar", el partido tiene derecho a preguntarle: ¿qué método va a utilizar? Henry Ford no permitiría experimentar en su fábrica a un hombre que no haya asimilado las condiciones básicas del anterior desarrollo de la industria, que no conozca los innumerables experimentos que ya se han realizado. Aún más: los laboratorios experimentales de las fábricas están cuidadosamente separados de la producción en masa. Mucho menos podemos permitir experimentos de médico brujo en el movimiento obrero -aunque se lleven a cabo bajo el símbolo de la "ciencia" anónima-. Para nosotros, la ciencia del movimiento obrero es el marxismo. Dejamos la ciencia sin apellido, la Ciencia con mayúscula, a la entera disposición de Eastman y su pandilla.
Sé que ha discutido usted, muchas veces con Eastman, y que en algunas ocasiones ha argumentado muy bien. Pero usted debate con él como un miembro de su propio círculo, y no como un agente de su enemigo de clase. Lo demostró usted claramente cuando, en su artículo con Shachtman invitó inesperadamente a Eastman, Hook, Lyons y demás a exponer sus ideas en el New International. No le importaba que ellos plantearan el tema de la dialéctica y le obligaran a salir de su diplomático silencio.
El 20 de enero del año pasado, mucho antes de que empezara esta discusión, mostraba a Shachtman la urgente necesidad de estudiar atentamente el desarrollo interno del partido stalinista. Le escribía: "Esto puede ser mil veces más importante que invitar a Eastman o Lyons a presentar sus paridas personales. Estoy un poco enfadado de que diera espacio al último artículo de Eastman, tan insignificante y arrogante. Eastman tiene a su disposición el Harper’s Magazine, el Modern Monthly, el Common Sense, etc. Pero lo que me deja completamente perplejo es que usted invite personalmente a esa gente a manchar las no tan numerosas páginas del New International. La perpetuación de esta polémica puede interesar a algunos intelectuales pequeñoburgueses, pero no a los elementos revolucionarios. Estoy firmemente convencido de que es necesaria una reorganización a fondo del New International y del Socialist Appeal; hay que alejarse de los Eastman y los Lyons y acercarse a los trabajadores y, en este sentido, al partido stalinista".
Como siempre en estos casos. Shachtman me contestó sin atención ni cuidado. En el momento actual, la cuestión está resucita de hecho, porque los enemigos del marxismo a quienes invitó rehusaron la invitación. Sin embargo, este episodio conserva interés. Por un lado, usted, camarada Burnham, de acuerdo con Shachtman, invita a los demócratas burgueses a exponer sus ideas en el órgano oficial de nuestro partido. Por otro, y de acuerdo con el mismo Shachtman, se niega a mantener conmigo una polémica sobre la dialéctica y la naturaleza de clase del Estado soviético. ¿No significa esto que usted y su aliado Shachtman se han vuelto hacia sus semi-oponentes burgueses y han dado la espalda a su propio partido? Abern llegó hace ya mucho tiempo a la conclusión que el marxismo es una doctrina honorable, pero que no vale lo que una buena combinación de oposición. Mientras tanto, Shachtman se deja caer pendiente abajo, consolándose con cuchufletas. Pero siento que, en el fondo de su corazón, se siente triste y culpable. Cuando llegue a un punto en la caída, espero que reaccione y vuelva arriba de nuevo. Mi esperanza se basa en que la "experiencia" de su política fraccionaria le devuelva al camino de la Ciencia.
Un dialéctico sin saberlo
Me han informado de que Shachtman, utilizando mi frase sobre Darwin, ha dicho que usted era "un dialéctico sin saberlo". Este ambiguo cumplido contiene una pieza de verdad. Cada hombre es un dialéctico, en mayor o menor medida, y en muchos casos sin darse cuenta. Toda ama de casa sabe que hace falta sal para dar un sabor agradable a la sopa, pero que si echa de más no hay quien se la coma. En consecuencia, una campesina analfabeta se guía, a la hora de guisar la sopa, por la ley hegeliana del salto cualitativo. Podríamos poner un sin fin de ejemplos por el estilo, tomados de la vida diaria. Hasta los animales llegan a conclusiones basándose no sólo en el silogismo aristotélico, sino también en la dialéctica hegeliana. Un zorro sabe que los cuadrúpedos y los pájaros son nutritivos y sabrosos. Ante un conejo o una gallina el zorro concluye: estos animales son del tipo nutritivo y sabroso... y se lanza sobre la presa. Hace así un perfecto silogismo aunque el zorro, supongo, no ha leído a Aristóteles. Sin embargo, cuando el mismo zorro se encuentra con el primer animal más grande que él, por ejemplo, un lobo, concluye rápidamente que la cantidad puede convertirse en cualidad y pone pies en polvorosa. Evidentemente, las patas del zorro tienen tendencias hegelianas, aunque no sean muy conscientes de ello. Esto demuestra, de pasada, que nuestros métodos de pensamiento, se trate de la lógica formal o de la dialéctica, no son construcciones arbitrarias de nuestra razón, sino que expresan la naturaleza del sistema de relaciones actual. En este sentido, el universo entero está lleno de "dialécticos sin saberlo". Pero la naturaleza no se detiene aquí. Antes de que las relaciones más profundas de la naturaleza se plasmarán en la conciencia o el lenguaje de los zorros o los hombres, se había producido un desarrollo no despreciable. Después, el hombre fue capaz de generalizar estas formas de conciencia y transformarlas en categorías lógicas (dialécticas), creando así la posibilidad de penetrar más profundamente en el mundo que nos rodea.
Hasta la fecha, la expresión más acabada de las leyes dialécticas que prevalecen en la naturaleza y la sociedad la han producido Hegel y Marx. A pesar de que Darwin no estaba interesado en verificar sus métodos lógicos, alcanzó empíricamente -gracias a su genio- las generalizaciones dialécticas más avanzadas en el campo de las ciencias naturales. En este sentido, Darwin es, como afirmaba en mi anterior artículo, un "dialéctico sin saberlo". Sin embargo, no valoramos a Darwin por su incapacidad para llegar a comprender la dialéctica, sino porque, a pesar de su falta de conocimientos filosóficos, fue capaz de descubrir el origen de las especies. A Engels le exasperaba la estrechez empirista del método de Darwin, aunque, como Marx, comprendió inmediatamente la gran importancia de la teoría de la selecci6n natural. Darwin, por el contrario, se murió sin tener ni idea de sociología marxista. Si Darwin hubiera salido en la prensa atacando al materialismo o a la dialéctica, Marx y Engels se le hubieran enfrentado con fuerza redoblada, para no permitir que su autoridad científica fuese utilizada por la reacción ideológica.
Cuando Shachtman, abogado de causas perdidas, intenta defenderle diciendo que es un "dialéctico inconsciente", hay que poner el acento en "inconsciente". La intención de Shachtman (también inconsciente, en parte) es defender su bloque de la acusación de degradar el materialismo dialéctico. Pero, lo que en realidad está diciendo Shachtman es que la diferencia entre un dialéctico "consciente" o "inconsciente" no es tan importante como para tenerla en cuenta. Y de este modo, desacredita el método marxista.
Pero el mal es todavía más profundo. Existen en el mundo muchos dialécticos inconscientes o semiinconscientes. Algunos aplican estupendamente el materialismo dialéctico a la política, aunque nunca se hayan preocupado por el método. Sería pedantería atacar a esos camaradas. Pero ese no es su caso, camarada Burnham. Usted es el editor de un órgano teórico cuya misión es educar al partido en el espíritu del método marxista. Usted es un oponente consciente del método dialéctico, y no un dialéctico inconsciente. Aunque, como afirma Shachtman, haya seguido la dialéctica en cuestiones políticas, es decir, aunque tenga "instinto" dialéctico, estaríamos obligados a luchar contra usted, porque el instinto dialéctico, como otras cualidades personales, no se puede transmitir a los demás, mientras que el método dialéctico, conscientemente asumido, puede transmitiese, en mayor o menor medida, a todo el partido.
La dialéctica y el señor Dies
Aunque tenga usted instinto dialéctico -lo que no voy a discutir- lo tiene casi ahogado por la rutina académica y el aburrimiento intelectual. Lo que conocemos como instinto de clase del trabajador, le lleva a aceptar con bastante facilidad el enfoque dialéctico de las cosas. Pero no podemos decir que los intelectuales burgueses tengan un instinto parecido. Un intelectual separado del proletariado sólo puede llegar a la política marxista mediante la superación consciente de su espíritu pequeñoburgués. Desgraciadamente, Shachtman y Abern están haciendo todo lo que pueden para impedirlo, camarada Burnham. Le están haciendo un flaco favor.
Arrastrado por su fracción, a la que podríamos llamar "Liga del Abandono Fraccional", está cometiendo usted un error tras otro; en filosofía, en sociología, en política, en la esfera organizativa. Sus errores no son accidentales. Enfoca cada asunto aisladamente, desconectándolo de sus relaciones con otras cuestiones, con los factores sociales, y sin tener en cuenta la experiencia internacional. Le falta método dialéctico. A pesar de su educación, está procediendo en política como un hechicero.
En el asunto del Comité Dies, mostró usted su charlatanería tan deslumbrantemente como en la cuestión finlandesa. Replicó usted a mis argumentos a favor de utilizar ese cuerpo parlamentario diciendo que no podía tomarse una decisión mediante consideraciones de principio, sino teniendo en cuenta circunstancias especiales, que sólo usted conocía, pero que se guardaba de especificar. Permítame decirle que esas "circunstancias" no eran nada más que su dependencia ideológica de la opinión pública burguesa. Aunque la democracia burguesa, en todas sus secciones, sea plenamente responsable ante el régimen capitalista, incluido el Comité Dies se ve obligada, precisamente en interés del capitalismo, a distraer vergonzantemente la atención de los órganos demasiado desnudos del régimen. ¡Una simple división del trabajo! ¡Un viejo fraude que, sin embargo, todavía es útil! Util para engañar a los trabajadores, a esos a los que usted se refiere vagamente, a esa amplia sección de ellos que están todavía, como usted mismo, bajo la influencia de la democracia burguesa. Pero el trabajador de vanguardia, no infecundo por los prejuicios de la aristocracia obrera, recibiría con satisfacción cada palabra revolucionaria que se arrojase a la cara de su enemigo de clase. Y cuanto más reaccionaria fuera la institución que sirviera para arena del combate, mayor sería la satisfacción del trabajador. Esto lo ha probado la experiencia histórica. El mismo Dies, al asustarse y volverse atrás, demostró lo equivocado que estaba usted. Siempre es mejor obligar al enemigo a retirarse que huir sin plantear batalla.
Pero en este momento veo la cara iracunda de Shachtman ordenándome callar con un gesto protesta: " a oposición no es responsable de los puntos de vista de Burnham sobre el Comité Dies. Este no es asunto de la fracci6n", etcétera, etcétera. Ya sé todo eso. ¡Lo único que faltaba es que toda la oposición se hubiera pronunciado entonces por la táctica de boicot, tan sin sentido en aquel momento! Ya es suficiente con que su líder, que tiene puntos de vista personales y los expresa abiertamente, se pronunciara a favor del boicot. Si usted ha pasado ya de la edad en que uno discute de "religión", permítame decirle que la IV Internacional ya ha pasado de la edad en que se considera que el abstencionismo es, la política más revolucionaria. Junto a su falta de método, mostró usted en esta ocasión una falta total de sagacidad política. En las actuales circunstancias, un revolucionario no habría necesitado mucho tiempo de discusión para entrar por una puerta abierta por el enemigo y aprovechar lo mejor posible la oportunidad. Creo que hace falta organizar, unos cursillos especiales para todos los miembros de la oposición que, como usted, se opusieron a entrar en el Comité Dies, en los que se expliquen las verdades elementales de la táctica revolucionaria, que no tienen nada que ver con el abstencionismo pseudo-radical de los círculos intelectuales.
"Cuestiones políticas concretas"
La oposición es más débil precisamente en la esfera en que se cree más fuerte: la de la política revolucionaria cotidiana. Esto va por todos, camarada Burnham. Usted y la oposición en pleno han manifestado clarísimamente su impotencia para enfrentarse a los grandes acontecimientos en la cuestión polaca, de los estados bálticos o de Finlandia. Shachtman empezó descubriendo la piedra filosofar; una insurrección simultánea contra Hitler y Stalin en la Polonia ocupada. La idea era estupenda; es una pena que Shachtman no haya tenido oportunidad de ponerla en práctica. Los trabajadores polacos podrían haber dicho, con toda justicia: "Desde el Bronx se puede organizar bastante bien una insurrección simultánea contra Hitler y Stalin en un país ocupado; pero aquí, sobre el terreno, es bastante más difícil. Nos gustaría hacer a los camaradas Shachtman y Burnham una pregunta "concreta", "¿qué hacemos hasta que se produzca la insurrección?". Mientras tanto, el mando del Ejército soviético llamaba a los campesinos y los trabajadores a ocupar la tierra y las fábricas. Este llamamiento, apoyado con la fuerza de las armas, jugaba un papel importantísimo en la vida del país ocupado. Los periódicos de Moscú estaban llenos a rebosar de reportajes sobre el "entusiasmo desbordante" de los obreros y campesinos pobres. Podemos y debemos juzgar con disgusto estos reportajes; no están faltos de mentiras. Pero es más imperdonable cerrar los ojos a la realidad. El llamamiento a pedir cuentas a los terratenientes y a expulsar a los capitalistas ha debido levantar el ánimo a los acosados y aplastados campesinos y trabajadores de Ucrania y Bielorrusia, que veían en el señor polaco un doble enemigo.
En los órganos parisinos de los mencheviques, que están de acuerdo con la burguesía y no con la Internacional francesa, se dice categóricamente que el avance del Ejército Rojo iba acompañado de una ola de movimientos revolucionarios, cuyo eco llegaba hasta las masas campesinas de Rumanía. Añade fiabilidad a estos despachos el hecho de que los mencheviques estén estrechamente unidos a los líderes de la Liga Judía, el Partido Socialista Polaco y otras organizaciones hostiles a Moscú que luchan en Polonia. Por lo tanto, estábamos completamente en lo cierto cuando aconsejamos a los bolcheviques polacos: "En el frente, y junto a los; campesinos y los trabajadores, debéis dirigir la lucha contra los terratenientes y los capitalistas; no os apartéis de las masas, a pesar de todas sus ilusiones, como los revolucionarios rusos no se apartan de sus masas, a pesar que éstas siguen confiando en el Zar" (Domingo Rojo, 22 de 1905); educar a las masas en el curso de la lucha, precaverles de sus ingenuas esperanzas en Moscú, pero no os separéis de ellas; luchad en su campo, tratad de extender y profundizar su lucha y dadles a mayor cantidad de independencia posible. Sólo así prepararéis la próxima revolución contra Stalin". El curso de los acontecimientos en Polonia ha confirmado totalmente esta directriz, que se basa en nuestra experiencia política anterior, especialmente en España.
Ya que no hay diferencias de principio entre las situaciones de Polonia y Finlandia, no hay razones para cambiar la directriz. Pero la oposición, que no ha comprendido lo que ha pasado en Polonia, se agarra a la cuestión finlandesa como a un áncora de salvación. "¿Dónde está la guerra civil en Finlandia? Trotsky habla de guerra civil, pero no hemos visto nada en la prensa sobre ella, etc., etc. La cuestión finlandesa se le aparece a la oposición como diferente a la de Ucrania occidental o Bielorrusia. Cada cuestión se aisla y se analiza aparte y sin tener en cuenta el curso general del desarrollo. Con ideas confusas sobre este desarrollo, la oposición intenta apoyarse cada vez en alguna circunstancia coyuntural, accidental, temporal y secundaria.
¿Significan esos gritos sobre la ausencia de guerra civil en Finlandia que la oposición estaría de acuerdo con nosotros si ésta estuviera a punto de estallar? ¿Sí o no? Si es que sí, la oposición condena su propia política respecto a Polonia, puesto que en ése caso, y a pesar de la guerra civil, se negaron a participar activamente, esperando el levantamiento simultáneo contra Hitler y Stalin. Es obvio, camarada Burnham, que usted y sus amigos no se han pensado las cosas del todo bien.
Y, ¿qué hay sobre mi argumento de una guerra civil en Finlandia? Al principio de las hostilidades, se hubiera podido pensar que Moscú estaba intentado una "pequeña" expedición de castigo para cambiar el Gobierno de Helsinki y establecer con Finlandia las mismas relaciones que con el resto de los países bálticos. Pero la designación del Gobierno de Kuusinen en Terrojoki demostró que Moscú tenía otros planes e intenciones. Después, se anunció la creación del Ejército Rojo finlandés. Naturalmente, se trataba sólo de pequeñas formaciones creadas desde arriba. El programa de Kuusinen había visto la luz. Los siguientes despachos hablaban de la distribución de las grandes fincas entre los campesinos. En conjunto, estos despachos significaban el intento de Moscú de organizar la guerra civil. Naturalmente, es una guerra civil muy especial. No ha surgido de los deseos profundos de las masas populares. No la dirigen los revolucionarios finlandeses apoyados por sus masas. La controla la burocracia de Moscú. Sabemos todo esto, y lo sabíamos cuando discutíamos sobre Polonia. Pero, al menos, hay un llamamiento a los pobres, a los desposeídos, a expropiar a los ricos, a expulsarlos o arrestarlos. No conozco ningún nombre para estas acciones, excepto guerra civil.
"Pero, después de todo, no ha estallado la guerra civil en Finlandia, lo que significa que sus predicciones no se han materializado", objetan los líderes de la oposición. Naturalmente, tras la traición y retirada del Ejército Rojo, bajo las bayonetas de Mannerheim, la guerra civil no ha podido estallar. Este hecho es un argumento contra Shachtman, no contra mí: quedó demostrado que no es el principio de la guerra, cuando es más fuerte la disciplina militar, el mejor momento para organizar una insurrección armada, sea desde el Bronx o desde Terrijoki.
No previmos la derrota de los primeros destacamentos del Ejército Rojo. No podíamos prever el nivel de estupidez y desmoralización que reinan en el Kremlim, ni hasta qué punto repercuten en las tropas mandadas por él. Pero se trata simplemente de un episodio militar, que no puede afectar nuestra línea política. Si Moscú, tras ser derrotado en el primer intento, renuncia a intervenir en Finlandia, desaparecería del primer plano el problema que impide a la oposición comprender la situación en el resto del mundo. Pero tenemos pocas posibilidades de que sea así. Por otro lado, si Francia, Inglaterra y los EE.UU. deciden basarse en Escandinavia y ayudar militarmente a Finlandia, la cuestión finlandesa se transformaría en una guerra entre la URSS y los países imperialistas. En ese caso, creemos que la mayoría de los opositores volverían al programa de la IV Internacional.
Por el momento, la oposición no está interesada en ninguna de estas dos variantes: ni en la suspensión de la ofensiva por parte de la URSS ni en la ruptura de hostilidades, entre la URSS y las democracias imperialistas. La oposición sólo se interesa por la cuestión aislada de la invasión de Finlandia por la URSS. Por lo tanto dejémosles partir de ahí. Supongamos que la segunda ofensiva está mejor preparada y es mejor dirigida, que el avance del Ejército Rojo, plantea de nuevo el problema de la guerra civil, y además a mayor escala que en el primer intento, tan ignominiosamente frustrado. Nuestra directriz permanece totalmente lida, mientras el asunto esté a la orden del día. ¿Pero propone la oposición en caso de que el Ejército Rojo ave victorioso en Finlandia y estalle la guerra civil? Apare mente, ni siquiera piensa en ello, porque vive al día, incidente en incidente, pendiente de cada episodio, colgando de frases aisladas del editorial, sintiendo alternativamente simpatías o antipatías, y haciéndose la ilusión de que crean una plataforma. La inutilidad de los empiristas y los impresionistas se demuestra especialmente cuando tienen que enfrentarse a "cuestiones políticas concretas".
Confusionismo teórico y abstencionismo político
A través de las convulsiones y vacilaciones de la oposici6n, por contradictorias que sean, podemos distinguir dos características que cruzan todas sus actuaciones, desde las alturas de la teoría a los episodios políticos más insignificantes. La primera es la ausencia de una concepción unificada. Los líderes de la oposición separan la sociología del materialismo dialéctico. Separan la política de la sociología. En la esfera de la política, separan nuestra misión en Polonia de nuestra experiencia en España, nuestra misión en Finlandia de nuestra posición en Polonia. Convierten la historia en una serie de incidentes extraordinarios y la política en una serie de improvisaciones. Estamos ante la desintegración del marxismo, en el más completo sentido de la palabra, la desintegración del pensamiento teórico, la desintegración de la política en sus elementos constitutivos. Les domina el empirismo y su hermano gemelo, el impresionismo. Por eso, la dirección ideológica confía en usted, camarada Burnham, en un oponente de la dialéctica, en un empirista, que no se avergüenza de su empirismo.
A través de las vacilaciones y convulsiones de la oposición podemos observar una segunda característica, estrechamente ligada a la primera: una tendencia a retraerse de la participación activa, una tendencia a autoeliminarse, al abstencionismo, naturalmente con la coartada de frase ultrarradicales. Estáis a favor de destruir a Hitler y Stalin en Polonia: a Stalin y Mannerheim en Finlandia. Y, mientras tanto, rechazáis a ambos bandos por igual, es decir, os retiráis de la lucha, incluida la guerra civil. El hacer hincapié en la ausencia de guerra civil en Finlandia no es sino una disculpa coyuntural. Si estallara la guerra, la oposición procuraría no enterarse, como hicieron en el caso de Polonia, o declararán que, como la política de Moscú es "imperialista", no podemos metemos en ese negocio tan sucio. Aunque, de palabra, anda tras las tareas políticas "concretas", la oposición se ha situado, de hecho, fuera del proceso histórico actual. Su actitud, camarada Burnham, ante el Comité Dies merece atención precisamente porque expresa de forma muy gráfica esta tendencia al abstencionismo y al confusionismo. Su principio básico es, todavía: "Gracias, no fumo".
Claro está, querido amigo, que un partido o una clase pueden pasar por momentos de confusión. Pero, en el caso de la pequeña burguesía, el confusionismo, especialmente ante los acontecimientos graves, es una característica inevitable y, por así decirlo, congénita. Los intelectuales intentan expresar su estado de confusión en el lenguaje de la "ciencia". La contradictoria plataforma de la oposición revela confusión pequeñoburguesa expresada en el rimbombante lenguaje de los intelectuales. No hay nada de proletario en ella.
La pequeña burguesía y el centralismo
Sus puntos de vista en el campo organizativo son tan esquemáticos, empíricos y antirrevolucionarios como en los de la teoría y la política. Un Stolberg, linterna en mano, va tras una revolución ideal, limpia de todo exceso, y garantizada contra Termidor y la contrarrevolución: Usted, de forma parecida, busca un tipo de democracia interna ideal, que asegure a todo el mundo, en todas las circunstancias, la posibilidad de hacer y decir lo que se le pase por la cabeza y que vacune al partido contra la degeneración burocrática. Deja de lado, sin embargo, el hecho de que el partido no un escenario para la afirmación personal, sino un instrumento para la revolución proletaria; que solo una revolución victoriosa es capaz de evitar la degeneración no sólo del partido, sino del proletariado en su conjunto y de la civilización moderna en general. Es usted incapaz de ver que nuestra sección americana no está enferma por un exceso de centralismo -da risa hasta oír hablar de ello-, sino de un monstruoso abuso y distorsión de la democracia, por parte de los elementos pequeñoburgueses. Este es el origen de la crisis actual.
Un obrero pasa el día en la fábrica. Tiene, en comparación, pocas horas libres para el partido. En las reuniones, está interesado por aprender las cosas más importantes: la evaluación correcta de la situación y las conclusiones políticas. Valora los líderes que hacen esto de la forma más clara y precisa posible y que están al tanto de los acontecimientos. Los elementos pequeñoburgueses, especialmente los desclasados, divorciados del proletariado, vegetan en un ambiente artificial y cerrado. Tienen mucho tiempo para charlar de política y sus substitutivos. Sacan faltas y cotillean sobre los "jefes" del partido. Siempre conocen a un líder "que les ha puesto al corriente de todos los secretos". La discusión es su elemento. Nunca tienen bastante cantidad de democracia. Se vuelven excitables, dan vueltas en un círculo vicioso y sacian su sed con agua salada. ¿Quiere usted conocer el programa organizativo de la oposición? Consiste en una loca búsqueda de la cuarta dimensión de la democracia interna. En la práctica, esto consiste en enterrar la política bajo la discusión; y enterrar el centralismo bajo la anarquía de los círculos intelectuales. En cuanto entren unos cuantos miles de trabajadores en el partido, llamarán al orden severamente a los anarquistas pequeñoburgueses. Cuanto antes, mejor.
Conclusiones
¿Por qué me he dirigido a usted y no a los otros líderes de la oposición? Porque es usted el líder ideológico del grupo. La facción del camarada Abern, sin programa y sin bandera, necesita siempre que le echen una mano. Primero fue Shachtman, luego Mute y Spector, y ahora usted, con Shachtman detrás. Considero su ideología como la expresión de la influencia burguesa en el proletariado.
A algunos camaradas les parecerá demasiado fuerte el tono de esta carta. Pero debo confesar que he hecho todo lo posible por refrenarme. Porque, después de todo, se trata nada más y nada menos que de un intento de descalificar, rechazar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento.
Me han informado de que el camarada Abern, ante mi artículo anterior, reaccionó diciendo: "Esto significa la escisión". Esta respuesta no demuestra sino que Abern tiene muy poco interés por el partido y la IV Internacional; es un hombre de corrillo. Sin embargo, las amenazas de escisi6n no deben impedirnos el presentar un análisis marxista de las diferencias. Para nosotros los marxistas, no es cuestión de una escisión, sino de educar al partido. Espero que el próximo congreso rechace enérgicamente a los revisionistas.
En mi opinión, el congreso debe declarar categóricamente que, en sus intentos por separar la sociología del materialismo dialéctico y la política' de la sociología, los líderes de la oposición han roto con el marxismo y se han convertido en la cadena de transmisión del empirismo pequeñoburgués. Una vez que se haya reafirmado, completa y decisivamente, su lealtad a la doctrina marxista y a los métodos políticos y organizativos del bolchevismo, cuando la junta directiva dé sus publicaciones oficiales se haya comprometido a promulgar y defender esta doctrina y esos métodos, el partido, naturalmente, pondrá sus páginas a la disposición de todos los miembros que se consideren capaces de añadir algo nuevo al marxismo. Pero no puede permitir que se juegue al escondite con el marxismo y sus implicaciones fundamentales.
La política del partido tiene carácter de clase. Es imposible llegar a establecer una orientación política correcta sin un análisis de clase del estado, los partidos y las tendencias ideológicas. El partido debe condenar, como vulgar oportunismo, el intento de establecer políticas en relación a la URSS de incidente en incidente e independientemente de la naturaleza de clase del Estado soviético.
La desintegración del capitalismo, que crea una gran insatisfacción entre los pequeñoburgueses y empuja sus capas más bajas hacia la izquierda, abre amplias posibilidades, pero también encierra graves peligros. La IV Internacional necesita sólo aquellos emigrantes de la pequeña burguesía que han roto por completo con su pasado de clase y que están decididamente del lado del proletariado.
Este tránsito teórico y político debe ir acompañado de la ruptura con su antiguo ambiente y del establecimiento de íntimos lazos con los trabajadores, especialmente en el reclutamiento y educación de proletarios para el partido. Los emigrantes de la pequeña burguesía que, tras un lapso de tiempo prudencial, se muestran incapaces de instalarse en el medio proletario, deben ser transferidos desde la militancia en el partido al status de simpatizantes.
Los miembros del partido que no hayan demostrando su valía en la lucha de clases, no deben ocupar puestos de responsabilidad. Un emigrante del medio burgués, por muy inteligente y devoto del socialismo que sea, debe ir a la escuela de clase trabajadora antes de convertirse en maestro. Los jóvenes intelectuales no deben ponerse a la cabeza de la juventud intelectual, sino irse unos años a provincias, a centros puramente proletarios, donde puedan realizar trabajo práctico duro.
La composición de clase del partido debe corresponder a su programa. La Sección americana de la IV Internacional se convertirá en proletaria o dejará de existir.
¡Camarada Burnham! Si podemos llegar a un acuerdo en las bases de estos principios, encontraremos sin dificultad la política correcta en relación a Polonia, Finlandia y hasta la India. Al mismo tiempo, me pongo a su entera disposición para ayudarle a dirigir cualquier lucha, dondequiera que sea, contra el conservadurismo y el burocratismo. Estas son, en mi opinión, las condiciones necesarias para terminar con la crisis actual.
Saludos bolcheviques,
L. TROTSKY
Coyoacán, D. F., 7 de enero de 1940.