Introducción |
TROTSKY
LITERATURA Y REVOLUCIÓN
Dedico este libro a Christian Georgevitch Rakovsky, al combatiente, al hombre, al amigo.
Si el proletariado ruso no hubiera creado su propio ejército tras la toma del poder, el Estado obrero habría dejado de vivir hace tiempo, y ahora no estaríamos pensando en los problemas económicos, y mucho menos en los problemas de la cultura y del espíritu.
Si en el curso de los próximos años la dictadura del proletariado se mostrase incapaz de organizar la economía y de asegurar a la población por lo menos un mínimo vital de bienes materiales, el régimen proletario estaría entonces realmente llamado a desaparecer. Por eso la economía es en la hora presente el problema de los problemas.
De todos modos, aunque los problemas elementales del alimento, del vestido, del abrigo y también de la educación primaria estuvieran resueltos, no significaría de ningún modo la victoria total del nuevo principio histórico, es decir, la victoria del socialismo. Sólo un progreso del pensamiento científico a escala nacional y el desarrollo de un arte nuevo supondrán que la semilla histórica no sólo ha crecido hasta dar una planta, sino también que ha florecido. Desde este enfoque, el desarrollo del arte es la prueba más alta de la vitalidad y de la significación de cualquier época.
La cultura vive de la savia de la economía, pero no basta con lo estrictamente necesario para que la cultura pueda nacer, desarrollarse y refinarse. Nuestra burguesía se sirvió de la literatura rápidamente en el período en que se fortaleció y enriqueció. El proletariado conseguirá preparar la formación de una cultura y de una literatura nuevas, es decir, socialistas, no por métodos de laboratorio sobre la base de nuestra pobreza, de nuestras necesidades y de nuestra ignorancia de hoy, sino a partir de vastos medios sociales, económicos y culturales. El arte necesita bienestar, abundancia incluso. Los altos hornos deberán calentar más, las ruedas girar con mayor rapidez, las lanzaderas correr más, las escuelas trabajar mejor.
Nuestra vieja literatura y nuestra vieja cultura rusas eran expresión de la nobleza y de la burocracia y se basaban en el mundo campesino. El noble pagado de sí mismo y el noble “arrepentido” imprimieron su huella en el periodo más importante de la literatura rusa. Luego apareció el intelectual plebeyo que, basándose en el campesino y en el burgués, escribió también su capítulo en la historia de la literatura rusa. Tras pasar por el periodo de esquematismo extremo de los viejos narodniki, ese intelectual plebeyo se modernizó, se diferenció e individualizó en el sentido burgués del término. Ese fue el papel histórico que le tocó cumplir a la escuela decadente y al simbolismo. Desde principios de siglo, y especialmente después de 1907-1908, la transformación burguesa de la intelligentsia y de la literatura se realizó con celeridad. La guerra puso fin, patrióticamente, a este proceso.
La revolución dio al traste con la burguesía y este hecho decisivo irrumpió en la literatura. La literatura centrada sobre un eje burgués ya no existe. Todo cuanto ha quedado, más o menos viable, en el dominio de la cultura, y especialmente en el de la literatura, se esforzó y se esfuerza aún por encontrar una orientación nueva. Desde el momento en que la burguesía no existe, el eje no puede ser otro que el pueblo sin la burguesía. Pero ¿qué es el pueblo? En primer lugar, el campesinado y, en cierta medida, los pequeños burgueses urbanos; luego los obreros que no pueden ser separados del protoplasma popular del campesinado. Esto es lo que expresa la tendencia básica de todos los “compañeros de viaje” de la revolución. Y lo mismo en Pilniak, en los “Hermanos Sérapion”, y en los “imaginistas” que están todavía vivos. Y lo mismo ocurre con algunos de los futuristas (Klebnikov, Kruchenik y W. Kamensky). La base campesina de nuestra cultura, o mejor dicho, de nuestra incultura, pone de manifiesto de modo indirecto toda su inercia.
Nuestra revolución es la expresión del campesino convertido en proletario que, sin embargo, se apoya en el campesino y le muestra el camino a seguir. Nuestro arte es la expresión del intelectual que duda entre el campesino y el proletario. Se halla incapacitado, orgánicamente, para fundirse con uno o con otro, pero se inclina las más de las veces hacia el campesino. Debido a su posición intermedia y a sus vinculaciones, no puede convertirse en mujik, pero puede cambiar al mujik. Sin embargo, no puede haber revolución sin la dirección del proletariado. Tal contradicción es el origen de la dificultad fundamental a la hora de abordar el tema. Puede afirmarse que los poetas y escritores de estos años extremadamente críticos difieren entre si por la forma en que salen de esta contradicción, y por el modo en que colman el vacío, unos mediante el misticismo, otros mediante el romanticismo, un tercero mediante un prudente distanciamiento, y un cuarto por un grito ensordecedor. Con independencia de la variedad de métodos empleados para superar la contradicción, ésta sigue siendo una en esencia: consiste en la separación creada por la sociedad burguesa entre el trabajo intelectual, incluido el arte, y el trabajo físico. La revolución es obra de hombres que realizan un trabajo físico. Uno de los objetivos últimos de la revolución consiste en superar totalmente la separación entre esas dos clases de actividad. En tal sentido, como en todos los demás, la creación de un arte nuevo es una tarea que se realiza siguiendo las líneas del trabajo fundamental, el de la construcción de una cultura socialista.
Sería ridículo, absurdo e incluso estúpido hasta más no poder, pretender que el arte permanecerá indiferente a las convulsiones de nuestra época. Son los hombres los que preparan los acontecimientos, son los hombres los que los realizan, y los acontecimientos a su vez actúan sobre los hombres y los cambian. El arte refleja, de forma directa o indirecta, la vida de los hombres que realizan o viven los acontecimientos. Y esto es válido para todas las artes, desde la más monumental a la que se centra en lo más íntimo. Si la naturaleza, el amor o la amistad no estuvieran ligadas al espíritu social de una época, la poesía lírica habría dejado de existir hace mucho tiempo. Un profundo viraje histórico, es decir, un reordenamiento de las clases en la sociedad, rompe la individualidad, coloca la percepción de los temas fundamentales de la poesía bajo un nuevo enfoque y salva así al arte de una repetición eterna.
Pero el “espíritu” de una época ¿no actúa de modo indivisible e independiente de la voluntad subjetiva? Evidentemente, en última instancia este espíritu se refleja en todos; tanto en quienes lo aceptan y encarnan como en aquellos que luchan desesperadamente contra él o en quienes se esfuerzan por librarse de él; quienes le vuelven la espalda mueren poco a poco; quienes se resisten a él pueden, a lo más, reanimar tal o cual llama arcaica: el arte nuevo, al plantear nuevos jalones y ensanchar el campo de la creación artística, sólo podrá ser creado por aquellos que se identifiquen con su época. Si trazásemos una línea que una el arte actual y el arte socialista del futuro, podríamos decir que hoy apenas hemos superado la fase de preparación de esa preparación propiamente dicha.
Hagamos un breve esbozo de los grupos de la literatura rusa actual.
La literatura que se halla alejada de la revolución, desde los folletinistas del periódico de Suvorín hasta los líricos más sublimes del Valle de Lágrimas de la aristocracia, agoniza como las clases a las que han servido. Por lo que respecta a la forma, genealógicamente, esa literatura representa el perfeccionamiento de la línea maestra de nuestra vieja literatura, que comenzó como literatura de la nobleza y que terminó como literatura simplemente burguesa.
La literatura “mujik” soviética, que canta al campesino, puede encontrar sus raíces, desde el punto de vista de la forma, aunque de modo menos claro, en las tendencias eslavófilas y populistas de la vieja literatura. Resulta evidente que los escritores que cantan al mujik no preceden directamente de los mujiks. No existirían sin la literatura anterior de la nobleza y de la burguesía, de cuya literatura son la rama más joven. En la actualidad todos ellos tratan de ponerse de acuerdo con la hora de la nueva sociedad.
Indudablemente, el futurismo también era un brote de la vieja literatura. Pero el futurismo ruso no había alcanzado su completo desarrollo en el marco de la vieja literatura, ni había sufrido la adaptación burguesa que le hubiera valido ser reconocido oficialmente. Cuando estalló la guerra y luego la revolución, el futurismo era todavía bohemio, como todas las escuelas literarias en los países capitalistas. Gracias al impulso de los acontecimientos, el futurismo se adentró por los nuevos derroteros de la revolución. Un arte revolucionario no podía nacer de ahí por la misma naturaleza de las cosas. Aunque sigue siendo, por muchas razones, un brote revolucionario bohemio del arte antiguo, el futurismo contribuye en mayor medida, más directa y más activamente que cualquier otra tendencia, a la formación del arte nuevo.
Por significativas que puedan ser en líneas generales las obras de determinados poetas proletarios, su sedicente “arte proletario” no hace otra cosa sino cumplir un período de aprendizaje. Siembra por doquier los elementos de la cultura artística, ayuda a la nueva clase a asimilar las obras antiguas, aunque de modo superficial. En este sentido es una de las corrientes que llevan al arte socialista del futuro.
Carece de todo fundamento oponer la cultura burguesa y el arte burgués a la cultura proletaria y al arte proletario. De hecho, estos últimos no existirán jamás, porque el régimen proletario es temporal y transitorio. La significación histórica y la grandeza moral de la revolución proletaria residen precisamente en que ésta sienta las bases de una cultura que no será ya una cultura de clase, sino la primera cultura auténticamente humana.
Durante el período de transición, nuestra política artística puede y debe consistir en ayudar a los diferentes grupos y escuelas artísticas salidos de la revolución a captar correctamente el sentido histórico de la época y una vez haberles colocado ante el siguiente criterio categórico, “por la revolución o contra la revolución”, concederles una total libertad de autodeterminación en el terreno del arte.
Por el momento, la revolución se refleja en el arte de modo parcial solamente, una vez que el artista deja de mirarla como una catástrofe exterior, y en la medida en que todos los artistas y poetas, tanto los viejos como los nuevos, se conviertan en una parte de la trama viviente de la revolución y aprendan a verla no desde fuera, sino desde el interior.
El torbellino social no se calmará pronto. Ante nosotros tenemos decenios de lucha en Europa y en América. No sólo los hombres y las mujeres de nuestra generación, sino también los de la generación venidera, serán partícipes, héroes y víctimas de esta lucha. El arte de nuestra época será colocado enteramente bajo el signo de la revolución.
Este arte necesita una nueva conciencia. Por encima de todo es incompatible con el misticismo, sea éste sincero o se disfrace de romanticismo: la revolución tiene por punto de partida la idea central de que el hombre colectivo debe convertirse en el único señor y de que los límites de su poder sólo están determinados por su conocimiento de las fuerzas naturales y por su capacidad de utilizarlas. Este arte nuevo es también incompatible con el pesimismo, con el escepticismo, con todas las demás formas de abatimiento espiritual. Es realista, activo, colectivista, de forma vital y henchido de una confianza ilimitada en el porvenir.
29 de julio de 1924.
|