Anton PANNEKOEK  - Los Consejos Obreros - Capítulo primero: La tarea

 

 

7. La organización de consejos

El sistema social que aquí consideramos podría denominarse como una forma de comunismo, salvo que ese nombre, por la propaganda del Partido Comunista a nivel mundial, se utiliza para designar un sistema de socialismo de Estado bajo la dictadura partidaria. Pero, ¿qué es un nombre? Siempre se abusa de los nombres para engañar a las masas, pues los sonidos familiares les impiden utilizar críticamente su cerebro y reconocer claramente la realidad. Más conveniente, por lo tanto, que buscar el nombre correcto, será examinar más de cerca las características principales del sistema constituido por la organización de consejos.

Los consejos obreros son la forma de autogobierno que en tiempos futuros reemplazará a las formas de gobierno del viejo mundo. Por supuesto, no para todo el futuro; ninguna forma de éstas se crea para la eternidad. Cuando la vida y el trabajo en la comunidad sean un hábito natural, cuando la humanidad controle enteramente su propia vida, la necesidad cederá el paso a la libertad y las reglas estrictas de la justicia establecidas con anterioridad se disolverán en formas de conducta espontánea. Los Consejos Obreros son la forma de organización durante el período de transición en el cual la clase trabajadora está luchando por el predominio, está destruyendo al capitalismo y organizando la producdón social. Para conocer su verdadero carácter será conveniente comparados con las formas existentes de organización y gobierno, tal como están fijadas por la costumbre y resultan evidentes por sí mismas en la mente del pueblo.

Las comunidades que son demasiado grandes como para reunirse en una sola asamblea regulan siempre sus asuntos mediante representantes, delegados. Así, los burgueses de las ciudades medievales libres se gobernaban por consejos de ciudad, y la clase media de todos los países modernos, siguiendo el ejemplo de Inglaterra, tiene sus parlamentos. Cuando hablamos de administración de los asuntos por delegados elegidos pensamos siempre en parlamentos; por ende, tenemos que comparar especialmente con un parlamento a los consejos obreros para discernir los rasgos predominantes de éstos. Es razonable pensar que con las amplias diferencias existentes entre las clases y los propósitos que éstas persiguen, también sus cuerpos representativos deban ser esencialmente distintos.

La siguiente diferencia salta en seguida a la vista: los consejos obreros se ocupan del trabajo, tienen que regular la producción, mientras que los parlamentos son cuerpos políticos que examinan y deciden las leyes y los asuntos estatales. Sin embargo, la política y la economía no ocupan campos totalmente desvinculados entre sí. Bajo el capitalismo, el Estado y el parlamento tomaron las medidas y aprobaron las leyes necesarias para el curso sin tropiezos de la producción; entre ellas estaban las imprescindibles para asegurar el tráfico y los tratos comerciales, para proteger el comercio y la industria, los negocios y los viajes en el interior y el exterior de los países, para la administración de justicia, la acuñación de monedas y la adopción de pesas y medidas uniformes. Y también su trabajo político, que a primera vista no se vincula con la actividad económica, se ocupó de las condiciones generales de la sociedad, de las relaciones entre las diferentes clases, que constituyen el fundamento del sistema de producción. Así, la política, la actividad de los parlamentos, puede considerarse en un sentido más amplio como auxiliar de la producción.

¿Cuál es entonces bajo el capitalismo la distinción existente entre política y economía? Se comparan entre sí como la reglamentación general se compara con la práctica real. La tarea de la política es establecer las condiciones sociales y legales en que el trabajo productivo puede realizarse sin obstáculos; el trabajo productivo mismo es la tarea de los ciudadanos. Así, hay una división del trabajo. Las reglamentaciones generales, aunque constituyen fundamentos necesarios, forman sólo una parte menor de la actividad social, accesoria del trabajo propiamente dicho, y se las puede confiar a una minoría de políticos gobernantes. El trabajo productivo mismo, base y contenido de la vida social, consiste en las actividades separadas de numerosos productores y llena totalmente la vida de éstos. La parte esencial de la actividad social es la tarea personal. Si todo el mundo se ocupa de su propia actividad y realiza bien su tarea, la sociedad en su conjunto marchará bien. Cada tanto, a intervalos regulares, en días de elección parlamentaria, los ciudadanos tienen que prestar atención a las reglamentaciones generales. Sólo en tiempos de crisis social, de decisiones fundamentales y graves litigios, de guerra civil y revolución, la masa de los ciudadanos tiene que dedicar todo su tiempo y sus fuerzas a estas reglamentaciones generales. Una vez decididos los aspectos fundamentales, los ciudadanos podrían volver a su ocupación privada y dejar confiados una vez más estos asuntos generales a la minoría, a los jurisconsultos y los políticos, al parlamento y al gobierno.

Totalmente distinta es la organización de la producción común mediante los consejos obreros. La producción social no se divide en una cantidad de empresas separadas, cada una de las cuales constituye la tarea vital restringida de una persona o grupo; forma, en cambio, una totalidad intervinculada, un objeto de cuidado para todos los trabajadores, que ocupa sus mentes como tarea común de todos ellos. La reglamentación general no es una cuestión accesoria que queda a cargo de un pequeño grupo de especialistas; es la cuestión principal, que requiere la atención de todos en conjunto. No hay ninguna separación entre la política y la economía como actividades cotidianas de un cuerpo de especialistas y del grueso de los productores. Para la comunidad única de productores la política y la economía se han fundido en la unidad de reglamentación general y trabajo productivo práctico. Su carácter unitario es el objeto esencial para todos.

Este carácter se refleja en la práctica de todos los procedimientos. Los consejos no son políticos, no son gobierno. Son mensajeros, que transmiten e intercambian las opiniones, las intenciones, la voluntad de los grupos de trabajadores. No, en verdad, como los mensajeros indiferentes que llevan apáticos las cartas o mensajes de las que ellos mismos no saben nada. Los mensajeros de los obreros han tomado parte en las discusiones, se destacaron como los fogosos portavoces que representaban las opiniones predominantes. Así luego, como delegados del grupo, serán no sólo capaces de defenderlos en la reunión del consejo, sino, al mismo tiempo, tendrán la suficiente imparcialidad como para ser accesibles a los demás argumentos y para informar a su grupo acerca de las opiniones que recibieron mayor adhesión. Por lo tanto, ellos serán los órganos del intercambio y la discusión social.

La práctica de los parlamentos es exactamente la contraria. En este caso los delegados tienen que decidir sin pedir instrucciones a sus votantes, sin tener ningún mandato coactivo. Aunque el miembro del parlamento, para mantener su fidelidad, puede dignarse hablarle y exponerles su línea de conducta, lo hace como dueño de sus propias acciones. Vota como el honor y la conciencia se lo dictan, de acuerdo con sus propias opiniones, por supuesto, ya que él es el experto en política, el especialista en cuestiones legislativas, y no puede dejar que lo dirijan mediante instrucciones provenientes de personas ignorantes. Su tarea es la producción, los negocios privados, su tarea es la política, las reglamentaciones generales. Tiene que guiarse por elevados principios políticos y no debe dejarse influir por el estrecho egoísmo de sus intereses privados. De esta manera se hizo posible que en el capitalismo democrático los políticos, elegidos por una mayoría de trabajadores, puedan servir a los intereses de la clase capitalista.

En el movimiento laboral también lograron hacer pie los principios del parlamentarismo. En las organizaciones masivas de los sindicatos, o en organizaciones políticas gigantescas tales como el Partido Socialdemócrata alemán, los funcionarios de las juntas directivas, como una especie de gobierno, tomaron poder sobre los miembros, y sus congresos anuales asumieron el carácter de parlamentos. Los líderes los llamaban orgullosamente así, parlamentos de trabajo, para acentuar su importancia; y los observadores críticos señalaron la lucha de facciones, la demagogia de los líderes y la intriga por detrás del escenario. como indicios de la misma degeneración que se observaba en los parlamentos reales. En verdad, eran parlamentos en su carácter fundamental. No en el comienzo, cuando los sindicatos eran pequeños, y miembros esforzados hacían todo el trabajo por sí mismos, en la mayoría de los casos gratuitamente. Pero con el aumento del número de miembros se produjo la misma división del trabajo que en la sociedad más amplia. Las masas trabajadoras tuvieron que prestar toda su atención a sus intereses personales separados, a la manera de conseguir y conservar su trabajo, que eran los principales contenidos de su vida y de su mente. Sólo de una manera muy general tuvieron además que decidir mediante el voto acerca de su clase común y sus intereses de grupo. La práctica de detalle quedó a cargo de los expertos, los funcionarios sindicales y líderes partidarios, que sabían cómo tratar con los patrones capitalistas y las secretarías de Estado. Y sólo una minoría de líderes locales estaba suficientemente familiarizada con estos intereses generales como para poder asistir con carácter de delegados a los congresos, donde pese a los mandatos a menudo categ6ricos, tenían en la realidad que votar según su propio juicio.

En la organización de consejos desaparece el predominio de los delegados sobre su electorado, porque también desaparece la base de ese predominio, que es la división de las tareas. La organización social del trabajo obliga a cada trabajador a prestar toda su atención a la causa común, a la totalidad de la producción. La producción de los bienes necesarios para la vida como base de ésta ocupa totalmente, como antes, la mente de los trabajadores. Pero ello no ocurre en la forma de preocupación por la propia empresa, el propio trabajo, la competencia con los demás. La vida y la producción sólo pueden asegurarse mediante la colaboración, el trabajo colectivo con los compañeros. Por consiguiente, este trabajo colectivo es lo predominante en el pensamiento de cada uno. La conciencia comunitaria es el fondo, la base de todo sentimiento y pensamiento.

Esto implica una revolución total en la vida espiritual del hombre. El hombre aprende a ver la sociedad, a conocer la comunidad. En épocas anteriores, bajo el capitalismo, su visión se concentraba en la pequeña parte relacionada con su negocio, su trabajo, él mismo y su familia. Esto era imperativo para su vida, para su existencia. La sociedad se asomaba por detrás de su pequeño mundo visible como un fondo oscuro y desconocido. El hombre experimentaba, sin duda, las poderosas fuerzas de ésta, que determinaban el éxito o el fracaso como resultado de su trabajo; pero guiado por la religión, las veía como la acción de Potencias Supremas sobrenaturales. Ahora, por el contrario, la sociedad está a plena luz, transparente y cognoscible, la estructura del proceso social del trabajo está expuesta ante los ojos de los hombres, la vista de éstos se dirige a la totalidad de la producción. Esto es imperativo para su vida, para su existencia. La producción social es objeto de reglamentación consciente. La sociedad es una cosa manejada, manipulada por el hombre, y por lo tanto comprendida en su carácter esencial. Así, el mundo de los consejos obreros transforma la mente.

Para el parlamentarismo, para el sistema político del negocio separado, el pueblo era una multitud de personas separadas, a lo sumo, en la teoría democrática, cada una supuestamente dotada de los mismos derechos naturales. Para elegir sus delegados se agrupaban de acuerdo con su residencia. En tiempos del pequeño capitalismo podía suponerse que los vecinos que habitaban en la misma ciudad o aldea tenían una cierta comunidad de intereses. En el capitalismo posterior este supuesto se transformó cada vez más en una ficción sin sentido. Los artesanos, los dueños de negocios, los capitalistas, los trabajadores que viven en el mismo barrio de una ciudad, tienen intereses distintos y opuestos, dan habitualmente su voto a diferentes partidos, y se imponen mayorías que se forman por azar. Aunque la teoría parlamentaria considera al hombre elegido como representante del electorado, es evidente que todos estos votantes no constituyen juntos un grupo que lo envía como delegado a representar sus deseos.

La organización de los consejos, en este respecto, es totalmente lo opuesto del parlamentarismo. En este caso los grupos naturales, los obreros que colaboran entre sí, el personal de las fábricas, actúan como unidades y designan a sus delegados. Puesto que tienen intereses comunes y participan en la praxis de la vida diaria, pueden enviar a algunos de ellos como representantes y portavoces reales. La democracia completa se realiza en este caso mediante los iguales derechos de cada uno de los que participan en el trabajo. Por supuesto, quien se excluye del trabajo no tiene voz en su reglamentación. No puede considerarse como una falta de democracia el hecho de que en este mundo de autogobiemo de los grupos que colaboran, todos los que no tengan ningún interés en el trabajo -el capitalismo dejará gran cantidad de ellos: explotadores, parásitos, rentistas-, no tomen parte en las decisiones.

Hace setenta años Marx señaló que entre el dominio del capitalismo y la organización final de una humanidad libre habría un tiempo de transición en el cual la clase trabajadora sería dueña de la sociedad, pero la burguesía no habría desaparecido aún. Marx llamaba a este estado de cosas dictadura del proletariado. En esa época esta palabra no tenía aún el sonido ominoso de los actuales sistemas despóticos, ni se la podía uqlizar equívocamente para designar la dictadura de un partido gobernante, como ocurrió después en Rusia. Significaba simplemente que el poder dominante sobre la sociedad se transfería de los capitalistas a la clase trabajadora. Con posterioridad el pueblo, enteramente confinado dentro de las ideas del parlamentarismo, trataría de materializar esta concepción suprimiendo el derecho de las clases propietarias a integrar los cuerpos políticos. Es evidente que al violar, como lo hizo, el sentimiento instintivo de la igualdad de derechos, entraba en contradicción con la democracia. Vemos ahora que la organización de consejos pone en práctica lo que Marx anticipó teóricamente, salvo que en esa época no podía aún imaginarse la forma práctica. Cuando los productores mismos reglamentan la producción, la ex clase explotadora queda automáticamente excluida de tomar parte en las decisiones, sin necesidad de que esto se estipule artificialmente. La concepción de Marx de la dictadura del proletariado resulta ahora idéntica a la democracia laboral de la organización de consejos.

Esta democracia laboral es totalmente distinta de la democracia política del anterior sistema social. La así llamada democracia política bajo el capitalismo era una parodia, un sistema artificioso concebido para enmascarar el real dominio del pueblo por una minoría gobernante. La organización de consejos es una democracia real, la democracia del trabajo, que hace que quienes trabajan sean dueños de su trabajo. Bajo la organización de consejos desaparece la democracia política, porque la política misma desaparece y deja su lugar a la economía social. La actividad de los consejos, puesta en acción por los trabajadores como órganos de colaboración, guiada por el permanente estudio y la tensa atención a las circunstancias y necesidades, abarca todo el campo de la sociedad. Todas las medidas se toman en medio de constante intercambio, por la deliberación en los consejos y la discusión en los grupos y los talleres, por acciones en los talleres y decisiones en los consejos. Lo que se hace en tales condiciones nunca podría ser producto de órdenes venidas de arriba y proclamadas por la voluntad de un gobierno. Procede de la voluntad común de todas las personas interesadas, puesto que se funda en la experiencia laboral y el conocimiento de todos, e influye profundamente en la vida de todos. Las medidas sólo pueden ejecutarse de manera tal que las masas las pongan en práctica como su propia resolución y voluntad; la coerción externa no puede imponerlas, simplemente porque le falta esa fuerza. Los consejos no son un gobierno; ni siquiera los consejos más centrales tienen un carácter gubernamental. En efecto, no disponen de ningún medio para imponer su voluntad sobre las masas; no tienen órgano alguno de poder. Todo el poder social está en manos de los trabajadores mismos. Cuando se requiera el uso del poder contra perturbaciones o ataques que afecten al orden existente, éste procederá de las colectividades de trabajadores de las fábricas y se mantendrá bajo su control.

Los gobiernos eran necesarios, durante todo el período de la civilización hasta la actualidad, como instrumentos de la clase dominante para mantener oprimidas a las masas explotadas. Esos gobiernos se arrogaban también funciones administrativas en medida creciente, pero su carácter principal, como estructuras de poder, estaba determinado por la necesidad de mantener la dominación de clase. Una vez desvanecida esa necesidad, también desaparecerá el instrumento. Lo que subsistirá es administración, uno de los muchos tipos de trabajo, la tarea de clases especiales de trabajadores; lo que vendrá en su lugar, el espíritu vital de la organización, es la constante deliberación de los trabajadores en el pensamiento común que sirve a su causa común. Lo que impone el cumplimiento de las decisiones de los consejos es la autoridad moral de éstos. Pero la autoridad moral en tal sociedad tendrá un poder más imperativo que cualquier orden o medida. coercitiva por parte de un gobierno.

Cuando en la época precedente de los gobiernos sobre el pueblo había que conceder poder político al pueblo y a sus parlamentos, se hacía una separación entre la parte legislativa y ejecutiva del gobierno, completada a veces con la judicial como tercer poder independiente. La confección de las leyes era tarea de los parlamentos, pero la aplicación, la ejecución, el gobierno diario quedaba reservado a un pequeño grupo privilegiado de gobernantes. En la comunidad laboral de la nueva sociedad desaparecerá esta distinción. La decisión y la realización estarán íntimamente vinculadas. Quienes tienen que hacer el trabajo deben décidir, y lo que ellos deciden en común ellos mismos tienen que ejecutarlo en común. En el caso de grandes masas, los consejos serán sus órganos de decisión. Cuando la tarea ejecutiva se confiaba a cuerpos centrales, éstos debían tener el poder de mando, debían ser los gobiernos. Como la tarea ejecutiva corresponderá a las masas mismas, este carácter estará ausente en los consejos. Además, de acuerdo con los variados problemas y objetos de reglamentación y decisión, se delegarán y reunirán diferentes personas en diferentes combinaciones. En el campo de la producción misma, todas las plantas tienen no sólo que organizar cuidadosamente su propio rango extensivo de actividades, sino también que vinculado horizontalmente con empresas similares y verticalmente con quienes los proveen de materiales o utilizan sus productos. En la dependencia e intervinculación mutua de las empresas, en su conjunción con las ramas de la producción, los consejos de discusión y decisión abarcarán dominios cada vez más amplios, hasta llegar a la organización central que agrupa a toda la producción. En cambio, la organización del consumo, la distribución de todos los artículos necesarios para el consumidor, requerirá sus propios consejos de delegados de todas las personas interesadas, y tendrá un carácter más local o regional.

Aparte de esta organización de la vida material de la humanidad hay un amplio sector de actividades culturales, y de otras no directamente productivas, que son de primera necesidad para la sociedad, tales como la educación de los niños o el cuidado de la salud de todos. En este dominio vale el mismo principio, el principio de la autorreglamentación de estos campos de trabajo por quienes trabajan en ellos. Parece totalmente natural que en el cuidado de la salud universal, así como en la organización de la educación, todos los que toman parte activamente, en un caso los médicos y en otro los maestros, reglamenten y organicen mediante sus asociaciones todos los servicios que prestan. Bajo el capitalismo, cuando éstos tenían que hacer profesión y vivir de la enfermedad humana o de instruir a los niños, su vinculación con la sociedad en general tomaba la forma de negocio competitivo o de reglamentación y órdenes por parte del gobierno. En la nueva sociedad, como consecuencia de la vinculación mucho más íntima existente entre salud y trabajo, y entre educación y trabajo, quienes se ocupen de esas tareas tendrán que reglamentarIas en estrecho contacto y permanente colaboración de sus órganos de intercambio, o sea de sus consejos, con otros consejos obreros.

Debe señalarse aquí que la vida cultural, el dominio de las artes y las ciencias, por su naturaleza misma está tan íntimamente vinculado ban la inclinación y el esfuerzo individual, que sólo la libre iniciativa de las personas no abrumadas por el peso del trabajo incesante puede asegurar su florecimiento. Esta verdad no queda refutada por el hecho de que durante los siglos pasados de la sociedad clasista los príncipes y los gobiernos protegieran y dirigieran las artes y las ciencias, proponiéndose por supuesto utilizarlas como utensilios para su gloria y para la preservación de su dominio. Hablando en general, hay una disparidad fundamental tanto en lo que respecta a las actividades culturales como a todas las otras no productivas y productivas, entre la organización impuesta desde arriba por un cuerpo gobernante y la organización lograda mediante la libre colaboración de colegas y camaradas. La organización centralmente dirigida consiste en una reglamentación lo más uniforme posible sobre todo el dominio; de otro modo no podría supervisárselo y dirigirlo desde un centro. En el caso de la autorreglamentación realizada por todos los interesados, la iniciativa de numerosos expertos, todos los cuales escudriñan cuidadosamente su propio trabajo y lo perfeccionan emulándose, imitándose y consultándose entre sí en constante intercambio, debe dar por resultado una rica diversidad de modos y medios. Cuando la vida espiritual depende de las órdenes centrales de un gobierno, debe caer en una obtusa monotonía; cuando la inspira la libre espontaneidad del impulso humano masivo, debe desplegarse en brillante variedad. El principio de los consejos proporciona la posibilidad de descubrir las formas apropiadas de organización.

Por consiguiente, la organización de consejos teje una matizada red de cuerpos que colaboran a través de la sociedad regulando su vida y progreso de acuerdo con su propia y libre iniciativa; y todo lo que se discute y decide en los consejos adquiere su poder real por la comprensión, la voluntad, la acción de la humanidad trabajadora misma.

 


Last updated on: 5.30.2011