Escrito: 1934.
Primera vez publicado: Comunismo, no 37, agosto de 1934.
Transcripción: Martin Fahlgren, para marxists.org,
octubre de 2010.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2010.
El problema de la emancipación de las nacionalidades oprimidas, particularmente agudizado después de la guerra imperialista de 1914-1918, que destruyó el monstruoso imperio plurinacional austro-húngaro a cambio de la balcanización de Europa, ofrece indiscutible interés para el movimiento obrero, y especialmente para el de aquellos países que, como España, lo tienen planteado de un modo tan vivo que la indiferencia ante el mismo es completamente inadmisible. El proletariado ha de adoptar ante esta cuestión una actitud clara y definida.
Por fortuna, gracias principalmente a la aportación valiosísima de Lenin, cuenta con una teoría sólidamente cimentada que puede servirle de guía insustituible para la acción. Esa teoría, a la cual dio cima el fundador del bolchevismo, ha sido el resultado de un prolongado proceso de elaboración, cuyos inicios hay que buscar en la turbulenta época de los años 40 del siglo pasado y en la reacción ante los acontecimientos que la caracterizaron, de los grandes revolucionarios que echaron los cimientos movimiento obrero internacional.
Las ideas de los fundadores del socialismo científico sobre los movimientos nacionales no constituyen un cuerpo de doctrina estructurado. En realidad, no consagraron al problema una gran atención. La época en que vivían tenía otras exigencias. En el período de la revolución de 1848 todo el esfuerzo se reducía a obtener la mayor concentración posible de fuerzas de la revolución. Por esto, Marx y Engels se pronunciaban resueltamente, por ejemplo, contra el movimiento nacional de los eslavos, que hacían el juego a la reacción y contribuían activamente a ahogar el impulso revolucionario de las masas populares.
De las ideas que aparecen dispersas en sus trabajos teóricos y políticos y en su correspondencia, que, dicho sea de paso, constituye un caudal inagotable de enseñanzas, se desprenden, sin embargo, las líneas generales de una actitud firme y clara. Esas premisas teóricas iniciales constituyen la piedra angular en que reposa la doctrina que, con respecto la cuestión de las nacionalidades oprimidas, sustenta actualmente el marxismo revolucionario.
La idea central de Marx y Engels era la subordinación de todos los problemas a los intereses generales de la revolución. Su actitud ante los movimientos nacionales no podía escapar a esta norma fundamental e inquebrantable. Así, cuando Marx preconiza la necesidad de la liberación de Irlanda, no parte de los intereses de la nación irlandesa, sino de los del proletariado. «La clase obrera inglesa —decía a Kugelmann en su carta del 29 de diciembre de 1869 — debe no sólo ayudar a Irlanda, sino tomar la iniciativa de la abolición del pacto de 1801 y su sustitución por una unión libre basada en el principio federal. El proletariado inglés debe preconizar esta política, no por simpatía hacia los irlandeses, sino porque es necesaria desde el punto de vista de sus propios intereses. Si no lo hace así, el pueblo inglés se convertirá en un auxiliar de las clases dominantes, porque tendrá que obrar junto con él contra Irlanda.»
Engels, por su parte, escribía a Bernstein en 1891, con motivo de la insurrección de Dalmacia: «Hemos de trabajar por la emancipación del proletariado occidental. Todo lo demás ha de subordinarse a este fin. Por interesantes que sean los pueblos balcánicos y otros análogos, no quiero saber nada de ellos si sus anhelos de emancipación chocan con los intereses del proletariado. Los alsacianos también son víctimas de la opresión. Pero si en vísperas de una revolución que con toda evidencia se aproxima, provocan una guerra entre Francia y Alemania, lanzan a un pueblo contra otro y con ello retrasan la revolución, les digo: «¡Deteneos! Tened paciencia, mientras la tenga el proletariado. Si éste se emancipa, vosotros también seréis libres; pero, entretanto, no toleraremos que echéis a perder la causa del proletariado combatiente.»
La posición de Marx y Engels podía resumirse así: actitud democrática consecuente anteel problema nacional, apoyo incondicional a todo lo que éste tenga de progresivo y sirva los intereses generales del proletariado. Pero, al mismo tiempo, afirmación de la unidad de la clase explotada por encima de los intereses nacionales. Toda desviación del democratismo consecuente, en este aspecto, lo consideraban como una desviación burguesa y reaccionaria, y, de la misma manera, toda desviación de los principios de la unidad del proletariado consideraban como una manifestación de la influencia burguesa sobre este último, como una reminiscencia del nacionalismo burgués. Por esto reaccionaban con idéntica energía, tanto contra los que, como Proudhon, en nombre de un internacionalismo abstracto, consideraban que la cuestión nacional era un «prejuicio burgués» como contra los que subordinaban a los intereses nacionales la causa del proletariado.
En una carta del 29 de junio de 1866, Marx, refiriéndose a Lafargue, revolucionario de la primera categoría, que en una reunión del Consejo General de la I Internacional había negado las nacionalidades, decía Engels que Lafargue, sin darse cuenta de ello, entendía por «negación de las nacionalidades» la absorción de todas éstas por la nación francesa. Para el inmortal autor del Capital, este internacionalismo era una monstruosa mixtificación, completamente inadmisible.
El principio de la unidad proletaria, de la comunidad de intereses de los obreros de las distintas naciones, es afirmado con particular relieve en las siguientes líneas, que entresacamos de una carta de Engels al líder socialdemócrata austríaco Víctor Adler: «Hoy sabemos lo que los obreros de Bohemia de las dos nacionalidades no hacían más que sentir: el odio entre las nacionalidades no es posible más que bajo la dominación de los señores feudales, grandes propietarios y capitalistas. Este odio sirve para perpetuar esta dominación. Los obreros checos y alemanes tienen los mismos intereses comunes. Tan pronto como la clase obrera llegue al poder, queda suprimido todo pretexto para las querellas nacionales. Pues la clase obrera es internacional por su naturaleza misma.»
A la luz de esta actitud dialéctica se comprenden perfectamente las contradicciones que, a los ojos de un observador superficial, aparecían en la posición de Marx y Engels ante los distintos problemas nacionales planteados en Europa en la época en que vivieron. De acuerdo con esta actitud, sostienen el derecho indiscutible de Irlanda a su emancipación del yugo inglés, se pronuncian decididamente por la unidad y la liberación de Italia, subrayan la inconsistencia y la inanidad histórica de un movimiento nacional en el sur de Francia, combaten el paneslavismo como elemento de reacción, afirman el carácter progresivo de la unidad alemana para cambiar radicalmente de actitud cuando París proclama la Commune en 1871 y, finalmente, se solidarizan con la lucha de Polonia por su emancipación, sin que ello sea un obstáculo para que más tarde rectifiquen hasta cierto punto su posición cuando surge en Rusia un movimiento revolucionario de una cierta potencia.
Los dos grandes problemas nacionales que más agitaban a Europa a mediados del siglo pasado eran el de Irlanda y el de Polonia. Que Marx y Engels les dedicaran especial atención se explica perfectamente.
Hemos visto ya, por lo que a Irlanda se refiere, que preconizaban como solución la federación libre con Inglaterra. Pero conviene tener en cuenta que fieles a su democratismo consecuente, consideraban al mismo tiempo completamente indiscutible el derecho de Irlanda a la separación en el caso de que fuera imposible llegar a un acuerdo.
En una carta sobre el problema irlandés, dirigida en nombre del Consejo General de la I Internacional al Comité de Ginebra, Marx expone su punto de vista con singular claridad. Por su extraordinaria importancia, reproducimos a continuación los párrafos esenciales de dicho documento:
«Si Inglaterra — dice Marx — es el reducto del landlordismo[1] y del capitalismo europeos, el único punto desde el cual se puede asestar un golpe decisivo a la Inglaterra oficial es Irlanda. Ante todo, Irlanda es el reducto del landlordismo inglés. Si éste cae en Irlanda, caerá inevitablemente en Inglaterra. En Irlanda esta operación es cien veces más fácil, porque en dicho país la lucha económica se concentra exclusivamente en la propiedad agraria. Dicha lucha es, al mismo tiempo nacional, y el pueblo es más revolucionario y está más irritado en Irlanda que en Inglaterra. El landlordismo en Irlanda se halla apoyado únicamente por el ejército inglés. En el momento en que cese la unión forzada de estos dos países, estallará en Irlanda la revolución social, aunque sea bajo formas anticuadas. El landlordismo inglés perderá no sólo una fuente considerable de sus riquezas, sino también una fuente importantísima de su fuerza moral en calidad de representante de la dominación de Inglaterra sobre Irlanda. De otra parte, el proletariado inglés hace invulnerables a sus landlords en Inglaterra mientras deje intacto su poderío en Irlanda.
Además, la burguesía inglesa no sólo explota la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera en Inglaterra mediante la emigración forzada de los indigentes irlandeses, sino que se ha dividido al proletariado en dos campos antagónicos. En todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletariado inglés e irlandés. El obrero inglés medio odia al irlandés como a un competidor que deprecia los salarios y rebaja el nivel de vida. Siente por él un odio nacional y religioso... La burguesía cultiva artificialmente este antagonismo, porque sabe que en él radica el secreto de la conservación de su poderío. Este antagonismo se manifiesta, asimismo, en la otra parte del Atlántico. Expulsados de la tierra natal por los bueyes y las ovejas[2], los irlandeses se trasladan a los Estados Unidos, donde constituyen una parte considerable de la población. Su único pensamiento, su única pasión, es el odio hacia los ingleses. Los gobiernos inglés y norteamericano, esto es, las clases que representan, cultivan este odio con el fin de eternizar las contradicciones internacionales, que constituyen un obstáculo a una unión seria y honrada entre la clase obrera de los dos países, y, como consecuencia de ello, un obstáculo a su emancipación común... Irlanda representa en la actualidad lo que representaba, en proporciones mucho mayores, la antigua Roma. El pueblo que esclaviza a otro forja sus propias cadenas.
El punto de vista de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la cuestión irlandesa es, por consiguiente, muy claro. Su misión principal es acelerar la revolución social en Inglaterra. Con este fin, hay que asestar un golpe definitivo a Irlanda.»
Ya nos perdonará el lector la extensión de este extracto en gracia a su importancia y a la claridad insuperable con que Marx expone su apreciación del problema irlandés. La reproducción de estas líneas es, además, tanto más necesaria cuanto pertenecen a un texto completamente desconocido en nuestro país y bastan para precisar el criterio marxista respecto a los movimientos de emancipación nacional.
Marx y Engels fundamentan su actitud ante el movimiento nacional polaco en el papel desempeñado por este último como uno de los factores más decisivos de la lucha contra el zarismo y por el triunfo de la revolución. Una Polonia democrática sería, a su juicio, el reducto de la democracia europea contra Rusia. Pero la lucha por la independencia de la nación polaca debía estar íntimamente ligada con la lucha general revolucionaria de las masas populares y, muy particularmente, con la revolución rusa. La independencia de Polonia y la revolución rusa son dos cosas que se condicionan mutuamente. En la medida en que el movimiento polaco de emancipación nacional se convertía en la causa de todos los pueblos oprimidos y constituía, por consiguiente, un factor progresivo, debía ser calurosamente apoyado. Polonia, por sus condiciones sociales especiales, se convertía en una parte revolucionaria de Rusia, Austria y Prusia. «Mientras nosotros, los alemanes — decía Marx —, ayudemos a oprimir a Polonia, mientras mantengamos una parte de Polonia adscrita a Alemania, quedamos atados a Rusia y a la política rusa y no podemos emanciparnos, en nuestro propio país, del absolutismo feudal. La creación de una Polonia democrática es la primera condición de la creación de una Alemania democrática.»
En 1851, Engels había expresado sus dudas a Marx sobre la significación histórica de Polonia, que consideraba transitoria «hasta la revolución agraria en Rusia»[3]; pero, sin embargo, esto no le impide adoptar, años más tarde, una actitud de cálida simpatía cuando Polonia se agita y no ha despertado todavía en Rusia el movimiento revolucionario. «La Rusia oficial — dice en su artículo del «Volkstaat» del 11 de junio de 1874 — sigue siendo el reducto y el refugio de toda la reacción europea, y su ejército, la reserva de los demás ejércitos de Europa que protegen el régimen social fundado en la opresión de la clase obrera. Los primeros que chocarán con ese inmenso ejército serán los obreros alemanes, tanto del imperio germánico como de Austria. Mientras los rusos estén tras la espalda de la burguesía austríaca y alemana, de los gobiernos austríaco y alemán, el movimiento obrero alemán estará paralizado. Por esto nosotros, los alemanes, estamos más interesados que nadie en librarnos del yugo de la reacción y del ejército rusos. Y en esta causa no tenemos más que un aliado seguro en todas las circunstancias. Este aliado es el pueblo polaco... Polonia demostró en 1863 y sigue demostrando todos los días que no es posible destruirla. Su derecho a una existencia independiente en el seno de la familia de los pueblos europeos es indiscutible. Pero la liberación de Polonia es particularmente necesaria para dos pueblos: para los alemanes y para los propios rusos. El pueblo que oprime a otro no se puede emancipar a sí mismo. La fuerza que necesita para la opresión de los demás se vuelve, al fin y al cabo, contra él mismo. Mientras en Polonia haya soldados rusos, no se puede esperar ni la emancipación política ni la emancipación social del pueblo ruso. Pero en el estado actual de Rusia es indudable que el día que Polonia se emancipe, el movimiento será en Rusia suficientemente fuerte para derribar el orden de cosas existente.»
La actitud de Marx y Engels ante los problemas nacionales planteados en Europa se inspira, pues, constantemente en los intereses superiores de la causa revolucionaria. Es una actitud que se halla tan lejos del nacionalismo burgués, limitado, chovinista, que tiende a sustituir la lucha de clases por la unidad nacional superior, como del internacionalismo abstracto que, inconscientemente, sirve de tapadera a la política de opresión nacional. En la época en que vivieron los fundadores de la teoría revolucionaria del proletariado, los movimientos de emancipación nacional en Europa giraban alrededor de Irlanda, Polonia y de la existencia del monstruoso imperio austro-húngaro. La posición de Marx y Engels ante estos problemas está subordinada a la lucha por la transformación democrática de Europa, que halla su expresión más característica en las revoluciones de 1848. Sólo a la luz de esta circunstancia se podrán apreciar justamente las líneas generales de esta posición, que, con referencia a la situación europea, y para poner fin a estas líneas, se puede resumir así:
1.° Austria-Hungría, cuya existencia, según la expresión de Engels, era una vergüenza y una ignominia, había de dejar de existir, cediendo a Alemania e Italia todas las partes de territorio que eran necesarias a estos países para su unificación nacional.
2.° La reconstrucción de la Polonia democrática independiente había de ser el reducto de la democracia europea contra la Rusia zarista y la señal de la revolución rusa.
3.° La liberación de Irlanda debía de ser el golpe decisivo contra la oligarquía burgués-terrateniente de Inglaterra.
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Notas
[1] Landlord, gran terrateniente.
[2] Los terratenientes ingleses utilizan para pastos las tierras de que expulsan a los campesinos irlandeses.
[3] "No se puede suponer ni por un instante que Polonia, incluso contra Rusia, represente un progreso o tenga una importancia histórica cualquiera. En Rusia hay más elementos de civilización, instrucción, industria, burguesía, que en la Polonia soñolienta. ¿Qué significan Varsovia y Cracovia frente a Petersburgo, Moscú, Odessa?" (Carta de Engels a Marx-del 23 de mayo de 1851.)