Capítulo 1 de
La Guerra Civil en España

Felix Morrow

 


Escrito: En, o antes de, 1936.
Primera vez publicado: En el libro de Morrow, La Guerra Civil en España.
Versión digital: Marxismo.org, abril de 2006.
Transcripción/HTML para el MIA:
Juan R. Fajardo, agosto de 2006.


 

"Gloriosa, incruenta, pacífica, armoniosa" fue la revolución del 14 de abril de 1931. Dos días antes el pueblo había votado la coalición republicano-socialista en las elecciones municipales; esto fue suficiente para terminar con Alfonso. La república española llegó tan fácilmente... Su advenimiento, sin embargo, fue casi el único hecho incruento conectado con la revolución antes o desde 1931.

Durante un siglo España había intentado crear un nuevo régimen. Pero la parálisis de siglos de decadencia senil desde los días del imperio habían frustrado cualquier intento. La historia de las derrotas y sus castigos fue sangrienta. Cuatro revoluciones importantes antes de 1875, seguidas por cuatro terrores blancos, fueron simplemente crescendos en una sinfonía casi continua de revueltas campesinas y motines militares, guerras civiles, insurrecciones regionalistas, pronunciamientos del ejército complots de las camarillas cortesanas.

Cuando la burguesía moderna irrumpió tardíamente en escena, no pasó a preparar la revolución burguesa. El transporte y la industria moderna datan de la guerra hispano-americana, que trajo a España un nuevo fermento. Los años 1898-1914 son llamados del "renacimiento nacional" (fueron también los años de penetración del capitalismo mundial en la India). Los industriales españoles y catalanes que florecieron en esas dos décadas rivalizaban en lealtad a la monarquía con las más antiguas familias propietarias de la tierra. Algunos -como el conde de Romanones- fueron ennoblecidos, compraron grandes extensiones de tierra y combinaron en sus propias personas la antigua y la nueva economía; otros fortalecieron los lazos entre ambas a través de hipotecas y matrimonios con la aristocracia. El rey mantuvo los atavíos feudales, pero apenas tuvo reparos en asociarse con la burguesía en sus aventuras económicas más dudosas. Buscando nuevos campos de explotación, la burguesía obtuvo de Alfonso la campaña y conquista de Marruecos, comenzada en 1912. Con la rentable neutralidad de España durante la guerra mundial, Alfonso logró el apoyo de la burguesía, que durante cuatro años encontró el mercado mundial abierto a sus mercancías.

Cuando después de la guerra los imperialistas recuperaron el mercado, el proletariado catalán y español emprendió grandes luchas y los campesinos y obreros no respetaban al régimen a raíz de los desastres militares en Marruecos, los industriales catalanes financiaron el golpe de Primo de Rivera.

El programa del dictador, de obras públicas y control de precios, prohibición de los anarcosindicalistas y los comités paritarios obligatorios para los sindicatos socialistas, dio un nuevo ímpetu a la industria y Rivera y Alfonso obtuvieron la adulación más ferviente de la burguesía. La crisis mundial truncó la prosperidad española y Rivera cayó, junto con la peseta, en enero de 1930. Pero la burguesía, en su mayor parte, todavía se aferraba a Alfonso. Así, el 28 de septiembre de 1930, en un acto de masas contra la política del gobierno, Alcalá Zamora, que iba a presidir la república, pudo aún terminar su discurso con una alabanza a la corona.

Mientras tanto, en mayo de 1930 los estudiantes y obreros de Madrid había enarbolado banderas rojas y republicanas. Se produjeron disparos en los enfrentamientos con la policía. En septiembre los socialistas y la UGT pactaron con los grupos republicanos para terminar con la monarquía: huelgas generales revolucionarias se sucedieron en Sevilla, Madrid, Bilbao, Barcelona, Valencia, con gravísimos encuentros con las fuerzas armadas en cada caso. La sublevación de soldados del 12 de diciembre, realizada precipitadamente antes del momento planeado, frustró un levantamiento de obreros que debía coincidir con un motín republicano en el ejército; pero la ejecución de los líderes provocó la firma de un manifiesto por los dirigentes republicanos y socialistas que anunciaba el siguiente objetivo: La inmediata instauración de la república. Los firmantes fueron encarcelados en la Prisión Modelo, de Madrid, que se volvía así el centro de la vida política española. El intento desesperado del primer ministro Berenguer de establecer unas Cortes, basadas en el viejo modelo, de apoyo a Alfonso, fue derrotado por el boicot republicano-socialista; Berenguer dimitió. Las elecciones municipales demostraron que las masas estaban con la república.

Sólo en este último momento los industriales, atemorizados por las huelgas generales, el progresivo aumento de armas en poder de los obreros que se realizaba abiertamente y por la amenaza socialista de una huelga general nacional, decidieron que la monarquía era un sacrificio barato que había que hacer a los lobos revolucionarios. Entonces, y sólo entonces, cuando el mismo Alfonso aceptaba que luchar era inútil, la burguesía aceptó la república.

El espíritu de la nueva república se caracteriza por el hecho de que el más antiguo y el mayor de los partidos republicanos, el Partido Radical de Lerroux, no hizo nada para traerla y pronto se alió con los monárquicos. Los cargos contra este partido, de sobornos, chantajes, engaños y estafas, llenan tres décadas del parlamentarismo español. Los demagogos del Partido Radical sirvieron a la monarquía en su lucha contra el nacionalismo catalán. El robo y el chantaje que hicieron famosos a sus homónimos francesas (ahora encabezando el Frente Popular) empalidecen al compararlos con las atrevidas campañas que los radicales españoles dirigieron contra banqueros e industriales y que terminaron repentinamente, en cada caso, al ser entregado silenciosamente el esperado y abultado sobre. Dentro del Partido Radical, el método de polémica normal eran mutuas acusaciones de corrupción y chantaje. A causa de su historia, extremadamente sucia, y a pesar de ser el partido burgués republicano más antiguo y más numeroso, hubo una oposición fortísima a que participara en el primer gobierno republicano. Esta oposición vino hasta de los católicos que, como Alcalá Zamora, al principio estaban seriamente a favor de la república y que, al haber sido ministros de la monarquía, sabían muy bien cómo Alfonso había utilizado a los radicales.

A pesar de tener muchos partidarios entre la burguesía, por ser el partido republicano más conservador, los radicales de Lerroux no lograron un liderazgo político. Se ocupaban en buscar puestos lucrativos. El horror, compartido por igual por otros republicanos y socialistas, de que cualquier escándalo alcanzara a la joven república, tuvo una influencia terriblemente represiva para los radicales.

Fueron más felices cuando rápidamente abandonaron el gobierno y se aliaron con los clericales de Gil-Robles. ¡Los radicales, cuya principal mercancía en venta había sido el anticlericalismo!

Los otros partidos republicanos, menos la izquierda catalana, que tenía campesinos entre sus filas, eran meras componendas creadas para las elecciones de abril y sin apoyo de masas, ya que la clase media baja española es insignificante e impotente.

El único apoyo real para la república venía, entonces, del proletariado socialista y sindicalista. Este hecho significaba que la república sólo podía ser la transición a una lucha por el poder entre la reacción monárquico-fascista y el socialismo. En España no tenía sentido, en esta tardía etapa, la república democrática.

Sin embargo, desafortunadamente, la dirección socialista no se preparó para esta lucha. Por el contrario, compartió el proyecto pequeño-burgués de los "azañas".

Este proyecto fue elaborado explícitamente en la Revolución francesa de 1789. Se suponía que España tenía ante sí una larga etapa de desarrollo pacífico, en el cual las tareas de la revolución burguesa serían realizadas por los socialistas aliados con los obreros. Después de esto -décadas después de 1931- la república se transformaría en una república socialista. ¡Esto es demasiado lejano!, pensaban los líderes socialistas: Prieto, Caballero, De los Ríos, Basteiro, Del Bayo, Araquistáin, quienes habían ya llegado a la edad madura, como mínimo, bajo el régimen casi asiático de la monarquía. Madrid, bastión del socialismo, era aún, en parte, la ciudad de artesanos de principios de siglo; su socialismo era una mezcla del reformismo provinciano de Pablo Iglesias, su fundador, y de la peor socialdemocracia alemana: la de la postguerra.

La otra corriente importante en el proletariado español, el anarcosindicalismo, que disponía en la CNT de alrededor de la mitad de la fuerza que tenía la UGT, el sindicato socialista, dominaba Barcelona, moderna ciudad industrial, pero había cambiado poco desde su origen en el Congreso de Córdoba en 1872. Apolítico, sin remedio, no jugó ningún papel en la llegada de la república; luego viró, en los días de luna de miel, hacia una postura de apoyo pasivo, que se transformó en un putschismo salvaje tan pronto como la atmósfera rosa desapareció. España no encontraría su liderazgo político aquí. Fueron necesarios cinco años de revolución para que el anarcosindicalismo rompiese con su negativa doctrinaria a entrar en el juego político y luchar por un estado de obreros.

La construcción de la Unión Soviética -país campesino, como España- y sus logros alcanzaron un gran eco popular. Pero la metodología bolchevique de la Revolución rusa era prácticamente desconocida. La formación teórica del socialismo español había producido sólo una pequeña escisión bolchevique en 1918. Los progresos que ésta había logrado en 1930 fueron truncados por la expulsión por la Komintern de prácticamente todo el partido, por trotskista, "derechista" y otras herejías. A pesar del amplio apoyo que la Komintern brindó al PC oficial, éste no desempeñó ningún papel importante en el período inmediato. En marzo de 1.932 la Komintern descubrió una nueva herejía y expulsó de nuevo a toda la dirección.

Siguiendo su ideología del "tercer período" (1929-1934), los estalinistas se opusieron a los frentes unitarios con organizaciones anarquistas y socialistas, a las que consideraban gemelas del fascismo; formaron vacíos "sindicatos rojos" opuestos a la CNT y a UGT; hicieron vacuos alardes de que estaban formando soviets campesinos, en un momento en que no tenían seguidores entre el proletariado, que es quien debe dirigir tales soviets. Agitaban a favor de la "revolución democrática de obreros y campesinos" -concepto repudiado por Lenin en 1917-, diferenciándola de las revoluciones burguesas y proletarias, confundiendo así, sin remedio, las tareas de luchar por el apoyo de las masas y la ulterior lucha por el poder.

Los estalinistas abandonaron el confusionismo del "tercer período" en 1935, para levantar el desacreditado "Frente Popular", política de coaliciones con la burguesía. Del principio al final jugaron un papel profundamente reaccionario.

La verdadera tradición bolchevique fue representada coherentemente en España sólo por un pequeño grupo, la Izquierda Comunista, simpatizante del movimiento "trotskista" internacional. Trotsky mismo escribió dos importantes panfletos, La revolución en España, algunos meses antes de la llegada de la república; La revolución española en peligro, poco después, y varios artículos a medida que los hechos se desarrollaban. Nadie puede entender la dinámica de la revolución española sin leer los proféticos análisis de Trotsky. En cada cuestión básica los hechos han refrendado sus escritos. Rebatió las doctrinas pseudojacobinas del socialismo oficial con una demostración marxista-leninista, rico en análisis concretos de las condiciones españolas, de la imposibilidad de que la república burguesa realizara las tareas democráticas de la revolución. A las tonterías pseudoizquierdistas de los estalinistas opuso el programa concreto con el cual un partido revolucionario podía ganarse las masas españolas y conducirlas a una revolución victoriosa.

Pero la Izquierda Comunista era un pequeño grupo y no un partido. Los partidos no se construyen, ni siquiera en una situación revolucionaria, de la noche a la mañana. Un grupo no es un partido. La Izquierda Comunista, desgraciadamente, no comprendió esto, y no siguió a Trotsky en su valoración del significado profundo del giro izquierdista entre las filas socialistas, después de que los hechos confirmaron las predicciones de Trotsky. A este "izquierdismo" siguió una línea oportunista que condujo a firmar el programa del Frente Popular. Sólo después de comenzar la actual guerra civil, los anteriores trotskistas (ahora en el POUM) volvieron a una línea bolchevique.

Así el proletariado, cuando llegó la república, carecía de una dirección que le preparase para sus importantes tareas. ¡Hubo de pagar muy caro por este vacío!