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Esta será la primera edición completa disponible para todo el público lector de mi trabajo Un documento escandaloso. Esta extensa polémica contra Mandel y la corriente internacional trotskista que él encabeza fue elaborada en 1973, como un documento interno para ser debatido en el Décimo Congreso Mundial del Secretario Unificado (SU) de la Cuarta Internacional, en el que a la sazón ambos militábamos. Doce años han transcurrido desde esa fecha y en su transcurso se sucedieron nuevos grandes hechos de la lucha de clases y emergieron nuevas y más profundas diferencias, que culminaron con nuestra ruptura con el SU en 1979. Ello hace necesario este prólogo algo extenso, para ubicar histórica y políticamente este trabajo en el desarrollo de una batalla política y una polémica ideológica que se viene desenvolviendo desde hace treinta y cinco años entre lo que hoy se sigue conociendo como SU y nuestra corriente, hoy organizada en la Liga Internacional de los Trabajadores - Cuarta Internacional -LIC-CI-.
La corriente que hoy se denomina LIT-CI existe como tendencia, con diferentes nombres, aproximadamente desde el año 1953. Es por lo tanto, una de las más viejas tendencias del movimiento trotskista mundial. Creemos no exagerar si decimos que el SU y la LIT-CI son las dos corrientes más importantes del trotskismo, movimiento mundial dentro del cual también hay que contar otra corriente —aunque muy débil— que es el Lambertismo.
Es necesario aclarar que nosotros no nacimos como una tendencia internacional. Aparecimos en el año 1944 como un pequeñísimo grupo, esencialmente obrero, en el panorama del trotskismo argentino. Lo que caracterizó inicialmente a nuestro grupo, tanto desde el punto de vista programático, como en cuanto a la práctica, fue un obrerismo rabioso, llamémoslo así. Durante muchos años no se aceptó el ingreso de estudiantes, ni se permitió militar en el movimiento estudiantil. Los estudiantes que por casualidad se captaban tenían que ir a militar al movimiento obrero. Tenían que entrar a fábrica y hacer un trabajó sindical y en la base de los organismos obreros. Esta tendencia obrerista, sectaria, ultra, enfrentaba y trataba de superar el carácter bohemio e intelectual, declassé, del movimiento trotskista argentino en su conjunto. Carácter del que se eximían sólo algunos compañeros, cinco o seis dirigentes sindicales, por otra parte muy inteligentes y capaces, que venían de romper individualmente con el stalinismo.
Nuestra organización argentina nació entonces centrando toda su estrategia en trabajar sobre el movimiento obrero, como la única salida que tenía el trotskismo argentino para dejar de ser un pantano bohemio.
Esta organización no sólo tenía la virtud-defecto del obrerismo, sino también una gran deficiencia en el terreno internacional, ya que durante nuestros primeros años de vida, entre 1944 y 1948, nos declarábamos trotskistas, pero no vivíamos pendientes de la lucha y de la vida de la Internacional.
Teníamos una desviación nacional-trotskista: la de creer que podía haber solución a los problemas del movimiento trotskista en el país, con una visión nacional. No comprendíamos que sólo con una visión internacionalista se podían comenzar a solucionar los problemas del trotskismo argentino.
No fue hasta el año 48 que comenzamos a intervenir en la vida de la Cuarta Internacional, participando en su Segundo Congreso. Consideramos éste el paso teórico político más importante dado por la organización argentina.
Otra cuestión es cómo era la Internacional en aquel entonces.
El sectarismo era su rasgo dominante. En el Segundo Congreso de la Internacional, la incomprensión de la nueva realidad del proceso revolucionario mundial, nos llevó a no dar ninguna importancia a los profundos cambios que se estaban produciendo en Europa del Este.
Mientras se celebraba el Congreso, estaban en pleno desarrollo los fenómenos de Checoeslovaquia, donde se había separado a los ministros burgueses del gobierno y comenzó el camino de la expropiación total de la burguesía. También estaba candente la cuestión de Yugoeslavia donde, aproximadamente desde el año
1947, había también un proceso de nacionalizaciones y expropiación de los burgueses.
El proceso se generalizaba en todo el este de Europa, a la vez que estaba en pleno desarrollo la revolución china. Es decir, abarcaba países cuyas poblaciones sumadas representaban la tercera parte de la humanidad.
El Segundo Congreso ni tocó el tema; navegó por encima de semejante proceso revolucionario. El gran centro de la discusión allí fue el debate que se había dado en 1939 y 1940 en el Socialist Workers Party (SWP) de Estados Unidos, cuando Trotsky aún estaba con vida, acerca de si la URSS seguía siendo o no un estado obrero y si había o no que defenderla, aunque nos opusiéramos a la burocracia. La polémica en el SWP había terminado en 1940, con la ruptura de los dirigentes anti-defensistas, Schachtman y Burnham, pero la Internacional seguía la discusión todavía en 1948.
No fue hasta un año después del Segundo Congreso, en 1949, que se abrió la primera discusión, nueva e importante en las filas
de nuestra Internacional. Surgió entonces una clara diferencia en relación al análisis de los problemas originados por la expropiación de la burguesía o la tendencia a la expropiación de la burguesía en los países del Este europeo y en China.
Alrededor de esta polémica, que se llevó en un tono fraternal, dando un alto ejemplo de centralismo democrático, se originaron de hecho dos tendencias. O dos matices, digámoslo así, por la relación fraternal y no fraccionalista que existía entre estas dos corrientes.
Una tendencia, cuyo vocero más importante era el compañero Mandel y que tenía el apoyo del norteamericano Cannon, sostenía que los países del oriente de Europa seguían siendo países capitalistas. La otra tendencia, encabezada por el compañero Pablo y apoyada —pero con razonamientos distintos— por Hansen de Norteamérica y el autor de este libro, sostenía que habían nacido nuevos estados obreros.
En cierta medida fuimos los iniciadores de esta polémica. Fuimos los primeros en plantear en un documento escrito que en el este de Europa se habían producido acontecimientos históricos de trascendental importancia, como era la expropiación de la burguesía y el surgimiento de estados obreros deformados o burocráticos.
Querría destacar que nosotros discrepamos con el método que utilizó Pablo para llegar a la misma conclusión que nosotros. Definimos al método de Pablo como empírico-apriorístico. Para nosotros, Pablo trabajaba con una premisa, un a priorí: que todo país donde se expropiaba a la mayor parte de la burguesía era un estado obrero. Y entonces, apoyado en las estadísticas estudiaba si la mayor parte de las empresas había pasado al estado. La conclusión era que, cuando la mayor parte de las empresas en un país han sido estatizadas, es un estado obrero. Así, con la comprobación empírica en base a las estadísticas llegaba Pablo a sus conclusiones.
Para nosotros era necesaria una explicación genética, de tipo histórico. Es decir, definir qué fuerzas sociales y a través de qué medios y organizaciones se enfrentaban para que se diera una revolución social deformada.
Hay que reconocer que desde el punto de vista metodológico el compañero Mandel tenía razón. El le exigía a Pablo que demostrara a través de qué proceso se habían transformado los países del este europeo en estados obreros. Si mal no recuerdo —no tengo mi biblioteca ni mi archivo a mano, debido a que hace poco que me mudé de país— Mandel refutaba a Pablo con el ejemplo de la república fascista de Mussolini que, poco antes de su fin, expropió a la burguesía italiana porque ésta se pasó al bando aliado. Y no porque Mussolini hubiera hecho eso, íbamos a llamar estado obrero al estado fascista.
Esta polémica se solucionó en un plazo relativamente corto, ya que Cannon y Mandel reconocieron que se había producido un verdadero proceso revolucionario en el este de Europa y que habían surgido nuevos estados obreros deformados.
Este éxito político acrecentó enormemente el prestigio de Pablo dentro de las filas de nuestra Internacional — a pesar de sus errores metodológicos— y así se llegó al Tercer Congreso.
Hagamos un breve paréntesis aquí para decir que ya entonces Mandel haría gala de un extraordinario impresionismo, que lo llevaba a producir análisis y pronósticos completamente equivocados.
Por ejemplo, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1948, Mandel escribió dos caracterizaciones claves sobre la economía europea en general, y en particular la de Alemania. En una resolución adoptada por una Conferencia Internacional de abril de 1946, Mandel afirmó que el resurgimiento de la actividad económica de los países capitalistas afectados por la guerra, en particular los países de Europa Continental, estará caracterizado por un ritmo particularmente lento, que la mantendrá por largo tiempo en niveles cercanos a la estagnación y el marasmo (citado de Quatriéme Internationale, abril-mayo de 1946, pp. 14-15, subrayado N. M. ). Dos años después, en su trabajo La Ruina de la Economía Alemana, Mandel afirmó que la política del imperialismo yanqui y sus aliados era la transformación del pueblo alemán en un «pueblo de pastores», y la eliminación definitiva de su potencial industrial (Quatriéme Internationale, enero de 1948, p. 31). Más adelante en el mismo trabajo decía que la economía alemana no podrá reanimarse sensiblemente, a pesar de las inyecciones de oxígeno que le da el imperialismo norteamericano (ídem, p. 39).
Vinieron veinte años de boom económico europeo y el llamado milagro alemán...
Adelantándonos un poco a la historia, digamos aquí que veinte años más tarde, en base al mismo método impresionista, Mandel cometió un error de análisis y caracterización de las mismas dimensiones, aunque curiosamente con una desviación directamente contrapuesta a la de la postguerra.
En 1969, en su libro La teoría leninista de la organización, Mandel aseguraba que el neocapitalismo busca una nueva venia para prolongar su vida al elevar el nivel de consumo de la clase obrera... (Ed. del Siglo, pág. 60, subrayado N. M. ). Y en su trabajo El debate sobre el control obrero sostenía que ... el capitalismo no está más definitivamente caracterizado por los bajos salarios y tampoco por un gran número de obreros desocupados (International Socialist Review, mayo de 1969, pág. 5).
Dos o tres años antes se había iniciado una crisis crónica que dura hasta hoy, y con perspectivas de agravarse; proceso definitivamente caracterizado por 30 millones de desocupados nada más que en los países imperialistas, acompañado de una fuerte caída de los salarios...
Como veremos, ese método impresionista de Mandel lo ha llevado a cometer errores de este mismo calibre a lo largo de casi cuatro décadas y con consecuencias nefastas.
En el año 1951, cuando fue convocado el Tercer Congreso Mundial, se estaba en plena guerra fría y todos los comentaristas más importantes del periodismo internacional sostenían que era inevitable el choque armado entre los Estados Unidos y la URSS. para esa época comenzó la guerra de Corea que parecía ser el Sarajevo de una tercera guerra mundial.
Pablo y Mandel, siguiendo al periodismo burgués, sacaron una conclusión que fue funesta para la historia de la Cuarta Internacional: en la tercera guerra mundial, que era inevitable y no tardaría en iniciarse, los partidos comunistas y las corrientes de izquierda de los movimientos nacionalistas burgueses o de los partidos socialdemócratas, se iban a lanzar a guerrillas, a luchas revolucionarias que los llevarían a tomar el poder. Principalmente esto debía suceder con los partidos comunistas que, en su afán de defender a Rusia, llegarían a la guerra de guerrillas o a métodos violentos, físicos, revolucionarios para oponerse al imperialismo.
Basados en este análisis, propusieron una orientación que se denominó entrismo sui generis. No se trataba de la táctica preconizada por Trotsky en los años 30, que consistía en entrar por un corto período a los Partidos Socialistas para ganar a la izquierda de esas organizaciones y luego romper. El entrismo sui generis propuesto por Pablo y Mandel, consistía en ingresar a las organizaciones stalinistas, socialdemócratas o pequeñoburguesas nacionalistas y permanecer en ellas todo el tiempo que les llevara tomar el poder y consolidarlo. El entrismo debía hacerse principalmente en los partidos comunistas. Y sólo posteriormente a que los hubiéramos acompañado a hacer la revolución, tendríamos que empezar a diferenciarnos de ellos.
Esta posición llevó a Pablo y Mandel a un enfrentamiento con la mayoría del trotskismo internacional —empezando por la mayoría de la sección francesa— que rechazó categóricamente el pronóstico de que el estalinismo, las corrientes de izquierda de los movimientos nacionalistas burgueses y los partidos socialdemócratas iban a hacer la revolución. Tampoco creíamos que nuestro rol fuera el de entrar en esos partidos y movimientos y permanecer en ellos hasta que tomaran el poder y se consolidaran, para recién entonces empezar a diferenciarnos.
De acuerdo con el análisis de Pablo y Mandel, las corrientes stalinistas, socialdemócratas y nacionalistas burguesas dejaban de ser contrarrevolucionarias. Nosotros, igual que la mayoría de la Internacional, opinábamos que eso era revisar uno de los puntos esenciales del programa trotskista, que parte de la definición de que la humanidad está en crisis por la crisis de dirección del movimiento de masas. O, dicho de otro modo, que el principal obstáculo para el avance de la humanidad hacia el socialismo es que las masas están dirigidas por conducciones que están en contra de la revolución, como el stalinismo, la socialdemocracia y el nacionalismo burgués. Y que nuestra tarea es construir una nueva dirección internacional revolucionaria para superar este impasse histórico.
Pablo y Mandel, con esa característica metodológica que les es propia, el impresionismo, se hacían eco, en forma un poco tardía, del hecho de que la burocracia había expropiado a la burguesía en países del este de Europa obligada por las circunstancias. Y trasladaban ese fenómeno, sin crítica, sin ninguna perspectiva revolucionaria, debido a la supuesta inevitabilidad de la guerra mundial, al mundo entero.
Veían un proceso revolucionario irreversible, encabezado por las direcciones burocráticas y pequeñoburguesas del movimiento de masas y no se planteaban la construcción de nuevas direcciones que derrotaran en el movimiento de masas a las conducciones tradicionales, lo que es la verdadera razón de ser de la Cuarta Internacional.
Este entrismo sui generis duró prácticamente dieciocho años y convirtió al trotskismo europeo en pequeños grupúsculos cada vez más débiles. Sólo se desarrollaron algunas organizaciones por fuera del Secretariado Internacional, es decir algunos partidos, que no estuvieron bajo la dirección de Pablo y Mandel.
La consecuencia más nefasta de esta claudicación a las direcciones contrarrevolucionarias se dio en Bolivia. En 1949 hubo elecciones en las que triunfó Víctor Paz Estenssoro, del Movimiento Nacionalista Revolucionario. Paz Estenssoro gobierna actualmente en Bolivia como agente directo de Estados Unidos, pero en aquel entonces aparecía ante las masas como un líder antioligárquico y antiimperialista. Por eso los militares se negaron a entregarle el poder. La respuesta de las masas se dio en 1952: fue una insurrección popular encabezada por la clase obrera en la ciudad de La Paz. La insurrección destruyó al ejército completamente, todas las armas existentes pasaron a las milicias obreras y campesinas y, aunque Paz Estenssoro asumió la presidencia, las masas tenían en jaque a su gobierno. Era el momento de luchar con toda la fuerza posible para que el poder fuese a manos de las milicias obreras y campesinas dirigidas por la Central Obrera Boliviana. El trotskismo boliviano, que se había convertido en un movimiento de masas, podía influir decisivamente en este sentido. Pablo y Mandel en cambio sacaron la conclusión de que había que apoyar críticamente al gobierno de Paz Estenssoro.
Hicieron lo opuesto que los bolcheviques en la revolución rusa de 1917. Contra el gobierno frentepopulista que engañaba a las masas, Lenin y Trotsky levantaron la consigna del poder para los soviets y señalaron la necesidad de que la clase obrera hiciera una revolución contra este gobierno burgués disfrazado de popular.
En Bolivia estaban absolutamente todas las armas en manos de los obreros y campesinos y el Secretariado Internacional y su sección boliviana jamás dijeron a las masas: tienen que volver esas armas contra el gobierno burgués y tomar el poder.
Esto fue una de las traiciones más espectaculares del siglo. Resultó trágica para el movimiento de masas que, debido a la falta de una orientación revolucionaria, fue paulatinamente desmovilizado y desarmado. Y finalmente sufrió una grave derrota.
También como consecuencia de la política de Pablo y Mandel frente a la revolución del 52, comenzó un deterioro del trotskismo boliviano que se dividió, transformándose, de una corriente masiva, en un grupito de sectas.
Repudiando la línea del entrismo sui generis y la traición a la revolución boliviana, la mayoría de los trotskistas ingleses y franceses, el Socialist Workers Party y también los trotskistas sudamericanos, rompimos con el Secretariado Internacional y en 1953 creamos lo que se llamó el Comité Internacional (CI).
El trotskismo sudamericano comenzó a hacer un análisis de clase de la división de la Cuarta Internacional. Sostuvimos que en la Internacional pasaba algo parecido a lo que había sucedido en el movimiento trotskista argentino. Es decir, que estaba en manos de una dirección no proletaria. Era una corriente parecida a la de Schachtman y Burnham, con su base social en la intelectualidad europea, y con todos los vicios de las corrientes pequeñoburguesas. Por eso Pablo y su sucesor Mandel tenían un método impresionista y no mantenían una línea consecuente de construcción de la Internacional en el seno de la clase obrera, de defensa de la independencia política del movimiento obrero frente a los aparatos burocráticos y de la intervención desde esta perspectiva en todas las movilizaciones progresivas de las masas, para impulsar la lucha y construir partido.
Sacamos también la conclusión de que era necesario que el Comité Internacional se postulara como una organización, no del tipo federativo y declarativo, sino centralizada y actuante. Esa era la única manera de derrotar a Pablo y Mandel.
Los otros sectores del Comité Internacional no estuvieron de acuerdo en acentuar el problema de clase de la dirección de Pablo y Mandel ni en funcionar centralizadamente. Estos y otros problemas originaron polémicas con nuestra tendencia, que a partir de 1957 se organizó en un Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo (SLATO), aunque siempre en el marco del Comité Internacional.
La división de la Internacional se había producido en medio de un serio retroceso del movimiento obrero en Europa occidental. En cambio había un gran ascenso en Europa oriental, donde se produjo el levantamiento de los trabajadores de Berlín en 1953.
Cuando estalló este movimiento, Pablo y Mandel apoyaron a la burocracia contra las masas. Su argumento era que la movilización de Berlín Este atacaba a una dirección que pronto iba a cumplir un papel muy progresivo dirigiendo la guerra y la revolución mundial contra el imperialismo.
Luego vendría el movimiento húngaro de 1956 y la acción revolucionaria de las masas polacas en la misma época. La fuerza que tomó la insurrección húngara conmovió a sectores importantes del stalinismo mundial y obligó al Secretariado Internacional a pegar un importante viraje, acercándose a nuestras posiciones.
A fines de la década de los 50 hubo una nueva e importante coincidencia con Mandel, que fue el reconocimiento y el apoyo a la revolución cubana liderada por Fidel Castro.
Esta fue la base para una reunificación en 1963. Entonces nació el Secretariado Unificado, al que se incorporaron todas las organizaciones y corrientes del trotskismo que reconocían que en Cuba había surgido un nuevo estado obrero, encabezadas por Mandel y el SWP. Por fuera quedaron trotskistas ingleses, franceses y de otros países que no reconocían ese hecho.
Nosotros tardamos en ingresar al SU porque, a pesar del acuerdo en relación a Cuba, manteníamos nuestras diferencias políticas y de método con la dirección que había traicionado la revolución boliviana. De todos modos ingresamos un año más tarde convencidos de que, más allá de las diferencias, era positiva una reunificación en torno al apoyo a una revolución obrera.
En el momento de la reunificación, el Secretariado Internacional estaba dirigido por Mandel. Para entonces Pablo había sido separado por razones morales y de tipo organizativo. Mandel, sin embargo, siguió con una metodología muy parecida a la de Pablo. No por nada habían estado juntos durante tanto tiempo —más de una década y escribiendo documentos en común.
A diferencia de Pablo, Mandel siempre había sido de una gran honestidad; en el terreno organizativo y moral siempre fue un extraordinario compañero. Pero desde el punto de vista de la política y de la metodología siguió con los mismos errores de siempre, de capitular a las direcciones stalinistas o pequeñoburguesas que dirigían procesos revolucionarios o movilizaciones de masas. Y, aunque su apoyo a la revolución cubana fue un hecho muy positivo, Mandel en seguida llevó ese apoyo a un extremo negativo.
Así como había capitulado al stalinismo a partir del 51, al titoísmo y al maoísmo en distintas épocas, siguiendo esa tradición impresionista que lo llevó a apoyar al MNR en Bolivia, Mandel en este caso comenzó a capitular al castrismo y principalmente al guevarismo, a aceptar toda la concepción guerrillerista. Esto culminó en el Noveno Congreso de la Internacional en el año 1969, originando una tajante división, alrededor del problema del guevarismo y de la guerrilla en Latinoamérica. Mandel, con una amplia mayoría de la Internacional reunificada, planteaba que en Latinoamérica nosotros teníamos que hacer guerrillas junto con los guevaristas. Y si era necesario, solos. La línea era hacer focos guerrilleros, es decir, el mismo planteo del Che Guevara.
Este planteo era tan capitulador al guevarismo que se llegó al extremo de escribir trabajos teóricos sosteniendo que también estaba planteada la guerrilla rural, o una variante parecida, en Francia. Esto fue escrito por uno de los grandes dirigentes de la corriente mandelista, el compañero Jebrac.
El SWP, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) argentino —antecesor del actual Movimiento al Socialismo (MAS) y algunos compañeros sudamericanos lideramos una corriente que se opuso a ese análisis y orientación del foco guerrillero. Señalamos que en principio no estábamos en contra de la guerrilla, siempre que estuviera apoyada en el movimiento de masas, pero que la teoría del foco era justamente lo opuesto. Era una línea elitista. Insistimos en que el foco guerrillero era la línea del movimiento estudiantil y no la orientación del movimiento de masas latinoamericano, que en esos momentos estaba entrando en un gran ascenso urbano. Dijimos que por ser una orientación divorciada del movimiento de masas, llevaría al fracaso a todas las guerrillas guevaristas y que la Internacional perdería muchos compañeros muy valiosos.
Los hechos nos dieron, desgraciadamente, la razón. Desapareció toda un ala del trotskismo argentino, que fue la que más desarrolló la línea de Mandel. Esta línea también significó una tragedia para otros partidos. Por el contrario, hoy día el mandelismo mexicano es fuerte porque, a pesar de haber apoyado la orientación foquista, en los hechos se negó a aplicar la línea que había votado, es decir: no tiró ni un solo tiro.
Hubo tres factores decisivos que obligaron al SU a abandonar finalmente la orientación del Noveno Congreso de adaptación al guevarismo: el primero y fundamental fue el gran ascenso urbano latinoamericano; el segundo, fue la derrota de la guerrilla foquista en toda América y en particular la destrucción de partidos liderados por el SU o que siguieron su orientación, como el PRT (El Combatiente)-ERP en la Argentina; en tercer lugar, el crecimiento del PST argentino, que se transformó en el partido más grande de la Internacional —lo que fue reconocido por todo el trotskismo mundial en base a su inserción en las movilizaciones obreras y populares y al aprovechamiento de los procesos electorales y las libertades democráticas, es decir, siguiendo un camino opuesto al indicado por Mandel.
Comenzó entonces una nueva polémica, siempre alrededor del impresionismo de la corriente mandelista y su adecuación y claudicación a las tendencias de la vanguardia o a las direcciones coyunturales del movimiento de masas.
En 1968 se había iniciado un ascenso europeo detonado por el Mayo francés y las movilizaciones en Checoeslovaquia. Apareció entonces una vanguardia muy numerosa sobre la que tenía fuerte influencia al maoísmo y corrientes ultraizquierdistas. El mandelismo planteó entonces que La tarea central para los marxistas revolucionarios en la etapa abierta en 1967-68 consiste en conquistar la hegemonía en el seno de la nueva vanguardia con j carácter de masas, a fin de construir organizaciones revolucionarias cualitativamente más poderosas que las de la precedente etapa (La construcción de los partidos revolucionarios en la Europa Capitalista, E. Mandel, Boletín de Discusión Internacional del PST [A], N° II, pág. 15). La mayoría del SU, afirmó que el] objetivo prioritario era lograr la transformación de las organizaciones trotskistas de grupos de propaganda en organizaciones capaces ya de aquellas iniciativas políticas a un nivel de la vanguardia de masas que son requeridas por la dinámica de la lucha de clases misma (Germain, En defensa del leninismo, en defensa de la Cuarta Internacional, Boletín de Informaciones Internacional del PST [A], pág. 102).
Esto significaba abandonar una posición fundamental del marxismo revolucionario: el programa del partido se elabora en base a las necesidades históricas de las masas, en particular de la clase obrera; de allí se derivan consignas, adecuadas al nivel de conciencia de las masas y que las llevan a movilizarse, acercándose a esos objetivos históricos que define el programa.
Este trabajo polémico contra Mandel gira esencialmente en torno a su desviación guerrillerista y a su posterior capitulación vanguardista al maoísmo y la ultraizquierda en general, ya que eran los resultados de estas líneas los que debían ser balanceados en el Décimo Congreso Mundial. Después del Congreso, en el cual se consagró nuevamente la posición de Mandel, los problemas se siguieron agravando.
La claudicación de Mandel a la vanguardia juvenil europea tuvo graves consecuencias en la revolución portuguesa de 1974-75. El activismo y las tendencias ultras y maoístas apoyaban al Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), una corriente pequeñoburguesa proimperialista, integrada por oficiales que habían derrocado a la dictadura de Salazar y que se decían de izquierda. El MFA era, en realidad, el pilar que sostenía al estado burgués frente a la revolución.
La sección oficial del Secretariado Unificado, la Liga Comunista Internacionalista, para ganar la hegemonía en la vanguardia siguiendo los consejos de Mandel, hizo suyas las posiciones de los maoístas y ultraizquierdistas, incluyendo el apoyo al principal enemigo de la revolución en esos momentos, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, que gobernaba o cogobernaba el imperio portugués.
En 1973, el SWP norteamericano, el PST argentino y otros partidos habían formado la Fracción Leninista Trotskista (FLT), para enfrentar las desviaciones mandelistas. La FLT explotó entre 1975 y 1976, dividiéndose en dos corrientes, una liderada por el SWP y otra por el PST. La ruptura se produjo por diferencias en torno a la revolución portuguesa y la guerra de Angola.
Nosotros opinábamos que en Portugal había que levantar la línea de desarrollar los comités de obreros y de campesinos, desarrollar las ocupaciones de fábricas y de tierras e impulsar los comités de inquilinos. Que había que desarrollar los comités de soldados para dar vuelta al ejército a favor de una insurrección. Es decir, que había que orientarse hacia la toma del poder por el movimiento de masas.
El Socialist Workers Party estaba en contra y planteaba que sólo había que levantar consignas democráticas. Nada que llevara a la toma del poder por el proletariado, porque no estaban las condiciones maduras. Y, además, como no había condiciones para que nuestro partido interviniera con consignas que impulsaran la acción de las masas, su gran tarea debía ser... editar las obras de Trotsky.
El rompimiento se concretó por las diferencias aún más graves sobre Angola.
El Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA), un movimiento guerrillero, acababa de tomar el poder, luego de la derrota y el retiro de las tropas del ejército imperialista portugués. Angola se convirtió así, de colonia, en un país independiente. El imperialismo se apoyó entonces en el ejército sudafricano y una guerrilla pagada por la CÍA: el UNITA. El ejército de Sudáfrica y el UNITA invadieron en forma conjunta el territorio angoleño.
El SWP sostuvo que el UNITA y el MPLA eran dos guerrillas progresivas, en lucha por cuestiones internas al movimiento anticolonialista y que, por lo tanto, no había que apoyar a uno contra otro. Eso era una claudicación a la política imperialista en África. Nosotros sostuvimos, por el contrario, que había que dar apoyo militar al MPLA en contra de la invasión proimperialista del UNITA y el ejército sudafricano.
Una mayoría de las organizaciones y militantes se retiró entonces de la FLT. Importantes partidos de Colombia, Brasil, Perú, México, Italia y España, entre otros, además de la organización argentina, formaron entonces una tendencia que, en pocos años habría de romper con el SU y, sumando el aporte de dirigentes y organizaciones provenientes de otras corrientes, se convertiría en lo que es hoy la LIT-CI.
Por su parte, la dirección del partido norteamericano y sus seguidores disolvieron su fracción en 1976 y se fusionaron una vez más con el mandelismo, afirmando que habían desaparecido las diferencias.
Nuestra corriente denunció que la fusión del SWP con el mandelismo sin resolver ni aclarar las diferencias, significaba un bloque sin principios. Eso se vería desgraciadamente confirmado al poco tiempo, cuando las diferencias entre Mandel y el SWP se agrandaron nuevamente.
A fines de los años 70, algunos partidos comunistas europeos, fundamentalmente el italiano y el español —capitaneado este último por Santiago Carrillo— comenzaron a apartarse de Moscú. Tal fenómeno, que se denominó eurocomunismo, también impresionó a Mandel, quien le atribuyó un carácter o un posible carácter progresivo.
Nosotros sostuvimos, por el contrario, que la dinámica que tomaban los partidos eurocomunistas los hacía parecerse cada vez más a los partidos socialdemócratas. Y eso por profundas razones económicas y sociales. A medida que los partidos comunistas crecían, se integraban más y más en las instituciones de la democracia burguesa, a nivel parlamentario y municipal. De esta forma llegaban a tener una dependencia de todo tipo, incluso económica, de la burguesía de su propio país, que debilitaba su tradicional dependencia absoluta en relación a Moscú.
Para nosotros esto era positivo sólo en el sentido de que profundizaba aún más la putrefacción del stalinismo como aparato mundial. Pero lo determinante era que transformaba a esos partidos, como dijimos en la Declaración de la Fracción Bolchevique, de sirvientes del Kremlin en sirvientes de su burguesía imperialista. Y, por esa razón, no podían originar ninguna tendencia progresiva, mucho menos revolucionaria.
No sosteníamos por ello que hubiera que apoyar al stalinismo clásico, de sumisión a Moscú frente al eurocomunismo. Para nosotros, ambos eran expresiones reaccionarias de un proceso muy progresivo: la crisis mundial del stalinismo.
En su proceso de adaptación a la democracia burguesa, el eurocomunismo renegó de la expresión dictadura del proletariado (como política ya no luchaba por la dictadura del proletariado desde hacía décadas). Mandel salió en defensa de la expresión dictadura del proletariado en un documento titulado Democracia socialista y dictadura del proletariado, que luego fue aprobado por el SU y más tarde por el Congreso Mundial del SU. En ese trabajo su capitulación al eurocomunismo llevaba a Mandel a adaptarse a las peores presiones democráticoburguesas del eurocomunismo y la socialdemocracia.
Así, sostenía que la dictadura del proletariado se regiría por la norma programática y de principio de dar libertad política ilimitada a todas las corrientes políticas, incluso las contrarrevolucionarias (Democracia socialista y dictadura del proletariado, Boletín de Polémica Internacional del Bloque Socialista colombiano, N°11, pág. 7). Y, si esas corrientes se levantaban en armas contra el gobierno de los trabajadores, la política propuesta por Mandel era someter individualmente a un juicio a los culpables con todas las formalidades y garantías de un código penal ultraliberal.
Nosotros combatimos esta concepción de Mandel, ya que ignoraba el hecho de que la revolución europea y mundial pasaría inevitablemente por un proceso de violentísimas guerras civiles y exteriores contra el imperialismo, las burguesías y la burocracia contrarrevolucionaria. Y ello impediría la vigencia de esas normas jurídicas y de esa democracia prácticamente absoluta para todo el mundo que Mandel preconizaba.
Hoy en día, uno de los tantos ejemplos que nos da la realidad es Haití, donde las masas encolerizadas matan a los Ton-ton macoutes, es decir a los asesinos y torturadores a sueldo de Duvalier, apenas los atrapan. Según la lógica de Mandel, los trotskistas deberíamos luchar en contra de estas ejecuciones sumarias y exigir que las masas esperen a que se puedan hacer juicios con todas las formalidades procesales. Nosotros, en cambio, defendemos la justicia revolucionaria del pueblo haitiano, porque somos por principio ardientes partidarios de que las masas que se movilizan haciendo una revolución tomen todas las iniciativas que ellas mismas democráticamente decidan tomar, antes o después de instaurada la dictadura del proletariado.
Nosotros sostuvimos, siguiendo la tradición de Lenin y Trotsky, que el proletariado en el poder debe otorgar inmediatamente libertades democráticas mucho más amplias que cualquier régimen burgués. Pero que esta política está objetivamente subordinada a la ley suprema, que es la lucha de clases. Por eso decíamos que la política de Mandel de la libertad más pura para todos era para la época en que el proletariado prácticamente ya había logrado derrotar al imperialismo a escala mundial, y no para aplicar al día siguiente de que los trabajadores tomaran el poder en algún país, ya que los próximos lustros y décadas estarán signados por una lucha feroz entre la revolución socialista y la contrarrevolución burguesa imperialista, que intentará aniquilar por todos los medios toda dictadura proletaria que se imponga en cualquier país del mundo.
Las diferencias con el SU adquirieron un carácter político-moral de enorme gravedad en la revolución nicaragüense. Nosotros habíamos llamado a constituir una brigada internacionalista para ir a combatir en Nicaragua al lado del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Algo parecido a lo que se hizo en España cuando la guerra civil en los años 30.
La Brigada Simón Bolívar se cubrió de gloria en julio de 1979, al liberar Bluefields, el puerto más importante de Nicaragua en el Atlántico. La misma fue reconocida por la propia dirección sandinista y los brigadistas se quedaron en su mayoría a vivir en Nicaragua. Ya con el FSLN en el poder, la Brigada alentó y participó en la fundación de decenas de sindicatos. Pero ese proceso amenazó con generar una movilización de la clase obrera por fuera del control del sandinismo. Debido a esto la dirección del FSLN detuvo a los brigadistas y los expulsó del país. Nuestros compañeros fueron entregados a la policía panameña, que los torturó antes de dejarlos partir.
Pedimos entonces que la Internacional hiciera una campaña de defensa de los brigadistas. No sólo se negó el SU a hacer esa campaña, sino que la expulsión fue apoyada por caracterizados dirigentes de la corriente mandelista y del SWP.
Eso nos llevó a romper con el SU, considerando que había de por medio cuestiones de principios, morales, como era la negativa a repudiar la tortura burguesa y la política de un gobierno que expulsa a revolucionarios de su país.
La capitulación del SU al sandinismo ha adquirido últimamente características escandalosas. En una gira por Brasil, Mandel ha llegado a decir que los sandinistas son nuestros hermanos y que tenemos que aprender de ellos.
Nosotros nos encontramos con un grave problema para seguir ese consejo en Argentina: el FSLN ha dado su apoyo al gobierno de Alfonsín. En 1984 hubo un plebiscito sobre un acuerdo fronterizo con Chile. El sandinismo envió un representante al principal ] acto político del partido de gobierno, la Unión Cívica Radical, que es muy parecido al partido de la Thatcher o al de Reagan. El acto, realizado para defender la política gubernamental de pactar con Pinochet, legitimándolo, se hizo en un estadio de fútbol. Y en el palco, ocupando un sitio de honor, estaba Ernesto Cardenal, el ministro de Cultura del gobierno sandinista. Si siguiéramos el consejo de Mandel, nosotros tendríamos que estar junto al FSLN en el palco del Partido Radical, sosteniendo la política de hambre del gobierno argentino.
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Para terminar, me permito señalar que el documento de Mandel y el SU sobre la democracia socialista fracasó en menos de un año ante la prueba de fuego de la revolución nicaragüense. Allí nos encontramos con que nosotros defendíamos el derecho de los compañeros de la Brigada Simón Bolívar a permanecer en Nicaragua, estábamos en contra de que fueran detenidos y expulsados sin juicio previo y, mucho más, de que fueran torturados. En cambio, el SU, esos paladines de la democracia que habían votado un documento asegurando las mayores garantías de libertad y justicia a los contrarrevolucionarios, frente a la quemante realidad de tener que pronunciarse contra las torturas y la cárcel sufridas por compañeros trotskistas a manos de gobiernos burgueses, terminaron apoyando a los autores de semejantes infamias.
Al cortísimo plazo de unos meses después de escribir y aprobar su documento, el propio SU tiraba a la basura en forma vergonzosa cualquier aspecto progresivo que pudiera tener su tesis. Todo un récord del mandelismo: dos claudicaciones contradictorias entre sí. Una al eurocomunismo, dando libertades absolutas a los contrarrevolucionarios; otra al sandinismo, negándoles los más mínimos derechos a los trotskistas en Nicaragua. Y todo esto para capitular, una vez más, a una dirección no proletaria (en este caso pequeñoburguesa) del movimiento de masas: el sandinismo nicaragüense.
Nahuel Moreno Buenos Aires, mayo de 1985
Si bien la publicación del largo trabajo del compañero Germain — En defensa del leninismo, en defensa de la Cuarta Internacional— ha ampliado el ámbito de la discusión entre las dos tendencias que existen actualmente en la Internacional, al mismo tiempo ha llevado la confusión a límites intolerables.
Los camaradas Frank y Germain han dicho que esta polémica parece ser un diálogo entre sordos. Después de leer atentamente al compañero Germain, tenemos que agregar que esto se debe a que hay compañeros que no quieren oír.
En toda discusión, un dirigente responsable debe empezar por saber distinguir los puntos principales de los secundarios. Esta distinción no puede hacerse en forma subjetiva o caprichosa, de acuerdo a la voluntad, los sentimientos o el buen entender de cada uno de los polemistas. Por el contrario, debe ser un criterio objetivo fijar cuáles son los puntos principales y los secundarios de una polémica.
¿Cuál es ese criterio objetivo? Los militantes trotskistas no somos historiadores, sino políticos revolucionarios. Por lo tanto polemizamos sobre los candentes problemas que nos plantea la lucha de clases, sus perspectivas y el desarrollo de nuestras secciones en la etapa actual. Es decir que la polémica en torno al pasado debe reducirse a los cuatro años que van del anterior Congreso Mundial a éste, y debe servir para iluminar la discusión sobre qué política nos damos para la realidad actual. Sólo así esta 1 discusión armará políticamente a cada militante de nuestra Internacional, saliendo fortalecido al día siguiente de este Congreso, a realizar su tarea en su frente de actividad.
Definidos de esta manera los puntos de discusión, un dirigente responsable debe preocuparse por la forma de presentarla. Para ello, también debe primar un criterio objetivo: las particularidades del auditorio al que se dirige. La mayor parte de nuestros actuales cuadros son nuevos: han ingresado después del último Congreso Mundial. La obligación que tienen los dirigentes de ser concretos en sus discusiones políticas, se ve centuplicada por esta característica de los militantes de nuestra Internacional. Saber llevar a cabo una polémica, también forma parte de la ciencia y el arte de dirigir y educar responsablemente a nuestros cuadros.
¿Cuáles son, entonces, los problemas que nuestros compañeros deben discutir? ¿Acaso si el imperialismo yanqui —o un sector de él— fue neutral o apoyó a Fidel Castro en 1959 (hace 14 años)? ¿Si Moreno aconsejó, o no, la guerrilla para Bolivia bajo el gobierno de Barrientos (2 años antes del último Congreso Mundial)? ¿Si Trotsky dio como línea fundamental la de construir un ejército revolucionario para China entre 1925 y 1927 (hace 47 años)? ¿Si se confirma la línea de la mayoría o la de la minoría a la luz de la I experiencia de Hugo Blanco en Perú (hace 11 años)? ¿Si Camejo definió bien o mal lo que caracteriza al partido bolchevique? ¿Si interpretamos correctamente lo que es una demanda o un programa? ¿Si debemos tomar en cuenta la conciencia inmediata de las masas como factor principal en la elaboración de nuestras demandas y programas? ¿Si estamos por la autodeterminación nacional y en contra de todo nacionalismo?
Hay un problema concreto al que el camarada le da enorme importancia: la política de nuestra sección canadiense. Esta también es una maniobra diversionista, ya que entre el anterior y este Congreso Mundial esa política no fue el centro del debate ni de la lucha de clases, ¿Podemos acaso comparar la importancia de Bolivia o Argentina con Canadá? Para Germain, si nos guiamos por su trabajo, tiene mucha mayor importancia Canadá.
¿Son éstos los temas fundamentales que tenemos que discutir?
¡¡Categóricamente no!! Estas cuestiones tienen que ver, indirectamente, con los principales sucesos que se produjeron en la lucha de clases desde el anterior congreso mundial, y con la política que nos dimos para enfrentarlos. En cambio, nuestro documento —Argentina y Bolivia: un balance sí responde a esta forma de encarar la polémica. Partimos de hechos concretos de la lucha de clases y examinamos la política de nuestra Internacional y sus secciones frente a ellos. No nos escapamos por la tangente.
Al plantear infinidad de problemas alejados del actual proceso de la lucha de clases, el compañero Germain discute como un abogado y no como un trotskista serio, bolchevique. Veamos un ejemplo.
Atacando a Camejo por su referencia a la relación entre un sector del imperialismo yanqui y Fidel Castro, el compañero Germain trata de dar un golpe de efecto. Busca impresionar a la mayoría de los actuales cuadros que han entrado a la Internacional a partir de (y admirando a) la Revolución Cubana. Un estudio serio de los documentos de aquel período demuestra que Camejo tiene razón. Lo que interesa es señalar la forma en que el compañero Germain busca obtener una doble ventaja: primero, tocar los sentimientos de la juventud de la Internacional; segundo —y Principal, desviar la discusión hacia temas que no hacen a la actual polémica, para eludir los puntos principales que, como veremos, no le son particularmente gratos.
Trotsky señaló algo muy importante, durante la polémica con los antidefensistas, que todos deberíamos tener en cuenta en actual debate. Advirtió que al obrero, porque tiene poco tiempo sólo le interesa discutir sobre los problemas fundamentales de lucha de clases, llevando esta discusión a fondo, sin ninguna limitación burocrática o disciplinaria, hasta que se agote. En cambio, el pequeño burgués (profesor o estudiante, agregamos nosotros), siempre quiere discutir sobre todo lo humano y lo divino, porque el tiempo le sobra.
A este comentario de Trotsky debemos sumarle que, cuando; encaran una polémica existe la misma diferencia entre dirigentes y escritores de nuestro movimiento. Están los que discuten sobre todo, especialmente sobre todo lo que tiene poco que ver con los acontecimientos principales de la lucha de clases en esta etapa; y están quienes centran su discusión sobre esos problemas esenciales.
¿Cuáles son entonces los ejes sobre los que debemos discutir? Nada hay más trascendente para la lucha de clases que sus dos polos: el triunfo de la revolución obrera o el de la contrarrevolución fascista. Según todos los documentos del POR (C), hubo en Bolivia tres golpes fascistas, y uno de ellos —el de Banzer triunfante. No concordamos con la definición de fascistas, pero estamos de acuerdo en que hubo tres golpes ultrareaccionarios. Esos golpes fueron los acontecimientos decisivos de la lucha de clases en Bolivia durante esta etapa. Ellos le dan a los compañeros de la mayoría —en especial al compañero Germain— una buena oportunidad para demostrar la corrección de su política. ¿Por qué no la aprovechan?
Por ejemplo, ¿por qué Cahiers Rouge no edita un libro con todos los artículos donde el POR (C) —y sus defensores incondicionales de la mayoría— haya denunciado y alertado sobre los golpes fascistas como el máximo peligro para el movimiento obrero boliviano? ¿Por qué el trabajo del compañero Germain es tan avaro en citas sobre la política del POR (C) contra los golpes? por qué sólo se refiere de pasada al periódico Combate (nueva serie, N° 5) de la primera quincena de mayo de 1971, pocos meses antes del Tercer Golpe? ¿Por qué dedica a los golpes sólo unas pocas líneas en contraste con las decenas y decenas que utiliza para la interpretación de Camejo de la Revolución Cubana, para los consejos de Moreno al POR (C) bajo Barrientos o para atacar a la sección canadiense? ¿No piensa el compañero Germain que, si demostrara que el POR (C) tuvo una política correcta frente a los golpes tendría una prueba casi categórica de que las resoluciones del IX Congreso fueron útiles y nos prepararon para responder a la realidad de la lucha de clases en Bolivia y América latina?
La obligación (que la mayoría no cumple) de prestarle más atención a la política mayoritaria y de la sección boliviana frente a los golpes fascistas se ve acrecentada por otro hecho. Germain y la mayoría del CEI son precisamente quienes consideran que la política del POR (C) ha sido un ejemplo de la corrección de las resoluciones del IX Congreso y de toda la orientación mayoritaria. Casi podríamos decir que la mayoría —o por lo menos, el compañero Germain consideran a la sección boliviana un verdadero modelo, que sólo admite críticas organizativas. ¿No se juntaron, acaso, grandes cantidades de dinero, después del Noveno Congreso, para la sección boliviana? ¿Los militantes europeos, que con tanto sacrificio lo recolectaron, no merecen acaso recibir un amplio balance sobre los resultados de esa inversión revolucionaria?
La juventud de nuestro movimiento, si realmente tiene el espíritu crítico y la pasión revolucionaria que deben caracterizarla, está obligada a exigir al compañero Germain, y a su defendida, la sección hermana de Bolivia, la demostración exhaustiva de que han estado a la altura de las circunstancias. Es decir, las pruebas de que previeron y combatieron —con una política justa los golpes fascistas. Y ante los intentos de los germaines de desviar la discusión para salvar su prestigio de dirigentes, deben responder categóricamente: ¡Incluyamos todos los temas que quieran (interpretación Camejo de la Revolución Cubana, Moreno consejero de González, Trotsky y China en 1925, etc. ) en los últimos puntos del orden del día del próximo Congreso Mundial! Pero no hagamos confusión ni diversionismo: estamos discutiendo la política que tuvimos desde el último Congreso Mundial hasta ahora. Por lo tanto, los primeros puntos del orden del deben ser los grandes hechos de la lucha de clases que ocurrieron en ese lapso. Entre ellos, los golpes fascistas bolivianos —junto a la lucha de clases en la Argentina y en Europa (particularmente en Francia)— tienen una importancia especial. Esos deben ser, y en ese orden, los primeros puntos del Congreso. Esos son los temas de nuestro documento.