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Nahuel Moreno
Argentina: Una revolución democrática triunfante



II

LAS ETAPAS DE LA REVOLUCION ARGENTINA



La Guerra de las Malvinas, la derrota militar y la caída de Galtieri, pero principalmente la asunción del gobierno por Bignone, dividieron en dos la historia de la dictadura militar y del país en el corto tiempo de unos tres meses. Es así como podemos precisar cuatro etapas en el proceso revolucionario y en sus antecedentes.

La primera etapa es la anterior a la Guerra de las Malvinas. Se caracteriza porque, aunque la situación sigue siendo contrarrevolucionaria y el gobierno relativamente sólido, comienza la crisis del gobierno militar y del sistema capitalista semicolonial, junto con la resistencia del movimiento de masas.

La segunda etapa se inicia con la Guerra de las Malvinas. En ella se transforma la situación de contrarrevolucionaria en directamente revolucionaria como consecuencia de la combinación de las movilizaciones de masas que apoyaron la reconquista de las islas con la agudización de la crisis.

La tercera etapa se abre con la derrota militar, continúa con la renuncia de Galtieri y culmina con el gobierno de Bignone que significa el triunfo de la revolución democrática. Esta etapa es la de la crisis revolucionaria y su culminación con el triunfo revolucionario.

La cuarta etapa es la que sigue a la asunción del mando por Bignone y que tenemos que definir como una nueva situación revolucionaria muy superior a la anterior a la subida de Bignone, porque la fuente de poder del gobierno dejan de ser esencialmente las Fuerzas Armadas para ser los partidos políticos burgueses y la burocracia sindical.


La etapa del Cordobazo y la actual etapa

En líneas generales, las secuencias que hemos señalado retoman las experiencias del movimiento obrero y de masas de la etapa anterior de ascenso, provocada por esa semiinsurrección del movimiento de masas que fue el Cordobazo y cuyas ondas se extendieron por todo el país, obligando al régimen militar a abrir una etapa democrática. Este ascenso revolucionario conmovió a la dictadura militar pero sin llegar a ser, según nuestra opinión, una verdadera revolución democrática, ya que las Fuerzas Armadas pudieron administrar su caída y estabilidad, es decir impidieron una crisis mucho mayor del régimen militar y su caída estrepitosa con características revolucionarias, como se dio ahora.

Lo que hemos presenciado a partir de la Guerra de las Malvinas es el famoso Argentinazo que nosotros veníamos pregonando.

La Guerra de las Malvinas originó un movimiento revolucionario de características nacionales, populares. En contraposición a esto, el Cordobazo llevó a una desviación muy grave de un sector importantísimo de la vanguardia, que se enfrentó a una guerra civil artificial, provocada por la guerrilla montonera y del ERP, cortando así la experiencia del movimiento obrero y de masas.

Hoy día pareciera que los hilos volvieran a unirse, que el movimiento obrero y popular retoma la experiencia de todas las luchas anteriores y las lleva a un plano más elevado.

La crisis que tuvo el régimen militar inaugurado por Onganía es cualitativamente distinta, en todos los aspectos, a la crisis que tuvo y tiene el régimen actual, empezando por el terreno económico y continuando por la propia crisis de las Fuerzas Armadas. Estas, en todo el período de Lanusse, se muestran monolíticas, muy fuertes, bien estructuradas, o sea, una situación totalmente distinta a la actual.

La etapa de Lanusse parece un débil ensayo general de la etapa en que hemos entrado ahora.

 

 La crisis del gobierno y del sistema

Aunque no cambió el carácter del régimen y de la situación como contrarrevolucionaria, la etapa anterior a la Guerra de las Malvinas es la del comienzo, profundización y extensión de la crisis del gobierno militar y del sistema capitalista semicolonial. Empieza a principios de 1981 con la crisis económica más grave que ha tenido el país en esta posguerra. Más que de una crisis, habría que hablar de un derrumbe de la economía capitalista nacional, que culminaba así el proceso de degradación y decadencia de las últimas décadas. Comienzan, a partir de ahí, a cambiar las relaciones entre las clases y sus diferentes sectores entre sí, y de todas ellas con el gobierno.

De estos cambios, el más importante fue el de la clase media. Esta, que paseó como turista por todo el orbe, gracias a las migajas que le tiraba la patria financiera de la sobreexplotación de los trabajadores, rompió violentamente con la dictadura, dejando de ser así el apoyo popular de ésta. Se ubicó a partir de entonces, sin perder por ello su inestabilidad y cobardía, del lado de los trabajadores y la clase obrera que ya venían enfrentando al régimen desde su inicio. El resultado fue que todo el pueblo comenzó a enfrentar a la dictadura militar, a resistirla aunque fuera en forma molecular, no unido en un gigantesco movimiento, ya que no tenía un eje político claro. Las luchas, las resistencias, se daban desde problemas económicos en una fábrica y problemas regionales, al odio general contra la política económica de Martínez de Hoz y contra los otros ministros que lo siguieron. La resistencia era más bien por problemas inmediatos y no tenía un solo eje.

Las manifestaciones y el llamado a la huelga general de la CGT Brasil, así como las manifestaciones de las Madres, no fueron, durante 1981, más que débiles señales del profundo cambio en la mentalidad y actitud del movimiento de masas, que había comenzado su resistencia activa al régimen.

La crisis, que comenzó como económica, se extendió y se profundizó a todos los niveles: los partidos políticos burgueses, principalmente el radicalismo y el peronismo, comenzaron a dividirse en fracciones públicas; los distintos sectores patronales se enfrentaron con respecto a la respuesta a darle a la crisis económica y a sus relaciones con el gobierno; el movimiento sindical cristalizó su división en dos centrales y varias fracciones con disciplina propia.

Nada demuestra mejor la profundización de la crisis que lo que se dio a nivel del gobierno cuando se sustituyó a Viola por Galtieri. Viola había durado sólo seis meses como presidente contra cinco años de Videla, y su reemplazo fue traumático, lleno de dudas y crisis, que llevaron por fin al general Galtieri al gobierno.

 

Una situación revolucionaria

Con la Guerra de las Malvinas se produjo el salto de una situación contrarrevolucionaria a una revolucionaria. La iniciación de la guerra fue justamente una maniobra de diversión de los personeros más desclasados y reaccionarios encaramados al gobierno con Galtieri. Hay testimonios como para poder afirmar que el plan de Galtieri y la Junta de Comandantes era declarar una guerra patriotera, no antiimperialista, ya que estaban seguros de que la ganarían por el apoyo del imperialismo yanqui, su fraternal socio y aliado en la represión al movimiento de masas en la Argentina y Centroamérica. Gracias al hipotético triunfo pensaban permanecer como mínimo seis años más en el poder y, lo que era mucho más importante, creían así poder desviar contra Inglaterra el odio creciente de los trabajadores hacia el propio gobierno, haciéndoles olvidar la crisis económica y los crímenes del régimen. En lugar de conjurar la crisis, abrieron una clara situación revolucionaria.

Varios errores de cálculo fueron fatales para la dictadura. El primero fue con respecto al imperialismo yanqui: éste no sólo no secundó al régimen sino que apoyó con todo al imperialismo inglés, al igual que todos los otros países imperialistas. El segundo y decisivo error fue el intento de manipular al movimiento de masas para que apoyara "su guerra". Este intento logró que estallara la primera movilización unitaria y revolucionaria antiimperialista del movimiento de masas argentino desde la asunción del gobierno por los militares. El movimiento de masas transformó esta demencial aventura guerrera iniciada por el gobierno dictatorial en una movilización revolucionaria a escala nacional y latinoamericana, que no sólo enfrentó al imperialismo inglés sino además a su socio yanqui y a todos los otros países imperialistas. La guerra y las movilizaciones que ésta originó lograron imponer un frente de la nación argentina con todos los movimientos antiimperialistas del mundo y los países latinoamericanos, sacudidos también por la agresión imperialista y la crisis económica. Y, más importante aún que esto, logró soldar, con una firme voluntad revolucionaria, a la clase obrera con todos los otros sectores explotados, en una única movilización de masas. Gracias a ello, los trabajadores superaron, por fin, la etapa de la lucha atomizada y defensiva que caracterizó todos los enfrentamientos de la clase obrera y del pueblo contra el régimen antes de la Guerra de las Malvinas.

Esta movilización de masas, comenzó contra el imperialismo inglés, continuó contra el yanqui, estrechó lazos con los trabajadores de los países latinoamericanos y, por último, terminó enfrentando al propio Galtieri y su gobierno, por inepto y traidor en la conducción de la guerra, como ocurrió cuando el movimiento de masas comenzó a abuchear a Galtieri en una concentración popular en la Plaza de Mayo.

Por último, el tercer gran error de cálculo de la dictadura militar fue creer que con la guerra superaba la crisis del gobierno. Por el contrario, la aventura guerrera hizo aflorar, como toda guerra, todas las lacras y contradicciones del régimen de la dictadura asesina y también las del propio sistema capitalista semicolonial. A partir de la guerra se aceleró hasta límites inauditos la crisis económica, social y política del país.

De todos los errores que cometió la dictadura militar, el decisivo va a ser el de haber llamado a las masas a que apoyen la Guerra de las Malvinas, porque permitió la irrupción revolucionaria antiimperialista de éstas. Galtieri mismo ha confesado que él quería pactar el fin de la guerra, pero tuvo que abandonar ese proyecto porque los otros comandantes le dijeron que era imposible porque chocarían con la movilización popular.

Esta situación totalmente nueva que se inaugura con la Guerra de las Malvinas ha sido definida por nosotros como una situación revolucionaria. Fue originada por la intensificación de la crisis, con la irrupción revolucionaria del movimiento obrero. Esta irrupción y unidad revolucionaria del pueblo trabajador para enfrentar al imperialismo fue lo opuesto por el vértice a la política general del conjunto de la burguesía argentina que, salvo minúsculos sectores, no quería romper y mucho menos enfrentar al imperialismo inglés y yanqui. La Guerra de las Malvinas no sólo originó una situación revolucionaria y un gran movimiento de masas sino que provocó una diferenciación radical entre el conjunto de la burguesía y el pueblo. Quien se movilizó para apoyar la guerra y le dio un carácter antiimperialista fue el pueblo y no la burguesía, que tuvo una posición derrotista.

El Papa vino al país para reforzar esta actitud derrotista de la burguesía. Es así como, el mismo día que el Papa llamaba a su misa, ya había empezado la lucha definitiva por parte de los ingleses para ocupar Puerto Argentino. Al Papa hay que verlo, en este caso, como el movilizador de las masas pequeñoburguesas y burguesas para imponer la capitulación al imperialismo británico. Dejando de lado si correspondía pactar o no el fin de las hostilidades por la correlación de fuerzas militar ─lo que es un problema de otra índole y no político─, el Papa vino para servir a la política del imperialismo y de la burguesía argentina.

 

Crisis y triunfo revolucionario

La derrota en la guerra transformó la situación revolucionaria directamente en una crisis revolucionaria, si definimos como tal el hecho de que la crisis del sistema y el ascenso del movimiento de masas provoca una situación en la que el poder queda suspendido en el aire y las instituciones que nos gobernaban dejan de hacerlo.

La derrota en la guerra fue un nuevo salto en la crisis general del sistema y del gobierno militar, que la llevó hasta límites insospechados. Tenemos que insistir en que no fue sólo una crisis del gobierno militar sino de todo el capitalismo argentino. Es así que se destituye a Galtieri, como consecuencia de la derrota, con un golpe palaciego, sin que se pudiera durante días y días nombrar un reemplazante. Como consecuencia de la crisis revolucionaria el país queda sin instituciones que gobiernen, ya que se disuelve la Junta militar ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo entre sí para nombrar un presidente las distintas armas que la conformaban. La crisis de la Junta de Comandantes es el punto fundamental de la crisis revolucionaria, porque ella era la institución fundamental de sostén del régimen militar. Cada fuerza armada quedó así gobernando un sector del gobierno por su propia cuenta y riesgo, sin tener que rendirle cuentas a ninguna institución de tipo central y nacional. Es lo que los comentaristas políticos llamaron con acierto el "feudalismo militar". Al final, el Ejército intentó superar por su cuenta esta crisis total del régimen militar y del propio sistema capitalista, nombrando presidente a Bignone.

Lo importante no es que el Ejército haya nombrado a Bignone, sino cuándo y por qué circunstancias lo nombra. Bignone, antes de asumir y para hacerlo, pide el apoyo de todos los partidos políticos y de la burocracia sindical, fundamentalmente del peronismo y del partido radical. En la reunión con ellos, Bignone dice que no sabe si va a asumir y cuántos días va a durar si los partidos no lo apoyan. Y los partidos políticos que controlaban al movimiento de masas ─fundamentalmente el peronismo y su burocracia sindical al movimiento obrero, y el radicalismo a la clase media─ le dan un total apoyo para que suba al poder. Se transforman así en el apoyo institucional más sólido, porque las otras dos fuerzas armadas no lo hacen y posiblemente sectores importantes del Ejército tampoco.

Esta capitulación del Ejército, este pedido de auxilio a los partidos políticos, no es una actitud graciosa de la alta oficialidad del Ejército, sino que es provocada por la crisis total de poder existente en el país. Es decir, es provocada porque de hecho hay una revolución, o el temor a un estallido violento de una revolución, lo cual lleva al surgimiento de un gobierno que sube, no sólo por el apoyo de los partidos políticos, sino en base a un claro programa, que es la liquidación total desde el punto de vista institucional del gobierno militar; un gobierno que se compromete a dar amplias libertades políticas, democráticas y elecciones a plazo fijo; que surge no sólo apoyado por los partidos, sino gracias a que acepta que ya se abre inmediatamente una etapa absolutamente democrática para, por medio de elecciones, cambiar totalmente el régimen.

 

El carácter del gobierno Bignone

El gobierno Bignone, que nosotros definimos como producto de una revolución, también desde el punto de vista formal, estricto de las instituciones, puede ser definido como un cogobierno de las Fuerzas Armadas y la Multipartidaria, como un gobierno del Ejército apoyado por la Multipartidaria ─por el peronismo y el radicalismo─. Y hoy día, al reconstituirse la Junta militar, [también podría ser definido] como el viejo gobierno de Videla o de Galtieri apoyado, sustentado y acordado por los partidos políticos. Nosotros creemos que no es así, aunque se podría aceptar la fórmula "cogobierno del Ejército con los partidos". Nosotros creemos que una de las grandes tareas que se le da al gobierno Bignone es lograr la urgente unidad de las tres fuerzas armadas, pilar del Estado burgués. Ellos reconocen que hay una crisis total de tipo revolucionario que se prolonga, y que tienen que reestructurar la Junta. Pero esta reestructuración es totalmente formal; no logra una Junta militar sólida ni fuerte, ni logra fortalecer al gobierno de Bignone. Este, por el contrario, es un gobierno extremadamente débil, prácticamente sin ninguna fuerza, ya liquidado, que prolonga su agonía, tiene sobrevida pero ya es un muerto; tanto, que consideramos que es un gobierno kerenskista o semikerenskista.





UNA NUEVA SITUACION REVOLUCIONARIA


Justamente la extremada debilidad del gobierno es para nosotros un síntoma más de que es un gobierno pos triunfo de una revolución, lo que se refleja también en las organizaciones en las cuales se apoya, que son los partidos políticos y la burocracia sindical. Cuatro factores caracterizan la etapa que se abre después de Bignone. El primero es la ida inexorable a las elecciones nacionales. El segundo, la apertura democrática y legal extraordinariamente amplia, la más amplia que ha conocido el país. El tercero es la intensificación de la crisis del sistema capitalista semicolonial y, como parte de esta crisis, la del gobierno y las instituciones burguesas, que se vuelven extremadamente débiles. El cuarto es la extensión de la movilización de masas, principalmente la aparición de la clase obrera, con sus métodos tradicionales, las huelgas y movilizaciones, como principal caudillo indiscutido de los trabajadores. La expresión máxima de este fenómeno son las huelgas generales.

De estos cuatro factores, la burguesía trata de utilizar en su favor fundamentalmente los dos primeros, oponiéndolos a los otros dos, para frenar la crisis total del régimen burgués tanto económica como política y para frenar también la movilización revolucionaria del movimiento de masas. Concretamente, la burguesía quiere que las masas dejen de movilizarse y que las Fuerzas Armadas y el gobierno se fortifiquen a través del llamado a elecciones, con la apertura democrática legal. Estos intentos han fracasado hasta la fecha ya que, por el contrario, las libertades democráticas han servido para que las masas pierdan el miedo y se lancen en oleadas a la lucha. Esta política de la burguesía puede verse fortificada (y no negamos la posibilidad de que así suceda) e incluso concretada durante un corto interregno de uno o dos años, a través del juego de las instituciones democráticas burguesas: lo que hemos denominado contrarrevolución democraticoburguesa.

La etapa que se abre con Bignone se caracteriza porque la movilización de masas unitaria, revolucionaria, contra el imperialismo durante la Guerra de las Malvinas, se ha transformado en una gigantesca movilización contra las Fuerzas Armadas, contra las expresiones más terribles del gobierno militar y del sistema capitalista nacional. Esto se expresa con grandes movilizaciones contra los impuestos, contra los terratenientes ─ocupando las tierras y luchando contra los desalojos y las indexaciones en las ciudades─, con la insubordinación y la protesta pública contra la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas, con las movilizaciones regionales contra la política económica del gobierno que condena a las provincias a una crisis sin remedio, con las marchas de las Madres de Plaza de Mayo contra el genocidio y por las libertades democráticas, con las huelgas policiales en cadena por aumentos de sueldo con ollas populares, y fundamentalmente con cada vez más huelgas parciales del movimiento obrero y las dos huelgas generales que paralizaron el país. Este último hecho es el más importante, sin disminuir el carácter masivo y popular de la lucha contra el gobierno.

Paralela a esta movilización multitudinaria en ascenso se ha agudizado la crisis de todo el sistema. Es así como, a pesar de la reconstitución de la Junta militar, las distintas armas siguen enfrentándose públicamente, concordando solamente en la necesidad de efectuar las elecciones a plazo fijo. En las Fuerzas Armadas la expresión más aguda de esta crisis se manifiesta en los conflictos policiales, aunque tiene otras expresiones espectaculares como se puso de manifiesto en la ceremonia de homenaje a los caídos en la guerra*.

 

La contraofensiva burguesa e imperialista

La gran maniobra del gobierno, los partidos políticos y la burocracia sindical es desviar la movilización de masas hacia las elecciones internas de los grandes partidos primero, y después hacia la elección nacional, para desembocar por último en un régimen democraticoburgués que estabilice y supere la crisis del sistema burgués. Parte de este plan pasa por superar y reorganizar lo más rápidamente posible a los grandes partidos burgueses nacionales, que están también conmovidos y en crisis como consecuencia del triunfo de la revolución democrática.

Nada demuestra mejor esta política de tratar de superar la crisis con la marcha hacia un régimen democraticoburgués que la antinomia que se produjo entre la Multipartidaria y las dos grandes huelgas generales. La marcha y concentración de la Multipartidaria de fines del año pasado tuvo un objetivo preciso y esencial: evitar que la huelga general conmoviera al gobierno y a los partidos políticos burgueses. Con esa fúnebre marcha contrarrevolucionaria hacia la democracia burguesa, al mismo tiempo intentaba matar dos pájaros de un tiro, tratando de ganar prestigio y ubicarse en el centro de la escena como opositora al gobierno, arrancándole este lugar a la clase obrera y a las organizaciones sindicales.

Pero también es cierto que la marcha de la Multipartidaria tenía como objetivo remachar el acuerdo con el gobierno para que el curso hacia la democracia burguesa se hiciera sin condicionamientos por parte de éste, obligándolo a reconocer su derrota y su dependencia de los partidos de la Multipartidaria fundamentalmente. Esa marcha era para reforzar el rechazo generalizado a la concertación propuesta por las Fuerzas Armadas en su momento, y que fue rechazada por los partidos políticos porque era un intento de condicionar las futuras instituciones democráticas burguesas y el futuro margen de maniobra de los partidos burgueses para canalizar y controlar al movimiento de masas en ascenso en medio de una crisis total, económica e institucional de la burguesía. La Multipartidaria, con la marcha y el rechazo a la concertación que quería imponer el gobierno militar, demostraba que seguía siendo el factor fundamental de apoyo al gobierno, justamente porque el poder está en las calles y ya estaría en manos de la clase obrera y el pueblo si estos partidos no apoyaran al gobierno, si no le hubieran cedido el poder que tendría que ser de ellos a este gobierno inestable y débil.

La movilización de la Multipartidaria tuvo entonces también esa otra cara, que era recordarle al gobierno que tenía todo su apoyo, pero sólo si continuaba con el proyecto de suicidio del gobierno militar e instauración de un régimen democraticoburgués.

Este elemento cierto, pero parcial y unilateral, de la política de los partidos burgueses, especialmente de la marcha de la Multipartidaria, fue sacado del contexto de la política general de la Multipartidaria de enfrentamiento a la clase obrera y de acuerdo con el gobierno, para ser utilizado por el stalinismo y el centrismo oportunista para llamar a las masas a concurrir a la marcha de la Multipartidaria. Se olvidaban de que la Multipartidaria era, es y será, hasta que venga el nuevo gobierno democraticoburgués, el sostén principal del gobierno de Bignone, en la medida en que éste siga cumpliendo, como lo va haciendo, el plan elaborado en común de ir a una democracia burguesa.

 

Cuidado con un falso optimismo

Todo lo que venimos diciendo no debe llevarnos a una confusión: creer que el plan burgués ha caído en el vacío, que su maniobra de desviar la movilización revolucionaria al proceso electoral, a la reorganización de los partidos, no tiene ningún éxito. Por el contrario, ha logrado, en buena medida, postergar los grandes enfrentamientos contra el sistema capitalista. Ha conseguido hacer olvidar en cierto grado la explotación y la colosal crisis económica del régimen y del sistema. Ha podido aparentemente superar la crisis de los grandes partidos y alejar la posibilidad de una huelga general que enfrente al régimen en forma completa, total, hasta su caída. En la actual etapa la burguesía se conforma con superar esta crisis de los partidos políticos burgueses como paso previo a lograr una democracia burguesa sólida, fuertemente estructurada en la próxima etapa del gobierno constitucional.

Como todas las maniobras de la burguesía en esta etapa de crisis y de ascenso revolucionario, tiene vuelo corto; son éxitos efímeros, pero éxitos peligrosos si se siguen acumulando. Si bien ha logrado en apariencia superar la crisis de los partidos burgueses, el nivel de afiliación de éstos ha sido verdaderamente impresionante ─el 30 por ciento de los votantes─, lo que ha despertado una pasión política entre los trabajadores como jamás habíamos observado a pesar de ser el pueblo argentino tan politizado. Esta inquietud política explica el número de afiliaciones y la intensidad con que se las llevó a cabo. Esto explica los éxitos del Partido Obrero (PO) y nuestro. Es necesario sacar conclusiones revolucionarias de este hecho, nuevo por su magnitud, que se hace más importante a tomar en cuenta en nuestra política inmediata.





HACIA EL ESTALLIDO DE LA LOSA POLITICA Y SINDICAL PERONISTA

Nada será igual en nuestro país a partir del triunfo de la revolución democrática contra la dictadura. Todo será subvertido, cuestionado y superado. Todo lo viejo entrará en crisis. De esa crisis, la más importante, la que tendrá un valor histórico será la del peronismo. A pesar de su colosal afiliación, o debido justamente a ella, ha entrado en una nueva etapa en su agonía, aunque parezca lo contrario. Esta crisis provocará una verdadera revolución mental en todo el movimiento obrero y de masas, monopolizado en forma casi absoluta durante cuarenta años, política y sindicalmente, por el peronismo.

En lo que sigue trataremos de demostrar por qué el peronismo ha entrado en su crisis histórica, definitiva.

El gobierno de Perón y el movimiento obrero

Debido a las colosales traiciones del comunismo y del socialismo argentinos, que apoyaban la colonización yanqui del país al mismo tiempo que controlaban políticamente a la clase obrera, el peronismo pudo no sólo desplazar a esos partidos obreros traidores sino además, lo que fue una verdadera tragedia para el movimiento obrero, degenerar su ideología y conciencia de clase. Este, desde el peronismo, cree en un gobierno bueno, paternal, que le otorgue conquistas al movimiento obrero desde arriba.

No se nos oculta el trasfondo económico-social del surgimiento del peronismo. La Argentina era el país semicolonial más avanzado del mundo, el más rico, el que durante décadas había sido la Arabia Saudita del régimen imperialista: el quinto puesto en el comercio mundial durante más de cincuenta años. Además, esta semicolonia pudo, durante la Segunda Guerra Mundial, acumular grandes cantidades de divisas y una posición económica todavía más sólida, privilegiada. A esta situación de coyuntura se le sumaban una gran acumulación capitalista anterior y pautas europeas y norteamericanas de cultura y consumo. El gobierno de Perón, en su afán de resistir al imperialismo yanqui sin perder sus características reaccionarias, pudo hacerle tremendas concesiones al movimiento obrero gracias a las nuevas riquezas acumuladas por el capitalismo argentino, sumadas a las que ya heredaba.

 

Una grave contradicción

La otra cara de estas concesiones al movimiento obrero fue la organización sindical y de las comisiones internas y cuerpos de delegados de los establecimientos. Bajo el peronismo, los sindicatos argentinos han organizado a más del noventa por ciento de la clase obrera, que a su vez se organizó en comisiones internas y cuerpos de delegados. Esa organización sindical fue acompañada y producto, al mismo tiempo, de grandes luchas de los trabajadores y no sólo de la mera protección estatal del gobierno peronista. Las grandes huelgas gremiales, así como las generales, suman decenas y decenas en la Argentina. El movimiento sindical argentino por un lado tuvo el control ultrarreaccionario procapitalista de sus sindicatos por parte del Estado, y por otro lado, en contradicción con esto, tuvo una poderosa organización de base y también sindical.

Esta combatividad y organización sindical entró en contradicción, en la conciencia y combatividad del proletariado argentino, con su conciencia política. Las concesiones que había dado el gobierno de Perón llevaron al movimiento obrero a creer que toda su perspectiva política era tener un gobierno bueno, paternal, con un Estado que también le otorgara concesiones al movimiento obrero. Esta concepción profundamenta burguesa y bonapartista, retrógrada, de la clase obrera argentina, provocó esta contradicción insuperable durante cuarenta años. Lo curioso es que durante todos estos años la clase obrera no ha podido superar esta contradicción entre su conciencia ultracapitalista y, digámoslo con claridad, ultrarreaccionaria, que mira hacia atrás, hacia volver a un gobierno que le haga concesiones, paternalista y bonapartista, sin importarle si es reaccionario o no, y su tremenda combatividad y organización sindical. Esta contradicción es la que ahora se expresa en la crisis del peronismo y la que va a tener solución histórica.

 

El peronismo en la oposición

El peronismo fue un partido político y un movimiento sindical originado y protegido por el Estado burgués y su gobierno bonapartista. La caída del gobierno peronista, contra lo que pudiera creerse, no cambió su carácter de organización con características bonapartistas y que busca la protección estatal. El general Perón en el llano tuvo tanta o más fuerza que cuando estaba en el gobierno para imponer su voluntad a su partido y para seguir manteniendo el apoyo del movimiento obrero y de masas. Su tremenda fuerza le venía del horizonte político del movimiento obrero, que quería recuperar su gobierno paternal, retroceder al viejo gobierno y no avanzar hacia un gobierno obrero. Gracias a ello, Perón y su burocracia sindical pudieron manipular a los trabajadores directamente contra sus intereses históricos, haciendo que votaran a un gobierno proimperialista como el de Frondizi, o apoyar con todas sus fuerzas al golpe de Onganía, sin que la clase obrera entrara en crisis con el peronismo y su siniestra burocracia sindical. Sin un bonaparte que impusiera solución a los conflictos entre las distintas alas del movimiento y en general entre el movimiento obrero y la burocracia sindical, sin la perspectiva de un gobierno que protegiera a los sindicatos y a la burocracia desde el Estado burgués, el peronismo no hubiera podido subsistir, habría desaparecido.

La base económico-social de la sobrevivencia del peronismo tiene que ver también con la de su surgimiento: la Argentina, a pesar de su decadencia, arrancaba de una situación ultraprivilegiada, como el país semicolonial más rico que había dado el régimen imperialista. Esto permitió que continuara la sustitución de importaciones, el desarrollo industrial basado esencialmente en un poderoso mercado interno (si tomamos en cuenta los países coloniales y semicoloniales), seguir con las pautas de consumo europeas y norteamericanas y reforzar estas tendencias con un masivo ingreso de capitales imperialistas, principalmente a partir de los gobiernos de Aramburu y Frondizi. Esta decadencia relativamente lenta (aunque el gobierno peronista no estuviera en el poder), permitió que se mantuvieran las direcciones sindicales peronistas en el gobierno a través de una doble relación: de colaboración y de protección de cada uno de los gobiernos y de cada uno de los aparatos estatales, al mismo tiempo combinada con la protección política o las negociaciones con el movimiento peronista y con el propio general Perón.

El peronismo se mantiene esencialmente como estructura por la estructura sindical, que por un lado conserva una ideología peronista ─lo que significa buscar el acuerdo con los militares y la protección del Estado, cualquiera sea quien esté en el Estado─ y por otro lado se apoya políticamente en Perón para no romper con el movimiento de masas que era y sigue siendo peronista, buscando la vuelta del general Perón para que desde allá le otorgue concesiones. Esto hace que la burocracia tenga un rol tan pérfido, tan reaccionario, en toda esta etapa. Es quien pacta con Frondizi, negocia con Illia, posteriormente da el golpe de Estado junto con Onganía y últimamente negocia, colabora de lleno con el régimen militar, el mismo que había volteado al peronismo. Esta posibilidad de acuerdo de la burocracia peronista con los distintos gobiernos burgueses de turno ha sido la constante de su actuación, salvo algunas excepciones: el primer año o año y medio del gobierno de Aramburu y en cierta medida la etapa Illia. Pero la razón última de esta posibilidad, de que sobreviva la burocracia sindical y que a su vez sea defensora del peronismo, está dada también por la herencia de la enorme riqueza acumulada del capitalismo argentino, que permitió siempre que no haya desocupados, que se puedan negociar los salarios, es decir, que se pudiera llevar a cabo como mínimo, cuando ya no se podían arrancar nuevas concesiones, una política reformista de no ceder las conquistas sino negociarlas dando sólo pequeños retrocesos.

Pero este fenómeno cambia completamente cuando comienza la gran crisis económica del capitalismo y del imperialismo mundial y su reflejo en la Argentina, lo que significa un cambio cualitativo en la política de la burguesía en relación con el movimiento obrero y los propios sindicatos. Este fenómeno se da a partir de 1974-1975 como expresión nacional de la primera gran crisis del capitalismo [en la posguerra]. Esta situación va a impedir toda política reformista por parte de la burguesía en relación con el movimiento obrero y la va a obligar a llevar una ofensiva total contra él.

 

El gobierno de Isabel

El gobierno de Isabel, como el gobierno militar que la sustituye, refleja ya esa profunda contradicción del movimiento peronista: la imposibilidad de hacerle ninguna concesión, ni siquiera de respetar o recortar las conquistas del movimiento obrero, sino directamente tener que suprimírselas desde todo punto de vista. Esto provoca el enfrentamiento del movimiento obrero contra el gobierno de Isabel a través de la huelga general contra Rodrigo. La expulsión del país de López Rega se inscribe dentro de esta colosal huelga del proletariado argentino contra el gobierno peronista*. [Esta contradicción] se expresa [también] en la ruptura de los Montoneros con el gobierno.

Si este proceso no siguió adelante, si este esclarecimiento de la clase obrera con respecto al carácter profundamente reaccionario del peronismo no avanzó, se debió justamente a la política elitista, criminal, de los Montoneros, que llevaron a la vanguardia obrera y estudiantil a una lucha física con el régimen, haciendo una guerra civil de bolsillo contra éste, alejándola de su contacto con el movimiento de masas para terminar de llevarlo al rompimiento con el gobierno reaccionario de Isabel y con el peronismo.

Con el gobierno militar se agudiza toda la política aplicada por Isabel, se lleva hasta el final la ofensiva contra el movimiento obrero y los trabajadores, se le quitan todas las conquistas y concesiones que les había otorgado el peronismo ─medidas que el gobierno de Isabel no había podido lograr─. Se corta así definitivamente la etapa económico-social que permitía dejar en manos de la clase obrera grandes conquistas. Nada demuestra mejor la crisis del peronismo que su división en dos centrales sindicales, y hoy en día dos "62 Organizaciones". La corriente liderada por Triaca es la que acepta la nueva situación y quiere que surja un nuevo tipo de sindicalismo, que no se meta en política, que sea estrictamente profesional y de colaboración directa con las empresas, en contraposición con el sindicalismo de Miguel, que quiere un nuevo pacto con los militares para ver si logra algunas concesiones para el movimiento obrero y sobre todo para la burocracia sindical*.

 

El peronismo en crisis

El impacto del triunfo de la revolución democrática ya ha golpeado fuertemente al peronismo; es un golpe mucho más terrible que el que le había dado en su momento la contrarrevolución. La consecuencia de esta revolución democrática es que el carácter bonapartista, verticalista, del peronismo ha sido conmovido, al entrar en un proceso de reorganización partidaria democrática y no bonapartista. La existencia de varias decenas de fracciones en la provincia de Buenos Aires es una demostración contundente de esto. El verticalismo rabioso, el que hace una cuestión de principios que subsista la estructura bonapartista, no democrática, tendrá que luchar en las elecciones internas como cualquier otra corriente antiverticalista para ganarlas.

Creemos imposible que, aun ganando los ultraverticalistas, logren evitar el colapso definitivo. Veamos las razones. La etapa democrática abierta va a hacer que, a corto plazo, el verticalismo y el antiverticalismo, así como las distintas fracciones de cada una de esas grandes corrientes, no puedan convivir dentro de la misma organización, ya que todos ellos tienen proyectos políticos distintos, antagónicos: uno bonapartista, el verticalista; otro democraticoburgués, el de los antiverticalistas. Pero más grave que esta lucha entre proyectos políticos, es que los mismos están atravesados por la grave situación de la lucha de clases y por la crisis económica que no le permite al peronismo hacer ninguna concesión. Esto es así porque, si no, caeríamos en el formalismo, porque los dos proyectos pueden convivir en un partido con características de movimiento por un tiempo más o menos prolongado. Esta situación significará una rápida ruptura con el peronismo del movimiento de masas y obrero, después posiblemente de la asunción del gobierno constitucional, lo que provocará también una crisis profunda en el peronismo, que se combinará con los dos proyectos políticos para que salte todo el peronismo por los aires.

Si el peronismo gana las elecciones se verá obligado a ser la punta de lanza de una brutal ofensiva contra el nivel de vida de los trabajadores, en lugar de hacerles concesiones. La clase obrera verá entonces que el peronismo no es el viejo gobierno paternalista y bueno, que les concedía todo lo que pedían, sino todo lo contrario, un gobierno asesino, hambreador.

Pero aun no ganando las elecciones, no podrá evitar su crisis ya que el radicalismo en el poder negociará con un sector del peronismo, tanto político como sindical, para dividirlo, obligándolo a responder a la siguiente pregunta: ¿A favor o en oposición a la ofensiva contra el nivel de vida de las masas y contra el propio país para colonizarlo? Este planteo del radicalismo y de la burguesía inevitablemente va a dividir al peronismo, haciendo que la amplia mayoría de la burocracia sindical y del sector político se inclinen a apoyar a sectores del radicalismo en la política de ofensiva contra el movimiento de masas. Esto originará posiblemente corrientes de izquierda (no debemos hacernos muchas ilusiones sin observar el proceso) dentro del propio peronismo o, lo que es más posible, originará procesos moleculares hacia la izquierda que llevarán hacia su crisis definitiva.

El proceso electoral y el próximo gobierno constitucional pueden evitar, y hasta ahora han evitado, que a corto plazo estalle la crisis total, definitiva del peronismo. Decimos que "posiblemente" hasta el próximo gobierno constitucional no estallará esta crisis, porque todavía no está claro cuáles son las intenciones del bonaparte con faldas [Isabel Perón] con respecto al partido peronista: si intervenir con todo, inclusive hasta autoproponerse como candidata, o abstenerse de hacerlo. Cualquiera de las dos actitudes llevará a una crisis inevitable por las dos razones ya enunciadas: los distintos proyectos políticos que hay en su seno, y la crisis económica y la ofensiva burguesa e imperialista del futuro gobierno contra el movimiento de masas. Pero es evidente que el proceso electoral ha provocado un fenómeno centrípeto, de unidad de todas las tendencias peronistas para lograr el triunfo del peronismo, un triunfo categórico, absoluto, de sacar alrededor de un cincuenta por ciento de los votos y postergar las luchas de todas las tendencias para después de las elecciones. Esta política de frente único electoral para ganar las elecciones no puede ocultar, una vez que éstas se lleven a cabo, los profundos antagonismos de sectores de clase, fundamentalmente del proletariado que apoya al peronismo, con la dirección burocrática y burguesa que lo dirige, pero también de los distintos proyectos que hay en su seno.

Por el contrario, después de las elecciones, la existencia de la Cámara de Diputados y de Senadores, los cuerpos elegidos, hará que salten a la luz del día ya en los propios cuerpos colegiados las profundas diferencias dentro del peronismo. Y, lo que es más importante todavía, estas diferencias se expresarán en las calles, en todas las movilizaciones que haya del movimiento obrero: contra el gobierno peronista si sale elegido, o contra el gobierno radical con alianza de sectores peronistas si gana el radicalismo.

El peronismo ya está en crisis; sus fracciones públicas así lo demuestran. Lo único que aún no se ha producido es el estallido de la misma. Que ya existe esa crisis en relación con el movimiento obrero y popular se refleja en la falta de militancia, en el escepticismo de los trabajadores, en la desconfianza en la dirección, principalmente en Isabel y en la burocracia sindical. La gran afiliación por peso de inercia no debe hacernos olvidar estos fenómenos profundos, porque son los que van a salir a la superficie, sorprendiendo a los que hagan un análisis electoral y superficial de la situación del peronismo. El peronismo está, posiblemente, a pocos meses de asumir de nuevo el poder. Pero esto significará el último chisporroteo de esta siniestra organización política enterradora de todas las luchas del proletariado argentino, socia de todos los gobiernos reaccionarios que hemos padecido en los últimos cuarenta años.

Recién cuando estalle esta etapa de crisis abierta y no oculta del peronismo, se abrirá la etapa de transformación de nuestro partido en un partido con influencia, mayoritaria o minoritaria muy importante, en el movimiento obrero. Entonces adquirirá toda su importancia histórica la apertura en las barriadas obreras de quinientos o más locales partidarios. No se necesita mucha imaginación para barruntar qué ocurrirá en esas barriadas, con sus fábricas y talleres, cuando los trabajadores dejen de ser peronistas. Una parte sustancial de ellos puede ser ganada, creemos que será ganada, inevitablemente, por nosotros. Se trata de saber si ganaremos la mayoría o una importante minoría, pero es inevitable que los ganemos.

Esta crisis política del peronismo no tiene por qué ser acompañada mecánicamente por la crisis del movimiento sindical peronista. Con esto queremos decir que no tienen por qué seguir el mismo ritmo o una secuencia inevitable que comience por la crisis política y después la sindical. Ya hay una crisis entre la CGT de Brasil y la de Azopardo muy grande; pero hay otra crisis mucho más profunda, que es la crisis de la base sindical con su dirección. No hay ninguna dirección que sea seguida con entusiasmo por la base obrera y sindical. Todas son repudiadas por la base. Aun cuando se diera un proceso parecido al electoral nacional, de que, por falta de dirección o de alternativa nueva, de vanguardia, clasista, se vuelva a votar por tal o cual burócrata en las elecciones sindicales, será una elección que ocultará el repudio generalizado. Pero no sabemos en qué momento se reflejará la revolución democrática triunfante en el seno del movimiento obrero y específicamente en el movimiento sindical. Puede ser después de la crisis política del peronismo, durante esa crisis o, no lo descartamos, antes de esta crisis abierta, como consecuencia de las elecciones internas sindicales o de grandes luchas, que harán que surja a nivel de delegados y comisiones internas una nueva dirección del movimiento obrero y sindical argentino. Por eso es tan importante comprobar, a nivel de la base obrera, si la apertura de las elecciones en los sindicatos se refleja por abajo y puede ser utilizada para promover una nueva dirección a ese nivel. Este proceso de base tendrá una influencia decisiva en la liquidación de la burocracia sindical, lo que significaría la crisis política total del peronismo. Esta liquidación de la burocracia sindical en forma masiva en todo el país, sería una ampliación y una continuación del heroico Sitrac-Sitram.