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Nahuel Moreno
Argentina - Una revolución democrática triunfante
Este informe parte de un presupuesto básico: que la revolución democrática argentina ya triunfó con la caída de Galtieri y la asunción del mando por Bignone. El gobierno de este último significa la aceptación de su derrota por parte de las Fuerzas Armadas y la inauguración de la primera etapa democrática sin mayores cuestionamientos, amplia, que se ha abierto desde 1930. Esto significa, en cuanto al futuro, que la clase obrera tiene dos alternativas y sólo dos a partir de este momento: ser derrotada por un golpe contrarrevolucionario o hacer la revolución socialista. Dicho de otra forma: la revolución democrática ha dejado de estar planteada para la clase obrera como su principal tarea y como "su revolución" hasta que un nuevo putsch contrarrevolucionario haya triunfado. Recién entonces la gran tarea histórica que enfrentarán las masas será echar de nuevo a la dictadura de turno, es decir, hacer una nueva revolución democrática.
Nada de lo que venimos afirmando significa que las consignas democráticas pierdan importancia en la nueva etapa, sino solamente que se inscriben en un nuevo contexto: deja de ser el centro de nuestra política gubernamental el derrocar al gobierno por dictatorial, contrarrevolucionario. Dicho de otra manera, el nuevo contenido está marcado por la marcha desde la revolución "democrática" triunfante hasta la revolución socialista sin solución de continuidad. La próxima revolución socialista puede tener como eje una consigna democrática o ser preparada por una movilización contra un putsch contrarrevolucionario que vaya contra la etapa democrática conquistada; pero estas consignas o tareas ─que son de enorme importancia porque van contra el intento de la burguesía de frenar nuevas conquistas democráticas─, serán sólo tácticas dentro de la gran tarea histórica de imponer una revolución socialista de tipo octubre en forma inmediata, aunque este inmediato signifiquen varios años.
Si nuestro presupuesto básico es cierto, entonces lo es este informe, aunque tenga errores en el análisis de algunos hechos y en la periodización del curso revolucionario. Por el contrario, si aquella premisa no fuera correcta, las tesis se-rían incurablemente falsas por más aciertos parciales que tuvieran.
Muchos compañeros se preguntarán la razón por la cual hemos dado el nombre de revolución a un acontecimiento que aparentemente se parece a lo ocurrido repetidas veces en la historia argentina de los últimos cincuenta años: el paso de un gobierno no votado a otro que sí lo es. El primero fue el traspaso del gobierno de la dictadura de Uriburu al gobierno constitucional del general Justo: las Fuerzas Armadas obligaron a Uriburu a dar elecciones y a que rigiera de nuevo la Constitución que, por otra parte, no había sido derogada sino solamente aplicada en forma recortada. Pero ese paso al régimen constitucional fue condicionado por el ejército y la oligarquía a que las elecciones fueran fraudulentas para garantizar la continuidad del dominio oligárquico y de la influencia de las Fuerzas Armadas, lo que el propio régimen oligárquico denominó el "fraude patriótico". La lucha por el derecho a votar y por liquidar el fraude fue el centro de la política argentina durante la "década infame". Esto fue una demostración de que no se había producido una revolución democrática en el paso del gobierno del general Uriburu al del general Justo. Efectivamente, los gobiernos de la concordancia de la "década infame" son la continuación directa o indirecta del golpe de Estado del año 1930, que condicionó el nuevo gobierno constitucional a través del "fraude patriótico".
En el año 1943 se da un golpe militar contra el régimen del fraude, inaugurando una férrea dictadura que impone un control totalitario del país pero que tampoco deroga la Constitución. Este régimen militar es reemplazado, a través de un proceso electoral, por el peronismo. Tanto el proceso electoral como el gobierno peronista fueron condicionados por el control estatal que impuso el sector del Ejército dominante que apoyó la candidatura del general Perón. No hubo una revolución democrática, sino solamente un reacomodamiento muy importante, con grandes cambios, del propio gobierno militar. Que la figura más destacada del mismo, el vicepresidente Perón, haya sido el nuevo presidente no es una casualidad; demuestra que en gran medida era la continuación de la dictadura militar adaptada a las nuevas circunstancias históricas. De ahí toda la legislación represiva y totalitaria del peronismo, como la promulgación de una nueva Constitución para garantizar la elección del general Perón y la continuidad del régimen represivo. No nos olvidemos que bajo Perón fueron totalitariamente controlados los sindicatos, la prensa, los partidos de izquierda.
A partir del golpe de 1955 todos los gobiernos son condicionados por la ilegalidad del peronismo, por las imposiciones de los militares y la oligarquía. No es casual que la única excepción se haya producido después del Cordobazo, que logró la legalidad para el peronismo, es decir amplias libertades democráticas y electorales. Con la semiinsurrección o semirrevolución que significó el Cordobazo se produjo la primera gran apertura democrática que hayamos conocido, con legalidad para todos los partidos de izquierda, para el peronismo, como así también con amplias libertades democráticas formales. De cualquier forma, el grado de crisis de las Fuerzas Armadas y del gobierno, así como el de la movilización popular y obrera fue más débil que el actual, menos multitudinario. Se vivía, por ejemplo, con una relativa buena situación económica que no se parece en nada a la devastadora crisis actual.
Lo mismo con respecto al gobierno militar. Este, desde el Cordobazo, se mantuvo mucho más sólido como gobierno y también como Fuerzas Armadas que el actual gobierno de Bignone. Esto se manifestó en el hecho que desde el Cordobazo hasta las elecciones tuvimos la caída de Onganía, la subida de Levingston y su caída, el gobierno de Lanusse y por fin las elecciones. En total casi cuatro años para llegar desde el Cordobazo hasta la elección de un nuevo gobierno. Las Fuerzas Armadas condicionaron las elecciones a un punto muy importante: los comandantes en jefe se elegirían entre los oficiales de mayor graduación en actividad.
Habrá que precisar si la caída de Levingston o la asunción de Cámpora no significó también un triunfo revolucionario, que estaría así relacionado con el que estamos presenciando, como la revolución de 1905 a la de 1917 en Rusia.
Lo que hace que no consideremos lo que vino después del Cordobazo como una revolución tan amplia y categórica como la que actualmente estamos viviendo, es el hecho de que los militares lograron dosificar la apertura democrática, la fueron otorgando paulatina y morosamente sin sufrir una crisis como la que actualmente están viviendo. Lo que mejor demuestra ese relativo control de la situación es el hecho de que impusieron al nuevo gobierno una Constitución que no fue elaborada con ninguna corriente política, aunque éstas puedan haber sido consultadas. El gobierno apoyó con todas sus fuerzas, y condicionó las elecciones y la Constitución, a su intento de imponer al partido radical en el gobierno. Fueron por lo tanto unas elecciones condicionadas aunque llevaron al triunfo de Cámpora y no del radicalismo.
Nuestra definición de todos los anteriores procesos democráticos electorales como que no fueron producto de una revolución triunfante tiene que ver también con el carácter de los gobiernos. Todos los gobiernos que condicionaron o directamente abrogaron el derecho burgués a elegir los gobernantes fueron gobiernos reaccionarios, que no se atrevieron a eliminar la Constitución y sus derechos fundamentales y se limitaron a coartar estos derechos o a suspenderlos. Aun el régimen de Onganía es cualitativamente distinto al régimen inaugurado por el putsch de 1976. El régimen de Onganía es reaccionario, en cambio el inaugurado después del año 1976 es contrarrevolucionario. La diferencia está en que Onganía lleva a cabo una represión legal, dentro de ciertas normas constitucionales, promulgando decretos leyes dentro del derecho burgués, que son aplicados por las instituciones normales del régimen, es decir por la Justicia. Este régimen, como el de 1943, como el de Uriburu y su continuación justista, son profundamente reaccionarios, pero no son contrarrevolucionarios. Para nosotros un régimen contrarrevolucionario es aquél que cambia abruptamente los métodos de gobierno para imponer los de la guerra civil o represión total, selectiva o masiva, contra los movimientos de izquierda y contra el movimiento obrero y de masas. Ningún gobierno, a excepción formalmente del de Uriburu, utilizó métodos de guerra civil para reprimir al movimiento obrero y de masas, salvo el último régimen.
Esa es una de las razones por las cuales el régimen se negó sistemáticamente a autorizar libertades, de cualquier tipo que fueran, ya que eran incompatibles con su existencia. Sólo podía dar libertades retaceadas y elecciones a través de un plan condicionante que le garantizara su sobre-vivencia y su herencia como régimen bonapartista contrarrevolucionario, como en España o Brasil.
El actual proceso es muy distinto al posterior al Cordobazo. No es producto de una dosificación o condicionamiento del gobierno militar sino de un fenómeno abrupto, incontrolable, que se dio de repente sin que haya sido planeado ni deseado por ningún sector de la clase dominante. Nadie proyectaba, dentro del mundo oficial burgués o burocrático, que en el corto lapso de tres meses pasáramos del más terrible de los regímenes contrarrevolucionarios conocidos en el país a un régimen donde campearan más o menos todas las libertades democráticas formales, y de un gobierno fuerte como el de Galtieri a uno que se cae solo. De la falta absoluta de las más mínimas libertades pasamos a libertades democráticas muy amplias, también casi absolutas, e incluso a muchas libertades no formales, como las ocupaciones de casas y tierras, el no pago de impuestos, las huelgas policiales, los insultos a la alta oficialidad del ejército en actos oficiales. No ignoramos que todavía hay restos de importancia de la etapa anterior, como la censura a ciertos niveles, unos pocos secuestros y los parapoliciales (es una colosal tarea luchar más que nunca contra los aparatos parapoliciales), pero enmarcados en un contexto de libertades muy amplias.
En este caso, debido a la revolución, a este salto abrupto de la situación, las libertades llegaron de un día para otro y las elecciones vienen después. En eso también es distinto a la etapa de Lanusse en donde las libertades fueron otorgadas paulatinamente. La generalización y el reconocimiento de estas libertades, empezando por las políticas, se produjo con el advenimiento de Bignone al gobierno. Por eso creemos que con su subida se produjo una colosal revolución en cuanto a las libertades democráticas y en cuanto a la caída definitiva del gobierno militar. La revolución triunfante es objetiva, se palpa con los oídos y los ojos: legalidad para todos los partidos políticos, libertad de prensa, impotencia y crisis total del gobierno y crisis de las Fuerzas Armadas. Sea cual fuere el nombre que le pongamos a esta etapa, debemos reconocer que es totalmente distinta a todos los interregnos democráticos que hemos conocido anteriormente. Este es más profundo, amplio y casi sin condicionamientos; los militares prácticamente no han podido poner ningún cuestionamiento a esta irrupción de las libertades democráticas.
Hasta el momento nos hemos conformado con describir y precisar históricamente los cambios que se han producido en cuanto a las libertades democráticas y a las etapas de la reacción y la contrarrevolución. Ahora queremos definir científicamente a la revolución democrática. Así demostraremos que lo que hubo antes de ahora fueron reformas, y lo que se dio con la caída de Galtieri fue una revolución. Antes que nada debemos señalar que es una revolución política en cuanto a los objetivos históricos que logra y al carácter del gobierno que impone. Toda revolución política es un cambio abrupto, una caída de un régimen retrógrado y el surgimiento de un nuevo régimen más progresivo en cuanto a las libertades democráticas, así como la contrarrevolución es el surgimiento, por la derrota de un régimen más progresivo, de uno regresivo que barre todas las conquistas democráticas del régimen anterior. Las revoluciones pueden ser políticas (esto ya es bien conocido) cuando el poder no cambia de clase y pueden ser sociales cuando éste poder cambia de clase. Esta revolución social puede ser política o, por una ley del desarrollo desigual y combinado, puede ser solamente económica. Esta revolución social es política cuando la clase obrera a través de organismos democráticos y dirigida por un partido marxista revolucionario que ha ganado la mayoría de la clase obrera logra echar a la burguesía del gobierno y comienza a gobernar. En contraposición a esta revolución está la de los partidos pequeñoburgueses oportunistas que, desde el gobierno, en forma burocrática, dictatorial, sin ninguna democracia obrera, van más allá de lo que quieren, de lo que su programa les indica, y se ven obligados, como medida defensiva, a expropiar a la burguesía y originar un Estado obrero. Esta variante es la que se ha dado en toda esta posguerra. Hay, por último, otra variante, hipotética, teórica, que todavía no se ha dado: la de un gobierno de los partidos oportunistas pero asentados en organismos democráticos de la clase obrera como los soviets. Esta posibilidad es la que abrió Lenin al plantear que los oportunistas tomaran el poder en Rusia apoyándose en los soviets.
La caída de Galtieri y la asunción de Bignone la llamamos revolucionaria porque, al igual que toda otra revolución democrática, derrota a un régimen contrarrevolucionario o reaccionario para imponer una etapa de amplias libertades democráticas que abre la perspectiva de lograr la designación de los gobernantes por medio de las elecciones. Pero lo importante es la magnitud de las libertades democráticas obtenidas por el movimiento de masas en su enfrentamiento al régimen contrarrevolucionario. Una característica de todas las revoluciones democráticas no sólo es el cambio de régimen, sino el hecho de que quienes sostienen al gobierno "revolucionario" son partidos burgueses o pequeñoburgueses que controlan al movimiento de masas. Esto hace que sean gobiernos extremadamente débiles, kerenskistas. En cuanto a las tareas históricas que logra y en cuanto a los partidos que lleva al poder, se las puede denominar revoluciones democraticoburguesas porque su logro más importante es voltear un régimen antidemocrático para imponer un régimen democrático que lleva al poder a partidos burgueses o pequeñoburgueses representantes del movimiento de masas. La revolución argentina es democrática porque provocó la caída de un régimen contrarrevolucionario y logró imponer un régimen de amplias libertades y, lo que es más importante, la fuente de poder del general Bignone está dada por el apoyo que le dieron los dos partidos burgueses que controlan al movimiento de masas en la Argentina, el peronismo al proletariado y el radicalismo a la clase media, junto con la burocracia sindical peronista. No hablemos de su tremenda debilidad kerenskista.
Muchos compañeros se preguntarán si lo que nosotros llamamos revolución democrática no es lo mismo que lo que hemos llamado bismarkismo senil, es decir gobiernos como el de Franco y el del rey Juan Carlos o el de Geisel y Figueiredo en Brasil, que comienzan a otorgar cada vez mayores libertades democráticas para mantener incólume la solidez de las instituciones contrarrevolucionarias, sin tocar para nada de hecho la estructura del régimen contrarrevolucionario sino agregándole, sumándole, concesiones democráticas. Nosotros no creemos que lo que ocurrió con la caída de Galtieri y la subida de Bignone al poder sea una consecuencia de sumarle, agregarle al régimen militar concesiones democráticas para mantenerlo en el poder. Lo que nosotros hemos llamado bismarkismo senil es la política de un régimen contrarrevolucionario bonapartista de hacer concesiones democráticas, pero para mantener ese régimen, no para que éste caiga abruptamente. Por ejemplo, la Constitución española garantiza el control estatal por parte del rey. En ese sentido es muy distinto al proceso que se dio en Portugal donde, como consecuencia de la Revolución de los Claveles, cayó el régimen fascista abruptamente y se abrió una etapa de amplias libertades democráticas. En España se han hecho importantísimas concesiones democráticas, pero la estructura monárquica bonapartista planeada por Franco, subsiste. Concretamente, hay una monarquía, como lo quería Franco, con enorme peso y fuerza, heredera del bonapartismo franquista en una etapa de crisis.
Lo mismo ocurre en Brasil: el régimen sigue incólume dominando totalmente el Estado con su mismo personal y con una Constitución completamente reaccionaria que le garantiza al régimen militar su continuidad. Esto no quiere decir que este régimen militar, que domina las estructuras fundamentales de poder y que se apoya en una Constitución ultrarreaccionaria hecha a su imagen y semejanza para garantizarle su continuidad, no haya otorgado muchas libertades democráticas. Ni el monarca ha caído en España, ni las fuerzas militares brasileñas han sido expulsadas del gobierno, ni tampoco se han conseguido libertades democráticas amplias, fundamentalmente la de poder elegir a los gobernantes a través del voto directo. Nadie vota al rey en España. En ese sentido es lo opuesto a la revolución democrática argentina, que ha derrotado al régimen militar y abierto de un día para otro la posible elección de sus gobernantes y amplias libertades. El régimen militar no tenía planteado hace un año que caía a los dos o tres meses de iniciar la guerra de las Malvinas. Por eso no dosificó ni preparó nada para esta etapa democrática: ella le fue impuesta por su crisis y por el movimiento de masas, es decir por una revolución.
Las revoluciones democráticas que caracterizaron al siglo pasado o principios de este siglo, fueron denominadas por el marxismo como democráticas burguesas. Fueron revoluciones que derrocaron al régimen feudal o monárquico feudal, para imponer un régimen democrático que impulsara el desarrollo capitalista; el poder pasaba a manos de sectores de la burguesía o de la pequeña burguesía. Era no sólo una revolución política que inauguraba un nuevo régimen político, sino también una revolución social que arrancaba el poder a las monarquías feudales para entregárselo a la burguesía.
Este contenido histórico de las revoluciones democraticoburguesas ha cambiado radicalmente desde el triunfo del fascismo en Italia. A partir de ese momento surgen regímenes totalitarios, antidemocráticos, directamente contrarrevolucionarios, que emplean métodos de guerra civil contra el movimiento obrero, sus partidos y sus sindicatos. Estos regímenes no son la expresión del feudalismo sino del capitalismo más avanzado, el de los monopolios. La lucha del movimiento obrero adquiere un hondo significado democrático, parecido al de las revoluciones democráticas antifeudales del siglo pasado pero con un contenido totalmente diferente: de lucha contra la contrarrevolución burguesa y no feudal. Ya Trotsky señalaba a principios del año 1930 que las consignas democráticas, debido al surgimiento y triunfo del fascismo, adquirían una nueva magnitud, una enorme importancia. Nosotros diríamos más: que el surgimiento del fascismo y de los regímenes contrarrevolucionarios plantearon la necesidad de una verdadera revolución democrática efectuada por el proletariado acompañado por el pueblo. Esta revolución democrática, cuyo contenido es voltear al régimen contrarrevolucionario burgués, se transforma por lo tanto en una tarea de la clase obrera y del pueblo trabajador, aunque cuando se logre derrotar al régimen contrarrevolucionario sean los partidos burgueses, pequeñoburgueses o reformistas los que se encaramen al gobierno. Justamente por ello es una revolución política, porque no cambia el carácter de clase del gobierno a pesar del carácter obrero y popular de la revolución.
El triunfo de la revolución democrática argentina abrió una etapa de contradicciones y luchas cada vez más agudas y explosivas. Esto se debe a una razón muy sencilla: que ese triunfo plantea una contradicción gravísima, no resuelta, que se va a agudizar cada vez más por la etapa postriunfo de la revolución democrática. Por su objetivo inmediato, aparentemente la revolución democrática no es anticapitalista, sino amplia, popular, democrática. Este hecho pareciera también confirmarse porque los partidos de clase que suben al poder como consecuencia de esta revolución son burgueses o pequeñoburgueses procapitalistas. Justamente la contradicción es que a pesar del carácter "popular", amplio de la revolución y de los partidos que lleva al poder, es ya una revolución anticapitalista por dos razones: derrotó un régimen contrarrevolucionario capitalista y es llevada a cabo por el pueblo trabajador y no por la burguesía. No se conoce ningún régimen contrarrevolucionario capitalista que haya sido volteado por la acción de la burguesía, que nosotros sepamos. Sectores de la burguesía pueden haberlo criticado, incluso pueden haber tenido ─en determinado momento─ unidad de acción con el pueblo en su lucha contra estos regímenes contrarrevolucionarios. Pero la base social del enfrentamiento siempre ha sido el pueblo en general, y la clase obrera y sus aliados en particular. Por eso, todo triunfo de la revolución democrática, es un triunfo del pueblo trabajador y jamás de la burguesía, porque es aquél el que enfrentó decididamente, a muerte, al régimen burgués contrarrevolucionario.
La grave contradicción que se produce después del triunfo democrático es que se trata de un triunfo revolucionario obrero y popular que es monopolizado a nivel del gobierno por la burguesía y la pequeñoburguesía, que consideran, por otra parte, que con su subida al gobierno se terminó el proceso revolucionario. Para nosotros es todo lo contrario. El proceso revolucionario se amplía, ya que esta contradicción básica se transforma en motor de gravísimos conflictos que no tienen solución en la etapa abierta por el triunfo revolucionario, sino sólo si la clase obrera toma el poder.
La revolución democrática argentina demuestra que este análisis, que es el de la revolución permanente, es real, concreto. Quienes han luchado y odiado al gobierno militar, como también al imperialismo, han sido la clase obrera y el pueblo. La burguesía y la burocracia jamás enfrentaron al régimen; a lo sumo lo criticaron o presionaron, y la mayor parte colaboró con él. Sin embargo, el triunfo de la revolución democrática llevará inexorablemente al poder al peronismo, al radicalismo y a la burocracia sindical, que no son sólo burgueses o reformistas, sino amigos íntimos de los militares. Esta contradicción entre el gobierno de los partidos (expresado indirectamente a través del gobierno de Bignone ya en el momento actual) y la revolución obrera y popular ya ha comenzado a manifestarse: los trabajadores hoy día se plantean la solución inmediata de sus problemas, que son consecuencia del sistema capitalista, y no se conforman con que los militares se hayan ido del gobierno. Por ahora sólo luchan contra los efectos del sistema y no contra éste, por la falta de un partido marxista revolucionario que dirija al movimiento obrero. Pero la lucha es inmediata y fundamentalmente contra las lacras del sistema. Podemos decir que comienza a ser el eje fundamental de las nuevas luchas del movimiento obrero y popular.
Antes de la caída de la dictadura militar todo estaba atravesado por la lucha inmediata contra ella; pero después de su caída el eje de lucha de la clase obrera y el pueblo comienza a ser contra las lacras del régimen capitalista y semicolonial y no ya contra su mera expresión contrarrevolucionaria.
Hoy día, los problemas inmediatos y determinantes que enfrentan los trabajadores y la clase obrera son: la desocupación, las jornadas de doce y catorce horas, los salarios de hambre, el derecho a la vivienda y a la tierra, así como a la enseñanza, todos los cuales tienen que ver con el sistema capitalista. También están planteadas fundamentales tareas democráticas, como la de destruir el aparato represivo (los servicios secretos y las Fuerzas Armadas) que es consustancial al Estado burgués, y los derechos democráticos de los soldados, hasta la Asamblea Constituyente. Por supuesto, lo mismo ocurre con la lucha antiimperialista, que se reactualiza, se precisa, se vuelve inmediata a partir de la caída del régimen contrarrevolucionario, porque nos permite plantear la posibilidad de no pagar la deuda, de romper los pactos que nos atan al imperialismo, etcétera.
Casi todas estas consignas se planteaban en la etapa anterior, pero todos éramos conscientes de que era imposible plantearse en forma inmediata la lucha para lograr estas tareas si primero no se derrotaba al régimen, aunque se planteaban estas tareas también para derrotarlo. Pero una vez que se derrotó al régimen, se sacó una losa que nos permite salir al aire libre y plantear estas tareas como inmediatas y fundamentales. Esta importancia de primer plano, inmediata, que adquieren las tareas anticapitalistas y las otras tareas democráticas y antiimperialistas, como la lucha por la independencia nacional, hace que la etapa abierta después del triunfo sea la de la revolución socialista.
Pero no sólo es la etapa de la revolución socialista por las tareas que enfrenta, es decir porque adquieren mucho mayor peso las tareas anticapitalistas, sino fundamentalmente por el problema del poder y del gobierno. Es la etapa donde para solucionar los problemas ya no es suficiente la caída del régimen contrarrevolucionario, sino que es indispensable en el terreno económico y social voltear el sistema capitalista semicolonial y, lo que es fundamental, decisivo, y caracteriza la etapa, derrotar a los partidos burgueses y pequeñoburgueses que dominan el poder, para arrebatárselo para la clase obrera y el partido marxista revolucionario. Por eso es una revolución socialista, porque le saca el poder, no sólo ya político sino social, a la burguesía. Deja de ser un cambio de régimen político para ser un cambio de un régimen social a otro, una revolución socialista, como consecuencia de que la clase obrera y el partido revolucionario le arrebatan el poder a la burguesía.
Visto desde otro ángulo, esta revolución socialista supera la contradicción de una revolución obrera y popular que ha derrotado a la expresión más categórica y clara del sistema capitalista (que es el régimen político contrarrevolucionario) pero que llevó al poder a partidos burgueses y pequeñoburgueses, haciendo que la revolución democrática (que ya era socialista) se complete, transformando esta nueva revolución política en una revolución social.
La gran tarea de la etapa abierta en la Argentina después del triunfo de la revolución democrática es derrotar a los gobiernos burgueses y pequeñoburgueses que suban y tratar de lograr el triunfo de la clase obrera y del partido marxista revolucionario. Por eso, si tomamos como determinante de una etapa nuestra política respecto a los gobiernos, tenemos que decir que se produce una inversión en el signo de nuestras consignas fundamentales de gobierno. En la etapa de la revolución democrática nuestra consigna fundamental ─lo que no quiere decir que no planteemos todas las democráticas transicionales─ es de signo negativo: ¡Abajo el zar, el rey, el kaiser, Somoza, Batista, la dictadura militar de Perú, Bolivia o Argentina! Queremos la caída, romper y superar el régimen contrarrevolucionario. Pero a partir del triunfo de la revolución democrática, las consignas de poder se vuelven positivas. Sin abandonar las negativas, como la de ¡Abajo el régimen capitalista!, ahora prima el plantear consignas como la de ¡Dictadura del proletariado!, o su concreción como ¡Poder a los soviets, los comités obreros, la COB! o ¡Por un gobierno obrero y popular que rompa con la burguesía!, también en su expresión concreta ─es decir precisando a qué partidos con influencia de masas les exigimos que rompan con la burguesía─.
En la Argentina hoy día esto significa concretamente que tenemos que levantar la consigna ¡Por una Argentina y un gobierno socialistas!, que también puede ser ¡Por un gobierno obrero y socialista!, porque todavía no hay partido pequeñoburgués, reformista con influencia en el movimiento obrero que nosotros podamos presionar planteándole la necesidad de un gobierno obrero y popular. Tampoco hay organismos de clase, institucionales, que tengan poder para permitirnos plantear que tomen el poder esos organismos. Por eso nuestra formulación es relativamente abstracta.
Esto tampoco quiere decir que liquidamos en la Argentina una lucha esencial a través de consignas democráticas o antiimperialistas, como es la lucha hasta lograr la liquidación definitiva de los parapoliciales o la consigna democrática de Todos contra el putsch contrarrevolucionario, si éste se produce, o la del No pago de la deuda externa.
Las experiencias de los triunfos revolucionarios en esta postguerra han confirmado más que nunca la teoría de la revolución permanente y al mismo tiempo la han completado y enriquecido. Entre las novedades teóricas que enriquecen nuestra concepción hay dos, que la revolución argentina ha confirmado.
Las viejas tesis sobre la revolución permanente insistían en que las revoluciones que se combinaban eran la democraticoburguesa antifeudal con la socialista nacional e internacional. El surgimiento de un nuevo tipo de régimen contrarrevolucionario de signo burgués, como los fascistas o semifascistas, y la pérdida de peso del feudalismo en los países atrasados, ha llevado al surgimiento de un nuevo tipo de revolución democrática, la anticapitalista y antiimperialista, no la antifeudal. Es una revolución contra un régimen político que socialmente es parte del sistema capitalista, y no que enfrenta otro sistema precapitalista, feudal.
Nosotros creemos más que nunca en la revolución permanente, en la combinación de esta nueva revolución democrática con la revolución socialista.
Hay algo más. Todas las grandes revoluciones de este siglo, salvo la de Octubre, llevaron al poder a partidos burgueses o pequeñoburgueses. Estas revoluciones eran producto de una acción objetiva del movimiento obrero y popular que no era consciente de que podía y debía tomar el poder. La conciencia de las masas revolucionarias era mucho más atrasada que la revolución que habían efectuado, como lo demostraba el hecho de que habían entregado el poder a la clase enemiga.
En ese sentido, estas revoluciones han sido lo opuesto de la revolución de Octubre. Esta fue una revolución totalmente consciente, dirigida por un partido marxista revolucionario que se asentaba en el apoyo masivo de la clase obrera y los campesinos a través de los órganos democráticos de poder, los soviets.
Tenemos así una combinación y desarrollo de la revolución de febrero, inconsciente, con la revolución de octubre, consciente, que le da nueva claridad a la revolución permanente.
Muchos compañeros se preguntarán la diferencia que hay entre la revolución democrática y la de febrero. Nosotros creemos que hay una: toda revolución democrática es una revolución de febrero, inconsciente, pero no todas las revoluciones de febrero son democráticas. Toda revolución democrática lleva a un cambio abrupto de régimen político, pero no ocurre así con todas las revoluciones de febrero. ¿Pueden darse dentro de un mismo régimen democrático grandes revoluciones de febrero no dirigidas por partidos revolucionarios? Nosotros creemos que sí, que serán inevitables.
Esta concepción de la revolución de febrero como inconsciente ha sido intuida por Trotsky. El analiza la revolución de febrero y la de octubre rusas, la primera como inconsciente y la segunda como consciente. En este caso coincidía la revolución de febrero con la revolución democrática.
Por eso es mucho más significativo que el anterior ejemplo, el de la gran huelga general francesa de 1936. Trotsky la definió como la revolución de febrero. Esa gran huelga general no fue un cambio abrupto de régimen político sino directamente una etapa de la revolución socialista dentro del régimen político existente, el democraticoburgués.
Otra forma de demostrar, pero por la negativa, que ha habido una revolución triunfante, es la política de la contrarrevolución, que no descansará hasta derrotar la nueva etapa democrática. Si no hubiera habido cambio de régimen no querrían derrotarlo. Como diría Perogrullo, un pinochetista no quiere la derrota de Pinochet. Al gobierno de Pinochet lo quiere echar el pueblo chileno, no los pinochetistas. Una vez que Pinochet caiga, como para nosotros cayó el régimen militar argentino, los pinochetistas de viejo y nuevo cuño tratarán de volver al poder; pero no podrán hacerlo si no logran aplastar por medio de métodos de guerra civil al nuevo régimen democrático que sustituyó al de Pinochet y que es incompatible con la contrarrevolución fascista o semifascista.
Esto no quiere decir que no exista una contrarrevolución democraticoburguesa, pero ésta dará un régimen extremadamente inestable, que no hará más que exasperar, en esta época revolucionaria, el enfrentamiento revolución-contrarrevolución. Un régimen democraticoburgués puede tener un rol permanentemente contrarrevolucionario, de canalización de las luchas obreras, en una etapa de estabilidad de la burguesía, de acumulación capitalista normal. En una situación de crisis, de intensificación de la lucha de clases, el régimen democraticoburgués es un interludio hacia la revolución socialista o hacia la contrarrevolución fascista. Esta contrarrevolución sería entonces una etapa del régimen democraticoburgués, que tiene que ser seguida por otra etapa que lleve a un régimen totalitario.
Nosotros en un principio hicimos una definición de la situación como revolucionaria a partir de la guerra de Malvinas tomando como factor determinante el objetivo, en particular la tremenda crisis del régimen. Nos apoyábamos en la definición de Lenin de situación revolucionaria como aquella en la que "los de arriba no pueden y los de abajo no quieren". Fue una definición objetivista. Poco tiempo después nos dimos cuenta de que habíamos ignorado un elemento que hacía todavía más profunda nuestra definición, que era la movilización de masas que se estaba dando en el país.
En un primer momento, como no había huelgas generales ni expresiones masivas sino solamente moleculares de lucha de la clase obrera, y lo mismo ocurría con el movimiento de masas, llegamos a la conclusión de que había un desarrollo desigual. La crisis del régimen militar, así como del sistema capitalista, eran infinitamente más avanzadas que la movilización obrera y popular. Después de profundizar en el estudio de la realidad argentina, vimos que esta caracterización era totalmente equivocada. A partir de la guerra de las Malvinas surgió un movimiento de masas multitudinario alrededor del apoyo a la guerra antiimperialista, y cuando terminó la guerra este movimiento había comenzado a cuestionar al gobierno militar, concretamente a Galtieri. ¿Cómo se impidió que ese mismo ascenso revolucionario se transformara en enfrentamientos sangrientos en la calle? Los militares aceptaron que habían sido derrotados y sacaron a Galtieri. Aceptaron el triunfo de la revolución democrática, pero tratando de controlarla y administrarla, junto con los partidos políticos y el nuevo mandato presidencial.
Esta comprobación de que existía un poderoso movimiento de masas, nos explica el proceso molecular que habíamos visto y que era una consecuencia de la relativa confusión que se produjo en el movimiento de masas, al encontrarse ante una nueva situación, la del triunfo revolucionario. Pero rápidamente esta movilización molecular (mucho más intensa, cualitativamente superior al proceso molecular previo a las Malvinas, ya que abarcaba a todo el país) dio lugar a las dos grandes huelgas generales, lo que reafirmó tanto que había una situación revolucionaria, como que la clase obrera se ponía al frente del movimiento de masas que había posibilitado ese triunfo. Al darnos cuenta de que la situación revolucionaria y el triunfo de la revolución democrática se había producido como consecuencia de la combinación de una crisis crónica y cada vez más profunda del régimen y de un colosal movimiento de masas, se completó nuestra primera definición basada solamente en la crisis del régimen.
Nosotros, creyendo seguir a Trotsky, quizá malinterpretándolo, hemos definido siempre una situación revolucionaria como aquella que, a diferencia de la prerrevolucionaria, se caracteriza por un eje fundamental que es la fuerza del partido revolucionario e inclusive, a veces, la existencia de órganos de poder obrero. Trotsky precisó las condiciones para el triunfo de la revolución proletaria como circunscriptas a cuatro: 1) la crisis del régimen capitalista, 2) el vuelco a la izquierda, hacia la salida revolucionaria de la pequeñoburguesía, 3) la disposición revolucionaria de la clase obrera y 4) la existencia de un partido revolucionario de masas y, a veces, de órganos de poder. Las tres primeras características originaban, según Trotsky, una situación prerrevolucionaria. Nosotros hemos creído que la definición de Trotsky no era sólo de las condiciones para el triunfo de la revolución obrera, sino de la propia situación; creímos que sólo se abre una situación revolucionaria cuando se dan las condiciones para que el partido revolucionario haga la revolución.
Durante mucho tiempo, nosotros tomamos la definición de Lenin sólo como una frase feliz, mucho más simple, con respecto a la situación revolucionaria: "Los de arriba no pueden y los de abajo no quieren". Decimos todo esto refiriéndonos a nuestra definición concreta de situación revolucionaria por el peso del factor objetivo. Si bien Trotsky hizo esta definición en el año 1940, a principios de la década del '30 había hecho una definición de situación revolucionaria muy parecida a la nuestra, por razones directamente objetivas, señalando que la crisis total del régimen burgués inglés, su tremenda crisis económica y el hecho de que esa crisis económica llevaba a una situación sin salida a la clase obrera y a los trabajadores, originaban una situación revolucionaria. En ese sentido se parecía a la que había formulado Lenin. Estas dos últimas definiciones, la de Lenin y la de Trotsky a principios del '30, fueron las que nosotros tomamos para definir la situación actual como revolucionaria.
Sin embargo, ya desde el triunfo de la revolución cubana, nosotros habíamos teorizado sobre la situación revolucionaria, opinando que las cuatro condiciones para el triunfo de la revolución proletaria planteadas por Trotsky se habían revelado equivocadas en la revolución china, la cubana y las otras revoluciones coloniales, porque no se habían dado ni bajo la hegemonía clasista del proletariado, ni teniendo a su frente al partido marxista revolucionario. Llegamos entonces a la conclusión de que debíamos formular una nueva definición de situación revolucionaria y de condiciones del triunfo revolucionario que explicara estas nuevas situaciones. Así fue como señalamos que las condiciones para el triunfo revolucionario, para estas situaciones revolucionarias específicas, eran las dos primeras: la crisis del régimen y el vuelco de la pequeñoburguesía a la izquierda, hacia la revolución. Estos dos factores eran suficientes para originar una situación revolucionaria si se transformaban en crónicos, desesperantes, de un peso objetivo tremendo. Seguimos creyendo que la definición que hemos efectuado últimamente sobre situación revolucionaria antes de la caída de Galtieri también entraba y sigue entrando en la caracterización que formulamos nosotros después de la revolución cubana.
Si nuestra definición de situación revolucionaria es aceptada, lo mismo que la de Lenin, no por eso negamos la de Trotsky de las cuatro condiciones. Todo lo contrario. La definición de Lenin y la nuestra por un lado y la de Trotsky por el otro, son correctas en relación a dos situaciones diferentes. La definición de Lenin, igual que la nuestra después de la revolución cubana, tienen que ver directamente con las situaciones y las condiciones para el triunfo de la revolución democrática, de la revolución de febrero, de la revolución inconsciente. En cambio, hay una situación revolucionaria cualitativamente distinta y con condiciones [distintas] para triunfar que es la de la revolución socialista de octubre. Para el triunfo de esa revolución es indispensable la existencia de organismos democráticos de poder obrero y de un partido marxista revolucionario consciente de la situación y que dirija la revolución socialista.
Esta diferencia de fondo entre dos tipos claramente delimitados de condiciones para el triunfo de la revolución es de una gran importancia porque define con precisión una situación revolucionaria pre-febrero, pre-triunfo de la revolución de febrero, y otra situación revolucionaria cualitativamente distinta, mucho más rica, de post-febrero, o pre-octubre.
Es lógico que algunos compañeros se planteen, en contra de todo lo que venimos diciendo, que nuestra definición de la revolución democrática no va acompañada de una definición precisa del estallido revolucionario, fundamentalmente de la crisis revolucionaria. Para estos compañeros no hay triunfo de ninguna revolución, ni democrática, ni de octubre exitosa, sin un enfrentamiento con las Fuerzas Armadas o un sector de las Fuerzas Armadas y el pueblo trabajador, si no hubo lucha armada y si esta lucha armada no llevó a una crisis profunda o directamente a la disolución de las Fuerzas Armadas del régimen.
Como siempre, tenemos que tratar de ponernos de acuerdo sobre lo que estamos discutiendo. Si las definiciones se hacen en relación a los regímenes políticos, a los sistemas sociales, en relación a los grandes objetivos históricos, sin importar estrictamente el mecanismo, las relaciones entre las clases y los partidos, y las luchas que logran esos objetivos históricos, nuestra definición es correcta. Si la referencia es a si hay enfrentamientos sangrientos o no en el logro de estos objetivos históricos, concretamente si se provoca un colapso de las Fuerzas Armadas y si hubo luchas físicas, como condición para definir como revolución a la derrota del régimen contrarrevolucionario y al surgimiento de un nuevo régimen democrático, entonces nuestra definición es incorrecta. Porque efectivamente la revolución democrática argentina no se produjo como consecuencia de un enfrentamiento físico con las Fuerzas Armadas del régimen. Lo mismo con respecto a la crisis revolucionaria o al estallido revolucionario. Para nosotros la crisis revolucionaria y el estallido revolucionario pueden no ser sangrientos. Insistimos que una revolución es cuando se logra un objetivo histórico, concretamente la derrota de un régimen contrarrevolucionario y el surgimiento de un nuevo régimen democrático. Si este nuevo régimen es producto de la crisis total del primero y de la oposición frontal del movimiento de masas, aunque ésta se exprese de distintas maneras y no en forma violenta con relación a las Fuerzas Armadas del régimen, entonces hay una crisis y un estallido de hecho revolucionarios.
No queremos hacer entonces una discusión sobre la etiqueta que le ponemos al fenómeno argentino, peruano o boliviano. Para nosotros lo que hay que señalar es cuál es el hecho decisivo: que no haya habido luchas sangrientas en unos pocos días o que se liquidó el régimen históricamente contrarrevolucionario y se abrió un nuevo régimen, dinámico, hasta concretar su forma definitiva en una lucha de clases que se intensifica. Si este segundo hecho es el eje de la definición, no por eso eliminamos los otros fenómenos, que son también esenciales y que se revelarán cada vez más esenciales a medida que se desarrolle el proceso.
Es muy importante si ha habido enfrentamientos violentos que han provocado el marasmo de las Fuerzas Armadas, o inclusive su derrota total como ocurrió en 1952 en Bolivia o en 1959 en Cuba. Son revoluciones democráticas que destruyen las Fuerzas Armadas, pilar fundamental de la estructura estatal de la burguesía. Es una revolución que podemos llamar doble, que al hacer la revolución democrática demuele las instituciones burguesas; no sólo al régimen contrarrevolucionario burgués, sino mucho más allá, todas las instituciones burguesas de dominio, fundamentalmente las Fuerzas Armadas. Lo contrario es también de enorme importancia: una revolución burguesa, democrática, que derrota un régimen contrarrevolucionario burgués, pero que deja intacto el pilar fundamental de la estructura estatal de la burguesía, las Fuerzas Armadas, pero con una crisis importante que no las lleva todavía al marasmo, a una crisis definitiva.
De acuerdo a cómo se dé la revolución democraticoburguesa, con enfrentamientos o sin enfrentamientos, con derrota o marasmo para las Fuerzas Armadas del régimen, para la estructura estatal, o salvaguardando esa estructura estatal, serán las tareas inmediatas que se le plantearán al curso de la revolución después del cambio del régimen. Pero no se anula el hecho de que ya se ha dado el cambio del régimen. Cuando se derrota al régimen pero sus Fuerzas Armadas subsisten, la gran tarea será tender hacia su destrucción. Si no existen, si se las ha conseguido destruir, la gran tarea es evitar por todos los medios que éstas sean reconstituidas por la burguesía, acelerando la toma del poder por el proletariado, que así institucionalizará sus propias Fuerzas Armadas.
Una posición parecida a la de la crisis y el estallido revolucionario y al combate en las calles para destruir a las Fuerzas Armadas como condición sine qua non para caracterizar un cambio de régimen como revolucionario, es la que señala la necesidad de que el proceso revolucionario sea canalizado categóricamente por organismos institucionales de poder obrero.
Nosotros también discrepamos con que esta condición sea indispensable para poder definir un cambio de régimen; o sea, aceptar como revolución una derrota de un régimen contrarrevolucionario y el surgimiento de un régimen democrático sólo cuando hay órganos institucionales de poder, es decir organizaciones obreras que ejercen el poder. Creemos que, al igual que el planteo de la destrucción de las Fuerzas Armadas, es una condición que sobredimensiona el carácter de triunfo, lo hace todavía mucho más poderoso; pero, al igual que la destrucción de las Fuerzas Armadas, se puede dar en el trayecto de la revolución democrática a la revolución socialista; no tiene por qué ser previo al triunfo de la revolución democrática. No concordamos entonces con ese carácter institucional y obrero de la revolución democrática.
Las analogías históricas y estas discusiones, tanto teóricas como políticas ─no sólo sobre nuestro país─, tendrán consecuencias teóricas amplias e importantes. Para nosotros, el triunfo de la revolución "democrática" argentina es similar a escala histórica a la revolución de 1905 y a la de febrero rusa, a la alemana que derribó al Kaiser, a la española de 1931 cuando renunció el rey. En estos casos se mezclaba el contenido antiburgués con el combate contra restos feudales ─sobre todo en el caso de Rusia─ y monárquicos absolutos. En el caso del Kaiser y del rey español ya la tarea era anticapitalista, porque no eran monarquías esencialmente feudales, aunque arrastraban formas y restos de feudalismo de carácter totalmente secundario.
Pero la revolución democrática argentina en este momento histórico que estamos viviendo, tiene el mismo significado que la revolución sandinista que voltea a Somoza, que la que voltea a los generales peruanos, que de hecho liquidó al régimen militar, y que la huelga general que voltea definitivamente al régimen de García Meza en Bolivia. Todas éstas fueron revoluciones democráticas. De estas revoluciones, sólo la sandinista logró destruir a las Fuerzas Armadas. A escala mundial, el triunfo de la revolución democrática argentina, la revolución de febrero, se parece al año 1952 en Bolivia y a la revolución cubana, además de las que ya hemos nombrado. Aunque estas dos últimas se parecen a la nicaragüense en cuanto a la destrucción de las Fuerzas Armadas, la cubana ha sido la única que avanzó hacia la expropiación de la burguesía y el imperialismo; de ahí que podamos decir que es el único país libre de América. Queda entonces por precisar, a escala de nuestro continente, si en Ecuador y Santo Domingo no se dieron también, de hecho, triunfos de la revolución democrática, que en el caso de Santo Domingo fue aplastada por una contrarrevolución directamente imperialista. Aparentemente la invasión se explica por el triunfo de la revolución que tuvo que ser enfrentada por una contrarrevolución armada. Confirmamos así nuestra premisa de que a toda revolución democrática se la puede hacer retroceder sólo con un triunfo contrarrevolucionario por medios violentos.
Hay que precisar también que estos grandes triunfos revolucionarios latinoamericanos se inscriben en los grandes triunfos de la revolución colonial, como China, Vietnam, Corea, Guinea-Bissau y Mozambique, y también con ciertas analogías con la revolución portuguesa, a pesar de ser ésta metropolitana. Todas estas revoluciones tienen en común que son el producto de una crisis del régimen contrarrevolucionario y del sistema capitalista y de la movilización de las masas que derrumbaron los regímenes contrarrevolucionarios y abrieron un nuevo tipo de régimen.
De estas analogías surge claro que Trotsky tenía una concepción como mínimo parecida a la nuestra sobre el cambio de régimen. Incluso escribió que no se puede pasar de un régimen a otro sin una conmoción, sin darle el nombre de revolución. Hay un ejemplo clásico que orienta nuestra concepción.
Trotsky definió la caída del rey de España como una revolución democrática en el proceso hacia una revolución socialista, como parte de la revolución permanente, y sin embargo el rey de España cayó como consecuencia de una lucha electoral, de una derrota que lo llevó a la renuncia, sin que hubiera enfrentamientos en las calles entre las Fuerzas Armadas y el movimiento de masas. La crisis de la monarquía se combinó con un repudio general de todo el pueblo español y, justamente para salvar a las Fuerzas Armadas, el régimen monárquico se dio por derrotado y abrió así el triunfo de la revolución democrática. En ese sentido, la revolución española es la analogía histórica más adecuada a las revoluciones peruana, boliviana y argentina. Tanto en aquélla como en éstas no hubo verdaderos enfrentamientos, ni estallidos revolucionarios ─en el sentido de luchas militares en las calles─, ni una crisis revolucionaria sangrienta y, sin embargo, la española fue considerada por Trotsky como una revolución democrática triunfante. En la revolución española no existieron organismos de poder obrero y popular previos a la toma del poder. El poder obrero y popular en un momento determinado existe, pero puede estar atomizado, ser molecular, no organizado ni institucional. Siempre, cuando entra en crisis el poder y el régimen existentes, queda una tierra de nadie y la existencia de hecho de dos poderes.
En el caso argentino, se formula a nuestra definición de que ha habido una revolución triunfante dos objeciones de tipo formal, pero que pueden ser impactantes. Estas dos objciones son: en primer lugar, que un general nombrado por el Ejército, o mejor dicho por la cúpula del Ejército (porque no se sabe si tenía el apoyo general de la oficialidad), es el que ejerce el gobierno; la otra objeción es que este gobierno militar elegido por el Ejército recién dejará de existir como tal cuando se lleven a cabo las elecciones, un año y medio después de haber asumido el general Bignone.
La realidad se encarga de disipar esas dos objeciones de tipo formal. El que gobierne un general como Bignone, nombrado por una parte de las Fuerzas Armadas, no debe ocultarnos varios hechos: primero y fundamental, que la Junta militar que gobernaba cuando se eligió a Bignone, desapareció, entró en crisis, dejó de funcionar; segundo, que el verdadero sostén de Bignone dejó de ser la Junta militar en crisis total y pasaron a serlo todos los partidos políticos reconocidos en la Argentina, especialmente los de la Multipartidaria y los partidos mayoritarios, el peronismo y el radicalismo, junto con la burocracia sindical. Cambió la fuente del poder del gobierno, de los militares a los partidos políticos con influencia de masas. Este es un hecho trascendente.
La otra objeción, la de que este gobierno recién desaparece con las elecciones, ignora que estamos viviendo una etapa de increíbles libertades democráticas si las comparamos con la situación anterior a la guerra de las Malvinas y, por otro lado, que el propio gobierno puso fecha fija de su desaparición; lo que significa que ya se cayó, que lo que se está administrando es su caída, tratando de que sea en cámara lenta en acuerdo con toda la burguesía. Quien ha impedido que esa caída sea violenta son los partidos políticos burgueses y la burocracia que sostienen a este gobierno, no las fuerzas militares, que desaparecieron como Junta de Comandantes en el momento de su nombramiento. Que la burguesía le haya dado un período de gracia al actual gobierno para que no se estrelle contra el suelo, que haya logrado que caiga lentamente, no quiere decir que la caída no se haya producido. No interesa la velocidad de la caída; lo importante es que la caída ya se produjo y va derecho a estrellarse contra el suelo.
Nada demuestra mejor que estas dos objeciones formales, como todas las otras de contenido, son falsas y que sí hubo una revolución democrática, que la suerte corrida por nuestra consigna central durante todo el gobierno militar de ¡Abajo la dictadura! Aunque la hemos remozado y maquillado para actualizarla levantando la de ¡Gobierno elegido por el Congreso de 1976! y ¡Que se vayan ya!, ha dejado de hecho de ser central, de ser nuestra consigna fundamental para todo el movimiento de masas y para nuestro propio partido, que la ha transformado en consigna propagandista, de hecho de segundo plano.
Ha habido compañeros que, en base a una observación cuidadosa de la realidad, al comprobar la amplitud de las libertades democráticas conseguidas, señalaban que ya había habido un cambio de régimen de contrarrevolucionario a democraticoburgués. Como hoy día nosotros coincidimos con esta afirmación que en su momento combatimos, es necesario que nos detengamos en los motivos que nos llevaron a no aceptar, en su momento, esta definición.
Para nosotros la definición de que surgió un nuevo régimen democraticoburgués y de que fue derrotado el régimen contrarrevolucionario, es reformista ─y, lo que es tanto o más grave que reformista, peligrosamente equivocada como método─ si no va acompañada del planteo de que hubo una crisis revolucionaria, una derrota del régimen contrarrevolucionario y un triunfo de la revolución democrática. Si no decimos que la revolución democrática triunfó, todo intento de decir que el régimen militar se transformó en democraticoburgués es hacer reformismo; es creer que sin una revolución se puede transformar, se puede derrotar un régimen militar e ir a un régimen antagónico. Sería darle la razón en última instancia al Partido Comunista, que siempre apostó a los militares democráticos que nos iban a llevar a un régimen democrático que superara, por la acción de estos mismos generales y de la convergencia cívico-militar, al régimen contrarrevolucionario, sin necesidad de hacer una revolución para lograrlo.
Sólo si se acepta nuestro método, nuestra premisa de que ha habido una revolución democrática triunfante, podemos aceptar entonces la caracterización de que fue derrotado el viejo régimen y surgió uno nuevo.