OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

LA ESCENA YUGOESLAVA*

 

A medida que se complican los tiempos post-bélicos, resulta más y más evidente que la Paz de Wilson, Lloyd George y Clemenceau, no ha resuelto ni aún en teoría el problema de las nacionalidades; pero que lo ha planteado en la práctica.

La Paz no ha sabido crear un sólo Estado nuevo que pueda ser reconocido como una nacionalidad homogénea y orgánica. No sólo porque se ha inspirado en los intereses políticos de las potencias vencedoras, sino también porque es en sí muy difícil demarcar —de suerte que coincidan absolutamente— los confines geográficos, sentimentales y étnicos de una nacionalidad. Y, cuando estos confines han sido aproximadamente encontrados, queda por averiguar si la nacionalidad constituye o no, al mismo tiempo, un organismo económico. El sentimiento nacional de un pueblo es a veces su pasado, en tanto que su realidad económica es en todos los casos su presente. Hungría convivía de mala gana con Austria dentro del Imperio austro-húngaro. Disuelto este imperio, Hungría no es más feliz ni más libre que antes. A los húngaros les hacen tanta falta las manufacturas de la industria austríaca o checa como a los austríacos los productos del suelo magiar. Esto aparte de que el yugo extranjero de un emperador austríaco no era en Hungría más duro que el yugo vernáculo de un regente nacionalista.

Yugoeslavia es una de las creaciones de la paz. Como Minerva nació armada de la testa de Jupiter, el Estado yugoeslavo salió listo de la testa, un poco menos mitológica, del Presiden­te Wilson. Antes de la paz no existía sino el Es­tado servio. Un Estado balkánico con una pobla­ción. de tres millones de servios y una superfi­cie territorial de 48,000 kilómetros cuadrados. Sobre la base de este Estado servio, la Confe­rencia de la Paz formó el Estado yugoeslavo con doce millones de habitantes y 248,000 kilóme­tros cuadrados.

Presidió la rápida concepción de este Estado el propósito de fusionar con el pueblo servio a pueblos del mismo origen, incorporados hasta entonces en el disuelto imperio austro-húngaro, que reivindicaban su derecho a disponer de sí mismo. Servios, croatas y eslovenos, aunque ha­blaban distintos dialectos, eran de la misma ra­za. Se pensó, por ende, que nada podía conve­nirles mejor que unirse y soldarse en un solo Estado. Y, por diversas razones, se anexó al nue­vo Estado una parte de Hungría y el reino de Montenegro. (Las minorías alógenas componen dentro de la combinación servio-croata-eslovena el 16 por ciento de la población).

Pero en el organismo del nuevo Estado, la hegemonía de servia fue, naturalmente, favore­cida. Las potencias aliadas tenían que pagar su deuda de gratitud a la monarquía de los Kara­georgevich. La Conferencia de la Paz no se preo­cupó del sentimiento seguramente anti-dinástico y republicano de la mayoría croata-eslovena. Olvidó, por otra parte, que los croatas y los eslovenos se sentían culturalmente superiores a los servios. La convivencia con Austria los ha­bía diferenciado. En el pueblo servio veían un pueblo balkánico, más oriental que occidental.

El idilio tripartito no duró, pues, mucho tiem­po: La burguesía servia acaparó para sí todo el poder, provocando vivo descontento entre los croatas y los eslovenos. Se produjo una aguda agitación anti-servia. El partido comunista, que trabajaba por dar a las reivindicaciones populares un sentido revolucionario, encontró gran favor entre las masas. En las elecciones de noviembre de 1920, el comunismo recogió 210,000 votos en el país y ganó 59 asientos en el parlamento.

Pasitch, viejo leader de la política servia, reprimió estos fermentos revolucionarios dictatorial y violentamente. El movimiento comunista quedó temporalmente quebrantado. Pero esto no bastaba. Los campesinos croatas reclamaban una reforma agraria que el gobierno no era capaz de actuar. El leader del partido campesino, Stephan Raditch, que bajo el gobierno imperial de los Hapsburgos había visto prohibir la circulación de sus libros de sociología y política, pensaba que la libertad y el bienestar de su pueblo no habían ganado gran cosa bajo la monarquía servia de Karageorgevich. Y asumía, empujado por el impulso de las masas, una actitud cada vez más revolucionaria.

Raditch tuvo varios gestos de acercamiento a la revolución social. Visitó la Rusia de los soviets. Se adhirió a la política de la Internacional Campesina. El escándalo fue enorme en la clase conservadora yugoeslava. El gobierno democrático de Davidvich, que durante algún tiempo reemplazó al ministerio reaccionario de Pasitch, desapareció barrido por una nueva ola de la Reacción. Pasitch volvió al poder. Y, a su lado, como ministro del Interior, llamó a Prebicevich, reputado como un feroz enemigo de los croatas.

Mientras tanto, la campaña de Raditch arreciaba. Raditch amenazaba atrevidamente con la revolución. Propugnaba la proclamación de una república campesina croata. La represión de esta campaña, conducida por Pasitch, no ahorró, por tanto, violencias ni intemperancias. Raditch y su estado mayor fueron encarcelados.

La persecución aumentó su prestigio popu­lar. En las elecciones de febrero último, el par­tido campesino de Raditch, no perdió sino dos puestos en el parlamento. Raditch y sus tenien­tes, sin embargo, continuaban en la cárcel. ¿Qué iba a pasar? No se veía la posibilidad de una so­lución legal de la situación. Condenar a Raditch por complot contra el Estado o traición a la pa­tria, era la meta lógica de la política guberna­mental.

Mas, de ambos lados, debe haberse operado un brusco cambio de humor. Los dos encarni­zados adversarios, en vez de librar la batalla prevista, han acabado por tenderse la mano. Du­rante los últimos meses de la prisión de Ra­ditch, se había negociado un entendimiento. En virtud de este acuerdo, Raditch y sus amigos han sido puestos en libertad incondicional. Han cesado automáticamente de ser reos de conspi­ración contra la seguridad del Estado. Previce­vich ha salido del ministerio. El gobierno ha sido reorganizado bajo la presidencia de Pasitch, pero con la participación de cuatro miembros del partido de Raditch.

Los que no se fían de las apariencias de la política balkánica, cuya tradición de perfidias y de engaños es notoria, dudan mucho de la bue­na fe recíproca de este abrazo. Pero estas pre­sunciones nada agregan ni quitan a la situación en sí. El hecho presente, tangible, positivo, es que Raditch ha capitulado. Su programa resul­ta sacrificado en el compromiso.

Ahora lo que importa averiguar es si los campesinos croatas capitularán también. El programa de Raditch no estaba hecho de abstrac­ciones de caudillo. Estaba hecho de reivindi­caciones concretas de la masa campesina. A los campesinos les tocará, pues, decir la última palabra.

Parece que el sentido de la rendición de Ra­ditch es éste: las varias burguesías yugoeslavas avanzan en el camino de una inteligencia. Los elementos de la nación yugoeslava se sueldan, arriba y abajo. La lucha deja de ser lucha de regionalismo para convertirse netamente en lu­cha de clases.

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Variedades, Lima, 29 de Agosto de 1925.