EL PROCESO DE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA
I
LA HERENCIA COLONIAL Y LAS INFLUENCIAS
FRANCESA Y NORTEAMERICANA
Tres influencias se suceden en el proceso de la instrucción en la
República: la influencia o, mejor, la herencia española, la influencia
francesa y la influencia norteamericana. Pero sólo la española logra en su
tiempo un dominio completo. Las otras dos se insertan mediocremente en el
cuadro español, sin alterar demasiado sus líneas fundamentales.
La historia de la instrucción pública en el Perú se divide así en los tres
períodos que señalan estas tres influencias
(1). Los límites de cada
período no son muy precisos. Pero en el Perú éste es un defecto común a
casi todos los fenómenos y a casi todas las cosas. Hasta en los hombres
rara vez se observa un contorno neto, un perfil categórico. Todo aparece
siempre un poco borroso, un poco confuso.
En el proceso de la instrucción pública, como en otros aspectos de nuestra
vida, se constata la superposición de elementos extranjeros
insuficientemente combinados, insuficientemente aclimatados. El problema
está en las raíces mismas de este Perú hijo de la conquista. No somos un
pueblo que asimila las ideas y los hombres de otras naciones,
impregnándolas de su sentimiento y su ambiente, y que de esta suerte
enriquece, sin deformarlo, su espíritu nacional. Somos un pueblo en el que
conviven, sin fusionarse aún, sin entenderse todavía, indígenas y
conquistadores. La República se siente y hasta se confiesa solidaria con
el Virreinato. Como el Virreinato, la República es el Perú de los
colonizadores, más que de los regnícolas. El sentimiento y el interés de
las cuatro quintas partes de la población no juegan casi ningún rol en la
formación de la nacionalidad y de sus instituciones.
La educación nacional, por consiguiente, no tiene un espíritu nacional:
tiene más bien un espíritu colonial y colonizador. Cuando en sus programas
de instrucción pública el Estado se refiere a los indios, no se refiere a
ellos como a peruanos iguales a todos los demás. Los considera como una
raza inferior. La República no se diferencia en este terreno del
Virreinato.
España nos legó, de otro lado, un sentido aristocrático y un concepto
eclesiástico y literario de la enseñanza. Dentro de este concepto, que
cerraba las puertas de la Universidad a los mestizos, la cultura era un
privilegio de casta. El pueblo no tenía derecho a la instrucción. La
enseñanza tenía por objeto formar clérigos y doctores.
La revolución de la Independencia, alimentada de ideología jacobina,
produjo temporalmente la adopción de principios igualitarios. Pero este
igualitarismo verbal no tenía en mira, realmente, sino al criollo.
Ignoraba al indio. La República, además, nacía en la miseria. No podía
permitirse el lujo de una amplia política educacional.
La generosa concepción de Condorcet no se contó entre los pensamientos
tomados en préstamo por nuestros liberales a la gran Revolución.
Prácticamente subsistió, en ésta como en casi todas las cosas, la
mentalidad colonial. Disminuida la efervescencia de la retórica y el
sentimiento liberales, reapareció netamente el principio de privilegio. El
gobierno de 1831, que declaró la gratuidad de la enseñanza, fundaba esta
medida que no llegó a actuarse, en "la notoria decadencia de las fortunas
particulares que había reducido a innumerables padres de familia a la
amarga situación de no serles posible dar a sus hijos educación ilustrada,
malográndose muchos jóvenes de talento"
(2). Lo que preocupaba a ese
gobierno, no era la necesidad de poner este grado de instrucción al
alcance del pueblo. Era, según sus propias palabras, la urgencia de
resolver un problema de las familias que habían sufrido desmedro en su
fortuna.
La persistencia de la orientación literaria y retórica se manifiesta con
la misma acentuación. Felipe Barreda y Laos señala como fundaciones
típicas de los primeros lustros de la República las siguientes: el Colegio
de la Trinidad de Huancayo, la Escuela de Filosofía y Latinidad de
Huamachuco y las Cátedras de Filosofía, de Teología dogmática y de
Jurisprudencia del Colegio de Moquegua
(3).
En el culto de las humanidades se confundían los liberales, la vieja
aristocracia terrateniente y la joven burguesía urbana. Unos y otros se
complacían en concebir las universidades y los colegios como unas fábricas
de gentes de letras y de leyes. Los liberales no gustaban menos de la
retórica que los conservadores. No había quien reclamase una orientación
práctica dirigida a estimular el trabajo, a empujar a los jóvenes al
comercio y la industria (Menos aún había quien reclamase una orientación
democrática, destinada a franquear el acceso a la cultura a todos los
individuos).
La herencia española no era exclusivamente una herencia psicológica e
intelectual. Era ante todo, una herencia económica y social. El privilegio
de la educación persistía por la simple razón de que persistía el
privilegio de la riqueza y de la casta. El concepto aristocrático y
literario de la educación correspondía absolutamente a un régimen y a una
economía feudales. La revolución de la independencia no había liquidado en
el Perú este régimen y esta economía
(4). No podía, por ende, haber
cancelado sus ideas peculiares sobre la enseñanza.
El Dr. Manuel Vicente Villarán, que representa en el proceso y el debate
de la instrucción pública peruana el pensamiento demoburgués, deplorando
esta herencia, dijo en su discurso sobre las profesiones liberales hace un
cuarto de siglo "El Perú debería ser por mil causas económicas y sociales,
como han sido los Estados Unidos, tierra de labradores, de colonos, de
mineros, de comerciantes, de hombres de trabajo; pero las fatalidades de
la historia y la voluntad de los hombres han resuelto otra cosa,
convirtiendo al país en centro literario, patria de intelectuales y
semillero de burócratas. Pasemos la vista en torno de la sociedad y
fijemos la atención en cualquiera familia: será una gran fortuna si
logramos hallar entre sus miembros algún agricultor, comerciante,
industrial o marino; pero es indudable que habrá en ella algún abogado o
médico, militar o empleado, magistrado o político, profesor o literato,
periodista o poeta. Somos un pueblo donde ha entrado la manía de las
naciones viejas y decadentes, la enfermedad de hablar y de escribir y no
de obrar, de 'agitar palabras y no cosas', dolencia lamentable que
constituye un signo de laxitud y de flaqueza. Casi todos miramos con
horror las profesiones activas que exigen voluntad enérgica y espíritu de
lucha, porque no queremos combatir, sufrir, arriesgar y abrirnos paso por
nosotros mismos hacia el bienestar y la independencia. ¡Qué pocos se
deciden a soterrarse en la montaña, a vivir en las punas, a recorrer
nuestros mares, a explorar nuestros ríos, a irrigar nuestros campos, a
aprovechar los tesoros de nuestras minas! Hasta las manufacturas y el
comercio, con sus riesgos y preocupaciones, nos atemorizan, y en cambio
contemplamos engrosar año por año la multitud de los que anhelan a todo
precio la tranquilidad, la seguridad, el semi-reposo de los empleos
públicos y las profesiones literarias. En ello somos estimulados,
empujados por la sociedad entera. Todas las preferencias de los padres de
familia son para los abogados, los doctores, los oficinistas, los
literatos y los maestros. Así es que el saber se halla triunfante, la
palabra y la pluma están en su edad de oro, y si el mal no es corregido
pronto, el Perú va a ser como la China, la tierra prometida de los
funcionarios y de los letrados"
(5).
El estudio de la historia de la civilización capitalista, esclarece
amplia-mente las causas del estado social peruano, considerado por el
doctor Villarán en el párrafo copiado.
España es una nación rezagada en el progreso capitalista. Hasta ahora,
España no ha podido emanciparse del Medioevo. Mientras en Europa Central y
Oriental, han sido abatidos como consecuencia de la guerra los últimos
bastiones de la feudalidad, en España se mantienen todavía en pie,
defendidos por la monarquía. Quienes ahondan hoy en la historia de España,
descubren que a este país le ha faltado una cumplida revolución liberal y
burguesa. En España el tercer estado no ha logrado nunca una victoria
definitiva. El capitalismo aparece cada vez más netamente como un fenómeno
consustancial y solidario con el liberalismo y con el protestantismo. Esta
no es, propiamente, un principio ni una teoría, sino más bien, una
observación experimental, empírica. Se constata que los pueblos en los
cuales el capitalismo –industrialismo
y maquinismo– ha alcanzado todo su
desarrollo, son los pueblos anglosajones –liberales
y protestantes (6). Sólo en estos países la civilización capitalista se ha
desarrollado plenamente. España es entre las naciones latinas la que menos
ha sabido adaptarse al capitalismo y al liberalismo. La famosa decadencia
española, a la cual exegetas románticos atribuyen los más diversos y
extraños orígenes, consiste simplemente en esta incapacidad. El clamor por
la europeización de España ha sido un clamor por su asimilación a la
Europa demo-burguesa y capitalista. Lógicamente, las colonias formadas por
España en América tenían que resentirse de la misma debilidad. Se explica
perfectamente el que las colonias de Inglaterra, nación destinada a la
hegemonía en la edad capitalista, recibiesen los fermentos y las energías
espirituales y materiales de un apogeo, mientras las colonias de España,
nación encadenada a la tradición de la edad aristocrática, recibían los
gérmenes y las taras de una decadencia.
El español trajo a la empresa de la colonización de América su espíritu
medioeval. Fue sólo un conquistador; no fue realmente un colonizador.
Cuando España terminó de mandarnos conquistadores, empezó a mandarnos
únicamente virreyes, clérigos y doctores.
Se piensa ahora que España experimentó su revolución burguesa en América.
Su clase liberal y burguesa, sofocada en la metrópoli, se organizó en las
colonias. La revolución española por esto se cumplió en las colonias y no
en la metrópoli. En el proceso histórico abierto por esta revolución, les
tocó en consecuencia la mejor parte a los países donde los elementos de
esa clase liberal y burguesa y de una economía congruente, eran más
vitales y sólidos. En el Perú eran demasiado incipientes. Aquí, sobre los
residuos dispersos, sobre los materiales disueltos de la economía y la
sociedad inkaicas, el Virreinato había edificado un régimen aristocrático
y feudal que reproducía, con sus vicios y sin sus raíces, el de la decaída
metrópoli.
La responsabilidad del estado social denunciado por el doctor Villarán en
su discurso académico de 1900, corresponde, pues, fundamentalmente, a la
herencia española. El doctor Villarán lo admitió en su tesis, aunque su
filiación civilista no le consentía excesiva independencia mental frente a
una clase, como la representada por su partido, que tan inequívocamente
desciende del Virreinato y se siente heredera de sus privilegios. "La
América –escribía el doctor Villarán–,
no era colonia de trabajo y poblamiento sino de explotación. Los colonos
españoles venían a buscar la riqueza fácil, ya formada, descubierta, que
se obtiene sin la doble pena del trabajo y el ahorro, esa riqueza que es
la apetecida por el aventurero, por el noble, por el soldado, por el
soberano. Y en fin, ¿para qué trabajar si no era necesario? ¿No estaban
allí los indios? ¿No eran numerosos, mansos, diligentes, sobrios,
acostumbrados a la tierra y al clima? Ahora bien, el indio siervo produjo
al rico ocioso y dilapidador. Pero lo peor de todo fue que una fuerte
asociación de ideas se estableció entre el trabajo y la servidumbre,
porque de hecho no había trabajador que no fuera siervo. Un instinto, una
repugnancia natural manchó toda labor pacífica y se llegó a pensar que
trabajar era malo y deshonroso. Este instinto nos ha sido legado por
nuestros abuelos como herencia orgánica. Tenemos, pues, por raza y
nacimiento, el desdén al trabajo, el amor a la adquisición del dinero sin
esfuerzo propio, la afición a la ociosidad agradable, el gusto a las
fiestas y la tendencia al derroche"
(7).
Los Estados Unidos, son la obra del pioneer, el puritano y el judío,
espíritus poseídos de una poderosa voluntad de potencia y orientados
además hacia fines utilitarios y prácticos. En el Perú se estableció, en
cambio, una raza que en su propio suelo no pudo ser más que una raza
indolente y soñadora, pésimamente dotada para las empresas del
industrialismo y del capitalismo. Los descendientes de esta raza, por otra
parte, más que sus virtudes heredaron sus defectos.
Esta tesis de la deficiencia de la raza española para liberarse del
Medioevo y adaptarse a un siglo liberal y capitalista resulta cada día más
corroborada por la interpretación científica de la historia
(8). Entre
nosotros, demasiado inclinados siempre a un idealismo ramplón en la
historiografía, se afirma ahora un criterio realista a este respecto.
César A. Ugarte –en su Bosquejo de
la Historia Económica del Perú–
escribe lo que sigue: "¿Cuál fué el contingente de energías que dio al
Perú la nueva raza? La sicología del pueblo español del siglo XVI no era
la más apropiada para el desenvolvimiento económico de una tierra abrupta
e inexplorada. Pueblo guerrero y caballeresco, que acababa de salir de
ocho siglos de lucha por la reconquista de su suelo y que se hallaba en
pleno proceso de unificación política, carecía en el siglo XVI de las
virtudes económicas, especialmente de la constancia para el trabajo y del
espíritu del ahorro. Sus prejuicios nobiliarios y sus aficiones
burocráticas le alejaban de los campos y de las industrias por juzgarlas
ocupaciones de esclavos y villanos. La mayor parte de los conquistadores y
descubridores del siglo XVI, era gente desvalida; pero no les inspiraba el
móvil de encontrar una tierra libre y rica para prosperar en ella con su
esfuerzo paciente: guiábalos sólo la codicia de riquezas fáciles y
fabulosas y el espíritu de aventura para alcanzar gloria y poderío. Y si
al lado de esta masa ignorante y aventurera, venían algunos hombres de
mayor cultura y valía, impulsaba a éstos la fe religiosa y el propósito de
catequizar a los naturales"
(9).
El espíritu religioso en sí, a mi juicio, no fue un obstáculo para la orga-nización
económica de las colonias. Más espíritu religioso hubo en los puritanos de
la Nueva Inglaterra. De él sacó precisamente Norteamérica la savia
espiritual de su engrandecimiento económico. En cuanto a religiosidad, la
colonización española no pecó de exceso
(10).
* * *
La República, que heredó del Virreinato, esto es de un
régimen feudal y aristocrático, sus instituciones y métodos de instrucción
pública, buscó en Francia los modelos de la reforma de la enseñanza tan
luego como, esbozada la organización de una economía y una clase
capitalistas, la gestión del nuevo Estado adquirió cierto impulso
progresista y cierta aptitud ordenadora.
De este modo, a los vicios originales de la herencia española se añadieron
los defectos de la influencia francesa que, en vez de venir a atenuar y
corregir el concepto literario y retórico de la enseñanza trasmitido a la
República por el Virreinato, vino más bien a acentuarlo y complicarlo.
La civilización capitalista no ha logrado en Francia, como en Inglaterra,
Alemania y Estados Unidos, un cabal desarrollo, entre otras razones, por
lo inadecuado del sistema educacional francés. Todavía no se ha resuelto
en esa nación –de la cual hemos
copiado anacrónicamente tantas cosas–,
problemas fundamentales como el de la escuela única primaria y el de la
enseñanza técnica.
Estudiando detenidamente esta cuestión en su obra Crear, Herriot
hace las siguientes constataciones: "En verdad, conscientemente o no,
hemos permanecido fieles a ese gusto de la cultura universal que parecía a
nuestros padres el mejor medio de alcanzar la distinción del espíritu. El
francés ama la idea general sin saber siempre lo que entiende por ese
término. Nuestra prensa, nuestra elocuencia, se nutren de lugares comunes"
(11). "En pleno siglo XX no tenemos aún un plan de educación nacional. Las
experiencias políticas a las que hemos estado condenados han reaccionado
cada una a su manera sobre la enseñanza. Si se le mira desde un poco de
altura, la mediocridad del esfuerzo tentado aparece lamentable"
(12).
Y, más adelante, después de recordar que Renán atribuía en parte la
responsabilidad de las desventuras de 1870 a una instrucción pública
cerrada a todo progreso, convencida de haber dejado que el espíritu de
Francia se malograse en la nulidad, Herriot agrega: "Los hombres de
1848 habían concebido para nuestro país un programa de instrucción que no
ha sido jamás ejecutado y ni siquiera comprendido. Nuestro maestro
Constantino Pecqueur, lamentaba que la instrucción pública no fuese aún
organizada socialmente, que el privilegio de nacimiento se prolongase en
la educación de los niños"
(13).
Herriot, cuya ponderación democrática no puede ser contestada, suscribe a
este respecto juicios sustentados por los Compagnons de l'Université
Nouvelle y otros propugnadores de una radical reforma de la enseñanza.
Conforme a su esquema de la Historia de la Instrucción Pública de Francia,
la revolución tuvo un amplio y nuevo ideario educacional. "Con un vigor y
una decisión de espíritu remarcables, Condorcet reclamaba para todos los
ciudadanos todas las posibilidades de instrucción, la gratuidad de todos
los grados, la triple cultura de las facultades físicas, intelectuales y
morales". Pero después de Condorcet, vino Napoleón. "La obra de 1808,
escribe Herriot, es la antítesis del esfuerzo de 1792. En adelante los dos
principios antagónicos no cesarán de luchar. Los encontraremos, así al uno
como al otro, en la base de nuestras instituciones tan mal coordinadas
todavía. Napoleón se ocupó sobre todo de la enseñanza secundaria que debía
darle a sus funcionarios y oficiales. Nosotros lo estimamos en gran parte
responsable de la larga ignorancia de nuestro pueblo en el curso del siglo
XIX. Los hombres de 1793 habían tenido otras esperanzas. Hasta en los
colegios y los liceos, nada que pueda despertar la libertad de la
inteligencia; hasta en la enseñanza superior, ninguna parte para el culto
desinteresado de la ciencia o las letras. La tercera República ha podido
desprender a las universidades de esta tutela y volver a la tradición de
los pretendidos sectarios que crearon la Escuela Normal, el Conservatorio
de Artes y Oficios o el Instituto. Pero no ha podido romper completamente
con la concepción estrecha tendiente a aislar la cooperación universitaria
del resto de la nación. Ha conservado del Imperio una afición exagerada a
los grados, un respeto excesivo por los procedimientos que habían
constituido la fuerza pero también el peligro de la educación de los
jesuitas" (14).
Esta es, según un estadista demoliberal de la burguesía francesa, la
situación de la enseñanza en la nación de la cual, con desorientación
deplorable hemos importado métodos y textos durante largos años. Le
debemos este desacierto a la aristocracia virreinal que, disfrazada de
burguesía republicana, ha mantenido en la República los fueros y los
principios de orden colonial. Esta clase quiso para sus hijos, ya que no
la educación acremente dogmática de los colegios reales de la Metrópoli,
la educación elegantemente conservadora de los colegios jesuitas de
Francia de la restauración.
El Dr. M. V. Villarán, propugnador de la orientación norteamericana,
denunció en 1908, en su tesis sobre la influencia extranjera en la
educación, el error de inspirarse en Francia. "Con toda su admirable
intelectualidad -decía- ese país no ha podido aún modernizar, democratizar
y unificar suficientemente su sistema y sus métodos de educación. Los
escritores franceses de más nota son los primeros en reconocerlo"
(15). Se
apoya el doctor Villarán en la opinión de Taine, de autoridad
incontestable para los intelectuales civilistas a quienes le tocaba
dirigirse.
La influencia francesa no está aún liquidada. Quedan aún de ella
demasiados rezagos en los programas y, sobre todo, en el espíritu de la
enseñanza secundaria y superior. Pero su ciclo ha concluido con la
adopción de modelos norteamericanos que caracteriza las últimas reformas.
Su balance, pues, puede ser hecho. Ya sabemos por anticipado que arroja un
pasivo enorme. Hay que poner en su cuenta la responsabilidad del
predominio de las profesiones liberales. Impotente para preparar una clase
dirigente apta y sana, la enseñanza ha tenido en el Perú, para un criterio
rigurosamente histórico, el vicio fundamental de su incongruencia con las
necesidades de la evolución de la economía nacional y de su olvido de la
existencia del factor indígena. Vale decir el mismo vicio que encontramos
en casi todo proceso político de la República.
* * *
El período de reorganización económica del país sobre
bases civilistas, inaugurado en 1895 por el gobierno de Piérola, trajo un
período de revisión del régimen y métodos de la enseñanza. Recomenzaba el
trabajo de formación de una economía capitalista interrumpido por la
guerra del 79 y sus consecuencias y, por tanto, se planteaba el problema
de adaptar gradualmente la instrucción pública a las necesidades de esta
economía en desenvolvimiento.
El Estado, que en sus tiempos de miseria o falencia abandonó obligadamente
la enseñanza primaria a los municipios, reasumió este servicio. Con la
fundación de la Escuela Normal de Preceptores se preparó el cimiento de la
escuela primaria pública o, mejor, popular, que hasta entonces no era sino
rutinarismo y diletantismo criollos. Con el restablecimiento de la Escuela
de Artes y Oficios se diseñó una ruta en orden a la enseñanza técnica.
Este período se caracteriza en la historia de la instrucción pública por
su progresivo orientamiento hacia el modelo anglosajón. La reforma de la
segunda enseñanza en 1902 fue el primer paso en tal sentido. Pero,
limitada a un solo plano de la enseñanza, constituyó un paso falso. El
régimen civilista restablecido por Piérola no supo ni pudo dar una
dirección segura a su política educacional. Sus intelectuales, educados en
un gárrulo e hinchado verbalismo o en un erudicionismo linfático y
académico, no tenían sino una mediocre habilidad de tinterillos. Sus
caciques o capataces, cuando se elevaban sobre el nivel mental de un mero
traficante de culis y caña de azúcar, permanecían demasiado adheridos a
los más caducos prejuicios aristocráticos.
El doctor M. V. Villarán, aparece desde 1900 como el preconizador de una
reforma coherente con el embrionario desarrollo capitalista del país. Su
discurso de ese año sobre las profesiones liberales, fue la primera
requisitoria eficaz contra el concepto literario y aristocrático de la
enseñanza trasmitido a la República por el Virreinato. Ese discurso
condenaba al gaseoso y arcaico idealismo extranjero que hasta entonces
había prevalecido en la enseñanza pública –reducida
a la educación de los jóvenes "decentes"–,
en el nombre de una concepción francamente materialista, o sea
capitalista, del progreso. Y concluía con la aserción de que era "urgente
rehacer el sistema de nuestra educación en forma tal que produzca pocos
diplomados y literatos y en cambio eduque hombres útiles, creadores de
riqueza". "Los grandes pueblos europeos -agregaba- reforman hoy sus planes
de instrucción adoptando generalmente el tipo de la educación yanqui,
porque comprenden que las necesidades de la época exigen ante todo,
hombres de empresa, y no literatos ni eruditos, y porque todos esos
pueblos se hallan empeñados más o menos en la gran obra humana de extender
a todas partes su comercio, su civilización y su raza. Así también
nosotros, siguiendo el ejemplo de las grandes naciones de Europa, debemos
enmendar el equivocado rumbo que hemos dado a la educación nacional, a fin
de producir hombres prácticos, industriosos y enérgicos porque ellos son
los que necesita la Patria para hacerse rica y por lo mismo fuerte"
(16).
La reforma de 1920 señala la victoria de la orientación preconizada por el
doctor Villarán y, por tanto, el predominio de la influencia
norteamericana. De un lado, la ley orgánica de enseñanza, en convencional
vigor desde ese año, tiene su origen en un proyecto elaborado primero por
una comisión que presidió Villarán y asesoró un técnico yanqui, el doctor
Bard, destilado y refinado luego por otra comisión que encabezó también el
doctor Villarán y rectificado finalmente por el doctor Bard, en su calidad
de jefe de la misión norteamericana traído por el Gobierno para
reorganizar la instrucción pública. De otro lado, la aplicación de los
principios de la misma ley, fue confiada por algún tiempo a este equipo de
técnicos yanquis.
La importación del método norteamericano no se explica, fundamentalmente,
por el cansancio del verbalismo latinista sino por el impulso espiritual
que determinaban la afirmación y el crecimiento de una economía
capitalista. Este proceso histórico –que
en el plano político produjo la caída de la oligarquía representativa de
la casta feudal a causa de su ineptitud para devenir clase capitalista–,
en el plano educacional impuso la definitiva adopción de una reforma
pedagógica inspirada en el ejemplo de la nación de más próspero desarrollo
industrial.
Se aborda, pues, con la reforma de 1920, una empresa congruente con el
rumbo de la evolución histórica del país. Pero, como el movimiento
político que canceló el dominio del viejo civilismo aristocrático, el
movimiento educacional –paralelo y
solidario a aquél– estaba destinado a
detenerse. La ejecución de un programa demoliberal, resultaba en la
práctica entrabada y saboteada por la subsistencia de un régimen de
feudalidad en la mayor parte del país. No es posible democratizar la
enseñanza de un país sin democratizar su economía y sin democratizar, por
ende, su superestructura política.
En un pueblo que cumple conscientemente su proceso histórico, la reorganización
de la enseñanza tiene que estar dirigida por sus propios hombres. La
intervención de especialistas extranjeros no puede rebasar los límites de
una colaboración.
Por estas razones, fracasó el experimento de la misión norteamericana. Por
estas razones, sobre todo, la nueva ley orgánica quedó más bien como un
programa teórico que como una pauta de acción.
Ni la organización ni la existencia de la enseñanza se conforman a la ley
orgánica. El contraste, la distancia entre la ley y la práctica no pueden
ser atenuados en sus puntos capitales. El doctor Bouroncle, en un estudio
que nadie supondrá inspirado en propósitos negativos ni polémicos, apunta
varias de las fallas y remiendos que se han sucedido en la accidentada
historia de esta reforma. "Un ligero análisis
–escribe– de las actuales
disposiciones legales y reglamentarias en materia de instrucción nos hace
ver el gran número de las que no han tenido ni podían tener aplicación en
la práctica. En primer término, la organización de la Dirección General y
del Consejo Nacional de enseñanza ha sido reformada a mérito de una
autorización legislativa, suprimiéndose las direcciones regionales que
eran las entidades ejecutivas con mayores atribuciones técnicas y
administrativas en el ramo. Las direcciones y secciones han sido
modificadas y los planes de estudio de enseñanza primaria y secundaria han
tenido que ser revisados. Las distintas clases de escuelas consideradas en
la ley no se han tomado en cuenta y los exámenes y títulos preceptorales
han necesitado ya una total reforma. Las categorías de escuelas no se han
considerado, ni tampoco la complicada clasificación de los colegios que
preconizó el reglamen-to de enseñanza secundaria. La Junta examinadora
nacional ha sido reemplazada en sus funciones por la Dirección de Exámenes
y Estudios y el sistema total ha sido modificado. Y por último, la
enseñanza superior, la que con más detalles organiza la ley, ha dado sólo
parcial cumplimiento a sus mandatos. La Universidad de Escuelas Técnicas
fracasó a las primeras tentativas de organización y las Escuelas
Superiores de Agricultura, Ciencias Pedagógicas, Artes Industriales y
Comercio, no han sido fundadas. El plan de estudios para la Universidad de
San Marcos no ha tenido total aplicación y el Centro Estudiantil
Universitario, para cuya dirección se contrató personal especial, no ha
podido ni siquiera crearse. Y si examinamos los actuales reglamentos de
enseñanza primaria y secundaria veremos asimismo un sinnúmero de
disposiciones reformadas o sin aplicación. Pocas leyes y reglamentos de
los que se han dado en el Perú, han tenido tan pronta y diversa
modificación al extremo de que los preceptos reformatorios y aquellos que
no se aplican están hoy en mayor número en la práctica escolar que los que
aún se conservan en vigencia en la ley y sus reglamentos"
(17).
Esta es la crítica ponderada y prudente de un funcionario a quien mueve,
como es natural, un espíritu de colaboración; pero no hacen falta otras
constataciones, ni aun la de que no se consigue todavía dedicar a la
enseñanza primaria el l0 por ciento de los ingresos fiscales ordenado por
la ley, para declarar la quiebra de la reforma de 1920
(18). Por otra
parte, esta declaración ha sido implícitamente pronunciada por el Consejo
Nacional de Enseñanza al acometer la revisión de la Ley Orgánica.
A los que en este debate ocupamos una posición ideológica revolucionaria,
nos toca constatar, ante todo, que la quiebra de la reforma de 1920, no
depende de ambición excesiva ni de idealismo ultramoderno de sus
postulados. Bajo muchos aspectos, esa reforma se presenta restringida en
su aspiración y conservadora en su alcance. Mantiene en la enseñanza, sin
la menor atenuación sustancial, todos los privilegios de clase y de
fortuna. No franquea los grados superiores de la enseñanza a los niños
seleccionados por la escuela primaria, pues no encarga absolutamente a
ésta dicha selección. Confina a los niños de la clase proletaria en la
instrucción primaria dividida, sin ningún fin selectivo, en común y
profesional, y conserva a la escuela primaria privada, que separa desde la
niñez, con rígida barrera, a las clases sociales y hasta a sus categorías.
Establece únicamente la gratuidad de la primera enseñanza sin sentar por
lo menos el principio de que el acceso a la instrucción secundaria, que el
Estado ofrece a un pequeño porcentaje con su antiguo sistema de becas,
está reservado expresamente a los mejores. La ley orgánica, en cuanto a
las becas, se expresa en términos extremadamente vagos, además de que no
reconoce prácticamente el derecho de ser sostenidos por el Estado sino a
los estudiantes que han ingresado ya a los colegios de segunda enseñanza.
Dice, en efecto, el artículo 254: "Por disposición reglamentaria, podrá
exonerarse de derechos de enseñanza y de pensión en los internados de los
colegios nacionales, como premio, a los jóvenes pobres, que se distingan
por su capacidad, moralidad y dedicación al estudio. Estas becas serán
otorgadas por el director regional a propuesta de la Junta de Profesores
del Colegio respectivo"
(19).
Tantas limitaciones impiden considerar la reforma de 1920 aún como la
reforma democrática, propugnada por el doctor Villarán en nombre de
principios demoburgueses.
II
LA REFORMA UNIVERSITARIA
IDEOLOGÍA Y REINVINDICACIONES
El movimiento estudiantil que se inició con la lucha de los estudiantes de
Córdoba, por la reforma de la Universidad, señala el nacimiento de la
nueva generación latinoamericana. La inteligente compilación de documentos
de la reforma universitaria en la América Latina realizada por Gabriel del
Mazo, cumpliendo un encargo de la Federación Universitaria de Buenos
Aires, ofrece una serie de testimonios fehacientes de la unidad espiritual
de este movimiento (20). El proceso de la agitación universitaria en la
Argentina, el Uruguay, Chile, Perú, etc., acusa el mismo origen y el mismo
impulso. La chispa de la agitación es casi siempre un incidente
secundario; pero la fuerza que la propaga y la dirige viene de ese estado
de ánimo, de esa corriente de ideas que se designa -no sin riesgo de
equívoco- con el nombre de "nuevo espíritu". Por esto, el anhelo de la
reforma se presenta, con idénticos caracteres, en todas las universidades
latinoamericanas. Los estudiantes de toda la América Latina, aunque
movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida, parecen
hablar el mismo lenguaje.
De igual modo, este movimiento se presenta íntimamente conectado con la
recia marejada posbélica. Las esperanzas mesiánicas, los sentimientos
revolucionarios, las pasiones místicas propias de la posguerra,
repercutían particularmente en la juventud universitaria de Latinoamérica.
El concepto difuso y urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo,
despertaba en los jóvenes la ambición de cumplir una función heroica y de
realizar una obra histórica. Y, como es natural, en la constatación de
todos los vicios y fallas del régimen económico social vigente, la
voluntad y el anhelo de renovación encontraban poderosos estímulos. La
crisis mundial invitaba a los pueblos latinoamericanos, con insólito
apremio, a revisar y resolver sus problemas de organización y crecimiento.
Lógicamente, la nueva generación sentía estos problemas con una intensidad
y un apasionamiento que las anteriores generaciones no habían conocido. Y
mientras la actitud de las pasadas generaciones, como correspondía al
ritmo de su época, había sido evolucionista -a veces con un evolucionismo
completamente pasivo- la actitud de la nueva generación era
espontáneamente revolucionaria.
La ideología del movimiento estudiantil careció, al principio, de
homogeneidad y autonomía. Acusaba demasiado la influencia de la corriente
wilsoniana. Las ilusiones demoliberales y pacifistas que la predicación de
Wilson puso en boga en 1918-19 circulaban entre la juventud
latinoamericana como buena moneda revolucionaria. Este fenómeno se explica
perfectamente. También en Europa, no sólo las izquierdas burguesas sino
los viejos partidos socialistas reformistas aceptaron como nuevas las
ideas demoliberales elocuente y apostólicamente remozadas por el
presidente norteamericano.
Únicamente a través de la colaboración cada día más estrecha con los
sindicatos obreros, de la experiencia del combate contra las fuerzas
conservadoras y de la crítica concreta de los intereses y principios en
que se apoya el orden establecido, podían alcanzar las vanguardias
universitarias una definida orientación ideológica.
Este es el concepto de los más autorizados portavoces de la nueva
generación estudiantil, al juzgar los orígenes y las consecuencias de la
lucha por la Reforma. Todos convienen en que este movimiento, que apenas
ha formulado su programa, dista mucho de proponerse objetivos
exclusivamente universitarios y en que, por su estrecha y creciente
relación con el avance de las clases trabajadoras y con el abatimiento de
viejos privilegios económicos, no puede ser entendido sino como uno de los
aspectos de una profunda renovación latino-americana. Así Palcos,
aceptando íntegramente las últimas consecuencias de la lucha empeñada,
sostiene que "mientras subsista el actual régimen social, la Reforma no
podrá tocar las raíces recónditas del problema educacional". "Habrá
llenado su objeto –agrega–
si depura a las universidades de los malos profesores, que toman el cargo
como un empleo burocratico; si permite –como
sucede en otros países– que tengan
acceso al profesorado todos los capaces de serlo, sin excluirlos por sus
convicciones sociales, políticas o filosóficas; si neutraliza en parte,
por lo menos, el chauvinismo y fomenta en los educandos el hábito de las
investigaciones y el sentimiento de la propia responsabilidad. En el mejor
de los casos, la Reforma rectamente entendida y aplicada, puede contribuir
a evitar que la Universidad sea, como es en rigor en todos los países,
como lo fue en la misma Rusia –país
donde se daba, sin embargo, como en ninguna otra parte, una
intelectualidad avanzada que en la hora de la acción saboteó
escandalosamente a la revolución– una
Bastilla de la reacción, esforzándose por ganar las alturas del siglo"
(21).
No coinciden rigurosamente –y esto es
lógico–, las diversas interpretaciones
del significado del movimiento. Pero, con excepción de las que proceden
del sector reaccionario, interesado en limitar los alcances de la Reforma,
localizándola en la universidad y la enseñanza, todas las que se inspiran
sinceramente en sus verdaderos ideales, la definen como la afirmación del
"espíritu nuevo", entendido como espíritu revolucionario.
Desde sus puntos de vista filosóficos, Ripa Alberdi se inclinaba a
considerar esta afirmación como una victoria del idealismo novecentista
sobre el positivismo del siglo XIX. "El renacimiento del espíritu
argentino –decía–
se opera por virtud de las jóvenes generaciones, que al cruzar por los
campos de la filosofía contemporánea han sentido aletear en su frente el
ala de la libertad". Mas el propio Ripa Alberdi se daba cuenta de que el
objeto de la reforma era capacitar a la Universidad para el cumplimiento
de "esa función social que es la razón misma de su existencia"
(22).
Julio V. González, que ha reunido en dos volúmenes sus escritos de la
campaña universitaria, arriba a conclusiones más precisas: "La Reforma
Universitaria –escribe–
acusa el aparecer de una nueva generación que llega desvinculada de la
anterior, que trae sensibilidad distinta e ideales propios y una misión
diversa para cumplir. No es aquella un hecho simple o aislado, si los hay;
está vinculada en razón de causa a efecto con los últimos acontecimientos
de que fuera teatro nuestro país, como consecuencia de los producidos en
el mundo. Significaría incurrir en una apreciación errónea hasta lo
absurdo, considerar a la Reforma Universitaria como un problema de aulas
y, aún así, radicar toda su importancia en los efectos que pudiera surtir
exclusivamente en los círculos de cultura. Error semejante llevaría sin
remedio a una solución del problema que no consultaría la realidad en que
él está planteado. Digámoslo claramente entonces: la Reforma Universitaria
es parte de una cuestión que el desarrollo material y moral de nuestra
sociedad ha impuesto a raíz de la crisis producida por la guerra"
(23).
González señala en seguida la guerra europea, la revolución rusa y el
advenimiento del radicalismo al poder como los factores decisivos de la
Reforma en la Argentina.
José Luis Lanuza indica otro factor: la evolución de la clase media. La
mayoría de los estudiantes pertenecen a esta clase en todas sus
gradaciones. Y bien. Una de las consecuencias sociales y económicas de la
guerra es la proletarización de la clase media. Lanuza sostiene la
siguiente tesis: "Un movimiento colectivo estudiantil de tan vastas
proyecciones sociales como la Reforma Universitaria no hubiera podido
estallar antes de la guerra europea. Se sentía la necesidad de renovar los
métodos de estudio y se ponía de manifiesto el atraso de la Universidad
respecto a las corrientes contemporáneas del pensamiento universal desde
la época de Alberdi, en la que empieza a desarrollarse nuestra industria
embrionaria. Pero entonces la clase media universitaria se mantenía
tranquila con sus títulos de privilegio. Desgraciadamente para ella, esta
holgura disminuye a medida que crece la gran industria, se acelera la
diferenciación de las clases y sobreviene la proletarización de los
intelectuales. Los maestros, los periodistas y empleados de comercio se
organizan gremialmente. Los estudiantes no podían escapar al movimiento
general" (24).
Mariano Hurtado de Mendoza coincide sustancialmente, con las observaciones
de Lanuza. "La Reforma Universitaria -escribe-, es antes que nada y por
sobre todo, un fenómeno social que resulta de otro más general y extenso,
producido a consecuencia del grado de desarrollo económico de nuestra
sociedad. Fuera entonces error estudiarla únicamente bajo la faz
universitaria, como problema de renovación del gobierno de la Universidad,
o bajo la faz pedagógica, como ensayo de aplicación de nuevos métodos de
investigación en la adquisición de la cultura. Incurriríamos también en
error si la consideráramos, como el resultado exclusivo de una corriente
de ideas nuevas provocadas por la gran guerra y por la revolución rusa, o
como la obra de la nueva generación que aparece y llega desvinculada de la
anterior, que trae sensibilidad distinta e ideales propios y una misión
diversa por cumplir". Y, precisando su concepto, agrega más adelante: "La
Reforma Universitaria no es más que una consecuencia del fenómeno general
de proletarización de la clase media que forzosamente ocurre cuando una
sociedad capitalista llega a determinadas condiciones de su desarrollo
económico. Significa esto que en nuestra sociedad se está produciendo el
fenómeno de proletarización de la clase media y que la Universidad,
poblada en su casi totalidad por ésta, ha sido la primera en sufrir sus
efectos, porque era el tipo ideal de institución capitalista"
(25).
Es, en todo caso, un hecho uniformemente observado la formación, al calor
de la Reforma, de núcleos de estudiantes que, en estrecha solidaridad con
el proletariado, se han entregado a la difusión de avanzadas ideas
sociales y al estudio de las teorías marxistas. El surgimiento de las
universidades populares, concebidas con un criterio bien diverso del que
inspiraba en otros tiempos tímidos tanteos de extensión universitaria, se
ha efectuado en toda la América Latina en visible concomitancia con el
movimiento estudiantil. De la Universidad han salido, en todos los países
latinoamericanos, grupos de estudiosos de economía y sociología que han
puesto sus conocimientos al servicio del proletariado, dotando a éste, en
algunos países, de una dirección intelectual de que antes había
generalmente carecido. Finalmente, los propagandistas y fautores más
entusiastas de la unidad política de la América Latina son, en gran parte,
los antiguos líderes de la Reforma Universitaria que conservan así su
vinculación continental, otro de los signos de la realidad de la "nueva
generación".
Cuando se confronta este fenómeno con el de las universidades de la China
y del Japón, se comprueba su rigurosa justificación histórica. En el
Japón, la Universidad ha sido la primera cátedra de socialismo. En la
China, por razones obvias, ha tenido una función todavía más activa en la
formación de una nueva conciencia nacional. Los estudiantes chinos
componen la vanguardia del movimiento nacionalista revolucionario que,
dando a la inmensa nación asiática una nueva alma y una nueva
organización, le asigna una influencia considerable en los destinos del
mundo. En este punto se muestran concordes los observadores occidentales
de más reconocida autoridad intelectual.
Pero no me propongo aquí, el estudio de todas las consecuencias y
relaciones de la Reforma Universitaria con los grandes problemas de la
evolución política de la América Latina. Constatada la solidaridad del
movimiento estudiantil con el movimiento histórico general de estos
pueblos, tratemos de examinar y definir sus rasgos propios y específicos.
¿Cuáles son las proposiciones o postulados fundamentales de la Reforma?
El Congreso Internacional de Estudiantes de México de 1921 propugnó: 1º la
participación de los estudiantes en el gobierno de las universidades; 2º
la implantación de la docencia libre y la asistencia libre. Los
estudiantes de Chile declararon su adhesión a los siguientes principios:
1º autonomía de la Universidad, entendida como institución de los alumnos,
profesores y diplomados; 2º reforma del sistema docente, mediante el
establecimiento de la docencia libre y, por consiguiente, de la asistencia
libre de los alumnos a las cátedras, de suerte que en caso de enseñar dos
maestros una misma materia la preferencia del alumnado consagre libremente
la excelencia del mejor; 3º revisión de los métodos y del contenido de los
estudios; y 4º extensión universitaria, actuada como medio de vinculación
efectiva de la Universidad con la vida social. Los estudiantes de Cuba
concretaron en 1923 sus reivindicaciones en esta fórmula: a) una verdadera
democracia universitaria; b) una verdadera renovación pedagógica y
científica; c) una verdadera popularización de la enseñanza. Los
estudiantes de Colombia reclamaron, en su programa de 1924, la
organización de la Universidad sobre bases de independencia, de
participación de los estudiantes en su gobierno y de nuevos métodos de
trabajo. "Que al lado de la cátedra –dice
ese programa– funcione el seminario,
se abran cursos especiales, se creen revistas. Que al lado del maestro
titular haya profesores agregados y que la carrera del magisterio exista
sobre bases que aseguren su porvenir y den acceso a cuantos sean dignos de
tener una silla en la Universidad". Los estudiantes de vanguardia de la
Universidad de Lima, leales a los principios proclamados en 19l9 y 1923,
sostuvieron en 1926 las siguientes plataformas: defensa de la autonomía de
las universidades; participación de los estudiantes en la dirección y
orientación de sus respectivas universidades o escuelas especiales;
derecho de voto por los estudiantes en la elección de rectores de las
universidades; renovación de los métodos pedagógicos; voto de honor de los
estudiantes en la provisión de las cátedras; incorporación a la
universidad de los valores extrauniversitarios; socialización de la
cultura: universidades populares, etc. Los principios sostenidos por los
estudiantes argentinos son, probablemente, más conocidos, por su extensa
influencia en el movimiento estudiantil de América desde su primera
enunciación en la Universidad de Córdoba. Prácticamente, además, son a
grandes rasgos los mismos que proclaman los estudiantes de las demás
universidades latinoamericanas.
Resulta de esta rápida revisión que como postulados cardinales de la
Reforma Universitaria puede considerarse: primero, la intervención
de los alumnos en el gobierno de las universidades y segundo, el
funcionamiento de cátedras libres, al lado de las oficiales, con idénticos
derechos, a cargo de enseñantes de acreditada capacidad en la materia.
El sentido y el origen de estas dos reivindicaciones nos ayudan a
esclarecer la significación de la Reforma.
POLÍTICA Y ENSEÑANZA UNIVERSITARIA
EN AMÉRICA LATINA
El régimen económico y político determinado por el
predominio de las aristocracias coloniales –que
en algunos países hispanoamericanos subsiste todavía aunque en irreparable
y progresiva disolución–, ha colocado
por mucho tiempo las universidades de la América Latina bajo la tutela de
estas oligarquías y de su clientela. Convertida la enseñanza universitaria
en un privilegio del dinero, si no de la casta, o por lo menos de una
categoría social absolutamente ligada a los intereses de uno y otra, las
universidades han tenido una tendencia inevitable a la burocratización
académica. Era éste un destino al cual no podían escapar ni aun bajo la
influencia episódica de alguna personalidad de excepción.
El objeto de las universidades parecía ser, principalmente, el de proveer
de doctores o rábulas a la clase dominante. El incipiente desarrollo, el
mísero radio de la instrucción pública, cerraban los grados superiores de
la enseñanza a las clases pobres (La misma enseñanza elemental no llegaba
–como no llega ahora–
sino a una parte del pueblo). Las universidades, acaparadas intelectual y
materialmente por una casta generalmente desprovista de impulso creador,
no podían aspirar siquiera a una función más alta de formación y selección
de capacidades. Su burocratización las conducía, de un modo fatal, al
empobrecimiento espiritual y científico.
Este no era un fenómeno exclusivo ni peculiar del Perú. Entre nosotros se
ha prolongado más por la supervivencia obstinada de una estructura
económica semifeudal. Pero, aun en los países que más prontamente se han
industrializado y democratizado, como la República Argentina, a la
universidad es adonde ha arribado más tarde esa corriente de progreso y
transformación. El Dr. Florentino V. Sanguinetti resume así la historia de
la Universidad de Buenos Aires antes de la Reforma: "Durante la primera
parte de la vida argentina, movió modestas iniciativas de cultura y formó
núcleos urbanos que dieron a la montonera el pensamiento de la unidad
política y del orden institucional. Su provisión científica era muy
escasa, pero bastaba para las necesidades del medio y para imponer las
conquistas lentas y sordas del genio civil. Afirmada más tarde nuestra
organización nacional, la Universidad aristocrática y conservadora creó un
nuevo tipo social: el doctor. Los doctores constituyeron el patriciado de
la segunda república, substituyendo poco a poco a las charreteras y a los
caciques rurales, en el manejo de los negocios, pero salían de las aulas
sin la jerarquía intelectual necesaria para actuar con criterio orgánico
en la enseñanza o para dirigir el despertar improvisado de las riquezas
que rendían la pampa y el trópico. A lo largo de los últimos cincuenta
años, nuestra nobleza agropecuaria fue desplazada, primero, del campo
económico por la competencia progresista del inmigrante, técnicamente más
capaz, y luego del campo político por el advenimiento de los partidos de
clase media. Necesitando entonces escenario para mantener su influencia,
se apoderó de la Universidad que fue pronto un órgano de casta, cuyos
directores vitalicios turnaban los cargos de mayor relieve y cuyos
docentes, reclutados por leva hereditaria, impusieron una verdadera
servidumbre educacional de huella estrecha y sin filtraciones renovadoras"
(26).
El movimiento de la Reforma tenía lógicamente que atacar, ante todo, esta
estratificación conservadora de las Universidades. La provisión arbitraria
de las cátedras, el mantenimiento de profesores ineptos, la exclusión de
la enseñanza de los intelectuales independientes y renovadores, se
presentaban claramente como simples consecuencias de la docencia
oligárquica. Estos vicios no podían ser combatidos sino por medio de la
intervención de los estudiantes en el gobierno de las universidades y el
establecimiento de las cátedras y la asistencia libres, destinadas a
asegurar la eliminación de los malos profesores a través de una
concurrencia leal con hombres más aptos para ejercer su magisterio.
Toda la historia de la Reforma registra invariablemente estas dos
reacciones de las oligarquías conservadoras: primera, su
solidaridad recalcitrante con los profesores incompetentes, tachados por
los alumnos, cuando ha habido de por medio un interés familiar
oligárquico; y segunda, su resistencia, no menos tenaz, a la
incorporación en la docencia de valores no universitarios o simplemente
independientes. Las dos reivindicaciones sustantivas de la Reforma
resultan así inconfutablemente dialécticas, pues no arrancan de puras
concepciones doctrinales sino de las reales y concretas enseñanzas de la
acción estudiantil.
Las mayorías docentes adoptaron una actitud de rígida e impermeable
intransigencia contra los grandes principios de la Reforma Universitaria,
el primero de los cuales había quedado proclamado teóricamente desde el
Congreso Estudiantil de Montevideo, y así en la Argentina como en el Perú,
lograron el reconocimiento oficial debido a favorables circunstancias
políticas, cambiadas las cuales se inició, por parte de los elementos
conservadores de la docencia, un movimiento de reacción, que en el Perú ha
anulado ya prácticamente casi todos los triunfos de la Reforma, mientras
en la Argentina encuentra la oposición vigilante del alumnado, según lo
demuestran las recientes agitaciones contra las tentativas reaccionarias.
Pero no es posible la realización de los ideales de la Reforma sin la
recta y leal aceptación de los dos principios aquí esclarecidos. El voto
de los alumnos –aunque no esté
destinado sino a servir de contralor moral de la política de los
profesores– es el único impulso de
vida, el solo elemento de progreso de la Universidad, en la que de otra
suerte prevalecerían sin remedio fuerzas de estancamiento y regresión. Sin
esta premisa, el segundo de los postulados de la Reforma
–las cátedras libres–
no puede absolutamente cumplirse. Más aún, la "leva hereditaria", de que
nos habla con tan evidente exactitud el Dr. Sanguinetti, torna a ser el
sistema de reclutamiento de nuevos catedráticos. Y el mismo progreso
científico pierde su principal estímulo, ya que nada empobrece tanto el
nivel de la enseñanza y de la ciencia como la burocratización oligárquica.
En el Perú, por varias razones, el espíritu de la Colonia ha tenido su
hogar en la Universidad. La primera razón es la prolongación o
supervivencia, bajo la República, del dominio de la vieja aristocracia
colonial.
Pero este hecho no ha sido desentrañado sino desde que la ruptura con el
criterio colonialista –vale decir con
la historiografía "civilista"–, ha
consentido a la nueva generación enjuiciar libremente la realidad peruana.
Ha sido necesaria, para su entendimiento cabal, la quiebra de la antigua
casta, denunciada por el carácter de "secesión" que quiso asumir el cambio
de gobierno de 1919.
Cuando el doctor V. A. Belaunde calificó a la Universidad como "el lazo de
unión entre la República y la Colonia" –con
la mira de enaltecerla cual único y esencial órgano de continuidad
histórica–, tenía casi el aire de
hacer un descubrimiento valioso. La clase dirigente había sabido hasta
entonces mantener la ilusión intelectual de la República distinta e
independiente de la Colonia, no obstante una instintiva inclinación al
culto nostálgico de lo virreinal, que traicionaba con demasiada evidencia
su verdadero sentimiento. La Universidad que, según un concepto de clisé,
era el alma mater nacional, había sido siempre oficialmente definida como
la más alta cátedra de los principios e ideales de la República.
Mientras tanto, tal vez con la sola excepción del instante en que Gálvez y
Lorente, la tiñeron de liberalismo, restableciendo y continuando la
orientación ideológica de Rodríguez de Mendoza, la Universidad había
seguido fiel a su tradición escolástica, conservadora y española.
El divorcio entre la obra universitaria y la realidad nacional, constatado
melancólicamente por Belaunde –pero
que no lo había embarazado para gratificar a la Universidad con el título
de encarnación única y sagrada de la continuidad histórica patria–,
ha dependido exclusivamente del divorcio, no menos cierto aunque menos
reconocido, entre la vieja clase dirigente y el pueblo peruano. Belaunde
escribía lo que sigue: "Un triste destino se ha cernido sobre nuestra
Universidad y ha determinado que llene principalmente un fin profesional y
tal vez de esnobismo científico; pero no un fin educativo y mucho menos un
fin de afirmación de la conciencia nacional. Al recorrer rápidamente la
historia de la Universidad desde su origen hasta la fecha se destaca este
rasgo desagradable y funesto: su falta de vinculación con la realidad
nacional, con la vida de nuestro medio, con las necesidades y aspiraciones
del país" (27). La investigación de Belaunde no podía ir más allá.
Vinculado por su educación y su temperamento a la casta feudal, adherente
al partido que acaudillaba uno de sus más genuinos representantes,
Belaunde tenía que detenerse en la constatación del desacuerdo, sin buscar
sus razones profundas. Más aún: tenía que contentarse con explicárselo
como la consecuencia de un "triste destino".
La verdad era que la colonia sobrevivía en la Universidad porque
sobrevivía también –a pesar de la
revolución de la Independencia y de la república demoliberal–,
en la estructura económico-social del país, retardando su evolución
histórica y enervando su impulso biológico. Y que, por esto, la
Universidad no cumplía una función progresista y creadora en la vida
peruana, a cuyas necesidades profundas y a cuyas corrientes vitales
resultaba no sólo extraña sino contraria. La casta de terratenientes
coloniales que, a través de un agitado período de caudillaje militar,
asumió el poder en la República, es el menos nacional, el menos peruano de
los factores que intervienen en la historia del Perú independiente. El
"triste destino" de la Universidad no ha dependido de otra cosa.
Después del período de influencia de Gálvez y Lorente, la Universidad
permaneció, hasta el período de agitación estudiantil de 19l9, pesadamente
dominada por el espíritu de la Colonia. En 1894, el discurso académico del
doctor Javier Prado sobre "El estado social del Perú durante la dominación
española" que, dentro de su prudencia y equilibrio, intentaba una revisión
del criterio colonialista, pudo ser el punto de partida de una acción que
acercase más el trabajo universitario a nuestra historia y a nuestro
pueblo. Pero el doctor Prado, estrechamente mancomunado con los intereses
y sentimientos que este movimiento habría contrastado por fuerza, prefirió
encabezar una corriente de mediocre positivismo que, bajo el signo de
Taine, pretendió justificar doctrinalmente la función del civilismo
dotándolo de un pensamiento político en apariencia moderno, y que no
consiguió siquiera imprimir a la Universidad, entregada al diletantismo
verbalista y dogmático, la orientación científica que ahora mismo se echa
de menos en ella. Más tarde, en 1900, otro discurso académico, el del
doctor M. V. Villarán sobre las profesiones liberales en el Perú, tuvo
también la íntima significación de una ponderada requisitoria contra el
colonialismo de la Universidad, responsable por los prejuicios
aristocráticos que alimentaba y mantenía, de una superproducción de
doctores y letrados. Pero igualmente este discurso, como todas las
reacciones episódicas del civilismo, estaba destinado a no agitar sino muy
superficialmente las aguas de esta quieta palude intelectual.
La generación arbitrariamente llamada "futurista" debió ser,
cronológicamente, la que iniciara la renovación de los métodos y el
espíritu de la Universidad. A ella pertenecían los estudiantes
–catedráticos luego–
que representaron al Perú en el Congreso Estudiantil de Montevideo y que
organizaron el Centro Universitario, echando las bases de una solidaridad
que en la lucha por la Reforma había de concretar sus formas y sus fines.
Mas la dirección de Riva Agüero –por
boca de quien habló explícitamente el espíritu colonialista en su tesis
sobre literatura peruana–, orientaba
en un sentido conservador y tradicionalista a esa generación universitaria
que, de otro lado, por sus orígenes y vinculaciones, aparecía con la
misión de marcar una reacción contra el movimiento literario gonzálezpradista
y de restablecer la hegemonía intelectual del civilismo, atacada,
particularmente en provincias, por la espontánea popularidad de la
literatura radical.
El movimiento estudiantil peruano de 1919 recibió sus estímulos
ideológicos de la victoriosa insurrección de los estudiantes de Córdoba y
de la elocuente admonición del profesor Alfredo L. Palacios. Pero, en su
origen, constituyó principalmente un amotinamiento de los estudiantes
contra algunos catedráticos de calificada y ostensible incapacidad. Los
que extendían y elevaban los objetivos de esta agitación
–transformando en repudio del viejo
espíritu de la Universidad el que, en un principio, había sido sólo
repudio de los malos profesores y de la disciplina arcaica–,
estaban en minoría en el estudiantado. El movimiento contaba con el apoyo
de estudiantes de espíritu ortodoxamente civilista, quienes seguían a los
propugnadores de la Reforma tanto porque convenían en la evidente
ineptitud de los maestros tachados como porque creían participar en una
algarada escolar más o menos inocua.
Esto revela que si la oligarquía docente, mostrándose celosa de su
prestigio intelectual, hubiera realizado a tiempo en la Universidad el
mínimum de mejoramiento y modernización de la enseñanza necesario para no
correr el riesgo de una situación de escandalosa insolvencia, habría
logrado mantener fácilmente la intangibilidad de sus posiciones por
algunos años más.
La crisis que tan desairadamente afrontó en 1919, fue precipitada por el
prolongamiento irritante de un estado de visible desequilibrio entre el
nivel de la cátedra y el avance general de nuestra cultura en más de un
aspecto. Este desequilibrio se hacía particularmente detonante en el plano
literario y artístico. La generación "futurista" que, reaccionando contra
la generación "radical" romántica y extrauniversitaria, trabajaba por
reforzar el poder espiritual de la Universidad, concentrando en sus aulas
todas las fuerzas de dirección de la cultura nacional, no supo, no quiso o
no pudo reemplazar oportunamente en la docencia de la Facultad de Letras,
la más vulnerable, a los viejos catedráticos retrasados e incompetentes.
El contraste entre la enseñanza de letras en esta Facultad y el progreso
de la sensibilidad y la producción literarias del país, se tornó clamoroso
cuando el surgimiento de una nueva generación, en abierta ruptura con el
academicismo y el conservantismo de nuestros paradójicos "futuristas",
señaló un instante de florecimiento y renovación de la literatura
nacional. La juventud que frecuentaba los cursos de letras de la
Universidad, había adquirido fuera, espontáneamente, un gusto y una
educación estéticas bastantes para advertir el atraso y la ineptitud de
sus varios catedráticos. Mientras esta juventud, como vulgo, como público,
había superado en sus lecturas la estación del "modernismo", la cátedra
universitaria estaba todavía prisionera del criterio y los preceptos de la
primera mitad del Ochocientos español. La orientación historicista y
literaria del grupo que presidió el movimiento de 1919 en San Marcos
concurría a un procesamiento más severo y a una condena más indignada e
inapelable de los catedráticos acusados de atrasados y anacrónicos.
De la Facultad de Letras, la revisión se propagó a las otras facultades,
donde también el interés y la rutina oligárquicas mantenían profesores sin
autoridad. Pero la primera brecha fue abierta en la Facultad de Letras; y,
hasta algún tiempo después, la lucha estuvo dirigida contra los "malos
profesores" más bien que contra los "malos métodos".
La ofensiva del estudiantado empezó con la formación de un cuadro de
tachas, en el cual se omitieron cuidadosamente todas las que pudieran
parecer sospechosas de parcialidad o apasionamiento. El criterio que
informó en esa época el movimiento de reforma fue un criterio de
valoración de la idoneidad magistral, exento de móviles ideológicos.
La solidaridad del rector y el consejo con los profesores tachados
constituyó una de las resistencias que ahondaron el movimiento. El
estudiantado insurgente comenzó a comprender que el carácter oligárquico
de la docencia y la burocratización y estancamiento de la enseñanza, eran
dos aspectos del mismo problema. Las reivindicaciones estudiantiles se
ensancharon y precisaron.
El primer congreso nacional de estudiantes, reunido en el Cuzco, en marzo
de 1920, indicó, sin embargo, que el movimiento pro-reforma carecía aún de
un programa bien orientado y definido. El voto de mayor trascendencia de
ese Congreso es el que dio vida a las universidades populares, destinadas
a vincular a los estudiantes revolucionarios con el proletariado y a dar
un vasto alcance a la agitación estudiantil.
Y, más tarde, en 1921, la actitud de los estudiantes ante el conflicto
entre la Universidad y el Gobierno, demostró que reinaba todavía en la
juventud universitaria una desorientación profunda. Más aún: el entusiasmo
con que una parte de ella se constituía en claque de catedráticos
reaccionarios, cautivada por una retórica oportunista y democrática
–bajo la cual se trataba de hacer
pasar el contrabando ideológico de las supersticiones y nostalgias del
espíritu colonial–, acusaba una
recalcitrante reverencia de la mayoría a sus viejos dómines.
Era evidente, empero, que la derrota sufrida por el civilismo tradicional
había colaborado al triunfo alcanzado en 1919 por las reivindicaciones
estudiantiles con el decreto del 20 de setiembre que establecía las
cátedras libres y la representación de los alumnos en el consejo
universitario y con las leyes 4002 y 4004, en virtud de las cuales el
gobierno declaró vacantes las cátedras ocupadas por los profesores
tachados.
Reabierta la Universidad –después de
un período de receso que fortaleció los vínculos existentes entre la
docencia y una parte de los estudiantes–,
las conquistas de la Reforma resultaron escamoteadas, en gran parte, por
la nueva organización. Pero, en cambio, el "nuevo espíritu" tenía ya mayor
arraigo en la masa estudiantil. Y en las nuevas jornadas de la juventud
iba a notarse menos confusionismo ideológico que en las anteriores a la
clausura.
* * *
La reanudación de las labores universitarias en 1922
bajo el rectorado del doctor M. V. Villarán, significó, en primer lugar,
el compromiso entre el gobierno y los profesores que ponía término al
conflicto que el año anterior condujo al receso de la Universidad. La ley
orgánica de enseñanza promulgada en 1920 por el Ejecutivo, en uso de la
autorización que recibió del Congreso en octubre de 1919
–cuando éste votó la ley Nº 4004
sancionando el principio de la participación de los alumnos en el gobierno
de la Universidad–, sirvió de base al
avenimiento. Esta ley reconocía a la Universidad una autonomía que dejaba
satisfecha a la docencia, más inclinada que antes por obvias razones a un
temperamento transaccional, y que el Gobierno, inducido igualmente a
aceptar una fórmula de normalización, se allanaba a ratificar en todas sus
partes.
Como es natural, el compromiso ponía en peligro las conquistas del estu-diantado,
ganadas en buena parte al amparo de la situación que aquél venía a
resolver aunque no fuera sino temporalmente. Y, en efecto, muy pronto se
advirtió una mal disimulada tentativa de anular poco a poco las reformas
de 1919. Algunos catedráticos restablecieron el abolido régimen de las
listas. Pero esta tentativa encontró alerta a los estudiantes, en cuyo
ánimo tuvieron profunda resonancia primero el Congreso Estudiantil de
México y luego el fervoroso mensaje de las juventudes del Sur de que fuera
portador Haya de la Torre.
El nuevo rector que, al asumir sus funciones, había hecho con la
moderación propia de su espíritu, siempre en cuidadoso equilibrio, una
profesión de fe reformista y hasta una crítica de las disposiciones de la
ley de enseñanza que sustituían la libre asociación de los alumnos con un
"centro estudiantil universitario" de organización extrañamente
autoritaria y burocrática, coherente con estas declaraciones, comprendió
en seguida la conveniencia de emplear también con el estudiantado la
política del compromiso, evitando toda destemplada veleidad reaccionaria
que pudiese excitar imprudentemente la beligerancia estudiantil. El
rectorado del doctor Villarán, sobreponiéndose a los conflictos locales
provocados por catedráticos conservadores, señaló así un período de
colaboración entre la docencia y los alumnos. El apoyo dispensado a la
inteligente y renovadora acción de Zulen en la Biblioteca y la atención
prestada a la opinión y sentimiento del estudiantado, consultados
frecuentemente sin exageradas aprensiones ideológicas, granjearon a la
política del rector extensas simpatías. El decano de la Facultad de
Medicina, doctor Gastañeta, que adoptó la misma línea de conducta,
inspirando sus actos en un sagaz espíritu de cooperación con los
estudiantes, obtuvo un consenso aún más entusiasta. Y la labor de algunos
catedráticos jóvenes contribuyó a mejorar las relaciones entre profesores
y estudiantes.
Esta política impidió la renovación de la lucha por la reforma. De un
lado, los profesores se mostraron dispuestos a la actuación solícita de un
programa progresista, renunciando, en todo caso, a propósitos
reaccionarios. De otro lado, los estudiantes se declararon prontos a una
experiencia colaboracionista que a muchos les parecía indispensable para
la defensa de la autonomía y aun de la subsistencia de la Universidad.
El 23 de Mayo reveló el alcance social e ideológico del acercamiento de
las vanguardias estudiantiles a las clases trabajadoras. En esa fecha tuvo
su bautizo histórico la nueva generación que, con la colaboración de
circunstancias excepcionalmente favorables, entró a jugar un rol en el
desarrollo mismo de nuestra historia, elevando su acción del plano de las
inquietudes estudiantiles al de las reivindicaciones colectivas o
sociales. Este hecho reanimó e impulsó en las aulas las corrientes de
revolución universitaria, acarreando el predominio de la tendencia
izquierdista en la Federación de Estudiantes, reorganizada poco tiempo
después y, sobre todo, en las asambleas estudiantiles que alcanzaron
entonces un tono máximo de animación y vivacidad.
Pero las conquistas de la Reforma, aparte de la supresión de las listas,
se reducían en verdad a un contralor no formalizado del estudiantado en el
orientamiento o, más bien, la administración de la enseñanza. Estaba
formalmente admitido el principio de la representación de los estudiantes
en el consejo universitario; mas el alumnado, que disponía entonces del
recurso de las asambleas para manifestar su opinión frente a cada
problema, descuidó la designación de delegados permanentes, prefiriendo
una influencia plebiscitaria y espontánea de las masas estudiantiles en
las deliberaciones del consejo. Y aunque encabezaba a estas masas una
vanguardia singularmente aguerrida y dinámica, sea porque las
contingencias de la lucha contra la reacción interna y externa acaparaban
demasiado su atención, sea porque su propia conciencia pedagógica no se
encontraba todavía bien formada, es lo cierto que no empleó la acción de
las asambleas, de ambiente más tumultuario que doctrinal, en reclamar y
conseguir mejores métodos. Se contentó, a este respecto, con modestos
ensayos y gaseosas promesas destinadas a disiparse apenas se adormeciera o
relajara en las aulas el espíritu vanguardista.
La reforma universitaria –como reforma
de la enseñanza– a pesar de la nueva
ley orgánica y de la mejor disposición de una parte de la docencia, había
adelantado, en consecuencia, muy poco. Lo que escribe Alfredo Palacios
sobre parecida fase de la Reforma en Argentina, puede aplicarse a nuestra
Universidad. "El movimiento general que determina la reforma
universitaria, en su primera etapa –dice
Palacios–, se concretó sólo a la
ingerencia estudiantil en el gobierno de la Universidad y a la asistencia
libre. Faltaba lo más importante: la renovación de los métodos de
enseñanza y la intensificación de los estudios, y esto era de muy difícil
realización en las Facultades de Jurisprudencia, que habían permanecido
petrificadas en criterios viejos. Su enseñanza había conducido a extremos
insospechados. Puras teorías, puras abstracciones; nada de ciencias de
observación y de experimento. Se creyó siempre que de esos institutos
debía salir la élite social destinada a ser 'clase gobernante'; que de
allí debían surgir el financista, el diplomático, el literato, el
político... Salieron, en cambio, con una ignorancia enciclopédica,
precoces utilitarios, capaces de todas las artimañas para enredar pleitos,
y que en la vida fueron sostén de todas las injusticias. Los estudiantes
se concretaban a escuchar lecciones orales sin curiosidad alguna, sin
ánimo de investigar, sin pasión por la búsqueda tenaz, sin laboratorios
que despertaran las energías latentes, que fortalecieran el carácter, que
disciplinaran la voluntad y que ejercitaran la inteligencia"
(28).
Por haber carecido nuestra universidad de directores como el doctor
Palacios, capaces de comprender la renovación requerida en los estudios
por el movimiento de reforma y de consagrarse a realizarla con pasión y
optimismo, este movimiento quedó detenido en el Perú en la etapa a que
pudieron llevarlo el impulso y el esfuerzo estudiantiles.
* * *
Los años 1924 a 27 han sido desfavorables para el
movimiento de reforma universitaria en el Perú. La expulsión de 26
universitarios de la Universidad de Trujillo en Noviembre de 1923,
preludió una ofensiva reaccionaria que, poco tiempo después, movilizó en
la Universidad de Lima a todas las fuerzas conservadoras contra los
postulados de 1919 y 1923. Las medidas de represión empleadas por el
Gobierno contra los estudiantes de vanguardia de San Marcos, libraron a la
docencia de la vigilante presencia de la mayor parte de quienes mantenían
alerta y despierto en el alumnado, el espíritu de la Reforma. La muerte de
dos jóvenes maestros, Zulen y Borja y García, redujo a un número exiguo a
los profesores de aptitud renovadora. El alejamiento del doctor Villarán
trajo el abandono de su tendencia a la cooperación con el alumnado. El
rectorado quedó en una situación de interinidad, con todas las
consecuencias de inhibición y esterilidad anexas a un régimen provisorio.
Esta conjunción de contingencias adversas tenía que producir
inevitablemente el resurgimiento del viejo espíritu conservador y
oligárquico. Decaídos los estímulos de progreso y reforma, la enseñanza
recayó en su antigua rutina. Los representantes típicos de la mentalidad
civilista restauraron su pasada absoluta hegemonía. El expediente de la
interinidad, aplicado cada día con mayor extensión, sirvió para disimular
temporalmente el restablecimiento del conservantismo en las posiciones de
donde fuera desalojado en parte por la oleada reformista.
En las elecciones de delegados de 1920, se bosquejó una concentración de
las izquierdas estudiantiles. Las plataformas electorales sostenidas por
el grupo que prevaleció en la nueva federación, reafirmaban todos los
postulados esenciales de la Reforma
(29). Pero nuevamente la represión
vino en auxilio de los intereses conservadores.
El fenómeno característico de este período reaccionario parece ser el
apoyo que en él han venido a prestar a los elementos conservadores de la
Universidad las mismas fuerzas que, obedeciendo al impulso histórico que
determinó su victoria sobre el "civilismo" tradicional, decidieron en 1919
el triunfo de la Reforma.
No son éstos, sin embargo, los únicos factores de la crisis del movimiento
universitario. La juventud no está totalmente exenta de responsabilidad.
Sus propias insurrecciones nos enseñan que es, en su mayoría, una juventud
que procede por fáciles contagios de entusiasmo. Este, en verdad, es un
defecto de que se ha acusado siempre al hispanoamericano. Vasconcelos, en
un reciente artículo, escribe: "El principal defecto de nuestra raza es la
inconstancia. Incapaces de perdurar en el esfuerzo no podemos por lo mismo
desarrollar un plan ni llevar adelante un propósito". Y, más adelante,
agrega: "En general hay que desconfiar de los entusiastas. Entusiasta es
un adjetivo al cual le debemos más daños que a todo el resto del
vocabulario de los calificativos. Con el noble vocablo entusiasmo se ha
acostumbrado encubrir nuestro defecto nacional: buenos para comenzar y
para prometer; malos para terminar y para cumplir"
(30).
Pero más que la versatilidad y la inconstancia de los alumnos, obran
contra el avance de la Reforma, la vaguedad y la imprecisión del programa
y el carácter de este movimiento en la mayoría de ellos. Los fines de la
Reforma no están suficientemente esclarecidos, no están cabalmente
entendidos. Su debate y su estudio adelantan lentamente. La reacción
carece de fuerzas para sojuzgar intelectual y espiritualmente a la
juventud. A sus victorias no se les puede atribuir sino un valor
contingente. Los factores históricos de la Reforma, en cambio, continúan
actuando sobre el espíritu estudiantil, en el cual se mantiene intacto,
por consiguiente, a pesar de sus momentáneos oscurecimientos, el anhelo
que animó a la juventud en las jornadas de 1919 a 1923.
Si el movimiento renovador se muestra precariamente detenido en las
universidades de Lima, prospera, en cambio, en la Universidad del Cuzco,
donde la élite del profesorado acepta y sanciona los principios
sustentados por los alumnos. Testimonio de esto es el anteproyecto de
reorganización de la Universidad del Cuzco formulado por la comisión que
con este encargo nombró el Gobierno al declarar en receso dicho instituto.
Este proyecto, suscrito por los profesores, señores Fortunato L. Herrera,
José Gabriel Cosio, Luis E. Valcárcel, J. Uriel García, Leandro Pareja,
Alberto Araníbar P. y J. S. García Rodríguez, constituye
incontestablemente el más importante documento oficial producido hasta
ahora sobre la reforma universitaria en el Perú. A nombre de la docencia
universitaria, no se había hablado todavía, entre nosotros, con tanta
altura. La comisión de la universidad cuzqueña ha roto la tradición de
rutina y mediocridad a que tan sumisamente se ciñen, por lo general, las
comisiones oficiales. Su plan mira a la completa transformación de la
Universidad del Cuzco en un gran centro de cultura con aptitud para
presidir e impulsar eficientemente el desarrollo social y económico de la
región andina. Y, al mismo tiempo, incorpora en su Estatuto los postulados
cardinales de la Reforma Universitaria en Hispanoamérica.
Entre las "ponencias básicas" de la comisión, se cuentan las siguientes:
creación de la docencia libre como cooperante del profesorado titular;
adopción del sistema de seminarios y conversatorios; supresión del examen
de fin de año como prueba definitiva; consagración absoluta del
catedrático universitario a su misión educativa; participación de los
alumnos y ex-alumnos en la elección de las autoridades universitarias;
representación del estudiantado en el consejo universitario y en el de
cada facultad; democratización de la enseñanza
(31).
El dictamen concede, por otra parte, especial atención a la necesidad de
organizar la Universidad en modo de darle, en todos sus aspectos, una
amplia aplicación práctica y una completa orientación científica. La
Universidad del Cuzco aspira a ser un verdadero centro de investigaciones
científicas, puesto íntegramente al servicio del mejoramiento social.
* * *
Para comprobar el creciente conflicto entre los
postulados cardinales de la Reforma Universitaria
–tales como los han formulado y
suscrito las asambleas estudiantiles de los diversos países
hispanoamericanos–, y la situación de
la Universidad de Lima, basta la confrontación de estos postulados con los
respectivos aspectos de la enseñanza y del funcionamiento de la
Universidad. Ensayemos esquemáticamente esta confrontación.
Intervención de los estudiantes en el gobierno de la Universidad.
La reacción pugna por restablecer el viejo y rígido concepto de la
disciplina, entendida como acatamiento absoluto del criterio y la
autoridad de la docencia. El consejo de decanos
–o el rector en su nombre–,
rehúsa frecuentemente su permiso a las asambleas destinadas a expresar la
opinión de los estudiantes. El derecho de los estudiantes de reunirse a
deliberar en los claustros está, por primera vez, sujeto a suspensión. Las
designaciones de delegados estudiantiles que no son gratas a la docencia,
no obtienen su reconocimiento. El último comité de la Federación de
Estudiantes se encontró en la imposibilidad de funcionar, y hasta de
constituirse plenamente, por falta del V° B° del Consejo. La crisis de la
Federación depende así de un factor extraño a la situación estudiantil. El
sentimiento del estudiantado ha perdido no sólo su influencia en las
deliberaciones del Consejo sino también los medios de manifestarse libre y
disciplinadamente. La representación estudiantil en el gobierno de la
Universidad, dentro de esta situación, sería una farsa.
Renovación de los métodos pedagógicos. Si se exceptúa las
innovaciones introducidas en la enseñanza por uno que otro catedrático, la
subsistencia de los viejos métodos aparece absoluta. Hace poco, un alto
funcionario de Educación Pública, el doctor Luis E. Galván, se preguntaba
en un artículo: ¿Qué hace nuestra Universidad por la investigación
científica? (32). A pesar de sus sentimientos de adhesión a San Marcos, el
doctor Galván se veía precisado a darse una respuesta totalmente
desfavorable. Los métodos y los estudios no han cambiado sino en la mínima
proporción debida a la espontánea iniciativa de los pocos profesores con
sentido austero de su responsabilidad. En muy contados cursos se ha salido
de la rutina de la lección oral. El espíritu dogmático mantiene casi
intactas sus posiciones. Algunas reformas iniciadas en el período de
1922-24 han sido detenidas o malogradas. Esta es, por ejemplo, la suerte
que ha tenido la obra de Zulen en la biblioteca.
Reforma del sistema docente. La docencia libre, que aún no ha sido
absolutamente ensayada, no encuentra un ambiente adecuado para su
experimentación. Los intereses oligárquicos que dominan en la enseñanza se
oponen al funcionamiento de la cátedra libre. En la provisión de las
cátedras continúa aplicándose el viejo criterio de la "leva hereditaria"
denunciado por el doctor Sanguinetti en la antigua Universidad de Buenos
Aires.
Todas las conquistas formales de 1919 se encuentran de este modo,
frustradas. El porcentaje de maestros ineptos, no es menor ahora
seguramente, a pesar de la depuración, elemental y moderada, que
consiguieron entonces los estudiantes. La Facultad de Letras, de la cual
partió en 1919 el grito de reforma, se presenta prácticamente como la que
menos ha ganado en cuanto a métodos y docencia.
La propia pauta de reforma establecida por la Ley Orgánica de 1920 está
todavía, en su mayor parte, por aplicar. No se advierte por parte del
Consejo Universitario, ningún efectivo propósito de avanzar en la
ejecución del programa trazado por dicha ley
(33).
En la formación del tipo de maestro exclusivamente consagrado a la
enseñanza, tampoco se ha avanzado nada. El maestro universitario sigue
siendo entre nosotros un diletante que concede un lugar muy subsidiario en
su espíritu y en su actividad a su misión de educador. Este es,
ciertamente, en gran parte, un problema económico. La enseñanza
universitaria permanecerá entregada al diletantismo mientras no se asegure
a los profesores capaces de dedicarse absolutamente a la investigación y
al estudio, el mínimum de renta indispensable para un mediano tenor de
vida. Pero, aun dentro de sus actuales medios económicos, la Universidad
debería ya empezar a buscarle una solución a este problema que no será
solucionado automáticamente por una partida del presupuesto universitario
si faltan como hasta hoy los estímulos morales de la investigación
científica y la especialización docente.
La crisis de las universidades menores reproduce, en escenarios pequeños,
la crisis de San Marcos. A la más deficiente y anémica de todas, la
Universidad de Trujillo, le ha pertenecido la iniciativa reaccionaria,
como ya hemos visto. La expulsión de veintiséis alumnos, revela en el
espíritu de esa Universidad el más recalcitrante reaccionarismo, por ser
precisamente la falta de estudiantes una de sus preocupaciones
específicas. Para que la Universidad no vea desiertas sus aulas, el
profesorado de Trujillo tiene que dedicarse todos los años, según se me
refiere, a una curiosa labor de reclutamiento, en la que se invocan
razones de localismo con el objeto de inducir a los padres de familia a no
enviar a sus hijos a las Universidad de Lima. Si no obstante la exigüidad
de su alumnado, la docencia de Trujillo se decidió a perder veintiséis
estudiantes, es fácil suponer hasta qué extremos de intransigencia puede
llegar su cerrado conservantismo. La Universidad de Arequipa ha sido
tradicionalmente de las más impermeables a toda tendencia de
modernización. La atmósfera conservadora de la ciudad la preserva de
inquietudes extrañas a su reposo. El elemento renovador, que en los
últimos años ha dado algunas señales simpáticas de crecimiento y
agitación, se encuentra aún en minoría. Sólo la Universidad del Cuzco se
esfuerza vigorosamente por transformarse. Me he referido ya al proyecto de
reorganización presentado al Gobierno por sus principales catedráticos, y
que, evidentemente, constituye el bosquejo más avanzado de reforma
universitaria en el Perú.
El concepto de la Reforma, en tanto, ha ganado cada día más precisión y
firmeza en las vanguardias estudiantiles hispanoamericanas. La definición
del problema de la educación pública a que ha arribado la vanguardia de La
Plata, así lo demuestra. He aquí los términos de su declaración: 1.p; El
problema educacional no es sino una de las faces del problema social; por
ello no puede ser solucionado aisladamente. 2.p; La cultura de toda
sociedad es la expresión ideológica de los intereses de la clase
dominante. La cultura de la sociedad actual es por lo tanto, la expresión
ideológica de los intereses de la clase capitalista. 3.p; La última
guerra imperialista, rompiendo el equilibrio de la economía burguesa, ha
puesto en crisis su cultura correlativa. 4.p; Esta crisis sólo puede
superarse con el advenimiento de una cultura socialista"
(34).
Mientras el mensaje de la nueva generación, confusamente anunciado desde
1918 por la insurrección de Córdoba, alcanza en la Argentina tan nítida y
significativa expresión revolucionaria, en nuestro panorama universitario
se multiplican -como creo haberlo puntualizado en este estudio-, los
signos de reacción. La Reforma Universitaria sigue amenazada, por el
empeño de la vieja casta docente en restaurar plenamente su dominio.
III
IDEOLOGÍAS EN CONTRASTE
En la etapa de tanteos prácticos y escarceos teóricos,
que condujo lentamente a la importación de sistemas y técnicos
norteamericanos, el doctor Deustua representó la reacción del viejo
espíritu aristocrático, más o menos ornamentada de idealismo moderno. El
doctor Villarán formulaba en un lenguaje positivista el programa del
civilismo burgués y, por ende, demoliberal; el doctor Deustua encarnaba,
bajo un indumento universitario y filosófico de factura moderna, la
mentalidad del civilismo feudal, de los encomenderos virreinales (Por algo
se designaba con el nombre de civilismo histórico a una fracción del
partido civil).
El verdadero sentido del diálogo Deustua-Villarán escapó a los glosadores
y al auditorio de la época. Los sedicentes e ineptos partidos populares de
entonces no supieron tomar posición doctrinal alguna frente a este debate.
El pierolismo no era capaz de otra cosa que de una declamación monótona
contra los impuestos y empréstitos –que
estaban lejos de constituir toda la política económica del civilismo–
aparte de las periódicas pláticas y proclamas de su califa sobre los
conceptos de libertad, orden, patria, ciudadanía, etc. El pretendido
liberalismo no se diferenciaba del pierolismo, al cual por otra parte
andaba acoplado, nada más que en un esporádico anticlericalismo masónico y
una vaga y romántica reivindicación federalista (La pobreza ideológica, la
ramplonería intelectual de esta oposición sin más prestancia que la gloria
trasnochada de su caudillo, permitió al civilismo acaparar el debate de
uno de los más sustantivos problemas nacionales).
Sólo ahora, por lo demás, es históricamente posible esclarecer el sentido
de esa polémica universitaria, frente a la cual Francisco García Calderón
quiso asumir una de esas posiciones, eclécticas y conciliadoras hasta lo
infinito, en las cuales es maestro su prudentísimo y un poco escéptico
criticismo.
La posición ideológica del doctor Deustua en el debate de la instrucción
pública ostentaba todos los atributos ornamentales necesarios para
impresionar el temperamento huecamente retórico y declamatorio de nuestra
gente intelectual. El doctor Deustua se presentaba en sus metafísicas
disertaciones sobre la educación como un asertor de idealismo frente al
positivismo de sus mesurados y complacientes contradictores. Y éstos, en
vez de desnudar de su paramento filosófico el espíritu antidemocrático y
antisocial de la concepción del doctor Deustua, preferían declarar su
respetuoso acatamiento de los altos ideales que movían a este catedrático.
Fácil habría sido sin embargo demostrar que las ideas educacionales del
doctor Deustua no representaban, en el fondo, una corriente de idealismo
contemporáneo, sino la vieja mentalidad aristocrática de la casta
latifundista. Pero nadie se encargó de esclarecer el verdadero sentido de
la resistencia del doctor Deustua a una reforma más o menos democrática de
la enseñanza. El verbalismo universitario se perdía en los complicados
caminos de la abstrusa doctrina del reaccionario profesor civilista. El
debate, por otra parte, se desenvolvía exclusivamente dentro del partido
civil, en el cual se contrastaban dos espíritus, el de la feudalidad y el
del capitalismo, deformado y enervado el segundo por el primero.
Para identificar el pensamiento del doctor Deustua y percibir su fondo
medioeval y aristocrático, basta estudiar los prejuicios y supersticiones
de que está nutrido. El doctor Deustua sustenta ideas antagónicas no sólo
a los principios de la nueva educación, sino al espíritu mismo de la
civilización capitalista. Su concepción del trabajo, por ejemplo, está en
abierta pugna con la que desde hace mucho tiempo rige el progreso humano.
En uno de sus estudios de filosofía de la educación, el doctor Deustua
expresaba sobre el trabajo el mismo concepto desdeñoso de los que en otros
tiempos no consideraban carreras nobles y dignas sino las de las armas y
las letras.
"Valor y trabajo, moralidad y egoísmo -escribía- son inseparables en el
proceso integral de la voluntad, pero su rol, muy diferente en tal
proceso, lo es también ante el proceso de la educación. El valor libertad
educa; la educación consiste en la realización de valores; pero el trabajo
no educa; el trabajo enriquece, ilustra, da destreza con el hábito; pero
está encadenado a móviles egoístas que constituyen la esclavitud del alma;
el mismo móvil de la vocación por el trabajo que introduce en él la
felicidad y la alegría, es egoísta como los demás; la libertad no nace de
él; la libertad se la comunica el valor moral y estético. La ciencia misma
que en cierto modo educa disciplinando la actividad cognoscitiva,
ordenándola con el método deductivo o favoreciendo su función intuitiva
con sus inducciones, el llamado valor lógico no lleva al trabajo ese
elemento de libertad que constituye la esencia de la personalidad humana.
Puede el trabajo contribuir a la expansión del espíritu mediante la
riqueza material que produce: pero esa expansión puede ser muchas veces
signo del impulso ciego del egoísmo; podría decirse que lo es en la
generalidad de los casos; y entonces no significa verdadera libertad;
libertad interior, libertad moral o estética; la libertad que constituye
el fin y el contenido de la educación"
(35).
Este concepto del trabajo, aunque sostenido por el doctor Deustua hace
unos pocos lustros, es absolutamente medioeval, netamente aristocrático.
La civilización occidental reposa totalmente sobre el trabajo. La sociedad
lucha por organizarse como una sociedad de trabajadores, de productores.
No puede, por tanto, considerar el trabajo como una servidumbre. Tiene que
exaltarlo y ennoblecerlo.
Y en esto no es posible ver un sentimiento interesado y exclusivo de la
Civilización de Occidente. Tanto las investigaciones de la ciencia, como
las intuiciones del espíritu, nos iluminan plenamente. El destino del
hombre es la creación. Y el trabajo es creación, vale decir liberación. El
hombre se realiza en su trabajo.
Debemos al esclavizamiento del hombre por la máquina y a la destrucción de
los oficios por el industrialismo, la deformación del trabajo en sus fines
y en su esencia. La requisitoria de los reformadores, desde John Ruskin
hasta Rabindranath Tagore, reprocha vehementemente al capitalismo, el
empleo embrutecedor de la máquina. El maquinismo, y sobre todo el
taylorismo, han hecho odioso el trabajo. Pero sólo porque lo han degradado
y rebajado, despojándolo de su virtud de creación.
Pierre Hamp que ha escrito en libros admirables la epopeya del trabajo
–La peine des hommes–
ha dicho al respecto, palabras de rigurosa verdad: "La grandeza del hombre
se reduce a hacer bien su oficio. El viejo amor al oficio, malgrado la
sociedad, es la salud social. La habilidad de las manos del hombre no
carece nunca de orgullo, ni siquiera en las labores más bajas. Si el
desdén del trabajo existiera en cada uno, como lo sienten las gentes de
manos blancas, y si los obreros no continuasen en su oficio mas que por
coacción, sin encontrar en su obra ninguna complacencia del espíritu, la
haraganería y la corrupción aniquilarían al pueblo desesperado"
(36).
Tiene que ser éste también el principio que adopte una sociedad heredera
del espíritu y la tradición de la sociedad incaica en la que el ocio era
un crimen y el trabajo, cumplido amorosamente, la más alta virtud. El
arcaico pensamiento del doctor Deustua, descartado de su ideología hasta
por nuestra burguesía pávida y desorientada, desciende en cambio, en línea
recta, de esa sociedad virreinal que un prudente "civilista" como el
doctor Javier Prado nos describió como una sociedad de sensual molicie.
No sólo su concepto del trabajo denuncia el sentimiento aristocrático y
reaccionario del doctor Deustua y precisa su posición ideológica en el
debate de la instrucción pública. Son, ante todo, sus conceptos
fundamentales de la enseñanza los que definen su tesis como una tesis de
inspiración feudalista.
El doctor Deustua, en sus estudios, no se preocupaba casi sino de la
educación de las clases elevadas o dirigentes. Todo el problema de la
educación nacional residía para él en la educación de la élite. Y,
por supuesto, esta élite no era otra que la del privilegio hereditario.
Por consiguiente, todos sus desvelos, todas sus premuras estaban dedicadas
a la enseñanza universitaria.
Ninguna actitud puede ser más contraria y adversa que ésta al pensamiento
educacional moderno. El doctor Villarán, desde puntos de vista
ortodoxamente burgueses, oponía con razón a la tesis del doctor Deustua el
ejemplo de los Estados Unidos, recordando que "la escuela primaria fue
allí la premisa y antecedente histórico de la secundaria; y el college, el
precursor de la Universidad"
(37). Hoy podríamos oponerle, desde puntos de
vista más nuestros, el ejemplo de México, país que, como dice Pedro
Henríquez Ureña, no entiende hoy la cultura a la manera del siglo XIX. "No
se piensa en la cultura reinante –escribe
Henríquez Ureña– en la época del
capital disfrazado de liberalismo, cultura de diletantes
exclusivistas, huerto cerrado donde se cultivan flores artificiales, torre
de marfil donde se guardaba la ciencia muerta en los museos. Se piensa en
la cultura social, ofrecida y dada realmente a todos y fundada en el
trabajo: aprender es no sólo aprender a conocer sino igualmente aprender a
hacer. No debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde no
haya cultura popular"
(38). ¿Necesito decir que suscribo totalmente este
concepto en abierto conflicto con el pensamiento del doctor Deustua?
El problema de la educación era situado por el doctor Deustua en un
terreno puramente filosófico. La experiencia enseña que, en este terreno,
con desdeñosa prescindencia de los factores de la realidad y de la
historia, es imposible no sólo resolverlo sino conocerlo. El doctor
Deustua se manifiesta indiferente a las relaciones de la enseñanza y de la
economía. Más aún, respecto a la economía muestra una incomprensión de
idealista absoluto.
Su recetario, por esto, además de antidemocrático y antisocial, resulta
antihistórico. El problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido
en nuestro tiempo, si no es considerado como un problema económico y como
un problema social. El error de muchos reformadores ha estado en su método
abstractamente idealista, en su doctrina exclusivamente pedagógica. Sus
proyectos han ignorado el íntimo engranaje que hay entre la economía y la
enseñanza y han pretendido modificar ésta, sin conocer las leyes de
aquélla. Por ende, no han acertado a reformar nada sino en la medida que
las menospreciadas, o simplemente ignoradas leyes económico-sociales, les
han consentido. El debate entre clásicos y modernos en la enseñanza no ha
estado menos regido por el ritmo del desarrollo capitalista que el debate
entre conservadores y liberales en la política. Los programas y los
sistemas de educación pública, en la edad que ahora declina, han dependido
de los intereses de la economía burguesa. La orientación realista o
moderna ha sido impuesta, ante todo, por las necesidades del
industrialismo. No en balde el industrialismo es el fenómeno peculiar y
sustantivo de esta civilización que, dominada por sus consecuencias,
reclama de la escuela más técnicos que ideólogos y más ingenieros que
rétores.
La orientación anticientífica y antieconómica, en el debate de la
enseñanza, pretende representar un idealismo superior; pero se trata de
una metafísica de reaccionarios, opuesta y extraña a la dirección de la
historia y que, por consiguiente, carece de todo valor concreto como
fuerza de renovación y elevación humanas. Los abogados y literatos
procedentes de las aulas de humanidades, preparados por una enseñanza
retórica, pseudoidealista, han sido siempre mucho más inmorales que los
técnicos provenientes de las facultades e institutos de ciencias. Y la
actividad práctica y teorética o estética de estos últimos ha seguido el
rumbo de la economía y de la civilización mientras que la actividad
práctica, teorética o estética de los primeros lo ha contrastado
frecuentemente al influjo de los más vulgares intereses o sentimientos
conservadores. Esto aparte de que el valor de la ciencia como estímulo de
la especulación filosófica no puede ser desconocido ni subestimado. La
atmósfera de ideas de esta civilización debe a la ciencia mucho más
seguramente que a las humanidades.
La solidaridad de la economía y la educación se revela concretamente en
las ideas de los educadores que verdaderamente se han propuesto renovar la
escuela. Pestalozzi, Froebel, etc., que han trabajado realmente por una
renovación, han tenido en cuenta que la sociedad moderna tiende a ser,
fundamentalmente, una sociedad de productores. La Escuela del Trabajo
representa un sentido nuevo de la enseñanza, un principio peculiar de una
civilización de trabajadores. El Estado capitalista se ha guardado de
adoptarlo y actuarlo plenamente. Se ha limitado a incorporar en la
enseñanza primaria (enseñanza de clase) el "trabajo manual educativo". Ha
sido en Rusia donde la Escuela del Trabajo ha sido elevada al primer plano
en la política educacional. En Alemania la tendencia a ensayarla se ha
apoyado principalmente en el predominio social-democrático de la época de
la revolución.
Y la reforma más sustancial ha brotado así en el campo de la enseñanza
primaria, mientras que, dominadas por el espíritu conservador de sus
rectores, la enseñanza secundaria y la universitaria, constituyen aún un
terreno poco propicio a todo intento de renovación radical y poco sensible
a la nueva realidad económica.
Un concepto moderno de la escuela coloca en la misma categoría el trabajo
manual y el trabajo intelectual. La vanidad de los rancios humanistas,
alimentada de romanismo y aristocratismo, no puede avenirse con esta
nivelación. En oposición al ideario de estos hombres de letras, la Escuela
del Trabajo es un producto genuino, una concepción fundamental de una
civilización creada por el trabajo y para el trabajo.
* * *
En el discurso de este estudio no me he propuesto
esclarecer sino los fundamentales lineamientos ideológicos y políticos del
proceso de la instrucción pública en el Perú. He prescindido de su aspecto
técnico que, además de no ser de mi competencia, se encuentra subordinado
a principios teóricos y a necesidades políticas y económicas.
He constatado, por ejemplo, que la herencia española o colonial no
consistía en un método pedagógico sino en un régimen económico-social. La
influencia francesa se insertó, más tarde, en este cuadro, con la
complacencia así de quienes miraban en Francia la patria de la libertad
jacobina y republicana como de quienes se inspiraban en el pensamiento y
la práctica de la restauración. La influencia norteamericana se impuso
finalmente, como una consecuencia de nuestro desarrollo capitalista al
mismo tiempo que de la importación de capitales, técnicos e ideas yanquis.
Bajo el conflicto de ideologías y de influencias, se percibe claramente,
en el último período, el contraste entre una creciente afirmación
capitalista y la obstinada reacción feudalista y aristocrática,
propugnadora la primera en la enseñanza de una orientación práctica,
defensora la segunda de una orientación pseudoidealista.
Con el nacimiento de una corriente socialista y la aparición de una
conciencia de clase en el proletariado urbano, interviene ahora en el
debate un factor nuevo que modifica sustancialmente sus términos. La
fundación de las universidades populares González Prada, la adhesión de la
juventud universitaria al principio de la socialización de la cultura, el
ascendiente de un nuevo ideario educacional sobre los maestros, etc.,
interrumpen definitivamente el erudito y académico diálogo entre el
espíritu demoliberal-burgués y el espíritu latifundista y aristocrático
(39).
El balance de la primera centuria de la República se cierra, en orden a la
educación pública, con un enorme pasivo. El problema del analfabetismo
indígena está casi intacto. El Estado no consigue hasta hoy difundir la
escuela en todo el territorio de la república. La desproporción entre sus
medios y el tamaño de la empresa, es enorme. Para la actuación del modesto
programa de educación popular, que autoriza el presupuesto, se carece de
número suficiente de maestros. El porcentaje de normalistas en el personal
de la enseñanza primaria alcanza a menos del 20 por ciento. Los
rendimientos actuales de las Escuelas Normales no consienten demasiadas
ilusiones sobre las posibilidades de resolver este problema en un plazo
más o menos corto. La carrera de maestros de primera enseñanza, sujeta
todavía en el Perú a los vejámenes y las contaminaciones del gamonalismo y
el caciquismo más estólidos y prepotentes, es una carrera de miseria. No
les está aún asegurada a los maestros una estabilidad siquiera relativa.
La queja de un representante a congreso, acostumbrado a encontrar a los
maestros en su sumiso séquito de capituleros, pesa en el criterio oficial
más que la foja de servicios de un maestro recto y digno.
El problema del analfabetismo del indio resulta ser, en fin, un problema
mucho mayor, que desborda del restringido marco de un plan meramente
pedagógico. Cada día se comprueba más que alfabetizar no es educar. La
escuela elemental no redime moral y socialmente al indio. El primer paso
real hacia su redención, tiene que ser el de abolir su servidumbre
(40).
Esta es la tesis que sostienen en el Perú los autores de una renovación,
entre los cuales se cuentan, en primera fila, muchos educadores jóvenes,
cuyos puntos de vista aparecen ya distantes de los que, en mesurada aunque
categórica oposición a la ideología colonial, sustentó hace veinticinco
años el doctor M. V. Villarán con los mediocres resultados que hemos visto
al examinar la génesis y desenvolvimiento de la reforma de 1920.
REFERENCIAS
1. La participación de educadores belgas, alemanes,
italianos, ingleses, etc. en el desarrollo de nuestra educación pública,
es episódica y contingente y no implica una orientación de nuestra
política educacional.
2. Circular del ministro don Matías León, fechada el 19 de abril de 1831.
3. "Las reformas de la Instrucción Pública", discurso pronunciado en la
apertura del año universitario de 1919. En la Revista Universitaria
de 1919.
4. Véase en este volumen los estudios sobre la economía nacional y el
problema de la tierra.
5. M. V. Villarán, Estudios sobre Educación Nacional, pp. 8 y 9.
6. Es interesante y expresivo el que los reaccionarios franceses proclamen
a Francia nación burguesa, más bien que capitalista.
7. Ib., p. 27.
8. España es el país de la Contrarreforma, y por ende el Estado
antiliberal y antimoderno por excelencia.
9. C. A. Ugarte, Bosquejo de la Historia Económica del Perú.
10. Véase el ensayo sobre el factor religioso.
11. Edouard Herriot, Créer, p. 95.
12. Ib., p. 125.
13. Ib., p. 127.
14. Ib., pp. 120, 123 y 124.
15. M. V. Villarán, ob. citada, p. 74.
16. Ib., p. 33.
17. Estudio del Dr. Bouroncle sobre "Cien años de política educacional"
publicado en La Prensa el 9 de diciembre de 1924.
18. En 1926 los egresos fiscales del presupuesto sumaron Lp. 10'518,960,
correspondiendo a la instrucción Lp. 1'000,184, pero sólo Lp. 859,807 a la
primaria.
19. Ley Orgánica de Enseñanza de 1920. Edición Oficial, p. 84.
20. Publicaciones del Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes de
Medicina. La Reforma Universitaria. 6 tomos, 1926-27.
21. La Reforma Universitaria, tomo 1, p. 55.
22. Ib., p. 44.
23. Ib., pp. 58 y 86.
24. Ib., p. 125.
25. Ib., p. 130.
26. Ib., pp. 140 y 141.
27. V. A. Belaunde, La Vida Universitaria, p. 3.
28. Alfredo L. Palacios, La Nueva Universidad.
29. Véase el Nº 3 de Amauta (noviembre de 1926).
30. En Repertorio Americano, tomo XV, p. 145 (1927).
31. En la Revista Universitaria del Cuzco, Nº 56, 1927.
32. En Amauta, Nº 7 (marzo de 1927).
33. En prensa esta obra, el Gobierno ha dictado, en uso de una expresa
autorización legislativa, un nuevo Estatuto de la Enseñanza Universitaria,
que entra en vigencia en el año de estudios de 1928, abierto, por este
motivo, con retardo. Esta reforma concierne casi exclusivamente a la
organización de la enseñanza universitaria, colocada bajo la autoridad
de un consejo superior que preside el Ministro de Instrucción. El
carácter, el concepto de esta enseñanza no ha sido tocado: no podría serlo
sino dentro de una reforma integral de la educación que hiciese de la
enseñanza universitaria el grado superior de la instrucción profesional,
reservándola a los capaces, seleccionados con independencia de todo
privilegio económico. La reforma, que es, sobre todo, administrativa, se
inspira, tendencialmente, en los mismos principios de la ley de 1920
aunque adopte, en ciertos puntos, otra técnica. El discurso del Presidente
de la República, al inaugurar el año universitario, asigna a la reforma la
misión de adecuar la enseñanza universitaria a las necesidades prácticas
de la nación, en este siglo de industrialismo, y acentuando esta
afirmación, condena explícitamente la orientación de los propugnadores de
una cultura abstractista, clásica, exenta de preocupaciones utilitarias.
Pero el rectorado de la nueva era de la Universidad -que en sus aspectos
esenciales se parece tanto a la vieja- ha sido encargado al Dr. Deustua
que, si es entre nosotros un tipo de estudioso y universitario
concienzudo, es además el más conspicuo de los patrocinadores de la
tendencia de la cual hace justicia sumaria el discurso presidencial. Esta
contradicción no se explicaría fácilmente en ninguno de aquellos países
donde ideológica y doctrinalmente se tiene el hábito de la coherencia. El
Perú, ya lo sabemos, no es de esos países. El Estatuto -cuya apreciación
general no cabe en esta breve nota- establece los medios de crear la
carrera universitaria, la docencia especializada. En este sentido, es un
instrumento legal de transformación técnica de la enseñanza. La eficacia
de este instrumento depende de su aplicación.
34. Revista Sagitario de La Plata, Nº 2, 1925.
35. "A propósito de un cuestionario sobre la reforma de la ley de
instrucción". Colección de artículos, 1914. Imp. M. A. Dávila. Pág. 56.
Véase también La cultura superior en Italia. Lima, 1912, E. Rosay
impresor. Pág. 145 y siguientes.
36. F. Lefevre, Une heure avec, Deuxieme série, pág. 172.
37. M. V Villarán, ob. citada, p. 52.
38. P. Henríquez Ureña, Utopía de América.
39. Expresivas del orientamiento renovador de los normalistas son las
publicaciones aparecidas en Lima y provincias en los últimos años: La
Revista Peruana de Educación, Lima, 1926; Revista del Maestro y
Revista de Educación, Tarma; Ideario Pedagógico, Arequipa;
El Educador Andino, Puno.
40. El Ministro de Instrucción Dr. Oliveira, en un discurso pronunciado en
el Congreso en la legislatura de 1927, ha reconocido la vinculación del
problema de la educación indígena y el problema de la tierra, aceptando
una realidad eludida invariablemente por sus predecesores en ese cargo.
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