F. ENGELS

CARTA A AUGUSTE BEBEL



Primera edición: La colección de la correspondencia de Marx y Engels se publicó por vez primera en alemán en 1934 a cargo del Instituto Marx-Engels-Lenin de Leningrado. La segunda edición, ampliada, se realizó en inglés en 1936.
Fuente  de la versión castellana de la presente carta: C. Marx & F. Engels, Correspondencia, Ediciones Política, La Habana, s.f.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2011.


 

 

Londres, 11 de diciembre de 1884

NUNCA me he engañado acerca de nuestras masas proletarias. Ese seguro progreso de su movimiento, confiado en la victoria y por ello mismo alegre y chistoso, es un modelo insuperable. Ningún proletariado europeo hubiera pasado tan brillantemente la prueba de la Ley Antisocialista y respondido, después de seis años de represión con una prueba tal de incrementadas fuerzas y de consolidada organización; ninguna nación hubiera logrado esta organización en la forma en que se logró, sin farsanteos conspirativos. Y, desde que vi los manifiestos electorales de Darmstadt y Hannover, también se desvanecieron mis temores de que podrían hacerse necesarias ciertas concesiones en los nuevos lugares (distritos electorales). Si ha sido posible hablar en un tono tan verdaderamente revolucionario y proletario en esas dos ciudades, entonces todo se ha ganado.

Nuestra gran ventaja es que, entre nosotros, la revolución industrial recién está en su plenitud, mientras que en Francia e Inglaterra, en lo esencial su ciclo está ya cerrado. En esos países, la división en ciudad y campo, en distrito industrial y distrito agrícola, está consumada a tal punto, que sólo cambia lentamente. La gran mayoría de la población nace y se desarrolla en las mismas condiciones en que habrá de vivir después, está ya acostumbrada a ellas: incluso las fluctuaciones y crisis se han convertido en algo que toman prácticamente por supuesto. A esto se añade el recuerdo de los fracasados intentos de los movimientos anteriores. En cambio, entre nosotros, todo está en pleno devenir. Los remanentes de la vieja producción industrial campesina para satisfacer las necesidades personales están siendo desplazados por la industria doméstica capitalista, mientras que en otros lugares, esta ya está sucumbiendo a su vez a la maquinaria. Y la propia naturaleza de nuestra industria, que hasta el final va renqueando a la cola, hace que el levantamiento social sea tanto más fundamental. Como los artículos de la producción en gran escala, tanto los de primera necesidad como los de lujo, ya se los han apropiado los ingleses y los franceses, todo lo que le queda a nuestra industria de exportación son pequeñas mercancías, las que, sin embargo, también se producen en masa, y que al principio son producidas por la industria doméstica, y sólo más tarde, cuando la producción se hace en masa, por las máquinas. La industria doméstica (capitalista) se introduce Por este medio en regiones mucho más vastas, abriéndose camino tanto más por completo. Exceptuando el distrito prusiano de la margen oriental del Elba, es decir, Prusia oriental, Pomerania, Posen, y la mayor parte de Brandeburgo. y además la vieja Baviera, hay pocas regiones en que los campesinos no hayan sido lanzados más y más a la industria doméstica. Por ello, las regiones industrialmente revolucionadas se hacen más extensas en nuestro país que en cualquier otra parte.

Más todavía. Puesto que en su mayor parte el obrero de la industria doméstica hace su poquito de agricultura, se hace posible rebajar los salarios en forma sin parangón con los demás países. Lo que antes constituía la felicidad del pueblo menudo, la combinación de la agricultura con la industria, deviene ahora el medio más poderoso de la explotación capitalista. El sembradío de papa, la vaca, el poquito de agricultura, hacen posible que la fuerza de trabajo se venda por debajo de su precio; obligan a que sea así atando al obrero a su pedazo de tierra, la que, con todo, sólo provee en parte a su subsistencia. De aquí que sea posible exportar nuestra industria, debido al hecho de que el beneficio capitalista consiste en una deducción del salario normal. Este es más o menos el caso en toda industria doméstica rural, pero en ninguna parte lo es en la medida en que sucede en Alemania.

A esto se agrega el hecho de que nuestra revolución industrial, puesta en movimiento por la revolución de 1848 junto con su progreso burgués (por débil que haya sido), se aceleró enormemente debido a: 1) el desembarazamiento de los obstáculos internos en 1866 y 1870, y 2) los billones franceses, que al final encontraron una inversión capitalista. Así fue que llevamos a cabo una revolución industrial más profunda y completa, y especialmente más extendida y abarcadora, que la de los demás países, y esto con un proletariado perfectamente fresco e intacto, no desmoralizado por derrotas, y finalmente —gracias a Marx— con una visión de las causas del desarrollo económico y político y de las condiciones de la inevitable revolución, tal como no la poseyó ninguno de nuestros predecesores. Y por esta misma razón tenemos el deber de salir victoriosos.

En cuanto a la democracia pura y a su función en el futuro, no comparto su opinión. Es evidente que desempeña una función muchísimo más secundaria en Alemania que en países de desarrollo industrial más antiguo. Pero esto no impide la posibilidad de que, cuando llegue el momento de la revolución, adquiera una importancia pasajera en cuanto el más avanzado de los partidos burgueses (ya pretendió hacerlo así Frankfort), y en cuanto a la última tabla de salvación de todo régimen burgués e incluso feudal. En momentos revolucionarios como esos, toda la masa reaccionaria se aferra a ella y la refuerza; todo lo que solía ser reaccionario pasa por democrático. Así, por ejemplo, entre marzo y setiembre de 1848, toda la masa feudal-burocrática reforzó a los liberales para reprimir a las masas revolucionarias, y, una vez logrado esto, naturalmente que para expulsar del mismo modo a los liberales. Igualmente en Francia, desde mayo de 1848 hasta la elección de Bonaparte, efectuada en diciembre, estuvo en el poder el partido puramente republicano del National, el más débil de todos los partidos, debido simplemente a toda la reacción colectiva que se organizó tras él. Eso ha ocurrido en todas las revoluciones: el partido más moderado que de una u otra manera sigue siendo capaz de gobernar, llega al poder junto con los demás precisamente porque sólo en este partido ven los derrotados su última posibilidad de salvación. Ahora bien, no puede esperarse que en el momento de la crisis tengamos ya la mayoría del electorado, y, en consecuencia, toda la nación en nuestro apoyo. Toda la clase burguesa y los restos de la clase feudal terrateniente, una gran parte de la pequeña burguesía y también de la población rural, se agruparán entonces alrededor del partido burgués más radical, el que adoptará entonces las posturas revolucionarias, y yo creo muy posible que estará representado en el gobierno provisional y que incluso constituirá temporariamente su mayoría. Cómo, en cuanto a minoría, no debiéramos actuar en ese caso, lo demostró la minoría socialdemócrata en la revolución de París, de 1848. Sin embargo, por el momento esta es todavía una cuestión académica.

Por supuesto que la cosa puede tomar ahora un giro distinto en Alemania, y ello por razones militares. Tal como están las cosas en la actualidad, un impulso exterior apenas puede provenir de otra parte que no sea de Rusia. Si no ocurre así, si el impulso se origina en Alemania, entonces la revolución sólo puede partir del ejército. Desde el punto de vista militar, una nación desarmada contra un ejército moderno es una cantidad nula. En este caso —si entrasen en acción nuestras reservas, los muchachos de veinte a veinticinco años, que no votan pero están entrenados— la democracia pura podría ser tirada por la ventana. Pero este problema es todavía igualmente académico por el momento, aun cuando yo, como representante, por así decirlo, del estado mayor general del partido, estoy obligado a tenerlo en cuenta. Sea como fuere, nuestro único adversario el día de la crisis y el siguiente, será toda la reacción colectiva, la que se agrupará en torno a la democracia pura, y creo que esto no debe perderse de vista.

Si ustedes proponen mociones en el Reischtag, hay una que no debiera olvidarse, las tierras del Estado son cedidas en su mayoría a grandes agricultores; la parte más pequeña de ellas es vendida a los campesinos, cuyas propiedades son tan pequeñas que los nuevos campesinos se ven obligados a trabajar en los establecimientos agrícolas como jornaleros. Debiera reclamarse que las grandes heredades que todavía no han sido divididas, sean arrendadas a sociedades cooperativas de trabajadores agrícolas para su cultivo en común. El gobierno imperial no tiene tierras fiscales y por ello encontrará, sin duda, un pretexto para archivar una proposición tal, presentada en forma de moción. Pero creo que es preciso echarles esta tea a los jornaleros agrícolas. Lo que, por cierto, puede hacerse en uno de los muchos debates sobre el socialismo de estado. Esta, y sólo esta, es la vía para atraer a los trabajadores .agrícolas: este es el mejor método de solicitar su atención al hecho de que en el futuro deberán cultivar, en beneficio de la comunidad, los grandes establecimientos de nuestros actuales graciosos caballeros. Y esto será suficiente para el amigo Bismarck, que reclama de ustedes proposiciones positivas.