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Escrito: Por F. Engels, en Hamburgo, el 5 de mayo de 1885.
Primera edición: En el libro: K. Marx, Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie. Zweiter Band.
Herausgegeben von Friedrich Engels. Hamburg, 1885.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en 3 tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, tomo II.
...¿Qué es lo que Marx ha dicho de nuevo acerca de la plusvalía? ¿Cómo se explica que la teoría de la plusvalía de Marx haya caído como un rayo de un cielo sereno, y además en todos los países civilizados, mientras que las teorías de todos sus predecesores socialistas, incluyendo las de Rodbertus, se han esfumado sin resultado alguno?
La historia de la química nos puede aclarar esto, a la luz de un ejemplo.
Todavía a fines del siglo pasado imperaba, como es sabido, la teoría flogística, según la cual la esencia de toda combustión residía en que del cuerpo que se quemaba se desprendía otro cuerpo hipotético, un combustible absoluto, al que se daba el nombre de flogisto. Esta teoría bastaba para explicar la mayoría de los fenómenos químicos conocidos por entonces, aunque violentando un poco la cosa en ciertos casos. Ahora bien, en 1774, Priestley descubrió una clase de aire que encontraba «tan puro y tan libre de flogisto, que, comparado con él, el aire corriente parecía estar ya corrompido», y le dio el nombre de aire desflogistizado. Poco después, Scheele descubría en Suecia la misma clase de aire demostrando su existencia en la atmósfera. Encontró, además, que desaparecía al quemar en él o en el aire corriente un cuerpo, razón por la cual lo denominó aire ígneo [Feuerluft].
«De estos resultados sacó luego la conclusión de que la combinación que se forma al asociar el flogisto con una de las partes integrantes del aire» (es decir, en la combustión), «no es sino fuego o calor, que huye a través del cristal» [*].
Tanto Priesiley como Scheele habían descubierto el oxígeno, pero no sabían lo que habían descubierto. «Seguían prisioneros de las categorías» flogísticas, «tal y como se las habían encontrado». En sus manos, el elemento que estaba llamado a echar por tierra toda la concepción flogística y a revolucionar la química, venía condenado a la esterilidad. Pero Priestley comunicó, poco después, su descubrimiento a Lavoisier, en París, y Lavoisier se puso a investigar a la luz de este nuevo hecho toda la química flogística y descubrió, entonces, que la nueva clase de aire era un nuevo elemento químico y que durante la combustión no salía del cuerpo que ardía el misterioso flogisto, sino que este nuevo elemento se combinaba con el cuerpo, y así fue cómo enderezó toda la química, que bajo su forma flogística estaba vuelta del revés. Y aun cuando Lavoisier no hubiese descubierto el oxígeno, como más tarde afirmó él, al mismo tiempo que los otros dos e independientemente de ellos, es, no obstante, el verdadero descubridor del oxígeno respecto a los otros, que no habían hecho más que descubrirlo, sin sospechar siquiera qué habían descrito.
Lo que Lavoisier es respecto a Priestley y a Scheele, lo es Marx respecto a sus predecesores en la teoría de la plusvalía. La existencia de esta parte del valor del producto al que hoy llamamos plusvalía, fue señalada mucho antes de Marx; asimismo se dijo, con mayor o menor claridad, en qué consistía, a saber: en el producto del trabajo por el cual quien se lo apropia no paga ningún equivalente. Pero no se pasaba de aquí. Los unos —los economistas burgueses clásicos— investigaban, a lo sumo, la proporción cuantitativa en que el producto del trabajo se distribuye entre el obrero y el poseedor de los medios de producción. Los otros —los socialistas— encontraban esta distribución injusta y buscaban medios utópicos para acabar con la injusticia. Unos y otros seguían prisioneros de las categorías económicas, tal y como las habían encontrado.
En esto, apareció Marx. Y apareció en oposición directa a todos sus predecesores. Donde éstos habían visto una solución, él veía un problema. Marx vio que lo que aquí había no era ni aire desflogistizado, ni aire ígneo, sino oxígeno; vio que aquí no se trataba ni de limitarse a registrar un hecho económico, ni del conflicto de este hecho con la eterna justicia y la verdadera moral, sino de un hecho que estaba llamado a revolucionar toda la Economía y que daba —a quien supiera manejarla— la clave para entender toda la producción capitalista. A la luz de este hecho, investigó Marx todas las categorías con que se había encontrado, como Lavoisier hizo, a la luz del oxígeno, con las categorías de la química flogística con las que se encontró. Para saber qué era la plusvalía, tenía que saber qué era el valor. Había que someter a crítica sobre todo la propia teoría del valor de Ricardo. Marx investigó, pues, el trabajo en cuanto fuente del valor y señaló, por vez primera, qué trabajo, por qué y cómo creaba valor, y cómo el valor no era, en general, más que trabajo cristalizado de esta clase, punto este que Rodbertus no llegó a entender hasta el fin de sus días. Marx investigó luego la relación entre la mercancía y el dinero y puso de manifiesto cómo y por qué, en virtud de la cualidad de valor inherente a ella, la mercancía y el cambio de mercancías tenían que engendrar la antítesis de mercancía y dinero; su teoría del dinero, basada en esto, es la primera teoría completa del dinero, aceptada hoy, tácitamente, con carácter general. Investigó la transformación del dinero en capital y demostró que descansaba en la compra y venta de la fuerza de trabajo. Y, poniendo fuerza de trabajo, o sea, la cualidad creadora del valor, donde antes se decía trabajo, resolvió, de un golpe, una de las dificultades contra las que se había estrellado la escuela de Ricardo: la imposibilidad de armonizar el intercambio del trabajo y el capital con la ley ricardiana de la determinación del valor por el trabajo. Y, sólo al establecer la división del capital en constante y variable, consiguió exponer hasta en sus más mínimos detalles la verdadera trayectoria del proceso de creación de la plusvalía, explicándolo con ello, cosa que ninguno de sus predecesores había conseguido; registró, por tanto, una distinción dentro del propio capital con la que los economistas burgueses, lo mismo que Rodbertus, no habían sabido qué hacer y que, sin embargo, da la clave para resolver los problemas económicos más complicados, de lo cual tenemos la prueba evidentísima, una vez más, en este libro II, y mejor aún, como se verá, en el libro III. Luego, siguió investigando la misma plusvalía y descubrió sus dos formas: plusvalía absoluta y relativa, poniendo de manifiesto los papeles distintos, aunque decisivos en ambos casos, que han desempeñado en el desarrollo histórico de la producción capitalista. Y sobre la base de la plusvalía, desarrolló la primera teoría racional del salario que poseemos y trazó, por vez primera, los rasgos fundamentales para una historia de la acumulación capitalista y una exposición de su tendencia histórica.