Volver al Indice |
Federico Engels
REVOLUCIÓN Y CONTRAREVOLUCIÓN EN ALEMANIA
El movimiento político de la clase media, o de la burguesía, en Alemania, puede datarse desde 1840. Fue precedido por síntomas que muestran que la clase adinerada e industrial de este país maduró hasta el punto de no poder mantenerse por más tiempo apática y pasiva a la presión de la monarquía semifeudal y semiburocrática. Los príncipes de menos importancia de Alemania fueron concediendo uno tras otro constituciones de carácter más o menos liberal, en parte para asegurarse mayor independencia frente a la supremacía de Austria y Prusia o frente a la influencia de la nobleza en sus propios Estados, en parte con el fin de consolidar en un todo las provincias dispersas que había unido bajo su gobernación el Congreso de Viena [11]. Y podían hacerlo sin el menor peligro para sí mismos; pues si la Dieta de la Confederación, mero títere de Austria y Prusia, hubiese atentado contra su independencia como soberanos, sabían que contaban con el apoyo de la opinión pública y de las Cámaras para oponerse a los dictados de aquélla; y si, por el contrario, las Cámaras resultaban demasiado fuertes, los príncipes podían aprovechar el poder de la Dieta para romper toda oposición. Las instituciones constitucionales de Baviera, Würtemberg, Baden o Hannover no podían, en esas circunstancias, dar un impulso a ninguna lucha seria por el poder político y, por eso, la gran mayoría de la clase media alemana se mantuvo en general al margen de las pequeñas discordias que surgían en las asambleas legislativas de los pequeños Estados, dándose perfecta cuenta de que sin un cambio cardinal de la política y de la estructura de los dos grandes poderes de Alemania, todos los esfuerzos y victorias secundarias no tendrían el menor resultado. Pero, al mismo tiempo, de esas pequeñas asambleas surgió toda una grey de abogados liberales, representantes profesionales de la oposición; los Rotteck, los Welcker, los Roemer, los Jordan, los Stüve, los Eisenmann, todos esos grandes «hombres populares» (Volksmänner) que, después de una oposición más o menos ruidosa, pero siempre desafortunada, de veinte años, fueron elevados a la cumbre del poder por la oleada revolucionaria de 1848, y luego, cuando mostraron su total ineptitud e insignificancia, fueron destituidos en un instante. Ellos fueron los primeros modelos de políticos y oposicionistas profesionales en Alemania; con sus discursos y escritos habían familiarizado el oído alemán con el lenguaje del constitucionalismo y, con ello, vaticinaban la llegada de un tiempo en que la burguesía caería en la cuenta y devolvería el auténtico sentido a las frases políticas que esos parlanchines abogados y catedráticos tenían la costumbre de emplear sin entender gran cosa su verdadero significado.
La literatura alemana ha sentido también la influencia de la agitación política en que los acontecimientos de 1830 [12] lanzaron a toda Europa. Casi todos los escritores de ese período predicaban un constitucionalismo inmaduro o un republicanismo más inmaduro aún. Fueron adquiriendo más y más la costumbre, sobre todo los escritorcillos de menos categoría, de llenar la falta de talento en sus obras con alusiones políticas capaces de llamar la atención del público. Las poesías, las novelas,las reseñas, los dramas, en suma, todos los géneros de creación literaria rebosaban de lo que se dio en llamar «tendencia», es decir, exposiciones más o menos tímidas de espíritu antigubernamental. Para completar la confusión de ideas que reinaba en Alemania después de 1830, estos elementos de oposición política se entremezclaron con recuerdos universitarios mal asimilados de filosofía alemana y fragmentos mal entendidos de socialismo francés, particularmente de sansimonismo; y la pandilla de escritores que propagaba este conglomerado heterogéneo de ideas se denominó presuntuosamente a sí misma «Joven Alemania» o «Moderna Escuela» [13]. Posteriormente se arrepintieron de sus pecados juveniles, mas sin mejorar su estilo literario.
Por último, la filosofía alemana, que es el exponente más complicado, pero, a la vez, más seguro del desarrollo del pensamiento alemán, se puso de parte de la clase media cuando Hegel declaró en su "Filosofía del Derecho" que la monarquía constitucional es la forma final y más perfecta de gobierno. Dicho con otras palabras, Hegel anunció que se aproximaba el advenimiento de la clase media del país al poder político. Muerto Hegel, su escuela no se detuvo ahí. Mientras la parte más avanzada de sus adeptos, por un lado, sometió toda creencia religiosa a la prueba de una crítica rigurosa y conmovió hasta los cimientos el vetusto edificio del cristianismo, planteó al mismo tiempo principios políticos más audaces en comparación con los que hasta entonces eran del dominio del oído alemán e intentó restablecer la gloriosa memoria de los héroes de la primera revolución francesa. El oscuro lenguaje filosófico en que iban envueltas esas ideas ofuscaba el entendimiento tanto del literato como del lector, en cambio cegaba por completo al censor, y por eso los «Jóvenes Hegelianos» gozaban de una libertad de prensa desconocida en cualquier otra rama de la literatura.
Así, era evidente que en la opinión pública de Alemania se estaba operando un gran cambio. La inmensa mayoría de las clases cuya educación o posición en la vida les permitía, bajo la monarquía absoluta, adquirir alguna información política y formarse algo así como una opinión política independiente, se aunó paulatinamente en un poderoso sector de oposición al sistema existente. Al emitir su juicio sobre la lentitud del desarrollo político en Alemania, nadie podía perder de vista cuán difícil era tener una información certera sobre cualquier problema en un país en el que todas las fuentes de noticias estaban intervenidas por el gobierno y donde, en ninguna esfera, desde las escuelas para los pobres y las escuelas dominicales hasta los periódicos y las universidades, nada se decía, nada se enseñaba, nada se imprimía o publicaba que no hubiera sido aprobado previamente. Tomemos, por ejemplo, a Viena. Los habitantes de esta capital, que no se quedan detrás, en cuanto a aptitud para el trabajo y la producción industrial, de nadie de Alemania, y por la viveza de inteligencia, coraje y energía revolucionaria han demostrado estar muy por encima de todos, han resultado ser más ignorantes de la comprensión de sus verdaderos intereses y han cometido durante la revolución más errores que los demás. Y eso ha sido debido en gran parte a la ignorancia casi absoluta de los problemas políticos más simples en que el Gobierno de Metternich ha logrado tenerlos.
No hacen falta más explicaciones del por qué, bajo ese sistema, la información política era casi un monopolio exclusivo de esas clases de la sociedad que podían pagar el paso de esta información de contrabando a su país, sobre todo de esos cuyos intereses eran más dañados por el estado existente de las cosas, a saber, de las clases industriales y comerciales. Por eso fueron los primeros en unir sus fuerzas contra la continuación del absolutismo más o menos disfrazado, y el tiempo de su paso a las filas de la oposición debe datarse por el comienzo del movimiento revolucionario real en Alemania.
El pronunciamiento de la oposición de la burguesía alemana debe fecharse en 1840, año de la defunción del rey anterior de Prusia [*], el último fundador superviviente de la Santa Alianza [14]. Del nuevo rey se sabía que no era partidario de la monarquía predominantemente burocrática y militar de su padre. La burguesía alemana esperaba, en cierta medida, obtener de Federico Guillermo IV de Prusia lo que la clase media francesa había esperado de la coronación de Luis XVI. Todos convenían en que el viejo sistema estaba podrido, había fracasado y debía ser demolido; y lo que se había soportado en silencio bajo el viejo rey, ahora se declaraba intolerable en voz alta.
Pero si Luis XVI, «Louis le Désiré», era un simplón ordinario sin pretensiones, consciente a medias de su nulidad, una persona sin ideas determinadas que se regía principalmente por las costumbres contraídas durante su educación, «Federico Guillermo el Deseado» era totalmente distinto. Era, por cierto, más débil de carácter que su original francés, pero tenía pretensiones y opiniones propias. Había aprendido por sí mismo, como aficionado, los rudimentos de la mayoría de las ciencias, y por eso se creía lo suficiente instruido para considerar que su juicio era definitivo en todos los casos. Estaba convencido de que era un orador de primera clase, y, por cierto, en Berlín no había ni un viajante de comercio que pudiera aventajarle en prolijidad de presunto ingenio y torrente de elocuencia. Pero lo que tiene más importancia es que poseía opiniones propias. Odiaba y desdeñaba el elemento burocrático de la monarquía prusiana, mas sólo porque todas sus simpatías estaban del lado del elemento feudal. Uno de los fundadores y figuras principales del "Berliner politisches Wochenblatt" [15], de la denominada Escuela Histórica [16] (escuela que se nutría de las ideas de Bonald, De Maistre y otros escritores de la primera generación de legitimistas franceses [17]) aspiraba a la restauración más completa posible de la situación predominante de la nobleza en la sociedad. El rey, que es el primer noble de su reino, está rodeado, ante todo, de una corte brillante, de vasallos poderosos, príncipes, duques y condes, y luego de una nobleza inferior numerosa y rica; reina a su propio albedrío sobre sus ciudadanos y campesinos, siendo así él mismo el cabeza de una jerarquía acabada de categorías o castas sociales, cada una de las cuales debe gozar de sus privilegios particulares y estar separada de los demás por una barrera casi insorteable de nacimiento o posición social sólida e inalterable; con la particularidad de que la fuerza e influencia de todas estas castas o «estamentos del reino» debían contrarrestarse al propio tiempo de manera que el rey tuviese completa libertad de acción: ése era el beau idéal [**] que Federico Guillermo IV se propuso realizar y está procurando hacerlo hasta el momento presente.
Se necesitó cierto tiempo para que la burguesía prusiana, no muy versada en cuestiones teóricas, viese el verdadero alcance de los propósitos del rey. Pero notó muy pronto su propensión: lo diametralmente opuesto de lo que ella quería. Tan pronto como la muerte del rey padre «desató la lengua» al nuevo rey, éste comenzó a proclamar sus intenciones en innumerables discursos. Y cada discurso, cada acto suyo, le iba restando más y más las simpatías de la clase media. Esto no le hubiera importado mucho de no haber existido varios hechos inexorables y alarmantes que le interrumpían los sueños poéticos. Desgraciadamente, este romanticismo está reñido con las cuentas, y el feudalismo, desde los tiempos aún de Don Quijote, ¡siempre las ha hecho sin el amo! Federico Guillermo IV aprendió demasiado bien el desdén por la moneda contante y sonante que fue desde antiguo el rasgo hereditario más noble de los descendientes de los cruzarlos. Cuando subió al trono encontró un sistema gubernamental organizado con economía si bien caro, y un tesoro estatal moderadamente lleno. En dos años se gastó hasta el último centavo de los excedentes en festejos de la corte, viajes reales, regalos, subvenciones a los nobles necesitados, arruinados y codiciosos, etc., y las contribuciones ordinarias ya no bastaban para cubrir las demandas ni de la corte ni del gobierno. Así, Su Majestad se vio muy pronto atenazado entre el déficit evidente, por un lado, y la ley de 1820, por el otro, según la cual toda emisión injustificada de un nuevo empréstito o todo aumento de los impuestos existentes era ilegal sin el asenso de la «futura representación del pueblo». Esta representación no existía; el nuevo rey estaba aún menos inclinado que su padre a crearla; y si lo hubiera estado, sabía que la opinión pública había cambiado asombrosamente desde su entronización.
Efectivamente, la clase media, que, en parte, esperaba que el nuevo rey promulgase inmediatamente la Constitución y proclamase la libertad de prensa, el ejercicio de la justicia por tribunales de jurados, etc., etc., que proclamaría, en suma, él mismo la revolución pacífica que necesitaba la burguesía para alcanzar el poder político, las clases medias habían visto su error y se volvían ferozmente contra el rey. En la provincia del Rin y, más o menos generalmente, en toda Prusia, estaban tan desesperadas que, al experimentar en su propio medio falta de gentes capaces de representarlas en la prensa, fueron incluso a una alianza con la dirección filosófica extrema de que ya hemos hablado antes. El fruto de esta alianza era la "Rheinische Zeitung" [18], que se publicaba en Colonia. Si bien la clausuraron a los quince meses de su fundación, puédese considerar, sin embargo, que este diario fue el que dio comienzo a la prensa periódica en Alemania. Esto fue en 1842.
El pobre rey, cuyas dificultades monetarias eran la sátira más rabiosa de sus propensiones medievales, no tardó en ver que no podía seguir gobernando sin hacer algunas pequeñas concesiones a la exigencia general de «Representación del Pueblo» que, como último remanente de las promesas, hacía tiempo olvidadas, de 1813 y 1815, figuraban en la ley de 1820. El rey estimaba que el modo menos desagradable de cumplir los preceptos de esta incómoda ley era convocar comités permanentes de las Dietas provinciales. Las Dietas provinciales fueron instituidas en 1823. Estaban compuestas en cada una de las ocho provincias del reino por: 1) la nobleza superior de las familias que fueron soberanas en el Imperio alemán, cuyos cabezas habían sido miembros de la Dieta estamental por derecho de nacimiento; 2) representantes de los caballeros o nobleza inferior; 3) representantes de las ciudades; y 4) diputados de los campesinos o de la clase de los pequeños labriegos. Todo estaba arreglado de manera que, en cada provincia, las dos secciones de la nobleza tuvieran siempre mayoría en la Dieta. Cada una de estas ocho Dietas provinciales elegía un comité, y estos ocho comités eran llamados ahora a Berlín para formar una asamblea representativa que debía votar el empréstito tan deseado. Se declaró que el Tesoro estaba lleno, y que el empréstito no se necesitaba para cubrir las demandas corrientes, sino para construir un ferrocarril estatal. Pero los Comités unidos [19] dieron al rey una negativa rotunda, declarándose incompetentes para obrar como representantes del pueblo y reclamaron de Su Majestad que cumpliese la promesa de promulgar la Constitución representativa que había dado su padre cuando solicitó la ayuda del pueblo contra Napoleón.
La sesión de los Comités unidos mostró que el espíritu de oposición ya no afectaba sólo a la burguesía. A ésta se había adherido una parte de los campesinos, y muchos nobles, que eran a la vez grandes agricultores en sus propiedades, trataban con cereales, lana, alcohol y lino, y, por lo mismo, necesitaban las mismas garantías contra el absolutismo, la burocracia y la restauración feudal, se habían pronunciado igualmente contra el gobierno en pro de una Constitución representativa. El plan del rey fracasó por completo; el rey no recibió ni un céntimo y acrecentó la fuerza de la oposición. Las sesiones siguientes de las Dietas provinciales fueron aún más desfavorables para el rey. Todas reclamaron reformas, el cumplimiento de las promesas de 1813 y 1815, la Constitución y la libertad de prensa; a este efecto, las resoluciones respectivas de algunas de ellas fueron redactadas en términos bastante irrespetuosos; las respuestas airadas del rey exasperado empeoraron más aún la situación.
Entretanto, las dificultades financieras del gobierno fueron en aumento. La reducción de las asignaciones con destino a diversos servicios públicos, las transacciones fraudulentas relacionadas con el «Seehandlung» [20], establecimiento comercial que especulaba y traficaba a cuenta y riesgo del Estado y funcionaba hacía ya tiempo como agente financiero suyo, había bastado para guardar las apariencias de solvencia; el aumento de la emisión de papel moneda había proporcionado algunos recursos; y el secreto de la situación financiera, en general, había sido bien guardado. Pero las posibilidades para todos estos subterfugios se agotaron pronto. Entonces se intentó otro plan: abrir un banco con capital facilitado en parte por el Estado y, en parte, por accionistas privados; la dirección principal debía pertenecer al Estado, es decir, debía estar organizada de manera que el gobierno pudiera tomar de los fondos de este banco grandes sumas y, de esa manera, repetir las operaciones fraudulentas que ya no podía hacer con el «Seehandlung». Mas, por supuesto, no había capitalistas que desearan entregar su dinero en esas condiciones. Hubo que rehacer los estatutos del banco y garantizar la propiedad de los accionistas contra los atentados del fisco antes de que se abriera la suscripción a las acciones. Cuando, de esa manera, fracasó también ese plan, no quedó otro recurso que intentar obtener un empréstito, claro que en el caso de que se encontrasen capitalistas que prestasen su dinero sin exigir el acuerdo y la garantía de esta misteriosa «futura representación del pueblo». Se apeló a Rothschild, pero éste declaró que si el empréstito estaba garantizado por la «representación del pueblo», lo daría en el acto; en caso contrario, no podría hacer nada por la transacción.
Así se desvaneció toda esperanza de obtener dinero, y no había posibilidad de eludir la fatal «representación del pueblo». La negativa de Rothschild se conoció en el otoño de 1846, y en febrero del año siguiente el rey convocó a las ocho Dietas provinciales en Berlín para hacer de ellas una «Dieta Unida» [21]. La tarea de esta Dieta consistía en cumplir los preceptos de la ley de 1820 en caso de necesidad, a saber: votar los empréstitos y los nuevos impuestos, pero sin ningún otro derecho. Su voz en cuanto a las cuestiones de la legislación general debía ser puramente consultiva; no debía convocarse en períodos fijos, sino siempre y cuando le placiese al rey: podía tratar sólo las cuestiones que se le ocurriese plantear al gobierno. Los diputados de la Dieta, por supuesto, estaban muy insatisfechos del papel que se les concedía. Reiteraron sus deseos, que ya habían expresado en las asambleas de las provincias; las relaciones entre ellos y el gobierno no tardaron en enconarse, y cuando se les volvió a pedir el empréstito para construir el ferrocarril, se negaron de nuevo a darlo.
Esta votación dio en seguida lugar a la clausura de la asamblea. El rey, cuya exasperación subía de punto, disolvió la Dieta, expresando a los diputados su descontento, pero se quedó, no obstante, sin dinero. Y en efecto, tenía razón de sobra para alarmarse de su situación, al ver que la Liga Liberal, encabezada por las clases medias, a las que se habían adherido gran parte de la nobleza inferior y elementos descontentos de todo género, agrupados en diversos sectores de los estamentos bajos, estaba dispuesta a conseguir lo que se proponía. En vano el rey había declarado en el discurso inaugural que jamás otorgaría una Constitución en el moderno sentido de la palabra. La Liga Liberal insistía en que se promulgase esa Constitución representativa, moderna y antifeudal, con todas sus consecuencias: la libertad de prensa, los tribunales de jurados, etc., dando a entender que, hasta que no la recibiese, no accedería a prestar ni un céntimo. Una cosa estaba clara: que las cosas no podían ir más allá de esa manera y que una de las partes debía ceder o la cosa llegaría a una ruptura, a una lucha sangrienta. Y las clases medias sabían que se encontraban en el umbral de la revolución y se preparaban para ella. Querían asegurarse por todos los medios a su alcance el apoyo de la clase obrera de las ciudades y de los campesinos en las zonas rurales, y es bien sabido que a fines de 1847 entre la burguesía apenas podía encontrarse una figura política eminente que no se proclamase a sí misma «socialista» para ganarse las simpatías de la clase proletaria. No tardaremos en ver a estos «socialistas» actuando.
Esta celosa propensión de la burguesía dirigente a imprimir a su movimiento, al menos, una apariencia de socialismo, fue debida al gran cambio que se había operado en la clase obrera de Alemania. A partir de 1840, una parte de los obreros alemanes que habían estado en Francia y Suiza, se había familiarizado más o menos con las nociones rudimentarias del socialismo y el comunismo extendidas entre los obreros franceses. El creciente interés que se tenía desde 1840 por esas ideas en Francia, puso también de moda el socialismo y el comunismo en Alemania, y ya desde 1843 en todos los periódicos se discutían cuestiones sociales. Poco después, en Alemania se formó una escuela socialista cuyas ideas se distinguían más por la oscuridad que por la novedad; sus esfuerzos principales consistían en traducir del francés a la embrollada lengua de la filosofía alemana [22] el fourierismo, el sansimonismo y otras doctrinas. Aproximadamente por este tiempo se formó la escuela comunista alemana, que se distingue radicalmente de esa secta.
En 1844 estalló la insurrección de los tejedores de Silesia, seguida de la de los estampadores textiles de Praga. Estas insurrecciones, que fueron reprimidas con saña y no iban contra el gobierno, sino contra los patronos, produjeron honda impresión y dieron nuevo estímulo a la propaganda socialista y comunista entre los obreros. El mismo efecto tuvieron los motines del pan durante el año de hambre de 1847. En suma, lo mismo que la oposición constitucional agrupó en torno a su bandera al grueso de las clases propietarias (a excepción de los grandes terratenientes feudales), la clase obrera de las grandes ciudades vio el medio para su emancipoción en las doctrinas socialistas y comunistas, si bien, bajo las leyes de prensa existentes, sólo podía ponerlas en conocimiento suyo en muy pequeño grado. No podía esperarse que los obreros tuvieran ideas muy claras de lo que querían: lo único que sabían era que el programa de la burguesía constitucional no contenía todo lo que ellos deseaban y que sus demandas no encajaban del todo en el marco de las ideas del constitucionalismo.
En Alemania no existía a la sazón un partido republicano aparte. La gente era o monárquica constitucional, o socialista y comunista más o menos claramente definida.
Con tales elementos, la menor colisión debía provocar una gran revolución. En tanto la alta nobleza, los altos funcionarios y los jefes militares eran el único apoyo seguro del sistema existente; en tanto la nobleza inferior, las clases medias comerciales e industriales, las universidades, los maestros de escuela de todas las categorías e incluso parte de las filas inferiores de la burocracia y de la oficialidad del ejército se habían unido contra el gobierno, en tanto además, se contaban las masas descontentas de campesinos y proletarios de las grandes ciudades, masas que por entonces aún apoyaban a la oposición liberal, pero que ya hablaban de extraña manera de sus intenciones de tomar las cosas en sus manos; en tanto la burguesía estaba dispuesta a derrocar el gobierno, y los proletarios se estaban preparando para derrocar a la burguesía en su hora, el gobierno persistía tenaz en el rumbo que debía llevar a la colisión. Alemania se encontraba, a comienzos de 1848, ante el umbral de la revolución, y esta revolución habría estallado indudablemente incluso en el caso de que no la hubiese acelerado la revolución de febrero en Francia.
En el artículo siguiente veremos los efectos que la revolución de París causó en Alemania.
Londres, septiembre de 1851
[*] Federico Guillermo III. (N. de la Edit.)
[**] Bello ideal. (N. de la Edit.)
[11] En el Congreso de Viena de 1814-1815, Austria, Inglaterra y la Rusia zarista, que encabezaban a la reacción europea, recortaron el mapa de Europa con el fin de restaurar las monarquías legítimas en contra de los intereses de unión nacional e independencia de los pueblos.
[12] En julio de 1830 se produjo en Francia una revolución burguesa que fue seguida de insurrecciones en una serie de países europeos: Bélgica, Polonia, Alemania e Italia.
[13] La Joven Alemania: grupo literario que apareció en los años 30; reflejaba en sus obras artísticas y periodísticas los estados de ánimo oposicionistas de la pequeña burguesía y propugnaba la defensa de la libertad de conciencia y de prensa.
[14] La Santa Alianza: agrupación reaccionaria de los monarcas europeos, fundada en 1815 por la Rusia zarista, Austria y Prusia para aplastar los movimientos revolucionarios de algunos países y conservar en ellos los regímenes monárquico-feudales.
[15] "Berliner politisches Wochenblatt" ("Semanario Político Berlinés"): órgano extremadamente reaccionario que se editaba desde 1831 hasta 1841 con la participación de varios representantes de la escuela histórica del derecho.
[16] Escuela histórica del derecho: corriente reaccionaria en las ciencias históricas y jurídicas que apareció en Alemania a fines del siglo XVIII.
[17] Legitimistas: partidarios de la dinastía «legítima» de los Borbones, derrocada en 1830, que representaba los intereses de la gran propiedad territorial. En la lucha contra la dinastía reinante de los Orleáns (1830-1848), que se apoyaba en la aristocracia financiera y en la gran burguesía, una parte de los legitimistas recurría a menudo a la demagogia social, haciéndose pasar por defensores de los trabajadores contra los explotadores burgueses.
[18] "Rheinische Zeitung für Politik, Handel und Gewerbe" ("Periódico del Rin sobre política, comercio e industria"): diario que aparecía en Colonia desde el 1 de enero de 1842 hasta el 31 de marzo de 1843. A partir de abril de 1842 colaboró en este periódico Marx, y desde octubre del mismo año fue uno de sus redactores.
[19] Comités unidos: órganos estamentales consultivos de Prusia que se elegían por las Dietas provinciales entre sus componentes.
[20] Seehandlung ("El comercio marítimo"): sociedad de comercio y crédito fundada en 1772 en Prusia. Gozaba de una serie de importantes privilegios estatales y concedía grandes préstamos al gobierno.
[21] Dieta Unida: Asamblea unida de las dietas estamentales de las provincias, convocada en Berlín en abril de 1847 para garantizar al rey un empréstito exterior. Por la renuncia del rey a satisfacer las exigencias políticas más modestas de la mayoría burguesa de la Dieta, esta última se negó a garantizar el empréstito, por lo que en junio del mismo año el rey la disolvió.
[22] Alusión a las obras de los representantes del socialismo alemán o «verdadero», corriente reaccionaria que se extendió en Alemania en los años 40 del siglo XIX principalmente entre la intelectualidad pequeñoburguesa.