Volver al Indice |
Federico Engels
REVOLUCIÓN Y CONTRAREVOLUCIÓN EN ALEMANIA
La Asamblea Nacional de Francfort, tras de haber elegido Emperador de Alemania (sin Austria) al rey de Prusia, envió una diputación a Berlín a ofrecerle la corona, y luego aplazó sus sesiones. El 3 de abril de 1848, Federico Guillermo recibió a los diputados. Les dijo que si bien aceptaba el derecho de supremacía sobre todos los otros príncipcs de Alemania que la votación de los representantes del pueblo le concedía, no podía aceptar la corona imperial mientras no tuviera la seguridad de que los restantes príncipes reconocerían su supremacía y la Constitución del Imperio que le otorgaba esos derechos. Agregó que era cosa de los gobiernos alemanes estudiar si la Constitución era tal que ellos pudieran ratificarla. En todo caso, dijo para terminar, ciñese la corona imperial o no, estaría siempre dispuesto a desenvainar la espada contra cualquier enemigo exterior o interior. No tardaremos en ver cómo cumplió su promesa de manera bastante inesperada para la Asamblea Nacional.
Luego de una profunda indagación diplomática, los sabihondos de Francfort llegaron finalmente a la conclusión de que esa respuesta era tanto como renunciar a la corona. Entonces (el 12 de abril) resolvieron que la Constitución imperial era la ley del país y debía ser sostenida, y como no sabían cómo obrar en adelante, eligieron el Comité de los treinta para que propusiera modos de cumplimiento de esta Constitución.
Esta resolución fue la señal para el conflicto que se declaró entonces entre la Asamblea de Francfort y los gobiernos alemanes.
Las clases medias, especialmente los pequeños comerciantes y los artesanos, se pronunciaron inmediatamente en pro de la nueva Constitución de Francfort. No podían aguardar más el momento que debía ser «la cumbre de la revolución». En Austria y Prusia la revolución había acabado, por el momento, mediante la intervención de las fuerzas armadas; las clases mencionadas habrían preferido un modo menos violento de llevar a cabo esta operación, pero les faltó la oportunidad; la cosa estaba hecha, y había que resignarse a ello: esa era la resolución que adoptaron en seguida y cumplían de la manera más heroica. En los Estados pequeños, donde las cosas habían ido transcurriendo con suavidad relativa, las clases medias hacía mucho que se limitaban a la agitación parlamentaria, tan adecuada a su espíritu, vistosa pero ineficaz por no estar respaldada con fuerza alguna. Los diversos Estados de Alemania, cada uno por separado, parecían haber adquirido así esa forma nueva y definitiva que se suponía les permitiría emprender desde ese momento la vía del desarrollo pacífico y constitucional. Sólo quedaba una cuestión pendiente, y era la de la nueva organización política de la Confederación alemana. Y esta cuestión, la única que aún parecía entrañar peligros, se creía necesario resolverla de golpe. De ahí, la presión ejercida sobre la Asamblea de Francfort por las clases medias para inducirla a que tuviese preparada la Constitución lo antes posible; de ahí la resolución entre la gran burguesía y la pequeña burguesía a aceptar y apoyar esta Constitución, comoquiera que fuese, con tal de crear sin demora un orden estable de las cosas. Así, desde el mismo comienzo, la agitación en pro de la Constitución imperial dimanaba de un sentimiento reaccionario y partió de las clases que hacía ya mucho estaban cansadas de la revolución.
Pero había otro aspecto más de la cuestión. Los principios primeros y fundamentales de la futura Constitución alemana habían sido votados durante la primavera y el verano de 1848, meses en que la agitación popular aún estaba en ascenso. Las resoluciones aprobadas entonces, si bien eran completamente reaccionarias para aquel tiempo, luego de los actos arbitrarios de los gobiernos austríaco y prusiano, parecieron extraordinariamente liberales y hasta democráticos. Había cambiado la medida de comparación. La Asamblea de Francfort no podía, sin suicidarse moralmente, borrar de la cuenta estas resoluciones ya votadas y rehacer la Constitución imperial a imagen de las que los antemencionados gobiernos habían dictado espada en mano. Además, como ya hemos visto, la mayoría de esta Asamblea había cambiado a favor de los partidos liberal y democrático, cuya influencia iba en aumento. Así, la Constitución imperial no sólo se distinguió por su origen, exclusivamente popular en apariencia, sino que, al mismo tiempo, aun estando llena de contradicciones, era la Constitución más liberal de Alemania. Su mayor falta estribaba en que no era más que una hoja de papel sin poder efectivo alguno para su aplicación en la vida.
En esas circunstancias era natural que el denominado partido democrático, es decir, la masa de los pequeños comerciantes y artesanos, se aferrara a la Constitución imperial. Esta clase había ido siempre en sus reivindicaciones más allá que la burguesía liberal monárquico-constitucional; había actuado con la mayor intrepidez, había amenazado muy a menudo con oponer resistencia armada y no había escatimado promesas de dar su sangre y su vida en la lucha por la libertad; pero ya había dado multitud de pruebas de que, en el momento de peligro, no se la veía por ninguna parte y de que jamás se había sentido tan bien como al siguiente día de la derrota decisiva, cuando todo estaba ya perdido y le quedaba al menos el consuelo de saber que, de una manera u otra, el asunto ya estaba arreglado. Por eso, mientras la adhesión de los grandes banqueros, fabricantes y comerciantes era de carácter más reservado, más como una simple demostración a favor de la Constitución de Francfort, la clase social que se encontraba justamente por debajo de ellos, nuestros valientes tenderos democráticos dieron un paso adelante con gran ostentación y, como tenían por costumbre, proclamaron que antes derramarían hasta la última gota de sangre que dejarían tirar por los suelos la Constitución imperial.
Apoyado por estos dos partidos, el de la burguesía partidaria de la monarquía constitucional y el de los pequeños comerciantes más o menos democráticos, el movimiento en pro de la inmediata puesta en vigor de la constitución imperial ganó terreno con rapidez y encontró su expresión más poderosa en los parlamentos de varios Estados. Las cámaras de Prusia, Hannover, Sajonia, Baden y Württemberg se pronunciaron a favor de ella. La lucha entre los gobiernos y la Asamblea de Francfort adquirió carácter alarmante.
No obstante, los gobiernos obraron con rapidez. Las cámaras de Prusia fueron disueltas de manera anticonstitucional, pues aún tenían que estudiar y aprobar la Constitución; en Berlín hubo desórdenes provocados intencionadamente por el gobierno; y al día siguiente, el 28 de abril, el Gobierno prusiano hizo pública una circular en la que se conceptuaba la Constitución imperial de documento de lo más anárquico y revolucionario que los gobiernos de Alemania debían revisar y depurar. Así, Prusia rechazó de plano el soberano poder constitutivo que los sabihondos de Francfort habían pregonado a bombo y platillos pero nunca implantado. Se convocó un congreso de príncipes[53], y la vieja Dieta Federal fue renovada para discutir la Constitución que ya había sido promulgada con fuerza de ley. Simultáneamente, Prusia concentró tropas en Kreuznach, a tres días de camino desde Francfort, y exhortó a los pequeños Estados a que siguieran su ejemplo, disolviendo también sus cámaras tan pronto como se adhirieran a la Asamblea de Francfort. Este ejemplo fue seguido en el acto por Hannover y Sajonia.
Era evidente que no se podía eludir el desenlace de la lucha por la fuerza de las armas. La hostilidad de los gobiernos y la agitación entre el pueblo se iban mostrando cada día con colores más subidos. Los ciudadanos democráticos procuraban convencer en todas partes a los militares, y en el Sur de Alemania lo hicieron con gran éxito. Por doquier se celebraban grandes reuniones de masas que aprobaban resoluciones en apoyo de la Constitución imperial y de la Asamblea Nacional, incluso con la fuerza de las armas si era necesario. En Colonia se celebró una reunión de concejales de todos los municipios de la Prusia renana con el mismo fin. En el Palatinado, Bergen, Fulda, Nuremberg y Odenwald se reunieron grandes multitudes de campesinos llenos de entusiasmo. Al mismo tiempo, se disolvió la Asamblea Constituyente de Francia y se prepararon nuevas elecciones en un ambiente de inmensa agitación mientras que al cabo de un mes, tras una serie de brillantes victorias en la frontera oriental de Alemania, los húngaros alejaron del Tissa hacia el Leitha la invasión austríaca y se esperaba de un día para otro la toma de Viena por asalto. Así, mientras la imaginación popular era excitada al máximo grado en todas partes, y quedaba más clara cada día la agresiva política de los gobiernos, no se podía eludir el choque violento, y sólo una cobarde imbecilidad pudo persuadir de que la lucha acabaría pacíficamente. Pero esta cobarde imbecilidad estaba muy generalizada en la Asamblea de Francfort.
Londres, julio de 1852
[53] Se refiere a la conferencia convocada para revisar la denominada Constitución imperial. Como resultado de la conferencia, el 26 de mayo de 1849 se concluyó un convenio («unión de los tres reyes») entre los monarcas de Prusia, Sajonia y Hannover. La «unión» era una tentativa de la monarquía prusiana de lograr la hegemonía de Alemania, ya que el regente del Imperio debía ser el rey de Prusia. No obstante, bajo la presión de Austria y Rusia, Prusia se vio obligada a retroceder y, ya en noviembre de 1850, a renunciar a la «unión».