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Federico Engels
REVOLUCIÓN Y CONTRAREVOLUCIÓN EN ALEMANIA
Llegamos ahora al acontecimiento decisivo que constituyó la contrapartida de la reacción de Alemania a la insurrección parisiense de junio y que, de un solo golpe, inclinó la balanza del lado del partido contrarrevolucionario: la insurrección de octubre de 1848 en Viena.
Hemos visto cuál era la posición de las distintas clases en Viena después de la victoria del 13 de marzo. Hemos visto también que el movimiento de la Austria alemana se había entrelazado con los sucesos de las provincias no alemanas de Austria, que lo frenaron. No nos queda, pues, sino exponer brevemente las causas que condujeron a esta última y la más temible insurrección de la Austria alemana.
La alta aristocracia y la burguesía bursátil, que habían constituido el principal apoyo extraoficial del Gobierno de Metternich, pudieron, incluso después de los sucesos de marzo, conservar la influencia decisiva en el gobierno, utilizando no sólo la Corte, el ejército y la burocracia, sino aún más el miedo a la «anarquía», que se extendió rápidamente entre las clases medias. No tardaron en aventurarse a lanzar varios globos sonda en forma de ley de la prensa [41], una estrambótica Constitución aristocrática [42] y una Ley electoral basada en la vieja división en estamentos [43]. El llamado ministerio constitucional, compuesto de burócratas medio liberales, tímidos e incapaces, del 14 de mayo, incluso aventuró un ataque directo contra las organizaciones revolucionarias de las masas, disolviendo el Comité Central de los Delegados de la Guardia Nacional y de la Legión Académica [44], cuerpo, formado ex profeso para controlar al gobierno y, en caso de necesidad, alzar contra él a las fuerzas populares. Pero este acto no hizo sino provocar la insurrección del 15 de mayo, por la que el gobierno se vio forzado a reconocer el Comité, anular la Constitución y la Ley electoral y dar atribuciones para redactar una nueva ley fundamental a la Dieta Constitucional, que se eligiese por sufragio universal. Todo esto fue confirmado al día siguiente en una proclama imperial. Pero el partido reaccionario, que también tenía a sus representantes en el gobierno, no tardó en compeler a sus colegas «liberales» a atentar de nuevo a las conquistas del pueblo. La Legión Académica, baluarte del partido del movimiento y centro de la continua agitación, se hizo por lo mismo odiosa a los ciudadanos más moderados de Viena; el 26 del mismo, un decreto del gobierno la disolvió. Tal vez este golpe hubiese tenido éxito de haberse encomendado el cumplimiento de la orden sólo a parte de la Guardia Nacional; pero el gobierno, que tampoco tenía confianza en esta guardia, puso en juego a las tropas, y la Guardia Nacional dio la vuelta en el acto y se unió con la Legión Académica, desbaratando así los planes del gobierno.
Entretanto, el Emperador [*] y su Corte habían abandonado el 16 de mayo a Viena y huido a Innsbruck, donde, rodeado de tiroleses fanáticos cuya lealtad se despertó con nueva fuerza debido al peligro de que el ejército sardo-lombardo, apoyado por las tropas de Radetzky, que estaban en Innsbruck a tiro de cañón, invadiese el país, encontró asilo el partido contrarrevolucionario, y desde allí, incontrolado, inobservado y seguro, pudo reunir sus fuerzas dispersas, urdir y extender por todo el país una red de intrigas. Se restablecieron las relaciones con Radetzky, Jellachich y Windischgrätz, así como con los hombres de confianza de la jerarquía administrativa de las diferentes provincias; se tramaron también intrigas con los jefes eslavos; y así se formó una fuerza real a disposición de la camarilla contrarrevolucionaria, mientras que se dejó a los impotentes ministros de Viena malversar su breve y débil popularidad en continuos choques con las masas revolucionarias y en los debates de la Dieta Constituyente, que se convocó luego. Así, la política consistente en dejar que el movimiento en la capital siguiese su propia marcha durante algún tiempo, política que en un país centralizado y homogéneo, como Francia, debía haber hecho omnipotente al partido del movimiento, en Austria, heterogéneo conglomerado político, fue uno de los medios más seguros de reorganizar las fuerzas de la reacción.
En Viena, la clase media, persuadida de que luego de tres derrotas sucesivas y, ante la faz de la Dieta Constituyente, basada en el sufragio universal, el partido de la Corte ya no era un enemigo tan temible, fue cayendo más y más en ese cansancio, esa apatía y esa eterna aspiración al orden y la tranquilidad que siempre invaden a esta clase después de las conmociones violentas y de la desorganización consiguiente de la vida económica. Los fabricantes de la capital austríaca se limitan casi exclusivamente a producir artículos de lujo cuya demanda ha disminuido mucho, como es natural, desde el estallido de la revolución y la huida de la Corte. Los llamamientos a volver al sistema regular de gobierno y al retorno de la Corte, con lo que se esperaba reanimar la prosperidad comercial, se generalizaron entre las clases medias. La apertura de la Dieta Constituyente en julio fue aplaudida con entusiasmo como si implicase el fin de la era revolucionaria; de igual manera se aplaudió el retorno de la Corte que, después de las victorias de Radetzky en Italia y del advenimiento del Gobierno reaccionario de Doblhoff, se creyó lo suficiente fuerte para no temer el empuje del pueblo y que, al mismo tiempo, consideraba necesaria su presencia en Viena para llevar hasta el fin sus intrigas con la mayoría eslava de la Dieta. Mientras la Dieta Constituyente discutía las leyes sobre la emancipación de los campesinos de las trabas feudales y del trabajo forzado para la nobleza, la Corte realizó con éxito una hábil maniobra. Se propuso al Emperador pasar revista a la Guardia Nacional el 19 de agosto; la familia imperial, los cortesanos y los generales rivalizaban en adular a los ciudadanos armados que ya de por sí se ufanaban de verse públicamente reconocidos como uno de los cuerpos importantes del Estado; e inmediatamente después se publicó una orden firmada por el señor Schwarzer, el único ministro popular del gabinete, según la cual el gobierno suprimía los subsidios que venía concediendo a los obreros sin trabajo. La añagaza salió bien; los obreros hicieron una manifestación; los guardias nacionales burgueses se pronunciaron a favor del decreto de su ministro; fueron lanzados contra los «anarquistas», y el 23 de agosto ellos se arrojaron como tigres contra los obreros inermes, que no se les ofrecieron resistencia, y los ametrallaron a mansalva. Así, la unidad de la fuerza revolucionaria fue rota; la lucha de clase entre la burguesía y los proletarios también llegó en Viena a un estallido sangriento, y la camarilla contrarrevolucionaria vio que se aproximaba el día en que podría dar su gran golpe.
Los asuntos húngaros no tardaron en dar la oportunidad de proclamar abiertamente los principios por los que la camarilla contrarrevolucionaria intentaba actuar. El 5 de octubre, un decreto imperial publicado en la "Wiener Zeitung"[45], gaceta oficial, decreto que no llevaba la firma de ningún ministro responsable de Hungría, declaraba disuelta la Dieta Húngara y nombraba Gobernador civil y militar de este país a Jelacic, ban de Croacia, líder de la reacción eslava del sur que llevaba una guerra declarada contra las autoridades legales de Hungría. Al mismo tiempo, las tropas dislocadas en Viena recibieron la orden de ponerse en marcha y formar parte del ejército que había de reforzar la autoridad de Jelacic. Pero eso significaba enseñar demasiado la oreja; cada habitante de Viena sintió que la guerra contra Hungría era una guerra contra el principio de gobierno constitucional, principio que en el mismo decreto era vulnerado por la tentativa del Emperador de promulgar decretos con vigor legal sin la firma del ministro responsable. El 6 de octubre, el pueblo, la Legión Académica y la Guardia Nacional de Viena se sublevaron en masa y se opusieron al envío de tropas. Algunos granaderos se pasaron al lado del pueblo; hubo una breve escaramuza entre las fuerzas populares y las tropas; el ministro de la Guerra, Latour, recibió muerte de mano del pueblo, y por la tarde éste obtuvo la victoria. Mientras tanto, el ban Jelacic, derrotado en Stuhlweissenburg[**] por Perczel, se refugió cerca de Viena en territorio austríaco; las tropas vienesas, que debían ponerse en marcha para ayudarlas, adoptaron ahora una posición ostentativa de hostilidad y defensa contra él; y el Emperador y la Corte huyeron de nuevo a Olmültz[***], territorio semieslavo.
Pero en Olmütz, la Corte se encontró en circunstancias muy distintas de las que había habido en Innsbruck. Ahora tenía la posibilidad de empezar inmediatamente la campaña contra la revolución. Fue rodeado por los diputados eslavos de la Constituyente, que volaron en masa a Olmültz, y por los entusiastas eslavos de todas partes de la monarquía. La campaña debía ser, a ojos suyos, una guerra por el restablecimiento del eslavismo y de exterminio de los dos invasores de lo que se tenía por suelo eslavo, contra los alemanes y los húngaros. Windischgrätz, el conquistador de Praga, ahora jefe del ejército concentrado alrededor de Viena, se convirtió de pronto en el héroe de la nacionalidad eslava. Y su ejército vino a concentrarse rápidamente desde todas partes. Desde Bohemia, Moravia, Estiria, Austria superior e Italia salieron regimiento tras regimiento por las carreteras que convergían en Viena para adherirse a las tropas de Jelacic y de la ex guarnición de la capital. Más de sesenta mil hombres se unieron así hacia fines de octubre y no tardaron en comenzar a golpear la ciudad imperial por todos los lados hasta que, el 30 de octubre, avanzaron lo suficiente para aventurarse al ataque decisivo.
Entretanto, la confusión y el desamparo se adueñaron de Viena. Tan pronto como se consiguió la victoria, la clase media volvió a desconfiar como antes de los obreros «anárquicos»; los obreros que recordaban perfectamente el trato que les había dado sesis semanas antes la burguesía armada y la política inconsecuente, llena de vacilaciones, de las clases medias en su totalidad, no les querían confiar la defensa de la ciudad y exigieron armas y la organización militar para ellos mismos. La Legión Académica, impaciente por combatir el despotismo imperial, era totalmente incapaz de comprender la naturaleza del extrañamiento de las dos clases y, en general, no podía comprender las necesidades de la situación. Cundió la confusión entre la gente y los medios dirigentes. Los restos de la Dieta, diputados alemanes y varios eslavos, que, salvo raros diputados revolucionarios polacos, hicieron de espías para los amigos de Olmültz, se reunieron en sesión permanente, pero, en vez de obrar con resolución, perdieron el tiempo en debates vanos sobre la posibilidad de resistir al ejército imperial sin rebasar los límites de lo tolerable por la Constitución. El comité de Seguridad, compuesto de diputados de casi todas las instituciones populares de Viena, si bien estaba resuelto a resistir, se encontraba dominado por una mayoría de ciudadanos y pequeña burguesía que jamás permitieron seguir ninguna línea de acción decidida y enérgica. El consejo de la Legión Académica adoptó resoluciones heroicas, pero no era capaz en absoluto de asumir la dirección. Los obreros, rodeados de la desconfianza, desarmados y desorganizados, que apenas habían salido de la esclavitud espiritual en que los tenía el viejo régimen, aún no lo suficiente despiertos para comprender, pero sí ya para sentir instintivamente su posición social y la línea política de acción que les convenía, podían hacerse oír sólo en estruendosas manifestaciones; no se podía esperar que vencieran todas las dificultades del momento. Pero, lo mismo que por doquier en Alemania durante la revolución, estaban preparados para luchar hasta el fin en cuanto obtuvieran armas.
Tal era el estado de las cosas en Viena. Fuera de la ciudad, el ejército austríaco reorganizado, que cobró ánimos con las victorias de Radetzky en Italia; sesenta o setenta mil hombres bien armados, bien organizados y, si no bien mandados, al menos con jefes. Dentro, confusión, contradicciones de clase y desorganización; una Guardia Nacional con una parte que había decidido no luchar en general, otra parte que estaba indecisa y sólo una pequeña parte dispuesta a actuar; una masa proletaria poderosa en número pero sin dirigentes ni preparación política alguna, igualmente presa del pánico que de los arrebatos casi inmotivados de furia, propensa a creer cualquier bulo, ansiosa de entrar en combate, pero sin armas, al menos al principio, y sólo mal armada y organizada de cualquier manera cuando, al fin, fue conducida a la batalla; una Dieta desvalida que seguía enzarzada en disputas sobre sutilidades teóricas cuando el techo que cubría a los diputados estaba ya casi envuelto en llamas; un Comité dirigente sin ánimos ni energía. Todo había cambiado desde las jornadas de marzo y mayo cuando, en el campo contrarrevolucionario, todo era confusión y cuando la única fuerza reorganizada era la creada por la revolución. Apenas si podía caber duda de cuál sería el desenlace de la lucha, y si había alguna, la disiparon los acontecimientos del 30 y 31 de octubre y del 1 de noviembre.
Londres, marzo de 1852
[*] Fernando I (N. de la Edit.)
[**] La denominación húngara es Székesfehérvar. (N. de la Edit.)
[***] La denominación checa es Olomouc. (N. de la Edit.)
[41] Las reglas provisionales de la prensa, publicadas por el Gobierno austríaco el 1 de abril de 1848, exigían depositar una considerable suma como garantía para obtener el derecho a publicar periódicos.
[42] La Constitución del 25 de abril de 1848 fijaba una alta cuota de propiedad y largo período de residencia en el lugar dado para las elecciones a la Dieta, instituía dos cámaras: la inferior y el senado, conservaba las instituciones estamentales representativas y concedía al emperador el derecho a derogar las leyes aprobadas por las cámaras.
[43] La Ley electoral del 8 de mayo de 1848 privaba del derecho electoral a los obreros, jornaleros y criados. Parte de los senadores era designada por el Emperador, y la otra parte se elegía mediante votaciones de dos etapas entre los mayores contribuyentes. Las elecciones a la Cámara inferior eran también de dos etapas.
[44] Legión Académica: organización civil militarizada compuesta de estudiantes de opiniones radicales de la Universidad de Viena.
[45] "Wiener Zeitung": título abreviado del periódico oficial del gobierno "Oesterreischische Kaiserische Wiener Zeitung" (Periódico Imperial Austríaco de Viena"; con este título salía desde 1790.