Volver al Indice


Federico Engels
REVOLUCIÓN Y CONTRAREVOLUCIÓN EN ALEMANIA

 



X

EL ALZAMIENTO DE PARIS

 

LA ASAMBLEA DE FRANCFORT


Ya a comienzos de abril de 1848, el torrente revolucionario quedó detenido en todo el continente europeo mediante la alianza que las clases de la sociedad que habían sacado provecho de la primera victoria concertaron inmediatamente con los vencidos. En Francia, los pequeños comerciantes y artesanos y la fracción republicana de la burguesía se unieron a la burguesía monárquica contra los proletarios; en Alemania e Italia, la burguesía vencedora buscó con ansiedad el apoyo de la nobleza feudal, de la burocracia oficial y del ejército contra las masas populares y los pequeños comerciantes y artesanos. Los partidos conservadores y contrarrevolucionarios unidos no tardaron en recuperar su predominio. En Inglaterra, la manifestación del pueblo (10 de abril), inoportuna y mal preparada, se convirtió en una derrota completa y decisiva del partido del movimiento [36]. En Francia, dos manifestaciones similares (del 16 de abril [37] y del 15 de mayo [38]) fueron igualmente derrotadas. En Italia, el Rey Bomba[*] recuperó su autoridad de un solo golpe el 15 de mayo [39]. En Alemania, los nuevos gobiernos burgueses de los distintos Estados y sus respectivas Asambleas Constituyentes se consolidaron, y aunque la jornada del 15 de mayo, rica en acontecimientos, de Viena hubiese acabado en una victoria del pueblo, este acontecimiento habría sido de importancia secundaria nada más y podría ser tenido por el último estallido con éxito de la energía del pueblo. En Hungría, el movimiento pareció entrar en un manso cauce de perfecta legalidad, y el movimiento polaco, como ya hemos dicho en uno de nuestros artículos anteriores, fue aplastado en germen por las bayonetas prusianas. Sin embargo, todo esto aún no decidía nada en cuanto al sesgo que tomarían las cosas, y cada pulgada de terreno perdido por los partidos revolucionarios en los distintos Estados tendía sólo a unir más y más sus filas para acciones decisivas.

Estas acciones decisivas se aproximaban. Podían desplegarse sólo en Francia; pues en tanto Inglaterra no tomase parte en la lucha revolucionaria, o Alemania siguiera dividida, Francia era, merced a su independencia nacional, su civilización y su centralización, el único país que podría dar a los países circundantes el impulso para una poderosa conmoción. Por eso, cuando el 23 de junio de 1848 [40] comenzó la lucha sangrienta en París, cuando cada noticia recibida por telégrafo o por correo exponía con mayor claridad el hecho ante los ojos de Europa que esta lucha estaba empeñada entre las masas del pueblo trabajador, por un lado, y todas las demás clases de la población parisiense con el apoyo del ejército, por el otro lado, cuando los combates se prolongaron varios días con saña inaudita en la historia de las modernas guerras civiles, pero sin ninguna ventaja visible para ninguno de los dos bandos, se hizo evidente para todos que ésta era la gran batalla decisiva que envolvería, si la insurrección triunfaba, a todo el continente en una nueva oleada de revoluciones o, si fracasaba, traería, al menos por el momento, la restauración del régimen contrarrevolucionario.

Los proletarios de París fueron derrotados, diezmados y aplastados hasta el punto de que ni aun hoy se han repuesto del golpe. E inmediatamente, los nuevos y los viejos conservadores y contrarrevolucionarios levantaron la cabeza en toda Europa con tanta insolencia que mostraron lo bien que entendían la importancia del acontecimiento. La prensa fue atacada por todas partes, los derechos de reunión y asociación fueron restringidos, cada pequeño suceso en cada pequeña ciudad de provincia fue aprovechado para desarmar al pueblo, declarar el estado de sitio y adiestrar a las tropas en las nuevas maniobras y tretas que Cavaiguac les había enseñado. Además, por primera vez desde febrero, se había demostrado que la invencibilidad de la insurrección popular en una gran ciudad era una ilusión; el honor de los ejércitos quedó restablecido; las tropas, que hasta ahora habían sido derrotadas siempre en las batallas de alguna importancia reñidas en las calles, recobraron la confianza en sus fuerzas incluso en este tipo de pelea.

Los primeros pasos positivos y planes definidos del viejo partido feudal-burocrático de Alemania, encaminados a deshacerse incluso de las clases medias, sus aliadas temporales, y restablecer en Alemania la situación que existía antes de los sucesos de marzo, pueden datarse desde los tiempos de esta derrota de los ouvriers de París. El ejército volvió a ser el poder decisivo en el Estado, y no pertenecía a las clases medias, sino a dicho partido. Incluso en Prusia, donde se habían observado desde antes de 1848 grandes simpatías al Gobierno constitucional por parte de los oficiales de graduación inferior, el desorden introducido en el ejército por la revolución volvió a estos jóvenes, propensos a pensar, a la fidelidad a su deber militar; tan pronto como los soldados rasos se tomaron algunas libertades con los oficiales, la necesidad de la disciplina y la obediencia a raja tabla quedó de pronto más que clara para ellos. Los nobles y los burócratas vencidos comenzaron a ver lo que debían hacer; no restaba sino mantener en pequeños conflictos con el pueblo al ejército, más unido que nunca, animado por las victorias sobre las pequeñas insurrecciones y en la guerra en el extranjero y celoso de los laureles recién conquistados por la soldadesca francesa; y, cuando llegase el momento decisivo, podría de un solo golpe demoledor aplastar a los revolucionarios y poner fin a la presunción de los parlamentarios burgueses. El momento propicio para ese golpe decisivo llegó muy pronto.

Pasamos por alto los debates parlamentarios y los conflictos locales, a veces curiosos, pero aburridos en la mayoría de los casos, que absorbieron durante el verano a los distintos partidos de Alemania. Baste decir que la mayoría de los defensores de los intereses burgueses, pese a los numerosos triunfos parlamentarios, ninguno de los cuales tuvo resultado práctico, sintió, en general, que su situación entre los partidos extremos era más insostenible cada día; por eso se vieron obligados a buscar la alianza de los reaccionarios y, al día siguiente, ganarse el favor de los partidos más populares. Esta vacilación constante les dio el golpe final en la opinión pública y, de acuerdo con el sesgo que iban tomando los acontecimientos, ese desdén que despertaron fue aprovechado principalmente en ese momento por los burócratas y la nobleza feudal.

Para el comienzo del otoño, las relaciones entre los diversos partidos empeoraron lo suficiente para hacer inevitable la batalla decisiva. El primer choque en esta guerra desencadenada entre las masas democráticas y revolucionarias, por un lado, y el ejército, por el otro, tuvo lugar en Francfort. Aunque este choque era secundario, fue el primero en el que las tropas sacaron ventaja a los insurrectos y tuvo un gran efecto moral. Prusia, por causas muy comprensibles, permitió al ilusorio gobierno formado por la Asamblea Nacional de Francfort concluir, por razones obvias, un armisticio con Dinamarca que no sólo entregó a los alemanes de Schleswig a la venganza danesa, sino que fue también la negación completa de los principios más o menos revolucionarios, en que se basaba, según la convicción general, la guerra danesa. La Asamblea de Francfort rechazó, por una mayoría de dos o tres votos, este armisticio. La votación fue seguida de una comedia de crisis ministerial; sin embargo, a los tres días la Asamblea revisó la votación y fue inducida a anularla de hecho y reconocer el armisticio. Este acto vergonzoso provocó la indignación del pueblo. Se levantar barricadas, pero en Francfort se habían concentrado suficientes tropas y, tras un combate de seis horas, la insurrección fue aplastada. Movimientos similares, si bien menos importantes, relacionados con este acontecimiento, hubo en otras partes de Alemania (Baden, Colonia), pero fueron igualmente derrotados.

Este choque previo dio al partido contrarrevolucionario la gran ventaja de que ahora el único gobierno surgido enteramente, al menos en apariencia, de unas elecciones populares, el Gobierno imperial de Francfort, así como la Asamblea Nacional se habían desprestigiado a los ojos del pueblo. Este gobierno y esta Asamblea se habían visto obligados a apelar a las bayonetas del ejército contra la manifestación de la voluntad del pueblo. Estaban comprometidos, y por pocos que fueran los derechos a ser respetados que hubiesen merecido hasta la fecha, el repudio a su origen y su dependencia de los antipopulares gobiernos y sus tropas convirtieron desde este momento al Regente del Imperio, a sus ministros y diputados en completas nulidades. No tardaremos en ver con qué desprecio recibieron primero Austria, luego Prusia y últimamente los pequeños Estados también, toda disposición, toda petición y toda diputación procedentes de esta institución de impotentes soñadores.

Llegamos ahora a la inmensa repercusión que tuvo en Alemania la batalla de junio en Francia, acontecimiento que fue tan decisivo para Alemania como la lucha proletaria de París había sido para Francia; nos referimos a la revolución y al subsiguiente asalto de Viena en octubre de 1848. Pero la importancia de esta batalla es tal que la explicación de las diferentes circunstancias que contribuyeron más directamente a su desenlace requeriría tanto lugar en las columnas de "The Tribune" que nos es forzoso dedicar un artículo especial a este tema.

Londres, febrero de 1852

 


[*] Fernando II. (N. de la Edit.)

 

[36]  La manifestación masiva que los cartistas convocaron para el 10 de abril de 1848 en Londres a fin de entregar al Parlamento una petición de que se aprobase la Carta del Pueblo fracasó debido a la indecisión y las vacilaciones de sus organizadores. El fracaso de la manifestación fue utilizado por las fuerzas de la reacción para emprender la ofensiva contra los obreros y reprimir a los cartistas.-

[37]  El 16 de abril de 1848 la Guardia Nacional burguesa, movilizada especialmente con este fin, detuvo en París una manifestación pacífica de obreros que iban a presentar al Gobierno Provisional una petición sobre la «organización del trabajo» y la «abolición de la explotación del hombre por el hombre».

[38]  El 15 de mayo de 1848, durante una manifestación popular, los obreros y artesanos parisienses penetraron en la sala de sesiones de la Asamblea Constituyente, la declararon disuelta y formaron un Gobierno revolucionario. Los manifestantes, sin embargo, no tardaron en ser desalojados por la Guardia Nacional y las tropas. Los dirigentes de los obreros (Blanqui, Barbès, Albert, Raspail, Sobrier y otros) fueron detenidos.

[39]  El 15 de mayo de 1848, el rey napolitano Fernando II aplastó la insurrección popular, disolvió la guardia nacional, dispersó el Parlamento y anuló las reformas introducidas bajo la presión de las masas populares en febrero de 1848.

[40]  La insurrección de junio: heroica insurrección de los obreros de París entre el 23 y el 26 de junio de 1848, aplastada con excepcional crueldad por la burguesía francesa. Fue la primera gran guerra civil de la historia entre el proletariado y la burguesía.