Publicación original: La Emancipación, Madrid, 1872, Abril 6
Fuente: La Emancipación, Biblioteca Nacional de España
Digitalización: Graham Seaman
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2024
Nota: Paul Lafargue reclamó la autoria de este articulo anónimo en su folleto A los Internacionales de la Region Española.
En el dictámen de la Asamblea federal, que ya dimos á conocer á nuestros lectores, se lee el siguiente párrafo:
«Estamos lejos de creer que con solo sustituir en el terreno del trabajo el grupo al individuo quedasen vencidas las mil y una dificultades económicas que traen perturbada la sociedad y la condenan á tan graves y frecuentes conflictos. De grupo a grupo se reproducirían fatal y necesariamente las desigualdades e iniquidades que engendra el cambio, los trastornos que ocasiona la superabundancia de la producción, los tristes resultados a que dan origen las crisis monetarias y aun los simples caprichos de la moda. El grupo, bien por ineptitud, bien por mala fortuna, podria hacer tan desgraciados negocios como el individuo, y quebrar y estar en la miseria, con lo cual se deja ya ver claramente que, aun estableciendo el colectivismo, no produciría los portentosos efectos que de él se esperan, como no se le rodease de otras garantías aun hoy, al parecer, desconocidas de sus mas ardientes partidarios.»
La grande, la inmensa fuerza de la Internacional consiste en haberse declarado estraña á toda teoría, a toda secta, que deben presentar forzosamente un carácter individual y ser, por consecuencia, autoritarias; la Internacional no es sino la producción espontánea de la moderna sociedad. Puede destruirse una secta con la fuerza bruta, ó matarla por el ridículo ó por el razonamiento; mas para destruir un movimiento espontáneo, seria necesario destruir la sociedad, que lo ha engendrado. Por consecuencia, ninguna de las críticas dirigidas contra las diferentes teorías sociales, se refieren á la Internacional, porque esta se halla por encima de toda teoría ó sistema. La última Conferencia de Lóndres manifestó enérgicamente su resolución contraria a toda especie de secta, tanto positivista, como colectivista, comunista ó atea.
Dicho esto, declaramos á los redactores del dictámen que su crítica es justa y fundada. Pero si los republicanos se tomasen la molestia de leer nuestros periódicos, verían que hemos sido los primeros en censurar esta forma del colectivismo. En los artículos sobre la Organizacion del trabajo (Véase el núm. 36 de La Emancipación), decíamos:
«En las industrias de forma colectiva el instrumento de trabajo no puede ser propiedad del grupo de obreros que lo emplea, pues este grupo podia ó no utilizarlo de una manera conveniente, ó lo que seria peor, servirse de él para esplotar á otros obreros.»
Así, pues, la crítica del dictámen no se dirige ni a la Internacional ni á lo que en España llamamos colectivismo. Nosotros creemos que los instrumentos deben ser propiedad común, propiedad de la sociedad entera, y puestos gratuitamente a disposición de toda asociacion obrera que quiera y pueda servirse de ellos.
Pero la crítica del dictámen se refiere a lo que los belgas llaman colectivismo, que para ellos significa: «los grupos industriales, estando organizados y pasando a ser propietarios colectivos de sus talleres é instrumentos de trabajo, practican el cambio de sus productos.» (Carta de la sección bruselesa a los delegados obreros de Lyon.—Véase La Solidaridad, número 21.)
La teoría colectivista de los belgas no es otra que una ampliación de la teoría colectivista de algunos prudhonianos franceses, que á la vez que conservan la propiedad individual de la tierra y de los demás instrumentos de trabajo, solo quieren trasformar en propiedad colectiva algunos servicios públicos, como los ferro-carriles, telégrafos, minas, etc. Se ve fácilmente la diferencia inmensa que separa al colectivismo francés del colectivismo español, que los defensores de la Commune denominaban comunismo.
Este ejemplo demostrará a nuestros hermanos cuán vanas y estériles son las discusiones a que pueden dar lugar todas esas denominaciones de secta, y prueba además cuán acertada ha sido la resolución de la Conferencia de Lóndres, que ha querido librar de esas discusiones a la Asociacion Internacional.