Escrito: En 1904, en
idoma alemán, en respuesta a la 2ª edición (1900) de Geschickte und Kritik der Kapitalzins-theorie [Historia y
crítica de
la teoría del interés del capital] de Eugen Böhm- Bawerk.
Fuente digital de la versión en español:
Rudolf Hilferding, Eugen von Böhm-Bawerk y Ladislaus von Bortkiewicz, Economía burguesa y economía
socialista, Córdoba, Argentina: Pasado y Presente, 1974, serie "Cuadernos de Pasado y Presente", no. 49, pp. 129-189.
Inclusión en marxists.org: Febrero de 2017.
La aparición del tercer tomo de El capital tuvo muy escasa resonancia en el ámbito de la economía burguesa. No se produjo la "jovial cacería" que [Werner] Sombart esperaba. No estalló una nueva guerra entre intelectos, y faltó la "lucha in majorem scientíae gloriaram". En efecto, hoy la economía burguesa ya no conduce enérgicas y alegres batallas en el plano teórico. En tanto portavoz de la burguesía, interviene sólo allí donde ésta tiene intereses prácticos, reflejando fielmente los intereses conflictuales de las pandillas dominantes en las luchas económicas cotidianas, pero evitando con cuidado tomar en cuenta la totalidad de las relaciones sociales, considerando justamente que hacerlo sería inconciliable con la propia existencia de la economía burguesa. Incluso cuando por necesidad en sus “sistemas" y en sus “compendios” debe expresarse sobre nexos de la totalidad, sólo puede aprehender la totalidad juntando los fragmentos individuales. Habiendo dejado de basarse en principios y de ser sistemática, se ha convertido en ecléctica y sincrética. Por eso es coherente la posición de [Heinrich] Dietzel, el “teórico social” que —haciendo al mal tiempo buena cara— erigió al eclecticismo como su principio.
La escuela psicológica de la economía política constituye la única excepción. Como los clásicos y como el marxismo, también ella trata de comprender los fenómenos económicos desde un punto de vista unitario. Se contrapone al marxismo como teoría completa y por ello puede ejercer sobre él una crítica sistemática, crítica que era inevitable, dado que los respectivos puntos de partida son diamentralmente opuestos. En 1884, [Eugen von] Böhm-Bawerk en su Geschickte und Kritik der Kapitalzins-theorie [Historia y crítica de la teoría del interés del capital], inició una crítica al primer volumen de El capital; ahora ante la aparición del tercer tomo volvió a actuar con una refutación muy detallada, cuyas tesis se encuentran también en la reciente segunda edición de su Geschichte. Considera que demostró la insostenibilidad del marxismo económico y proclama con seguridad que la aparición del tercer volumen señala “el comienzo del fin de la teoría del valor del trabajo”.
Su crítica de principio, que no ataca puntos particulares o razonamientos elegidos arbitrariamente sino que pone en discusión y rechaza como insostenibles las bases mismas del sistema marxista, nos ofrece la posibilidad de un fecundo ajuste de cuentas; pero ya que fue puesto en discusión el sistema en su totalidad, este ajuste de cuentas deberá ser más profundo que el que por lo común requieren las equívocas objeciones de los eclécticos, que atacan sólo aspectos parciales.
El análisis de la mercancía constituye el punto de partida del sistema de Marx. La crítica de Böhm-Bawerk se dirige ante todo contra ese análisis.
Afirma que Marx, para sostener su tesis, o sea que el principio del valor debe buscarse en el trabajo, no proporciona una demostración empírica ni tampoco una psicológica; prefiere en cambio “presentar un tercer tipo de demostración, sin duda singular para un argumento del tipo: escoge en efecto la vía de una demostración puramente lógica, de una deducción dialéctica de la esencia del cambio”.
Marx toma pues de Aristóteles la idea de que el cambio no puede existir sin la igualdad, y la igualdad a su vez no puede existir sin la conmensurabilidad. Remitiéndose a eso, presenta el cambio de dos mercancías bajo la forma de una ecuación, deduce que en las dos cosas cambiadas, y por lo mismo equiparadas, debe existir un elemento común y de la misma magnitud, y por lo tanto procede a buscar ese elemento común al que pueden ser reducidos los objetos equiparados en tanto valores de cambio. El punto más doloroso de la teoría marxiana serían las operaciones de lógica y de método mediante las que se obtiene que ese “elemento coarta" es el trabajo. En opinión de Böhm, esas operaciones muestran tantos errores científicos cuantos son los eslabones cíe! razonamiento. Ante todo Marx pone en el tamiz sólo ios objetos permutables (se debería decir "intercambiables”, R. H.) que poseen esa cualidad que finalmente piensa poner en evidencia como "común", y deja fuera todas las otras. Es decir, desde el comienzo delimita el ámbito de su investigación a las "mercancías” que señala como productos del trabajo en contraposición a los dones de la naturaleza. Pero es evidente para Böhm que si realmente el cambio significa una equiparación que presupone la existencia de “un algo común de magnitud igual”, debe ser posible encontrar este elemento común en todos los bienes permutables; no sólo en los productos del trabajo sino también en los meros dones de la naturaleza, como la tierra, la leña, las fuerzas hidráulicas, etc. La exclusión de esos bienes permutables es un pecado mortal de método, tanto menos justificable cuanto que muchos de ellos, como la tierra, se encuentran entre los más importantes objetos de la propiedad y del comercio; y además no se puede afirmar en absoluto que en los dones naturales los valores de cambio (naturalmente se debería decir: ¡los precios! R. H.) se establecen siempre sólo de modo casual. Marx se cuida mucho de rendir cuentas explícitamente de esas exclusiones. Al contrario, también aquí, como muy a menudo, llega a desmenuzar con escurridiza habilidad dialéctica los puntos difíciles. Evita poner en evidencia que el concepto de “mercancía” es más restringido que el de bienes permutables. Al contrario, permanentemente trata de hacer desaparecer esa distinción. Por lo demás, está obligado a hacerlo; en efecto, si en los pasajes decisivos no hubiese’ limitado su investigación a los productos del trabajo y hubiese en cambio buscado el elemento común también en los dones naturales “permutables”, hubiera aparecido en seguida que el, trabajo no puede ser obviamente el elemento común. El mismo Marx y sus lectores no hubieran podido menos que enfrentarse con un error de método tan grande, si él hubiese cumplido abiertamente esa limitación. Sólo la asombrosa habilidad dialéctica gracias a la que Marx evita con rapidez y elegancia los obstáculos le permitió llevar a término su artificio.
Con este procedimiento incorrecto, Marx consiguió ante todo que el trabajo entrara en la competición. Las otras propiedades concurrentes son eliminadas de otros dos eslabones del razonamiento, cada uno de los cuales contiene sólo pocas palabras en las que se oculta sin embargo uno de los más graves errores lógicos. En el primero, Marx excluye toda “la propiedad geométrica, física, química u otra propiedad natural”. En efecto, “las propiedades materiales de las cosas sólo interesan cuando las consideramos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de sus valores de uso respectivos”. En efecto, “dentro de ella [la relación de cambio], un valor de uso, siempre y cuando se presente en la proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera (I, p. 69).
Según Böhm-Bawerk, Marx comete aquí un burdo error. Confunde el hecho de hacer abstracción de una circunstancia con el de hacer abstracción de las específicas modalidades en base a las que tal circunstancia se manifiesta. Se puede hacer abstracción de las modalidades específicas en las que puede manifestarse el valor de uso de las mercancías, pero no del valor de uso en general. Marx hubiera debido advertirlo sólo por el hecho de que no puede existir un valor de cambio que no sea al mismo tiempo valor de uso, cosa que por lo demás él conoce muy bien.
Pido se me permita interrumpir la recapitulación de las tesis de Böhm-Bawerk con un breve paréntesis, destinado a aclarar no sólo la lógica sino también la psicología del jefe de la escuela psicológica. Si hago abstracción de las “modalidades específicas en las que puede manifestarse el valor de uso”, es decir del valor de uso en concreto, hago abstracción, en lo que a mí respecta, del valor de uso en general porque éste existe para mí sólo en esa concreción, como valor de uso creado de tal y tal modo. Que para otros sea un valor de uso, es decir que sea útil para alguien, no modifica en lo más mínimo el hecho de que ha dejado de ser un valor de uso para mí. Y yo lo cambio sólo en el momento en que ha dejado de ser un valor de uso para mí. Esto vale literalmente para la producción de mercancías en forma desarrollada. Aquí el individuo produce sólo un tipo de mercancía que para él puede tener valor de uso como máximo en un solo ejemplar, pero jamás en masa. Que esa mercancía sea útil a otros es una premisa de su permutabilidad; pero siendo inútil para mí, el valor de uso de mi mercancía no es de modo alguno ni siquiera una medida de mi valoración individual, mucho menos una medida para una magnitud objetiva de valor. De nada sirve decir que el valor de uso reside en la capacidad de esta mercancía de cambiarse por otras mercancías. En efecto, ello significa que la magnitud del "valor de uso” está dada ahora por la magnitud del valor de cambio, no ya que la magnitud del valor de cambio, esté dada por la magnitud del valor de uso.
Hasta que los bienes no sean producidos con el objeto del cambio, es decir mientras no se producen como mercancías, mientras el cambio es casual y sólo lo superfino se cambia, los bienes se enfrentan sólo como valores de uso:
"En un primer momento, la proporción cuantitativa en que se cambian es algo absolutamente fortuito. Lo que las hace susceptibles de ser cambiadas es el acto de voluntad por el que sus poseedores deciden enajenarlas mutuamente. No obstante, la necesidad de objetos útiles ajenos se va arraigando, poco a poco. A fuerza de repetirse constantemente, el intercambio se convierte en un proceso social periódico. A partir de un determinado momento, es obligado producir, por lo menos, una parte de los productos del trabajo con la intención de servirse de ellos para el cambio. A partir de este momento, se consolida la separación entre la utilidad de los objetos para las necesidades directas de quien los produce y su utilidad para ser cambiados por otros. Su valor de uso se divorcia de su valor de cambio. Esto, de una parte. De otra, nos encontramos con que es su propia producción la que determina la proporción cuantitativa en que se cambian. La costumbre se encarga de plasmarlos como magnitudes de valor” (I, p. 120 [51]).
Marx hace pues abstracción sólo de la determinada modalidad en que se manifiesta el valor de uso. En efecto, el valor de uso sigue siendo “portador del valor”. Esto al comienzo es sólo algo obvio, porque el “valor” es únicamente la formulación económica del valor de uso. Sólo la anarquía del actual modo de producción que, en determinadas circunstancias (¡saturación del mercado!) hace del valor de uso un no-valor de uso, en consecuencia carente de valor, convierte en significativa la comprobación de esta obviedad.
Pero volvamos a Böhm. Considera que el segundo miembro del razonamiento de Marx es más errado todavía. Marx afirma que, si se prescinde del valor de uso, a las mercancías no les queda más que una sola cualidad, la de ser productos del trabajo. Pero, pregunta Böhm con indignación ¿acaso las mercancías no conservan muchísimas otras cualidades? ¿Acaso no tienen en común la cualidad de ser escasas en relación a lo necesario, de ser objeto de demanda y de oferta, o de ser apropiadas o bien producto de la naturaleza, o de provocar gastos —una cualidad que Marx recordó tan bien en el tercer libro? ¿Por qué el principio del valor no debe residir en una de estas cualidades? En realidad Marx no proporcionó argumento positivo alguno para apoyar el trabajo sino sólo uno negativo: el valor de uso, del que se puede prescindir con toda tranquilidad, no es el principio del valor de cambio. Pero, a este argumento negativo ¿no se adaptan tal vez en igual medida todas las otras cualidades comunes descuidadas por Marx(!)? Además: el mismo Marx dice: “Con el carácter de utilidad de los productos del trabajo desaparece el carácter de utilidad de los trabajos representados en ellos, desaparecen también pues las diversas formas concretas de estos trabajos, que ya no se distinguen sino en que se reducen todos a trabajo humano igual, a trabajo humano abstracto”. De este modo, él mismo afirma que para la relación de cambio no sólo un valor de uso sino también un tipo de trabajo “siempre y cuando se presente en la proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera”. Por eso, la misma circunstancia en base a la cual Marx expresó su veredicto de exclusión contra el valor de uso subsiste retrospectivamente también para el trabajo. Trabajo y valor de uso, dice Böhm, tienen un aspecto cualitativo y uno cuantitativo. Así como el valor de uso de una mesa o del hilo es diferente, también es diferente el trabajo del carpintero o del tejedor. Y así como podemos comparar diversos tipos de trabajo de acuerdo con su cantidad, igualmente se pueden comparar valores de uso de diferente tipo de acuerdo con la magnitud del valor de uso. No se comprende por qué una misma circunstancia deba llevar a la exclusión de uno de los concurrentes, y en cambio a la coronación con el precio del otro. Marx hubiera muy bien podido proceder de manera opuesta y hacer abstracción del trabajo.
Así es como la lógica y el método de Marx se reflejan en la mente de Böhm-Bawerk. Marx ha procedido pues de un modo totalmente arbitrario. Cuando, con procedimento injustificado aunque muy astuto, admitió en el cambio sólo a los productos del trabajo, no estaba sin embargo en condiciones de probar de modo alguno que el elemento común que se presume deba estar presente en eb cambio de las mercancías, deba buscarse en el trabajo. Marx llegó a ese resultado sólo ignorando arbitrariamente toda una serie de otras propiedades y abstrayendo, de manera del todo injustificada, el valor de uso. Igual que los clásicos de la economía política, tampoco Marx fue capaz de demostrar, siquiera sólo en mínima parte, la tesis de que el trabajo es el principio del valor.
La pregunta crítica de Böhm, a la que Marx habría respondido de modo tan erróneo, es; “¿con qué derecho pudo Marx proclamar que el trabajo es el único creador de valor?”; nuestra contracrítica debe pues demostrar en primer lugar que el análisis de la mercancía contiene la respuesta.
En el análisis de Marx, Böhm ve la contraposición entre utilidad y producto del trabajo. Esto, sin embargo, y en eso estamos de acuerdo con Böhm, no es un contraste. En la mayoría de los casos, los objetos deben ser primero elaborados para llegar a ser útiles. Por el contrario, para juzgar la utilidad de un objeto es indiferente saber si costó trabajo y cuánto. El hecho de ser un producto del trabajo no hace de un bien una mercancía. Pero sólo como mercancía un bien se determina de modo antitético como valor de uso y como valor. Pero un bien se convierte en mercancía sólo cuando entra en relación con otros bienes, relación que se hace visible en el cambio; y la valoración cuantitativa aparece como el valor de cambio del bien. Así la propiedad de actuar como valor de cambio crea el carácter de mercancía del bien. Una mercancía no puede sin embargo referirse por sí sola a otras mercancías: esta recíproca relación objetiva de los bienes sólo puede ser expresión de la relación personal de sus poseedores. Como poseedores de mercancía, son también portadores de determinadas relaciones de producción; productores iguales e independientes entre si de trabajos privados de un tipo particular; destinados no al uso personal sino al cambio, por tanto trabajos privados destinados a la satisfacción no de necesidades individuales sino sociales. Por eso, con el cambio de productos se renuevan los nexos socialesde la necesidad descompuesta en sus átomos por la propiedad privada y por la división del trabajo.
La mercancía es por lo tanto expresión económica, o sea expresión de relaciones sociales de productores independientes entre sí, en la medida en que tales relaciones están mediadas por bienes. Ahora bien, la determinación contrapuesta de la mercancía como valor de uso y como valor, su contraste cuando se manifiesta como forma natural o como forma de valor, se muestra ahora como un contraste entre la mercancía que se presenta por un lado como objeto natural y por otro como objeto social. Se trata pues, en' efecto, de una dicotomía, en la que la aceptación de un miembro excluye al otro y viceversa. Pero es sólo un contraste del modo de juzgar. La mercancía es una unidad de valor de uso y de valor, sólo el modo de juzgar es doble: en tanto cosa natural es objeto de la ciencia natural, en tanto cosa social es objeto de una ciencia social, o sea de la economía política. Por tanto, el lado social de la mercancía, del bien, es objeto de la economía en tanto símbolo de la vinculación social, mientras que su lado natural, el valor de uso, permanece fuera del ámbito de interés de la economía política.
Pero la mercancía puede ser expresión de relaciones sociales sólo en tanto se la considere producto de la sociedad, algo sobre la que la sociedad imprimió su sello. Para la sociedad que no efectúa cambio alguno, la mercancía no es otra cosa que un producto del trabajo. Y los miembros de la sociedad pueden tener entre sí una relación económica sólo si unos trabajan para otros. Esta relación material se expresa como forma histórica en el cambio de las mercancías. El producto total del trabajo se representa como valor total, que en la mercancía individual aparece cuantitativamente como valor de cambio.
Si la mercancía es para la sociedad un producto del trabajo, ese trabajo adquiere ahora por esta vía su preciso carácter de trabajo socialmente necesario; la mercancía no aparece ya como el producto del trabajo de distintos sujetos, sino que éstos aparecen como meros “órganos del trabajo”. Así, desde el punto de vista económico los trabajos privados parecen más bien lo contrario: o sea, trabajos sociales. Las condiciones del trabajo creador de valor son pues determinaciones sociales del trabajo o sea determinaciones de trabajo social.
La abstracción que Marx cumple para llegar del concepto del trabajo concreto, privado, al de trabajo humano abstracto, trabajo social, no sólo no es idéntico al proceso de abstracción que excluye el valor de uso, como piensa Böhm, sino que es precisamente su contrario. .
El valor de uso es una relación individual de una cosa con un hombre. Si hago abstracción de su carácter concreto —y debo hacerlo apenas enajeno este objeto y hago que realmente deje de ser para mí un valor de uso— destruyo al mismo tiempo esta relación individual. Pero el valor de uso podía ser medida de mi valoración personal sólo en su individualidad. Si en cambio hago abstracción del modo concreto en que hice empleo de mi trabajo, permanece el hecho de que consumí trabajo en general en su forma humana universal; una magnitud objetiva, cuya medida se repone en su duración.
Y es precisamente a esta magnitud objetiva a la que llega Marx. Busca el nexo social que subsiste éntre agentes de producción aislados en apariencia. La producción social, o sea el fundamento material de la sociedad, se determina cualitativamente —por su naturaleza— por el modo como se organiza el trabajo social; esa organización que surge casualmente de 3a necesidad económica, se consolida muy pronto de modo legal, jurídico. Esta “regulación desde afuera“ constituye la premisa lógica de la economía; proporciona las formas en las que se establece la relación recíproca entre los miembros individuales de la sociedad —miembros que trabajan o miembros que reguian el trabajo. En la sociedad en que existe división de la propiedad y división del trabajo, esta relación se manifiesta en el cambio, se expresa como valor de cambio. El nexo social aparece como resultado de relaciones privadas, no ya relaciones entre personas privadas sino entre cosas privadas. Y precisamente esto es lo que mistifica el problema. Pero, en cuanto las cosas se ponen en relación recíproca, el trabajo privado que las creó adquiere validez en tanto representa gasto de trabajo socialmente necesario, que es su contrario.
El resultado del proceso social de producción determinado así cualitativamente, es determinado cuantitativamente por la masa total del trabajo social empleado. En tanto parte alícuota del producto social del trabajo —y sólo bajo esta vestidura interviene en el cambio—, la mercancía individual es determinada cuantitativamente por la cuota del tiempo de trabajo total contenida en ella.
Por eso, en tanto valor, la mercancía se determina socialmente, es una cosa social. Sólo bajo este aspecto es objeto de consideración de la economía. Pero, si la misión del análisis económico de un orden social es el de descubrir la íntima ley del movimiento -de esa sociedad, y si la ley del valor es convocada para cumplir este servicio, eí principio del valor sólo puede ser aquel a cuya variación en última instancia se deben referir los cambios de los ordenamientos sociales.
Cualquier teoría del valor que parta del valor de uso, o sea de las cualidades naturales de 3a cosa, sea de su figura finita de cosa útil, sea de su función de satisfacción de necesidades, parte de la relación individual entre una cosa y un hombre, antes que de las relaciones sociales recíprocas de los hombres. Cae pues en el error de querer deducir de esta relación subjetiva, individual, que puede ser el punto de partida de valoraciones subjetivas, una medida objetiva, social. Pero en ese caso, ya que esta relación .individual está presente de igual modo en todos los tipos de sociedades y no encierra en sí principio alguno de variación —porque el desarrollo de las necesidades y de las posibilidades de satisfacerlas está a su vez condicionado— deberá renunciar a descubrir las leyes del movimiento y las tendencias de desarrollo de la sociedad. Su método es a-histórico y a-social. Sus categorías son eternas y naturales.
En tanto Marx parte, por el contrario, del trabajo en su significado de -elemento que constituye la sociedad humana y que con su desarrollo determina en última instancia el desarrollo de la sociedad, en su principio del valor aprehende el factor cuya calidad y cantidad —organización y fuerza productiva— dominan de modo causal la vida social. Por eso, el concepto fundamental de la economía es igual al concepto fundamental de la concepción materialista de la historia. Tal identidad es necesaria en tanto la vida económica no es más que una parte de la vida histórica, y por tanto la conformidad a las leyes económicas debe ser igual a la conformidad a las leyes históricas. Desde que el trabajo en su figura social deviene medida del valor, la economía se constituye como disciplina histórica y como ciencia de la sociedad. Con esto el estudio de la economía está simultáneamente limitado a la época determinada del desarrollo histórico en la que el bien deviene mercancía. En otros términos, se refiere a la época en que el trabajo y el poder de disponer del mismo no son conscientemente elevados a principio regulador del metabolismo social y de la adquisición de potencia social, sino que este principio se afirma inconsciente y automáticamente como cualidad objetiva de las cosas, en tanto la forma peculiar que el metabolismo social asumió en el cambio hace que los trabajos privados adquieran validez sólo en la medida en que son trabajos sociales. La sociedad, por así decirlo, repartió entre sus miembros la cantidad de trabajo que necesita e indicó a cada individuo particular qué cantidad de trabajo debe emplear por su parte. Y estos individuos singulares olvidaron y aprenden ahora a posteriori en el curso del proceso social cuál fue su parte.
Por tanto, el trabajo es el principio del valor, y la ley del valor es una readidad porque el trabajo es el vínculo que mantiene unida a la sociedad descompuesta en sus átomos, y no porque sea el hecho técnicamente más relevante. Tomando como punto de partida el trabajo socialmente necesario, Marx está en condiciones de descubrir el mecanismo interno de una sociedad basada en la propiedad privada y la división del trabajo. Para él, la relación individual entre hombre y bien constituye una premisa; en el cambio no percibe una diferencia de valoraciones individuales sino una ecuación de un proceso de producción históricamente determinado; sólo en esta relación de producción, sólo como símbolo, expresión objetiva de relaciones individuales, como portador del trabajo social, el trabajo se convierte en mercancía, y sólo como expresión de relaciones de producción derivadas, lo que no es producto del trabajo puede asumir carácter de mercancía.
Hemos llegado así a la objeción de Böhm: ¿de qué modo los productos de la naturaleza pueden tener “valor de cambio”? Las condiciones naturales en las que se cumple el trabajo, se dan de manera inmutable a la sociedad; por eso, de ellas no pueden surgir cambios de las relaciones sociales. Lo que cambia es sólo el modo en que el trabajo se apropia de tales condiciones naturales. El grado de productividad del trabajo está determinado por el grado en que se produce tal apropiación. El cambio de la productividad se refiere sólo al trabajo concreto, creador de valor de uso; pero en tanto la masa de los productos —en los que se incorpora el trabajo creador de valor— aumenta o disminuye, en el ejemplar individual se incorpora más o menos trabajo que antes. En la medida en que un individuo puede disponer de una fuerza natural y por lo tanto trabajar con una productividad superior a la productividad medía social, está en condiciones de realizar una plusvalía extra. Esta plusvalía extra, capitalizada, aparece entonces como el precio de esta fuerza natural, inclusode la tierra, de la que es un complemento. La tierra no es una mercancía; pero en un larguísimo proceso histórico adquiere carácter de mercancía en tanto es condición para la producción de mercancías. La expresión o valor precio de la tierra es por tanto sólo una fórmula irracional, tras la que se oculta una real relación de producción, por tanto de valor. La propiedad de la tierra no crea la parte del valor que se transforma en ganancia excedente; simplemente permite que el propietario terrateniente transfiera del bolsillo del fabricante al propio tal ganancia excedente. Atribuyendo a los dones de la naturaleza un valor propio, Böhm hace suya la ilusión de los fisiócratas, en el sentido de que la renta surge de la naturaleza y no de la sociedad.
Así Böhm mezcla a cada paso determinaciones naturales y sociales. Esto es evidente cuando cita las otras cualidades que deben ser comunes a las mercancías. Se trata de una mezcla verdaderamente pintoresca: el dato concreto de la apropiación es la expresión jurídica de relaciones históricas, premisa indispensable para que los bienes puedan cambiarse, un hecho “preeconómico”; por tanto no se alcanza a entender cómo pueda ser una medida cuantitativa. Ser productos de la naturaleza es una cualidad natural de las mercancías, pero ni siquiera ésta las hace conmensurables cuantitativamente en modo alguno. Por lo demás, ser objeto de la demanda, y por tanto escasas en relación a ella, establece su valor de uso; en efecto, la relativa escasez las hace subjetivamente objeto de una valoración, es decir, valor de uso, mientras que objetivamente —desde el punto de vista de la sociedad— su escasez es una función del gasto de trabajo y encuentra su medida objetiva en la magnitud de tal empleo.
Como en los pasajes suscitados Böhm no distingue las determinaciones naturales de la mercancía de las sociales, en los que siguen confunde el modo de considerar el trabajo en tanto creador de valor de uso con el modo de considerarlo en tanto creador de valor; encuentra por tanto una nueva contradicción entre la ley del valor y la experiencia, que sin embargo Marx, en su opinión, trata con la habitual habilidad dialéctica no ya como una manifiesta contradicción con su tesis sino más bien como una ligera variante.
Marx dice que el trabajo complejo es igual a una determinada porción de trabajo simple. Sin embargo, enseñó que las cosas equiparadas entre sí en el cambio "deben contener algo común de magnitud igual, y este elemento común debe ser el trabajo y el tiempo de trabajo. Sin embargo, los hechos no se corresponderían en modo alguno con esta exigencia. En efecto, en el trabajo complejo, por ejemplo en el producto de un escultor, no se contiene por cierto trabajo simple, tanto menos un trabajo simple en la misma cantidad contenida en cinco productos cotidianos de un picapedrero. La verdad pura y simple [¡y realmente es muy simple!] es que los dos productos incorporan tipos distintos de trabajo en cantidades diferentes, o sea lo contrarío del hecho sostenido por Marx, es decir que incorporan trabajo del mismo tipo en cantidad igual".
Sólo desearemos observar, entre paréntesis, que la "cantidad igual”, es decir la igualdad cuantitativa, aquí no entra. Se trata sólo de la posibilidad de comparar trabajos de diferente tipo, es decir de la posibilidad de reconducirlos a esta unidad, por lo tanto de su igualdad cualitativa.
En realidad, continúa Böhm, Marx dice: "Ya la experiencia demuestra que esta reducción [es decir, de un trabajo complejo a una simple] es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple. Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto los mueve a pensar que son el fruto de la costumbre” (I, p. 76 [12]).
Pero, según Böhm, esta referencia a la experiencia y al valor representa sólo un círculo vicioso. En efecto, objeto de la experiencia son para él las relaciones de cambio de las mercancías, por ejemplo también el motivo por el que el trabajo del escultor es el quíntuplo de un trabajo simple. Marx dice que la experiencia enseña qué es el quíntuplo: en efecto, la experiencia demuestra cómo se produce ese reducción a través del proceso social. Pero es precisamente este proceso social el que debe ser explicado. Sí la efectiva relación de cambio fuese de 1:3 en lugar de 1:5, Marx nos invitaría a reconocer tal medida de reducción como la conforme a la experiencia. De esta manera sin embargo, resume Böhm, no aprendemos absolutamente nada sobre el motivo específico por el que productos de difentes tipo de trabajo se cambian en esta o aquella proporción. En este aspecto decisivo la ley del valor fracasa.
Ésta es precisamente la conocida objeción, y Böhm no es el único que le da una importancia tan grande. Todo “lector que piense por sí”, ese lector que Marx con su conocido “optimismo social presupone en su Introducción —y que es, por lo que creemos, la única "suposición'' injustificada que Marx haya hecho—, individualiza aquí una laguna, que por lo demás fue reconocida también por autores "más o menos marxistas" como Bernstein, C, Schmidt y Kautsky.
¡Observemos esto con mayor detenimiento! Ante todo, el mismo Böhm dice que la diferencia consiste sólo en esto, que nos encaramos una vez con trabajo complejo y otra con trabajo simple. Es claro pues que la diferencia a nivel del valor debe ser referida a la diferencia del trabajo. El mismo producto de la naturaleza puede ser objeto tanto de un trabajo simple como de un trabajo complejo, y obtiene así un valor diferente. Por eso no existe una contradicción lógica con la ley del valor. El único interrogante es si se hace necesario encontrar la medida de reducción y si la dificultad de satisfacer tal necesidad no es insuperable, de modo que —admitida la necesidad de conocer la medida de la reducción— sin ese conocimiento el concepto de valor no estaría en condiciones de proporcionar una explicación de los procesos económicos.
Pero examinemos otra vez el razonamiento de Marx. El pasaje suscitador dice: “el valor [o sea el de la mercancía producida con trabajo complejo] la equipara en seguida al producto del trabajo simple”. Pero para poder entender este proceso, la teoría fiel valor debe concebir el trabajo que está a disposiciónde la sociedad en un momento dado como una suma constituida por partes homogéneas y determinada sólo cuantitativamente, y al trabajo individual, en tanto crea valor, sólo como una parte alícuota de esa suma. Pero puedo considerar como cualitativamente igual el trabajo total sólo si puado reducirlo a una unidad de medida común. Tal unidad de medida es "el simple trabajo medio”, que consiste en el "empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por término medio, poses en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación”' (I, p. 76 [11]). El trabajo complejo vale como un múltiplo de esta unidad de medida, o sea del simple trabajo medio. Pero ¿qué múltiplo? Esto, dice Marx, se establece mediante un proceso social extraño a los productores. Pero Böhm no piensa aceptar esta referencia a la experiencia. Para él la teoría del valor falla aquí por completo. En efecto, "no es determinada o determinable a priori, por una de las cualidades inherentes a los trabajos calificados, la proporción en que éstos en la valoración de sus productos deben ser convertidos en trabajo simple, lo que decide es sólo el efectivo resultado, las efectivas relaciones de cambio”. Por tanto Böhm reclama la medida de la reducción para poder establecer a priori el nivel absoluto de los precios; como observa en otro pasaje, es misión de la economía proporcionar la explicación del fenómeno del precio.
Pero, ¿es realmente cierto que la falta de la medida de la reducción inutiliza la ley del valor? En decidida oposición a Böhm, Marx ve en la ley del valor no el medio para llegar a establecer los precios, sino el medio para individualizar las leyes del movimiento de la sociedad capitalista. La experiencia nos dice que el nivel absoluto de los precios es el punto de partida de tal movimiento; pero por eso el nivel absoluto es un hecho secundario, ya que lo que importa es sólo encontrar la ley de su variación. Es indiferente que un determinado trabajo complejo, por ejemplo el del escultor, sea cuatro o seis veces equivalente a un trabajo simple, por ejemplo el del sastre. Es importante en cambio, el hecho que duplicando o triplicando la productividad en la esfera del trabajo complejo, su producto descendería dos o tres veces respectivamente en relación con el trabajo simple que permaneció sin variación.
El nivel absoluto de los precios lo da la experiencia; pero lo que nos interesa es la variación regular que sufren estos precios. Como todas las variaciones, también ésta es efecto de una fuerza; y ya que se trata de cambios en fenómenos sociales, es el efecto de la magnitud cambiada de una potencia social: la productividad social.
Pero, ya que la ley del valor comprueba que este desarrollo de la productividad domina en última instancia la variación de los precios, existe la posibilidad de individualizar las leyes de tales variaciones; y ya que todos los fenómenos económicos s.e manifiestan a través de variaciones de los precios, es posible conocer así los fenómenos económicos en general. Ricardo, consciente de que su análisis de 3a ley del valor es incompleto, afirma por eso explícitamente que la investigación hacia la que desearía orientar la atención del lector se refiere a las variaciones en el valor relativo de las mercancías, no ya en su valor absoluto.
Por lo tanto, la falta de una medida de reducción no perjudica en modo alguno la importancia de la ley del valor, en tanto instrumento para individualizar la conformidad a las leyes existentes en el mecanismo económico. Pero esa carencia tendría importancia en otro aspecto. Aunque el nivel absoluto del precio, en la práctica, sólo puede ser fijado por el proceso social, en el concepto del valor deben contenerse, sin embargo, todos los elementos que permiten conocer en el plano teórico el procedimiento que la sociedad adopta en la reducción. De otro modo, tal procedimiento, que adquiere una influencia decisiva en el nivel del valor, seguiría siendo más bien real, y no constituiría en absoluto una contradicción con la ley del valor, sino que ésta explicaría sólo una parte, la más importante, de los fenómenos económicos, o sea sus variaciones, mientras que dejaría oscura otra parte, es decir el punto de partida de esas variaciones.
Pero la pregunta de Böhm acerca de cuál es la propiedad inherente al trabajo calificado de la que surge su cualidad de crear valor, tiene ya un planteo equivocado. En efecto, ningún valor posee la cualidad de crear valor. El trabajo crea valor sólo en determinado modo de organización social del proceso productivo. Por eso, si se considera el trabajo singular en su aspecto concreto, jamás se podrá llegar al concepto de trabajo creador de valor. El trabajo complejo sólo puede ser considerado creador de valor, si se lo concibe como parte del trabajo social.
Y entonces se plantea la pregunta: ¿qué es el trabajo complejo, desde el punto de vista de la sociedad? Sólo así podemos esperar alcanzar los puntos firmes, que nos permitan comprender en base a qué principios se produce esta reducción social. Evidentemente, estos principios no pueden ser sino aquellos que se contienen en la ley del valor. Pero aquí tropezamos con una dificultad. La ley del valor vale para las mercancías: pero el trabajo no es una mercancía, aunque así aparece en la categoría del salario. Sólo la fuerza de trabajo es mercancía y posee valor; el trabajo crea valor, pero en sí mismo no tiene valor. No es difícil calcular el valor de una fuerza de trabajo que crea trabajo complejo; como el de cualquier otra mercancía, es igual al trabajo necesario para su producción y reproducción, que se compone de los costos de mantenimiento y de los costos de aprendizaje. Pero lo que aquí nos interesa no es el valor de una fuerza de trabajo calificada sino establecer, por qué y en qué medida el trabajo calificado crea valor más alto que el trabajo simple.
No podemos deducir el valor más alto creado por el trabajo calificado, del salario más alto de la fuerza de trabajo calificada. Sería como deducir el valor del producto del “valor del trabajo”. En efecto, es lo que propone Bernstein, quien considera que puede apoyarse en una cita de Marx. Pero si esta frase se lee en su contexto, del que en cambio Bernstein la aísla, aparece claro que afirma precisamente lo contrario de lo que Bernstein quiere obtener de ella. Marx dice: “Ya decíamos más arriba que, para los efectos del proceso de valorización, es de todo punto indiferente el que el trabajo apropiado por el capitalista sea trabajo simple, trabajo social medio, o trabajo complejo, trabajo de peso específico más alto que él normal. El trabajo considerado como trabajo más complejo, más elevado que el trabajo social medio, es la manifestación de una fuerza de trabajo que representa gastos de preparación superiores a los normales, cuya producción representa más tiempo de trabajo y, por tanto, un valor superior al de la fuerza de trabajo simple. Esta fuerza de trabajo de valor superior al normal se traduce, como es lógico, es un trabajo superior, materializándose, por tanto, durante los mismos períodos de tiempo, en valores relativamente más altos. Pero, cualquiera que sea la diferencia de gradación que medie entre el trabajo del tejedor y el trabajo del joyero, la porción de trabajo con la que el joyero se limita a reponer el valor de su propia fuerzade trabajo no se distingue en nada, cualitaíivamente, de la porción adicional de trabajo con la que crea plusvalía. En este caso cor.no en los anteriores, la plusvalía sólo brota mediante un exceso cuantitativo de trabajo, prolongando la duración del mismo proceso de trabajo, que en un caso es proceso de producción de hilo y en otro caso de producción de joyas" (I, p. 231 [148]). Como es evidente, el problema que Marx suscita aquí es: de qué manera un trabajo superior puede crear plusvalía no obstante el alto salario, es decir, no obstante la magnitud del trabajo necesario. El concepto de la frase que cita Bernstein si estuviese completa, debería ser por lo tanto el siguiente: aunque el valor de esta fuerza es superior, sin embargo puede producir plusvalía, porque se manifiesta en trabajo superior, etcétera.
Marx interrumpe la frase intermedia y vincula la frase siguiente con un “pero", mientras que si Bernstein tuviese razón, hubiera debido usar un “por eso” en lugar del “pero”. Obtener el valor del producto del salario constituye la más burda contradicción con la teoría marxiana. Dado el valor de la fuerza de trabajo, podría calcular el valor creado ex novo por esta fuerza de trabajo sólo si conociera su grado de explotación. Y aunque tal grado de explotación me lo diera el trabajo simple, no puedo por cierto asumir el mismo grado también para el trabajo más complejo. Tal vez podría ser mucho menor. Por eso el salario de una fuerza de trabajo calificada no me dice precisamente nada, ni directa ni indirectamente, acerca del nuevo valor creado por esta fuerza de trabajo. La cara que hubiera asumido la teoría marxiana si hubiese aceptado la interpretación de Bernstein —Bernstein sostiene en efecto que con su interpretación hubiera asumido otra cara totalmente distinta— muy difícilmente hubiera podido ocultar una mueca irónica. Debemos pues tratar de acércanos a la solución del problema de modo diferente.
El simple trabajo medio es gasto de una fuerza de trabajo simple, el trabajo calificado o complejo es gasto de fuerza de trabajo calificada. Sin embargo, para crear esta fuerza de trabajo compleja fue necesaria toda una serie de trabajos simples. Éstos se concentran en la persona del trabajador calificado; sólo cuando comienza a trabajar, estos productos de su calificación se vuelven disponibles para la sociedad. Por tanto, el trabajo de los trabajadores calificados no sólo transmite valor (que se manifiesta en el salario más alto) sino también la propia fuerza creadora de valor. Por eso los trabajos de los obreros calificados están latentes para la sociedad y se hacen visibles para la misma sólo cuando la fuerza de trabajo compleja empieza a trabajar. Por eso su gasto equivale al gasto de todos los diferentes trabajos simples que aparecen, por así decir, condensarlos en ella.
Desde que para la producción de una fuerza de trabajo calificada se emplea trabajo simple, eso crea en consecuencia por un lado el valor de esta fuerza de trabajo, que reaparece en el salario de la fuerza de trabajo calificada; pero por, otro lado, a través del modo concreto de su aplicación, crea un nuevo valor de uso, que consiste en el hecho de que ahora, existe una fuerza de trabajo que. puede crear valor elevado a todas aquellas potencias que poseían los trabajos simples que intervinieron en su formación. Desde que el trabajo simple se emplea para la producción de trabajo complejo, eso crea pues por un lado nuevo valor y por otro, transmite sobre su producto, su valor de uso, que es el de ser fuente de nuevo valor. Considerado desde el punto de vista de la sociedad, el trabajo simple está latente hasta que se lo emplea para la producción de la fuerza de trabajo compleja. Su efecto para la sociedad comienza sólo con la activación de la fuerza de trabajo calificada, a cuya formación concurrió. En un acto individual de gasto de esta última, se gasta por tanto una suma de trabajos simples y se crea por consiguiente una suma de valor y de plusvalía que corresponde a la suma de valor que hubiera sido producida por el gasto de todos los trabajos simples que fueron necesarios para producir la fuerza de trabajo compleja y su función, es decir, el trabajo complejo. Así el trabajo complejo desde el punto de vista de la sociedad, o sea considerado en el plano económico, aparece como un múltiplo del trabajo simple, por muy distintos que puedan aparecer el trabajo simple y el complejo desde puntos de vista diferentes, fisiológico, técnico o estético.
La sociedad paga pues, en lo que debe dar por el producto del trabajo complejo, un equivalente del valor que los trabajos simples hubieran producido si hubieran sido consumidos directamente por la sociedad misma.
Cuanto mayor es la cantidad de trabajo simple contenido en el trabajo complejo, tanto mayor es también el valor producido por este último, porque en efecto son muchos los trabajos simples que se emplean al mismo tiempo para la producción del misino producto; en suma, el trabajo complejo es realmente trabajo simple multiplicado. Un ejemplo debería hacer evidente cuanto ha sido dicho hasta aquí. Una persona cualquiera posee diez acumuladores con los que pone en acción diez máquinas distintas. Para la producción de un nuevo producto necesita otra máquina, que exige un impulso mucho más fuerte. Utiliza entonces los diez acumuladores para cargar otro que esté en condicionesde hacer funcionar esta nueva máquina. Las fuerzas de ios acumuladores individuales aparecen ahora como una fuerza única en el nuevo acumulador, que representa el décuplo de la fuerza media simple.
Un trabajo complejo puede contener no sólo trabajos simples sino también trabajos complejos de otro tipo, que también deben no obstante sufrir la habitual reducción. Cuanto mayor es el número de trabajos complejos que intervienen en un trabajo complejo, tanto más breve será el proceso de formación del trabajo complejo.
Así la teoría marxiana del valor nos proporciona el medio para reconocer los principios en base a los que se verifica el proceso social de la reducción de trabajos complejos a trabajos simples. Por eso hace del nivel del valor una magnitud teóricamente mensurable. Pero, cuando Böhm asegura que Marx hubiera debido hacer una demostración empírica de su teoría y piensa que esa demostración hubiera debido consistir en exponer la relación entre los valores de cambio, los respectivos precios y los tiempos de trabajo, confunde la mensurabilidad teórica con la práctica. Lo que puedo asegurar en base a la experiencia es el gasto concreto de trabajo necesario para la producción de un bien determinado. Hasta qué punto este trabajo concreto significa trabajo socialmente necesario, es decir, hasta qué punto tiene un peso en la formación del valor, sólo podría establecerlo si conociese en cada caso el grado de productividad e intensidad requerido por la fuerza productiva, y además la cantidad que de este bien requiere la sociedad. Pero eso significa pretender del individuo lo que hace la sociedad. En efecto, el único contador capaz de calcular el nivel de todos los precios es la. sociedad, y el método de que se sirve a ese fin es la competencia. En la medida en que en la libre competencia en el mercado la sociedad trata como una unidad el trabajo concreto consumido por todos los concurrentes para la producción de un bien, y lo paga sólo en tanto su gasto ha sido socialmente necesario, demuestra hasta qué punto este trabajo concreto concurrió a la creación de valor y establece el precio del mismo en conformidad con él.
Precisamente esta ilusión de que la medida teórica fuese simultáneamente una medida práctica directa, condujo a la utopía del dinero-trabajo (Arbeitsgeld) y del valor constituido. Esta concepción vislumbra en la teoría del valor no un medio "para individualizar la ley del movimiento de la sociedad moderna", sino un medio para alcanzar una lista de precios lo más estable y equitativa posible.
Precisamente la búsqueda de esta lista de precios llevó recienteniente ai señor [Leo] von Buch a una teoría que, para llegar a establecer los precios, debe presuponer nada menos que el precio. Pero, tampoco la teoría psicológica del valor se encuentra en mejores condiciones.
La misma designa los diferentes grados de satisfacción de las necesidades con cifras determinadas pero elegidas arbitrariamente; por tanto asume que tales cifras indican los precios que se tiene intención de pagar por los medios que sirven para la satisfacción de las necesidades. El procedimiento está enmascarado por el hecho de que se presupone no un solo precio sino una cantidad de precios arbitrarios.
Pero la demostración empírica de la exactitud de la teoría Í del valor se encuentra en una dirección totalmente distinta de la que busca Böhm. Si la teoría del valor debe ser la clave para comprender el modo capitalista de producción, debe explicar sin contradicciones los fenómenos del mismo. Los procesos efectivos del mundo capitalista no pueden contradecirla sino por el contrario deben confirmarla. Ahora, contesta Böhm. En su opinión, el tercer volumen de El capital, en el que Marx no puede ya hacer abstracción de los procesos efectivos, demostró que estos procesos efectivos no se pueden hacer concordar con las premisas de la teoría del valor. Por eso los resultados del tercer : volumen están en abierta contradicción con los del primero. Frente a la realidad, afirma Böhm, la teoría ha fracasado. Esta realidad, en efecto, demuestra que la ley del valor no es en i modo alguno válida para el cambio, porque las mercancías se cambian de acuerdo con precios que divergen continuamente de su valor. La contradicción surge con evidencia cuando se examina el problema de la cuota medía de ganancia. Marx llegó a su solución sólo abandonando su ley del valor. Esta acusación a Marx de estar en contradicción consigo mismo, adelantada por Böhm, se convirtió en un lugar común de la economía burguesa: a través de Böhm, criticamos aquí, pues, a los representantes de la crítica burguesa al tercer volumen de El capital.
El problema del que debemos ocuparnos es conocido. En las diversas esleías de producción, la composición orgánica del capital, la proporción entre capital c (constante, consumido en medios de producción) y v (variable, consumido en salario) es distinta. Pero ya que sólo la parte variable produce nuevo valor, por tanto también plusvalía, la masa de plusvalía producida por capitales de igual magnitud varía de acuerdo con la composición orgánica de estos capitales, o sea de acuerdo a la proporción en que e.l capital total se divide en capital constante y variable. Pero entonces también la cuota de ganancia, la proporción entre la plusvalía y el capital total, es distinta. Según la ley del valor, capitales iguales producen ganancias diferentes de acuerdo con la cantidad de trabajo vivo que ponen en movimiento. Pero esto contradice la realidad, en la que capitales iguales, cualquiera que sea su composición, producen igual ganancia. ¿Cómo se puede explicar esta “contradicción"?
Escuchemos previamente a Marx:
Ante todo, es claro que “toda la dificultad proviene del hecho de que las mercancías no se cambian simplemente como tales mercancías, sino como productos de capitales que reclaman una participación proporcionada a su magnitud en la masa total de la plusvalía, o participación igual si su magnitud es igual” (III, p 218 [180]).
Pero, el capital que se anticipa para la producción de una mercancía constituye el precio de costo de tal mercancía. “En el precio de costo desaparece para el capitalista la distinción entre el capital constante y el capital variable (— c + v). El costo de una mercancía en cuya producción invierte 100 libras esterlinas es el mismo para él si invierte en ella 90c + 90v que si invierte 10c + 90v. Son, tanto en uno como en otro caso, 100 libras esterlinas, ni más ni menos. Los precios de costo son los mismos para inversiones iguales de capital en distintas esferas, por mucho que puedan diferir los valores y las plusvalías producidos. Y esta igualdad de los precios de costo constituye la base sobre que descansa la concurrencia de las inversiones de capital, a través de la cual.se forma la ganancia media” (III, p. 193 [160]).
Para evidenciar el efecto de la concurrencia capitalista, Marx traza el siguiente cuadro, en el que la cuota de plusvalía m/v se considera igual, mientras que en el valor del producto entran partes diferentes del capital constante, de acuerdo con su consumo.
Capital | Cuota de plusvalia % |
Plusvalia | Cuota de ganancia % |
Consumo de c |
Valor de las mercancias |
I. 80c + 20v | 100 | 20 | 20 | 50 | 90 |
II.70c + 30v | 100 | 30 | 30 | 51 | 111 |
III. 60c + 40v | 100 | 40 | 40 | 51 | 131 |
IV. 85c + 15v | 100 | 15 | 15 | 40 | 70 |
V. 95c + 5v | 100 | 5 | 5 | 10 | 20 |
En este cuadro, a igualdad de magnitud del capital total en cinco esferas distintas, y dado el mismo grado de explotación del trabajo, vemos cuotas de ganancia muy distintas, conformes a las diferentes composiciones orgánicas. Pero si consideramos todos estos capitales invertidos en esferas distintas como un capital énico, del que I a V constituyen sólo partes diferentes (así como en las distintas secciones de una fábrica de algodón, cardado, preparación del hilado, hilado y tejido, existe una relación distinta entre capital variable y constante, y por eso se debe calcular la relación media de toda la fábrica), tendremos entonces on capital total = 500, una plusvalía de 110 y un valor total de las mercancías de 610. La composición orgánica media del capital sería 500 = 390c + 110v, en porcentaje, 78c + 22v. Considerando cada uno de los capitales de 100 como un quinto del capital global, su composición sería esta media de 78c + 22v, y por lo tanto, a cada elemento de los 100 correspondería una plusvalía media de 22; por eso la cuota media de ganancia sería del 22%. Entonces las mercancías deberían venderse a los siguientes precios:
Capital | Plusvalia | Consumo de c |
Valor de las mercancias |
Precio de costo de las mercancias |
Precio de las mercancias |
Cuota de ganancia % |
Diferencia entre precio y valor |
I. 80c + 20v | 20 | 50 | 90 | 70 | 92 | 22 | +2 |
II.70c + 30v | 30 | 51 | 111 | 81 | 103 | 22 | -8 |
III. 60c + 40v | 40 | 51 | 131 | 91 | 113 | 22 | -18 |
IV. 85c + 15v | 15 | 40 | 70 | 55 | 77 | 22 | +7 |
V. 95c + 5v | 5 | 10 | 20 | 15 | 37 | 22 | +17 |
Por tanto, las mercancías se venden a 2 -f- 7 -j- 17 = 26 por encima de su valor y a 8 +18 = 26 por debajo; de ese modo las diferencias de precio se compensan recíprocamente por el reparto uniforme de la plusvalía o por el agregado de la ganancia media 22 sobre cada 100 de capital anticipado a los respectivos precios de costo de las mercancías de I a V; una parte de las mercancías se vende por encima de su valor en la misma proporción en que otra se vende por debajo. Sólo su venta a tales precios posibilita una cuota de ganancia uniforme desde I basta V, sin tomar en cuenta la diferente composición de los capitales de I a V.
“A consecuencia de la distinta composición orgánica de los capitales invertidos en distintas ramas de producción: a consecuencia, por tanto, del hecho de que, según el distinto porcentaje que representa el capital variable dentro de un capital total de una cuantía dada, ponen en movimiento cantidades muy distintas, capitales de igual magnitud ponen en movimiento cantidades muy distintas de trabajo, ocurre también que esos capitales se apropien cantidades muy distintas de trabajo sobrante o produzcan masas muy diversas de plusvalía. De aquí que las cuotas de ganancia que rigen originariamente en distintas ramas de producción sean muy distintas. Estas distintas cuotas de ganancia son compensadas entre sí por medio de la concurrencia para formar una cuota general de ganancia, que representa la media de todas aquellas cuotas de ganancia distinta. La ganancia que, con arreglo a esta cuota general, corresponde a un capital de determinada magnitud, cualquiera que sea su composición orgánica, recibe el nombre de ganancia media. El precio de una mercancía equivalente a su precio de costo ¡más la parte de la ganancia media anual que, en proporción a sus condiciones de rotación, corresponde al capital invertido en su producción (y no simplemente al consumido en ella) es su precio de producción. [... ] Por tanto, aunque los capitalistas de diversas esferas de producción, al vender sus mercancías, retiren los valores-capitales consumidos en la producción de estas mercancías, no incluyen la plusvalía ni, por tanto, la ganancia producida en su propia esfera al producirse estas mercancías, sino solamente aquella plusvalía y, por tanto, aquella ganancia correspondiente a la plusvalía o a la ganancia total del capital total de la sociedad, sumadas todas las esferas de producción, en un período de tiempo dado y divididas por igual entre las distintas partes alícuotas del capital global. Cada capital invertido, cualquiera que sea su composición orgánica, deduce por cada 100, en cada año o en cada período de tiempo que se tome como base, la ganancia que dentro de este período de tiempo corresponde a 100 como parte alícuota del capital total. Para lo que atañe al reparto de la ganancia, los distintos capitalistas se consideran como simples accionistas de una sociedad anónima en que los dividendos se distribuyen porcentualmente y en que, por tanto, los diversos capitalistas sólo se distinguen entre sí por la magnitud del capital invertido por cada uno de ellos en la empresa colectiva, por su participación proporcional en la empresa conjunta, por el número de sus acciones” (III, p. 198 ss. [164-165]). La ganancia media no es otra cosa que la ganancia sobre el capital social medio, cuya suma es igual a la suma de las plusvalías, y los precios obtenidos del agregado de esta ganancia media a los precios de costo no son más que los valores transformados en precios de producción. En la producción simple de mercancías, los valores eran el centro de gravedad en torno al que oscilaban los precios. Pero en “la producción capitalista no se trata simplemente de obtener a cambio de la masa de valor lanzada a la circulación en forma de mercancías una masa de valor igual bajo otra forma distinta —bajo forma de dinero o de otra mercancía diferente—, sino que se trata de sacar del capital invertido en la producción la misma plusvalía o la misma ganancia que cualquier otro capital de la misma magnitud o en proporción a su magnitud, cualquiera que sea la rama de producción en que se invierta; se trata, por tanto, por lo menos como mínimo, de vender las mercancías por sus precios, precios que arrojan ia ganancia media, es decir, por sus precios de producción. Bajo esta forma, el capital cobra conciencia de sí mismo como una potencia social en la que cada capitalista toma parte en proporción a la participación que le corresponde dentro del capital total de la sociedad”. “Pues bien, si las mercancías se vendiesen por sus valores se presentarían, como ya hemos visto, cuotas muy distintas de ganancia en las diversas esferas de producción [...] Pero los capitales se retiran del las esferas de producción en que la cuota de ganancia es baja, para lanzarse a otras que arrojan una ganancia más alta. Este movimiento constante de emigración e inmigración del capital, en una palabra, esta distribución del capital entre las diversas esferas cíe producción atendiendo al alza o a la baja de la cuota de ganancia, determina una relación entre la oferta y la demanda, de tal naturaleza, que la ganancia media es la misma en las diversas esferas de producción, con lo cual los valores se convierten en precios de producción” (III, pp. 239-240 [197-198]).
¿Cuál es pues la relación entre esta teoría del tercer volumen y la célebre ley del valor del primero?
Según la opinión de Böhm-Bawerk, el tercer volumen de El capital contiene la comprobación explícita de una contradicción real e inconciliable, y la demostración de que la cuota media de ganancia igual sólo se puede formar si y en cuanto la supuesta ley del valor no sea válida. En el primer volumen, afirma Böhm, se dijo que todo el valor se basa sólo en el trabajo; el valor era definido como el elemento común que se manifiesta en la relación de cambio de las mercancías. En la forma y con la autoridad de una conclusión obligatoria que no admite excepciones, se nos dijo que la equiparación de dos mercancías en el cambio significa que en ellas existe un elemento común de la misma magnitud, al cual cada una de ellas puede ser reducible; por eso, prescindiendo de anomalías momentáneas y casuales, que aparecen no obstante como una violación de la ley de cambio de las mercancías, en esencia, deben intercambiarse mercancías que incorporan una cantidad de trabajo igual. Y ahora, en el tercer volumen, se nos explica que lo que debía existir según la doctrina del primer volumen no existe y no puede existir: las mercancías individuales se cambian y deben cambiarse entre sí necesaria y. permanentemente en una proporción diferente a la del trabajo incorporado.
Pero, afirma Böhm, éste no es por cierto el modo de explicar y conciliar una contradicción, él mismo es una abierta contradicción. La teoría, de la cuota media de ganancia y de los precios de producción no concuerda con la teoría del valor. El mismo Marx, por lo demás, debió prever esca crítica. Y esa previsión explica precisamente una autodefensa anticipada, que lo es en esencia si no en la forma. Marx trata de hacer plausible a través de una serie de observaciones la concepción por la cual, aunque las relaciones de cambio estén directamente dominadas por precios de producción diferentes de los valores, todo se desenvuelve de todos modos dentro de la ley del valor, y por lo tanto es siempre esta ley, al menos en última instancia, la que domina los precios. Contrariando sus hábitos, Marx no desarrolla este concepto a través de una demostración formal y cerrada, sino que proporciona sólo una serie de observaciones casuales y paralelas entre sí, que contiene diferentes tipos de argumentación que Böhm resume en cuatro argumentos.
Pero, antes de encarar estos “argumentos” y la contraargumentación. que les opone Böhm, dediquemos alguna palabra a la “contradicción” o “retirada” de la que Marx se habría hecho culpable en el tercer volumen. En lo que hace a la retirada, quienes hablan de ella olvidan que el primer volumen se publicó sólo después de haberse terminado el capítulo del tercer volumen que contiene el punto en discusión. En efecto, el borrador de los dos últimos volúmenes de El capital fue escrito por Marx en el período que va de 1863 a 1867, mientras que, como sabemos por una observación de Engels (III, p. 220 [182], nota 27 [1]), el capítulo X del tercer volumen, que contiene la solución del enigma, es de 1865. Por tanto, hablar de una retirada significa decir que Marx avanzó una milla y retrocedió una milla, para poder quedarse en un punto determinado. Ésta es precisamente la concepción que la economía vulgar tiene de la esencia del método dialéctico, que sigue siendo para ella un verdadero abracadabra, ya que jamás llega a ver el proceso sino sólo el resultado terminado. No es muy distinta por lo demás la otra acusación, ía de contradicción.
Böhm distingue una contradicción en el hecho de que, según el primer volumen, sólo se cambian mercancías que incorporan una cantidad igual de trabajo, mientras que según el tercer volumen las mercancías particulares se cambian en una proporción distinta a la del trabajo incorporado. ¡Verdad! Sí Marx hubiese realmente afirmado que, prescindiendo de las oscilaciones irregulares, las mercancías se pueden cambiar sólo porque en ellas se incorpora trabajo en cantidad igual y sólo en la proporción en que este trabajo igual se incorpora en ellas, Böhm hubiera tenido razón. Pero en el primer volumen Marx desarrolla sólo las relaciones de cambio que resultan cuando las mercancías se cambian por sus valores, y sólo en base a estas premisas las mercancías contienen igual cantidad de trabajo. Pero el cambio de las mercancías por sus valores no es una condición del cambio en general, aunque, dadas determinadas premisas históricas, tal método de cambio es necesario si estas premisas históricas deben ser reproducidas continuamente por el mecanismo de la vida social. Al, cambiar las premisas históricas, se producen modificaciones en el cambio; el problema es sólo si esas modificaciones deben reconocerse como conformes a las leyes o si pueden representarse como modificaciones de la ley del valor. Si es así, la ley del valor domina también ahora, aunque sea de forma modificada, el cambio y el movimiento de los precios. Pero entonces el movimiento de los precios debe ser entendido como una modificación del anterior, que estaba directamente dominado por la ley del valor.
Böhm comete el error, al que lo induce por lo demás su misma teoría, de confundir el valor con el precio. Sólo si el valor —prescindiendo de diferencias casuales que se compensan recíprocamente y que por tanto se pueden pasar por alto— fuese idéntico al precio, una divergencia permanente de los precios de cada una de las mercancías de los valores constituiría una contradicción con la ley del valor. Marx ya había hecho alusión en el primer volumen a la divergencia de los valoresde los precios. Por ejemplo, pregunta: “¿Cómo puede nacer el capital, estando los precios regulados por el precio medio, que tanto vale decir, en última instancia, por el valor de la mercancía?’’ y agrega después: “Y digo «en última instancia», porque los precios medios no coinciden directamente con las magnitudes de valor de las mercancías, como entienden A. Smith, Ricardo y otros” (I, p. 198 [120], nota 37 [38]. Y luego I, p. 253 [167], nota 31 [9]): “Se parte, en efecto, de la premisa de que los precios son iguales a los valores. En el libro III veremos que esta equiparación no se opera, ni aun respecto a los precios medios, de un modo tan sencillo”.
No nos parece pues que la ley del valor haya sido eliminada de los resultados del tercer volumen, sino sólo modificada en una dirección determinada. Comprenderemos mejor estas modificaciones y su significado cuando examinemos con mayor detenimiento las siguientes afirmaciones de Böhm.
Según Böhm, el primer “argumento” que Marx adopta para sostener su tesis es el siguiente: aunque las mercancías individuales sean vendidas por encima o por debajo de su valor, estas diferencias opuestas se eliminan recíprocamente, y en la sociedad —considerando las ramas de producción en conjunto—, la suma de los precios de producción de las mercancías producidas sigue siendo igual a la suma de sus valores. Ante todo, nos asombra. aquí —y podremos repetir esta observación otras veces, en el desarrollo del análisis— que Böhm defina como “argumento” lo que para Marx es sólo una precisión, consecuencia lógica de sus premisas. Por cierto, es fácil demostrar después que en estas observaciones no se oculta ningún argumento.
Böhm afirma: Marx admite que las mercancías individuales no se cambian por sus valores. En compensación, atribuye mucho peso al hecho de que las diferencias particulares se compensen recíprocamente. Pero, se pregunta Böhm, ¿qué queda entonces de la ley del valor? La misión de la ley del valor es en efecto la de explicar la real relación de cambio de los bienes. Queremos saber por tanto por qué en el cambio un vestido vale exactamente lo que 20 brazasde lino. Es evidente que se puede hablar de una relación de cambio sólo entre mercancías individuales entre sí. Pero cuantío se toman en cuenta todas las mercancías en conjunto y se suman sus precios, se abstrae necesaria y deliberadamente de las relaciones existentes en eí seno de esta totalidad. Las diferencias relativas de precio se compensan pues en la suma. Por eso, si se responde con la suma de los precios, se elude la respuesta a la pregunta relativa a la relación de cambio de los bienes. Pero así es como se presentan las cosas. A la pregunta sobre el problema del valor, los marxistas responden ante todo con su ley del valor, según la cual las mercancías se cambian en proporción al tiempo de trabajo en ellas incorporado; por tanto, invalidan esta respuesta para el sector de cambio ríe las mercancías individuales, o sea precisamente para ese sector en el que la pregunta tiene un sentido, y la conservan en toda su pureza sólo para todo el producto nacional en su conjunto, o sea para el sector en el que la pregunta no podría plantearse por ser inconsistente. Como respuesta a la precisa pregunta sobre el problema del valor, se admite además que la ley del valor es desmentida por ios hechos; y en la única aplicación en la que no es desmentida por los hechos, no constituye en absoluto una respuesta a una pregunta que requiere una efectiva solución. No se trata de ningún modo de una respuesta sino de una tautología. Si se prescinde de la forma dinero, en último análisis las mercancías se cambian por mercancías. La suma de las mercancías es en consecuencia idéntica a la suma de los precios que se pagan por ellas. O, el precio de todo el producto nacional en su conjunto no es más que el mismo producto nacional. Dadas estas premisas, es verdaderamente exacto que la suma de los precios que se paga por todo el producto nacional coincide con la suma del valor o del trabajo cristalizada en él. Pero esta afirmación tautológica no aumenta nuestros conocimientos, ni demuestra la exactitud de la ley por la que los bienes se cambian en proporción al trabajo incorporado en ellos. Hasta aquí, Böhm.
Pero todo este razonamiento se separa de la cuestión. Marx se pregunta cuál es el valor total, y Böhm lo critica porque no se pregunta por el valor de la mercancía singular. No entiende por qué Marx apunta a esta precisión. La comprobación de que la ¿suma de los precios de producción es idéntica a la suma de ios valores es importante, porque en primer lugar se comprueba que el precio global de producción no puede ser mayor que el valor global; pero eso quiere decir, ya que el proceso de formación del valor se verifica sólo en la esfera de la producción, que toda la ganancia surge de la producción y no de la circulación, por ejemplo no de un encarecimiento que el capitalista opere sobre el producto terminado. Segundo: ya que el precio global es igual al valor global, tampoco la ganancia global puede ser otra cosa que la plusvalía global. De ese modo se determina cuantitativamente la ganancia global; sólo basándose en esta determinación se tiene la posibilidad de calcular Ja magnitud de la cuota de ganancia. .
Pero, ¿es lícito hablar de un valor global sin caer en un absurdo? Bolrm cambia el valor de cambio por el valor. El valor se manifiesta corno valor de cambio, como relación determinada cuantitativamente según la cual una mercancía se puede cambiar por otra. Pero que, por ejemplo, un vestido se cambie por 20 ó 40 brazas de lino no es casual, sino que depende de condiciones objetivas, o sea de la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario que se contiene en el vestido o en eí lino. Estas condiciones deben hacerse valer también en el cambio, dominarlo completamente, tienen una existencia autónoma también prescindiendo de él, de modo que se puede ' hablar sin dudas de un valor global de las mercancías.
Böhm no comprende que el valor en sentido marxiano es una magnitud objetiva, cuantitativamente determinada. No lo comprende porque el concepto de valor de la teoría de la utilidad marginal carece efectivamente de esta determinación cuantitativa. Admitiendo que yo conozca el valor igual a la utilidad maginal de la unidad de una suma de bienes, valor que roe viene dado por la utilidad conservada por la última unidad de esta suma de bienes, eso no me permite en modo alguno calcular la magnitud del valor de toda la suma. Si en cambio se me da el valor de una unidad en el sentido en que lo entiende Marx, me es posible calcular al mismo tiempo el valor de la suma de estas unidades.
Lo que se modifica en el pasaje de la producción simple de mercancías a la capitalista, es la distribución del producto social, El reparto de la plusvalía no se produce de acuerdo con el gasto de trabajo que el productor individual utilizó en su esfera para producir plusvalía, sino que se regula sobre la importancia del capital anticipado, necesario para poner en acción el trabajo que crea plusvalía. Es claro que el cambio en la distribución no cambia en absoluto la magnitud de la suma de plusvalía a repartir, deja inmutable la relación social y realiza la distribución diferente sólo con la modificación del precio de la mercancía individual. Es claro, entonces, que para determinar esta divergencia se debe conocer no sólo la magnitud de la plusvalía sino también la magnitud del capital anticipado, o mejor, la magnitud de su valor. La ley del valor permite precisamente determinar esta magnitud. Por eso puedo señalar fácilmente las divergencias, si están dadas las magnitudes de valor. El valor es pues también necesario punto de partida teórico para explicar el fenómeno específico del precio provocado por la concurrencia capitalista.
Por eso toda la polémica de Böhm es tanto más equivocada en tanto Marx, cuando se pregunta qué es el valor total, lo hace solamente para aislar, en el seno del valor total, las partes individuales de este valor total que son importantes para el proceso capitalista de producción. Lo que le interesa a Marx es el nuevo valor creado dentro de cierto período de producción y la proporción en que este nuevo valor se reparte entre la clase de los trabajadores y la de los capitalistas, proporcionando las utilidades de las dos grandes clases. Es por tanto totalmente falso decir que Marx elimina la ley del valor para las mercancías individuales y la mantiene sólo para su suma total. Böhm llega a tal afirmación sólo porque no distingue el valor del precio. Al contrario, la ley del valor, directamente válida para el producto social y sus partes, se realiza sólo en tanto en los precios de las mercancías individuales producidas según el modo capitalista se producen determinadas modificaciones conformes a la ley; pero, esas modificaciones sólo pueden entenderse cuando se descubre el nexo social; y éste es precisamente el servicio que nos rinde la ley del valor.
Por último, la afirmación de Böhm que la suma de las mercancías es idéntica a la suma de los precios pagados por ellas, es un puro balbuceo. Ante todo, suma de las mercancías y suma de los precios son magnitudes inconmesurables. Marx dice que la suma de los valores —no ya la suma de las mercancías es igual a la suma de los precios de producción. Aquí la conmensurabilidad está permitida por el hecho de que tanto los precios como los valores son expresiones de diferentes cantidades de trabajo. En efecto, sólo si el precio de producción es cualitativamente igual al valor —porque ambos son expresión de trabajo objetivado— es posible comparar sus sumas aunque sean cuantitativamente distintos,
Por cierto, Böhm considera que en último análisis las mercancías se cambian por mercancías; por eso la suma de los precios es idéntica a la suma de las mercancías. Pero aquí, él hace abstracción no sólo del precio sino también del valor de las mercancías. El problema es: dada una suma de mercancías en partes, peso, etc., ¿cuál es la magnitud de su valor o de su precio, desde el momento en que, para el producto social, coinciden? Este valor o precio es la magnitud de una determinada cantidad de dinero, totalmente distinta a la suma de las mercancías. Marx busca precisamente esta magnitud, que según su teoría debe contener la misma cantidad de gasto de trabajo que la suma de las mercancías.
Tanto el primer “argumento” como los siguientes deben señalar sólo hasta qué punto la ley del valor es válida directamente sin modificaciones. Naturalmente, para Böhm es fácil demostrar que de ese modo no se prueba la modificación de la ley del valor, modificación que ya Marx había señalado antes como necesariamente derivada de la naturaleza misma de la concurrencia capitalista, y que aquí presupone permanentemente.
Con su crítica al segundo argumento se verifica lo mismo.
Marx dice: “La ley deí valor preside el movimiento de los precios, ya que al disminuir o aumentar el tiempo de trabajo necesario para la producción los precios de producción aumentan o disminuyen” (III, pp. 219-222 [183-184]). Pero Böhm pasa por alto la condición en base a la cual Marx establece esta propuesta. En efecto, Marx dice: “cualquiera que sea el modo como se regulen o fijen los precios de las distintas mercancías entre sí, su movimiento se halla presidido siempre por la ley del valor." Böhm pasa por alto esta afirmación y reprocha a Marx que no tenga en cuenta que el trabajo es una de las fuentes dei precio, pero no ía única como pretendería su teoría. Y esto sería un error lógico tan garrafal que sorprende que Marx lo haya dejado escapar. Pero Marx dice, y en este pasaje no quiere decir más que esto: "Variaciones en el empleo del trabajo conllevan variaciones de los precios, y por tanto, una vez dados los precios, su movimiento se regula sobre el movimientode la. productividad del trabajo”. El error corresponde pues totalmente a Böhm; le hubiera bastado dar la cita completa para ahorrarse sus objeciones.
En cambio son mucho más importantes las objeciones que Böhm plantea seguidamente contra las tesis de Marx. Éste concibe la transformación del valor en precio de producción como un proceso histórico; así resume Böhm este punto considerándolo el “tercer argumento”: la ley del valor según Marx domina con intacta autoridad el cambio de las mercancías en ciertos estadios primitivos, en los que la transformación de los valores en precios de producción no se ha cumplido todavía. Pero Marx no desarrolló de modo claro esta tesis, más bien la insertó en el resto de la exposición. .
Así es como expone Marx las condiciones necesarias para que las mercancías puedan ser cambiadas por sus valores. Supone que los trabajadores están en posesión de sus medios de producción, trabajan por término medio con igual duración e intensidad y cambian directamente sus mercancías. Por eso, en el curso de una jornada dos trabajadores con su trabajo agregan a su producto una cantidad igual de valor nuevo, pero el producto de cada uno tiene distinto valor, de acuerdo con la cantidad de trabajo incorporado anteriormente en los medios de producción. Esta última parte del valor representa el capital constante de la economía capitalista; la parte de valor nuevo usado para los medios de subsistencia del trabajador representa el capital variable; la parte de valor nuevo restante representa la plusvalía que corresponde al trabajador. Por eso, ambos trabajadores, deducida la retribución por la parte de valor “constante” anticipada solamente por ellos, reciben valores iguales; pero la relación entre la parte que representa la plusvalía y el valor de los medios de producción —que correspondería a la cuota capitalista de ganancia— es diferente para los dos. Sin embargo, ya que cada uno es resarcido en el cambio por ei valor cíe los medios” de producción, esa circunstancia es del todo indiferente, “El cambio de las mercancías por sus valores o aproximadamente por sus valores presupone, pues, una, fase mucho más baja que el cambio a base de los precios de producción, lo cual requiere un nivel bastante elevado en el desarrollo capitalista. [...] Prescindiendo de la dominación de los precios y del movimiento de éstos por la ley del valor, es, pues, absolutamente correcto considerar los valores de las mercancías, no sólo teóricamente sino históricamente, como el prius de los precios de producción. Esto se refiere a los regímenes en que los medios de producción pertenecen al obrero, situación que se da tanto en el mundo antiguo como en el manejo moderno respecto al labrador que cultive su propia tierra, y respecto al artesano. Coincide esto, además, con nuestro criterio expuesto anteriormente de que el desarrollo de los productos para convertirse en mercancías surge del intercambio entre diversas comunidades y no entre los individuos de la misma comunidad. Y lo que decimosde este primitivo estado de cosas es aplicable a estados posteriores basados en la esclavitud y en la servidumbre y a la organización gremial del artesanado, en la medida en que los medios de producción pertenecientes a una rama de producción determinada sólo pueden transferirse con dificultad de una esfera a otra y en que, por lo tanto, las diversas esferas de producción se comportan entre sí, dentro de ciertos límites, como si se tratase de países o colectividades comunistas extranjeros los unos a los otros” (II, pp. 219-220 [181-182]).
Ahora Böhm plantea gravísimas “objeciones internas y externas” contra estos razonamientos. Afirma en efecto que son internamente improbables y que también la experiencia atestigua en su contra. Para demostrar tal improbabilidad, Böhm transforma en cifras el ejemplo utilizado por Marx. Y lo hace de este modo: el trabajador I representa una rama de la producción que técnicamente requiere una cantidad relativamente grande de costosos medios de producción preparatorios, en cuya producción utiliza cinco años; se necesita emplear otro año para llevar a término el producto. Por tanto, él mismo fabricó sus medios de producción; por eso sólo después de seis años entra en posesión de la retribución por su trabajo. En cambio, el trabajador II después de sólo un mes llevó a término el producto terminado y por eso después de un mes recibe ya la retribución por su producto. Pero en la hipótesis de Marx no se considera en absoluto esta diferencia de tiempo en recibir la retribución, mientras que en cambio el retraso de un año en el pago del trabajo constituye también un hecho que debe ser compensado. En efecto, afirma Böhm, las distintas ramas de la producción no son de ningún modo accesibles a todos los productores por igual; las que requieren una mayor inversión de capital son accesibles a una minoría cada vez más reducida. Por ello, la oferta en estas últimas ramas sufre una cierta limitación, por la cual el precio de sus productos se aumenta por encima del nivel relativo respecto de esas ramas en las que se actúa sin la odiosa condición accesoria de la espera. El mismo Marx reconoció que en estos casos el cambio por los valores lleva a una desproporción. En su opinión, se manifiesta en el hecho de que la misma plusvalía se representa en desiguales cuotas de ganancia. Pero ahora surge un problema: ¿por qué no puede la concurrencia eliminar esta desigualdad, como ocurre en la sociedad capitalista? Marx responde que para los dos trabajadores lo esencial es recibir valores iguales por un mismo tiempo de trabajo, una vez deducido el valor del elemento constante anticipado, mientras que las diferencias de cuotas de ganancia son indiferentes para ellos así corno para los modernos asalariados es indiferente cuál sea la cuota de ganancia en que se expresa la cantidad de plusvalía que de ellos se extrae.
Pero para Böhm este paralelo es equivocado. En efecto, los trabajadores modernos no reciben la plusvalía mientras que los dos trabajadores del ejemplo la reciben. Por eso no es en absoluto indiferente la medida en la que se les asigna, si es de acuerdo con el trabajo proporcionado o con los medios de producción anticipados. La desigualdad de las cuotas de ganancia, por tanto, no puede estar motivada por el hecho de que el nivel de las cuotas de ganancia sea del todo indiferente para quienes participan en ellas.
Las últimas frases son un ejemplo típico del modo de polemizar de Böhm. Pasa totalmente por alto la argumentación real del adversario y presenta en cambio un ejemplo ilustrativo, que después él mismo interpreta falsamente, como una presunta demostración, para anunciar después triunfalmente que un ejemplo no es una demostración. La diferencia que aquí nos interesa se da entre la concurrencia precapitalista y la capitalista. La primera, dominando el mercado local, produce en el mismo un nivelamiento de los diferentes valores individuales a un solo valor comercial; la concurrencia capitalista provoca la transformación del valor en precio de producción. Pero esto le resulta posible sólo porque puede transferir a su placer capital y dinero de una esfera de, producción a otra; y esta transferencia se puede producir sólo si no es obstaculizada por impedimentos jurídicos y materiales; es decir —prescindiendo de circunstancias secundarias— cuando se haya instituido la libre circulación del capital y de los trabajadores. Esta concurrencia para las esferasde inversión es imposible en cambio en los estadios precapitalistas, y por eso es imposible también la nivelación de las diversas cuotas de ganancia. Estando planteadas así las cosas, ya que el trabajador que produce por su propia cuenta no puede cambiar a su gusto la esfera de producción, la diferencia de las cuotas de ganancia dada una masa igual de ganancia ( = plusvalía) es para él indiferente, así como para el asalariado es indiferente cuál sea la cuota de ganancia en que se expresa la plusvalía que se le extrae. En ambos casos, el tertium corporations es que lo que interesa a los trabajadores es la masa de plusvalía. En efecto, reciban o no plusvalía, en ambos casos deben producirla trabajando. Pero lo que les interesa es precisamente la duración de su trabajo. Si queremos expresarlo en cifras: supongamos que dos productores trabajan para sí; uno emplea medios de producción por valor de 20 marcos, el otro por 10 marcos, y cada uno agrega diariamente un nuevo valor = 20 marcos. El primero recibirá por su producto 40 marcos, el segundo 30; en el primer caso deberán ser reconvertidos en medios de producción 20 marcos, en el segundo 10, de modo que a los dos les quedaron 20 marcos. Ya que no pueden cambiar a su gusto la esfera de producción, la desigualdad de la cuota de ganancia es indiferente para ellos. De los 20 marcos que les pertenecen, diez representan la parte usada para los medios de subsistencia, por tanto —en términos capitalistas— su capital variable; los otros 10 constituyen la plusvalía. En cambio, para un capitalista moderno las cosas se producen de un modo completamente distinto: en la primera esfera, debe invertir su capital de 30 marcos en 20c + 10v, para obtener 10 m; en la segunda esfera debería invertir el mismo capital en 15c + 15v y obtener 15m. Ya que el capital puede transferirse a gasto, he aquí el verificarse de la concurrencia en las inversiones de capital hasta la igualación de las ganancias, lo que se produce cuando los precios no se fijan a 40 y 30, sino a 35 marcos para ambas esferas,
Pero la polémica de Böhm celebra su triunfo en la ilustración numérica del ejemplo que proporciona Marx. En esta ejemplifícación, la producción simple de mercancías, presupuesta por Marx, se transforma en un abrir y cerrar de ojos en producción capitalista. ¿De qué otro modo se puede interpretar el hecho de que Böhm provea a un trabajador de los medios de subsistencia para cuya producción fueron necesarios cinco años, mientras que los medios de producción del segundo están listos en un día? ¿No presupone esto acaso diferencias en la composición orgánica de los capitales, que a este nivel son, ya el producto del desarrollo capitalista? Los medios de producción de los artesanos que trabajan para sí, que presenta Marx, son instrumentos relativamente simples; no existe una gran diferencia de valores en las diversas esferas de producción. Cuando son instrumentos de cierta importancia (por ejemplo, batanes), pertenecen por lo común a la corporación o a la ciudad, y cada miembro de la corporación los utiliza de manera no relevante. En los estadios precapitalistas, el trabajo muerto tiene en general un papel menor que el trabajo vivo. Pero, aunque las diferencias existentes no sean de importancia, provocan no obstante cierta diferencia de las cuotas de ganancia., cuyo nivelamiento es impendido por las artificiosas barreras de que se circunda cada esfera de producción. Pero, cuando los medios de producción son mucho más importantes que el trabajo, se sustituye en seguida la empresa cooperativa, que se transforma rápidamente en empresa capitalista y obtiene por lo demás, de hecho o de derecho, una posición de monopolio (¡las minas!).
Además, Marx presupone trabajadores que cambian sus productos entre sí. Böhm lamenta la injusticia ínsita en el hecho de que uno de ellos después de haber trabajado durante seis años, reciba sólo el equivalente de su tiempo de trabajo y no se le agregue una indemnización por el período de espera. Pero si uno debió esperar seis años para la ganancia, el otro a su vez debió esperar otros seis para el producto; debió almacenar sus productos para poder cambiarlos, después de seis años, por el trabajo del primero finalmente terminado. No existe pues ningún motivo que justifique una retribución. En realidad, la afirmación de divergencias tan importantes en los períodos de transformación, es tan poco histórica como la afirmación respecto de la composición de los “capitales”.
Pero Böhm no se limita al Medioevo. Encuentra también en el “mundo moderno” condiciones que responden a la hipótesis de Marx. Tales condiciones se encuentran, como señaló el mismo Marx, en el campesino propietario de tierra o en el artesano. Éstos deberían por tanto obtener una entrada igual, sea que su capital invertido en medios de producción ascienda a los 10 florines o a 10.000 florines, mientras que la realidad es evidentemente muy distinta. ¡Lo es, por cierto! Y por otra, parte, Marx nunca afirmó que en el mundo “moderno” se puedan formar los precios por dos vías diferentes, según el producto sea fabricado por capitalistas o por artesanos. Por mundo “moderno” Marx no entiende aquí el mundo capitalista —lo que constituye un increíble equívoco de Böhm— sino el medieval en contraposición al antiguo, como surge de todo el contexto.
Pero Böhm también considera insostenible desde el punto de vista histórico la opinión de Marx sobre la formación de una cuota de ganancia igual, haciendo suya una objeción que expuso Sombart en su conocida crítica al tercer volumen. Sombart no encara mínimamente el problema de la validez de la ley del valor para los estadios precapitalistas; polemiza sólo contra la afirmación de que la igualación de la cuota de ganancia se produce a través del nivelamiento de las cuotas de plusvalía desiguales en principio, en el pasaje de la economía medieval a la capitalista. Al contrario, la preexistente cuota comercial de la ganancia constituye en su opinión, desde el comienzo, el punto de partida de la. concurrencia capitalista. Si ese punto de partida hubiese sido la plusvalía, el capitalismo hubiera podido apoderarse ante todo de la esfera en la que predomina el trabajo vivo y sólo después y gradualmente de las otras esferas, en la medida en que por el excesivo incremento de la producción en tales esferas hubieran caído los precios. En realidad, la producción se desarrolla precisamente en las esferas que tienen gran cantidad de capital constante, por ejemplo en la industria extractiva. El capital no hubiera tenido ningún motivo para transferirse a la esfera de la producción si no hubiese tenido la perspectiva de una “ganancia usual”, que existía en la ganancia comercial. El error, según Sombart, se puede demostrar de otro modo. Si en los comienzos de la producción capitalista se hubiesen obtenido ganancias exhorbitantes en las esferas en que predominaba el capital variable, ello presupondría que el capital hubiera considerado de pronto corno asalariada a la masa de los productores hasta entonces independientes, por ejemplo con una tasa de ganancia dividida en dos respecto de la anterior, y que hubiera percibido por entero la diferencia, correspondiendo los precios de las mercancías desde el principio, a los valores. En cambio, la producción capitalista comenzó primero con individuos descla- saclos en ramas de producción parcialmente nuevas, y al establecer los precios partió seguramente del empleo de capital.
En oposición con la tesis de Sombart, nosotros consideramos que el nívelamiento de las diversas cuotas de ganancia a una sola cuota de ganancia es en cambio producto de un largo proceso. Según Sombart. no se entiende qué hubiera podido inducir al capitalista a apoderarse de la producción si como industrial capitalista no hubiese tenido la posibilidad de obtener la misma ganancia que estaba habituado a incautarse como comerciante. Pero —y nos parece que Sombart no ve este punto—, pasando a ser industrial, al comienzo el comerciante no dejó de ser comerciante. Su capital invertido en exportación sigue siendo su interés principal; empleando un capital excedente —que no era muy grande dada la relativa escasez del capital constante— para producir por cuenta propia sus mercancías, obtiene en primer lugar la posibilidad de procurarse las mercancías necesarias con mayor regularidad y en mayor cantidad que antes, hecho que llega a ser muy importante dada la rapidísima expansión del mercado; en segundo lugar, realizó una ganancia extra, en tanto se apropió de una parte de la plusvalía de los artesanos transferidos por él a la nueva industria. Aunque la cuota de ganancia del capital que invierte en la industria era inferior a la de su capital comercial, la cuota total de ganancia fue superior. Pero su cuota industrial de ganancia aumentó rápidámente cuando, aplicando nuevas técnicas (cooperación, manufactura), produjo los artículos a precios inferiores que sus concurrentes, que debían cubrir entonces lo preciso con mercancías producidas artesanalmente. Después, la concurrencia obliga también a sus concurrentes a adoptar estos nuevos procedimientos y a dejar de servirsede productos artesanales. Cuando, con el progreso del capitalismo, la producción dejó de realizarse con la finalidad de la exportación, y el capitalista comenzó en cambio a conquistar el mercado interno, su ganancia estuvo determinada sobre todo por los siguientes momentos. Producía en un plano técnicamente superior, por ello con mejor mercado que los artesanos. En primer lugar, el valor comercial de los productos de éstos determinaba entonces los precios, y por eso el capitalista realizó plusvalía extra, por tanto, ganancias extra, tanto mayores cuanto mayor era su superioridad técnica. En segundo lugar, los privilegios jurídicos permitieron que la utilización de esta técnica más avanzada fuese por lo general monopolio de capitalistas individuales. Sólo cuando los monopolios cayeron y se eliminaron las restricciones para la transferibilidad de capitales y se suprimieron los vínculos de los trabajadores, fue posible la nivelación de las cuotas de ganancia, antes muy diferentes.
Ante todo, con la eliminación del artesano y el aumento de la concurrencia capitalista dentro de una misma rama de producción, se redujo la ganancia extra; de inmediato la libertad de circulación dentro de las esferas de producción provocó la nivelación a una ganancia media. La necesidad de surtidos más abundantes y más regulares creada por el crecimiento de los mercados, impulsa al capital comercial a poner sus manos también en la producción. En efecto, ésta se presenta como una ganancia extra, que puede realizar porque las mercancías producidas por él mismo son para él mejor mercado que las que adquiere a los artesanos independientes. Sucesivamente, la ganancia extra, realizada por el capitalista técnicamente más avanzado que se bate con el artesano por la conquista del mercado interno, se convierte en el aliciente que lo lleva a apoderarse, gracias al capital, de toda una esfera de la producción. La composición orgánica de este capital, cuya diversidad, tanto Böhm como Sombart subrayan con exceso en lo que respecta a los estadios precapitalistas, cumple en el susodicho proceso un papel menor.
Sólo donde los medios de producción tienen en realidad un gran peso, como en el sector minero, la gran preponderancia del capital constante constituye un impulso a la capitalización, cuyo estadio precedente lo constituye la empresa cooperativa. Estas empresas son por lo demás empresas monopolistas, cuya utilidad debe ser calculada en base a leyes particulares.
Pero, cuando la concurrencia capitalista realizó finalmente la cuota de ganancia igual, ésta se convierte también para las inversiones en ramas de producción de nueva creación en el punto de partida para los cálculos del capitalista. Aquí los precios en principio oscilaron en torno al precio de producción, cuyo logro hace que la respectiva rama de ía producción aparezca corno rentable. El capitalista, por así decirlo, fue al encuentro de la concurrencia hasta medio camino, en tanto él mismo pone corno reglamento la ganancia medía, y la concurrencia actúa sólo para que él no quede fuera de camino y no vaya más allá de la ganancia media durante un período muy largo.
Es claro, por lo demás, que la formación de los precios en la sociedad capitalista debe producirse de modo diferente que en las formas de sociedad basadas en la producción simple de mercancías. Nos ocuparemos ahora de los cambios en el carácter de la formación del precio, discutiendo el “cuarto argumento”. Böhm sigue así: según Marx, en un sistema económico más complejo, la ley del valor regula al menos de manera indirecta y en última instancia los precios de producción, en tanto el valor total de las mercancías, que se determina en base a la ley del valor, regula la plusvalía total y ésta a su vez regula la magnitud de la ganancia media y en consecuencia la cuota general de ganancia (III, p. 223). La ganancia media determina pues los precios de producción. Esto, asegura Böhm, es exacto desde el punto de vista de la teoría marxiana, pero no es completo. Por tanto, Böhm pasa a cumplir esta obra de “completamiento”: el precio de producción és igual, dice, al precio de costo más la ganancia media. El precio de costo de los medios de producción, a su vez, consta de dos componentes: el gasto en salarios y el gasto en medios de producción, cuyos valores ya se han transformado en precios de producción. Si se continúa con este análisis, se llega por último, así como por el natural price de Smith que Marx por lo demás identifica con el precio de producción, a la descomposición del precio de producción en dos componentes o causas determinantes [!]: una es la suma de todos los salarios pagados durante los diversos estadios de producción; que en conjunto representan el verdadero y propio precio de costo de la mercancía, y la otra es la suma de todas las ganancias calculadas sobre estos gastos en salarios. Por eso la ganancia media que se acumula con la producciónde ana mercancía es una de las causas determinantes del precio de producción. En lo que respecta a la otra causa determinante, los salarios, Marx no dice más aquí. Pero, evidentemente, afirma Böhm, la suma de los salarios pagados es el producto de la cantidad de trabajo empleado multiplicada por el nivel del salario. Ya que, según la ley del valor, las relaciones de cambio se determinan sólo por ía cantidad de trabajo consumido, y ya que Marx niega que el nivel del salario tenga alguna influencia sobre el valor de las mercancías, es por lo tanto igualmente evidente que de los dos componentes del factor “gastos salariales” sólo uno está en armonía con la ley del valor, o sea la cantidad de trabajo consumido, mientras en el segundo componente, el nivel del salario, un motivo determinante extraño a la ley del valor interviene junto a otras causas que determinan los precios de producción.
Es increíble el descaro con que Böhm deduce de los razonamientos de Marx precisamente lo que éste, expressis verbis, había señalado como la conclusión más burda y errada. Pero, dejemos que hable el mismo Marx: “El valor del producto-mercancías anual, exactamente lo mismo que el valor del producto-mercancías de una inversión concreta de capital y que el valor de toda mercancía determinada se reduce, pues, a dos partes de valor: una, A, que repone el valor del capital constante invertido; otra, B, que se traduce en las formas de salario, ganancia y renta del suelo. La segunda parte del valor, B, es antagónica de la primera, A, en el sentido de que ésta, en igualdad de circunstancias: 1) no reviste la forma propia de las rentas, 2) refluye siempre bajo la forma de capital y, concretamente, de capital constante. Pero, a su vez, la otra parte integrante, B, es antagónica consigo misma. La ganancia y la renta del suelo coinciden con el salario en que las tres son formas de las rentas. No obstante, se distinguen esencialmente en que la ganancia y la renta del suelo representan plusvalía y, por tanto, trabajo no retribuido, mientras que el salario representa trabajo pagado” (III, p, 954 [775-776]).
Refiriendo como una opinión de Marx “el increíble error de análisis que desde la época de A. Smith impregna toda la economía política”, Böhm comete un doble error. En primer lugar, prescinde del capital constante. Con independencia de todo lo demás, esto no está permitido en absoluto cuando uno se ocupa de la transformación del valor en precio de producción. En efecto, a los fines de tal transformación es decisiva la composición orgánica del capital, por tanto la proporción entre el capital constante y el variable. Prescindir del capital constante significa aquí prescindir de lo que tiene importancia, eliminar la posibilidad de comprender la formación del precio de producción. Pero tal vez sea peor el segundo error. Haciendo del capital variable y de la plusvalía, con Smith, “component parts” o, como él dice más suscintamente, “determinantes” del valor, Böhm invierte literalmente la teoría de Marx. En Marx el valor es el prius, el dato v y m son sólo partes, cuya magnitud está limitada por el nuevo valor agregado al trabajo muerto (c) determinado por la cantidad de trabajo. Qué parte de este valor nuevo, que se resuelve en v + m pero que no surge de ellos, corresponde a v y qué parte a m, lo decide precisamente el valor de la fuerza de trabajo que es igual al valor de los medios de subsistencia necesarios para su conservación, mientras que el remanente queda a disposición de m. Böhm quedó prisionero de la ilusión capitalista, para la cual el precio de costo es un factor constitutivo del valor o del precio. Pero, haciendo abstracción de c, se cierra por completo la posibilidad de comprender el proceso de formación del valor. No se advierte que en el producto la parte del precio de costo que representa el capital constante aparece reproducida con su valor no cambiado. Para la parte que representa v, las cosas se plantean de otro modo. El valor del capital variable está representado por los medios de subsistencia consumidos por el trabajador. Su valor es pues destruido. Pero el nuevo valor producido por los trabajadores pertenece al capitalista que reinvierte una parte de este nuevo valor en capital variable y le parece que lo reemplaza cada vez, así como otra parte del valor que él percibe reemplaza el capital constante, cuyo valor se transfirió efectivamente al producto. He ahí pues cancelada la distribución entre c y v, mistificado el proceso de formación del valor; el trabajo ya no aparece como fuente del valor, ya que el valor aparece en cambio formado por el precio de costo más un excedente del mismo que surge de algún lado. El "precio del trabajo” aparece así como el origen del precio del producto; en consecuencia todo el análisis termina en un círculo vicioso para explicar el precio en base al precio. En vez de concebir el valor como una magnitud que, de acuerdo con leyes precisas, se subdivide en dos partes, una de las cuales reemplaza el capital constante y la otra se convierte en renta (v + m), la renta misma se convierte en una parte constitutiva del precio, mientras se olvida el capital constante. Por tanto Marx afirma de modo explícito que sería erróneo “decir que el valor del salario, la cuota de ganancia y la cuota de la renta formen elementos autónomos constitutivos del valor, cuya composición daría origen al valor de la mercancía, hecha abstracción de la parte constitutiva constante; en otras palabras, sería un error decir que sean elementos constituyentes el valor de las mercancías o el precio de producción” (III, p. 970).
Pero si el salario no es una parte constitutiva del valor, es obvio que no ejerce influencia alguna sobre la magnitud del valor. Pero, ¿cómo es posible entonces que Böhm sostegan que influye sobre el valor de las mercancías? Para demostrar esa influencia, Böhm presenta dos cuadros: tres mercancías, A, B y C tienen al comienzo el mismo precio de producción, o sea 100, pero distinta composición orgánica del capital. El salario diario = 5; la cuota de plusvalía (m¹). = 100 %; dado un capital total = 1.500, la cuota media de ganancia (p¹) asciende por ello al 10 %:
Mercancia | Jornadas de trabajo |
Salarios | Capital invertido |
Ganancia media |
Precio de produccion |
A | 10 | 50 | 500 | 50 | 100 |
B | 6 | 30 | 700 | 70 | 100 |
C | 14 | 70 | 300 | 30 | 100 |
Total | 30 | 150 | 1.500 | 150 | 300 |
Si el salario sube de 5 a 6, de los 300, 180 corresponden abora al salario y 120 a la ganancia; p¹ es ahora el 8 %; de ese modo el cuadro se transforma como sigue:
Mercancia | Jornadas de trabajo |
Salarios | Capital invertido |
Ganancia media |
Precio de produccion |
A | 10 | 60 | 500 | 40 | 100 |
B | 6 | 36 | 700 | 56 | 92 |
C | 14 | 84 | 300 | 24 | 108 |
Total | 30 | 180 | 1.500 | 120 | 300 |
Los cuadros revelan en primer lugar que: en realidad no conocemos en absoluto la magnitud del capital constante invertido en cada una de las ramas, ni qué parte se transfiere al producto; sólo así Böhm llega a la conclusión que, aunque se baya invertido im capital constante importante, el mismo no reaparece en modo alguno en el producto y los precios de producción son iguales. Mucho menos se entiende cómo es posible que dado un capital igual, se paguen salarios más altos. Por lo demás, ese error no modifica en nada el resultado final, en tanto Böhm toma en cuenta la composición orgánica aunque de un modo incomprensible, calculando la ganancia sobre inversiones de capital de diferente importancia; su segundo error altera sólo las cifras absolutas pero no las relativas, ya que la cuota de ganancia disminuye mucho más de lo que considera Böhm, porque el capital total aumentó. Pero, el haber descuidado el capital constante hace imposible la comprensión del proceso efectivo. Si corregimos los cuadros de Böhm, esto es lo que resulta:
Mercancía | Capital total c + v |
c | v | m | p | Valor | Precio de producción |
A | 500 | 450 | 50 | 50 | 50 | 550 | 550 |
B | 700 | 670 | 30 | 30 | 70 | 730 | 770 |
C | 300 | 230 | 70 | 70 | 30 | 370 | 330 |
Total | 1.500 | 1.350 | 150 | 150 | 150 | 1.650 | 1.650 = 1.500 + 150 |
Consideramos a c totalmente consumido para no complicar inútilmente el cálculo. Si el salario sube ahora de 5 a 6, también el capital total aumenta de 1.500 a 1.530, porque v aumentó de 150 a 180; la plusvalía disminuye a 120, la cuota de plusvalía al 66,6 °/o y la cuota de ganancia al 7-8 %. El nuevo valor creado por los trabajadores permanece invariable, o sea 300. Pero cambió la composición orgánica del capital, por tanto, cambió el factor que tiene importancia decisiva para la transformación del valor en preciode producción.
Mercancía | Capital total c + v |
c | v | m | p | Valor | Precio de producción |
A | 510 | 450 | 60 | 40 | 40 | 550 | 550 |
B | 706 | 670 | 36 | 24 | 55 | 730 | 761 |
C | 314 | 230 | 84 | 56 | 25 | 370 | 339 |
Total | 1.530 | 1.350 | 180 | 120 | 120 | 1.650 | 1.650 |
El cuadro indica "Cómo influyen sobre los precios de producción las fluctuaciones generales de los salarios” (III, 1, cap. XI). Obtenemos las siguientes leyes: 1) en el caso de un capital de composición social media, el precio de producción de las mercancías permanece invariable; 2) en el caso de un capital de composición inferior, el precio de producción de las mercancías aumenta, pero no en la misma medida en que disminuye la ganancia; 3) en el caso de un capital de composición superior, el precio de producción de las mercancías disminuye, pero no en las mismas proporciones que la ganancia (III, 1, p. 181). ¿Qué surge de esto? Si creyéramos a Böhm, se demuestra que el aumento de los salarios, si permanece invariable la cantidad de trabajo, provocó un sensible desplazamiento de los precios de producción, inicialmente iguales. Este desplazamiento sólo es atribuible en parte a la cuota de ganancia que varió, no del todo por cierto, ya que en cambio, por ejemplo, el precio de producción aumentó, no obstante la caída de la cuota de ganancia. Así se establecería más allá de toda duda posible que la magnitud de los salarios constituye una causa determinante de los precios, cuya acción no se agota en la influencia que ejerce sobre la magnitud de la ganancia; en efecto, es cierto más bien que también ésta ejerce su propia influencia directa. Böhm considera pues haber tenido buenas razones para someter a un examen autónomo a este miembro de la serie de causas determinantes del precio, descuidado por Marx (¡Marx le dedica un capítulo íntegro!).
Vimos que se impulsó esta “autonomía” hasta el punto de hacer decir a Marx lo contrario de lo que opinaba. Veamos ahora hasta qué punto se aleja la autonomía de Böhm de las reglas de la lógica. El mismo cambio de la magnitud de los salarios en el primer caso deja la situación intacta, en el segundo caso provoca un aumento y en el tercero una caída del -precio. ¡Y Böhm pretende que eso signifique determinar el precio “de modo autónomo y directo”! Al contrario, los cuadros indican claramente que el salario no puede constituir ni un componente, ni un determinante del precio; al revés, el aumento de estos componentes debería hacer subir el precio y su disminución, bajarlo; del mismo modo, la ganancia media no constituye una magnitud autónoma que determina el precio, porque de distinto modo en todos los casos en que cayó la ganancia debería caer también el precio. Precisamente porque Böhm hizo abstracción de la parte constante del capital y por tanto, no tuvo en cuenta la composición orgánica del capital, le fue imposible explicar el procedimiento.
Por lo demás, el procedimiento en su totalidad no se puede entender desde el punto de vista del capital individual, punto de vísta que predomina, en cambio, si se concibe al salario como un componente autónomo del precio; en ese caso, no se logra entonces comprender que el capitalista nunca sea indemnizado en el precio por el aumento del salario, es decir por un gasto mayor del capital. Únicamente el nexo social cuya esencia fue descubierta por la ley del valor, puede explicar que una misma causa, o sea el aumento del salario, actúe de modos tan distintos sobre los capitales individuales, en proporción a su participación en el proceso de valorización del capital social. A su vez, esa participación en él proceso de valorización social está señalada sólo por su composición orgánica.
Pero, la relación cambiada de los capitales consiste en el hecho de que se alteró su participación en la producción de la plusvalía global; la plusvalía disminuyó; pero a esta disminución contribuyeron de distinto modo los distintos capitales, de acuerdo con la magnitud del trabajo que ponen en movimiento; sin embargo, ya que la plusvalía disminuida se debe repartir entre ellos del mismo modo, la modificación de su participación en la producción de plusvalía se debe expresar en una modificación de los precios. Por eso no es lícito estudiar los capitales individualmente, como hace Böhm; al contrario, es necesario aprehenderlos en su nexo social, es decir, como partes del capital social. Pero es posible comprender cuál es el papel que tienen en la producción del valor total del producto social, sólo si se examina su composición orgánica, la relación existente entre el trabajo muerto, cuyo valor sólo se transfiere, y el trabajo vivo, que crea valor nuevo cuyo índice es el capital variable. Hlacer abstracción de esta composición orgánica significa hacer abstracción del nexo social en el que se ubica el capital individual; imposibilita tanto la comprensión del proceso gracias al que se produce la transformación del valor en precio de producción, como la comprensión de las leyes que regulan las variaciones del precio de producción, que al principio son distintas de las leyes que regulan las variaciones del valor, pero en última instancia pueden ser siempre remitidas a las variaciones en las relaciones de valor.
“El precio de producción de las mercancías aumenta en el ejemplo II (C) y disminuye en el III (B); pues bien, esta acción contraria que ejerce la baja de la cuota de plusvalía o el alza general de los salarios revela que no puede tratarse aquí de una indemnización ofrecida en el precio para compensar la subida de los salarios, puesto que en el caso III es imposible que la baja del precio de producción indemnice al capitalista por la baja de la ganancia, y en el caso II el alza del precio no impide el descenso de la ganancia. Lejos de ello, en ambos casos, lo mismo cuando aumenta el precio de producción que cuando disminuye, la ganancia corresponde a la del capital medio, para el cual el precio de producción permanece invariable [...] De donde se deduce que sí el precio no aumentase en II y no disminuyese en III, II vendería por debajo y III por encima de la nueva ganancia media disminuida. Es evidente que si, a consecuencia del establecimiento de una cuota general de ganancia para los capitales de composición orgánica baja (en que v sea superior a la media), los valores se reducen al convertirse en precios de producción, se elevarán tratándose de capitales de composición orgánica alta” (III, pp. 247-248 [204]). La variación de los preciosde producción como consecuencia de un cambio en la magnitud de ios salarios aparece como un efecto directo de la nueva cuota media de ganancia. La formación de ésta, como vimos antes, es una consecuencia de la concurrencia capitalista. Por eso la polémica de Böhm no es feliz ante todo porque no apunta en absoluto al punto decisivo sino más bien a un fenómeno que aparece sólo como una consecuencia necesaria una vez que se haya verificado cierta premisa —la formación del precio cíe producción sobre la base de la cuota de ganancia igual.
El dominio que la ley del valor ejerce sobre los precios de producción no se modifica en absoluto por el hecho de que en el salario mismo, es decir, en la magnitud del capital variable a anticipar, se haya producido ya la formación del valor de los medios de subsistencia necesarios para el trabajador en su precio de producción. No se trata de querer demostrar la afirmación según la cual el precio de producción de una mercancía no es regulado por la ley del valor, afirmando lo mismo de otra mercancía, es decir, de la fuerza de trabajo. En efecto, la divergencia de la parte variable del capital se verifica exactamente según las mismas leyes que regulan las otras mercancías; bajo este aspecto, no subsiste diferencia alguna entre la parte variable del capital y la constante. Pero Böhm comete el error de distinguir una perturbación de la ley del valor en la divergencia del precio de la fuerza de trabajo de su valor, sólo porque hace del "valor de la fuerza de trabajo" una determinante del valor del producto. Pero esa divergencia ni siquiera altera la magnitud de la plusvalía total. En efecto, la plusvalía total, que es igual a la ganancia total y regula la cuota de ganancia, se calcula por el capital social, en el que desaparecen las divergencias de los precios de producción, respecto del valor.
Debemos finalmente discutir la última objección de Böhm. Afirma que, si bien según Marx la plusvalía total regula la cuota media de ganancia, ello constituye sólo una de las causas determinantes, mientras que la segunda, totalmente independiente de la primera y también de la ley del valor está constituida por la magnitud del capital existente en la sociedad. Prescindiendo del hecho de que Böhm asume aquí como dada la magnitud del capital social —cosa que presupone la ley del valor ya que se trata de determinar una magnitud de valor—, esa objeción ya fue explícitamente refutada por Marx: "La relación entre la suma de plusvalía adquirida y el capital total anticipado por la sociedad” varía. Ya que esa variación “no deriva en este caso de la cuota de plusvalía, debe provenir cíe! capital total, y precisamente de su piarte constante. La masa del capital constante, considerada desde un punto de vista técnico, aumenta o disminuye en relación con la fuerza de trabajo adquirida por el capital variable, y en consecuencia también la masade su valor aumenta o disminuye junto con su masa misma en relación a la masa del valor del capital variable. Sí el mismo trabajo pone en acción una cantidad mayor de capital constante, su productividad aumenta, mientras que disminuye en caso contrario. Se verifica una modificación de la productividad del trabajo y por esc debe manifestarse rara variación en el valor de ciertas mercancías” (III, p. 251). Es válida por tanto la siguiente ley: “Cuando el precio de producción de una mercancía, después de una variación de la cuota general de ganancia, se modifica, el valor de esta mercancía puede no sufrir variaciones de inmediato; no obstante debe manifestarse una modificación en el valor de otras mercancías” (III, p. 252).
El fenómeno de la variación del precio de producción demostró que los fenómenos de la sociedad capitalista no se pueden comprender si la mercancía o el capital se examinan aisladamente. Sólo la relación social que media entre ellos y sus modificaciones dominan y clarifican los movimientos de los capitales indivi- cuales, que son únicamente partes del capital social total. Pero el representantes de la escuela psicológica de la economía política no ve este nexo social; por tanto es inevitable que no logre comprender una teoría que tiende precisamente a descubrir el condicionamiento social de los fenómenos económicos, cuyo punto de partida está constituido por la sociedad y no por el individuo. Subordina permanentemente los conceptos y las expresiones de esa teoría a la propia mentalidad individualista, y llega así a contradicciones que atribuye a la teoría, mientras que sólo son imputables a su interpretación de la teoría misma.
En la polémica con Böhm podemos seguir paso a paso este constante quid pro quo. Para comenzar, Böhm entiende de modo totalmente subjetivo el concepto-base del sistema marxiano, o sea el concepto del trabajo que crea valor. Para él, trabajo es igual a “fatiga”. Naturalmente, poner el origen del valor en esta sensación desagradable lo lleva a ver en el valor sólo un hecho psicológico, y a hacer derivar el valor de las mercancías de la valoración del trabajo consumido para producirlo. Se trata, como se sabe, de la argumentación que A. Smith, quien prefiere constantemente el punto le vista subjetivo al objetivo, da a su teoría del valor cuando dice: “Cantidades iguales de trabajo deben tener siempre el mismo valor para el trabajador en todos los tiempos y en todos los lugares. En condiciones normales de salud, energía y actividad, y con el grado medio de habilidad que puede tener, el trabajador debe sacrificar siempre la misma porción de su descanso, de su libertad y de su felicidad”. Pero si el trabajo en tanto “fatiga” es el origen de la valoración, el “valor del trabajo” es una causa constitutiva o un “determinante”, como dice Böhm, del valor de la mercancía. Pero entonces no es necesariamente el único; junto al trabajo, y con los mismos derechos, aparecen como causas determinantes del valor toda una serie de otros factores, qus influyen en la valoración subjetiva del individuo. Si, por tanto, se identifica el valor de las mercancías con la valoración que de esas mercancías hacen los individuos, parece arbitrario considerar precisamente el trabajo como el único fundamento de tal valoración.
Desde el punto de vista subjetivo, sobre el que Böhm basa su crítica, la teoría del valor del trabajo aparece por tanto invalidada a priori. Pero, precisamente ese punto de vista impide que Böhm advierta que el concepto marxiano de trabajo es completamente opuesto al suyo. Ya en la Crítica de la economía política Marx precisó la contraposición con la concepción subjetivista de Smith, en cuanto dice que “confunde la nivelación objetiva que el proceso social impone entre los diferentes trabajos, con la equipación subjetiva de los trabajos individuales” (donde en vez de equiparación hubiera podido muy bien usar equivalencia). En realidad, para Marx no tiene importancia alguna la motivación individual de la valoración; sería absurdo en efecto, ubicar la “fatiga” corno medida del valor en la sociedad capitalista, porque los propietarios de los productos no se han fatigado en absoluto, mientras que sí se fatigaron los que los fabricaron pero no los poseen. En el concepto marxiano del trabajo creador de valor se cancela por completo toda referencia individual, el trabajo no aparece como una sensación agradable o desagradable sino como una magnitud objetiva, inherente a las mercancías, determinada por el grado de desarrollo de la fuerza productiva social. Así, mientras que para Böhm el trabajo es sólo uno de los factores de valoración de los individuos, en el examen de Marx el trabajo es el fundamento y el tejido conjuntivo de la sociedad humana; su grado de productividad y el método con que está organizado condicionan el modo de ser de toda la vida social. Puesto que al trabajo entendido en su determinación social, o sea como trabajo total de la sociedad del que cada trabajo individual es sólo una parte alícuota, se lo considera el principio del valor, los fenómenos económicos están sujetos a un conjunto de leyes objetivas, independientes de la voluntad del individuo y dominadas por nexos sociales. Bajo el velo de las categorías económicas existen pues relaciones sociales —relaciones de producción— que están mediadas por los bienes y que se reproducen a través de tal mediación, o bien se transforman gradualmente y requieren entonces un tipo distinto de mediación.
De este modo, la ley del valor se convierte en la ley del movimiento de una organización social dada basada en la producción de mercancías, porque en última instancia todas las modificaciones de la estructura social pueden ser referidas a modificaciones de las relaciones de producción, por tanto, a modificaciones del desarrollo de la productividad y de la organización del trabajo. Por eso, la economía política, en radical constraste con la escuela psicológica, es considerada parte de la ciencia social, y ésta, ciencia histórica. Böhm no advirtió esa oposición. En el curso de una polémica con Sombart, resuelve el problema en torno de si en la economía se justifica el método “subjetivo” o el “objetivo”, afirmando que ambos deben integrarse recíprocamente, ya que no se trata en absoluto de dos métodos distintos sino de dos concepciones diferentes de toda la vida social, una de las cuales excluye a la otra. Por este motivo, Böhm al llevar constantemente su polémica desde su punto de vista subjetivo-psicológico, descubre contradicciones con la teoría marxiana que sólo lo son para él porque las interpretó de manera subjetivista.
Si el trabajo es la única medida de la valoración y por tanto del valor, según esta concepción presa del subjetivismo es totalmente coherente que las mercancías se puedan cambiar sólo de acuerdo con la cantidadde trabajo igual contenida en ellas; por el contrario, en realidad no se comprendería por qué los individuos se dejarían inducir a abandonar su valoración. Si después los hechos no corresponden a estas premisas, la ley del valor pierde toda importancia y el trabajo se convierte sólo en una de las causas determinantes junto a otras. He aquí explicado el gran, peso que Böhm atribuye al hecho de que las mercancías no se cambien en razón a las cantidades iguales de trabajo. Parece necesariamente una contradicción si se concibe al valor no como una magnitud objetiva sino como el resultado de una motivación individual. En efecto, si el trabajo es la medida de mi valoración, seré inducido a cambiar mis bienes sólo si recibiese por ellos en cambio otros que me hubiesen costado por lo menos la misma cantidad de trabajo que si los hubiese fabricado yo. En efecto, una divergencia permanente de la relación de cambio —una vez aceptada la interpretación subjetivista de la ley del valor— es en sí una contradicción, una negación del significado (es decir, del significado subjetivista) de la ley del valor, que proporciona aquí los motivos del comportamiento económico del individuo.
Marx procede de otro modo. Que los bienes contegan trabajo, es una cualidad ínsita en los mismos; que sean intercambiables es una segunda cualidad, que depende sólo de la voluntad de su propietario y presupone únicamente que sean adecuados y enajenables. La relación entre la cantidad de trabajo y la relación de cambio se sustituye sólo cuando los bienes son producidos regularmente como mercancías —o sea como bienes destinados al cambio— por tanto, en un estadio determinado del desarrollo histórico. La relación cuantitativa en la que se cambian ahora depende por eso del tiempo de producción; a su vez, éste se determina por el grado de productividad social. De este modo, la relación de cambio pierde su carácter de causalidad, en dependencia sólo del humor de su propietario. Las condiciones sociales del trabajo constituyen un límite objetivo para el individuo, el nexo social domina la acción del individuo.
El modo del proceso social de producción determina a su vez el proceso social de distribución, que ya no es regulado conscientemente —como por ejemplo en una comunidad— sino que aparece como el resultado de los actos de cambio cumplidos por cada uno de los productores independientes, actos dominados por las leyes de la concurrencia.
La ley marxiana del valor parte del hecho de que las mercancías se cambian por sus valores, es decir, que las cantidades de trabajo que se contienen, en ellas son iguales. La igualdad de las cantidades de trabajo es sólo condición para que el cambio de mercancías se produzca según sus valores. Preso de su concepción subjetivista, Böhm confunde tal condición con una condición del cambio en general. Pero es evidente que el cambio de las mercancías por sus valores constituye por un lado sólo un punto de partida teórico para el análisis sucesivo, por otro, domina directamente una fase histórica, de la producción de mercancías, a la que corresponde un determinado tipo de concurrencia.
Pero, lo que efectivamente se realiza en la relación de cambio de las mercancías, que es sólo una expresión objetiva de las relaciones sociales de las personas, es la igualación de los agentes de producción. Puesto que en la producción simple de mercancías se contraponen trabajadores de la misma condición e independencia, que están en posesión de sus medios de producción, el cambio se realiza a precios que tienden a corresponder a los valores. Sólo así se puede conservar el mecanismo de la producción simple de mercancías y se pueden cumplir las condiciones necesarias para la reproducción de las relaciones de producción.
En esa sociedad, el producto del trabajo pertenece al trabajador: si mediante una divergencia constante —las divergencias casuales se compensan— le fuese sustituida una parte del producto del trabajo, y ésa le correspondiese a otro, cambiarían los fundamentos de esta sociedad; uno se convertiría en asalariado (de una industria nacional), el otro, en capitalista. En realidad, ésta es una de las formas de disolución de la producción simple de mercancías. Pero el hecho de que haya sido posible tal disolución presupone un cambio de las relaciones sociales, que por eso modifican también el cambio, que es expresión de las relaciones sociales.
En el proceso capitalista de cambio, que tiene como objetivo ia realización de plusvalía, se refleja una vez más la igualación de los sujetos económicos. Pero éstos ya no son los productores que trabajan para sí, sino los poseedores del capital. Su igualdad se expresa en el hecho de que el cambio es normal sólo si la ganancia es igual, o sea si es una ganancia media. El cambio que expresa la igualación de los poseedores de capital, está determinado naturalmente de diferente modo por el cambio que tiene como fundamento un gasto igual de trabajo. Pero como los fundamentos de ambas sociedades, o sea la división de la propiedad y la división del trabajo, son los mismos, como la sociedad capitalista sólo puede entenderse como una modificación superior de la primera, así también la ley del valor permanece inmutable en sus bases, y sólo su ejecución sufre ciertas modificaciones. Las mismas aparecen provocadas por el modo específico de la concurrencia capitalista, que realiza la igualación proporcional del capital. La participación en el producto global, cuyo valor sigue estando determinado directamente por la ley del valor, en un momento era proporcional al gasto de trabajo del individuo, ahora es proporcional al gasto de capital necesario para poner en marcha el trabajo.
Con ello se expresa la subordinación del trabajo al capital. Se presenta como una subordinación social, toda la sociedad se divide en capitalistas y trabajadores; los primeros son los poseedores del producto de los segundos, producto cuya magnitud, determinada por la ley del valor, se reparte entre los primeros. Éstos son libres e iguales; su igualdad se expresa en el precio de producción = k + p, donde p es proporcional a k. La condición de dependencia del trabajador resalta en cuanto aparece como una parte constitutiva de k junto con las máquinas, el aceite lubricante y las bestias de carga; adquiere valor para el capitalista en el momento en que dejó el mercado y entró a la fábrica a producir plusvalía. Sólo por un momento cumplió un papel en el mercado, cuando como concurrente vendía su fuerza de trabajo. Su breve esplendor en el mercado y su larga servidumbre en la fábrica demuestran la diferencia entre la igualdad jurídica y la económica, entre la igualdad que requiere la burguesía y la que requiere el proletariado.
El modo capitalista de producción —ésta es su importancia histórica y lo define como estadio preparatorio de la sociedad socialista— socializa al hombre en una medida muy superior a la de cualquier otro modo de producción anterior; es decir, hace depender su existencia individual de las relaciones sociales en las que se lo ubicó. Esto se produce en forma antagónica con la creación de las dos grandes clases, de rnodo tal que la prestación social de trabajo se convierte en función de una clase, el goce de los productosde este trabajo se convierte en función de la otra clase.
El individuo no se inserta de manera directa en la sociedad: su posición económica está determinada en cambio por su pertenencia a una clase. Como capitalista, el individuo existe sólo porque su clase se apropia del producto de la otra clase, y la parte que le corresponde se determina sólo por la plusvalía total, no por la plusvalía de la. que él se apropia individualmente.
Esta importancia de la clase hace de la ley del valor una ley social. Por eso la teoría del valor naufragaría sólo si tal ley no obtuviese confirmación en el campode la sociedad.
En la sociedad capitalista, el individuo se presenta como patrón o como esclavo, según esté inserto en una u otra de las dos grandes clases. La sociedad socialista lo libera porque suprime la forma antagónica de la sociedad y realiza de manera consciente y directa la socialización. Entonces el nexo social ya no aparece oculto tras misteriosas categorías económicas, que se presentan como cualidades naturales de las cosas, sino que aparece como el resultado libremente deseado de la colaboración entre los hombres. Entonces dejará de existir la economía en su forma actual para ser sustituida por una doctrina de la “riqueza de las naciones”.
La fuerza que realiza la transformación de los valores en precios de producción es la concurrencia. Pero se trata de una concurrencia capitalista. También para efectuar la venta a precios que oscilan en tomo al valor, es necesaria la concurrencia. En cambio en la producción simple de mercancías se tiene la recíproca concurrencia de las mercancías terminadas; la misma nivela los trabajos individuales a un valor comercial, corrigiendo de modo objetivo los errores subjetivos del individuo. Aquí entra en consideración la concurrencia de los capitales para las diferentes esferas de inversión, que crea la nivelación de las ganancias, una concurrencia que sólo puede llegar a ser eficaz después que se hayan removido los obstáculos jurídicos y prácticos que impidieron la libre circulación del capital y del trabajo. Si la diversidad siempre en aumento de la composición orgánica del capital y por canto la diferencia cada vez mayor entre las masasde plusvalía creadas directamente en cada una de las esferas de producción son sólo el resultado del desarrollo capitalista, este desarrollo crea después al mismo tiempo la posibilidad y la necesidad de anular las diferencias respecto del capital y de realizar la igualdad de los hombres en tanto poseedores de capital.
Vimos antes en base a qué leyes se cumple este nivelamíento. Vemos también que sólo en base a la ley del valor es posible determinar la magnitud de la ganancia total a distribuir en tanto igual a la plusvalía total, y por tanto determinar en qué medida el precio de producción difiere de su valor. Vimos entonces que las variaciones de los precios de producción deben siempre remitirse a variaciones del valor y pueden ser explicadas sólo refiriéndolas al mismo. Ahora nos interesa ver cómo también aquí la concepción subjetivista impide comprender el razonamiento de Marx.
Para Böhm, la concurrencia es sólo un nombre colectivo para definir todos los impulsos y los motivos psíquicos que mueven a las partes que actúan en el mercado y que de este modo influyen en la formación de los precios. Por ello, para tal concepción no tiene sentido alguno hablar de cobertura de la demanda y de la oferta en el sentido habitual, ya que siempre permanece insatisfecha una cantidad de necesidades; en efecto, a esta teoría no le interesa la demanda efectiva sino la demanda en genera], por lo que sigue siendo de todos modos un misterio de qué modo las opiniones y los deseos de quienes no pueden adquirir, pueden influir en los precios de compra. Si Marx se remite a la concurrencia, es decir a estos impulsos psíquicos, ¿no anula así la validez de su ley objetiva del valor?
La relación entre demanda y oferta determina el precio, por la magnitud del precio determina la relación entre demanda y oferta. Si la demanda crece, aumenta también el precio; pero si el precio aumenta la demanda disminuye y si el precio disminuye, aumenta la demanda. Además: si aumenta la demanda y por lo tanto sube el precio, aumenta también la oferta, la producción es ahora más conveniente. Así el precio determina demanda y oferta, y éstas a su vez determinan el precio; además la demanda determina la oferta y viceversa. Y todas estas oscilaciones tienen también por lo demás tendencia a nivelarse. Si la demanda aumenta, y por tanto, sube el precio por encimade su nivel normal, aumenta la oferta; fácilmente ese aumento llega a ser mayor de lo necesario, y entonces el precio desciende por debajo de la norma. ¿No existe entonces algún punto firme en esto desorden?
Böhm considera que demanda y oferta coinciden siempre, sea que el cambio se produzca a un precio normal o irregular. Pero, ¿qué es este precio normal? En base a la producción capitalista, el proceso de valorización del capital es condición para la producción. A fin de que el capitalista siga produciendo, debe poder vender la .mercancía a un precio que sea igual a su precio de costo más una ganancia media. Si el capitalista no puede realizar ese precio —el precio normal de la mercancía producida de modo capitalista—, el proceso de producción se detiene, la oferta disminuye basta un punto en que la relación entre la oferta y la demanda permita realizar ese precio. Por tanto la relación entre la demanda y el suministro deja de ser puramente casual y aparece dominada por el precio de producción, que constituye el centro en torno al que oscilan constantemente los precios comerciales con oscilaciones opuestas que por tanto a la larga se compensan. El precio de producción es así condición de la oferta, de la reproducción de las mercancía. Y no sólo de la reproducción de las mercancías. Por eso es necesario conseguir entre demanda y oferta una relación tal que el precio normal, el precio de producción, pueda realizarse, ya que sólo así el curso del modo capitalista de producción puede continuar sin perturbaciones, sólo así las condiciones sociales de un modo de producción cuyo motivo dominante es la necesidad de valorización del capital pueden reproducirse constantemente mediante el desarrollo del proceso de circulación.
A largo plazo, la relación entre demanda y oferta debe por eso ser tal que sea posible alcanzar este precio de producción determinado independientemente de tal relación, que aporta al capitalista el precio de costo junto con su ganancia, para realizar la cual él inició precisamente la producción. Entonces se habla de cobertura entre demanda y oferta.
Examinemos por otra parte la demanda; ésta “se halla esencialmente condicionada por la relación de las distintas clases entre sí por su respectiva posición económica; es decir, en primar lugar, por la proporción existente entre la plusvalía total y el salario y, en segundo lugar, por la proporción entre las diversas partes en que se descompone la plusvalía (ganancia, interés, renta del suelo, impuestos, etc.); por donde vuelve a demostrarse aquí que nada absolutamente puede explicarse por la relación entre la oferta y la demanda si no se expone previamente 3a base sobre la que descansa esta relación” (III, p. 224 [185-186]). Marx proporciona pues leyes objetivas, que se realizan a través de los “impulsos psíquicos” del individuo y lo dominan. La escuela psicológica puede intentar la explicación de un solo aspecto del problema, la demanda. Considera que encontró esa explicación una vez que clasificó las necesidades individuales que se presentan como demanda. No se advierte sin embargo que la presencia de una necesidad nada dice sobre la posiblidad de satisfacerla. Pero la posibilidad de satisfacerla no depende de la buena voluntad de la persona que siente esa necesidad sino de su poder económico, de la parte del producto social de que puede disponer, de la magnitud del equivalente que puede dar a cambio de productos que están en posesión de otras personas.
Considerando la fuerza productiva de la sociedad humana, en la determinada forma organizativa que la sociedad le confiere, como el concepto fundamental de su examen económico, Marx representa los fenómenos económicos y sus modificaciones en su desarrollo conforme a la ley, dominados de modo causal por las modificaciones de la fuerza productiva. Por tanto, según el método dialéctico, el desarrollo teórico sigue en todas partes paralelamente al histórico, en tanto el desarrollo de la fuerza productiva social en el sistema marxiano se presenta una vez en su realidad histórica y una segunda vez como reflejo teórico. Este paralelismo constituye precisamente la más rigurosa demostración empírica de la exactitud de la teoría. El punto de partida es necesariamente la forma mercancía; es la forma más simple que llega a ser el problema del examen económico, es decir, de un peculiar examen científico. En efecto, en la forma mercancía ya está presente esa apariencia que se deriva del hecho de que las relaciones sociales de los individuos asumen el aspecto de cualidades objetivas de las cosas. Precisamente esta apariencia objetiva mistifica los problemas económicos. Los caracteres sociales de los individuos aparecen como cualidades concretas de las cosas, así como las formas subjetivas de visión del hombre (tiempo y espacio) aparecen como cualidades objetivas de las cosas. Marx destruye tales apariencias, en tanto descubre las relaciones personales allí donde antes se veían relaciones individuales, y logra dar una explicación unitaria e irrefutable de los fenómenos, que la economía clásica no había sabido explicar. El fracaso de ésta era inevitable, porque había considerado las relaciones burguesas de producción como si fuesen naturales e inmutables. Demostrando en cambio que estas relaciones de producción están condicionadas históricamente, Marx pudo continuar el análisis allí donde los clásicos debieron interrumpirlo.
Pero la demostración de la transitoriedad histórica de las relaciones burguesas de producción significó que la economía política dejaba de ser una ciencia burguesa, y que se había fundado una ciencia proletaria.
Por tanto, ante los economistas burgueses se abrían dos caminos, si pretendían ser algo más que meros apologistas, a los que un eclecticismo acrítico debía proporcionarles inconsistentes puntales para sus sistemas armónicos. Podrían por tanto ignorar la teoría, tratando de poner en su lugar la historia de la economía, como hizo la escuela histórica en Alemania, limitada también en su campo específico por la falta de una concepción unitaria del devenir económico. La escuela psicológica de la economía política actuó de otro modo. Trató de llegar a una teoría del devenir económico excluyendo a la economía misma del propio campo de observación. En vez de la relación económica, social, eligió como punto de partida del propio sistema la relación individual entre el hombre y las cosas. Considera esta relación desde el punto de vista psicológico como natural y subordinada a leyes inmutables. Excluye las relaciones de producción en su determinación social, así como le es extraña la idea de un desarrollo del devenir económico que se desenvuelva según leyes precisas. Esta teoría económica equivale a la negación de la economía; la última respuesta de la economía burguesa al socialismo científico es la autodestrucción de la economía política.