Fecha: Marzo de 1983.
Fuente: Texto ubicado y digitalizado por el Centro de
Estudios Marxistas "Sarbelio Navarrete" (CEM); puesto en internet por
el Servicio Informativo Ecuménico y Popular
(SIEP), mayo de 2009.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de
2010. Al citar o reproducir el documento, aparte de marxists.org, favor de
mencionar al CEM y al SIEP como las fuentes originales de la versión digital.
Consideramos conveniente, antes de abordar el tema, referirnos brevemente a algunos antecedentes que están a la base de la explicación del viraje del Partido hacia la lucha armada, aun a riesgo de caer en la repetición de ciertos aspectos que ya hemos tratado en otras ocasiones.[1]
A partir de 1964, después de las reformas a la Ley Electoral, que permitieron la representación de las minorías en la Asamblea Legislativa, se abrió un período continuado de sucesivas elecciones que duró 13 años. En el comienzo de ese período, la lucha electoral llegó a tener un atractivo fuerte para el pueblo salvadoreño, especialmente después de que diputados de la oposición pudieron llegar a la Asamblea Legislativa y de que una considerable cantidad de Alcaldías y Consejos Municipales pasaron al control de la oposición por medio de las urnas. Se generó así un movimiento electoral fuerte: en él precisamente, creció el Partido Demócrata Cristiano; éste se había fundado en el año 1960 y se hizo partido con alta votación a partir de las reformas a la Ley Electoral y de su participación en las elecciones. Nosotros entramos en 1966 al proceso electoral, ante todo y sobre todo, para impedir que las masas fueran influidas profundamente por la burguesía, y para abrirle espacio en el terreno legal a la divulgación de nuestra línea por la Revolución Democrática Anti-Imperialista. En 1966-67, postulamos un candidato presidencial junto con otras fuerzas que conformaban—no orgánicamente pero sí de hecho— un frente democrático progresista antiimperialista. Puesto que el PCS había sido condenado a la ilegalidad y la persecución desde 1932, para tomar parte en las elecciones nos cubrimos, por decirlo así, con la legalidad de un partido que tenía un registro antiguo, pero que rara vez funcionaba o funcionaba muy débilmente; llegamos a acuerdos con los dirigentes de ese partido (el Partido Acción Renovadora –PAR-) y nos arropamos con su legalidad. Ese partido postuló como candidato presidencial al Dr. Fabio Castillo Figueroa, que hasta ese momento era Rector de la Universidad de El Salvador.
Efectivamente, la participación en la campaña electoral nos mostró que ello tenía virtudes: pudimos alcanzar una vinculación bastante activa con las masas de la ciudad y el campo, logramos el rescate de la clase obrera de San Salvador, Santa Ana y otras ciudades que en las elecciones de 1964, las primeras que se realizaron bajo el signo de la reforma electoral, había sido arrastrada por el encendido discurso de la “Revolución de los Pobres” al que entonces apelaba el Partido Demócrata Cristiano. Aquella gran movilización política fomentó la lucha reivindicativa de los trabajadores (obreros, maestros y otros), se desplegó el movimiento huelguístico (ausente desde 1964 por la represión). Así, la decisión que adoptó el PCS confirmaba su acierto en la práctica.
Inmediatamente después de aquellas elecciones presidenciales fue ilegalizado el PAR, pero nuestro Partido apoyándose en la voluntad de las masas congregadas por la campaña electoral reciente, encontró la manera de quedar presente en el terreno de la política legal: no disolvió los Comités del PAR que habían sido organizados en todo el país, mantuvo sus locales abiertos, siguió haciendo su trabajo e intentó varias veces legalizar otro partido. Estos intentos fueron rechazados, pero finalmente, en 1971 llegamos a un acuerdo con los dirigentes de un partido de nuevo registro llamado Unión Democrática Nacionalista (UDN) y volvimos a encontrar una cobertura legal, no sólo para nosotros sino también para algunos grupos y personalidades democráticas. A partir de allí fue posible la creación de la Unión Nacional Opositora (UNO), mediante un pacto político con el Partido Demócrata Cristiano y con el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), que es el partido que ya desde aquel tiempo encabeza el Dr. Guillermo Manuel Ungo, actualmente Presidente del Frente Democrático Revolucionario (FDR).
La dictadura militar alarmada por los resultados de las elecciones presidenciales de 1967 y por el creciente movimiento huelguístico, volvió a las prácticas represivas, comenzando así a rasgarse la imagen democrática que estrenó con la reforma electoral. Las confrontaciones de las masas con las fuerzas represivas se volvieron frecuentes y cada vez más graves; el fraude en las elecciones se hizo más y más descarado. Esta situación influyó en el PDC; sus bases se fueron radicalizando, no pocas veces comunistas y democristianos sufrimos juntos la persecución y la represión. Se produjo así el surgimiento de una corriente hacia la izquierda en la base y parte de los dirigentes del Partido Demócrata Cristiano, y sobre todo en su organización juvenil, de donde se promovieron algunos cuadros a la dirección del Partido. Todo esto en definitiva impuso la alianza con el PCS a pesar de que una parte de la dirección democristiana se oponía.
La formación de la UNO le dio al movimiento electoral popular una enorme envergadura, alcanzó la mayoría ya en febrero de 1972 en su primera participación electoral (las elecciones presidenciales de ese año), pero vino un burdo fraude en el escrutinio de los votos, contestado por un levantamiento fallido de un grupo de militares demócratas (25 de marzo). Se decretó el Estado de Sitio y por medio de la represión fue impuesto por la fuerza el candidato oficial. Sin embargo, continuamos participando en las elecciones: en las parlamentarias y municipales del año 1974, en las del mismo tipo el año 1976, pero a última hora nos retiramos de éstas porque los preparativos del fraude eran ya muy descarados y evidentes; a pesar de ello seguimos con la agitación y la propaganda hasta el último momento, denunciando esos manejos y, sobre todo, alertando al pueblo acerca del proceso de fascistización de la dictadura militar, el cual habiéndose iniciado a fines de 1974, entonces se profundizaba y aceleraba. La dictadura estaba prácticamente en un callejón con una sola salida: si respetaba de alguna manera las consultas electorales, perdería el control de la Asamblea Legislativa, del gobierno y de algunos otros escalones del poder. De esa manera, mantenerse en pie sólo le era posible incrementando ilimitadamente la represión y reorganizando el aparato estatal, deviniendo en dictadura fascista; y como el mando militar no podía deshacerse d e un tajo del procedimiento electoral, este necesariamente debía ser corrompido, convertido del todo en una grotesca simulación. Así exactamente ocurrió: la represión tomó más y más el carácter de matanza, los asesinatos políticos proliferaron, las capturas ilegales y los desaparecimientos se convirtieron en hechos cotidianos. La UNO decidió participar en las elecciones presidenciales de 1977; la campaña comenzó en los últimos meses de 1976 y esta vez su candidato fue un militar demócrata retirado. la UNO obtuvo una victoria más rotunda que la del año 1972 y de nuevo la dictadura manoseó los resultados.
Nosotros sabíamos que las elecciones no podían ser una vía al poder para las fuerzas democráticas y mucho menos para las fuerzas revolucionarias, antiimperialistas y eso era lo que predicábamos a las masas durante las campañas electorales, principalmente en aquella última; las alertábamos a no ilusionarse con las elecciones, a estar concientes de que este proceso iba a agotarse y que sería necesario pasar a formas de lucha superiores. Nos guiábamos así por la enseñanza leninista de llevar a las masas a hacer su propia experiencia; nosotros estábamos convencidos desde decenios atrás que este camino no conducía al poder, pero que había que convencer a las masas y las masas debían hacer para ello su propia experiencia, chocando con el aparato de la dictadura en el terreno electoral y en los otros terrenos de su lucha.
Las elecciones de 1977 trajeron en efecto el agotamiento real de las posibilidades del proceso electoral para las masas; es decir para las grandes masas trabajadoras de la ciudad y del campo y un amplio sector de las capas medias. Tras este final del proceso electoral, tras este agotamiento, vino el viraje de las masas en gran escala al apoyo y la incorporación a la lucha armada. Digo al apoyo, porque desde 1970 ya existían algunas organizaciones armadas en el país; una más que las otras había logrado ir conformando un movimiento de masas que ya a la altura de 1977 era grande, pero en general el movimiento armado no era todavía el movimiento que conducía a las grandes masas del pueblo, la UNO seguía siendo el frente tras el cual marchaban las mayorías; fue en febrero de 1977, cuando se agotó el proceso electoral y vino el viraje en gran escala de las amplias masas hacia la lucha armada. Ese momento lo habíamos previsto y cuando llegó, el PCS hizo un gran esfuerzo durante la semana siguiente a las elecciones (21 al 28 de febrero) para desarrollar la acción insurreccional de las masas: en San Salvador y en otras ciudades como Santa Ana -la segunda ciudad del país-, fueron realizadas por nosotros muchas acciones de lucha armada e insurrecionales que contaron con el apoyo de las masas. Decenas de miles de personas siguieron el llamamiento de la UNO de ocupar el centro de la ciudad, la Plaza Libertad; levantaron barricadas y llegaron a ocupar más o menos 16 manzanas durante varios días; permanecían allí, aunque había relevo espontáneo y constante; funcionaba una tribuna abierta permanente, desde la cual el propio candidato presidencial, el Coronel Claramount, los dirigentes de la UNO y oradores surgidos de la masa realizaban intervenciones continuas, cultivando la disposición combativa y orientando aquel movimiento. Mientras tanto, en el resto de la ciudad y en otras ciudades, pequeños grupos armados, fundamentalmente de la Juventud Comunista y del Partido, realizaban numerosas acciones armadas que contaron con un gran apoyo. La madrugada del 28 de febrero el ejército embistió el centro de la ciudad con una gran fuerza, realizó una matanza y desalojó la Plaza Libertad, pero las masas habían llegado a un nivel bastante alto de combatividad y durante todo aquel día y parte del día siguiente, conducidas por militantes de nuestro Partido y nuestra Juventud, realizaron en la parte céntrica de la capital muchas acciones de violencia contra edificios y transportes del gobierno, contra los periódicos de la oligarquía. Fueron acciones insurreccionales y fuertes enfrentamientos con las tropas de la dictadura, pero no llegó a desatarse una insurrección general, entre otras causas, porque nosotros no pudimos organizarla.
Cuando se agotó la posibilidad de conducción concreta del Partido, aquel movimiento insurreccional empezó a declinar, pero había quedado abierta para las grandes masas una puerta muy ancha hacia la lucha armada: el viraje de las masas hacia la lucha armada era irreversible.
En esas condiciones, la Comisión Política del PCS acordó realizar el viraje del Partido hacia la lucha armada. Esas fueron las condiciones en las que se produce el acuerdo, no durante el VII Congreso en 1979 sino en abril de 1977.
Como ya se dijo, la Comisión Política adoptó el acuerdo de realizar el viraje en aquel momento, después de los enfrentamientos de febrero y marzo de 1977. Al hacerlo así, la Comisión Política estaba aplicando la línea general del Partido, aprobada por sucesivos Congresos, según la cual la toma del poder por la vía armada era la más probable en nuestro país. Sin embargo, no pudimos hacer este viraje rápidamente; el esfuerzo para realizarlo nos costó dos años, dos años muy valiosos que retrasaron la incorporación práctica del Partido a la lucha armada y afectaron el desarrollo mismo del Partido. Tuvimos que enfrentar una serie de obstáculos; las decisiones de la Dirección y el apoyo a esas decisiones fue unánime, absolutamente nadie les hizo oposición, todo mundo recibió con entusiasmo lo que se había acordado y a pesar de eso no podíamos hacerlo realidad. Existían causas no conocidas que era necesario descubrir y la Dirección del Partido, desde la segunda mitad de 1978 en el proceso de la preparación del VII Congreso, realizó un gran esfuerzo para descubrirlas. Parecía que se trataba de simples faltas de eficacia, de descuido, etc. y así lo habíamos venido manejando; las orientaciones organizativas, como por ejemplo, la creación de los Grupos de Acción Revolucionaria (GAR) alrededor de las células del Partido y la Juventud, no caminó mucho durante aquellos dos años; nosotros pensamos que era falta de comprensión de la nuevas formas organizativas y que a eso se reducía todo. Pero en nuestra búsqueda descubrimos después un grupo de causas que eran en realidad las que estaban obstaculizando el viraje.
Si bien el Partido había acertado en el enunciado, aunque muy general y simple, de su tesis sobre la vía armada de la revolución, y tenía claro que el proceso electoral no conduciría al poder y lo estuvo predicando a las masas, también resultó que en el curso de los 11 años de participación electoral, el Partido adquirió ciertos rasgos ideológicos, ciertos hábitos, incluso cierto estilo que retrasaban la posibilidad de un viraje como el que debíamos realizar. Entre estos rasgos ideológicos habían no pocos ingredientes de reformismo. En el curso de estos 11 años más de una vez, tanto la Dirección del Partido, como la base nos ilusionamos sobre la posibilidad de alcanzar resultados mejores con el proceso electoral. Estos eran serios obstáculos ideológicos que debíamos remover.
En el marco de la UNO, el Partido jugó un papel muy importante en la elaboración de su programa, de su táctica y de la aplicación de la línea que se trazaba. En las campañas electorales el Partido desplegaba un gran dinamismo y como resultado de todo esto generamos no poca influencia en nuestros aliados, pero también -según lo demostraron los hechos- nuestros aliados habían generado influencia sobre nosotros.
Se habían ido configurando rasgos reformistas en el Partido, que se expresaron principalmente en el abandono durante esos 11 años, de los esfuerzos por parte de la Dirección del trabajo por desarrollar la violencia revolucionaria de las masas y en particular su autodefensa frente a la represión y la construcción de la fuerza armada del Partido. Esta conducta se trató de justificar con el argumento de la “prevención contra las provocaciones”. De hecho, este era un frenaje del surgimiento y desarrollo de la violencia popular, más aún, de la violencia revolucionaria armada y también una atrofia en la formación de la militancia del Partido y de la Juventud que cultivó en su estilo la prudencia, la precaución, la no violencia. Nunca nuestro Partido llegó a condenar la lucha armada, siempre mantuvo formalmente su formulación sobre la vía de la revolución, pero estas otras ideas y estilo se fueron colando, nos fueron influyendo y dieron sus resultados prácticos en contra del desarrollo de su trabajo militar.
En años anteriores a nuestra participación en las elecciones, el Partido había realizado trabajo en el terreno militar; allá por los años 1961 a 1963 no empeñamos en un esfuerzo notable por enrumbar hacia la lucha armada. Esa orientación contó con gran apoyo de masas, pero vino luego la corrección: el v Congreso del Partido, realizado en marzo de 1964, le puso fin a aquella línea de preparación para la lucha armada, enarbolando la bandera d que había que promover como prioritaria la “lucha de masas.”
En aquel tiempo nosotros veíamos una contradicción entre lucha de masas y lucha armada. Hay que recordar que entonces en América Latina campeaba la concepción del “foco guerrillero”, en la cual -por lo menos al inicio de las acciones guerrilleras- se prescindía de las masas y de las condiciones objetivas para la revolución, que se consideraban en lo fundamental maduras en casi toda América Latina y que en todo caso podían “crearse” por la actividad combativa del grupo armado inicial en la montaña. Las condiciones subjetivas, con mayor facilidad aun, serían también creadas por dicha actividad; después, en el proceso del desarrollo de la lucha armada, se multiplicarían las vinculaciones con las masas, la influencia sobre las masas, etc.
A pesar de que nuestro movimiento de aquel tiempo estaba verdaderamente arraigado en las masas trabajadoras más adelantadas, una parte de los cuadros responsables de nuestro trabajo sindical, apoyados por algunos compañeros de la Dirección, comenzaron a mirar la debilidad de los sindicatos -que en verdad tenía otras causas muy distintas y opuestas a ese alegato- como una consecuencia de la “perturbación” que provocaba entre las masas nuestra agitación por la lucha armada, promoviendo su falta de interés y de seguridad en los sindicatos, así como también a consecuencia de la “absorción” de la militancia partidaria en las tareas de preparación militar. Los que estábamos por la lucha armada no comprendíamos entonces la compleja y profunda vinculación de ésta con la lucha política, la vinculación existente entre las diversas formas de la lucha no armada de las masas y su lucha armada; incurríamos en una relativa unilateralidad, de manera que aquellos alegatos terminaron convenciéndonos y el V Congreso de hecho realizó un viraje, aunque mantuvo en la letra de sus documentos que “hasta donde se alcanza a ver, la vía de la revolución más probable será la lucha armada”, -esas eran las palabras-. Esta formulación se completaba con las consabidas advertencias de “estar preparados para pasar de una a otras formas de lucha” y saber “combinar las distintas formas, etc.” La verdad es que después del V Congreso vino un período de viraje hacia el economismo y el abandono de la lucha política en todas sus formas durante casi cuatro años, hasta el inicio de nuestra participación electoral. Se priorizó casi absolutamente el enfrentamiento de clases en la esfera de las relaciones económicas obrero-patronales, el movimiento sindical pasó a ser el centro principal de nuestra actuación, con breves coyunturas en las que el movimiento por la reforma y democratización de la Universidad le disputaba la prioridad. En 1966-67, como ya se dijo, entramos a la lucha electoral y volvimos así a la lucha política contra la dictadura militar de la oligarquía y el imperialismo yanqui, lucha que asumió las características, limitaciones y consecuencias ya mencionadas.
Como puede verse, no era difícil que el Partido absorbiera de sus aliados electorales aquellas dosis de reformismo, puesto que venía de un período de claro economismo y, como se sabe, entre economismo y reformismo hay una esencia común.
Estos problemas ideológicos eran un obstáculo para el viraje hacia la lucha armada en 1977-78. Primero que todo fue necesario tomar conciencia de ello y más aún, tomar conciencia de la responsabilidad que le correspondía a la Dirección del Partido en esos errores. Fue la propia Dirección del Partido la que inició con su autocrítica la corrección ideológica, hecho que en forma determinante aseguró que este proceso de rectificación se realizara rápidamente, sin ningún fraccionamiento en el Partido ni en la Juventud Comunista.
descubrimos también que en el terreno orgánico se alzaban otros obstáculos: el principal de ellos consistía en que los cuadros de Dirección Nacional e intermedia, los cuadros del partido en las organizaciones de masas, en fin, todo el conjunto de nuestros cuadros, excepto muy pocos. no tenían nociones, ni las más elementales, acerca de como organizar el paso a la lucha armada. No nos referimos tanto a nociones técnicas en él terreno militar sino a nociones de una concepción político-militar correcta y a nociones acerca de los pasos concretos que deben darse, de lo simple a lo complejo, para organizar la violencia armada de las masas y el viraje del Partido. De una u otra manera, por esta razón, seguía presente en el pensamiento de los cuadros, aunque no en forma expresa, la idea de la incompatibilidad de la lucha armada con las tareas de masas. Esto se expresaba, por ejemplo, en la resistencia, de una parte de los cuadros para aceptar que fueran desplazados activistas y cuadros de distintos frentes de masas hacia la preparación para la lucha armada, alegando de que esto desmejoraba, “dejaba abandonada una tarea vital”, etc. Estas opiniones se mantenían a pesar de que ya habíamos empezado a elaborar algunas ideas, si bien todavía elementales, pero correctas, acerca de cómo combinar unas formas de lucha con la otra, de como el Partido mismo debe participar, desde la base hasta la Dirección en la conducción de la lucha de masas, en organizar y orientar la combinación de unas y otras formas de la lucha armada y la lucha política.
Había pues un problema en la formación de los cuadros: no tenían formación para cumplir con las tesis de Lenin, según la cual el Partido debe estar preparado para pasar ágilmente de unas formas de lucha a otras y combinarlas. Habíamos repetido tantas veces aquella lección que creíamos comprenderla, pero la vida mostró que en realidad no la comprendíamos, no estábamos en condiciones de realizarla. Precisamos que la responsabilidad por la formación de los cuadros comunistas es una responsabilidad de la Dirección del Partido respectivo, pero también del movimiento comunista internacional en conjunto. Esta formación unilateral de nuestros cuadros era el origen de diversos obstáculos que se oponían a nuestro viraje en el terreno orgánico. Así pues, está claro que la formación unilateral de los cuadros era una manifestación de reformismo y economismo en las ideas y la línea del Partido.
Otro aspecto de este mismo problema de los obstáculos orgánicos, consistía en que mantuvimos por mucho tiempo una débil Comisión Militar del Comité Central, la cual supuestamente debía encargarse de preparar el aparato militar del Partido. Esta Comisión recibía muy poco apoyo y su trabajo era en extremo diminuto, Además, la orientación con que trabajaba la Comisión Militar era equivocada; si la Comisión hubiera tenido un buen desempeño, quizá nos hubiera llevado al fraccionamiento del Partido en aquel marco de su situación general, porque hubiera puesto en contradicción flagrante sus esfuerzos por cumplir ese aspecto de la línea, con todo el curso del desarrollo de la lucha real del Partido, del estilo de sus costumbres, estando como estaba encajonado unilateralmente en el terreno de la lucha economista y la lucha electoral, sobre todo en esta última. Tampoco era básicamente correcto el enfoque de que la preparación para la lucha armada y esta misma lucha son una tarea exclusiva de la Comisión Militar, en realidad es un problema de todo el Partido, desde su base hasta su dirección; si no se lo ve de ese modo no puede haber una conducción verdaderamente partidaria, verdaderamente leninista de esta forma de lucha, .no se puede asegurar que el Partido promueva, organice y dirija la lucha armada, construya y dirija su propia fuerza armada, promueva y combine la lucha armada con la lucha política. Este era otro problema orgánico que tenía connotaciones también ideológicas. Así pues, en el terreno orgánico cobraban vida también aquellas erróneas ideas del terreno teórico-ideológico. Para realizar el viraje era necesario resolver todos estos problemas y resolverlos de la mejor manera posible, conservando la unidad del Partido y cuidándonos de no dar un bandazo y salir de errores de derecha para caer en errores izquierdistas, en el sentido leninista.
Pudimos realizar el viraje porque pudimos resolver estos problemas, hicimos una corrección de nuestra línea, pusimos en la picota de la crítica y la autocrítica al reformismo. hicimos una corrección orgánica, llevamos a los cuadros los conocimientos militares y las concepciones político-militares victoriosas en la experiencia histórica internacional, incluyendo entre ellos cuadros de la Dirección misma. Algunos cuadros del Comité Central, de la Comisión Política del Partido y la Juventud Comunista recibieron incluso formación como oficiales; todo esto enriqueció el pensamiento de la dirección, su capacidad para llevar hasta el final este complejo viraje y para asumir progresivamente la conducción de la lucha armada del Partido, la construcción de su fuerza armada, su participación en la lucha política y diplomática, en pocas palabras, la conducción de la participación en la Guerra Popular Revolucionaria que se libraba ya entonces en El Salvador, aunque todavía en fases iniciales en cuanto a envergadura y desarrollo.
A partir del VII Congreso (celebrado en la clandestinidad en abril de 1979), que le dio cima a todo aquel esfuerzo autocrítico y crítico y puso en marcha la corrección en el curso de dos años y medio, toda la Comisión Política y más de tres cuartas partes del Comité Central adquirieron en regular grado de conocimientos militares, unidos a una práctica creciente en la conducción de la guerra, y un importante conocimiento de las experiencias de la Guerra Popular Revolucionaria en otras latitudes. Poco a poco, la Dirección en conjunto fue entrando en el terreno de dirigir la involucración y participación del Partido en la guerra de una manera concreta.
Cuando hablamos del involucramiento de todo el Partido en la guerra, no debe entenderse que todos los militantes del Partido pasan al aparato militar, o al revés, que no se necesite aparato militar, ejército, porque el Partido sustituye al ejército. No se trata de eso, la lucha armada es una expresión concreta de la violencia revolucionaria, la violencia revolucionaria es tal cuando es violencia de las masas mismas, dirigida contra los opresores y explotadores y en fin de cuentas, contra todo el sistema de la dominación imperialista sobre el país. La promoción, orientación y organización de la violencia de las masas es un asunto que corresponde al Partido en su conjunto, desde las células hasta la Dirección. Esto plantea el surgimiento de tareas diversas para todos los organismos.
Poco a poco el despliegue y la agudización de la lucha de clases conduce al momento en que aparecen o deben aparecer las primeras formas de la lucha armada, aunque todavía no aparece el ejército. Son por lo general formas de esta lucha que surgen en defensa de la lucha de masas en otros terrenos: por ejemplo en las condiciones de nuestro país, bajo la dictadura militar en trance de fascistización, llegó un momento en que los trabajadores no podían seguir adelante con sus luchas reivindicativas si no las defendían de la embestida de la represión cada vez más sangrienta; se planteó entonces la necesidad, comprendida por las masas, de la organización de formas nuevas de la lucha, de formas armadas de la lucha. El Partido debía responder a esta necesidad organizando estas formas nuevas, armadas, de manera que las masas pudieran realizar su auto-defensa. Nosotros lo hicimos, aunque bastante más tarde que otras organizaciones.
Para cumplir esta tarea el Partido se apoyó ante todo en sus células: ¿quién si no este organismo vivo que está organizado en el corazón de las masas, dentro de las fábricas, en los barrios y colonias de las ciudades, en los caseríos, en las haciendas, en las plantaciones; quién si no la célula es quien puede en el Partido cumplir esta tarea de organizar y conducir la auto-defensa de las masas? No necesita para ello convertirse la célula en una unidad militar, pero sí debía perfilarse como una unidad organizadora y conductora de la lucha político-militar. Aprendiendo de la experiencia internacional, orientamos a nuestras células a organizar alrededor suyo grupos secretos, eso que nosotros llamamos los GAR (Grupos de Acción Revolucionaria), compuestos por los mejores elementos que se van destacando de las masas, los más resueltos, los más combativos, los más honestos, aunque aun no estén maduros para ingresar a las filas de nuestro Partido.
Los GAR no son unidades militares propiamente tales; han sido y son un primer escalón en la construcción de la fuerza armada del Partido. Realizan tareas políticas y tareas militares, sin separarse de las organizaciones de masas a la que pertenecen. Examinemos el surgimiento de las tareas de los GAR, pongamos como ejemplo, en los sindicatos. La célula del Partido trabaja por el fortalecimiento del sindicato, promueve sus luchas-las huelgas digamos-difunde las orientaciones que el Partido entrega a las masas, como también trabaja en la organización de la autodefensa, desde las formas más elementales de la autodefensa ocasional: cada vez que hay una huelga se organizan piquetes, cada vez que hay una manifestación se organiza una guardia para proteger la seguridad de las masas en la marcha o grupos de vigilancia para proteger las asambleas o las reuniones de la Directiva del sindicato, etc.; todas estas son manifestaciones de la autodefensa ocasional que, dicho sea de paso, se practican en todos los países donde los sindicatos son instrumentos de la lucha de clase; pero al irse desarrollando la lucha, pronto queda en evidencia que no basta con la autodefensa ocasional, ya que el enemigo da una respuesta cada vez más contundente, persigue, atropella, asesina, utiliza la tortura, el crimen político, los “desaparecimientos”, etc. Entonces se vuelve necesario formar órganos más especializados y con carácter permanente que dominen mejor los métodos de la autodefensa y que estén vinculados a las masas. Pasamos así a un escalón nuevo que es la autodefensa permanente: los GAR son esto. Desde el punto de vista de sus tareas armadas son una forma orgánica de la autodefensa permanente, deben adiestrarse para cumplir esta misión, pero el GAR no deja de ser un organismo político de las masas mismas, un organismo organizador en el que se apoya la célula del Partido para fortalecer al sindicato, cohesionar sus filas y su pensamiento político, para organizar cada vez mejor sus luchas. Al mismo tiempo, los GAR son centros de formación política revolucionaria de sus miembros, son un conducto para la difusión de la línea del Partido y una fuente de reclutamiento de nuevos militantes suyos. La célula organiza en su derredor cuantos GAR pueda dirigir y debe por consiguiente aprender a dirigirlos política y militarmente, para lo cual debe recibir el adiestramiento en el nivel necesario. La célula aprende así a dominar los conocimientos militares y a dirigir política y militarmente, sin desnaturalizarse. El desarrollo de los acontecimientos conduce a la necesidad de ascender escalones superiores: surgen unidades guerrilleras que se dedican permanentemente al combate a las cuales es necesario darles una retaguardia, es decir un lugar en que puedan reagruparse, alimentarse, descansar, adiestrarse, curarse, prepararse, etc. y esa retaguardia (1) no puede existir si no es protegida por las masas, ni las guerrillas se pueden formar si no reciben el apoyo de las masas. Jamás tendrán suficientes combatientes si las masas no se los dan, no habrá reposición de los que caen si las masas no los aportan; las masas tienen que estar concientes, convencidos de esta necesidad y estrechamente vinculadas a esta tarea. Esta es una obra que le corresponde realizar al Partido vinculándose estrechamente y profundamente con ellas.
Esta tarea de organizar los organismos militares más desarrollados en el siguiente escalón no clausura el anterior escalón de la organización amplia de la auto-defensa, tanto de la auto-defensa ocasional como de la auto-defensa permanente; al contrario, de ahí es de donde surge la posibilidad de crear un ejército verdaderamente vinculado con las masas, que surge del corazón de las masas, que incorpora a las masas y que mantiene la vinculación con las masas, un ejército formado por combatientes seleccionados que han venido probándose en las tareas simples. Hay que decir por último, en relación con los GAR, que el desarrollo de la guerra les imprime un carácter cada vez más ofensivo y un nivel técnico-militar más alto; de modo que los GAR de hoy de hecho realizan tareas combativas similares a las de las guerrillas; son guerrillas secretas cuyos miembros combaten y trabajan, combaten y estudian, no se dedican pues a tiempo completo al combate y no necesitan territorios e infraestructuras urbanas complejas de retaguardia.
Corno es sabido, nuestro Partido se incorporó a la lucha armada cuando esta se encontraba en el umbral del despliegue de la guerra propiamente tal y cuando otras organizaciones revolucionarias habían avanzado considerablemente en la construcción de sus fuerzas armadas. A causa de ello tuvimos que andar a pasos largos y no siempre nos fue posible formar a nuestros combatientes siguiendo, uno a uno, los escalones que se han descrito. Una parte considerable de los combatientes, jefes y especialistas de las Fuerzas Armadas de Liberación, FAL, (brazo armado del Partido), salió directamente de las filas partidarias y de la Juventud Comunista, otra parte proviene de los GAR u otras modalidades de la organización miliciana (nombre más apropiado que autodefensa en el actual momento del desarrollo de la guerra), la cual nos esforzamos en construir en el campo y las ciudades.
Es oportuno decir que esta organización de autodefensa, debe armarse sola; no es que el Partido le entregue a cada uno de los miembros de estos grupos de autodefensa un arma, eso sería imposible; además sería una lección inadecuada. Si nosotros queremos mantener fresca la posibilidad de que las masas asuman la lucha armada en gran escala, no puede hacerse depender esta posibilidad de la esperanza de que el Partido o alguna otra fuente arme a las grandes masas; el principio fundamental y clave a este respecto es el de que “la auto-defensa (o la milicia) se arma sola” y el Partido enseña a las masas a armarse solas, es decir, a transformar en arma prácticamente todo lo que está a su alrededor, a usar los conocimientos técnicos de los trabajadores y de las capas medias en todo lo que puede ponerse al servicio de armarse y de arrebatarle al enemigo sus armas. Esta orientación desata una gran iniciativa creadora, orienta a estos primeros núcleos político-militares de la auto-defensa (o la milicia), en la dirección política y militar correcta para su desarrollo.
La célula del Partido es su eslabón más directo con las masas. Puede verse con claridad que no se trata de que la célula se transforme en unidad del ejército, ya que dejaría de cumplir las tareas partidarias vitales, sino de conducirlas a cumplir su papel de vanguardia en la nueva situación, en el nuevo nivel de desarrollo de la lucha de clases. Puede ver con toda claridad, pues, que no hay contradicción entre la lucha de masas y la lucha armada, entre la lucha política y la guerra; todo lo contrario, no puede oponerse una a la otra. En el momento en que se oponga una a la otra, bajo distintas formas, ya sea bajo la concepción del “foco guerrillero” o, al revés, alegando que las células del Partido no pueden ni deben asumir tareas político-militares porque “se militarizan” o que únicamente debe asumir estas tareas una parte y no todo el Partido; toda vez que se cometa este error, por vía izquierdista o por vía reformista, de derecha, entonces estaremos en presencia de la posibilidad de que surjan tendencias aventureras en el Partido, o de que los cuadros y organismos a los que se haya entregado la misión de organizar esta nueva forma de lucha, entren en conflicto con el resto del Partido con el riesgo del fraccionamiento; cosa que ha ocurrido en América Latina varias veces.
Tenemos que puntualizar que en estas experiencias se ha tenido en cuenta no únicamente la experiencia de nuestro Partido sino también la experiencia de otras organizaciones hermanas del FMLN; y que en muchos aspectos nosotros hemos aprendido de ellos. Estas experiencias claro está, no son comunes a todas las organizaciones hermanas, entre las que no había por cierto, una concepción absolutamente unánime, pero de una u otra manera, en unas más y en otras menos, esta es la experiencia que se ha vivido.
En lo que se refiere a como se combina la lucha armada de las masas con el Ejército Revolucionario una vez que este existe ya, debemos decir que son varias las formas: la autodefensa y las milicias, que es una organización de masas, no se clausura, no se suprime cuando surge el ejército revolucionario; al contrario, debe hacerse más amplia, continuar ensanchándose, porque de ello depende el crecimiento, la selectividad y eficacia del ejército: Cuanto más grande es la organización miliciana mejor combate el ejército, crece y se desarrolla más rápidamente y mejor.
Esta sería, digamos, la primera forma de incorporación de las masas a la lucha armada. La segunda forma de incorporación es el ejército mismo; nosotros creemos que el Ejército Revolucionario hay que verlo como una organización de masas, no solo hay que ver su aspecto militar, sino también el hecho de que allí se reúne un destacamento avanzado, consciente, de las masas y cuanto más grande es el ejército más adquiere ese carácter de una organización de masas, sin referirnos al hecho más profundo de que el ejército ha surgido de las masas y que sigue teniendo vínculos estrechos y sólidos con ellas. El ejército realiza no solo tareas militares, aunque la cuota de las tareas militares en esta organización de masas que se llama el Ejército Revolucionario es su trabajo y su función principal. A tal grado crecen las tareas militares combativas que se volvió imposible que sus integrantes continuaran empleados en la producción o en las oficinas o su estudio en las aulas universitarias o secundarias; ellos ahora forman parte de unidades que tienen una existencia permanente y que viven bajo una disciplina militar permanente, que tienen su retaguardia y dentro de ella sus propios campamentos militares o que en la ciudad, en las unidades de combate urbano que son más pequeñas, tienen también una existencia permanente como unidades militares, una infraestructura de retaguardia y sus miembros están permanentemente sujetos a estas actividades, a la disciplina y a las formas organizativas correspondientes. Pero todo esto no quiere decir que desaparezcan las tareas políticas para el ejército y sus componentes. El ejército es una organización de masas que realiza también tareas políticas: atiende la formación política de sus propios miembros, realiza con una orientación política y tras objetivos políticos sus relaciones con la población, tanto con las masas dentro de la retaguardia, como con las que habitan en otras zonas en las ciudades o en el campo, en el curso de sus desplazamientos o de los combates; el ejército realiza hacia las masas tareas de agitación y propaganda, tareas organizativas y, más todavía, el ejército también cumple aunque en menor escala, tareas de producción, con todo lo cual se vincula con las masas.
El Ejército Revolucionario no podría desarrollar su misión, no podría ni siquiera existir, si no se crean y desarrollan variados vínculos con las masas: las masas se incorporan a la guerra ayudando a su ejército con la producción de alimentos para su subsistencia; aunque el ejército realiza sus propias actividades productivas, el volumen principal de la producción corre a largo de las masas no participantes en sus filas.
Las redes de información son tanto más sólidas cuanto más encubiertas estén y son tanto más encubiertas cuanto más estén integradas por las masas mismas, por aquellos que viven desde hace mucho tiempo en esos lugares, que trabajan allí y que pueden defender por tanto su legalidad frente al enemigo. Así se pueden crear redes muy ramificadas que llegan hasta la puerta de los cuarteles enemigos y nos permiten conocer cada uno. de sus movimientos, descubrir sus intenciones operativas.
Las masas ayudan a su ejército y participan activamente en la guerra cumpliendo tareas logísticas diversas: transportación de medios de guerra, adquisición y transportación de otros materiales necesarios, alojamiento temporal de combatientes y cuadros, etc. Estas tareas de información y logística son tareas combativas de las masas no incluidas en las filas del ejército; pero ellas participan también en otras tareas de combate más directas, sus armas elementales van desde un simple instrumento de trabajo hasta trampas y bombas fabricadas por ellas mismas, a lo cual les enseñan las milicias. Las milicias participan en los combates, en las batallas complejas del Ejército Revolucionario contra el enemigo, reciben misiones que van inscritas dentro del plan que elabora la jefatura militar para una acción o para toda una campaña y las milicias entregan también misiones combativas a las masas fuera de sus filas; por ejemplo: un hombre solo, sin armasen el sentido técnico de la palabra, con un instrumento de trabajo como digamos un pico, puede cumplir una tarea combativa, si se le convence de ello, puede durante la profundidad de la noche en el lugar indicado y conveniente, abrir una zanja en la carretera que nos va a servir como parte de la preparación ingeniera para una acción contra el enemigo en una emboscada, y que nos va a servir como un obstáculo o una trampa para entretener a las fuerzas enemigas que se desplazaran por ese lugar, lo cual dará oportunidad de realizar un ataque más eficaz a las unidades milicianas o del ejército. esto nos lleva a otro aspecto de este mismo asunto de la incorporación de las masas en guerra: cuando hablamos de las careas combativas de las masas, no queremos decir que deban participar juntas muchas personas, ni siquiera es necesario en algunos casos que participen simultáneamente ; el ejemplo del hombre con un pico podría multiplicarse; niños, jóvenes, adultos de uno u otro sexo, individualmente o en pequeños grupos, participan en tareas de información, desinformando a las tropas enemigas o influyendo convenientemente a su familiar que pertenece a esas tropas, etc. Estos ejemplos son expresión de la actividad que las masas en combate, sublevadas, realizan y desarrollan crecientemente con creatividad.
En el curso mismo de la guerra y en dependencia de la modalidad operativa aplicada en el combate, el ejército revolucionario desarrolla vínculos indisolubles con las masas de manera muy concreta, que para la propia existencia del ejército son fundamentales. Desde el punto de vista de nuestra experiencia, resulta particularmente importante referirnos a los aspectos de fondo en cuanto a las etapas de la guerra, modalidades operativas y a las relaciones entre el ejército y las masas. El ejemplo de como hemos actuado frente a los operativos de limpieza del enemigo, que han venido cambiando en el curso de la guerra, podrá ilustrar acerca de las etapas de desarrollo de nuestro ejército y el papel de las masas en ese desarrollo a través de la construcción de su retaguardia.
En cuanto a la modalidad operativa que nosotros adoptamos ante los operativos de limpieza que el enemigo nos lanzaba inicialmente, han estado determinados por dos aspectos estratégicos: el primero de ellos tiene que ver con el hecho de si debemos o no aplicar una táctica operativa de la guerra de posiciones, si debemos defender a toda costa una posición en una etapa de la guerra en la cual el enemigo tiene superioridad sobre las fuerzas revolucionarias.
La respuesta es la misma en todas partes: no debemos hacer guerra de posiciones en tal situación y nosotros no la hemos hecho. La defensa de nuestras bases de apoyo o de nuestros frentes, se ha realizado en una línea operativa distinta. Cuando se intentó en algún caso seguir una línea operativa de defender posiciones se recibieron algunos reveses; pronto se aprendió. Los grandes cercos enemigos no se derrotaron manteniendo posiciones fijas, sino rompiéndolos, saliéndose de nuestro campamento, que destruyera nuestra infraestructura, sacando junto con nuestras fuerzas a la población que nos apoya, etc. Este último aspecto es una experiencia nuestra poco conocida, que está determinada por las características de nuestro país, por las fuertes vinculaciones de nuestras fuerzas armadas con la población, que son vinculaciones incluso familiares; por la densidad de población del país, por las condiciones geográficas, etc.; por todo eso hemos tenido que romper los cercos evacuando al mismo tiempo a gran cantidad de población; nuestros combatientes han tenido que maniobrar contra los cercos del enemigo y conducir al mismo tiempo a veces hasta más de diez mil personas entre adultos, ancianos, niños, con todas sus humildes pertenencias, incluyendo perros y otros animales domésticos. Entonces lo que se ha venido aplicando ha sido una línea táctica muy móvil que desgasta el enemigo y que no le permite quedarse en nuestra base porque si se va quedando en todas partes en donde lanza operativos, su tropa de operaciones la va convirtiendo en tropa de guarnición y con ello debilita su capacidad en las operaciones en los frentes de batalla. Al respecto, hay una ley general de toda guerra: la guerra la gana quien derrota las tropas de operaciones del enemigo, no a todo el ejército, sino a sus tropas de operaciones. Si el enemigo dejara tropas en todas partes, mientras nosotros nos vamos hacia otros puntos, entonces tales tropas van quedando fijadas en diferentes posiciones y muy dispersas, lo cual lógicamente no les favorece. De ahí porqué el enemigo no ha procedido de esa manera; ¿qué es lo que ha hecho?. En una primera etapa después de que nosotros rompíamos el cerco, lo eludíamos, nos trasladábamos a otro punto, le dábamos la vuelta, le aplicábamos acciones de hostigamiento, lo emboscábamos, etc.; entonces el enemigo trasladaba a los periodistas al lugar de los hechos a que constataran como habían “destruido” nuestros campamentos, lo que supuestamente nos recuperaban en armas, municiones y otros pertrechos de guerra y de esa manera construían la leyenda del supuesto triunfo obtenido sobre nuestras fuerzas; uno o dos días después iniciaba la retirada. Llegó a tal grado el dominio de parte nuestra de esta forma de operar del enemigo que ya a mediados de 1981 se daba el caso de que los combatientes no esperaban que el enemigo terminara de retirarse de las posiciones “tomadas”, sino que simultáneamente, mientras el enemigo bajaba, retornaban a la base por otras rutas perfectamente conocidas solo por nosotros. Es decir que inmediatamente que el enemigo terminaba de retirarse, volvíamos a tomar posesión no solo del terreno, sino que retornábamos de nuevo con la población, se reconstruía todo, etc. No aplicábamos, entonces, una guerra de posiciones, no teníamos porqué aplicarla y no debíamos hacerlo.
El otro aspecto de la táctica operativa ha estado relacionado con el problema de la defensa, consolidación y desarrollo de las Bases de Apoyo de la Revolución; es decir con la defensa, consolidación y desarrollo de la Retaguardia de la Guerra Popular Revolucionaria. Bien sabido es que en toda guerra la retaguardia está a la cabeza de los factores permanentes que deciden la victoria, de ahí el carácter estratégico de la construcción, defensa, consolidación y desarrollo de ella. La táctica operativa aplicada por nuestras fuerzas al enfrentarse a las invasiones del enemigo en nuestras zonas de control, ha ido cambiando según como se han ido desarrollando nuestras fuerzas y conforme a la respuesta a la necesidad estratégica de preservar a nuestra retaguardia. Por cierto tiempo estuvo predominando la siguiente modalidad operativa: el enemigo al dar inicio al cerco sobre uno de nuestros frentes empezaba concentrando fuerzas con todo el respaldo logístico en puntos aledaños o cercanos a nuestra base; luego de la preparación del fuego y distribución de las fuerzas, daba paso a la etapa del ablandamiento con fuego de artillería y de la aviación y hasta entonces iniciaba el avance de la infantería. Nosotros que ya contamos con fuerzas más grandes, más desarrolladas, con más capacidad de combate, podemos dejar una parte de las fuerzas en el campamento mientras otra parte de ellas se desplaza a atacar al enemigo cuando está empezando a establecer su posiciones, y entonces lo colocamos a la defensiva desde el inicio del operativo. Por eso es que las ofensivas enemigas las hemos podido convertir en contraofensivas nuestras; es decir que según es el grado de desarrollo de nuestras fuerzas, de su volumen de fuego, de su capacidad operativa, etc., se van desarrollando también las modalidades operativas que cada vez son más eficaces.
Pero ¿porqué defendemos con un método operativo o con otro las Bases de Apoyo de la Revolución?. Las defendemos porque son nuestra retaguardia y en el caso de nuestra experiencia, estos problemas tenemos que resolverlos en el curso mismo de la guerra popular. Al problema de la retaguardia está unido indisolublemente el problema de construir el Ejército Revolucionario. Una de las leyes de toda Guerra Popular Revolucionaria es la de que el Ejército Revolucionario solo se puede construir en el transcurso del desarrollo de la guerra revolucionaria; esta no es una ley de todas las guerras en general. Los ejércitos en las guerras entre Estados responden a otra ley; se forman fuera de la guerra y tiene asegurada desde el punto de partida la retaguardia; la retaguardia es el territorio de su país, su economía, su población, etc. El Ejército Revolucionario en cambio, tiene que formarse, construirse en el curso de la guerra revolucionaria por etapas que expresan en forma concreta esa ley. Comienzan con pequeñas unidades de combate, que por lo general están integradas casi totalmente por combatientes que todavía están incorporados a la producción, al estudio, etc., entonces su retaguardia es el lugar de trabajo, de empleo, de estudio. etc.; combaten y trabajan, combaten y estudian. Estas no son todavía fuerzas militares, están en un estadio de desarrollo que podríamos llamarlo paramilitar, pero la dinámica de la guerra impone pasar a otra etapa, ya que el mismo enemigo empuja ano quedarse en ese nivel. Entonces llega el momento en el que es necesario contar con unidades de combate integradas con combatientes dedicados a tiempo completo a las tareas militares. Desde el momento en que eso ocurre, como ya se mencionó, habrá que asegurarle a la unidad militar: comida, un lugar donde descansar, la salud de los combatientes, información permanente sobre el estado de la guerra y otro tipo de servicios de apoyo; entonces queda planteada la necesidad estratégica de construcción de la retaguardia.
Algunos movimientos revolucionarios que han tenido que librar una guerra revolucionaria lo han hecho en un contexto internacional en el cual han podido construir su retaguardia en un país vecino con un gobierno progresista o revolucionario, tal como ha ocurrido con cierta frecuencia en África. En Centroamérica se tuvo el caso de Costa Rica que, por lo menos en la fase final de la lucha, desempeñó el papel de retaguardia de la Revolución Popular Sandinista. En el caso nuestro, la situación se parece más bien a otras guerras; nosotros hemos tenido que construir nuestra retaguardia dentro de nuestro pequeño país; sin retaguardia no es posible avanzar en los siguientes pasos de la construcción del ejército revolucionario. La respuesta al problema de la construcción de las Bases de Apoyo de la Revolución, tiene que ser una respuesta popular-militar integral.
¿Qué es una Base de Apoyo de la Revolución? Es un territorio que reúne ciertas características topográficas que son útiles para el combate, aunque no sea esto lo decisivo; en donde se concentra parte de la población ganada para la revolución y en cuyo seno, en el interior de ese territorio se instalan campamentos con sus servicios indispensables para los combatientes; en donde se incorpora a la población a las tareas de apoyo al desarrollo de la guerra revolucionaria; en donde, en parte, la población nutre al ejército de combatientes para su crecimiento. Desde el punto de vista militar entonces, las Bases de Apoyo de la Revolución constituyen la retaguardia de la Guerra Popular revolucionaria.
Ahora bien, r una primera etapa del desarrollo de la guerra popular, nuestras unidades de combate no pueden retirarse mucho de la base de apoyo, porque después de su perímetro, en cuanto mas retirado, más fuerte es el dominio del enemigo en la zona; entonces nuestras unidades se ven obligadas a combatir en territorios muy cercanos a la base o incluso dentro de la base misma. Las unidades de combate tienen un cordón invisible que las ata a ese territorio; por ello no es casual que en lenguaje común de la guerra revolucionaria se le llama a esos territorios, no bases de apoyo ni retaguardia, sino frentes. En realidad, desde el punto de vista militar, retaguardia es una cosa y frente es otra; el frente es donde se combate, donde está el teatro de combates, y la retaguardia es el lugar donde la tropa descansa, donde tiene sus cuarteles, etc. En el período inicial de la guerra, por las razones ya expuestas, el frente se confunde con la retaguardia, está allí mismo donde está la retaguardia y allí llega el enemigo a imponerle el combate a nuestras tropas y estas no pueden salir a buscarlo lejos, porque al retirarse de su base de apoyo no tienen comida, no tienen información, el territorio está dominado por unidades del enemigo que lo conocen mejor y que las pueden entrampar y aniquilar. Resulta entonces que, en el espacio y en el tiempo, coincide por algún período más o menos largo, el frente con la retaguardia; por eso es que nosotros le hemos llamado a los frentes el Frente Sur, el Frente Suroriental, el Frente Morazán.
A estas alturas es inapropiado mantener esa caracterización, en el tiempo y el espacio, por el desarrollo de la guerra, ambos aspectos están claramente diferenciados. El desarrollo del ejército se expresa en el hecho de que sus operativos se realizan lejos del perímetro de la retaguardia. Por ejemplo, las fuerzas de Jucuarán, Morazán, Chalatenango, se han desplazado con frecuencia a combatir por varios días a distancia de más de 50 Kms. del perímetro de sus respectivas bases de apoyo, las unidades de combate se dislocan o desplazan a combatir hasta los frentes, distantes de las bases. la construcción de esas bases de apoyo, su ampliación y su multiplicación en el territorio nacional crea las condiciones para pasar a formar grandes unidades, ya no puramente guerrilleras, que pueden realizar una guerra móvil; ese ejército se puede mover de un punto a otro, ir a combatir lejos porque en todas partes donde llega hay comida, hay información, hay abastecimiento de todo tipo, hay sangre nueva de recambio, hay combatientes etc., y es entonces que se puede pasar a una etapa superior de desarrollo del ejército, a la fase de la guerra en movimiento. En algunos lugares más que en otros, empiezan a predominar las modalidades de la guerra de movimiento, que es ya una fase estratégica decisiva de la Guerra Popular Revolucionaria.
Por cierto que todo lo anteriormente mencionado, plantea otro tipo de tareas y de necesidades organizativas al Partido: los combatientes ,de las FAL no son todos miembros del PCS, la mayoría no lo son y queremos que esta relación se acreciente; pero en cada pelotón hay una célula del Partido que orienta, recluta y contribuye a asegurar la dirección de este sobre su fuerza armada. Hemos organizado también Comités intermedios de Dirección del Partido a nivel de campamento y de las unidades mayores, supeditados a los Comités. Regionales, a la Comisión Política y al Comité Central. Ha surgido así una nueva rama del PCS: la organización partidaria en su fuerza armada.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que por ejemplo, la célula del Partido es la que dirige al jefe militar en cada nivel de la estructura del ejército. Eso no puede ser puesto que en el ejército hay una disciplina distinta a la del Partido, en el ejército hay Mando Único, individual y una disciplina vertical que no se puede romper sin afectar la naturaleza misma del ejército y su eficacia; pero no entra en contradicción una cosa con la otra. El Partido dirige a la fuerza armada también en los escalones de las jefaturas militares y crea estructuras de relación entre la Dirección del Partido a todo nivel, con los correspondientes niveles de la jerarquía militar, los jefes son militantes del Partido. El Partido elabora la concepción político-militar de la guerra concreta que libra, elabora las ideas militares estratégicas, la orientación táctica fundamental para su ejército, incluso aprueba en sus líneas generales los planes de las campañas y de las acciones de guerra más importantes; los Comités Regionales hacen lo mismo en su nivel. Una vez que estas decisiones salen de la esfera del Partido y entran en la esfera del ejército, su ejecución no puede ser detenida por nadie, en el marco de la verticalidad y el mando único. La célula del Partido en el pelotón, cuando se reúne no está sujeta a la disciplina militar, sino a la partidaria; durante sus reuniones puede criticarse incluso a los jefes, que también forman parte de las células, aunque desde luego no deben convertirse en obstáculos para el ejercicio del mando militar, en clubs de discusiones que atrofien el carácter combativo del ejército. Las células en las FAL se esmeran por mejorar, elevar la calidad política y militar de sus unidades militares respectivas.
Durante los últimos meses han comenzado a realizarse, por decisión de la Comisión Política, asambleas de combatientes en las que participan todos, miembros y no miembros del Partido y los jefes militares respectivos. Estas asambleas no tienen periodicidad fija, se convocan cada vez que se considera necesario, especialmente para hacer el balance de acciones combativas importantes y en ellas está permitido expresar opiniones críticas.
En la estructura de las FAL existen también los Comisarios Políticos a nivel de todas las unidades, de la más pequeña hasta la más grande. Los Comisarios pertenecen a la estructura militar y no a la del Partido; los Comisarios son miembros del Partido. El Comisario Político se apoya en la actividad de la célula, las células se apoyan en la actividad de los comisarios y todos ellos aplican la línea y las orientaciones que traza el Partido. Los jefes militares de la FAL son miembros del Partido y por lo general miembros de sus organismos dirigentes al nivel correspondiente.
Así se aplica en nuestras condiciones el principio de que “el Partido dirige directa, total y absolutamente a su fuerza armada.”
Hemos hablado de la incorporación de las masas a la lucha armada, pero las masas apoyan esta lucha no solo incorporándose directamente a ella, sino también participando en las formas de lucha no armada que pueden promoverse aprovechando todas las posibilidades. La estrategia de la guerra popular revolucionaria, ,si se le quiere reducir al aspecto estratégico más fundamental, es la combinación de la lucha armada y de la lucha política entendiendo por esta todas las formas no armadas que se coordinan con el proceso único de la lucha por la revolución aunque su matiz político no se haga evidente. Los grados de esta combinación cambian según las condiciones concretas en qué se desarrolla la guerra en cada una de las áreas del país: hay zonas en donde el enemigo ejerce un fuerte control y allí la lucha no armada de las masas, sin matiz político hasta la lucha política propiamente tal, deben impulsarse prioritariamente, mientras la lucha armada tiene una cuota menor a cargo de unidades secretas de combate urbano; la organización del Partido debe ser muy clandestina y no hacer evidente su vinculación con las organizaciones de masas. Los errores en cada uno de estos aspectos nos han costado la vida de valiosos cuadros, insustituibles a corto plazo. En las zonas donde dominamos nosotros, las masas participan de un modo más abierto, se incorporan a la creación y desarrollo de los órganos emergentes de Poder Popular; una vez destruido el viejo poder en esas áreas, aunque sean pequeñas, surgen tareas que nosotros tenemos que asumir con las masas: tiene que guardarse el orden público (la delincuencia tiende a crecer cuando hay vacío d poder) tiene que atenderse la educación y la cultura de las masas ( campaña alfabetizadora fundamentalmente, promoción del arte popular y divulgación cultural) se tiene que atender la salud pública, debe organizarse y asegurarse la producción agropecuaria, de vestuario, etc. y lo que es decisivo y principal, debe asegurarse la defensa de la zona, tarea en la cual toman parte las masas mismas. Pero hay otras zonas que podríamos llamar intermedias, son las áreas en disputa entre el enemigo y nosotros. Allí también la lucha de masas adquiere diversas modalidades que guardan rigurosamente la legalidad frente al enemigo incluso aparentándole lealtad si ello fuera necesario, mientras existe clandestinamente la organización revolucionaria secreta de las masas, es decir las redes de información, los apoyos logísticos e incluso, en muchos casos, las guerrillas secretas (forma especial de las milicias). Como puede verse, la lucha, de masas se hace mucho más compleja; pudiera creerse que la guerra ahoga la lucha de masas; y hay quienes piensan de que en la lucha de nuestro partido ha desaparecido la lucha de masas, absorbida por la lucha militar. Esto no es cierto; lo que sí ha ocurrido es que hicieron crisis viejas formas, viejos métodos de la lucha de masas y debieron sustituirse por nuevos, en el curso de un proceso muy difícil y riesgoso, esta mutación aun no puede considerarse realizada, ni mucho menos y enfrentamos en ello no pocas dificultades.
Hay que enfatizar que este problema de la caída vertical del nivel de una forma de la lucha de masas se vivió no en todo el país, sino sobre todo en la capital y en otras ciudades importantes donde había un movimiento de masas intenso hasta 1980, pero está en marcha con éxito su reorganización; hay un proceso de adaptación y el movimiento de masas ha empezado a desarrollarse de nuevo. A tal grado han llegado las cosas, que el Partido ARENA, que es el partido de la gran burguesía que encabeza DAbuisson y que tiene toda la configuración de un partido fascista, ideológica y organizativamente, se ha visto en la necesidad de intentar la formación de sus propias organizaciones de masas, después de llegar a la conclusión de que es imposible suprimirlas. ARENA intenta sin éxito hasta hoy, crear su propia central de sindicatos, una organización juvenil y otra de mujeres. Nuestra posición frente a este trabajo organizativo de los fascistas es obstruir su progreso; penetrar las organizaciones o movimientos de masas que logren ellos crear, porque las masas son las masas siempre, su espíritu clasista se mantiene en el fondo y la lucha por impedir que caigan bajo el control ideológico y político de la burguesía, bajo cualquier manifestación político-ideológica de la burguesía, entre ellas el fascismo, es un deber irrenunciable de los comunistas.
Si fuera cierto que la lucha de masas desapareció en El Salvador, ¿cómo se puede explicar que en un país de 20.000 Kms. cuadrados, con 5 millones y medio de habitantes, donde hay pues 275 habitantes por Km. cuadrado, donde hay varios miles de poblaciones y caseríos, donde no hay montañas despobladas ni selvas, exista esa tremenda Guerra Popular Revolucionaria? ¿que allí mismo tengamos nosotros amplias zonas de control aproximándonos a que se conviertan en zonas1 liberadas; una retaguardia sólida, ya bastante segura en el norte y en el sur, en el centro y el oriente y, aunque menos desarrolladas, algunas bases en el occidente? Su existencia y desarrollo sería imposible sin el concurso de las masas, sin que nuestra guerra sea la guerra de las masas, la “guerra popular revolucionaria”, que no es una lucha en nombre de las masa en representación del pueblo, sino una lucha del pueblo mismo para alcanzar su victoria contra la dictadura, liberarse y abrir paso a la democracia y al progreso social.
En relación con este problema de la relación entre la lucha armada y la lucha política, ha surgido la preocupación acerca de la relación entre Guerra Popular Revolucionaria e Insurrección General Armada, y de si adoptar la Guerra Popular Revolucionaria significa abandonar la Insurrección General Armada como la vía más probable de la revolución.
Primero que todo hay que señalar que, en general, el movimiento comunista, particularmente el movimiento comunista latinoamericano, ha sido insurreccionalista; casi todos los partidos que hemos definido la vía armada como vía de la revolución, hemos identificado esa orientación, expresa o tácitamente, con la insurrección armada general. En esto, a nuestro juicio, actúa la influencia por lo menos de dos factores: uno es el ejemplo imperecedero de la Gran Revolución de Octubre; aunque claro está que aquella fue una insurrección realizada en determinadas condiciones históricas concretas y, según lo demuestra la experiencia internacional desde entonces, la insurrección de aquel tipo no tiene el carácter de una ley objetiva de validez universal. Junto con este, creemos también juega otro factor: hemos venido apreciando la insurrección -de modo expreso o tácito- como una puerta abierta a la participación de la clase obrera como tal, como clase, mientras que supuestamente la guerra no lo es, o no lo es tanto, teniendo en cuenta que el teatro de su desarrollo está prioritariamente en el campo y la clase obrera industrial se concentra en las ciudades. La mayoría de los partidos comunistas latinoamericanos, hemos adolecido de considerable debilidad entre las masas del campo, lo que acentúa nuestras reservas al respecto de la guerra popular revolucionaria. Situado desde la óptica de nuestras preocupaciones similares del pasado, nos hemos extendido bastante explicando como nosotros vemos y realizamos hoy la incorporación de las masas a la guerra, incluidas desde luego las masas obreras.
A este respecto conviene tener en cuenta dos cuestiones importantes: Primera: el hecho de que el teatro de la guerra sea principalmente el campo, no significa que ello excluye o minimiza la participación de la clase obrera, como tampoco de otras clases o capas urbanas. La experiencia de nuestra guerra popular es otra: en los frentes hay no pocos obreros, estudiantes, maestros, oficinistas, técnicos y profesionales en general. La proporción de los obreros en los frentes esta determinada por el grado de influencia d las organizaciones revolucionarias en la clase obrera y, por otra parte, los obreros revolucionarios son por lo general cuadros más desarrollados que los que proceden de las filas campesinas y pueden ejercer una influencia muy grande, aunque no sean a mayoría en las unidades militares. Asegurar esa calidad es asunto del Partido y de toda la organización revolucionaria comprometida con el socialismo. esta sin duda es una expresión concreta de la alianza obrero-campesina y forma parte de los esfuerzos por convertir al proletariado en la clase dirigente de la revolución.
Segunda: La mayoría de los países no capitalistas dependientes de América Latina, son países agrarios con una industria débilmente desarrollada. En la agricultura hay importantes ramas donde dominan las relaciones capitalistas de producción (cultivos de exportación, ganadería en muchos casos, etc.) y donde existe un desarrollo no despreciable de los instrumentos de trabajo, de la técnica y de las fuerzas productivas en general. En este sector capitalista de la agricultura hay un proletariado muy numeroso y, junto a él, una gran masa de campesinos pobres semi-proletarios que forman la mayoría de los trabajadores de temporada (siembras, cosechas, etc.). En nuestro país el proletariado y los campesinos semi-proletarios son la inmensa mayoría de la población rural y ellos forman también la mayoría de los integrantes de las fuerzas armadas de las cinco organizaciones miembros del FMLN, incluida desde luego las FAL del PCS.
Esta es una realidad a la que no puede darse la espalda; en este país se desarrolla nuestra revolución y el papel dirigente del proletariado no puede afianzarse sólo por los obreros de la industria, sino también, y sin falta, con la participación de las masas asalariadas del campo. Nuestro deber está en cultivar la conciencia revolucionaria de clase de este proletariado nuestro, tal como él es, y sería un error que miráramos todo esto a partir de un enfoque válido en países de mayor desarrollo capitalista.
Los comunistas no debemos perder de vista las posibilidades de desatar la insurrección y siempre que las condiciones objetivas se den, nuestro deber es organizar y encabezarla. pero aún en el caso de la revolución de Octubre el ajuste de cuentas al problema del poder no concluyó con el triunfo de la insurrección, vinieron casi inmediatamente tres años de disputa de la contrarrevolución por restaurar el viejo poder, por derribar el poder que estaba en manos del proletariado y su partido, y esos tres años de guerra civil en Rusia fueron a nuestro juicio parte integrante del proceso de la lucha por el poder y la defensa del poder, que son dos caras de la misma moneda.
Hay casos como el de Nicaragua en el que en el curso del desarrollo de la guerra popular revolucionaria surgieron, y maduraron las condiciones para la insurrección y se combinó la guerra con la insurrección de manera óptima. No se puede pensar en el triunfo de la Revolución Popular Sandinista si no se tienen en cuenta las insurrecciones de Managua, León, Masaya, y de varias otras ciudades. Tampoco se puede pensar en el triunfo de la Revolución Sandinista si no se tiene en cuenta la guerra de los años anteriores y la guerra en el Frente Sur durante los meses finales de la dictadura. Sin el Frente Sur las tropas élite de la guardia somocista se hubieran volcado sobre las ciudades y quizá hubieran podido aplastar la insurrección.
Entre guerra e insurrección hay mucha diferencia, pero en modo alguno insurrección y guerra están contrapuestas; el error del insurreccionalismo consiste en que absolutiza la insurrección y eso puede conducir al retraso de la revolución. Como es también un error absolutizar como vía la guerra y excluir por principio la insurrección, como se sostuvo por algún tiempo por una parte de los revolucionarios latinoamericanos. La Revolución Popular Sandinista es la superación practica de esa larga discusión teórica entre insurreccionalismo y guerra popular, pero tampoco su lección consiste en deducir la tesis de que “la guerra no puede alcanzar la victoria sin combinarse con la insurrección general.”
Este problema debe resolverse en concreto en cada caso, tomando rigurosamente en cuenta las condiciones en que una guerra popular determinada se desarrolla, sin prejuicios ni dogmas de ninguna clase.
Hay en efecto, casos en que la guerra se desarrolla y llega a la victoria sin que pueda combinarse con la insurrección. Nosotros apuntaríamos como ejemplo la Revolución Cubana, en donde la guerra triunfó sin que hubiera una insurrección armada; lo que hubo en Cuba, al final, fue una huelga de apoyo al llamamiento de Fidel desde la Sierra Maestra, para no permitir que se consolidara el llamado “gobierno provisional” que intentó organizar en las horas siguientes a la huida de Batista, encabezado por un coronel y que pretendía frustrar la victoria de la revolución; vino la huelga general y junto con ella la marcha triunfal del Ejército Rebelde. Muy difícilmente podía haberse desatado en aquel momento una insurrección armada en La Habana y otras ciudades importantes; hay que recordar que apenas en noviembre del año 58 se habían realizado, bajo Batista, unas elecciones generales con una alta concurrencia; las masas no podían pasar de esto rápidamente, en poco más de un mes, a la insurrección armada; pasaron sí a la huelga política general -hecho sin duda sorprendente-, bajo el entusiasmo fomentado por los golpes que el Ejército Rebelde propinó, de una manera desmoronante, sobre el ejército batistiano. Apenas ocho meses atrás, en abril de 1958, cuando todavía no se perfilaba la victoria militar revolucionaria, había fracasado la convocatoria a una huelga general. Esos son episodios en la historia de la revolución latinoamericana altamente significativos que permiten ahondar en la dialéctica de guerra popular e insurrección.
La estrategia óptima de la revolución, cuando se desarrolla ya la guerra popular, es la combinación de la guerra con la insurrección, y en tal caso, la insurrección tiene distintas manifestaciones: las simples sublevaciones en que no intervienen las armas, las airadas manifestaciones que acosan a los cabecillas del enemigo en una pequeña población, por ejemplo, las insurrecciones locales o parciales y la insurrección armada general Todas esas manifestaciones de la insurrección pueden y deben combinarse con la guerra, siempre, cuando y donde sea posible.
Nosotros ciertamente teníamos una concepción insurreccionalista unilateral, todavía en una de las Tesis del VII Congreso —que es el Congreso del viraje— al diseñar la concepción del Partido sobre la vía de la revolución, se habla de la insurrección y se minimizan las posibilidades de la guerra popular. La experiencia nuestra, a tres años y medio de realizado el Congreso, nos dice que debemos modificar esa tesis: ya no se trata. de una simple especulación teórica, se trata de que han transcurrido tres años en los que el Partido ha estado participando en la guerra y durante los cuales el FMLN ha intentado sin éxito desatar la insurrección en por lo menos dos oportunidades: el 10 de enero de 1981, junto con la ofensiva militar, el FMLN llamó a la huelga general política y a la insurrección armada general, pero no pudo realizarse. En marzo de 1982 también intentamos promover la insurrección de los barrios periféricos de San Salvador, frente a las elecciones a que convocó la Junta Militar-democristiana, sin tampoco lograrlo. Para promover la insurrección llevamos allí, desde el cerro del Guazapa, columnas guerrilleras conjuntas de varias organizaciones, entre las cuales se incluía un destacamento de las FAL.
Es que la insurrección tiene sus propias leyes, la primera de ellas la de que solo puede desatarse en una situación revolucionaria madura, cuando la actividad de las masas es muy alta y solo puede realizarse con éxito la insurrección si se apoya en el movimiento ascensional de las masas, particularmente de los trabajadores y en la actividad intensa, multiplicada, de la vanguardia. Estas son las enseñanzas de Lenin.
En El Salvador hay una situación revolucionaria, pero este aspecto suyo, el movimiento ascensional de las masas, entró en mengua, aunque ahora, como ya se dijo, comienza a reponerse. Hubo un momento en el que desde el punto de vista de la plena madurez de las condiciones objetivas, hubiera podido realizarse la insurrección. Esto ocurrió en los primeros meses de 1980, que fue cuando se produjeron las grandes manifestaciones de masas, los puntos pico del movimiento huelguístico de la clase obrera y los trabajadores del Estado en la capital y las principales ciudades, que se combinaba con el punto pico del movimiento del proletariado agropecuario por reivindicaciones económico-sociales y políticas, las tomas de tierra por las masas campesinas, sin contar otros movimientos de masas como el de los pobladores de tugurios, que ocupaban predios para levantar sus viviendas o resistían los desalojos. Todavía en junio de 1980 pudimos realizar una huelga general exitosa, pro ya la ola de masas decrecía bajo los golpes sanguinarios de la represión: se sucedía una matanza tras otra. pero entonces falló el factor subjetivo: la unidad de las fuerzas revolucionarias se había comenzado a lograr solo en diciembre de 1979 y abarcaba únicamente a tres de las cinco organizaciones que hoy forman el FMLN. Las líneas de estas tres organizaciones no eran todavía coincidentes en cuestiones fundamentales, como esta de la insurrección. Así pues, la vanguardia no tenía las posibilidades de promover y dirigir la insurrección, pasó el momento sin que lo hiciéramos.
¿Qué papel tendrá la insurrección en nuestra victoria? Nosotros no dejamos de imprimir una perspectiva insurreccional a nuestro trabajo de masas, tenemos bien abiertos los ojos ante la posibilidad de que surjan condiciones para combinar la insurrección general con la guerra y aprovecharemos toda posibilidad favorable; creemos que tal posibilidad puede surgir como consecuencia de grandes victorias militares que debilitarán mortalmente al enemigo y elevarán el entusiasmo combativo de las masas en la ciudad. Por lo demás las masas que están incorporadas a la guerra en los frentes y en las zonas en disputa, están ya insurreccionadas contra la dictadura fascista, se juegan la vida en esta lucha. Hoy el FMLN tiene más capacidad y experiencia para organizar la insurrección en las ciudades y conducirlas, pero lo que no puede cambiarse es el hecho de que la Guerra Popular Revolucionaria es ya la vía de la revolución en El Salvador, lo que había que modificar es la tesis del Partido a este respecto.
Por otra parte, está claro para nosotros que la guerra popular revolucionaria, que combina la lucha armada con la lucha política y la lucha diplomática, alcanzará la victoria; incluso si no surgiera la posibilidad de desatar la insurrección general; la victoria de demoraría, pero sería alcanzada.
Toda la lucha por la revolución, vista de conjunto en su función histórica, es un proceso ofensivo en continuo ascenso, y la esencia de este proceso es el desarrollo de la violencia revolucionaria. La violencia revolucionaria ofensiva es el contenido de todos los pasos hacia la revolución, desde las primeras reuniones pequeñas para fundar la vanguardia y las primeras organizaciones de masas bajo la conducción de esta, -aunque formalmente esas reuniones son muy pacíficas-, hasta las grandes acciones para tomar el poder por las fuerzas revolucionarias, porque su objetivo es, en fin de cuentas, derribar el poder de los explotadores y el dominio del imperialismo y abrir paso al socialismo. Este proceso de lucha por la revolución es expresión de la lucha de clases y avanza con el despliegue y la agudización de la lucha de clases. La violencia revolucionaria se acrecienta en respuesta a la violencia reaccionaria y llega el momento en que la violencia, que ha estado en el fondo desde el principio emerge como tal, como violencia de las masas y sobrepasa el lindero hacia la violencia armada. ¿Qué hacer en ese momento? ¿detener el ascenso de la lucha de clases a un nivel superior, negarse a organizar la violencia armada, en espera de que madure la situación revolucionaria para realizar la insurrección armada o avanzar paso a paso por el camino de la lucha armada, de la organización de la Fuerza Armada del Partido y llevar consecuentemente la conducción de este proceso, incluso sabiendo que desembocará en el despliegue de la Guerra Popular Revolucionaria y disponiéndonos a combinar con ella la insurrección, en dependencia de las condiciones concretas?
Nosotros estamos a favor de esta última respuesta; estamos convencidos que la primera, la de esperar a que sea posible la insurrección, aplaza indefinidamente la lucha por la toma del poder por vía revolucionaria, desgasta la autoridad del Partido, lo desnaturaliza, corroe su vanguardialidad y lo empuja en el reformismo.
Por otra parte, es profundamente equivocada la idea de que mientras no llega la posibilidad de la insurrección nos preparemos para ella, formando nuestra fuerza armada; como ya lo dijimos, es ley objetiva inviolable que la fuerza armada revolucionaria sólo puede construirse en el curso de la Guerra Popular Revolucionaria. Esta es una de las leyes específicas de esta clase de guerra, a diferencia de los ejércitos de los estado. que se forman durante la paz.
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[1] En nuestro artículo “El Poder, El Carácter y la vía de la Revolución y la Unidad de la Izquierda”, aparecido en el No. 4 de la Revista Fundamentos y Perspectivas, abordamos tales aspectos.