Publicado por vez primera: En
E. Fischer, Von der Notwedigkeit der Kunst, Verlag der Kunst, Dresder, 1959.
Apareco luego en inglés, en E. Fischer, The Necessity of Art. A Marxist
Approach, 1963.
Traducción al castellano: Por Luis Salvatierra, desde
el inglés.
Edición en marxists.org: Febrero, 2018.
El arte es casi tan viejo como la humanidad. Es una forma de trabajo que es específica de la humanidad. Marx la definió en estos términos:
“El proceso laboral es... actividad con un propósito... para la adaptación de sustancias naturales a las necesidades humanas; es la condición general necesaria para realizar un intercambio de materiales entre hombre y naturaleza; es la condición perpetuamente impuesta por la naturaleza sobre la vida humana y es por tanto independiente de la forma humana de vida –o, en otras palabras, es común a todas las formas sociales.”[1]
La humanidad toma posesión de la naturaleza transformándola. El trabajo es la transformación de lo natural. La humanidad también sueña con hacer magia sobre la naturaleza, de ser capaz de cambiar los objetos y darle una nueva forma por medios mágicos. En la imaginación, esto es el equivalente de lo que significa el trabajo en realidad. El hombre es, desde sus inicios, un mago.
El hombre se hizo humano por medio de las herramientas. Se hizo, o se produjo, a sí mismo por medio de hacer o producir herramientas. La pregunta de quién existió primero –el hombre o la herramienta – es, por tanto, académico. No hay herramienta sin humanidad y no hay humanidad sin herramienta; nacieron simultáneamente y están indisolublemente ligados el uno al otro. Un organismo que relativamente está altamente desarrollado se hizo hombre al trabajar con objetos naturales. Al enfrentarse a tal tarea, los objetos se transformaron en herramientas. He aquí otra definición de Marx:
El instrumento de trabajo es una cosa, o un complejo de cosas, que el trabajador interpone entre él y el objeto de su trabajo y que sirve de conductor de su actividad. Hace uso de las propiedades mecánicas, físicas y químicas de las cosas como medios para ejercer poder sobre otras cosas y para hacer que esas otras cosas queden al servicio de sus objetivos. Sin considerar la recolección de los medios que ya están listos para la subsistencia como instrumento de trabajo, el instrumento del que el trabajador tomo control directo no es el sujeto del trabajo sino el instrumento del trabajo. Por tanto, la naturaleza llega a ser el instrumento de sus actividades, un instrumento con el que suplementa sus propios órganos corporales, agregando un codo y más a su estatura, ignorando las escrituras... El uso y fabricación de instrumentos de trabajo , aunque se haya encontrado sus comienzos entre ciertas especies animales, es específicamente característico del proceso laboral humano y por esa razón Benjamín Franklin definió al hombre como ‘animal que hace herramientas’[2].
El ser anterior al humano que se desarrolló en hombre fue capaz de tal desarrollo porque tuvo un órgano especial, la mano, con la que pudo agarrar y sujetar objetos. La mano es el órgano esencial de cultura, el iniciador de la humanización. Esto no significa que la mano fue lo único que hizo al hombre: la naturaleza y especialmente la naturaleza orgánica no permite secuencias tan simples y unilaterales de causa y efecto. Un sistema de relaciones complicadas –una nueva cualidad- siempre nace de un conjunto de efectos recíprocos. El paso de ciertos organismos biológicos a la etapa arbórea, que favoreció tal como lo hizo al desarrollo de la visión a costo del sentido del olfato, el encogimiento del hocico, que facilitó un cambio en la posición de los ojos; la necesidad que la criatura tenía de mirar en todas las direcciones ahora que estaba equipada con un sentido más preciso de la visión y la posición erecta del cuerpo condicionada por ello; la libertad de las extremidades superiores y el agrandamiento del cerebro gracias a la postura erecta del cuerpo; los cambios en la comida y otras circunstancias actuaron en conjunto para crear las condiciones necesarias para que el hombre llegar a ser humano. Pero el órgano decisivo fue la mano. Tomás de Aquino ya sabía del significado único de la mano, aquel organum organorum y lo expresó en su definición de hombre: '¡Habet homo rationem et manum!’ Y es verdad que la mano liberó el racionamiento humano y creo la conciencia humana.
Gordon Childe asevera en The Story of Tools[3]:
“Los hombres hacen herramientas porque sus pies anteriores se transformaron en manos, porque al mirar el mismo objeto con ambos ojos ellos pueden juzgar las distancias muy exactamente y porque un sistema nervioso delicado y un cerebro complicado les permite el control de los movimientos de la mano y del brazo en acuerdo preciso con y según lo que ven ambos ojos. Pero los hombres no saben instintivamente cómo hacer herramientas no cómo usarlas; deben aprender por medio de la experimentación –al intentar y errar.”
Un sistema completamente nuevo de relaciones entre una especie y el resto del mundo nació por medio del uso de herramientas. En el proceso de trabajo, la relación natural de causa y efecto fue, como si fuera, revertido; el efecto anticipado, antevisto, llegó a ser, como ‘propósito’, el legislador del proceso laboral. Esa relación entre acontecimientos que, como problema de ‘finalidad’ o de ‘causa final’, ha llevado a muchos filósofos a la distracción, se desarrolló como una característica humana especial. ¿Pero cuál es este problema? Permítaseme citar una vez más una de las definiciones más claras de Marx:
“Debemos considerar el trabajo en una forma especial de la especie humana. Una araña hace operaciones parecidas a la de una tejedora; y muchos arquitectos humanos ponen en vergüenza las destrezas con las que una abeja construye su celda. Pero lo que distingue desde el principio al arquitecto más incompetente de la mejor de las abejas es que el arquitecto ha construido una celda mentalmente antes de que la construyera en cera. El proceso laboral termina en la creación de algo que ya existe en la imaginación del trabajador, que ya existe en forma ideal. Lo que pasa no es meramente es que el trabajador crea un cambio de forma en los objetos naturales sino que, al mismo tiempo, en la naturaleza que existe separada de aquel, él materializa sus propios propósitos, el propósito que rige sus actividades, el propósito que tiene que subordinar a sus propios deseos.”
Esta es una definición de la naturaleza de su trabajo al tiempo que ha logrado el estado completamente desarrollado, completamente humanos. Pero se hubo tenido que viajar una gran distancia antes de esta forma final de trabajo y, por tanto, la humanización final del ser pre-humano se logró. La acción determinada por el propósito –y de esto viene el nacimiento de la mente, el nacimiento de la conciencia como la creación primaria del hombre- fue el resultado de un proceso largo y laborioso. La existencia conciente significa acción conciente. La existencia original del hombre fue la de un mamífero. El hombre es un mamífero, pero comienza a hacer algo diferente de todos los otros mamíferos. El animal, también, actúa de la ‘experiencia’, lo que significa de un sistema de reflejos condicionados; eso es lo que llamamos ‘instinto’ en el animal. El organismo que se desarrolló en hombre adquirió un nuevo tipo de experiencia que tendió hacia un punto cúlmine por insignificante que haya parecido en su comienzo: la experiencia que la naturaleza puede ser usada como medio para lograr los propósitos humanos. Cada organismo biológico está en un estado de metabolismo con el mundo que los rodea – continuamente da y recibe a y desde aquel mundo. Pero este tomar siempre es directo, sin intermediario. El trabajo humano solamente es metabolismo mediado. Los medios han precedido el propósito; el propósito se revela en el uso de los medios.
Los órganos biológicos no se pueden reemplazar. Verdad, se formaron como resultado de la adaptación de las condiciones del mundo exterior; pero el animal debe arreglárselas con los órganos que tiene y lograr lo mejor de ellos. A pesar de ello, el instrumento del trabajo, que está fuera del organismo, es reemplazable y uno primitivo se puede eliminar por uno más eficiente. Con el órgano natural, el problema no se presenta: es como es, el animal debe vivir de la forma en que los órganos se lo permiten y se debe adaptar al mundo de la manera que los órganos están adaptados a él. Pero un ser que usa como instrumento un objeto no orgánico no necesita adaptar sus necesidades a ese instrumento –por el contrario, puede adaptar el instrumento a sus necesidades. El problema de la eficacia no puede existir hasta que aparece la posibilidad.
El descubrimiento del hombre que hay algunos instrumentos que son más útiles que otros y que un instrumento puede reemplazar a otro llevó inevitablemente a que un instrumento imperfecto mas disponible se puede hace más eficiente: es decir, que no se necesita que un instrumento salga de la naturaleza, sino que se puede crear. El descubrimiento que la mayor o menor eficiencia, en sí mismo, necesita una observación especial de la naturaleza. Los animales también observan la naturaleza y las causas y efectos naturales se reflejan o reproducen en los cerebros de los animales. Pero para un animal, la naturaleza es un hecho dado, que no se puede cambiar por medio de esfuerzo ni deseo, como su propio organismo. Solamente el uso de medios no orgánicos, reemplazables y cambiables hacen posible la observación de la naturaleza en un nuevo contexto para prever, anticipar y hacer que las cosas ocurran.
Hay una fruta que sacar de un árbol. El animal pre humano trata de alcanzarla, pero su brazo es muy corto. Lo trata todo, pero no puede alcanzar la fruta y, tras intentos repetidos y frustrados, se tiene que dar por vencido y le pone atención a otra cosa. Pero si el animal toma un palo, extiende su brazo y, si el palo es demasiado corto, puede elegir un segundo y un tercero hasta que encuentre el que cumpla con la tarea. ¿Cuál es la novedad? Es el descubrimiento de las varias posibilidades y la habilidad de escoger de entre ellas, por tanto la habilidad de comparar un objeto con otro y decidir sobre su mayor o menor eficiencia. Con el uso de las herramientas no hay nada, en principio, que sea imposible. Solamente se necesita encontrar la herramienta correcta para poder lograr, o cumplir, con lo que anteriormente estaba fuera del alcance. Se ha ganado un nuevo poder sobre la naturaleza y este poder es potencialmente ilimitado. Es en este descubrimiento que yace una de las raíces de la magia y, por tanto, del arte.
En el cerebro del animal superior, entre el centro que clama hambre –la necesidad de alimentos que tiene el organismo- y el centro que se estimula con el olor de un trozo de comida, digamos una fruta, se ha establecido un efecto recíproco heredado. En el estímulo de uno de los centros participa el otro; el mecanismo está afinado minuciosamente: cuando el animal tiene hambre busca algo de comida. Por medio de la interposición del palo –el instrumento para hacer que la comida en el árbol caiga, se establece un nuevo contacto entre el cerebro y los centros. Este nuevo proceso cerebral se hace más fuerte mientras se repite incontablemente. Al principio el proceso va en una sola dirección: la estimulación del complejo “hambre-fruta” se extiende para incluir el centro que , crudamente, reacciona a “palo”. El animal ve la fruta que desea y busca el palo qe está asociada con ella. A esto apenas se le puede llamar pensamiento: el elemento del propósito característico del proceso de trabajo –que es el creador del pensamiento- aún está ausente. Hasta ahora el propósito del palo no es hacer que la fruta caiga: el palo es solamente el instrumento para hacerlo. Este proceso unilateral, esta interdependencia que funciona desde los centros cerebrales pueden, sin embargo, revertirse si el mecanismo se refina en la repetición frecuente. En otras palabras, puede que sea de esta forma: he aquí el palo, ¿Dónde está la fruta que puede hacer caer?
Por tanto, el palo –el instrumento– llega a ser el punto de partida. El medio ahora es un fin que es hacer que la fruta caiga. El palo no es solamente un palo, algo mágico se le ha añadido: una función que ahora viene a ser su contenido esencial y se la examina por su mayor o menor habilidad para cumplir con su propósito; nace la pregunta si puede o no prestar más servicios, ser más útil, más eficiente, si se le puede hacer cambios para que cumpla mejor con su propósito. La experimentación espontánea –‘el pensar con las manos’, que precede al pensamiento como tal –ahora está siendo gradualmente trasmutada a una reflexión que tiene un propósito. Esta reversión del proceso cerebral es el principio de lo que llamamos trabajo, ser conciente, quehacer conciente, anticipación de los resultados por actividad cerebral. Todo pensamiento no es nada más que una forma acortada de la experimentación transferida de la mano al cerebro, los incontables experimentos precedentes han cesado de ser –memoria- y se han transformado en –experiencia-.
Un ejemplo diferente puede ilustrar más convenientemente esta idea. Gordon Childe escribe en The Story of Tools:
“Las herramientas más antiguas o eolíticas que sobreviven están hechas de piedra –aquellas de cuarzo deliberadamente recolectadas y llevadas a sus cuevas y usadas por el hombre de Pekín. Solamente se dio forma artificial a una pequeña fracción para que sirviese a sus actividades sinantrópicas. Aún estas carecen de cualquier norma de forma y pueden haber servido muchos propósitos, Se cree que en cada ocasión cuando se necesitaba una herramienta, se adaptaba una piedra que estuviese a mano para satisfacer las necesidades del momento. Por tanto esas se pueden haber denominado como herramientas ocasionales...
Las herramientas normadas emergen. Entre la gran masa de herramientas misceláneas con formas varias de la era paleolítica, en un vasto número de sitios de Europa oriental, Africa y Asia del sur se distinguen dos o tres formas que ocurren una y otra vez con pocas variaciones; sus fabricantes obviamente trataron de copiar una norma estandarizada reconocida.”
Esto nos dice algo de extremada importancia. El hombre, o el ser pre humano había descubierto originalmente –al recolectar objetos- que, por ejemplo, una piedra afilada podía reemplazar a los dientes y uñas para despedazar, cortar o destrozar una presa. Una piedra que causalmente está disponible pasa a ser una herramienta ocasional y se la desecha cuando ya ha cumplido con su función momentánea. Los monos antropomorfos también usan herramientas ocasionales. Por medio de su uso repetido se establece en el cerebro una firme conexión entre la piedra y su uso; la criatura que luego se transformará en hombre comienza a recolectar y guardar piedras útiles a pesar que no tiene una función definitiva ni un propósito concreto que se haya conectado a cada piedra. Las piedras son instrumentos de todo propósito con lo que se experimenta caso por caso y se prueba para aplicaciones específicas. Dos cosas eventualmente emergen de estos experimentos repetidos y variados del ‘pensar con la mano’: primero, el descubrimiento que las piedras de un perfil especial son más útiles que otras, que es posible escoger entre las ofertas accidentales de la naturaleza, por tanto la referencia al propósito pasa a ser cada vez más dominante y, segundo, el descubrimiento que no es necesario esperar estas ofertas porque a la naturaleza se la puede corregir. El agua, el clima y los elementos pueden perfilar una piedra para que sea ‘útil’. Una vez que el casi hombre tomó los objetos naturales ‘en su mano’ y los empezó a usar como instrumentos, sus manos activas descubrieron que podía dar forma y alterar la piedra misma y, con este descubrimiento aprendió que la potencialidad de ponerse filuda y, por tanto, herramienta útil es inherente a una piedra.
No hay nada misterioso en su potencialidad –no es un ‘poder’ que la piedra contiene ni lo hizo, como Palas Atenea, nació de una conciencia creativa. Por el contrario, la conciencia creativa se desarrolló como resultado tardío del descubrimiento manual que las piedras se pueden quebrar, partir, afilar, dar forma. Por ejemplo, la forma del hacha de mano que la naturaleza produce de vez en cuando, fue útil para una cantidad de actividades: y gradualmente el hombre comenzó a copiar la naturaleza. Al producir herramientas como esta no estaba obedeciendo ninguna ‘idea creativa’ sino solamente imitando, sus modelos eran piedras que había encontrado y que su utilidad había comprobado experimentalmente. Creó sobre la base a su experiencia de la naturaleza. Y lo que estaba en su mente en esta fase claramente productiva no fue el resultado de una idea, no estaba llevando a cabo un plan, lo que vio ante el fue una muy real hacha de mano y trató de hacer una como aquella. Se apartó del modelo solamente en forma muy gradual. Al usar la herramienta y constantemente experimentar con ella comenzó lentamente a hacerla más útil y más eficiente. La eficiencia es más antigua que el propósito, la mano, más que el cerebro, ha sido una descubridora. (Solamente se necesita observar a un niño desamarrando un nudo: no trata de ‘pensar’ sus experimentos, solamente gradualmente, de la experiencia de sus manos, nace un entendimiento de cómo está amarrado el nudo y la mejor forma de desenredarlo.)
La anticipación de un resultado –la implementación de un propósito a un proceso de trabajo- solamente aparece tras la experiencia manual concentrada. Es el resultado de constantemente referirse al producto natural y de intentos más o menos exitosos. No es mirar hacia adelante sino mirar atrás lo que crea la idea del propósito. El hacer conciente y el ser conciente se desarrolló en el trabajo y paralelamente al trabajo y solamente en una etapa tardía se reconoció claramente que el propósito emerge para dar a cada herramienta una forma y carácter específico. Al hombre le tomó mucho tiempo elevarse por sobre la naturaleza y confrontarla como creador.
Cuando lo hizo, la diferencia fue esta. Su cerebro ya no reflejó las cosas en forma meramente literal: por la experiencia del trabajo ahora ya podía reflejar las leyes naturales y reconocer las relaciones causales. (Podía reconocer, por ejemplo, que la energía muscular se puede transferir a una herramienta y por tanto al objeto que trabaja, o que la fricción produce calor.) El hombre tomó el lugar de la naturaleza. No esperó ver lo que la naturaleza le podía ofrecer: le exigió cada vez más que le diera lo que él quería. Hizo que la naturaleza le fuese su sirviente cada vez más. Y del creciente aumento de la utilidad de sus herramientas, de su carácter cada vez más específico, de la adaptación exitosa creciente a la mano humana y a las leyes de la naturaleza, de la creciente humanización, se crearon objetos que no se pueden encontrar en la naturaleza. La herramienta perdió cada vez más su parecido a los objetos naturales. La función de la herramienta desplazó a su parecido original con la naturaleza y, como resultado de su creciente utilidad, su propósito –la anticipación intelectual de los que podía hacer- se hizo cada vez más importante. Esta transformación de la naturaleza del trabajo solamente podía ocurrir cuando el trabajo había logrado una etapa comparativamente alta de desarrollo.
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El lenguaje y el gesto están estrechamente interconectados. Bücher dedujo de esto que hablar evolucionó de acciones reflejas de las cuerdas vocales incidentales a los esfuerzos musculares que participaban en el uso de las herramientas. Mientras las manos del hombre se hacían más articuladas, también lo hicieron los órganos bucales, hasta que el nacimiento de la conciencia se apropió de estas acciones reflejas y las elaboró en un sistema de comunicación. Esta teoría enfatiza la importancia del proceso colectivo del trabajo sin el cual el lenguaje sistemático nunca se podría haber formado a partir de los signos primitivos, de los gritos de aparejamiento y los gritos de miedo que fueron la materia prima del lenguaje. Los signos del animal que notificaron algún cambio en el mundo que le rodeaba se desarrollo hacia un ‘reflejo laboral’. Este fue el punto cúlmine de la adaptación pasiva a la naturaleza al cambio activo de la naturaleza.
Entre los cientos de ‘herramientas ocasionales’ de varios tipos es imposible distinguir cada una por un diseño específico; pero si se desarrolla un ciento de herramientas normadas –o nombre, o sustantivo- se hace tanto posible como necesario. Cuando una herramienta normada se repite una y otra vez, sucede algo completamente nuevo. Todas las imitaciones, hechas para parecerse la una a la otra, contienen el mismo prototipo; el prototipo en su función, en su forma y en su utilidad al hombre, se repite una y otra vez. Existen muchas hachas de mano, pero hay solamente una. El hombre puede tomar cualquiera de las imitaciones en vez del hacha original porque todas sirven el mismo propósito, producen el mismo efecto y son similares o idénticas en su función. Siempre es esta herramienta la deseada y no otra; no importa cuál ejemplo en especial de hacha de mano común es la que está al alcance. Por tanto, la primera abstracción, la primera forma conceptual, la proporcionaron las herramientas mismas: el hombre prehistórico ‘abstrajo’ de las muchas hachas de mano individuales –todas siendo hachas de mano; al hacerlo, se formó el ‘concepto’ de hacha de mano. No supo que lo estaba haciendo. Pero sin embargo estaba creando un concepto.
El hombre hizo una segunda herramienta que se parecía a la primera y al hacerlo produjo una nueva, herramienta igualmente útil y valiosa. De hecho, ‘creando parecido’ le da al hombre poder sobre los objetos. Una piedra que anteriormente era inútil adquiere valor porque puede hacerse parecida a una herramienta y así reclutada para el servicio humano. Hay algo mágico en este proceso de 'crear parecido'. Trae consigo dominio sobra la naturaleza. [...]
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[1] El capital.
[2] Ibid.
[3] Ver: V. Gordon Childe, The Story of Tools, Cobbett Publishing Co., 1944.