Edición impresa: José Díaz, Tres años de lucha,
Editions de la Librairie du Globe,
París 1970.
Versión digital: Koba, para http://bolchetvo.blogspot.com.
Transcripción/HTML para el MIA: Juan R. Fajardo, nov.
2009.
Formato alternativo: PDF por cortesía de http://bolchetvo.blogspot.com.
Camaradas y amigos:
El tema de mi conferencia es motivo que preocupa a todos los dirigentes de los partidos políticos y organizaciones sindicales, como lo demuestra el hecho de que durante pocos días son varias las conferencias que se han dado en torno a este mismo tema: “¿Qué hacer para ganar la guerra?”
En estas conferencias, todos y cada uno de los conferenciantes han planteado como problema primordial el de la disciplina, la organización y el mando único, o sea la necesidad de que haya una compenetración entre todas las fuerzas obreras y antifascistas. Yo, por mi parte, considero fundamental plantear la cuestión siguiente: ¿Cuál es el carácter de la lucha que se está librando actualmente en España? Porque entiendo que, sin plantear el carácter de la lucha actual en España, no es posible sacar conclusiones prácticas para dilucidar cuáles son nuestros aliados y cuáles nuestros enemigos, quiénes somos los que tenemos que luchar unificados, unidos bajo una sola dirección, y quiénes son nuestros enemigos irreconciliables.
La lucha que se está librando en España no es una guerra civil que haya estallado de pronto, sino que es una lucha que se viene desarrollando desde hace años entre la clase proletaria y las fuerzas democráticas, de una parte, y de otra la reacción y el fascismo, la España semifeudal. Pero en estos momentos no hace falta remontarse mucho al pasado para sacar las conclusiones de cómo ha sido posible llegar a la situación en que nos encontramos. Es indudable que la unificación de las fuerzas proletarias, primero, y después la alianza de las fuerzas democráticas con estas fuerzas proletarias ha agudizado y hecho estallar en forma de guerra abierta la actual lucha por el pan y la libertad contra las fuerzas negras de la reacción y del fascismo.
Ya antes del 16 de febrero, ante la campaña electoral, nuestro partido decía en sus mítines, en sus periódicos, en todas partes, que la lucha electoral del 16 de febrero no eran unas elecciones de tipo ordinario, como las que pudieran celebrarse en Francia, en Inglaterra o en cualquier otro país, sino que tenía un carácter muy especial. ¿Por qué? Porque en España luchaban desde hace tiempo, en un bloque compacto, las fuerzas de la revolución frente a las fuerzas de la contrarrevolución, y porque, fuere cual fuere el resultado de la contienda electoral, la lucha entre estas dos fuerzas proseguiría más encarnizada que nunca. Triunfamos en las elecciones porque, en aquel momento de clarividencia, todas las fuerzas comprendieron exactamente la situación y vieron que el enemigo se había aprovechado durante largo tiempo de la desunión y la desorganización del movimiento proletario y de todo el movimiento antifascista, como había puesto de manifiesto nuestro partido. Y, ante la experiencia dolorosa de hechos anteriores, estas fuerzas se concertaron para la unidad de acción y fueron a la lucha unidas en el Frente Popular. Cierto que quedaba todavía una fuerza no representada en el Frente Popular. Pero esta fuerza no por ello dejó de comprender cuál era su deber en aquel momento y dándose cuenta de lo que podía representar el no apoyar con sus fuerzas, de una manera directa o indirecta, al bloque del Frente Popular, también esta fuerza -ya comprenderéis que me refiero a la CNT- aportó su concurso para el triunfo del 16 de febrero, y, como resultado de esta inteligencia entre las fuerzas proletarias y democráticas, obtuvimos un triunfo rotundo contra la reacción.
Pero la reacción, que a pesar de la derrota electoral era cada día más fuerte, no se daba por vencida. Y desde el instante en que se constituyó un gobierno republicano de izquierdas, que si bien no era todavía un gobierno de Frente Popular, era ya un gobierno que abría el camino hacia la consolidación del triunfo del pueblo en las elecciones, se aceleraron los preparativos del levantamiento armado, del golpe de Estado, para implantar una dictadura militar fascista en España. Pero el alzamiento armado de la reacción y el fascismo no va solamente contra un gobierno republicano, no va solamente contra un determinado partido de clase; la dictadura fascista-militar va contra todo el pueblo español, va contra los comunistas, contra los socialistas, contra los anarquistas, contra los republicanos, contra todo lo que hay en España de honrado y de libre. He aquí por qué yo quiero, en mi conferencia, hacer resaltar el carácter de la lucha que se está ventilando en España. Porque si entendiéramos que la lucha en que estamos empeñados es obra de un determinado partido, de una tendencia determinada, nos equivocaríamos, pues un partido o una tendencia no podría vencer, por sí sola, en una lucha como ésta. Sin la aportación de todos, absolutamente de todos los antifascistas de España, no habríamos podido dominar a la reacción antes de las elecciones ni en las elecciones, ni podríamos aniquilarla ahora con las armas en la mano.
Y si bien -y esto hay que decirlo sin tapujos- las fuerzas fundamentales de la lucha son las fuerzas proletarias, porque son las únicas fuerzas consecuentemente revolucionarias, revolucionarias hasta el fin, y las que, por tanto, deben jugar el papel dirigente en la revolución; si bien es cierto esto, en la actual situación concreta de la guerra en España, conviene tener presente que no es posible vencer sin la compenetración y la acción conjunta de todas las capas democráticas y antifascistas de nuestro pueblo.
Por eso afirmo que no es posible pensar que una tendencia o un partido determinado pueda proponerse por sí y ante sí el empeño de salir adelante con una situación tan grave como la que tenemos creada y de acabar con un enemigo tan considerable como el que tenemos enfrente. La lucha, en España, está planteada entre toda la democracia y el fascismo, y dentro de la democracia tienen cabida todas las fuerzas obreras y antifascistas, llámense comunistas, anarquistas, socialistas, republicanas o sin partido. Todos los hombres libres, todos los sectores del pueblo, todos en absoluto tienen que marchar completamente de acuerdo y en una misma dirección. Porque se da el hecho lamentable -y esto es lo que quiero hacer resaltar bien en mi conferencia- de que todavía marchamos muchas veces por caminos separados, aunque nos propongamos el mismo objetivo, sin tener en cuenta que, con ello, la victoria será mucho más difícil. Y yo llamo fraternalmente la atención de los que, en vez de unir sus esfuerzos con los demás, entorpecen esta unión, porque no quisiera que un día tuviésemos que decides: “Vosotros sois los responsables de que la guerra no haya terminado mucho antes.” (Aplausos.)
El caminar de las cosas, el desarrollo del propio movimiento revolucionario, ha llevado en España a la formación de un Gobierno que indica por sí solo, bien elocuentemente, cuán amplio es el carácter de la lucha que se está ventilando. Hasta hace poco, había aún una fuerza sindical que no estaba representada en el Gobierno: la CNT. Hoy lo está ya, y el hecho de que todas las fuerzas, todas las tendencias de carácter obrero y democrático estén dentro del gobierno, y de que en este gobierno se halle representada también una fuerza como la de los nacionalistas vascos, da un alto significado a nuestra lucha: le da el rango de una lucha nacional, dirigida por un gobierno nacional.
Pero los nacionalistas vascos merecen párrafo aparte, se trata de una organización formada en su inmensa mayoría por hombres católicos, y que, sin embargo, no participa en el gobierno, sino que, además, si miramos a las trincheras de Guipúzcoa, a las trincheras de Vizcaya, vemos a los nacionalistas vascos, a esos católicos honrados, luchar con las armas en la mano, unidos fraternalmente a los comunistas, a los anarquistas, a los socialistas, a todos los hombres libres y decentes del País Vasco, batiéndose con el mismo heroísmo. Y esto, para nosotros, encierra una alta significación, porque si entre representaciones tan diversas como las que integran el Gobierno podemos contar también a los nacionalistas vascos, ello demuestra palmariamente que en la lucha contra la tiranía fascista caben todas las tendencias obreras y democráticas. Por eso, cuando en algunos momentos se pretenda por parte de algunos grupos o de algunas organizaciones, con esa tendencia qué yo reputó una enfermedad infantil, trazar normas que van contra o al margen de las trazadas por el Gobierno que tiene la confianza del pueblo y es el responsable de la orientación y la dirección de nuestra lucha, es necesario que todos en absoluto tengamos en cuenta lo que el Gobierno representa. Y si acaso alguna tendencia o partido no está bien representado por algún miembro, o por lo que fuere, que sea el propio partido u organización quien sustituya a los hombres; pero, mientras haya un Gobierno, sólo él es la representación genuina de todas las fuerzas responsables de España. Y si queremos ganan la guerra y hacer todo lo posible por ganarla, todos en absoluto, individuos y partidos, organizaciones y masas, debemos obedecer como un solo hombre las órdenes que emanen del Gobierno, porque éste es uno de los postulados fundamentales para ganar la guerra.
Cuando se plantea una discusión, cuando surge una discrepancia, cuando hay algo en que todos tenemos que intervenir, y median criterios diversos, hay que encontrar una idea común y esta idea debe ser un mandato imperativo para todos. Pues la coordinación de los esfuerzos es indispensable, para que haya una organización, para que haya una disciplina, para que haya una orientación en la lucha.
Hay quien dice: “Los republicanos ya se han quedado atrás.” Otros dicen: “Los socialistas están ya rebasados.” Y si vamos por eliminación quedará solo, naturalmente, una idea, quedará solo una tendencia, quedará solo uno que dirá: “Yo soy el que tiene razón, y como yo poseo el secreto de la verdad, todos tienen que marchar por mi camino o, de lo contrario, nosotros no marcharemos con los demás.” Y esto, en los momentos actuales, no es posible. Ahora, somos todos necesarios para ganar la guerra. El hecho de que se dé la consigna fundamental de “Hay que ganar la guerra”, “Todo para ganar la guerra”, refleja la verdad de esta afirmación. Pues bien; es necesario movilizarlo todo y unirse todos para ganar la guerra; sería insensato, en los momentos presentes y teniendo en cuenta la propia composición del Gobierno, que nadie pretendiese ganar la guerra de por sí ni para sí. Comunismo libertario, dictadura del proletariado, socialismo de Estado, república federal: ¡ya hablaremos de todo eso! Ahora, vamos a ganar la guerra.
Tenemos ante nosotros un enemigo poderoso, un enemigo que no cuenta con las masas españolas, que ha tenido y tiene que recurrir forzosamente a la ayuda extranjera, a cambio de cederle pedazos del suelo patrio, que recluta con el engaño a los moros contra los españoles. A los moros, que no podemos decir que hayan traicionado a su pueblo, porque tengo la seguridad de que si hombres que podían hacerlo mejor que nosotros hoy hubieran desplegado una labor fundamental desde el comienzo de la guerra con los moros y hubieran movilizado todos los medios de propaganda, se habría conseguido mucho para levantar un estado de opinión en ese pueblo esclavizado, que todavía tiene la mollera cerrada, que no comprende su propio interés, y por eso ha podido ser engañado por el asesino Franco. Si se hubiera hecho todo eso, por nosotros o por quien pudo hacerlo, el enemigo no contaría hoy con tantos moros como ha podido reclutar y situar en los diversos frentes de España. Pero el noventa por ciento del pueblo español nos consta que está con la democracia, con el proletariado, con el Gobierno legalmente constituido; por eso los militares sublevados han tenido que ir a recolectar sus fuerzas entre los legionarios, entre los moros y entre los fascistas extranjeros.
He aquí por qué digo que hay que perfilar la situación y definirla. Porque hay que ganar la guerra, darlo todo para ganar la guerra; pero si no marchamos unidos, la guerra será más larga y dolorosa. Por eso hablo de la necesidad de unificar la acción. El enemigo tiene los elementos bélicos que todos conocemos; tiene cañones, tanques, aviones, ametralladoras. Y aún obtendrá más, porque sus amos, los incendiarios fascistas de la guerra, tienen interés en sojuzgar a la mitad de España para ganar puntos estratégicos y hacer luego la guerra en Europa en las mejores condiciones. Pues bien; si nosotros tenemos todo esto en cuenta y queremos ganar la guerra, vamos a dar todo lo que somos, todo lo que valemos, a posponer por el momento todas nuestras ideas, para colocar todos nuestros esfuerzos en una sola dirección: la que trace el Gobierno que ahora nos representa. Si lo hacemos así, con voluntad firme y decidida, el triunfo será seguro, y yo lo proclamo desde aquí con toda la responsabilidad. Por eso nadie, absolutamente nadie llámese anarquista, comunista, socialista o republicano, tiene derecho a crear una situación difícil en los momentos presentes. El que, consciente o inconscientemente, pretenda crear una situación difícil, ayuda al enemigo. Hay que procurar atar bien todos los cabos, pues estamos ante una guerra larga y muy dolorosa. Todo para ganar la guerra, y cuando el pueblo haya vencido, entonces el pueblo soberano dirá qué gobierno quiere darse y qué forma han de revestir sus instituciones. (Aplausos.)
Decía que la lucha planteada en estos momentos en España es la lucha entre la democracia y el fascismo. Y creo que podemos asegurar más, que es ya hoy una guerra de liberación nacional. Una guerra de independencia de nuestra nación. La propia constitución del Gobierno abona el carácter nacional de nuestra lucha.
Hoy, no luchamos ya solamente contra el enemigo interior, contra Franco, Mola y sus secuaces. No luchamos solamente por la libertad de España; luchamos también por la independencia de España. Luchamos contra quienes vienen a invadir nuestra patria. La ayuda que Franco y los generales facciosos reciben, la reciben a cambio de algo, y este algo es lo siguiente: los fascistas de España han prometido a sus amos del extranjero las Baleares; les han prometido parte del territorio de Marruecos; han prometido al imperialismo alemán e italiano Galicia o una parte de Galicia. Y a cambio de estos pedazos que quieren arrancar al suelo de la patria española, reciben cañones, aviones y gases para asesinar al pueblo de España. ¿Con qué derecho hacen esas promesas? ¿Quién puede atreverse a dar ni a prometer lo que no es suyo? Porque España -hay que decirlo claro- es de los españoles, y ni Franco ni Mola ni todos sus secuaces y mercenarios son españoles ni tienen derecho a vivir ni a estar en España. (Grandes aplausos.)
He aquí por qué nuestra guerra es ya una guerra nacional, una guerra de la independencia. Y al asumir carácter nacional, la guerra en España cobra todavía más amplitud. Agudiza todavía más la necesidad de que las fuerzas obreras y democráticas se unan, de que se unan todas las fuerzas, por insignificantes que sean, que estén dispuestas a aportar lo más mínimo para ayudarnos a ganar la guerra, para ayudarnos a arrojar de España, a los enemigos que se llaman españoles, sino también a los traidores que se han alzado contra la República, para ir con todo heroísmo, con todo coraje, con los elementos de que dispongamos, a echar a tiros a los fascistas italianos, a los fascistas alemanes y a todo el que quiera adueñarse de nuestro suelo. (Grandes aplausos.) Y cuando hablo de echar a tiros de nuestro suelo a los fascistas alemanes e italianos que lo invaden, sé que con ello prestamos el mejor servicio a los pueblos alemán e italiano, víctimas de su tiranía.
Y en esto todos estamos conformes, todos estamos interesados, absolutamente todos, los que pertenecemos a partidos obreros y democráticos y los que no pertenecemos a partidos obreros conformes en que hemos de agotar hasta el más mínimo esfuerzo si queremos contribuir eficazmente a nuestra lucha. Por eso debemos recibir con los brazos abiertos a todo el que, sea grande o pequeño, se levante para ayudarnos en esta magna contienda. Contra nuestros enemigos, que son los enemigos de España, todo el valor, todo el coraje, toda la acometividad de que seamos capaces. Pero para esos aliados, para esos amigos que vienen en nuestra ayuda, para esos, toda nuestra simpatía y nuestros cuidados más solícitos. Hay que incorporarlos a nuestra lucha, sin establecer diferencias ni jerarquías pues en esta hora no hemos de reparar en si somos los más o los mejores, sino que lo que interesa es que juntos todos en absoluto, marchemos disciplinadamente en la dirección que trace el gobierno -un gobierno que es el de todos- como un solo hombre, como una unidad compacta, como un bloque indestructible. (Aplausos.)
Dentro de la República democrática, en la que nos ha cogido la guerra, todos los derechos y todos los deberes deben ser cumplidos, y existen las condiciones necesarias para que sean satisfechos los anhelos de los obreros, así como los de las fuerzas antifascistas en general. Tenemos intereses comunes que defender. Es necesario que se gane la guerra, y para poder ganar la guerra, es indispensable que haya entre nosotros mutua confianza y compenetración y que pongamos especial cuidado en no herir en lo más mínimo a nuestros hermanos, a nuestros amigos, a nuestros aliados.
Hay hechos que, aunque van siendo cada vez menos, se dan todavía, y que todos debemos contribuir a que terminen. Uno de los aliados que luchar con nosotros para ayudarnos a ganar la guerra son los campesinos. Los campesinos -y entiéndase bien que no me refiero a los obreros agrícolas, sino a los humildes propietarios de una tierra que trabajan- que tienen un pedazo de tierra y que, desde la mañana hasta la noche, todas las horas del día, están trabajando esa tierra con sus familias y pueden, a costa de trabajos y sacrificios, recoger una cosecha de naranjas, de arroz, de trigo o de cualquier otro producto; estos campesinos son un aliado precioso para nosotros, un aliado que tiene todavía una mentalidad especial y al que debemos ayudar con el más solícito cuidado. El campesino siempre ha sufrido una doble o triple explotación: de una parte, el terrateniente; de otra parte, el fisco, con sus impuestos inicuos; de otra parte, el usurero, con sus intereses y sus hipotecas. A este campesino, que durante años y siglos ha estado explotado y escarnecido, hay que ayudarle, en estos momentos en que puede confiar en su salvación dentro de un régimen de justicia, y no se puede consentir que un grupo determinado, en nombre de no sé qué ideología o de no sé cuál organización, vaya un buen día al campo y le arrebate la cosecha que tantos sudores y tanta sangre le ha costado recoger. (Aplausos.)
Este campesino es nuestro aliado y sus cosechas deben ser sagradas para nosotros. Hay que hacerle comprender, pacientemente y predicando con hechos, que su salvación está en la alianza con las fuerzas obreras y democráticas de la ciudad, que la industria puesta en manos del pueblo trabajador dará al campesino los elementos necesarios para desarrollar la agricultura, y el Estado le facilitará, como está empezando ya a facilitarle hoy, los créditos necesarios para redimirse de las garras del usurero.
Los terratenientes, durante todo el tiempo de dominación sobre el proletariado agrícola y sobre el proletariado industrial, se han encargado de decirle al campesino que su enemigo era el obrero de la ciudad; se aprovechaban de que las circunstancias, mantenidas por ellos mismos, impedían que el campesino viviese en buenas relaciones con los proletarios industriales, y, por diferentes procedimientos, les hacían creer que los proletarios eran sus enemigo. Los campesinos no están todavía curados de ese veneno que han inculcado en ellos los terratenientes, los caciques, los curas, los bandidos del partido agrario, todos los explotadores que hacían aquella propaganda para seguirlos explotando. ¿Cómo es posible que en dos o tres meses pueda hacerse cambiar la mentalidad de este campesino? Pero, si en estos momentos en que el campesino necesita de nuestra ayuda, a cambio de la que él nos da a nosotros, no se la prestamos, corremos el peligro de que ese campesino se vea desamparado y se niegue a sembrar y a trabajar la tierra por temor de que le arrebaten la cosecha, con lo cual se creará una situación difícil para el campesino, para el proletariado y para el pueblo entero que está haciendo la guerra. (Aplausos.)
Es necesario que se ponga la máxima responsabilidad para evitar estos hechos. Cierto es que todos trabajan un poco para impedir que hechos así se repitan, pero yo creo que si tenemos en cuenta que existe un gobierno, y si estamos conformes en que debemos dar la máxima autoridad a este gobierno, debemos dejar que éste de las normas necesarias en relación con los campesinos, para que el campesino comprenda que sus cosechas van a ser respetadas y que, caso de tomarlas, si las necesidades de la guerra lo exigen y por quien pueda hacerlo, se le va a abonar el importe de su trabajo para que pueda continuar trabajando y cultivando la tierra. De otro modo, todo será inútil. Y si hay gentes que todavía pueden cometer desmanes como éstos, al margen de toda responsabilidad, disfrazándose bajo el manto de una organización cualquiera, no basta con decir que no volverá a suceder, sino que hay que averiguar quién ha cometido el hecho y sancionarlo. No importa el nombre de quien lo comenta, pero si estos hechos se repiten en tal o cual pueblo, el Gobierno debe tomar inmediatamente las medidas necesarias para evitarlos y, si es necesario, recabar para ello la colaboración de los partidos y de sus hombres y dar un ejemplo para que nunca más puedan repetirse tales desafueros. Porque el que es capaz de atropellar así los intereses de un campesino pobre, ése no puede invocar ninguna ideología: es un bandido, un enemigo del régimen. (Ovación.)
Pero no tenemos como aliados, como leales colaboradores de nuestra causa, solamente a los campesinos. En España hay también un gran número de pequeños comerciantes, un gran número de trabajadores que viven de una pequeña tienda, con poco dinero; hombres que pueden vivir, si se quiere, con un poco más de desahogo que los obreros, pero que son también trabajadores, y este aliado debemos conservarlo con el mismo cuidado que propugnamos para el campesino. Es otra de las clases o capas sociales que han sentido profundamente la explotación de los grandes industriales y banqueros rapaces. El puñado de grandes industriales que monopolizaban la producción, les vendían las mercancías por mucho más de su justo valor, y naturalmente, los pequeños comerciantes tenían, y tienen todavía hoy, que venderlas también mucho más caras a sus clientes. Y a veces, nosotros creemos que el culpable de que esas mercancías sean caras es el pequeño comerciante, porque es al que le compramos. No examinamos a fondo la cuestión, para poder apreciar que es el gran acaparador, el gran industrial, el banquero, el gran comerciante, el que hace toda suerte de maniobras y combinaciones para urdir la explotación. Y ya que ellos no desperdician ocasión de explotar, esquilmar y combatir a la clase trabajadora, nosotros también debemos conservar, también debemos ayudar a esa clase de pequeños comerciantes. Yo he podido ver en una ciudad de España que se ha llegado a la incautación de una zapatería de portal, propiedad de un pobre zapatero remendón ganar más de diez pesetas diarias. ¿Adónde vamos a parar?
Yo creo, camaradas, que es necesario tener en cuenta estos hechos, porque si ellos ven que nosotros procedemos como han procedido sus explotadores, los burgueses, van a perder la confianza en el proletariado, y el proletariado tiene que hacer una política clara e inteligente para atraerlos. Todos los sectores que puedan ser nuestros amigos, nuestros aliados, deben ser respetados y defendidos por nosotros en sus intereses. Sólo así ganaremos la confianza de estos pequeños comerciantes. ¿Sabéis por qué? Porque ellos verán claramente nuestra política, y si les ayudamos, sabrán comprender cuál es su puesto en el régimen actual y en el que pueda instalarse mañana. Porque es evidente que mañana, cuando sea, vendrá un régimen a cuyo frente estará el proletariado, y entonces ellos podrán decir: “Yo no temo a que el proletariado suba al poder, porque el proletariado me ha ayudado, el proletariado ha defendido este pequeño negocio del que yo vivo.” Y por este camino, nosotros, como proletarios, como fuerza dirigente de la situación, tendremos a nuestro lado a todos estos amigos, que de otro modo podemos convertir en enemigos nuestros. Y esto, no sólo porque necesitamos de ellos para ganar la guerra, sino porque, además, es una política justa y obligada en el momento actual. Hay que hacerles comprender que el proletariado no es su enemigo, que los partidos proletarios no van contra ellos, que los anarquistas, que los socialistas, que los comunistas no los persiguen, sino que todos los consideramos como aliados, y les vamos a defender y ayudar en cuanto necesiten.
En cambio, hay que concentrar todas las energías, todo el rigor, contra los verdaderos enemigos, contra los grandes industriales, contra los grandes comerciantes, contra los piratas de la banca, que, naturalmente, dentro de nuestro territorio están ya liquidados en una gran parte, aunque quedan todavía algunos que hay que liquidar con rapidez, porque esos sí que son nuestros verdaderos enemigos y no los pequeños industriales y comerciantes.
He hablado ya de los católicos que participan en el Gobierno. Hay una campaña fascista de tipo internacional para hacer creer que nosotros, los obreros especialmente, asesinamos a los católicos, quemamos todas las iglesias y cometemos qué sé yo cuántas tropelías más contra los creyentes. Nosotros, el Partido Comunista, respetamos las creencias religiosas, aunque no las profesemos. En el Gobierno hay un ministro católico y miles de católicos se baten al lado del pueblo en las trincheras. Es necesario ganar para nuestra causa a las masas campesinas que todavía son católicas. Y les haremos comprender su error. Esa será una labor lenta y tenaz de educación, Pero, al mismo tiempo, tenemos que afirmar que respetamos las creencias religiosas y a los hombres que las profesan. Y a los que dicen que nosotros hemos quemado iglesias, hay que hacerles ver que nosotros, en esos casos, no nos hemos encontrado con templos, sino con fortificaciones artilladas con toda clase de armas, y las ventanas y las torres erizadas de fusiles y ametralladoras. Sería difícil señalar en toda España una docena de iglesias que no fuesen fortines de los fascistas. En estas condiciones, es difícil darse cuenta de que allí hay una iglesia, pues las iglesias se han hecho para rezar y no para convertirlas en nidos de ametralladoras. Si el pueblo, en el fragor de la lucha, ve que le tiran a mansalva desde los muros de un edificio, lo arrasa, sea el edificio que fuere.
En España quedan en pie miles de iglesias, y nosotros no tenemos, el menor interés en derribarlas ni en destruir lo que hay dentro de ellas. Si una iglesia no se utiliza como fortín de guerra por los más obligados a respetarla; como templó, y si los fieles van a esa iglesia a profesar su culto, a rezar o dar fe de sus creencias, que lo hagan; nosotros les respetaremos también, y no les molestaremos. Lo que ocurre es que hasta hoy, en España, la religión católica era, en su inmensa mayoría, de un cerrillismo tal, que sólo alentaba en ella odio contra el proletariado y contra las fuerzas progresivas, y esos católicos cerriles son los que se han levantado hoy en armas contra la República y contra el pueblo. Todo el que se levante en armas contra el pueblo, visto uniforme avista sotana, llevará su merecido, eso es evidente. Pero es necesario que se sepa, lo decimos como Partido Comunista, que nosotros respetamos las creencias religiosas cuando se profesa honradamente y no como un arma de lucha contra el pueblo. Allí está, repito, el caso de los nacionalistas vascos. Pero los que menos pueden especular con el respeto a la religión, son los elementos del fascismo internacional, pues ellos son, nadie lo ignora, los que han convertido las iglesias en arsenales de armas y en polvorines.
Donde haya alguien, que ayude al pueblo, que haga algo en defensa de nuestra España, que haga algo para ayudarnos a ganar la guerra, hay que considerarles como un aliado, sin meterse a averiguar sus creencias religiosas. A los trabajadores que las profesen, nuestro deber es hacerles comprender, a lo largo del tiempo, que están equivocados. Tenemos, en apoyo de esto, un hecho concreto; tenemos el hecho grandioso de la Unión Soviética. En la Unión Soviética hay todavía algunas iglesias abiertas al culto. ¿Pero quién entra en ellas? En los primeros tiempos de la revolución, todavía entraba mucha gente en las iglesias. Pero hoy, cuando pasamos por delante de alguna de las iglesias que quedan aún en la Unión Soviética, vemos que sólo entran en ellas el pope y cuatro pobres viejos apegados a su rutina. ¿Y qué ocurre? Que las iglesias van desapareciendo como consecuencia de la nueva educación, ante la nueva generación, hija del socialismo. En España también respetamos o debemos respetar las creencias religiosas. A los que no respetamos es a los falsos religiosos que convierten el crucifijo en trabuco, que empuñan las armas contra el pueblo y que se parapetan en las iglesias como si fuesen fortalezas de guerra. (Aplausos.)
Hay que curarse un poco de eso que podemos llamar el sarampión de las incautaciones, de esos casos de incautaciones de bienes de pequeños industriales, de “socialización” de pequeñas industrias, de todos los abusos de esta naturaleza. Y, al mismo tiempo que hacemos esto, hay que plantear el asunto francamente y hacer todo lo posible por conseguir que las grandes industrias sean nacionalizadas, que las industrias básicas pasen, como deben pasar, a manos del Estado, que se decrete la nacionalización de todas las industrias necesarias para la guerra, tanto para las necesidades del frente como para las de la retaguardia.
Hay que nacionalizar las grandes empresas, las industrias del transporte, todo cuanto sea necesario para fabricar armas, municiones, maquinaria, etc., o sea susceptible de transformarse en industria de guerra.
En las fábricas debe haber un control organizado de los obreros y de los sindicatos. Esto es justo; pero, por su parte, los sindicatos no deben olvidar tampoco que su deber, en el momento actual, es organizar e intensificar la producción a toda costa, bajo la dirección del Gobierno, haciendo todos los sacrificios que sean necesarios para ganar la guerra. Los sindicatos, los obreros de las fábricas, pueden y deben controlar todas esas fábricas, y pueden y deben controlar todas las industrias que sean nacionalizadas. Pero, camaradas, lo que no es posible consentir es que prosperen la desorganización y la indisciplina; que se pongan todo género de dificultades para conseguir lo que es deber e interés vital y sagrado de todos: ganar la guerra. Nadie debe creer que porque se marche aprisa y atropelladamente, vamos a ir más lejos. No; si las cosas se hacen muy aprisa, pero sin hacerlos en las debidas condiciones, nada habremos adelantado. En cambio, si procedemos con un sentido político de organización y disciplina, sin involucrar las cosas, yo tengo la seguridad de que se verá pronto el fruto y de que nuestros esfuerzos se plasmarán en la estructura conveniente.
Hay que tener muy presente que si no se hace lo necesario para ganar la guerra, ni la nacionalización, ni la socialización, ni las incautaciones, darán el resultado que nosotros apetecemos. Para esto hay que atenerse a la dirección que emana del Gobierno que nos representa a todos y no hacer nada a nuestro capricho. De este modo es como iremos organizando, como iremos disciplinando: trabajando en una sola y única dirección.
Paso a tratar un punto de mi conferencia que podíamos titular “Vivir la guerra”. Es necesario que todas las regiones de España vivan la guerra en toda su intensidad. Hay todavía provincias donde no se oye el estampido del cañón, donde no se oyen los disparos de los fusiles, donde el frente no está a las mismas puertas de la ciudad o del pueblo, donde se vive aún con cierta alegría. Voy a referirme especialmente a Valencia. Valencia ha prestado, presta y seguirá prestando gran ayuda a los que luchan en el frente; ayuda con víveres, con hombres y en la evacuación. Es algo maravilloso, que puede enorgullecer al pueblo de Valencia; pero hay que reconocer que el pueblo de Valencia todavía no vive la guerra, no vive todavía la guerra con la intensidad necesaria.
Cuando en Madrid el enemigo estaba todavía a muchos kilómetros de la capital, a cien, a ciento cincuenta, a doscientos kilómetros, nuestro partido planteaba la cuestión con mucha energía. Decíamos entonces: “Madrid no vive la guerra; Madrid no hace las fortificaciones necesarias.” Y hacer fortificaciones no quiere decir que pongamos en unos cuantos sitios quinientos o mil sacos terrenos, sino que construyamos las defensas eficaces para luchar, si el caso llega. En Valencia se hace, algo en este sentido, pero es muy poco. Valencia debe acometer inmediatamente la obra de construir sus fortificaciones; fortificaciones sólidas, eficaces, con todos los elementos necesarios para la lucha. Hay que hacerla con tiempo, para que, si llega el caso de utilizarlas, los combatientes sepan de antemano dónde están sus trincheras y cuáles son los puestos que han de ocupar en ellas, y tomen raíces en ellas y les cobren cariño. Porque en Madrid, por no haberlas hecho a tiempo y bien -pues se abrieron unas simples zanjas en las que los milicianos se metieron en el mismo momento en que el enemigo atacaba- no estaban encariñados, familiarizados con sus trincheras. ¿Y qué ocurrió? Que no fue posible que defendieran aquellas trincheras, aquellas zanjas, como la situación exigía.
Y yo digo que el pueblo de Valencia, que tanto ha hecho en muchos sentidos, no debe demorar ni un momento más el dar comienzo a estos trabajos. Hay quien dice -yo mismo lo he oído decir a mujeres y obreros-: “El enemigo no puede llegar a Valencia, está muy lejos.”
No hay que dejarse llevar de ilusiones, que pueden resultar engañosas. Cada uno de vosotros debe plantearse la cuestión y hacer todo lo posible para que en Valencia y su provincia se viva la guerra con toda intensidad. Hay que hacer todo lo posible para que el enemigo no llegue a Valencia. Lo mejor sería que no llegase, ¡quién lo duda! Pero hay que hacer trincheras y fortificaciones. Aunque sobren, pero hay que hacerlas por que si no las hacemos, podemos vernos desagradablemente sorprendidos, y entonces será tarde.
En Valencia hay que hacer también, desde mañana mismo, refugios sólidos para defenderse de un posible bombardeo aéreo. Los aviones no han llegado todavía hasta aquí, y hay que hacer lo posible para que no lleguen. Pero pueden llegar, y como Valencia es una ciudad que no tiene grandes defensas para la aviación, hay que hacerlas. Los obreros de la construcción, con todos los elementos, de un modo organizado y progresivo; bajo la dirección de una Junta de Defensa o de otro órgano especial, deben comenzar ya a hacer refugios subterráneos para que la población pueda guarecerse, si llega el momento en que sea necesario.
Otro de los aspectos que quería tocar es el de las condiciones en que muchos hombres de Valencia y su provincia salen a los frentes. Yo creo que para estar en condiciones de hacer frente a cualquier eventualidad de ataque por parte del enemigo, todos los hombres útiles para tomar las armas, obreros y no obreros, en las fábricas, en los talleres, en las oficinas, a la salida del trabajo, los domingos, en los ratos libres, todos deben aprender la instrucción, todos deben aprender el manejo del fusil. Hay que comprender lo que representa un pueblo que ya ha demostrado, con sus hombres en el frente de Madrid, en el de Teruel, en los de Asturias y Vizcaya, en todos los frentes y en todos los pueblos de España, cómo sabe luchar el proletariado, cuando además de tener razón y heroísmo, sabe prepararse y organizarse técnicamente. Pues de estar a no estar preparado para un momento de sorpresa, hay una diferencia tal, que el hombre más valiente, si el enemigo le coge desprevenido, sin organización, sin saber manejar el fusil o la ametralladora, sin saber lo que es la disciplina militar, sin estar en condiciones para evolucionar rápidamente, de una manera organizada y disciplinada, no puede hacer nada eficaz. Pues bien; Valencia está en esas condiciones, y es necesario que, desde mañana, se comience un trabajo intenso en este sentido. Si lo hacéis así, estoy seguro de que en pocas horas podríamos derrotar fácilmente al enemigo fascista que pretendiese entrar en Valencia o en su provincia. (Aplausos.)
Cuando salgáis de aquí, explicad bien esto en vuestras organizaciones, en todas partes, para que todo el mundo se entere. ¿Sabéis la seguridad que da la conciencia de que se tiene una organización y una disciplina y se sabe manejar las armas? Es algo verdaderamente formidable. Permitidme establecer, en relación con esto, la siguiente comparación.
Recordáis los primeros momentos de las Milicias, cuando estalló la guerra. Las Milicias se lanzaron en un impulso heroico contra los sublevados, y pudimos vencer en muchas provincias de España. En Madrid, con menos de tres mil fusiles, logramos dominar la situación. Fue en un momento de bravura y de clara comprensión de lo que nos jugábamos; pero, a medida que la guerra se fue dilatando, vimos que iba tomando un carácter más regular de guerra, con todas sus consecuencias. Y vimos también que las Milicias antifascistas, aquellas Milicias que en los primeros momentos dieron pruebas de un heroísmo sin límites, carecían de la organización y de la disciplina necesarias. Pero hoy, yo lo he visto en Madrid, lo he podido comprobar cuantas veces he estado en el frente, la cosa va mejorando. Nos ha costado mucho poder resistir hasta ver estas fuerzas convertidas en un Ejército regular, en un ejército preparado para combatir al enemigo, en un ejército dotado de organización y disciplina e instruido en el manejo de las armas. No es un hecho nuevo éste de España. En la Unión Soviética hubo también, durante la guerra civil, la Guardia Roja. No era todavía un ejército, le faltaba algo: esa organización y esa disciplina, esa cohesión en los mandos que hacen los ejércitos. El soldado no respondía a las exigencias de un ejército regular, y hubo necesidad de crear rápidamente, sobre la marcha, en las difíciles condiciones de la guerra civil, un ejército; hubo necesidad de crear rápidamente el Ejército Rojo. Muchos de vosotros conocéis seguramente lo que era la Guardia Roja, en la que no escaseaban el valor y el heroísmo, pero en la que faltaba ese algo indispensable en todo ejército regular. De aquella Guardia Roja, en la que cada cual se vestía como podía y se armaba con lo que tenía a mano, ya habéis visto lo que ha salido: ha salido el Ejército Rojo, que es, ni más ni menos que el mejor, el más potente ejército del mundo en cuanto a organización, a disciplina y armamento.
Aquí, en Madrid, en España, habéis visto cómo se han organizado rápidamente batallones, brigadas y columnas, que ya van siendo el Ejército regular, aunque no puede decirse que lo sean todavía por entero. Pero cuando hemos logrado poner en pie en Madrid brigadas bien preparadas, con su armamento, con su organización, con su disciplina, ya habéis visto lo que ha sucedido, lo que está sucediendo en Madrid, en la defensa de Madrid, en la que luchan bravamente, heroicamente, los milicianos de estas. Y esto tendrá una repercusión internacional, porque la defensa de Madrid es hoy lo que fue la defensa de Petrogrado durante la guerra civil en la Unión Soviética. Se decía: “¡No pasarán!”, pero fue necesario que el heroísmo, de que siempre ha dado pruebas el proletariado español, fuese complementado por la organización y la disciplina que hoy existen en nuestro Ejército nacional. Y yo quiero que Valencia pueda dar la sensación de un ejército del pueblo lo más rápidamente posible. Si sabemos lograr la necesaria organización, si sabemos crear una disciplina, si sabemos manejar las armas, la guerra ya no consistirá solamente en liberar a Madrid del cerco, sino que, conseguido esto, podremos derrotar al enemigo y empujarle hasta internarlo en Portugal. (Aplausos.)
Dos palabras ahora acerca de la juventud. La juventud que forma por su edad el contingente principal de los que están luchando en el frente, debe tener, debe contar con el apoyo, con la ayuda de los hombres que tienen, por sus años, más experiencia. Porque la juventud está demostrado su capacidad y aportando esfuerzos magníficos para ganar la guerra. Y no basta con entonar cantos a su heroísmo, sino que debemos procurar -me dirijo a todos, pero muy especialmente a los comunistas- ayudar eficazmente a los jóvenes, hacer todo lo posible para que la juventud llegue a unificarse en una sola organización juvenil en toda España. La juventud está representada ya en los cargos públicos, está representada en el Comité Nacional, en la Junta de Defensa de Madrid y en todos los puestos está dando pruebas de capacidad y de eficacia. Por eso pido para la Juventudes el apoyo de todos, pues nadie puede desconocer todo lo que la juventud representa en España en estos momentos. Siempre ha representado mucho, pero en los momentos actuales, en esta situación concreta de la guerra, en que con tanto ardor y heroísmo está cumpliendo su tarea y dando la vida por la causa del pueblo, nosotros debemos ser los primeros en reconocer sus méritos y en ayudarla a conseguir nuevas victorias.
Hablo de las Juventudes y al hacerlo me dirijo especialmente al Partido Comunista, porque sé que dentro de las Juventudes había en Valencia ciertas discrepancias. Es necesario que entre las Juventudes comunistas y socialistas medie una absoluta inteligencia. Todos los jóvenes socialistas, los comunistas, las juventudes libertarias, todos, deben compenetrarse hasta llegar a la unificación, siguiendo la misma línea que deben seguir los partidos. Es una necesidad, porque los que están luchando necesitan de esta ayuda y de este apoyo para continuar la lucha. Jóvenes de España: nosotros os ayudaremos, nos preocuparemos de la organización y de todo lo que sea necesario para aplastar al enemigo cuanto antes, y para después, todos juntos, construir una España libre y próspera, una España feliz, una España grande, digna de todos nosotros y de nuestros hijos. (Grandes aplausos.)
Dos palabras sobre la ayuda internacional. Todos sabemos, y la heroica población de Madrid lo experimenta en sus carnes martirizadas, la ayuda escandalosa que los fascistas italianos y alemanes prestan a sus congéneres y vasallos de España. El precio de esta ayuda, no desinteresada, ya lo indicaba yo más arriba. Los Gobiernos de Italia y Alemania han roto sus relaciones con el Gobierno de la República, sin molestarse en buscar siquiera un pretexto, para tener las manos más libres todavía en su ayuda descarada a los asesinos de nuestro pueblo. Barcos y submarinos alemanes actúan ya en nuestras aguas, sin tapujos, persiguiendo y torpedeando a nuestra flota. No se puede decir que hasta aquí no hayamos apurado la paciencia y la prudencia ante estas provocaciones. Lo hacemos así porque estamos dispuestos a defender a todo trance la paz de Europa, porque nuestra lucha no es solamente una lucha por la libertad del pueblo español, sino también una lucha por la paz del mundo, contra quienes pugnan por convertir a España en hoguera de una espantosa matanza mundial. Pero la prudencia y la paciencia tienen un límite. Y si estas agresiones prosiguen, si los submarinos alemanes e italianos continúan torpedeando los buques de nuestra escuadra, deben acabarse los miramientos. Nos defenderemos como podamos y no seguiremos acusando recibo de los torpedos agresores con simples notas diplomáticas. (Aplausos.)
Pero en el terreno de la ayuda internacional hay que registrar también un lado positivo: el de esas aguerridas y heroicas columnas de trabajadores de todos los países que vienen a España a defender, con la libertad de nuestro pueblo, la libertad de sus propios pueblos y la causa de la paz mundial, y cuya vanguardia se ha cubierto ya de gloria, al lado de nuestros heroicos milicianos, en la defensa de Madrid. Estas gloriosas brigadas son las portadoras de la solidaridad internacional de los pueblos en la lucha contra el fascismo internacional. No vienen a España, como las hordas mercenarias del fascismo, a robar al pueblo español pedazos de su patria; vienen a ayudar a nuestro pueblo a defender la patria española y las libertades de España contra la barbarie fascista, pues saben que en España es donde se defienden hoy la paz y la libertad de todos los pueblos. No son tropas mercenarias y esclavas de invasión, son soldados conscientes gloriosos de liberación. Esa es la diferencia entre la infame ayuda que les prestan a ellos sus amos, los fascistas italianos y alemanes, y la espléndida solidaridad internacional que nos prestan a nosotros nuestros hermanos del mundo entero.
Quiero terminar haciendo un llamamiento a todas las organizaciones. A los socialistas, a los anarquistas, a la CNT, a los comunistas, a los republicanos, a los demócratas sin partido, a todos los que tienen la misión de trabajar para ganar la guerra. Hay que hacer todo lo posible para que desaparezcan los recelos que aún puedan existir entre los partidos. Es de absoluta necesidad, para ganar la guerra, que todos trabajemos en una sola dirección. Tenemos un pueblo en armas, que espera mucho de los partidos que lo representaban. Hagamos cuantos sacrificios sean necesarios para acabar con todo lo que pueda desunir, para reforzar la unidad compacta del frente de batalla. Cuando alguien se salga de la disciplina que todos estamos obligados a acatar en torno a los acuerdos que emanen del Gobierno como orientación o línea para ganar la guerra; cuando alguien, sea el que fuere, rompa esa disciplina, que encuentre rápidamente la respuesta de los propios dirigentes de su partido. Que se salga al paso de los desafueros que se puedan cometer, pues nosotros no podemos ocuparnos de otra cosa que de ganar la guerra. Todos, absolutamente todos, comprendemos que unidos somos invencibles y ganaremos la guerra. Desunidos, la podríamos perder. A cada partido, a cada organización le toca su responsabilidad en la obra de conseguir que ningún obrero, que ningún campesino, ningún hombre que esté en la lucha, deje de hacer lo que esté de su parte para que no se retrase el triunfo definitivo contra el enemigo. En esto es, precisamente, en lo que hay que concentrar todo el trabajo, toda la disciplina y toda la responsabilidad.
¡Todos, absolutamente todos, como un bloque, a cumplir con nuestro deber, a no crear dificultades! ¿Que para ganar la guerra hay que trabajar diez, doce, catorce horas al día? ¡Pues a trabajarlas! Nadie hable en estos momentos de aumentos de salario, ni de pleitos de jornada de trabajo, pues hoy no trabajamos para ningún explotador; trabajamos para ganar la guerra y aplastar a todos nuestros explotadores. Ahí tenemos el ejemplo de los trabajadores de la Unión Soviética, que trabajan voluntaria y generosamente una o dos horas diarias sobre su jornada para ayudar al triunfo de nuestra causa. Que no se diga que nosotros sentimos menos que quienes nos ayudan la conciencia de nuestra lucha.
Vivimos horas de sacrificio y nadie debe mirar a sí ni a su interés. Después de estas jornadas de sacrificio vendrán las jornadas de victoria, y entonces tened la seguridad de que recogeremos con creces el fruto de nuestro trabajo, el fruto de nuestra obra. (Grande y prolongada ovación.)