Edición impresa: José Díaz, Tres años de lucha,
Editions de la Librairie du Globe,
París 1970.
Versión digital: Koba, para http://bolchetvo.blogspot.com.
Transcripción/HTML para el MIA: Juan R. Fajardo, nov.
2009.
Formato alternativo: PDF por cortesía de http://bolchetvo.blogspot.com.
La preocupación de todos los antifascistas, en el momento actual, es ganar la guerra. Todos anhelamos conseguir la victoria, y nuestra gran aspiración es que sea lo más rápidamente posible. La vida del pueblo, lo exige, lo reclama, y por eso debemos tender a unificar los esfuerzos para poder rápidamente ganar la guerra, bajo la dirección del Gobierno de la República.
Los partidos políticos y las organizaciones sindicales -directa o indirectamente-, ya con anterioridad al 18 de julio, habían contraído un compromiso que han de cumplir hasta el fin: luchar contra el fascismo en todos los terrenos para defender las esencias democráticas de la República. Unidos ganamos la primera batalla al fascismo el 16 de febrero; unidos nos lanzamos a la lucha armada contra la revuelta fascista del 18 de julio; unidos estamos hoy en la lucha contra el fascismo nacional y extranjero; unidos ganaremos la guerra y construiremos una España de paz, trabajo y libertad.
Esta idea debe penetrar hondamente en la mente de todos los antifascistas y apartar de nuestro camino todo lo que pueda ser motivo de debilitamiento de esa unión. Un sentido profundo de responsabilidad debe clavarse en el cerebro de cada hombre político del Frente Popular, que permita fortalecer cada día más y dar autoridad al Gobierno de la República para que pueda conducir al pueblo a la victoria.
Nosotros decimos hoy lo mismo que dijimos antes del 16 de febrero: unir todos los esfuerzos para vencer al fascismo y no despreciar ninguna ayuda, por insignificante que pueda parecer, siempre que tenga bien acusada su personalidad antifascista. Por eso nos chocan ciertas tendencias exclusivistas que de cuando en cuando salen a la superficie y que tienden a establecer la prominencia de organizaciones sindicales sobre los partidos; y nos choca aún más que eso se quiera hacer en detrimento de organizaciones políticas, que, sin ser genuinamente proletarias, han demostrado su devoción y lealtad a la causa de la República y del pueblo.
Estamos firmemente convencidos de que lo que defendemos -la convivencia estrecha y cordial de todos los partidos y organizaciones del Frente Popular- es la condición indefectible para el triunfo de la causa de la República democrática, y por eso todos nuestros esfuerzos van dirigidos a consolidar el bloque antifascista actual.
Hoy, tenemos un Gobierno de base amplia y en él están representadas las fuerzas sindicales y todos los partidos políticos antifascistas del país. Este Gobierno, en cuyas manos está la dirección económica y política del país, es el exponente de esa unidad antifascista. Los sindicatos comparten la responsabilidad de las funciones del Gobierno y, dentro del engranaje del gobierno del Frente Popular, juegan el papel que les corresponde en la gestión económica del país, y sería nocivo hacerles jugar un papel de absorción de los partidos políticos, en lugar de compartir con ellos las funciones rectoras de los destinos de la República democrática. La misión de los sindicatos, en el momento actual, es la de colaborar estrechamente con el gobierno del Frente Popular en reorganizar la industria y en primer lugar la industria de guerra. Esa tarea corresponde tanto a la UGT como a la CNT.
La UGT, por su tradición política, ha de ser y es uno de los puntales más fuertes en la ayuda al Gobierno, para ponerlo en condiciones de disponer de todo lo necesario para vencer en la lucha armada que se desarrolla en España. Ella debe ser, con su actuación, el ejemplo vivo de cómo los sindicatos han de colaborar con el Gobierno y hacer que acaben las adhesiones formales para pasar en la práctica a la reorganización de la producción, de acuerdo con las necesidades de la guerra. En cada provincia, en cada comarca, en cada pueblo donde exista un sindicato, éste ha de coordinar su actividad con la de la CNT, al objeto de seguir las mismas normas de conducta en el reforzamiento de la autoridad del Gobierno, que consiste en el acatamiento sin reservas a sus decisiones. La UGT debe ser quien en el terreno sindical haga ondear la bandera de la ayuda al Gobierno, en la reorganización de la economía del país.
¿Cómo debe comprenderse esta ayuda? La respuesta está en el ánimo de todos los antifascistas: trabajar más y mejor para ganar rápidamente la guerra.
Trabajar para ganar la guerra quiere decir desenvolver la actividad no según la voluntad de cada cual, sino según un plan de coordinación de todos los esfuerzos, tanto en el frente como en la retaguardia, tanto en el terreno militar como en el de la producción, bajo la dirección marcada por el Gobierno. Si sentimos, si deseamos un mando único, una sola dirección militar, porque es condición indispensable para la victoria, este mismo anhelo debe preocuparnos ante las necesidades de la retaguardia, de la industria y de la producción en general.
Las federaciones de industria, los sindicatos todos, deben ayudar al Gobierno, ofreciéndose incondicionalmente para que todos sus elementos técnicos estén a su disposición y puedan realizarse los trabajos que las necesidades de la guerra imponen. Si, por el contrario, estas federaciones, estos sindicatos, sin tener en cuenta las necesidades de la guerra, producen y se orientan como un poder independiente, no sólo no contribuyen a la tarea general de ganar la guerra, sino que entorpecen el desarrollo normal de la vida económica y política del Gobierno, creándole dificultades.
Los sindicatos deben ser colaboradores del Gobierno. Esta colaboración debe entenderse sobre la base del estudio de planes de producción industrial con vistas a la guerra, para que sean llevados a la práctica, bajo la dirección del Gobierno y con la colaboración de las organizaciones sindicales. Coordinar los esfuerzos en el máximo rendimiento del trabajo y del aprovechamiento y distribución de las materias primas, evitar la producción desorganizada, que además de ser antieconómica perjudica los intereses del país y de la guerra: tal debe ser la preocupación de las organizaciones sindicales en el momento actual.
Esta misma política debe aplicarse por las organizaciones sindicales y cooperativas agrícolas. Hoy, no se puede cultivar la tierra a capricho, no puede hacerse el cultivo bajo el aspecto del lucro personal. La producción agrícola debe corresponder a las necesidades del país, a las necesidades del sostenimiento de los luchadores por la libertad, y el hecho de trabajar la tierra, realizando una producción de guerra, significa la cooperación del ejército de la retaguardia con el de la vanguardia en el aplastamiento del fascismo. Para ello, los sindicatos deben preocuparse de que en el campo se realice una política de transformación del cultivo, utilizando la ayuda de los técnicos de la agricultura, dependientes del Gobierno, que permitirá obtener los productos que necesitamos y cubrir las necesidades de la guerra. Esto repercutirá favorablemente en la economía del país, evitando importaciones que suponen nuevos sacrificios financieros por parte de España.
Los sindicatos agrícolas deben cultivar la idea de cooperación; pero sin imponerla, sin llevar a los campesinos por la violencia a las cooperativas, sino convenciéndoles de la eficacia de las mismas como organismos de cooperación de los esfuerzos en la mayor rendimiento del trabajo.
El Gobierno, a su vez, corresponderá a los esfuerzos de los trabajadores del campo garantizándoles una remuneración justa del valor de los productos, facilitándoles créditos, simientes, aperos de labranza; instruyéndoles en la enseñanza agrícola, lo que permitirá la elevación de la cultura de los obreros agrícolas, y los campesinos, que representa forjar los hombres del mañana, que garantizarán la nueva economía agrícola sobre la base de una producción intensiva y fuerte.
Otro problema ya señalado, y que debe preocupar honradamente tanto a los sindicatos agrícolas como a los industriales, es el de la intensificación de la producción. Para ello, es función de las organizaciones sindicales despertar el estímulo en cada obrero y hacerle comprender que el esfuerzo que realiza no servirá sólo para ganar la guerra, sino para acortar la duración de la misma, para ahorrar millares y millares de vidas de hermanos que se ven forzados a permanecer en las trincheras más tiempo que el necesario, por falta de los elementos bélicos que con una industria racionalizada se pueden producir en cantidad.
Así, todos unidos, partidos y sindicatos, podremos movilizar todas las energías existentes en las masas populares, forjaremos el gran ejército de la victoria, aseguraremos una producción industrial y agrícola que abastezca las necesidades del frente y de la retaguardia, ganaremos la guerra y luego, siempre unidos, construiremos la nueva España de la paz, del trabajo y de la libertad.