Redactado: Cannon redactó
esta carta a una militante del Socialist Workers Party de Chicago durante la lucha
interna al partido entre la mayoria en torno a Cannon y fracciones
influenciadas por el pablismo lideradas respectivamente por Bert Cochran y por
George Clarke y Milton Sazlow.
Historial de publicación: Se publicó en el Internal
Bulletin del SWP, vol. 15, núm.y 12 (mayo de 1953).
Versión castellana: El ensayo se ha traducido del Internal
Bulletin, vol. 15, núm.y 12 (mayo de 1953) y se publicó en castellano por
vez primera en Spartacist, núm. 27, diciembre 1996.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2012.
Fuente: Versión digital de la traducción al
castellano tomada de la página de internet de Revolutionary
Regroupment.
Los Angeles, California
9 de abril de 1953
Chicago
Estimada Hildegarde:
Entre otras cosas interesantes, en tu carta dices: “Aquí ya algunos de nuestros camaradas en los sindicatos están diciendo, ‘Quisiera que esto se acabara.’ De hecho, la atmósfera de aquí es un tanto ponzoñosa.” Yo estaba a la espera de un informe de algún desarrollo como ese. Por experiencia, incluyendo la mía propia, sé que esto sucede siempre en toda lucha partidista.
Antes de que tuviera la oportunidad de empaparme en la política revolucionaria, me hallé envuelto en un torbellino de lucha fraccional en el ala izquierda del Partido Socialista en 1919. Yo había venido del movimiento de masas y luchas huelguísticas en el viejo IWW [Obreros Industriales del Mundo], y mi primera reacción fue de consternación y desaliento. Estaba ansioso por que el fraccionalismo pasara y por volver al trabajo constructivo. Me tomó algún tiempo aprender que las luchas fraccionales son gajes del oficio.
Menciono esto para mostrar que comprendo y simpatizo con los militantes sindicares de Chicago que están reaccionando del mismo modo ante la “atmósfera ponzoñosa” de la presente controversia, aunque no estoy de acuerdo con ellos. Durante lo más candente de la lucha contra la oposición pequeñoburguesa en 1939-40, tuvimos expresiones similares de los activistas sindicales en el partido, y yo lo reporté al camarada Trotsky. Puedes encontrar el intercambio de cartas sobre este punto en mi The Struggle for a Proletarian Party (La lucha por un partido proletario), página 175 y en En defensa del marxismo de Trotsky, página 196.
Estoy seguro de que los camaradas de Chicago no se sentirán ofendidos ante la observación de Trotsky de que tal actitud de impaciencia en medio de una lucha ideológica seria “no es raro que esté conectada con la indiferencia teórica.” Nadie nace siendo marxista. El marxismo debe aprenderse, y es muy posible que nuestros impacientes militantes sindicales de Chicago descubran, como lo han hecho otros antes, incluyéndonos a ti y a mí, que las luchas fraccionales en el partido revolucionario pueden también tener un lado positivo, a pesar de su costo, como escuela en la que uno puede aprender política marxista más rápido y de manera más completa que en tiempos normales de la vida del partido.
Las lecciones que se aprenden en una lucha seria, de la discusión que debe llevar a la decisión, calan hondamente y no se olvidan con facilidad. Pienso que todos hemos aprendido algo en relación a esto de las experiencias pasadas. Estoy seguro de que en esta ocasión sucederá lo mismo, ya que la lucha que se está abriendo en el partido es de hecho muy seria.
La aversión de los activistas sindicales a las luchas fraccionales no es de ningún modo una manifestación únicamente negativa. Están interesados en el trabajo constructivo, y sin eso nunca construiremos un movimiento. Les repele la gente dificultosa que nunca parece contenta a menos que esté lanzando insultos. Engels les llamaba desdeñosamente “buscapleitos”, y sin embargo no dudó un momento en combatirlos. Las objeciones que presentan los militantes sindicales ante este tipo de atmósfera son muy comprensibles. Pero todos hemos tenido que aprender que las luchas fraccionales no pueden evitarse volviéndoles la espalda. Nuestros grandes maestros, que -como en todo lo demás- sabían cómo tomar las luchas fraccionales, nos explicaron esto hace mucho tiempo. Engels escribió a Bernstein en 1888: “Parece que todo partido obrero, en un país grande, sólo puede desarrollarse mediante luchas internas, y esto está basado en las leyes del desarrollo dialéctico en general.”
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El rehusarse a entrar plenamente en una lucha fraccional porque uno quiere hacer su trabajo en paz, sólo tiene como resultado el entregar el partido a “buscapleitos” y revisionistas -que muy frecuentemente son la misma cosa- y esa es una manera segura de arruinar al partido, como otros partidos han sido arruinados en el pasado. Ese es un modo seguro de deshacer todo el trabajo constructivo de los militantes sindicales y otros activistas en un lapso de tiempo relativamente corto.
Algunas veces esto puede suceder mediante un único error de la dirección, motivado por una falsa política. Por ejemplo, el grupo de Burnham-Shachtman, que temporalmente tuvo una mayoría en el CP [Comité Político] de nuestro partido a comienzos de 1939 mientras me hallaba ausente en Europa, ya estaba infectado con el germen de la estalinofobia y lo cuidaban dedicadamente para mantenerlo calientito. Cuando Homer Martin, entonces presidente del UAW inició arbitrariamente una escisión en el sindicato, el CP, bajo Burnham y Shachtman, mandó a nuestros camaradas en la industria automotriz a que apoyaran la aventura de Martin. Estaban motivados por la circunstancia de que los estalinistas tenían una posición fuerte, si no es que dominante, en la mayoría opuesta a Martin.
Nuestros camaradas que estaban en el terreno, conociendo mejor la situación y no queriendo aislarse de la mayoría del CIO, objetaron fuertemente esta política del CP de Burnham-Shachtman. Se opusieron a la decisión, no en una manera indisciplinada y destructiva, sino de una manera política, y tuvieron éxito en hacer que se cambiara la decisión. Esto les permitió permanecer en la corriente principal del movimiento que se mantenía fiel al CIO. Los militantes del sindicato automotriz que estaban bajo la influencia de los lovestonistas se fueron con la desdichada escisión de Martin hacia la AFL, y corno resultado quedaron eliminados del sindicato de un solo golpe, por un paso político en falso. Nuestros camaradas, en cambio, gracias a la política correcta que siguieron, pudieron integrarse mejor que nunca al sindicato automotriz reconstruido del CIO. La posición falsa que tornó originalmente la dirección Burnham-Shachtman en la famosa “crisis automotriz” de 1939 fue una de las cuestiones que llevaron a su caída y a su repudio por parte del partido.
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Menciono este ejemplo -uno de los muchos que se pueden citar de la historia de nuestro movimiento- para mostrar lo inseparablemente ligado que está el trabajo constructivo de los activistas sindicales con la línea política y la dirección del partido. Hay tiempos, y el presente es uno de ellos, en los que la línea política y la dirección del partido son puestos en cuestión. No conocemos otra manera de resolver tal disputa más que mediante discusiones abiertas, que a veces toman la forma de luchas fraccionales y, mediante la decisión final del partido en una convención democrática. Es así corno se hacen las cosas en un partido democrático: los miembros mismos discuten y deciden qué política y qué dirección quieren. Las irritaciones inevitables del “fraccionalismo” ocasional son un precio pequeño que pagar por una genuina democracia en el partido.
Nuestros militantes sindicales harán bien en repensar este asunto; en considerar que ellos tienen interés en esta disputa; que si permanecen indiferentes y se hacen a un lado pueden terminar con una política que no corresponda a las necesidades de la situación, y con una dirección que obstaculice en lugar de ayudar en su trabajo. Esas cosas han sucedido anteriormente. Es mucho mejor alarmarse ante ello de antemano, y tratar de prevenirlo mediante una participación consciente y activa en la determinación de la disputa, que lamentarse después de una mala decisión.
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Uno de los proyectos que he anhelado hacer desde hace tiempo, y al que espero dedicarme ahora que estoy cómodamente establecido en la hospitalaria ciudad de Los Angeles, es escribir una biografía política y una evaluación de Debs. Creo que la generación joven podría beneficiarse de un trabajo corno ese, el cual no ha sido realizado adecuadamente hasta ahora.
El ensayo que proyecto tendría dos lados. Primero, trataría de mostrar a Debs en todo su esplendor como héroe proletario; como el prototipo y modelo del revolucionario de las masas, el organizador sindical, el líder de huelgas, el inspirador de la juventud. Ese lado del proyecto sería una tarea muy grata para mí, pues quiero muchísimo el recuerdo de Debs.
Pero me sentiría obligado a tratar otro lado de Debs; lo que considero es su lado más débil, el cual nunca ha sido adecuadamente examinado y explicado por otros biógrafos y evaluadores. De hecho, nunca se ha tocado; y el verdadero retrato del Debs real, “el hombre con su contradicción”, con su lado débil así corno su lado fuerte, nunca se ha esbozado.
Si alguna vez ha habido un hombre de buena voluntad, ese fue Debs; era alguien que se entregaba, un trabajador constructivo, un constructor. Pero era un poquito “bueno” en demasía corno para ser el dirigente que requiere un partido revolucionario. Debs no soportaba las disputas. Huía de los “buscapleitos” como de la plaga. No podía aguantar los embrollos en las controversias, especialmente si estaban contaminadas con intrigas y “maniobrerismo”, que desafortunadamente no siempre están ausentes incluso en las disputas del partido. Temía a las luchas fraccionales y a las escisiones por encima de todo, y simplemente huía de ellas.
Como resultado de todo esto, Debs le volvió la espalda a los asuntos internos del Partido Socialista de los Estados Unidos. Debs, el líder más influyente, vertió toda su energía, y a final de cuentas su vida, en la agitación popular de masas, en la organización y en la lucha, y permitió que hombres más pequeños que él -más pequeños en todos los aspectos, a mi juicio, y especialmente en temperamento revolucionario- condujeran la maquinaria del partido y dieran forma a la política del partido.
Nunca hubo en ningún sitio un grupo de huelguistas en apuros que pidieran ayuda a Debs sin que él tomara el siguiente tren para llegar al lugar y tomar posición en el piquete de huelga, para elevar su coraje con palabras de noble elocuencia. Pero lo que Debs no podía hacer era ir a una reunión de discusión del partido, durante una lucha fraccional; o a una acalorada discusión en el comité; o a una convención donde se tomarían decisiones contundentes. Pensaba que su influencia en el movimiento de masas, su popularidad entre los miembros del partido, el entusiasmo revolucionario que generaba cada vez que hablaba, eran suficientes para darle forma al curso del partido. Pensaba que podía mantener al partido sobre la línea revolucionaria por el mero peso de su ejemplo. Pero estaba equivocado.
Los estafadores oportunistas, los “socialistas de municipalidad”, los hombres de corta visión que querían reducir el programa del socialismo a pequeños objetivos, fueron más listos que Debs y lo superaron con sus maniobras, y lo usaron para sus propósitos en lugar de que él los usara para los suyos. Esa fue, en mi opinión, la gran falla y el gran fracaso de Debs. Y fue por eso que al final su gloria fue ensombrecida por la tragedia. Simpatizaba con el ala izquierda del Partido Socialista, pero fue incapaz de irse con ellos en la escisión de 1919. Murió como miembro de un Partido Socialista desacreditado, que la nueva generación de jóvenes revolucionarios había evitado con desdén.
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Toda la carrera de Debs es la prueba más completa y convincente de que uno no puede ser un revolucionario efectivo completo si se confina al trabajo de masas y a la agitación, mientras deja a otros los asuntos internos del partido, incluyendo las disputas y las luchas fraccionales.
No, esa es también la tarea del revolucionario proletario. Si su deber requiere que entre plenamente en la controversia; si tiene que aprender a lidiar con los “buscapleitos” de Engels, e incluso si resulta un poco manchado por las calumnias — no puede pedir que se le exente. Su trabajo de masas tiene poca utilidad y poco sentido sin el partido. Y el curso y la dirección del partido se deciden, en última instancia, por lo que ellos y otros como ellos dicen y hacen al respecto.
Trotsky escribió una vez que un revolucionario se prueba bajo todo tipo de circunstancias y en todo tipo de acciones, desde las huelgas y peleas callejeras hasta la lucha revolucionaria por el poder, pero que la prueba más importante de todas es su actitud hacia las disputas dentro de su propio partido.
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El mundo conoce a Marx como el autor de El capital. Pero nosotros, sus discípulos, también lo conocemos como el fundador y líder de la I Internacional, y como el inspirador teórico del movimiento obrero socialista que creció durante su vida. La lucha de Marx y Engels durante el período de la I Internacional, y en el reagrupamiento del movimiento obrero después, hasta el fin de sus vidas, fue una lucha con dos aspectos.
Por un lado, lucharon por la unidad de la clase obrera, resumida en la gran consigna del Manifiesto comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Por otro lado, lucharon por la claridad del único programa que podía hacer esta unidad consciente y efectiva, y al fin victoriosa. Esta lucha por la claridad programática, que nunca cejaron, los involucró en incesantes controversias y polémicas, que nunca buscaron evitar. Al contrario, lucharon abiertamente contra todo intento de contrabandear la ideología burguesa hacia el movimiento obrero bajo los diversos disfraces del anarquismo y el oportunismo.
Las grandes batallas de Marx y Engels contra los anarquistas bakuninistas, contra los lasalleanos, contra la conciliación con la confusión en nombre de la unidad, la cual provocó el comentario clásico al programa de Gotha – todo ello fue una lucha fraccional de comienzo a fin. Sin ello el movimiento político revolucionario no podría haberse construido y mantenido; sus sucesores no podrían haber mantenido sin rupturas la línea de continuidad con el pensamiento de Marx; y nosotros y nuestro partido no estaríamos aquí hoy. Debemos nuestra existencia política a las valientes batallas fraccionales que lidiaron los fundadores del socialismo científico y los dos grandes discípulos que vinieron después de ellos.
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El peso principal de la lucha por la transformación socialista de la sociedad no está en la lucha directa de los obreros contra la burguesía. Los obreros son tan aplastante mayoría, y su fuerza se multiplica tantas veces por su posición estratégica en la producción, que si se unieran para actuar conscientemente por sus propios intereses, su victoria sobre la burguesía sería pan comido. Pero no están unidos, no tienen conciencia de clase. La razón de ello es la influencia de la ideología burguesa en las filas de los obreros.
Dicha influencia es traída a las filas obreras de diversas maneras, pero su representante más directo es la burocracia sindical. Es por eso que nuestra lucha principal contra la burguesía toma en primer lugar la forma de la lucha contra sus agentes en el movimiento obrero. Nadie ha superado todavía la definición clásica dada por De Leon de los farsantes sindicales conservadores como “los lugartenientes laborales de la clase capitalista”. A Lenin le agradaba especialmente esta notable caracterización, y nadie jamás enfatizaría más que él la primacía de la lucha contra estos lugartenientes laborales de la clase capitalista.
La lucha por el socialismo es impensable sin una lucha por hacer revolucionarios a los sindicatos. Eso es lo que le da una importancia tan trascendente al trabajo partidista en los sindicatos. Los militantes sindicales del partido que reculan ante las luchas fraccionales en su propio partido, y que incluso imaginan que están contra el fraccionalismo en general, deberían explicarse a sí mismos el hecho de que su propia lucha diaria contra la traicionera burocracia es una lucha fraccional dentro del movimiento obrero. También ahí [el aire] se vuelve “ponzoñoso” a veces, y muy a menudo se ve mezclado con todo tipo de antagonismos personales. Pero en el fondo no es una disputa personal, y no hay manera de evitarla.
Como se ha dicho, su causa es la presión de la influencia capitalista representada por los burócratas charros y en cierta medida por la aristocracia obrera. Pero esta presión e influencia de la clase dominante no se limita a los sindicatos, aunque se revela en ellos en su forma más crasa. Lo permea todo en la sociedad presente. Eso no es extraño, considerando todos los instrumentos de educación, propaganda y comunicación que están monopolizados por la clase dominante: la iglesia, la escuela, la prensa, el radio, etc.
La experiencia de cien años ha mostrado que la influencia y la ideología burguesas también son llevadas en diversas maneras indirectas a las organizaciones políticas de los obreros, incluso a las más avanzadas, y frecuentemente llega a dominar en ellas; eso trae como resultado la transformación de estas organizaciones políticas en soportes del régimen capitalista en lugar de ser órganos de lucha en su contra.
Esta es la verdadera explicación, como Lenin nos enseñó, de la caída de la II Internacional. La lucha en contra de esta influencia burguesa, representada por la dirección oportunista, fue primero una lucha fraccional dirigida por Lenin dentro de las filas de una sola organización internacional. Después de la escisión, y de la formación de la III Internacional, la lucha continuó, siendo todavía, en esencia, una lucha fraccional entre las dos internacionales dentro del movimiento obrero amplio.
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Fue también la presión de la influencia burguesa lo que llevó a la degeneración y caída finales de la III Internacional. La lucha que Trotsky dirigió en contra de esta degeneración comenzó como una lucha fraccional dentro de una sola organización. Y en cierto punto culminó en la formación de la IV Internacional. Hoy sigue siendo una lucha fraccional entre el trotskismo y el estalinismo por la influencia y la dirección del movimiento más amplio de la clase obrera.
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La historia más reciente, en cuyo hacer muchos de nosotros hemos sido participantes directos, sigue la misma línea general que la de nuestros antecesores. Nuestro partido no ha estado inmune a los problemas internos que han ocurrido en todas las organizaciones políticas obreras en estos cien años. Hemos asegurado nuestra existencia y nuestra unidad enfrentándolos francamente y lidiando con ellos.
Las presiones no sólo recaen sobre el movimiento obrero amplio, sino también sobre la vanguardia, e incluso sobre la vanguardia de la vanguardia — que es exactamente lo que el SWP y sus organizaciones afines en el movimiento mundial representan. Los problemas que demandan solución bajo la influencia de estas presiones externas producen diferencias de opinión en nuestras filas, así como en otras partes. A menudo estas diferencias, relacionadas a puntos particulares, se resuelven con la libre discusión en nuestro partido democrático, sin organización o luchas fraccionales. Esto es lo que sucedió en 1948 cuando tuvimos una diferencia de opinión extremadamente seria ante la política de la elección presidencial. Una experiencia similar fue la discusión sobre los cambios de la posguerra en Europa Oriental.
Estos ejemplos, así como la manera en que estas disputas se resolvieron sin lucha interna, son suficientes para mostrar que uno no debe saltar a conclusiones apresuradas cada vez que se manifiesta una diferencia de opinión en nuestras filas, y excluir la posibilidad de lograr un acuerdo y la reconciliación mediante una discusión calmada y amistosa. Pero por otro lado, es bueno tener en mente lo que Trotsky dijo en 1939: “cualquier lucha fraccional seria en un partido es siempre en última instancia un reflejo de la lucha de clases.” Tal fue ciertamente el caso en nuestra lucha contra la oposición pequeñoburguesa en 1939-40. Esa fue una lucha larga y dura por la existencia del partido como organización revolucionaria.
También en aquel entonces muchos obreros, especialmente los activistas sindicales deseosos por continuar con su trabajo, se impacientaron con la larga discusión. Pero, ¿qué le habría pasado al SWP si no hubiéramos luchado y ganado entonces, con el apoyo de los cuadros proletarios? Desde el comienzo mismo de la lucha caracterizamos a la oposición de Burnham-Shachtman como una fracción pequeñoburguesa. Y si una caracterización fue alguna vez comprobada hasta la saciedad por la evolución subsecuente de las personas involucradas, lo fue esa.
Me imagino que es difícil para algunos de los camaradas más jóvenes en el partido convencerse de que Burnham, el teórico actual del programa de la guerra preventiva contra la Unión Soviética y los movimientos revolucionarios alrededor del mundo, fue alguna vez miembro de nuestro partido. Pero lo era, y lo recordamos bien. Más que eso, fue un contendiente por la dirección del partido que denunciaba a los líderes actuales del mismo como “burócratas conservadores”. Escribió una detallada condena de nuestros horribles “métodos organizativos” en un documento clásico en su género llamado “La guerra y el conservadurismo burocrático”, que está publicado como apéndice de mi libro The Struggle for a Proletarian Party.
Cualquiera que sea la opinión de nuestros camaradas más jóvenes sobre nuestro “fraccionalismo” en la actual lucha partidista, seguramente que no nos condenarán por nuestro fraccionalismo en la lucha contra Burnham y Cía., o en cualquier caso no deberían hacerlo, puesto que el partido le debe a esa lucha su existencia y sus magníficos logros durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
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No titubeamos en caracterizar desde el comienzo a la oposición de Burnham-Shachtman como una oposición pequeño-burguesa. Esto fue en parte porque habíamos tenido experiencias previas y muchas indicaciones de la lucha por venir. Y cuando se levantaron en oposición al momento de comenzar la Segunda Guerra Mundial, sabíamos qué sucedía con ellos y cómo caracterizarlos.
La caracterización de la oposición actual en el SWP no puede ser tan precisa en esta etapa. Todavía no sabemos qué línea tomará en su evolución ulterior, y menos lo saben ellos. Pero ya hay cierto número de hechos inquietantes que ponen absolutamente en claro a todos los que tengan ojos para ver y estén dispuestos a hacerlo, que vamos a tener una lucha seria. No se la puede evitar por las siguientes razones:
1. Los cochranistas formaron una fracción en la dirección y en las filas del partido antes de que lanzaran un programa. En esto han seguido directamente los pasos de la oposición pequeñoburguesa que tenía una fracción completamente formada antes de que desplegaran sus banderas en septiembre de 1939. En el lenguaje leninista, tal procedimiento siempre se ha considerado como una ofensa criminal contra el partido.
2. La fracción de Cochran es una combinación sin principios de diversos elementos que tienen diferentes puntos de vista acerca de muchas de las cuestiones en disputa, y solo les une su oposición al “régimen” del partido. En nuestro movimiento tales combinaciones siempre se han considerado antileninistas.
3. Los argumentos subterráneos de la fracción de Cochran en contra del régimen no son sino un refrito de viejos chismes y calumnias sacadas de la acusación sumaria de Burnham conocida como “La guerra y el conservadurismo burocrático”. Ya he contestado a esta acusación sumaria en mi libro The Struggle for a Proletarian Party de modo que no me detengo más en este punto.
4. La fracción de Cochran está cínicamente alentando y estimulando el sentimiento de conciliacionismo al estalinismo en las filas del partido. El conciliacionismo al estalinismo es ajeno y hostil a los principios y a la tradición de nuestro movimiento.
5. En la organización local de Nueva York. y en el CP, la fracción Cochran se ha declarado en franca revuelta contra los principios leninistas de organización que han gobernado el funcionamiento interno del partido desde su creación hace 25 años. El rebelarse contra el centralismo democrático siempre ha sido una señal distintiva del menchevismo.
6. Al conducir una lucha sin principios en contra de la dirección del partido, subterráneamente durante más de un año, y ahora abiertamente, los líderes de la fracción de Cochran se han abandonado a un frenesí fraccional que efectivamente “ha emponzoñado la atmósfera del partido”. Sus métodos de conducir la lucha fraccional desorientan y corrompen a camaradas más jóvenes e inexpertos que necesitan una discusión calmada y explicaciones pedagógicas para avanzar en su educación política.
Estas manifestaciones, tomadas en conjunto son características bien conocidas de una fracción que ha perdido la cabeza y no sabe a dónde va. Llámese como quiera a esas manifestaciones, pero no son manifestaciones de leninistas con confianza en sí mismos, que se yerguen ante toda presión y siguen un curso consciente y premeditado.
Esperaremos para ver el curso de esta combinación sin principios. Entretanto, nos esforzaremos por explicar al partido en la discusión política las cosas como las vemos. El próximo pleno del Comité Nacional sin duda va a condenar a la fracción de Cochran como una combinación sin principios y revisionista, y explicará sus razones al partido en resoluciones sin ambigüedades.
Entonces será el turno de los miembros del partido para discutir y eventualmente para decidir. La tarea más importante de todo miembro en el próximo período es estudiar y discutir todos los puntos en cuestión, y tomar una posición sobre ellos. Nadie tiene derecho de abstenerse, pues la prueba más importante para un revolucionario -citando de nuevo a Trotsky- “es su actitud ante las disputas en su propio partido.”
Fraternalmente,
J.P. Cannon