Pronunciado: El 27 de agosto de 1971.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 3 de
febrero de 2016.
He venido a reafirmar que cada país, cada pueblo, de acuerdo con su historia, su idiosincrasia y su tradición, tiene que encontrar su propia ruta respetando esa propia personalidad con un sentido amplio y claro de nacionalismo. Sabemos que en esta época de la historia es indispensable cumplir el mandato de nuestros próceres, para que, en un esfuerzo común, cambiemos la vida del hombre latinoamericano. El Presidente Velasco Ibarra lo ha dicho citando mis palabras: ¡llegue la hora y el minuto en que este continente tenga voz de pueblo, con Libertad, Dignidad e Independencia Económica!
Cada país debe enfrentar su propia realidad adecuando a ella la táctica y la estrategia para romper el status, y empinándose sobre el egoísmo, edificar una existencia nueva y distinta para las mayorías, reivindicando así el derecho del hombre a una existencia más plena. Debe pensar en el destino agobiante que tienen nuestros niños y nuestras juventudes y mirar con respeto el cansancio sacrificado de nuestros ancianos.
América Latina no puede seguir siendo el continente de la esperanza frustrada: América Latina no debe ser el continente potencialmente rico cuyos habitantes en un porcentaje tan alto saben del hambre, de la desocupación, de la falta de vivienda, de agua, de luz. América Latina ha dado ya demasiado para recibir tan poco.
No podemos continuar en una actitud de mendicantes, porque tenemos la dignidad que heredamos de los padres de nuestras Patrias. Tenemos que realizar las transformaciones que este continente reclama y darle el perfil necesario y la fuerza que requiere, para que podamos labrar nuestro propio e independiente destino.
Por eso, al llegar aquí sabía perfectamente bien cómo de las raíces de la historia ecuatoriana emerge la savia que fecundó a América con sus gritos de esperanza rebelde. Ya lo dijimos en el Cabildo de Quito, en la Casa Consistorial, que en 1809 se alzó allí el llamado que atravesó las distancias, para encontrar eco en los hombres que en la zona sur nos dieron la independencia.
En esta tierra de Rocafuerte y Olmedo, es bueno recordar que éste en sus cantos dice: “Quien se atreve más, él triunfa siempre; quien no espera vencer, ya está vencido.” ¡Ecuador y Chile no serán vencidos, porque esperan vencer!
Y esperan vencer, pero no con las armas en las manos, como lo hicieran en heroicas gestas los que nos dieron Patria y Libertad política.
No en vano pasa el tiempo, y hoy los pueblos confrontan otras realidades. Frente a ellas tenemos que actuar, pero sin pisar los caminos de la vieja y trillada democracia, sino por la pujante democracia en que el pueblo esté presente. Éste ha sido el gran actor de la historia y necesitamos comprender que los cambios revolucionarios que nuestros países reclaman son el ansia justa de las mayorías nacionales. Debemos entender que la palabra revolución no implica ni atropellos ni violencias innecesarias, sino la posibilidad de acelerar el progreso, de cambiar la sociedad y hacer que los más tomen el lugar de los menos. Eso estamos haciendo en nuestra Patria, dentro de los cauces legales y el respeto de los derechos individuales en entendimiento fecundo y fraterno. Con personas que tienen un pensamiento filosófico distinto, pero que han encontrado el denominador común de un programa; han encontrado, oyendo el clamor del pueblo, el venero que les permita sacudir las lacras que centenariamente los golpean.
Vivimos una realidad en el mundo, donde las viejas y milenarias instituciones sienten que sus cimientos crujen, para dar paso a la conciencia clara de las nuevas alboradas que se divisan.
La Unidad Popular de Chile permite reunir, en un haz apretado y combatiente, a laicos, marxistas y cristianos, porque allá también, como en otras partes, la iglesia siente el llamado de Cristo y el verbo que le obliga a estar junto al pueblo.
Nuestras palabras de paz y de fraternidad, con respeto a los gobiernos y fórmulas de gobierno que los pueblos quieran darse. Somos irrestrictos partidarios de la autodeterminación, del derecho de los pueblos a elegir los gobernantes que ellos quieren que los gobiernen. Somos partidarios, de la no intervención, de no tratar de influir en la vida interna de otros países.
Somos partidarios y lo hemos demostrado, del diálogo para encontrar una solución a los problemas o diferendos que puedan tener nuestros países en su búsqueda cada vez más apasionada de la paz. En Ecuador, hemos sentido palpitar la historia, que hicimos juntos nuestros antepasados, y hemos palpado esta realidad que es también la nuestra.
El lenguaje que hemos podido conjugar con el Presidente, señor Velasco Ibarra, se ha manifestado en los acuerdos que señalan frente a América Latina una clara y decidida posición.
Destaca que no aceptamos hegemonías ni tutelajes, que tenemos conciencia de nuestra plena soberanía para trazar nuestros rumbos políticos y defender nuestras posibilidades económicas.
Este documento a que he hecho referencia y que no puedo comentar ampliamente establece que en Latinoamérica la transformación social debe hacerse libremente de la explotación económica interna o externa. Establece que no podemos aceptar presiones destinadas a impedir el cumplimiento del destino que hayamos elegido, y que se ejercen mediante la fuerza económica, en los créditos que se tramitan o que no se otorgan, en organismos de los que somos socios con derecho pleno.
Esta Declaración establece, además, que nuestros países pueden y deben tener relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con los países que estimen conveniente. ¡Está bueno ya que se entienda que no es posible mantener una política por años, para cambiarla cuando conviene a otros intereses, y que nuestros pueblos tengan que someterse a ellos!
Hemos declarado la soberanía para establecer relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con todos los países del mundo, cualquiera sea la forma de gobierno que se haya dado.