Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO VI

GUERRA Y DESTIERRO
 
Al ver en la calle a un hombre en cuclillas y haciendo extraños ademanes, Tolstoi dedujo que estaba contemplando a un chiflado; pero, acercándose, se cercioró de que el hombre realizaba una labor necesaria: afilaba un cuchillo con una piedra.
Lenin citaba con gusto este ejemplo. Las interminables discusiones, querellas de bandería, cismas entre bolcheviques y mencheviques, polémicas y divergencias dentro de la misma facción bolchevique, todo ello parecía al observador al margen como actividades de dementes. Pero el toque de los acontecimientos demostró que aquella gente estaba realizando trabajos necesarios; la batalla no estaba empeñada por sutilezas escolásticas, como se imaginaban los aficionados, sino por las cuestiones más fundamentales del movimiento revolucionario.
Gracias a las minuciosas y precisas definiciones de ideas y al trazado de claros contornos políticos, sólo Lenin y sus discípulos se hallaban en situación de enfrentarse con el nuevo resurgimiento revolucionario. De ahí la ininterrumpida serie de éxitos que rápidamente aseguraron el dominio del movimiento obrero a los pravdistas. La mayoría de la vieja generación había abandonado la lucha durante los años de la reacción. "Lenin no tiene más que muchachos", solían decir desdeñosamente los liquidadores. Pero en aquello veía Lenin la gran ventaja de su Partido. La revolución, como la guerra, carga la mayor parte de su tarea sobre los hombros de la juventud. El partido socialista que no sea capaz de atraer a los adolescentes, nada tiene que esperar.
En su correspondencia secreta, la policía zarista que se enfrentaba con los partidos revolucionarios no se hacía vanas ilusiones respecto a los bolcheviques. "Durante los últimos diez años -escribía el director del Departamento de Policía en 1913-, el elemento, más enérgico, más intrépido, capaz de luchar sin tregua, con persistencia y continua organización, es el formado por las organizaciones y las personas que se concentran en torno a Lenin... El corazón y el alma permanentes de la organización del Partido y de sus empresas importantes están en Lenin... La facción de los leninistas es siempre la mejor organizada de todas, la más fuerte en simplicidad de propósito, la de más recursos para propagar sus ideas entre los trabajadores... Cuando en estos dos últimos años el movimiento obrero comenzó a hacerse más fuerte, Lenin y sus adeptos se acercaron a los trabajadores más que los otros, y él fue quien primero lanzó consignas puramente revolucionarias... Los círculos bolcheviques, sus núcleos y organizaciones, están hoy diseminados por todas las ciudades. Se han establecido contactos y correspondencia permanentes con casi todos los centros fabriles. El Comité Central funciona casi regularmente, y está por entero en manos de Lenin... En vista de ello, nada hay sorprendente en el hecho de que actualmente se está agrupando todo el Partido clandestino alrededor de las organizaciones bolcheviques, y que estas últimas constituyan en realidad el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia." Apenas puede agregarse nada a estas manifestaciones.
La correspondencia de la plana mayor del extranjero adquirió un nuevo tono optimista. Krupskaia escribía a Shklovsky a principios de 1913: "Todos los contactos son algo diferentes de los de antes. En cierto modo se nota que uno trabaja con gente de ideas afines... Los asuntos del bolchevismo marchan mejor que nunca." Los liquidadores, que se preciaban de su realismo y no más lejos de ayer se mofaban de Lenin como jefe de una secta degenerada, se encontraron de repente lanzados al margen y aislados. Desde Cracovia, Lenin vigila incansable todas las manifestaciones del movimiento obrero, registrando y clasificando todos los hechos que pudieran permitirle tomar el pulso al proletariado. De los detenidos cálculos hechos en Cracovia respecto a colectas de dinero para la Prensa obrera, se deducía claramente que en San Petersburgo el 86 por 100 de los trabajadores que sabían leer estaba en favor de Pravda, y sólo 14 por 100 al lado de los liquidadores; aproximadamente la misma proporción de fuerzas existía en Moscú; en las provincias atrasadas, los liquidadores estaban algo mejor, pero, en resumen, las cuatro quintas partes de los trabajadores progresivos simpatizaban con Pravda. ¿Qué valor podían tener los llamamientos abstractos a la unidad de facciones y tendencias, si la política justa opuesta a tales "facciones y tendencias" había conseguido, en el curso de tres años, congregar en torno al bolchevismo a la inmensa mayoría de los trabajadores avanzados? Durante las elecciones para la cuarta Duma, en que emitían los votos todos los electores, y no únicamente los socialdemócratas, el 67 por 100 de los representantes obreros se pronunciaron por los bolcheviques. Durante el conflicto entre las dos facciones de la fracción de la Duma en San Petersburgo, cinco mil votos fueron para los diputados bolcheviques, y sólo 521 para los mencheviques. Los liquidadores quedaron completamente deshechos en la capital. Una relación análoga de fuerzas se registraba en el movimiento sindical: de los trece sindicatos de Moscú, ni uno pertenecía a los liquidadores; de los veinte de San Petersburgo, sólo cuatro, los menos proletarios y menos importantes, se encontraban parcial o totalmente en poder de los mencheviques. A principios de 1914, durante las elecciones de representantes en las fundaciones benéficas para enfermos, los boletos de los candidatos de Pravda vencieron en toda la línea. Todos los grupos hostiles al bolchevismo (liquidadores, revoquistas, conciliadores de todo orden) resultaron ser completamente incapaces de arraigar en la clase obrera. De aquí extrajo Lenin sus conclusiones: "Sólo en el curso de la lucha contra estos grupos puede formarse en Rusia el verdadero partido socialdemócrata de los trabajadores."
En la primavera de 1914, Emilio Vandervelde presidente entonces de la II Internacional, estuvo en San Petersburgo para documentarse en persona sobre el conflicto de las facciones dentro de la clase trabajadora. El escéptico oportunista midió las controversias de los bárbaros rusos por el rasero del parlamentarismo belga. Los mencheviques, dijo a su vuelta, querían organizarse legalmente y solicitar el derecho de coalición; los bolcheviques querían exigir la inmediata proclamación de la república y la expropiación de la tierra. Este desacuerdo se le antojaba "más bien pueril" a Vandervelde. Lenin no pudo por menos de sonreír con amargura. Pronto sobrevinieron sucesos que hicieron posible contrastar sin error hombres e ideas. Las "pueriles" diferencias de opinión entre los marxistas y los oportunistas se extendieron gradualmente por todo el movimiento obrero mundial.
"La guerra entre Austria y Rusia -escribía Lenin a Gorki a principios de 1913-, sería una cosa muy útil para la revolución (en toda la Europa occidental), pero no es muy posible que Franz-Josef y Nikki nos den esta oportunidad." Y, sin embargo, la dieron, aunque sólo año y medio después.
Entretanto, la coyuntura industrial había sobrepasado su, cenit. Los primeros temblores subterráneos de la crisis se comenzaba a sentir. Pero no detuvieron la marcha huelguística. Antes al contrario, le imprimieron un carácter más agresivo. Poco más de seis meses antes de estallar la guerra, había casi un millón y medio de huelguistas. La última explosión fuerte ocurrió la víspera de la movilización. El 3 de julio, la policía de San Petersburgo disparaba contra una muchedumbre de trabajadores. En respuesta a un llamamiento del Comité bolchevique, las fábricas más importantes se declararon en huelga en señal de protesta. Hubo unos doscientos mil huelguistas. Por todas partes se celebraban mítines y manifestaciones, y hasta intentaron algunos levantar barricadas. Entre el tumulto de estos acontecimientos en la capital que se convirtió en un campamento militar llegó el presidente Poincaré para dar los últimos toques a los tratos con su "coronado" amigo, y tuvo ocasión de atisbar de soslayo el laboratorio de la Revolución rusa. Pero pocos días después el Gobierno se aprovechó de la declaración de guerra para borrar del mapa las organizaciones y la Prensa de los obreros. La primera víctima fue Pravda. La idea grata del Gobierno zarista era sofocar la revolución con una guerra.
La aserción de ciertos biógrafos de que Stalin fue el autor de la teoría "derrotistas, o de la fórmula para "transformar la guerra imperialista en guerra civil", es pura invención, y atestiguan la falta de comprensión del carácter intelectual y político de Stalin. Con nada se avenía menos que con el espíritu de innovación política y de audacia teórica. Nunca se anticipaba a nada ni se ponía delante de nadie. Como era un empírico, siempre se asustaba de sentar conclusiones a priori, prefiriendo contar hasta diez antes de meter la tijera. Dentro del revolucionario bulle siempre un burócrata conservador. La II Internacional era una máquina política poderosa. Jamás se hubiera resuelto Stalin a romper con ella por propia iniciativa. La elaboración de la doctrina bolchevique relativa a la guerra es en su integridad parte intrínseca del historial de Lenin. Stalin no contribuyó a ello con una sola palabra, como tampoco lo hizo a la doctrina de la revolución. No obstante, para explicarse la conducta de Stalin durante los años de deportación, y especialmente durante las primeras críticas semanas consecutivas a la Revolución de febrero, así como su ruptura subsiguiente con todos los principios de bolchevismo, es necesario bosquejar brevemente el sistema de perspectivas que Lenin había elaborado ya al principio de la guerra y que gradualmente había hecho adoptar a su Partido.
La primera cuestión planteada por la catástrofe europea era la de si los socialistas podían hacerse cargo de la "defensa de la patria". No se trataba de si el socialista individual había de cumplir sus deberes de soldado. No podía hacer otra cosa. La deserción nunca fue una política revolucionaria. Lo que se trataba es de decidir si un partido socialista podía apoyar políticamente la guerra, esto es, votar los presupuestos militares, suspender su lucha contra el Gobierno, hacer agitación en pro de la "defensa de la patria". Lenin contestaba: "No, no debe hacerlo, no tiene derecho a hacerlo; no porque hubiese guerra, sino porque era una guerra reaccionaria, un degollamiento sangriento provocado por los propietarios de esclavos para dividir el mundo."
La formación de Estados nacionales en el continente europeo abarcaba una época que comenzó aproximadamente con la gran Revolución Francesa y terminó con la paz de Versalles de 1871. Durante aquel período, las guerras para establecer o defender Estados nacionales como condición previa para el desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura tuvieron un carácter histórico progresivo. Los revolucionarios no sólo podían, sino que estaban obligados por el deber de sostener políticamente dichas guerras. De 1817 a 1914, el capitalismo europeo, lograda su madurez sobre la base de Estados nacionales, se sobrevivió, transformándose en capitalismo monopolista o imperialista. "El imperialismo es el estado del capitalismo que después de colmar sus posibilidades, tiende a declinar." La causa de esta declinación está en el hecho de que las fuerzas productivas se ven igualmente reprimidas por la armazón de la propiedad privada y por las fronteras del Estado nacional. Buscando una salida, el imperialismo se afana en dividir y subdividir el mundo. A las guerras nacionales suceden las guerras imperialistas. Y estas últimas son de índole reaccionario, compendio del histórico callejón sin salida, del estancamiento, de la corrupción del capitalismo monopolizador.
El imperialismo sólo puede existir porque hay naciones atrasadas en nuestro planeta, países coloniales y semicoloniales. La lucha de estos pueblos oprimidos por la unidad y la independencia nacional tiene un doble carácter progresivo, pues, por una prepara condiciones favorables de desarrollo para su propio uso, y por otro asesta rudos golpes al imperialismo. De donde se deduce, en parte, que en una guerra entre una república democrática, imperialista, civilizada, y la monarquía bárbara y atrasada de un país colonial, los socialistas deben estar enteramente al lado del país oprimido, a pesar de ser monárquico, y en contra del país opresor, por muy "democrático" que sea.
El imperialismo cubre sus propósitos de saqueo (incautación de colonias, mercados, fuentes de materias primas, esferas de influencia) bajo las ideas de "proteger la paz contra los agresores", "defender la patria", "defender la democracia", y otras parecidas. Estas ideas son falsas hasta la medula. "La cuestión de si fue uno u otro grupo quien golpeó o declaró la guerra el primero -escribía Lenin en marzo de 1915-, no tiene significación alguna cuando se trata de determinar la táctica de los socialistas. Las frases que giran en torno a la "defensa de la patria", "resistir a la invasión enemiga", "guerra de defensa", y otras parecidas, son una completa engañifa para los pueblos de ambos bandos..." En cuanto afecta al proletariado, la importancia histórica objetiva de la guerra es lo único que tiene sentido: ¿qué clase la está librando, y con qué fines?, y no las argucias de la diplomacia, que sabe cómo pintar al enemigo en su papel de agresor.
Igualmente espúreas son las referencias de los imperialistas a los intereses de la democracia y de la cultura. Puesto que la guerra se sostiene por ambas partes, no para defender la patria, la democracia y la cultura, sino por el ansia de repartirse el mundo y sostener la esclavitud colonial, ningún socialista tiene derecho a preferir un campo imperialista a otro. De nada serviría conjeturar, "desde el punto de vista del proletariado, si la derrota de esta u otra nación sería un mal menor para el socialismo". Sacrificar en nombre de ese supuesto "mal menor" la independencia política del proletariado es traicionar el futuro de la Humanidad.
La política de "unidad nacional" significa en tiempos de guerra, aún más que en tiempo de paz, la ayuda a la reacción y la eternización de la barbarie imperialista. Rehusar tal ayuda, que es un deber elemental socialista, no constituye, empero, sino el lado negativo o pasivo del socialismo. Eso sólo no basta. La tarea del partido del proletariado es divulgar "una variada propaganda de la revolución socialista, que abarque el Ejército y el teatro de la guerra, una propaganda que revele la necesidad de volver los cañones, no contra nuestros propios hermanos, los esclavos a sueldo arrancados a otros países, sino contra los Gobiernos y partidos reaccionarios y burgueses, de todos los países".
¡Pero la lucha revolucionaria en tiempo de guerra puede acarrear la derrota del propio Gobierno! Lenin no se asusta por tal conclusión. "En todos los países, la lucha contra el propio Gobierno que sostiene la guerra imperialista no debe detenerse ante la posibilidad de la derrota del país a consecuencia de la agitación revolucionaria." Ahí está la esencia de la llamada teoría del "derrotismo". Los adversarios poco escrupulosos trataron de interpretar esto en el sentido de que Lenin admitía la posibilidad de colaboración entre los internacionalistas y los imperialistas extranjeros en aras de la victoria sobre la reacción de la nación propia. En realidad, de lo que se trataba era de la lucha general del proletariado del mundo entero contra el imperialismo mundial, por medio de la lucha simultánea del proletariado de cada país contra su propio imperialismo como directo y principal antagonista. "Desde el punto de vista de los intereses de las masas laboriosas y de la clase trabajadora de Rusia -escribía Lenin a Shlvapnikov en octubre del año 1914-, nosotros los rusos no podemos abrigar la menor duda, en absoluto, de que ahora y de una vez, el mal menor sería... la derrota del zarismo en la presente guerra..."
Es imposible luchar contra la guerra imperialista con piadosas lamentaciones pro paz al modo de los pacifistas. "Una de las formas de defraudar a la clase trabajadora es el pacifismo y la predicación abstracta de la paz. Bajo el capitalismo, y especialmente en su fase imperialista, las guerras son inevitables." La paz acordada entre imperialistas será un mero respiro hasta la próxima guerra. Sólo una lucha revolucionaria de masas contra la guerra y el imperialismo engendrado por ella puede asegurar una paz auténtica. "Sin una serie de revoluciones, la llamada paz democrática es una utopía positivista."
La lucha contra las ilusiones del pacifismo es uno de los elementos más importantes de la doctrina de Lenin. Rechazaba con particular aversión la petición de "desarme" como utopía flagrante bajo el capitalismo, capaz sólo de desviar la atención de los trabajadores de la necesidad de armarse. "La clase oprimida que no se esfuerce por aprender el manejo de los cañones y por tener cañones, merece ser tratada como una manada de esclavos." Y más adelante: "Nuestra consigna debe ser armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía... Sólo después que el proletariado haya desarmado a la burguesía podrá arrojar las armas a la chatarra, sin traicionar su histórica misión en todo el mundo..." Lenin no está conforme con la simple consigna "paz", a la que opone la de "transformar la guerra imperialista en guerra civil". La mayoría de los dirigentes de los partidos obreros se encontraron durante la guerra al lado de su propia burguesía. Lenin bautizó tal tendencia con el nombre de "socialchauvinismo": socialismo verbal, patrioterismo o chauvinismo en los hechos. La traición al internacionalismo no caía, sin embargo, del cielo, sino que era la inexcusable continuación y desarrollo de la política de adaptación reformista al Estado capitalista. "El contenido de ideas políticas en el oportunismo y el socialchauvinismo es la misma cosa: colaboración de clases en vez de la lucha de clases, repudio de la necesidad revolucionaria de luchar, ayuda al "propio" Gobierno en una situación difícil, en vez de aprovechar esas dificultades para la revolución."
El período final de la prosperidad capitalista anterior a la guerra (1909-1913) afirmó el nexo especialmente robusto que atraía a la capa superior del proletariado hacia el imperialismo. De los beneficios suplementarios que la burguesía arrancaba de las colonias y de los paises atrasados, algunos gruesos bocados caían en el regazo de la aristocracia obrera y también en el de la burocracia obrera. Su patriotismo venía así dictado por su directo interés egoísta en la política del capitalismo. Durante la guerra, que puso de manifiesto todas las relaciones sociales, "los oportunistas y los patrioteros derivaban su enorme poder de su unión con la burguesía, los Gobiernos y los Estados Mayores". Los oportunistas se pasaron en definitiva al campo de la clase enemiga.
La tendencia intermedia, y acaso la más extendida dentro del socialismo, el llamado centro (Kautsky y otros), que en tiempo de paz titubeaba entre reformismo y marxismo, se convirtió casi en prisionero de los socialchauvinistas bajo la capa de frases pacifistas. En cuanto a las masas, se encontraron faltas de preparación, y defraudadas por su propia máquina de partido, que habían pasado décadas enteras construyendo. Habiendo efectuado la evaluación sociológica y política de la burocracia obrera de la II Internacional, Lenin no se detuvo a mitad de camino. "La unidad con los oportunistas es la unidad de los trabajadores con "su propia" burguesía nacional y la escisión de la clase trabajadora revolucionaria internacional." De aquí su conclusión sobre la necesidad, inmediata y de definitiva, de cortar todo contacto con los socialchauvinistas. "Es imposible realizar las tareas del socialismo ahora, es imposible lograr la movilización internacional efectiva de los trabajadores, sin la ruptura resuelta con el oportunismo -así como con el centrismo-, esa tendencia burguesa dentro del socialismo." Hasta el nombre del Partido ha de cambiarse. ¿No es mejor repudiar el mancillado y desacreditado nombre de "Socialdemócratas" y volver al viejo nombre marxista de "Comunistas"? ¡Ya es hora de romper con la II Internacional y fundar la III!
Ahí radicaba la diferencia de opinión que tan sólo dos o tres meses antes de la guerra había parecido "pueril" a Emilio Vandervelde. El presidente de la II Internacional se había convertido mientras tanto en un patriótico ministro de su rey.
El Partido bolchevique era la sección más revolucionaria (de hecho la única revolución) de la II Internacional. Sin embargo, ni el Partido bolchevique encontró desde un principio su ruta en el laberinto de la guerra. Por regla general, la confusión fue más penetrante y duradera entre las autoridades del Partido, que sostenían un contacto directo con la opinión pública burguesa. La fracción bolchevique de la Duma dio de pronto un rápido viraje hacia la derecha, uniéndose a los mencheviques en una declaración equívoca. En efecto, el documento leído en la Duma el 26 de julio hacía protestas de ser ajenos al "falso patriotismo a pretexto del cual las clases rectoras sostenían su política de pillaje", pero al mismo tiempo prometía que el proletariado "defendería los bienes culturales del pueblo contra toda usurpación, viniese de dondequiera, tanto del interior como del exterior". Bajo el subterfugio de "defender la cultura", la fracción adoptaba una posición patriótica.
Las tesis de Lenin sobre la guerra no llegaron a San Petersburgo hasta principios de setiembre. La recepción que encontraron en el seno del Partido estuvo lejos de ser una aprobación general. La mayoría de las objeciones afectaban a la consigna de Lenin referente al "derrotismo", que, según Shlyapnikov, originó "perplejidad". La fracción de la Duma, que dirigía entonces Kamenev, trató una vez más de suavizar las acusadas aristas de las fórmulas de Lenin. Lo mismo ocurrió en Moscú y en las provincias. "La guerra sorprendió a los bolcheviques sin preparación -atestigua la Ojrana de Moscú-, y durante mucho tiempo... no lograron ponerse de acuerdo en su actitud frente a la guerra..." Los bolcheviques de Moscú escribían en clave a Estocolmo para retransmisión a Lenin, que "a pesar del respeto que le profesaban, su consejo de vender la casa (consigna de "derrotismo") no había dado en la cuerda sensible". En Saratov, según el dirigente local Antonov, "los trabajadores de las tendencias bolchevique, menchevique y essar no estaban de acuerdo con la posición derrotista. Antes bien..., eran (con raras excepciones) decididos defensistas." Entre los trabajadores avanzados, la situación era más favorable. En las fábricas de San Petersburgo aparecieron inscripciones con el siguiente texto: "Si Rusia gana, no estaremos mejor, nos oprimirán más que nunca." Y Samoilov escribía: "Los camaradas de Ivanovo-Voznesensk se dieron cuenta, con el instinto de clase de los proletarios, de cuál era... la ruta, acertada, y por ella marcharon ya desde los primeros meses de la guerra." 
Sin embargo, sólo unos cuantos individuos consiguieron formular su opinión. Detenciones en masa desbarataron las organizaciones socialdemócratas. El aplastamiento de la Prensa diseminó a los trabajadores. Tanto más importante llegó a ser, en consecuencia, la misión de la fracción de la Duma. Repuestos del primer movimiento de pánico, los diputados bolcheviques comenzaron a desarrollar importantes actividades ilegales. Pero fueron detenidos no más tarde del 4 de noviembre. El cargo principal contra ellos consistía en los documentos de la dirección del Partido en el extranjero. Las autoridades acusaron a los diputados detenidos de traición. Durante las investigaciones preliminares, Kamenev y los diputados, con la sola excepción de Muranov, repudiaron la tesis de Lenin. En el juicio, que se celebró el 10 de febrero, los defensores mantuvieron la misma línea. La declaración de Kamenev afirmando que los documentos que se le mostraban "contradecían decididamente su propio criterio sobre la actual guerra", no fue dictada sólo por el cuidado de su propia seguridad; esencialmente expresaba la actitud de toda la capa superior del Partido frente al derrotismo. Con gran indignación de Lenin, la táctica puramente defensista de los defensores debilitó en extremo la eficacia agitadora del juicio. La defensa legal pudo haber ido de la mano con una ofensiva política. Pero Kamenev, que era un político inteligente y bien educado, no había nacido para afrontar situaciones extraordinarias. Los fiscales, por su parte, hicieron todo lo que pudieron. Rechazando el cargo de traición, uno de ellos, Pereverzev, profetizó en la vista que la lealtad de los diputados obreros a su clase se mantendría en la memoria de las futuras generaciones; mientras que sus flaquezas (falta de preparación, sometimiento a sus consejeros intelectuales, etc.), "todo eso se desvanecerá como una cáscara hueca, junto con la imputación infamante de traición".
Por obra de una de esas chanzas sádicas que la historia nunca se cansa de prodigar, a nadie sino a Pereverzev, en su calidad de ministro de Justicia en el Gobierno de Kerensky, cupo en suerte la misión de acusar a los dirigentes bolcheviques de traición al Estado y espionaje, ayudándose para ello de cínicas falsificaciones, a las que ni el acusador zarista hubiera sido capaz de recurrir. Sólo el acusador de Stalin, Vichinsky, sobrepasó en tal sentido al ministro de Justicia demócrata.
A pesar de la equivocada táctica de los defensores, el solo hecho del juicio de los diputados obreros asestó un golpe tremendo al mito de la "paz civil" y puso en pie a la capa de trabajadores que había pasado por la escuela de la revolución. "Unos 40.000 trabajadores compran Pravda -escribía Lenin en marzo de 1915-, y muchos más lo leen... Es imposible destruir esa capa. Vive... y se alza sola entre las masas populares, en su mismo corazón, como propagadora del internacionalismo de los que trabajan, de los explotados, de los oprimidos." El despertar de las masas comenzó pronto, pero su influencia se abrió paso lentamente hacia afuera. Sujetos al servicio militar, los trabajadores estaban ligados de manos y pies. Toda violación de la disciplina suponía para ellos la inmediata evacuación al frente, acompañados de una nota de la policía, que era tanto como una sentencia de muerte. Eso sucedía sobre todo en San Petersburgo, donde la vigilancia era doblemente rigurosa.
Entretanto, las derrotas del ejército zarista seguían su curso. La hipnosis de patriotismo y la hipnosis de temor fueron gradualmente cediendo. Durante la segunda mitad de 1915 estallaron varías huelgas esporádicas, fundadas en los precios altos de la región textil de Moscú, pero no alcanzaron desarrollo. Las masas estaban descontentas, pero se mantenían pacíficas. En mayo de 1916 fulguraron algunas revueltas aisladas entre los reclutas de las provincias. Surgieron desórdenes por causa de los alimentos en el Sur, y se propagaron en seguida a Kronstadt, la fortaleza que guardaba el acceso a la capital. Finalmente, hacia fines de diciembre, tocó el turno a San Petersburgo. La huelga política afectó a no menos de doscientos mil trabajadores de una vez, con la incuestionable participación de las organizaciones bolcheviques. El hielo estaba roto. En febrero comenzó una serie de huelgas y revueltas tumultuosas, que culminaron rápidamente en una sublevación durante la cual la guarnición de la capital se pasó a los trabajadores. "El curso alemán de desarrollo" con que contaban los liberales y los mencheviques no se convirtió en realidad. De hecho, los mismos alemanes se apartaron pronto del llamado "método alemán"... En el remoto destierro, Stalin se veía condenado a hacer conjeturas sobre el triunfo de la insurrección y la abdicación del zar.
Sobre las treinta mil millas cuadradas que aproximadamente componen la superficie de la región de Turujansk, situada en la parte septentrional de la provincia de Yeniseisk, se desparramaba una población de diez mil almas poco más o menos, rusos y de otras comarcas. Los pequeños poblados de dos a diez casas, rara vez más, se hallaban separados entre sí por cientos de millas. Como el invierno dura allí ocho meses cumplidos, la agricultura no existe. Los habitantes pescan y cazan, pues abundan ambas clases de alimentos. Stalin llegó a aquella inhospitalaria región a mediados de 1913, y encontró allí a Sverdlov. Al poco tiempo recibió Alliluyev una carta en la que Stalin le pedía que metiera prisa al diputado Badayev para que enviase el dinero remitido por Lenin desde la emigración... "Stalin explicaba detalladamente que necesitaba dinero en seguida para procurarse los alimentos necesarios, petróleo y otros efectos."
El 25 de agosto, el Departamento de Policía avisaba a la gendarmería de Yeniseisk de la posibilidad de que los deportados Sverdlov y Djugashvili trataran de escaparse. El 18 de diciembre, el Departamento pedía por teléfono al gobernador de Yeniseisk que tomase medidas para prevenir la fuga. En enero, el Departamento telegrafió, a la gendarmería de Yeniseisk, advirtiéndoles que Sverdlov y Djugashvili, además de los cien rublos ya recibidos, estaban a punto de recibir otros cincuenta para organizar su fuga. En marzo, los agentes de la Ojrana acababan de oír que Sverdlov había sido visto en Moscú. El gobernador de Yeniseisk se apresuró a informar que ambos deportados "están presentes en persona, y se han tomado medidas para impedir que se fuguen". En vano escribió Stalin a Alliluyev que Lenin había enviado el dinero para petróleo y otras cosas necesarias; el Departamento sabía de buena fuente (por Malinovsky mismo) que estaba preparando su fuga.
En febrero de 1914, Sverdlov escribía a su hermana: "José Djugashvili y yo vamos a ser trasladados cien verstas (unas setenta millas) al Norte, ochenta verstas (unas cincuenta y cinco millas) por encima del Círculo Glacial ártico. La vigilancia es más severa. Hemos sido separados del despacho de Correos, y las cartas nos llegan una vez al mes por mediación de un "peatón" que con frecuencia se retrasa. De echo, sólo recibimos correo, ocho o nueve veces al año..." El nuevo lugar que les fue designado era la olvidada colonia de Kureika. Pero aquello no era bastante. "Por recibir dinero, Djugashvili había sido privado de su asignación por cuatro meses. él y yo necesitamos dinero. Pero no lo podéis enviar a nuestro nombre." Al intervenir la asignación, la policía aliviaba el presupuesto zarista y mermaba a la vez las posibilidades de fuga.
En su primera carta desde Kureika, Sverdlov describía claramente su método de vida en compañía de Stalin. "Mi instalación en la nueva residencia es mucho peor. En primer lugar, ya no vivo solo en el cuarto. Somos dos. Está conmigo el georgiano Djugashvili, a quien ya conocía de antes, pues estuvimos una vez desterrados juntos en otro sitio. Es un buen muchacho, pero es demasiado individualista en materias de la vida cotidiana, en tanto que yo creo en el orden, aparente al menos. Por eso estoy nervioso a veces. Pero esto no es tan importante. Mucho peor es que no hay separación ninguna entre nosotros y la familia de nuestros patronos. Tenemos la habitación junto a la suya, y no hay entrada independiente. Como es natural, los chiquillos pasan con nosotros muchas horas. A veces nos estorban. Además, también, caen por aquí algunas personas mayores del pueblo. Vienen, se sientan permanecen sosegados una media hora, y de repente se levantan: "Bueno, tengo que irme, adiós." Apenas se han marchado, viene otro visitante, y se repite la escena. Se presentan como de intento a la hora mejor para estudiar, al caer la tarde. No lo comprendo: de día tienen que trabajar. Hemos tenido que abandonar nuestros planes anteriores y distribuir de otro modo el horario, dejando de estudiar hasta bien pasada la medianoche. No tenemos una gota de petróleo; usamos velas, y como dan poca luz para mi vista, ahora estudio siempre de día. En realidad, no es mucho lo que estudio. Virtualmente, no tenemos libros..." Así vivían el futuro presidente de la República de los Soviets y el futuro dictador de la Unión Soviética.
Lo que nos interesa más de la carta precedente es la reprimida caracterización de Stalin como "un buen muchacho, pero demasiado individualista". La primera parte de esta declaración tiene por evidente objeto moderar el efecto de la segunda. "Un individualista en materias de la vida cotidiana" significa en este caso un hombre que, obligado a vivir en compañía de otra persona, no tiene en cuenta para nada las costumbres e intereses de ésta. Un vislumbrar de orden, en el que Sverdlov insistía inútilmente, exigía cierta voluntaria autolimitación por parte del compañero de cuarto. Sverdlov era por naturaleza una persona considerada. Samoilov atestigua que era "un magnífico camarada" en su trato personal. En el carácter de Stalin no había la más ligera sombra de moderación. Además, es posible que hubiese buena porción venganza en su comportamiento; no olvidemos que fue Sverdlov el designado para liquidar el cuerpo de redacción de Pravda con que había contado Stalin frente a la posición de Lenin. Stalin nunca olvidaba tales cosas; nunca olvidaba nada. La publicación; de la correspondencia completa de Sverdlov desde Turujansk, prometida en 1924, jamás se realizó; al parecer, contenía la historia del subsiguiente empeoramiento de las relaciones entre ambos.
Schweitzer (esposa de Spandaryan, tercer miembro del Comité Central que emprendió el viaje hacia Kureika en vísperas de la guerra, después de haber sido trasladado Sverdlov de allí) dice que en el cuarto de Stalin "la mesa estaba atestada de libros y grandes pilas de periódicos, y de una cuerda tendida en un rincón pendían varios aparejos de pesca y caza de su propia elaboración". Sin duda, la queja de Sverdlov relativa a la escasez de libros había servido de estímulo para la acción: los amigos contribuyeron a engrosar la biblioteca de Kureika. Los utensilios "de su propia elaboración" no podían ser, naturalmente, un rifle y municiones de arma de fuego. Eran redes de pesca y trampas para conejos y otros bichos por el estilo. Más tarde, Stalin no llegó a ser tampoco un tirador ni un cazador, en el sentido deportista de la palabra. Efectivamente, a juzgar por aspectos generales, es más fácil imaginársela colocando trampas por la noche que disparando una escopeta contra un pájaro a la luz del día.
Para comunicaciones postales y de otro orden, Kureika dependía del pueblo de Monastyrskoye, de dónde los hilos conducían a Yeniseisk y más allá, hasta Krasnoyarsk. El antiguo deportado Gaven, hoy desaparecido también, nos refiere que la comuna de Yeniseisk estaba en contacto con la vida política, clandestina y legal. Se mantenía desde allí correspondencia con las otras regiones de deportados, así como con Krasnoyarsk, que a su vez comunicaba con los Comités de San Petersburgo y de Moscú, y suministraba a los deportados documentos clandestinos. Aun en el Círculo ártico la gente se interesaba por los intereses del Partido, dividida en grupos, discutiendo hasta enronquecer y a veces hasta el punto de odiarse cordialmente. Sin embargo, los deportados sólo comenzaron a diferir en principios a mediados del año 1914 después de llegar a la región de Turujansk el tercer miembro Comité Central, el entusiasta Spandaryan.
En cuanto a Stalin, se mantuvo retraído. Según Shumyatsky, "Stalin... se reconcentró en sí mismo. Preocupado de la caza y la pesca, vivía en una soledad casi completa... Prácticamente no necesitaba relacionarse con la gente, y sólo de vez en cuando solía visitar a su amigo Suren Spandaryan en el pueblo de Monastyrskoye, para volver varios días más tarde a su covacha de anacoreta. Era parco en sus descoyuntadas observaciones sobre tal o cual asunto, cuándo por azar asistía a reuniones organizadas por los deportados". Estas líneas suavizadas y embellecidas en una de las versiones posteriores (incluso la "covacha" se convirtió por algún motivo en "laboratorio"), deben entenderse en el sentido de que Stalin cortó toda relación personal con la mayoría de los deportados, y los rehuía. No es extraño que terminaran asimismo sus relaciones con Sverdlov: en las monótonas circunstancias del destierro, hasta personas más adaptables que él no eran capaces de evitar la discordia.
"La atmósfera moral... -escribía discretamente Sverdlov en una de sus cartas que casualmente vio la luz-, no es muy favorable... Unas cuantas disputas (desavenencias personales), posibles sólo en una atmósfera de cárcel y destierro, a pesar de su nimiedad han producido bastante efecto sobre mis nervios...." A causa de tales "disputas", Sverdlov gestionó su traslado a otra colonia. Otros bolcheviques se apresuraron a abandonar Kureika: Goloschekin y Medvedev, que ahora figuran asimismo entre los ausentes. Colérico, brusco, consumido por la ambición, Stalin no era fácil de conllevar.
Los biógrafos exageran sin duda cuando dicen que esta vez la fuga era físicamente imposible, aunque es natural que ofreciera serias dificultades. Las fugas anteriores de Stalin no lo fueron en el verdadero sentido de la palabra, sino salidas ilegales del lugar de destierro. Alejarse de Solvychegodsk, en Vologda, incluso de Narym, no suponía gran esfuerzo, una vez resuelto el interesado a prescindir de su "estado legal". La región de Turujansk era muy diferente: había que efectuar un viaje bastante dificultoso con renos o perros, o con un bote en verano, o bien escondido bajo las tablas de la cala de un buque, contando con que el capitán del mismo tuviera alguna simpatía por los deportados políticos; en una palabra, el desterrado en Turujansk que quisiera escaparse se exponía a graves riesgos. Pero que estas dificultades no eran insuperables lo demuestra mejor que todo el hecho de que durante aquellos años varias personas lograron escaparse de aquella comarca. Cierto es que después de enterarse el Departamento de Policía de su plan de fuga, Sverdlov y Stalin fueron sometidos a vigilancia especial. Pero los "guardias" árticos, notoriamente remisos y fáciles de ganar por el vino, nunca habían retraído a otros a escapar de allí. Los deportados de Turujansk gozaban de suficiente amplitud de movimientos para ello. "Stalin iba a menudo al Pueblo de Monastyrskoye -escribe Schweitzer-, donde los desterrados solían reunirse, y a tal objeto empleaba subterfugios tanto legales como ilegales." La vigilancia no hubiera podido ser muy activa en las norteñas soledades sin límite. Durante todo el primer año, Stalin parecía haber estado orientándose y tomando medidas preparatorias sin gran apresuramiento: era precavido. Pero en julio del año siguiente estalló la guerra. Los peligros de la existencia ilegal en las condiciones de un régimen de tiempo de guerra se añadían a las dificultades físicas y políticas de una fuga. Aquel riesgo acrecentado fue precisamente lo que retrajo a Stalin a escaparse, como muchos otros.
"Esta vez -escribe Schweitzer-, Stalin decidió continuar deportado. Allí continuó su trabajo, sobre el problema nacional, y terminó la segunda parte de su libro." Shumyatsky menciona también la obra de Stalin sobre dicho tema. Stalin escribió efectivamente un artículo sobre la cuestión de las nacionalidades durante los primeros meses de su destierro: a este respecto contamos con el testimonio categórico de Alliluyev. "El mismo año (1913), a principios de invierno -escribe-, recibí otra carta de Stalin... Un artículo sobre la cuestión nacional, que Stalin me pedía transmitir a Lenin, venía también en el sobre." El ensayo no podía ser muy extenso, puesto que iba dentro de un sobre de carta ordinario. Pero, ¿qué se hizo de aquel artículo? Durante todo el año 1913, Lenin continuó desarrollando y definiendo el problema de las nacionalidades. No hubiera podido menos de acoger con avidez aquel nuevo esfuerzo de Stalin. El silencio acerca de la suerte que corriera el artículo mencionado prueba simplemente que se consideró inadecuado para publicarlo. Su empeño por seguir independientemente la línea de razonamiento que le había sido sugerida en Cracovia le había extraviado, por lo visto, de modo que Lenin no vio posibilidad de revisar el artículo. Sólo así puede explicarse el hecho sorprendente de que durante los siguientes tres años y medio de deportación no hiciera el ofendido Stalin ningún intento más por aparecer en la Prensa bolchevique.
En el destierro, como en la cárcel, los grandes acontecimientos parecen particularmente increíbles. Según Shumyatsky, "las noticias de la guerra asombraban a nuestros hombres, algunos de los cuales tomaron notas sumamente erróneas..." "Las tendencias defensistas tenían muchos partidarios entre los deportados; todo el mundo andaba desorientado", escribe Gaven. No era de extrañar: incluso en San Petersburgo, recientemente convertido, en Petrogrado, los revolucionarios no estaban muy seguros de sí mismos. "Pero la autoridad de Stalin entre los bolcheviques era tan grande -declara Schweitzer-, que su primera carta a los deportados puso fin a todas sus dudas y afirmó a los vacilantes." ¿Adónde ha ido aquella carta? Tales documentos se copiaban al pasar de mano en mano, circulando por todas las colonias de desterrados. No es posible que se perdieran todas las copias; las que cayeron en manos de la policía han debido hallarse en sus archivos. Si la "carta" histórica de Stalin no aparece, es sencillamente porque no se escribió nunca. A pesar de toda su vulgaridad, el testimonio de Schweitzer es un trágico documento humano. Escribió esta camarada sus Memorias en 1937, veinte años después de los sucesos, por encargo imperioso. La colaboración política que se vio obligada a prestar a Stalin correspondía en realidad, aunque en escala más modesta, a su marido, el indomable Spandaryan, muerto en el destierro en 1916. Naturalmente, Schweitzer sabe de sobra lo que ocurrió. Pero el mecanismo de la falsificación trabajaba de manera automática.
Más ajustadas a los hechos son las Memorias de Shumyatsky, publicadas unos trece años antes del artículo de Schweitzer. Shumyatsky atribuía la parte directiva en la lucha con los patrioteros a Spandaryan. "Fue uno de los primeros en adoptar una posición inflexible de "derrotismo", y en las raras reuniones de los camaradas apostrofaba sarcásticamente a los socialpatriotistas..." Incluso en la edición de mucho después, Shumyatsky, caracterizando la general confusión de ideas, conservó la frase: "El difunto Spandaryan vio la cuestión clara y distintamente..." Los otros, por lo que se deduce, no la vieron con tanta claridad. Cierto es que Shumyatsky, que nunca estuvo en Kureika, se apresuraba a añadir que "Stalin, completamente aislado en su covacha, sin la menor vacilación se ajustó a una línea derrotista", y que las cartas de Stalin "apoyaron a Suren en su lucha contra los adversarios". Pero la veracidad de esta inserción, que tiende a asegurar a Stalin el segundo lugar entre los "derrotistas", se debilita considerablemente al decir el mismo Shumyatsky: "Sólo hacia fines de 1914 y principios de 1915, después de haber podido ir Stalin a Monastyrskoye para ayudar a Spandaryan, dejó de ser éste objeto de los ataques de posición." ¿Es que Stalin adoptó abiertamente su posición internacionalista sólo después de hablar con Spandaryan, y no desde el principio de la guerra? En su intento de enmascarar el prolongado silencio de Stalin, pero en realidad subrayándolo más que nunca, Shumyatsky eliminó en la nueva edición toda referencia al hecho de que la visita de Stalin a Monastyrskoye ocurrió "sólo hacia fines de 1914 y principios de 1915". De hecho, el viaje fue a fines de febrero de 1915, cuando merced a la experiencia de siete meses de guerra, no sólo los vacilantes, sino también muchos activos "patrioteros", habían acertado a librarse de los efectos del narcótico. En realidad, no podía haber sido de otra manera. Los dirigentes bolcheviques de San Petersburgo, Moscú y las provincias, acogieron las tesis de Lenin con perplejidad y alarma. Ni uno solo las aceptó en su integridad. Por consiguiente, no había el menor motivo para que la mente de Stalin, lenta y cautelosa, llegase por sí sola a las conclusiones que significaban una completa subversión en el movimiento obrero.
Durante todo su destierro, sólo se han llegado a conocer dos documentos en que se refleje la posición de Stalin frente a la guerra: una carta personal suya a Lenin y su firma en una declaración colectiva del grupo bolchevique. La carta personal, escrita el 27 de febrero desde el pueblo de Monastyrskoye, es la primera comunicación de Stalin a Lenin en el transcurso de toda la guerra y, al parecer, la única. La reproducimos íntegra:

Mis saludos, camarada Ilich, calurosos y cordiales. Y también a Zinoviev y a Nadezha Konstantinovna. ¿Cómo va usted, cómo va de salud? Yo vivo como siempre, barrenando y acercándome a la mitad de mi condena. Es cansado esto, pero no hay mas remedio. ¿Qué pasa por ahí? Está más animado por esos sitios... Hace poco leí los artículos de Kropotkin. El viejo loco debe de haber perdido el juicio por completo. También he leído un articulito de Plejanov en Ryech; es un chismoso incorregible. Ej-mah! ¿Y los liquidadores, con sus agentes diputados de la Libre Sociedad Económica? No hay nadie que los sacuda, ¡el diablo me lleve! ¿Es posible que se salgan sin su merecido? Háganos dichosos anunciándonos que pronto aparecerá un periódico que les dé un buen vapuleo, a intervalos regulares y sin fatigarse. Si se le ocurre escribir, ésta es la dirección: Territorio de Turujanks, provincia de Yeniseik, pueblo de Monastyrskoye, para Suren Spandaryan. Suyo, Koba. Timofeyi (Spandaryan) suplica que transmitan sus agrios saludos a Guesde, Sembat y Vandervelde, por sus gloriosos (¡ja, ja!) cargos de ministros.

Esta carta, manifiestamente influida por conversaciones con Spandaryan, ofrece en esencia muy poco, para justipreciar la posición política de Stalin. El proyecto Kropotkin, teórico de la anarquía pura, se hizo un furibundo chauvinista al comenzar la guerra. Plejanov a quien hasta los mencheviques repudiaron por completo, no hizo mejor papel. Vandervelde, Guesde y Sembat eran blancos muy visibles en su calidad de ministros burgueses. La carta de Stalin no hace la menor alusión a los nuevos problemas que por entonces ocupaban las mentes de los marxistas revolucionarios. La actitud frente al pacifismo, las consignas de "derrotismo" y de "transformar la guerra imperialista en guerra civil", el problema de formar una nueva Internacional..., tales eran los centros de rotación de innumerables debates. Las, ideas de Lenin distaban mucho de ser populares. ¿Qué hubiera sido más natural en Stalin que sugerir, a Lenin su conformidad con él, si existía realmente tal conformidad? Si hemos de creer a Schweitzer, fue allí, en Monastyrskoye, donde Stalin se enteró de las tesis de Lenin. "Es difícil de expresar -escribe en el estilo de Beria- con qué sentimiento de alegría, confianza y triunfo leyó Stalin las tesis de Lenin, que confirmaban sus propias ideas..." ¿Por qué entonces no dejó traslucir absolutamente nada sobre estas tesis en su carta? Si hubiera trabajado independientemente sobre los problemas de la nueva Internacional, no habría podido evadirse de cambiar al menos unas palabras con su maestro sobre sus propias conclusiones, o de consultarle sobre alguna de las cuestiones más arduas. Pero nada hay que lo revele. Stalin asimilaba de las ideas de Lenin las que se ajustaban a sus propias miras. El resto se le antojaba la música indecisa del futuro, cuando no una remota "tempestad en un vaso de agua". Con tales perspectivas llegó más tarde, la Revolución de febrero (marzo de 1917).
La carta expedida desde Monastyrskoye, pobre de contenido, con su tono artificial de airosa baladronada (¡el diablo me lleve!, ¡ja, ja!", etc.), revela mucho más de lo que su autor hubiese querido. "Es cansado esto, pero no hay más remedio." Un hombre capaz de vivir una intensa vida intelectual no escribe de ese modo. "Si se le ocurre escribir, ésta es la dirección..." Un hombre que efectivamente aprecia un intercambio de ideas teóricas no escribe así. La carta lleva el característico triple sello: astucia, estupidez y vulgaridad. No hubo correspondencia sistemática con Lenin durante sus cuatro años de destierro, a pesar de la importancia que atribuía Lenin a contactos con personas de ideas afines y de su propensión a sostener relaciones epistolares.
En otoño de 1915, Lenin preguntó al emigrado Karpinsky: "Tengo que pedirle un gran favor: averigüe el nombre de "Koba" -(¿José Dj.?, no nos acordamos). ¡Muy importante!" Karpinsky replicó: "José Djugashvili." ¿De qué se trataba: un nuevo giro, o una carta? La necesidad de preguntar para recordar su nombre demuestra en efecto que no había correspondencia continua.
El otro documento que lleva la firma de Stalin es una petición de un grupo de deportados al Consejo de redacción de un periódico legal dedicado a los seguros obreros.
"Voprosy Strajovaniya debería dedicar también toda su solicitud y diligencia a la causa de asegurar a la clase trabajadora de nuestro país con ideas contra las predicaciones antiproletarias y archipútridas de los señores Potressovs, Levitskies y Plejanovs, que se oponen radicalmente a los principios del internacionalismo." 
Esto era indudablemente una declaración contra el socialpatrioterismo, pero también dentro de los límites de ideas comunes no sólo entre bolcheviques, sino incluso entre los mencheviques izquierdistas. La carta, que, a juzgar por su estilo, debe de estar escrita por Kamenev, llevaba fecha de 12 de marzo de 1916, es decir, de una época en que la presión patriótica llevaba ya tiempo en reflujo.
En 1915, Lenin trató de publicar en Moscú una antología marxista legal, para expresar, al menos con sordina o doble sentido, la posición del Partido bolchevique ante la guerra. El censor retuvo la analogía, pero los artículos se conservaron y aparecieron después de la revolución. Junto a Lenin hallamos entre los autores al literato Stepanov, Olminsky (de quien ya hemos hablado), Milutin, bolchevique relativamente novicio y al conciliador Nogin, todos ellos emigrados. También hallamos un artículo titulado Sobre la, escisión de la Socialdemocracia alemana, por Sverdlov. Pero no hay nada en esta antología de la pluma de Stalin, que vivía en las mismas condiciones de destierro que Sverdlov. Esto puede explicarse, bien por recelar Stalin hallarse en desacuerdo con los otros, o bien por haberle molestado que no aceptasen su artículo sobre las nacionalidades: la vidriosidad y el capricho eran condiciones tan suyas como la cautela.
Shumyatsky manifiesta que Stalin fue llamado a filas mientras estaba en el destierro, al parecer en 1916, cuando ya movilizaban a las quintas viejas (entonces iba a cumplir Stalin treinta y siete años), pero no se le admitió en el Ejército a causa de su brazo izquierdo anquilosado. Pacientemente estuvo matando el tiempo más allá del Círculo ártico, pescando, poniendo sus trampas a los conejos, leyendo y posiblemente escribiendo también. "Es cansado esto, pero no hay más remedio." Un recluso taciturno, colérico, no era ni mucho menos la figura central entre los deportados. "Más clara que otras muchas -escribe Shumyatsky, adicto a Stalin-, en la memoria de los turujanitas se destaca la monumental figura de Suren Spandaryan, el intransigente marxista revolucionario y magnífico organizador." Spandaryan llegó a Turujansk en vísperas de la guerra, un año después que Stalin. "¡Qué sosiego y qué paz hay aquí! -solía observar con ironía-. Todo el mundo está de acuerdo con los demás en todo: los essars, los bolcheviques, los mencheviques, los anarquistas... ¿No sabéis que el proletariado de San Petersburgo está con el oído atento a la voz de los desterrados...?" Suren fue el primero que adoptó una posición antipatriotera e hizo que todos le escuchasen. Pero en influencia personal sobre sus camaradas, Sverdlov mantenía el primer puesto. "Animado y sociable", extrovertido incapaz de reconcentrarse en el egocentrismo, Sverdlov siempre reunía a los demás, recogía importantes noticias y las hacía circular por las diversas colonias de deportados, y organizó una cooperativa de éstos a la vez que efectuaba observaciones sistemáticas en la estación meteorológica. Las relaciones entre Spandaryan y Sverdlov, llegaron a estar tirantes. Los deportados se agruparon en tomo a estas dos figuras. Aunque ambos grupos luchaban unidos contra la administración, las rivalidades "por esferas de influencia", según expresión de Shumyatsky, nunca cesaron. No es fácil averiguar hoy en qué principios se basa aquella discordia. Antagonista de Sverdlov, Stalin apoyaba a Spandaryan discretamente a un brazo de distancia.
En la primera edición de sus Memorias, Shumyatsky escribía: "La administración de la región se dio cuenta de que Suren Spandaryan era el más activo de los revolucionarios, y le consideraba el líder de todos. " En una edición posterior, se suprimió esta frase para incluir a dos personas: Sverdlov y Spandaryan. El agente Kibirov, con quien al parecer entabló Stalin relaciones amistosas, hacía objeto de una vigilancia insistente a Spandaryan y a Sverdlov, considerándolos "los cabecillas de todos los deportados". Perdido por un momento el hilo oficial, Shumyatsky se olvidó por completo de mencionar a Stalin en tal calidad. La razón no es difícil de comprender. El nivel general de los deportados en Turujansk era considerablemente superior al promedio. Allí se encontraban a la vez los hombres que constituían el núcleo esencial del centro ruso: Kamenev, Stalin, Spandaryan, Sverdlov, Goloschekin y varios otros bolcheviques destacados. No había máquina política alguna en el destierro, y era imposible dirigir desde el anónimo, tirando de las cuerdas detrás de la cortina. Todos estaban bien a la vista de los otros. La astucia, la firmeza y la persistencia no bastaban para ganar a aquella gente tan experimentada: había que ser culto, pensador independiente y polemista experto. Spandaryan, al parecer, se distinguía por el superior atrevimiento de sus ideas, Kamenev por su más amplia preparación escolar y universalidad de criterio, Sverdlov por su grande actividad, iniciativa y flexibilidad. Por eso Stalin se "reconcentró en sí mismo", limitándose a observaciones monosilábicas, que Shumyastky se acordó de tildarlas de "agudas" sólo en una posterior edición de su trabajo.
¿Estudió Stalin en el destierro? En este caso, ¿qué estudió? Ya había pasado hacía tiempo la edad en que uno se contenta con lecturas sin objeción ni selección. Sólo podía avanzar estudiando cuestiones políticas específicas, tomando notas, tratando de formular sus propias ideas por escrito. Pero aparte de la referencia a su artículo sobre el problema de las nacionalidades, nadie tiene una sola palabra que decir sobre la vida intelectual de Stalin durante esos cuatro años. Sverdlov, que no era ningún técnico ni literato, escribió cuatro artículos en aquella época, hacía traducciones de lenguas extranjeras y colaboraba regularmente en la Prensa de Siberia. "De ese modo mis asuntos no marchan mal", escribía en tono optimista a un amigo suyo. Después de la muerte de Ordzhonikidze, que no tenía predilección ninguna por la teoría, su viuda escribió a propósito de los últimos años de cárcel de su marido: "Estudiaba y leía sin tregua. Largos extractos de cuanto había leído durante aquella temporada se conservaban en el grueso cuaderno forrado de hule enviado a Sergo por las autoridades de la cárcel." Todo revolucionario llevó consigo de la cárcel y el destierro tales cuadernos forrados de hule. Verdad es que muchos se perdieron durante fugas y registros. Pero de su último destierro Stalin pudo haber salvado lo que hubiese querido en las mejores condiciones, y en los años siguientes no fue él precisamente el sometido a registros, sino, por el contrario, el que sometía a otros a tales pruebas. A pesar de eso, es inútil buscar el menor rastro de su vida intelectual durante todo aquel período de soledad y ocio. Durante cuatro años (los años del revivir del movimiento, revolucionario en Rusia, de la Primera Guerra Mundial, del colapso de la Socialdemocracia internacional, de una lucha vehemente de ideas sobre el socialismo, de la cimentación de la nueva Internacional), es imposible que no empuñara Stalin la pluma para nada. Y, sin embargo, en todo cuanto escribió después no parece haber una sola línea que pudiera haber servido para aumentar su reputación de última hora. Los años de guerra, los años de abrir paso a la Revolución de octubre, son un espacio en blanco en la historia de las ideas de Stalin.
El internacionalismo revolucionario halló su expresión acabada en los puntos de la pluma del "emigrado" Lenin. El palenque de un solo país, y además, de la atrasada Rusia, era demasiado limitado para permitir la evaluación justa de una perspectiva mundial. Así como el emigrado Marx tuvo necesidad de Londres, que en su tiempo era el centro del capitalismo, para integrar la filosofía alemana y la Revolución Francesa con la economía inglesa, también Lenin, durante el transcurso de la guerra, hubo de estar en el punto focal de los acontecimientos europeos y mundiales, con el fin de deducir las conclusiones revolucionarias decisivas de las premisas del marxismo. Manuilsky, el dirigente oficial de la Internacional Comunista después de Bujarin y antes de Dimitrov, escribía en 1922: "Sotsial-Democrat (El Socialdemócrata), publicado en Suiza por Lenin y Zinoviev, y el Golps (La Voz) de París y Noshe Stovo (Nuestro Pueblo), publicado por Trotsky, serán para el futuro historiador de la III Internacional los fragmentos básicos de los cuales se forjó la nueva ideología revolucionaria del proletariado internacional." Se admite gustosamente que Manuilsky exageraba el papel de Trotsky. Sin embargo, no tuvo ni siquiera un pretexto para nombrar a Stalin. Pero luego, diez años más tarde, haría lo imposible por rectificar semejante omisión.
Tranquilizados por los monótonos ritmos de la nevada soledad, los deportados estaban lejos de esperar los sucesos que acontecían en febrero (marzo) de 1917. Todos se vieron sorprendidos, a pesar de que siempre mantuvieron la fe puesta en lo inevitable de la revolución. "Al principio -escribe Samoilov-, parecía que hubiésemos olvidado de pronto nuestras diferencias de opinión... Las discordias políticas y las recíprocas antipatías hubiéranse dicho disipadas..." Esta interesante confesión se ve confirmada en todas las publicaciones, discursos y medidas prácticas de aquella época. Derrumbáronse las barreras entre bolcheviques y mencheviques, entre internacionalistas y patriotas. Todo el país estaba inundado de un conciliatorismo alegre, pero miope y verbalista. La gente se tambaleaba en el tumulto de frases heroicas, principal elemento de la Revolución de febrero, en especial durante sus primeras semanas. Grupos de deportados afluían de todos los confines de Siberia, confundidos en una sola corriente y avanzaban hacia el Oeste en una atmósfera de exultante embriaguez.
En uno de los mítines de Siberia, Kamenev, que ocupaba la presidencia en unión de liberales, populistas y mencheviques, como más tarde se dijo, estampó con ellos su firma en un telegrama felicitando al gran duque Miguel Romanov por su renuncia al trono, magnánima en apariencia, pero cobarde en realidad, en espera de la decisión de la Asamblea constituyente. No es imposible que Kamenev, saturado de sentimentalismo, tuviera por acertado no molestar a sus colegas de Mesa con una repulsa descortés. En la enor7ne confusión de aquellos días nadie paraba mientes en ello, y Stalin, a quien nadie pensó en elegir para la presidencia, no protestó contra el desliz de Kamenev hasta el momento en que entre ambos surgió una lucha sin cuartel.
El primer punto de la ruta en que se reunieron trabajadores en considerable número fue Krasnoyarsk. Allí existía ya un Soviet de diputados. Los bolcheviques locales, que eran miembros de la organización general en unión de los mencheviques, esperaban instrucciones de los dirigentes que pasaban por allí. Envueltos por completo en la oleada de unificación, aquellos dirigentes ni siquiera pensaron en establecer una organización bolchevique independiente. ¿Para qué? Los bolcheviques, como los mencheviques, estaban decididos a apoyar al Gobierno provisional, a cuyo frente estaba el príncipe liberal Lvov. También se sofocaron las diferencias de opinión respecto a la guerra: ¡era necesario defender la Rusia revolucionaria! En tal estado de ánimo caminaban hacia Petrogrado, Stalin, Kamenev y otros. "La ruta a lo largo del ferrocarril -recuerda Samoilov-, era algo extraordir4rio y tumultuoso, un cúmulo de manifestaciones de bienvenida, mítines y actos análogos." En la mayoría de las estaciones recibía a los deportados el vecindario entusiasmado, con bandas militares entonaban la Marsellesa; el día de la Internacional no había alboreado aún. En las estaciones férreas de importancia se celebraron banquetes de gala. Los amnistiados tuvieron que hablar, "hablar, sin descanso". Muchos se quedaron afónicos, enfermaron de fatiga, rehusaron salir de sus vehículos; "pero aun en ellos no se les dejaba en paz".
Stalin no perdió su voz, pues no pronunció discursos. Había muchos otros, oradores expertos, entre ellos el diminuto Sverdlov, con su potente voz de bajo. Stalin permanecía al margen, adusto, alarmado por el desbordamiento de la naturaleza de la manera verbal, y malévolo, como de costumbre. Otra vez le daban de lado las personas de calibre muy inferior. Ya contaba con una historial de casi una veintena de años de actividad revolucionaria, entrecortado por detenciones inevitables y reanudado al huir una y otra vez. Casi diez años habían pasado desde que Koba abandonara "la ciénaga estancada" de Tiflis por la industrial Bakú. Había trabajado en la capital de la industria petrolífera unos ocho meses, había pasado alrededor de seis meses en la cárcel de Bakú, y otros nueve en el destierro de Vologda. Un mes de actividad ilegal le valió dos meses de castigo. Después de huir, había vuelto al trabajo clandestino cerca de nueve meses, seguidos de seis meses de encierro y nueve de deportación, una proporción algo más favorable. Al final del destierro, menos de dos meses de trabajo ilegal, casi tres meses de cárcel, otros dos de confinamiento en la provincia de Vologda: dos meses y medio de castigo por cada mes de actividad. Dos meses más de clandestinidad, casi cuatro de prisión y destierro. Otra fuga. Más de medio año de labor revolucionaria, y luego, otra vez el presidio y el destierro, del que sólo le libró la Revolución de febrero: cuatro años. En resumen, de sus diecinueve años de participación en el movimiento revolucionario, pasó dos años y nueve meses deportado. No era mala proporción; la mayoría de los revolucionarios profesionales pasaron en las cárceles períodos mucho más largos.
Durante esos diecinueve años, Stalin no destacó como una figura de primera ni segunda fila. Era desconocido. Refiriéndose en 1911 a la carta interceptada dirigida por Koba desde Solvychegodsk a Moscú, el jefe de la Ojrana de Tiflis escribió un informe detenido de José Djugashvili que no contenía hechos de nota ni rasgos relevantes, salvo acaso la mención de que Soso, alias "Koba", había comentado su carrera como menchevique. Al mismo tiempo, refiriéndose a Gurgen (Tsjakaya), a quien incidentalmente, se mencionaba en la misma carta, el gendarme advertía que este último "era desde mucho antes uno de los revolucionarios de importancia...". Según dicho informe Gurgen fue detenido "en unión del famoso revolucionario Bogdan Knunyants". éste era no sólo georgiano como Koba, sino de la misma edad que él. En cuanto a la "fama" de Djugashvili mismo, no hay ni la más remota insinuación de tal.
Dos años más arde, caracterizando en pormenor la estructura del Partido bolchevique y de su plana mayor, el director del parlamento de Policía hacía constar de pasada que Sverdlov y "un tal, José Djugashvili" habían sido elegidos por cooptación miembros del Buró del Comité Central. La expresión "un tal" indica que el nombre de Djugashvili nada sugería al jefe de Policía en 1913, a pesar de una fuente de información como la de Malinovsky. Hasta hace poco, la biografía revolucionaria de Stalin, que termina en 1917, no tenía ningún relieve. Veintenas de revolucionarios profesionales, si no centenares, habían hecho la misma clase de labor que él, unos mejor y otros peor. Los laboriosos investigadores moscovitas han calculado que durante el trienio 1906-1909, Koba escribió sesenta y seis proclamas y artículos periodísticos, o sea menos de dos al mes. Ninguno de estos; artículos, que eran tan sólo una refundición de ideas ajenas para sus lectores del Cáucaso, fue traducido del georgiano ni reimpreso en los órganos importantes del Partido o de la facción. No hay artículo de Stalin ni referencia al mismo en ninguna lista de colaboradores de las publicaciones de San Petersburgo, Moscú o del extranjero en aquel período, legales o ilegales, ni de periódicos, revistas o antologías. Continúa considerado, no como escritor marxista, sino como propagandista Y organizador de menor cuantía.
En 1912, cuando sus artículos comenzaron a aparecer más o menos regularmente en la Prensa bolchevique de San Petersburgo, Koba adoptó el seudónimo de Stalin, derivado de staly (acero), igual que antes Rosenfeld tomara el de Kamenev inspirándose en la voz ameny (piedra): era moda entre los bolcheviques jóvenes elegir seudónimos que evocaran dureza. Los artículos con la firma de Stalin no atrajeron la atención de nadie: carecen de personalidad, como no sea lo burdo de la exposición. Fuera del estrecho círculo de dirigentes bolcheviques, nadie sabía quién era su autor, y apenas había quien se interesara por saberlo. En enero de 1913, Lenin escribió en una bien meditada nota sobre el bolchevismo, para la famosa obra de referencia bibliográfica de Rubakin: "Los principales escritores bolcheviques son: G. Zinoviev, V. Ilich, Yu, Kamenev, P. Orlovsky y otros." No se le podía ocurrir a Lenin mencionar a Stalin entre los "principales escritores" del bolchevismo, aunque precisamente entonces se hallaba en el extranjero, consagrado a su artículo sobre "nacionalidades".
Stalin sale a relucir por primera vez a los ojos de la policía, como a los del Partido, no como una personalidad, sino como miembro del Centro bolchevique. En los informes de la gendarmería, como en las Memorias revolucionarias, no se le cita personalmente como iniciador, como escritor en relación con sus ideas o sus actos, sino siempre como parte de la máquina del Partido, como miembro del Comité local, como miembro del Comité Central, como colaborador de un periódico, como uno de tantos en una lista de nombres, y nunca en primer lugar.
No es chocante que se encontrara en el Comité Central mucho más tarde que otros de su edad, y no por elección, sino mediante cooptación.
Desde Perm dirigieron a Lenin, en Suiza, el siguiente telegrama: "Saludos fraternales. Salimos hoy para Petrogrado. Kamenev, Muranov, Stalin." La idea de enviar el telegrama salió, naturalmente, de Kamenev. Stalin firmó el último. Aquella trinidad se encontraba ligada por lazos de solidaridad. La amnistía había liberado las mejores fuerzas del Partido, y Stalin pensaba turbado en la capital revolucionaria. Necesitaba de la relativa popularidad de Kamenev y del título de diputado de Muranov. Así, los tres llegaron juntos a un Petrogrado sacudido por la revolución. "Su nombre -escribe Ch. Windecke, uno de sus biógrafos alemanes- era entonces conocido en círculos limitados del Partido. No le saludaron, como saludó a Lenin un mes más tarde... una animada multitud con banderas rojas y música. No le saludaron, como dos meses después saludó a Trotsky, que acudía a toda prisa de América, una diputación que salió a recibirle a mitad de camino y le llevó a hombros. él llegó sin aclamaciones ni ruidos y se puso a trabajar... Fuera de las fronteras de Rusia, nadie tenía idea de su existencia."

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