Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO IV

EL PERIODO DE REACCIÓN
 
La vida personal de los revolucionarios clandestinos estaba siempre relegada a un segundo término, reprimida. Pero persistía. Como las palmeras en un paisaje de Diego Rivera, el amor se abría camino hacia el sol desde debajo de pesadas rocas. Casi siempre estaba identificado con la revolución. Las mismas ideas, los mismos afanes, el mismo riesgo, un aislamiento en común del resto del mundo, unidos por sólidos lazos. Las parejas se sumían unidas en la ilegalidad, eran separadas por la cárcel, y volvían a buscarse al volver del destierro. Conocemos poca cosa de la vida personal de Stalin, pero lo poco que conocemos es tanto más valioso por la luz que arroja sobre su personalidad como hombre.
"Se casó en 1903 -nos dice Iremashvili-. Su matrimonio, según sus puntos de vista, fue venturoso. Verdad es que resultaba difícil advertir en su propia casa aquella igualdad de sexos que defendía como forma básica del matrimonio en el nuevo Estado. Pero no estaba en su carácter compartir Iguales derechos con ninguna otra persona. Su matrimonio fue afortunado porque su mujer, que no podía competir con él en cuestiones generales de mentalidad, le consideraba un semidiós, y porque, siendo georgiana, había sido criada en la sacrosanta tradición que hacía de la mujer georgiana esencialmente una esclava doméstica. Las características que atribuye a la mujer de Koba son las mismas que atribuía a su madre, Keke: "Aquella mujer genuinamente georgiana... de todo corazón cuidaba del bienestar de su marido. Se pasaba noches sin cuento en ardientes plegarias, aguardando el regreso de su Soso, ocupado en secretas conferencias. Rogaba por que Koba se apartase de sus ideas, que no eran gratas a Dios, y se reintegrase a una apacible vida doméstica de trabajo y contento."
No sin extrañeza, nos enteramos por estas líneas de que Koba, que había renegado de la religión a los trece años, se casó luego con una mujer ingenua y profundamente religiosa. Eso puede parecer un caso vulgar y corriente en un medio burgués estable, en que el marido, se tiene por agnóstico o se distrae con ritos masónicos, mientras que su mujer, después de consumar su postrer adulterio, se arrodilla devotamente en el confesionario ante su director espiritual. Pero entre los revolucionarios rusos, tales asuntos eran muchísimo más importantes. No había un anémico agnosticismo en el meollo de su filosofía revolucionaria, sino un ateísmo militante. ¿Cómo podían tener la menor tolerancia personal frente a la religión, inextricablemente ligada a todo aquella que se habían comprometido a combatir arrostrando continuos riesgos? Entre los trabajadores, que se casan pronto, podrían encontrarse no pocos casos de un marido que se hace revolucionario después de la boda, mientras que la mujer continúa tercamente aferrada a la vieja fe. Pero aun esto solía dar lugar a conflictos dramáticos. El marido mantenía su nueva vida oculta y secreta, y cada vez se iba alejando más de ella. En otros casos, el marido conseguía convertir a su mujer a sus propias opiniones, apartándola del parecer de sus propios familiares. Los trabajadores jóvenes solían quejarse con frecuencia de que les era difícil encontrar muchachas emancipadas de las viejas supersticiones. Entre la juventud estudiantil, la elección de pareja era mucho más fácil. Casi no se daban ejemplos de intelectual revolucionario que se casara con una creyente; y no porque hubiera normas que lo dispusieran así. Pero tales cosas no, estaban de acuerdo con las costumbres, las ideas y los sentimientos de esas gentes. Koba fue indudablemente una rara excepción.
Al parecer, la disparidad de opiniones no dio lugar a ningún conflicto dramático. "Este hombre, de espíritu tan inquieto, que se sentía constantemente vigilado, bajo la constante mirada de la policía secreta zarista, en todos sus pasos y en todo cuanto hacía, no podía encontrar cariño más que en su empobrecido hogar. Sólo su mujer, su hijo y su madre escapan al rencor que prodigaba a todos los demás." El idílico cuadro familiar que traza Iremashvili permite deducir que Koba era tolerante hasta la indulgencia con las creencias de su compañera. Pero como eso está en contradicción con su carácter tiránico, lo que parece tolerancia debe ser indiferencia moral. Koba no buscaba en su mujer una amiga capaz de compartir sus ideas o, al menos, sus ambiciones. Le bastaba encontrar en ella una mujer sumisa y amante. Por sus opiniones era marxista y por sus sentimientos y necesidades espirituales, era hijo del osetino Bezo, de Didi-Lilo. No solicitaba de su mujer más de lo que su padre había hallado en Keke.
La cronología de Iremashvili, que no puede equivocarse, es más de fiar en cuestiones personales que en el campo de la política. Pero la fecha que da del matrimonio suscita alguna duda. él lo fija en 1903, y Koba fue preso en abril de 1902 y volvió del destierro en febrero de 1904. Es posible que el enlace se efectuara en la cárcel. Tales casos no eran raros. Pero también es posible que la boda se celebrara sólo después de su fuga del destierro, a principios de 1904. En tal caso, una boda eclesiástica ofrecía ciertas dificultades para quien ya se encontraba en "estado ilegal"; no obstante, considerando las costumbres primitivas de por entonces, especialmente en el Cáucaso, las dificultades policíacas no eran imposibles de salvar. Si Koba se casó después de su deportación, esto puede explicar en parte su pasividad política durante 1904.
La mujer de Koba (ni siquiera sabemos su nombre) murió en 1907, según ciertos informes, de pulmonía. Por entonces, ambos Sosos no estaban ya en buenas relaciones. Iremashvili se lamenta: "Lo más recio de su lucha se dirigió desde entonces contra nosotros, sus antiguos amigos. Nos atacaba en todo mitin y en toda discusión del modo más salvaje y desconsiderado, tratando de sembrar veneno y odio contra nosotros en todas partes. De haberle, sido posible, nos hubiera exterminado a sangre y fuego... Pero la inmensa mayoría de los marxistas georgianos continuaron con nosotros, y aquello era lo que más le enardecía y ponía furioso." Ahora bien, las costumbres georgianas eran tan dominantes, por lo visto, que la enemistad política no impidió a Iremashvili visitar a Koba al morir su mujer, para darle el Pésame: "Estaba muy decaído, pero me recibió amistosamente, como en otros tiempos. La cara pálida de aquel hombre reflejaba la profunda pena que le causó la muerte de la fiel compañera de su vida. Su aflicción... debía de ser muy grande y tenaz, pues era incapaz de contenerla ya ante los extraños."
La difunta fue enterrada según todas las regias del rito ortodoxo. Sus parientes insistieron en ello, y Koba no se opuso. "Cuando el modesto cortejo llegó a la puerta del cementerio -refiere Iremashvili-, Koba me apretó fuertemente la mano, y señalando el féretro, dijo: "Soso, esa criatura ablandó mi corazón de piedra; al morir, se lleva con ella todo el afecto que aún sentía por mis semejantes." Y, poniéndose la mano derecha, sobre el pecho, añadió: "¡Está todo tan vacío, tan inexplicablemente vacío aquí dentro!"" Estas palabras pueden sonar a teatralmente patéticas e inhumanas pero no es improbable que sean ciertas, no sólo por referirse a un hombre joven abrumado por su primer pesar sincero, sino también porque en ocasiones futuras hemos de encontrar de nuevo en Stalin la misma propensión al énfasis forzado, rasgo no raro en personas de carácter rudo. La torpeza de estilo con que expresa sus sentimientos, procedía de sus prácticas de homiléctica en el Seminario.
Al morir, su mujer dejó a Koba un niñito de finas y delicadas facciones. En 1919-1920 era alumno del Instituto de Tiflis, donde Iremashvili ejercía de profesor. Poco después su padre trasladó a Yasha (Jaime) a Moscú. Volveremos a encontrarle en el Kremlin. Todo esto es cuanto conocemos de aquel matrimonio, que en materia de tiempo encaja bastante bien en el cuadro de la primera Revolución. No es coincidencia fortuita: los ritmos de la vida personal del revolucionario estaban demasiado estrechamente trabados con los de los grandes acontecimientos.
"A partir del día en que enterraron a su mujer -insiste Iremashvili- perdió el último vestigio de sentimientos humanos. Su corazón se llenó del odio inexplicablemente maligno que su cruel padre había comenzado a engendrar en él cuando todavía era un niño. Reprimía con sarcasmo sus impulsos morales cada vez más espaciados. Implacable consigo mismo, se hizo implacable con los demás." Así era durante el período de la reacción, que entretanto se había enseñoreado del país.
El comienzo de las huelgas de masas en la segunda mitad de la postrera década del siglo, significaba la proximidad de la revolución. Pero el promedio de huelguistas era aún menos de 50.000 al año. En 1905, ese número ascendió de un salto a 2.750.000; en 1906 bajó a un millón; en 1907, a 750.000, incluyendo las de ensayo. éstas fueron las cifras de los ellos de la Revolución. ¡Nunca antes había presenciado el mundo una oleada de huelgas semejante! El período de reacción comenzó en 1908. El número de huelguistas bajó al punto a 174.000; en 1909, a 64.000; en 19101 a 30.000. Pero mientras el proletariado iba estrechando rápidamente sus filas, los campesinos a quienes había levantado no sólo continuaban, sino que reforzaban su ofensiva. La devastación de las haciendas de los terratenientes se extendió particularmente durante los meses en que funcionó la primero Duma. Sobrevino una serie de motines de soldados. Después de sofocados los intentos de sublevación de Sveaborg y Kronstadt en julio de 1906, el monarca se hizo osado, instituyó Consejos de Guerra y, con ayuda del Senado, adulteró la ley electoral. Pero no consiguió el objeto pretendido. La segunda Duma resultó más radical que la primera.
En febrero de 1907, Lenin caracterizó la situación política del país con las siguientes palabras: "La ilegalidad más desenfrenada y cínica... La ley electoral más reaccionaria de Europa. El cuerpo de representantes populares más revolucionario de Europa en el país más atrasado." De ahí su conclusión: "Estamos en vísperas de una nueva crisis revolucionaria más amenazadora." Esta conclusión no se confirmó. Aunque la revolución aún tenía fuerza bastante para dejar sus huellas en la liza del seudoparlamentarismo zarista, estaba ya quebrantada. Sus convulsiones iban siendo cada vez más tenues.
El partido socialdemócrata atravesaba un proceso análogo. Continuaba creciendo en número de miembros, pero su influencia sobre las masas declinaba. Cien socialdemócratas ya no eran capaces de sacar a la calle tantos trabajadores como diez socialdemócratas lo hubieran sido el año precedente. Los diversos aspectos de un movimiento revolucionario, como proceso histórico homogéneo y, en general, como acontecimiento de valor persistente, no son uniformes ni armónicos en contenido o en movimiento. No sólo los trabajadores, sino también los pequeñoburgueses intentaron vengar su derrota por el zarismo en campo abierto; votando en favor de las izquierdas; pero ya no eran capaces de una nueva insurrección. Privados del aparato de los Soviets y de contacto directo con las masas, que pronto sucumbieron a una negra apatía, los trabajadores más activos sintieron la necesidad de un partido revolucionario. Así, esta vez el ala izquierda de la Duma y el crecimiento de la socialdemocracia eran síntomas del descenso de la revolución, no de su auge.
El quinto Congreso del Partido, celebrado en Londres, en mayo de 1907, fue de notar por el número de personas que concurrieron a él. En la nave de la Iglesia "socialista" había 302 delegados (un delegado por cada 500 miembros del Partido), medio centenar con voz consultiva, y no pocos invitados. De éstos, 90 eran bolcheviques y 85 mencheviques. Las delegaciones nacionales formaban el "centro" entre estos dos flancos. En el Congreso anterior estuvieron representados 13.000 bolcheviques y 18.000 mencheviques (un delegado por cada 300 miembros del partido). Durante los doce meses transcurridos entre el Congreso de Estocolmo y el de Londres, la sección rusa del Partido había aumentado de 31.000 a 77.000 miembros, esto es, dos veces y media. Era inevitable que la agudeza mayor de la pugna faccional repercutiese en el número. Pero, indudablemente, los trabajadores avanzados continuaron engrosando las filas del Partido durante aquel año. Al mismo tiempo, el ala izquierda se reforzó con mucha más rapidez que su antagonista. En el Soviet de 1905, los mencheviques preponderaban; los bolcheviques eran una modesta minoría. A principios de 1906, las fuerzas de ambas facciones en San Petersburgo eran aproximadamente iguales. Durante el intervalo entre la primera y la segunda Duma, los bolcheviques comenzaron a adelantarse. En tiempos de la segunda Duma, habían alcanzado un completo predominio entre los trabajadores avanzados. A juzgar por la índole de los acuerdos tomados, el Congreso de Estocolmo fue menchevique y bolchevique el de Londres.
La desviación del Partido hacia la izquierda fue tenida en cuenta por las autoridades. Poco antes del Congreso, el Departamento de Policía instruía a sus dependencias locales que "los grupos mencheviques, en su estado actual de ánimo, no representan un peligro tan serio como los bolcheviques". En el informe regular de la marcha del Congreso presentado al Departamento de Policía por uno de sus agentes en el extranjero, se hacía la siguiente apreciación: "Entre los oradores que en el curso de la discusión intervinieron en favor del punto de vista revolucionario, se cuentan, Stanislav (bolchevique), Trotsky, Pokrovsky (bolchevique) y Tyszko (socialdemócrata polaco); en defensa del criterio oportunista, Martov y Plejanov (dirigentes de los mencheviques). Hay claros indicios -continuaba el agente de la Ojrana- de que los socialdemócratas están girando hacia métodos revolucionarios de lucha... El menchevismo, que floreció gracias a la Duma, declinó a su hora, cuando la Duma demostró su impotencia, dando amplio campo al bolchevismo, o, más bien, a las tendencias revolucionarias extremistas." En realidad, como ya se ha indicado, el sesgo sentimental del proletariado era mucho más complicado e inconsistente. Así, mientras que la vanguardia, sostenida por su propia experiencia, se desvió hacia la izquierda, la masa, descorazonada por las derrotas, viró hacia la derecha. El hálito de la reacción se cernía ya por encima del Congreso. "Nuestra Revolución atraviesa momentos de prueba -dijo Lenin en la sesión del 12 de mayo-. Necesitamos toda la fortaleza y la resolución, toda la cautela y la perseverancia de un partido proletario unido, si hemos de resistir frente a los insidiosos caprichos de la duda, la defección, la apatía, el sometimiento."
"En Londres -escribía un biógrafo francés-, Stalin conoció a Trotsky. Pero éste apenas reparó en él. El líder del Soviet de San Petersburgo no es de las personas que entablan fácilmente relaciones o entran en intimidad sin una afinidad espiritual genuina." Sea esto o no cierto, el hecho es que no me enteré de la asistencia de Koba al Congreso de Londres, sino por el libro Suvarin, y más tarde lo vi confirmado en las actas oficiales. Como en Estocolmo, Ivanovich no figuraba entre los 302 delegados con derecho a voto, sino entre los 42 cuya participación era sólo a título consultivo o deliberante. ¡El bolchevismo era aún tan débil en Georgia que Koba no pudo reunir los 500 votos necesarios en todo Tiflis! "Ni siquiera en la ciudad nativa de Koba y mía, Gori -escribe Iremashvili-, había un solo bolchevique." El absoluto predominio de los mencheviques en el Cáucaso fue confirmado en el curso de los debates del Congreso por el rival de Koba, Sha'umyan, dirigente bolchevique del Cáucaso y futuro miembro del Comité Central. "Los mencheviques caucásicos -se lamentaba-, aprovechando su aplastante peso numérico y su dominio oficial en el Cáucaso, hacen cuanto pueden por impedir que los bolcheviques sean elegidos." En una declaración firmada por el mismo Sha'umyan e Ivanovich, leemos: "Las organizaciones mencheviques caucásicas se componen casi enteramente de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo." De los 18.000 miembros de Partido en el Cáucaso, no eran trabajadores más de seis mil; pero aun de éstos, la mayoría estaban de parte de los mencheviques.
La designación de Koba como delegado meramente consultivo fue acompañada de un incidente no exento de mordacidad. Cuando tocó a Lenin el turno de presidir el Congreso, propuso que se adoptara sin discusión un acuerdo de la Comisión de credenciales recomendando conceder participación deliberante a cuatro delegados, entre ellos a Ivanovich. El infatigable Martov vociferó desde su sitio: "Quisiera saber a quién se concede voz deliberante. Quiénes son esos hombres, de dónde vienen, etc." A lo que respondió Lenin: "Ciertamente no lo sé, pero el Congreso puede confiar en la opinión unánime del Comité de Credenciales." Es muy posible que Martov tuviera alguna información secreta respecto a la índole específica del historial de Ivanovich, ya hablaremos de esto con más detalle, y que por esto precisamente Lenin se apresurara a cortar la ominosa alusión refiriéndose a la unanimidad de la Comisión de credenciales. En todo caso, Martov juzgó oportuno referirse a "esos hombres" como si no fueran nadie: "Quiénes son, de dónde vienen, etc.", mientras que Lenin, por su parte, no sólo no hizo objeciones a tal caracterización, sino que la confirmó. En 1907, Stalin era aún totalmente desconocido, no sólo del Partido en general, sino, incluso, de los trescientos delegados del Congreso. El acuerdo del Comité de admisión fue adoptado con la abstención de un buen número de delegados.
Pero es muy de notar el hecho de que Koba no hizo uso ni una sola vez del derecho de palabra que se le había concedido. El Congreso duró cerca de dos semanas y las discusiones fueron sumamente extensas y prolijas. Pero el nombre de Ivanovich no se hace constar siquiera una vez entre los numerosos oradores. Su firma aparece sólo en dos breves informes de bolcheviques caucásicos a propósito de sus conflictos locales, con los mencheviques, y aun esto sólo en tercer lugar. No dejó otras señales de su presencia en el Congreso. Para apreciar debidamente lo que esto significa, es necesario conocer la mecánica de tramoya del Congreso. Cada una de las facciones y de las organizaciones nacionales se reunían por separado durante los intervalos de las sesiones oficiales, trazaban su propia línea de conducta y designaban de su seno a quienes habían de intervenir. De modo que en el curso de tres semanas de debates, en que tomaron parte todos los miembros del Partido de algún renombre, la facción bolchevique no juzgó oportuno confiar una sola intervención a Ivanovich.
Hacia el final de una de las últimas sesiones del Congreso habló un joven delegado de San Petersburgo. Todos habían abandonado rápidamente sus asientos y nadie le escuchaba. El orador se vio obligado a subirse en una silla para llamar la atención. Pero, a pesar de circunstancias tan desfavorables, consiguió atraerse un corro cada vez más crecido de delegados, y no tardó mucho en calmarse el auditorio. Aquel discurso hizo del novicio un miembro del Comité Central. Ivanovich, condenado al silencio, tomó nota del éxito del recién llegado (Zinoviev sólo tenía veintiún años), probablemente horro de simpatía, pero no de envidia. Ni un alma hizo el menor caso del ambicioso caucásico, con su derecho de voz no utilizado. El bolchevique Gandurin, soldado de fila en el Congreso, consignó en sus Memorias: "Durante las pausas solíamos rodear a uno u otro de los principales activistas, abrumándolos a preguntas." Gandurin menciona entre los delegados a Litvinov, Vorochilov, Tomsky y otros bolcheviques relativamente oscuros de por entonces; pero no a Stalin, ni siquiera una, vez. Y, sin embargo, escribió sus Memorias en 1931, cuando era mucho más difícil olvidar a Stalin que recordarle.
Entre los miembros electos del nuevo Comité Central, los bolcheviques eran Myeshkovsky, Rozhkov, Teodorovich y Nogin, con Lenin, Bogdanov, Krassin, Zinoviev, Rikov, Shanter, Sammer, Leitheisen, Taratuta y A. Smirnov, como suplentes. Los más destacados dirigentes de la facción fueron elegidos suplentes porque interesaba promover a la vanguardia a las personas capaces de trabajar en Rusia. Pero Ivanovich no estaba entre los titulares ni entre los suplentes. No seria justo buscar la razón de ello en las tretas de los mencheviques; en realidad, cada bando eligió a sus propios candidatos. Algunos de los bolcheviques del Comité Central, como Zinoviev, Rikov, Taratuta y A. Smirnov, eran de la misma generación que Ivanovich y aún más jóvenes.
En la sesión final de la facción bolchevique, después de clausurado el Congreso, se eligió un Centro secreto bolchevique, el llamado "C. B.", compuesto de quince miembros. Entre ellos estaban los teóricos y los "literarios" de la época y del futuro, como Lenin, Bogdanov, Pokrovsky, Rozhkov Zinoviev y Kamenev, así como los más conocidos organizadores: como Krassin, Rikov, Dubronsky, Nogin y otros. Ivanovich tampoco pertenecía a aquel grupo. No puede negarse la importancia de este hecho. Stalin no podía ser elegido miembro del Comité Central sin ser conocido de todo el Partido. Otro obstáculo (admitámoslo por esta vez) era que los mencheviques caucásicos estaban particularmente en contra suya. Pero si hubiera tenido algún peso e influencia dentro de su propio bando no hubiera podido menos de incorporarse al centro de dirección bolchevique, que tan necesitado estaba de un representante autorizado del Cáucaso. El mismo Ivanovich soñaría, sin duda, en lograr un puesto en el "C. B."; pero no lo hubo para él.
En vista de todo esto, ¿para qué fue Koba a Londres, en suma? No pudo levantar el brazo como delegado con voto. Resultó innecesario como deliberante. Ciertamente, no desempeñó ningún papel en las reuniones reservadas de la facción bolchevique. Es inconcebible que acudiese allí por mera curiosidad, para escuchar y echar una ojeada. Tendría otras misiones. Pero, ¿cuáles fueron éstas?
El Congreso terminó el 19 de mayo. No más tarde del 1 de junio, el primer ministro Stolypin planteó a la Duma su petición de expulsar inmediatamente a cincuenta y cinco diputados socialdemócratas y sancionar el arresto de dieciséis de ellos. Sin esperar la autorización de la Duma, la policía procedió a practicar detenciones en la noche del 2 de junio. Al día siguiente, la Duma fue suspendida, y en el curso de este acto de fuerza por parte del Gobierno se promulgó una nueva ley electoral. En todo el país hubo simultáneas detenciones en masa, cuidadosamente preparadas, con ferroviarios entro los sometidos a custodia, en un esfuerzo por prevenir una huelga general. Los motines en la Flota del mar Negro y en un regimiento, de Kiev, no pasaron de una intentona. La monarquía triunfaba. Cuando Stolypin se miró al espejo, contempló en él la imagen de san Jorge, victorioso.
La desintegración evidente de la revolución trajo consigo varias crisis en el Partido y en el mismo bando bolchevique, decidido por gran mayoría en favor de la posición boicotista. Esto era casi una reacción instintiva contra la violencia gubernamental, pero, al mismo tiempo, era un intento de disimular su propia impotencia con un gesto radical. Mientras reposaba después del Congreso de Finlandia, Lenin reflexionó sobre el asunto en todos sus aspectos, y se decidió resueltamente en contra del boicot. Su situación dentro de su propio bando llegó a ser bastante difícil. No era cosa fácil pasar de los días de apogeo revolucionario a los tediosos de dificultades y obstáculos. "Con excepción de Lenin y Rozhkov -escribía Martov-, todos los representantes de talla de la facción bolchevique (Bogdanov, Kamenev, Lunacharsky, Volsky y otros) estaban por el boicot." La cita es, en cierto modo, interesante, pues incluye entre los representantes de talla no sólo a Lunacharsky, sino incluso al olvidado Volsky, pero se olvida de Stalin. En 1924, cuando el periódico histórico oficial de Moscú reprodujo el testimonio de Martov, no se le ocurrió al Consejo de redacción mostrar interés por el parecer de Stalin en aquella ocasión. 
Sin embargo, Koba estaba entre los boicotistas. Además de testimonios directos sobre el caso, que, por otra parte, proceden de mencheviques, hay cierta evidencia indirecta que es la más convincente: ni siquiera uno de los historiadores oficiales presentes dice una sola palabra a propósito de la posición de Stalin cuanto a las elecciones a la tercera Duma. En un folleto titulado Sobre el boicot a la tercera Duma, publicado poco después de la Revolución, y en el que Lenin defendía la participación en las elecciones, fue Kamenev quien defendió el punto de vista de los partidarios del boicot. Hubiera sido tanto más fácil para Koba conservar el incógnito, cuanto que a nadie se le hubiera ocurrido en 1907 pedirle que se manifestara por medio de un artículo. El viejo bolchevique Piryeiko recuerda que los boicotistas "reconvinieron al camarada Lenin por su menchevismo". No hay motivo para dudar de que Koba no se quedó atrás en su círculo de íntimos con epítetos bastante incisivos en ruso y en georgiano. En cuanto a Lenin, pidió a su facción desembarazo y habilidad para afrontar las realidades. "El boicot es una declaración de abierta guerra contra el antiguo Gobierno, un ataque directo contra é1. A menos de un amplio resurgir revolucionario... no hay que contar con el éxito del boicot." Mucho más tarde, en 1920, Lenin escribía: "Fue un error... para los bolcheviques haber boicoteado la Duma en 1906." Fue un error, porque después de la derrota de diciembre era imposible esperar una ofensiva revolucionaria en el futuro inmediato; por consiguiente, no tenía sentido despreciar una tribuna como la Duma para movilizar las filas de la Revolución.
En la Conferencia del Partido que se celebró en Finlandia, en julio, los nueve delegados bolcheviques, con excepción de Lenin, se pronunciaron por el boicot. Ivanovich no tomó parte en aquella Conferencia. Los boicotistas tuvieron su portavoz en Bogdanov. El acuerdo afirmativo sobre la cuestión de participar en las elecciones se tomó por los votos unidos de "los mencheviques, los de la Liga judía (budistas), los polacos, uno de los letones y un bolchevique", escribía Dan. "Un bolchevique", esto es, Lenin. "En una casita de verano -recuerda Krupskaia-, Ilich defendió ardientemente su posición; Krassin subía en su bicicleta, y parado ante la ventana, escuchaba con atención a Ilich. Luego, sin entrar en la casa, se alejaba meditabundo..." Krassin se alejó de aquella ventana por más de diez años. No volvió al Partido sino después de la Revolución de octubre, y ni siquiera inmediatamente. Poco a poco, a influjo de nuevas lecciones, los bolcheviques fueron sumándose al parecer de Lenin, aunque, como veremos, no en su totalidad. En silencio, Koba también repudió el boicotismo. Sus discursos en el Cáucaso en favor del boicot han quedado magnánimamente relegados al olvido.
La tercera Duma comenzó su infausta actividad en el mes de noviembre. La alta burguesía y los terratenientes ricos se habían asegurado de antemano una mayoría en ella. Entonces empezó el período más sombrío de la vida de "Rusia renovada". Las organizaciones obreras fueron dispersadas, sofocada la Prensa revolucionaria, y los Consejos de Guerra iban a la zaga de las expediciones de castigo. Pero Más terrible que los golpes exteriores era la reacción interior. La deserción alcanzó carácter de masas. Los intelectuales dejaban la política por la ciencia, el arte, la religión y el misticismo erótico. El toque final de este cuadro fue la epidemia de suicidios. El trastrueque de valores iba en primer lugar, dirigido contra los partidos revolucionarios y sus dirigentes. El brusco cambio de actitud halló una reflexión brillante en los archivos del Departamento de Policía, donde censuraban las cartas dudosas, conservando así las más interesantes para la historia.
En Ginebra, Lenin recibió una carta de San Petersburgo que decía lo siguiente: "La calma reina por arriba y por abajo, pero el silencio de abajo está infectado. Bajo su capa asoma tal ira que hará bramar a los hombres, porque tienen que hacerlo. Pero, de momento, hasta nosotros sufrimos lo más necio de esa ira..." Un tal Zajarov escribía a un amigo suyo de Odesa: "Hemos perdido en absoluto la fe en aquellos a quienes en tanto teníamos... ¡Imagínate que, a fines de 1905, Trotsky decía seriamente que la revolución política había culminado en un éxito grande, y que sería inmediatamente seguida por el comienzo de la revolución social...! ¿Y qué decir de la portentosa táctica de la revolución armada que tanto han divulgado los bolcheviques...? De veras, he perdido toda fe en nuestros dirigentes y en todos los llamados intelectuales revolucionarios." Ni siquiera la Prensa liberal y la radical se guardaron de herir a los vencidos con su sarcasmo.
Las deserciones se producían no sólo entre los intelectuales, no sólo entre los que llegan hoy para alejarse mañana, y para quienes el movimiento no era más que una causa a medio camino, sino incluso entre los trabajadores avanzados, que habían sido uña y carne del Partido durante años. La religiosidad, por un lado, y la embriaguez, el juego y otros factores por el estilo, por otro, medraban más que nunca entre las capas atrasadas de la clase trabajadora. En la mejor preparada, comenzaban, a imponer el tono los individualistas, que se esforzaban por elevar su situación personal, cultural y económica por encima de la masa de sus compañeros de trabajo. Los mencheviques encontraban su sostén en esa capa de la aristocracia obrera, compuesta principalmente de metalúrgicos y tipógrafos. Los trabajadores de las capas medias, a quienes la revolución había acostumbrado a leer periódicos, acusaban una mayor estabilidad. Pero, habiéndose incorporado a la vida política bajo la dirección de intelectuales, al quedarse solos se sintieron como petrificados y no hacían más que marcar el paso.
No todo el mundo desertó. Pero los revolucionarios que no estaban dispuestos a rendirse tropezaron con insuperables obstáculos. Una organización ilegal necesita un ambiente de simpatía y una renovación constante de reservas. En una atmósfera de decadencia, no sólo era duro, sino virtualmente imposible atenerse a las reglas indispensables de conspiración y mantener contactos revolucionarios. "El trabajo clandestino continuaba lánguidamente. Durante 1909 hubo incursiones policíacas contra las imprentas del Partido en Rostov del Don, Moscú, Tyumen, San Petersburgo... -y en otros puntos-, los repuestos de proclamas en San Petersburgo, Bialystok, Moscú; los archivos del Comité Central en San Petersburgo. En todos estos lances, el Partido perdía excelentes activistas." Esto lo refiere casi en tono de lamentación el general de la gendarmería Spiridovich.
"No tenemos gente -escribía Krupskaia con tinta invisible en Odesa, en los comienzos de 1909-. Todos están desperdigados por las cárceles y los centros de deportación." Los gendarmes hicieron usado de la carta, y aumentó la población visible el texto disimulado de la carta, y aumentó la población de los presidios. La escasez de afiliados revolucionarios condujo inevitablemente a un descenso en los valores del Comité. La insuficiencia de selección hizo posible que los agentes secretos subieran los escalones de la jerarquía ilegal. Con un sencillo ademán, el provocador condenaba al arresto a todo revolucionario que estorbara su avance. Las; tentativas de purgar la organización de elementos dudosos conducían inmediatamente a prisiones en masa. Una atmósfera de sospecha y recíproco recelo paralizaba toda iniciativa. Después de un buen número de detenciones hábilmente calculado, el provocador Kukushin a principios de 1910, se convirtió en cabeza de la organización en el distrito de Moscú. "El ideal de la Ojrana está en vías de realización -escribía un participante activo del movimiento-. Agentes secretos están al frente de todas las organizaciones de Moscú." La situación en San Petersburgo no era mucho mejor. "La dirección parecía haberse desbaratado, no había modo de restaurarla, la provocación nos roía las entrañas, las organizaciones disminuían... En 1909, Rusia tenía aún cinco o seis organizaciones activas; pero incluso ellas no tardaron en hundirse en la inactividad. El número de miembros de la organización del distrito de Moscú, que era de 500 hacia fines de 1908, bajó a 250 a mediados del siguiente año, y a 150 seis meses después; en 1910 la organización dejó de existir.
El ex diputado de la Duma, Samoilov, refiere cómo a principios de 1910 la organización de Ivanov-Voznesensk, que hasta entonces había sido bastante influyente y activa, se desmembró. Poco después de ella se desvanecieron los sindicatos. Sus puestos fueron ocupados por cuadrillas de las Centurias negras. El régimen prerrevolucionario iba siendo gradualmente restaurado en las factorías textiles, lo que significaba rebajas de jornales, multas abusivas, despidos y otras gangas por el estilo. "Los trabajadores que seguían trabajando lo aguantaban en silencio." Pero no podía haber vuelta al orden pasado. En el extranjero, Lenin señalaba las cartas de los trabajadores, que al hablar de la renovada opresión y persecución por parte de los fabricantes, añadían: "¡Esperad, 1905 ha de volver!"
Al terror de arriba correspondía el terror de abajo. La lucha de los derrotados insurrectos continuó convulsivamente por mucho tiempo en forma de dispersas explosiones locales, incursiones de guerrillas y actos de terrorismo individuales o de grupo. El curso de la revolución se caracterizaba con notable claridad por estadísticas del terror. En 1905 fueron asesinadas 233 personas; 168 en 1906, y 1.231 en 1907. El número de heridos seguía una progresión algo distinta, desde que los terroristas habían aprendido a tener puntería. La ola terrorista alcanzó su culminación en 1907. "Había días -escribe un observador liberal- en que varios actos importantes de terror iban acompañados de veintenas de otros de menor cuantía y de asesinatos de oficiales subalternos... Había laboratorios de bombas en todas las ciudades, y a veces destrozaban a sus mismos inexpertos fabricantes...", y continúa en este tono. La alquimia de Krassin se democratizó intensamente.
En suma, el trienio de 1905 a 1907 es particularmente notable por los actos de terrorismo y las huelgas. Pero lo que, destaca es la divergencia entre sus informes estadísticos: en tanto que el número de actos terroristas subía con la misma rapidez. Evidentemente, el terrorismo individual crecía conforme declinaba el movimiento de masas. Pero el terrorismo no podía crecer indefinidamente. El ímpetu desencadenado por la revolución estaba destinado a consumirse en terrorismo como se había consumido en otras esferas de actividad. En efecto, los 1.231 asesinatos de 1907 disminuyeron a 400 en 1908 y a un centenar en 1909. La proporción creciente de los simples heridos mostraba, además, que ahora los disparos procedían de aficionados sin ejercicio, en su mayoría adolescentes novatos.
En el Cáucaso, con sus románticas tradiciones de bandidaje y sangrientas querellas aún bastante vivas, la guerra de guerrillas encontró buen número de impávidos partidarios. Más de un millar de estos actos de sino de toda índole se produjeron en Transcaucasia solamente entre 1905 y 1907, los años de la primera Revolución. Destacamentos de combatientes encontraron también buen campo de actividades en los Urales, bajo la dirección de los bolcheviques, y en Polonia bajo la bandera, del Partido Socialista polaco. El 2 de agosto de 1906, veintenas de policías y soldados sucumbieron en las calles de Varsovia y otras ciudades polacas. Según la explicación de los dirigentes, la finalidad de esos ataques era "mantener despierto el ánimo revolucionario del proletariado". El jefe de aquellos dirigentes era José Pilsudski, el futuro libertador de Polonia, y su opresor. Comentando los sucesos de Varsovia, Lenin escribía: "Aconsejamos a los grupos combatientes de nuestro Partido que cesen en su inactividad e inicien algunas operaciones de guerrillas..." "Y estas llamadas de los dirigentes bolcheviques -comenta el general Spiridovich-, no quedaron desatendidas, a pesar de la acción antagonista del Comité Central (menchevique)."
De gran importancia en los sangrientos choques de los terroristas con la policía era la cuestión de dinero, nervio de toda guerra, incluso civil. Antes del manifiesto constitucional de 1905, el movimiento revolucionario estaba sostenido principalmente por la burguesía liberal y los intelectuales radicales. Eso sucedía así también en el caso de los bolcheviques, a quienes la oposición liberal juzgaba simplemente como demócratas revolucionarios algo más osados. Pero cuando la burguesía puso sus esperanzas en la futura Duma, comenzó a mirar a los revolucionarios como un obstáculo a sus afanes de avenirse con la monarquía. Aquel cambio de actitud asestó un potente golpe a los fondos de la revolución. Los cierres de fábricas y el paro interrumpieron la aportación de dinero a los trabajadores. Entretanto, las organizaciones revolucionarias habían desarrollado grandes máquinas políticas con sus propias imprentas, editoriales, cuadros de agitadores y, por último, destacamentos de choque en constante penuria de armamento. En tales circunstancias, no había manera de seguir sufragando los gastos de la revolución como no fuera procurándose fondos a viva fuerza. La iniciativa, como casi siempre, vino de abajo. Las primeras expropiaciones se desenvolvieron más bien pacíficamente, a menudo con una tácita inteligencia entre los "expropiadores" y los empleados de las instituciones expropiadas. Así está la historia de los empleados de la Compañía de Seguros "Nadezhda" (Esperanza) animando a los vacilantes expropiadores con las palabras: "¡No os apuréis, camaradas!" Pero este idílico período no duró mucho. Tras la burguesía, los intelectuales, incluso los empleados bancarios, se apartaron de la revolución. Aumentaban las bajas por ambos lados. Faltas de apoyo y simpatía, las "organizaciones combatientes" se desvanecieron pronto como el humo o se disgregaron con la misma rapidez.
Un ejemplo típico de cómo hasta los destacamentos más disciplinados degeneraron, se encuentra en las Memorias del ya citado Samoilov el primer diputado en la Duma por los trabajadores textiles de Ivanovo-Voznesensk. El destacamento, actuando al principio "bajo las directivas del Centro del Partido", comenzó a "obrar mal" durante el segundo semestre de 1906. Cuando ofreció al Partido sólo la mitad del dinero robado en una fábrica (después de asesinar al cajero), el Comité del Partido se negó a aceptarlo y reprendió a los combatientes. Pero ya era demasiado tarde; se disgregaron rápidamente y pronto se redujo toda su actuación "a ataques de bandidaje del tipo criminal más vulgar". Siempre con grandes sumas de dinero, los combatientes comenzaron a preocuparse de francachelas, en el curso de las cuales caían a menudo en manos de la policía. Así, poco a poco, todo el destacamento de combatientes tuvo un final ignominioso. "Sin embargo, hemos de admitir -escribe Samoilov-, que en las filas había no pocos... camaradas genuinamente afectos, leales a la causa de la revolución, y algunos de corazón limpio como el cristal..."
El propósito original de las organizaciones combatientes era asumir la dirección de las masas rebeldes, enseñándoles a usar armas y asestar al enemigo eficaces golpes. El principal teorizante, si no el único, en ese campo de actividades, era Lenin. Después de aplastada la insurrección de diciembre, el primer problema era qué había de hacerse con las organizaciones de combate. Lenin fue al Congreso de Estocolmo con un esbozo de acuerdo, por el que, aun reconociendo el interés de las actividades de las guerrillas y como parte de la preparación para la futura gran ofensiva contra el zarismo, permitía las llamadas "expropiaciones" de fondos "bajo el control del Partido". Pero los bolcheviques retiraron esta proposición suya obligados por la presión de la disconformidad dentro de su propio seno. Por una mayoría de sesenta y cuatro votos por cuatro en contra y veinte abstenciones, se aprobó la proposición menchevique, por la que se prohibían categóricamente las "expropiaciones" de personas e instituciones particulares, tolerando la confiscación de fondos del Estado sólo en el caso de que los órganos del Gobierno revolucionario se instituyesen en una localidad dada; es decir, sólo en conexión directa con un levantamiento popular. Los veinticuatro delegados que se abstuvieron o votaron en contra de esta resolución componían la mitad leninista irreconciliable de la facción bolchevique.
Como, es natural, no se trataba de una cuestión de moralidad abstracta. Todas las clases y todos los partidos examinan el problema del asesinato no desde el punto de vista del mandamiento bíblico, sino desde el punto de vista de la conveniencia de los intereses históricos en juego. Cuando el Papa y sus cardenales bendecían las armas de Franco, ninguno de los Gobernantes conservadores sugirió la idea de encarcelarlos por incitar al homicidio. Los moralistas oficiales se alzan contra la violencia cuando ésta es revolucionaria. En cambio, quienquiera que luche efectivamente contra la opresión de clase tiene que reconocer por fuerza la revolución. Y quien reconoce la revolución reconoce la guerra civil. Por último, "la guerra de guerrillas es una ineludible forma de lucha... Siempre que transcurran más o menos largos intervalos entre encuentros de más volumen de una guerra civil" [Lenin]. Desde el punto de vista de los principios generales de la lucha de clases, todo esto era completamente irrefutable. Las divergencias vinieron con la evaluación de Circunstancias históricas concretas. Cuando entre dos batallas importantes de la guerra civil transcurren dos o tres meses, ese intervalo tiene que colmarse con actuación de guerrillas contra el enemigo. Pero si la "pausa" se prolonga años enteros, entonces la guerra de guerrillas deja de ser una preparación para la batalla, y se convierte en una simple convulsión consecutiva a la derrota. No es fácil, ciertamente, determinar el momento de la ruptura.
Las cuestiones de boicotismo y de actividades guerrilleras estaban íntimamente relacionadas. Es permisible boicotear las asambleas representativas sólo en el caso de que el movimiento de masas sea suficientemente fuerte para derrumbarlas o para pasarlas por alto. Pero cuando las masas están en plena retirada, la táctica del boicot pierde su sentido revolucionario. Lenin comprendió esto y lo explicó mejor que otros. Ya en 1906 repudiaba el boicot de la Duma. Después del golpe del 3 de junio de 1907, entabló una lucha decidida contra los boicotistas precisamente porqué a la pleamar había sucedido la bajamar. Era incuestionable que las actividades guerrilleras se habían convertido en puro anarquismo, cuando hacía falta utilizar hasta el palenque del "parlamentarismo" zarista para preparar el terreno a la movilización de las masas. En el apogeo de la guerra civil, las actividades de las guerrillas aumentaron y estimulaban así el movimiento de masas; en el período de reacción intentaron remplazarlo, pero, de hecho, lo que hicieron fue desconcertar al Partido y acelerar su disgregación. Olminsky, uno de los más relevantes compañeros de armas de Lenin, arroja luz crítica sobre aquel período desde la perspectiva de los tiempos del Soviet. "No pocos de los mejores jóvenes -escribía- perecieron en el cadalso; otros degeneraron, y otros perdieron su fe en la revolución. Al mismo tiempo, la gente en general comenzó a confundir a los revolucionarios con bandidos vulgares. Más tarde, cuando comenzó a reanimarse el movimiento obrero revolucionario, este resurgir fue más lento en las ciudades donde las "exse" (expropiaciones) habían sido más numerosas. (Como ejemplo puedo citar Bakú y Saratov.)" Tengamos presente esta referencia a Bakú.
La suma total de las actividades de Koba durante los años de la primera Revolución parece ser tan insignificante, que, queramos o no, se suscita la pregunta: ¿Es posible que fuera esto todo? En el vértice de los sucesos que pasaban a su alrededor, Koba no hubiera podido menos de acudir a procedimientos de acción que le hubieran permitido demostrar su valía. La participación de Koba en actos de terrorismo y expropiación no puede dudarse. Y sin embargo, es difícil determinar el carácter de tal participación. 
"El principal inspirador e inspector general... de la actividad combatiente -escribe Spiridovich- era Lenin mismo, ayudado por gente de confianza muy adicta a él." ¿Quién era esa gente? El antiguo bolchevique Alexinsky, que al estallar la guerra se hizo especialista en desenmascarar a los bolcheviques, consignó en la Prensa extranjera que dentro del Comité Central había un "pequeño Comité cuya existencia ignoraban no sólo la policía zarista, sino hasta los miembros del Partido. Aquel pequeño Comité constituido por Lenin, Krassin y una tercera persona... se ocupaba especialmente de la hacienda del Partido". Ocuparse de finanzas significaba para Alexinsky dirigir las expropiaciones. La "tercera persona" no nombrada era el naturalista, físico, economista y filósofo Bogdanov, a quien ya conocemos. Alexinsky no tenía por qué ser reticente sobre la participación de Stalin en las operaciones de combate. Nada dice de ello porque nada se sabe a este propósito. Por aquellos años Alexinsky no sólo estaba en estrechas relaciones con el Centro bolchevique, sino en contacto con el mismo Stalin. Por regla general, aquel difamador decía más de lo que sabía.
Las notas a las obras de Lenin dicen a propósito de Krassin: "Guió la oficina técnica de combate del Comité Central." Krupskaia escribió a su vez: "Los miembros del Partido se enteran ahora de la importante labor que Krassin realizó en la época de la Revolución de 1905, armando a los combatientes, inspeccionando la fabricación de explosivos, etc. Todo ello se hacía en secreto, sin la menor ostentación, pero empleando en tal empeño una enorme energía. Vladimiro Ilich sabía de aquella labor de Krassin más que nadie, y desde entonces siempre le alababa." Vointinsky, que durante la primera Revolución fue un bolchevique destacado, escribía: "Tengo una clara impresión de que Nikitich [Krassin] era el único hombre, dentro de la organización bolchevique, a quien Lenin miraba con genuino respeto y absoluta confianza." Es cierto que Krassin concentró sus esfuerzos principalmente en San Petersburgo. Pero si Koba hubiera llevado a cabo en el Cáucaso operaciones de tipo similar, Krassin, Lenin y Krupskaia no hubieran dejado de enterarse de ello. Sin embargo, Krupskaia, que para mostrar su lealtad trató de mencionar a Stalin con la mayor frecuencia posible, no dijo nunca nada respecto a su participación en las actividades combatientes del Partido.
El 3 de julio de 1938, Pravda, de Moscú, casi inesperadamente, declaró que "el auge sin precedentes del movimiento revolucionario en el Cáucaso" en 1905 estaba relacionado con la "dirección de las organizaciones más militantes de nuestro Partido, creadas allí por vez primera directamente por el camarada Stalin". Pero la simple aserción oficial de que Stalin tuvo algo que ver con las "organizaciones más militantes" se refiere al principio de 1905, antes de que surgiese el problema de la expropiación; no da informes sobre la labor real de Koba; finalmente, es dudoso por la naturaleza misma de las cosas, pues no había organización bolchevique en Tiflis ni la hubo hasta la segunda mitad de 1905.
Veamos lo que dice Iremashvili sobre el particular. Hablando con indignación sobre actos terroristas, "exes" y otros parecidos, declara: "Koba fue el iniciador de los crímenes cometidos por los bolcheviques en Georgia, que redundaron en provecho de la reacción." Después de la muerte de su mujer, cuando Koba "perdió los últimos residuos de sentimiento humano", se volvió "un apasionado defensor y organizador... del estúpido y sistemático asesinato de príncipes, popes y burgueses". Ya hemos tenido ocasión de convencemos de que el testimonio de Iremashvili deja más que desear a medida que pasa de los asuntos personales al terreno político, y de la infancia y la juventud a años más maduros. Los vínculos políticos entre estos dos amigos de los años mozos terminaron al comienzo de la primera Revolución. Sólo por azar el día 17 de octubre, cuando se publicó el Manifiesto constitucional, Iremashvili vio en las calles de Tiflis (vio, pero no oyó) que Koba, suspendido de un farol de hierro (aquel día todo el mundo se encaramaba a los faroles), arengaba a una multitud. Como él era menchevique, sólo de segunda o tercera mano podía averiguar Iremashvili qué clase de actividades terroristas eran las de Koba. Por consiguiente, este testimonio es poco fidedigno. Iremashvili cita dos ejemplos: la famosa expropiación de Tiflis en 1907, que tendremos ocasión de discutir más adelante, y la muerte del popular escritor georgiano príncipe Chavchavadze. Con referencia a la expropiación, que situó erróneamente en 1905, observa Iremashvili: "Koba pudo burlar a la policía en aquella ocasión también; no hubo pruebas suficientes que demostraran su iniciativa en aquel cruel atentado. Pero aquella vez el Partido Socialdemócrata de Georgia expulsó a Koba oficialmente... " Iremashvili no aduce la menor prueba de que Stalin tuviese nada que ver con el asesinato del príncipe Chavchavadze, limitándose a esta observación equívoca: "Indirectamente, Koba era partidario de la violencia. Fue el instigador de todos los crímenes aquel agitador transido de odio." Los recuerdos de Iremashvili en esta parte interesan únicamente por arrojar luz sobre la reputación de Koba entre sus adversarios políticos.
El documentado autor de un artículo publicado en un periódico alemán Volksstimme (La Voz del Pueblo), de Mannheim, 2 de setiembre de 1932, muy probablemente un menchevique georgiano, hace resaltar que tanto los amigos como los enemigos exageraban mucho las aventuras terroristas de Koba. "Es verdad que Stalin poseía una extraordinaria habilidad e inclinación "m organizar ataques de tal lava... Pero en tales asuntos solía desempeñar el papel de organizador, inspirar, inspector, pero no el de participante directo." Por consiguiente, ciertos biógrafos pecan de inexactos al representarle "corriendo de un lado a otro con bombas y revólveres y realizando las más arriesgadas empresas". La historia de la pretendida a participación de Koba en el asesinato del dictador militar de Tiflis, general Gryaznov, el 17 de enero de 1906, parece ser una especie de invención. "Aquel hecho fue ejecutado de acuerdo con la decisión del Partido Socialdemócrata de Georgia (mencheviques), por medio de terroristas del Partido especialmente designados a tal efecto. Stalin, como otros bolcheviques, no tenía influencia alguna en Georgia y no tomó parte directa ni indirecta en el asunto." Este testimonio del autor anónimo merece consideración. Pero en su aspecto positivo es virtualmente equívoco: si bien reconoce en Stalin "extraordinaria habilidad e inclinación" para expropiaciones y asesinatos, no expone dato alguno en apoyo de tal caracterización. 
El viejo terrorista bolchevique georgiano, Kotè Tsintsadze, testigo concienzudo y veraz, afirma que Stalin, descontento de la irresolución de los mencheviques en el asunto del atentado para asesinar al general Gryaznov, invitó a Kotè a ayudarle a organizar con tal objeto un destacamento de combate por su cuenta. El mismo Kotè recuerda que en 1906 se le ocurrió organizar un grupo armado de bolcheviques para robar las cajas del Estado. "Nuestros camaradas de relieve, especialmente Koba-Stalin, aprobaron mi iniciativa." Este testimonio tiene doble interés: en primer lugar, muestra que Tsintsadze consideraba a Koba "un camarada de relieve", esto es, un dirigente local; y en segundo, nos da margen para sacar la conclusión de que en estos asuntos no pasaba Koba de aprobar las iniciativas de otros.
Contra la resistencia del Comité Central menchevique, pero con la activa cooperación de Lenin, los grupos armados del Partido consiguieron convocar una Conferencia especial en Tammerfors, en noviembre del año 1906. Entre los principales participantes de esa Conferencia estaban revolucionarios que más tarde desempeñaron un papel importante o notable dentro del Partido, como Krassin, Yarolavsky, Zemachka, Lalayants, Trilisser y otros. Stalin no se encuentra entre ellos, aunque por entonces estaba en libertad en Tiflis. Puede suponerse que prefería no arriesgarse presentándose en la conferencia, atendiendo a consideraciones de conspiración. Sin embargo, en ella, tomó parte importante Krassin, que por aquel tiempo estaba a la cabeza de las actividades combativas del Partido y por su fama estaba expuesto a mayor riesgo que ningún otro.
El 18 de marzo de 1918 (esto es, pocos meses después de plantado el régimen soviético), el dirigente menchevique Julius Martov escribió en un periódico de Moscú: "Que los bolcheviques caucásicos se dedicaron a toda clase de empresas arriesgadas de índole expropiatoria es cosa que tenía que conocer bien el mismo ciudadano Stalin, que a su tiempo fue expulsado de la organización de su Partido por tener algo que ver con las expropiaciones." Stalin juzgó necesario hacer comparecer a Martov ante el tribunal revolucionario: "Nunca en mi vida -dijo al tribunal y a los presentes que llenaban la sala- tuve que ser juzgado por la organización de mi Partido, ni expulsado de ella. Eso es un libelo infame." Pero Stalin nada dijo a propósito de expropiaciones "Con acusaciones como la de Martov, tiene derecho uno a presentarse sólo con documentos en la mano. Pero es deshonroso arrojar fango a base de rumores, sin tener la menor prueba." ¿Dónde está la fuente política de la indignación de Stalin? No es ningún secreto que los bolcheviques en conjunto estuvieron relacionados con las expropiaciones: Lenin las defendió abiertamente en la Prensa. En cambio, la expulsión de una organización menchevique apenas podría considerarse por parte de un bolchevique como antecedente vergonzoso, especialmente diez años después. Por lo tanto, Stalin pudo no tener motivo alguno que le indujese a negar las "acusaciones" de Martov si hubiesen correspondido a la actualidad. Por otra parte, provocar a un adversario diestro e ingenioso a comparecer en juicio en tales condiciones era exponerse a darle una ocasión de ponerle en evidencia. ¿Significaba esto entonces que las acusaciones de Martov eran falsas? Hablando en general, Martov, llevado de su temperamento de periodista y su antipatía hacia los bolcheviques, había traspasado más de una vez los límites que debiera haberle trazado la nobleza, de su carácter. Pero en este caso, el punto de debate era el juicio. Martov se mantuvo categórico en su afirmación, y pidió que fueran citados varios testigos: "En primer lugar, el conocido hombre público, socialdemócrata georgiano, Isidoro Ramishvili, que presidía el tribunal revolucionario que decidió la participación de Stalin en la expropiación del vapor Nicolás I en Bakú; Noé Jordania; el bolchevique Sha'umyan, y otros miembros del Comité del distrito transcaucásico, en 1907-1908. En segundo lugar, un grupo de testigos encabezado por Gukovsky, actual comisario de Hacienda, bajo cuya presidencia se juzgó el caso de la tentativa de asesinato del trabajador Zharinov, quien, ante la organización del Partido, había acusado al Comité de Bakú y a su líder Stalin de estar relacionados con una expropiación." En su respuesta, Stalin nada dijo respecto a la expropiación del vapor ni a la tentativa de asesinato de Zharinov, a la vez que insistía: "Nunca fui juzgado; si Martov lo dice, es un ruin calumniador."
En el sentido estrictamente legal de la palabra, era imposible expulsar a "expropiadores", puesto que ya, ellos se habían separado prudentemente del Partido, anticipándose. Pero era posible plantear la cuestión de su reingreso. La expulsión inmediata sólo podía servir de norma para los instigadores que quedaban en las filas del Partido; ahora bien, al parecer no había cargos directos contra Koba. Es, pues, posible que hasta cierto punto Martov estuviera en lo cierto al afirmar que Koba había sido expulsado; "en principio", así había sido. Pero también Stalin tenía razón: individualmente nunca había sido juzgado. No era cosa fácil para el tribunal resolver el litigio, especialmente por falta de testigos. Stalin se negaba a que los citasen, alegando la dificultad y la inseguridad de comunicaciones con el Cáucaso en aquellos críticos días. El tribunal revolucionario no escudriñó el fondo del asunto, declarando que la difamación no entraba en sus atribuciones, pero sentenció a Martov a "censura social" por insultar al Gobierno soviético ("el Gobierno de Lenin y Trotsky", cómo decía irónicamente la revista de la causa en la publicación menchevique). Es imposible no detenerse con aprensión ante el alegato del atentado contra la vida del trabajador Zharinov por su protesta contra las expropiaciones. Aunque nada conocemos sobre este episodio, proyecta un reflejo ominoso sobre el futuro.
En 1925, el menchevique Dan escribía que expropiadores tales como Ordzhonikidze y Stalin en el Cáucaso proveían de recursos a la facción bolchevique; pero esto es simplemente una repetición de lo que Martov había dicho, y sin duda a base de los mismos informes. No hay nadie que nos suministre datos concretos. Sin embargo, no faltaron tentativas para descorrer la cortina que cubre aquel período romántico de la vida de Koba. Con la insinuante ligereza que le caracteriza, Emil Ludwig solicitó de Stalin durante su entrevista en el Kremlin que le contase "todo" acerca de sus aventuras de juventud, por ejemplo, del robo de un Banco. En respuesta, Stalin entregó a su curioso interlocutor un folleto biográfico en el que se suponía que constaba todo; pero allí no había una sola palabra sobre robos.
El mismo Stalin nada ha dicho nunca ni en parte alguna, ni siquiera una palabra, sobre sus aventuras combativas. Difícil es decir por qué. Nunca se ha distinguido por su modestia autobiográfica. Lo que no considera propio para dicho por él, lo encarga decir a otros. A partir de su vertiginosa ascensión, puede haber obedecido su silencio a la consideración de "prestigio" gubernamental. Pero en los primeros años que siguieron a la Revolución de octubre, tales consideraciones le eran completamente ajenas. Los antiguos combatientes nada dijeron de ello en letra impresa durante aquel período en que Stalin aún no era el inspirador y rector de los recuerdos históricos. Su reputación como organizador de actividades bélicas no encuentra apoyo en otros documentos: ni en archivos policíacos ni en declaraciones de traidores o renegados. Verdad es que Stalin tiene a buen recaudo los expedientes de la policía; pero si los archivos de la gendarmería contuviesen datos concretos sobre Djugashvili como expropiador, los castigos a que hubiera sido sometido serían inmensamente más duros que los que allí constan.
De todas las hipótesis, sólo una tiene cierta verosimilitud. "Stalin no se refiere, ni permite que lo hagan otros, a actos terroríficos relacionados de un modo cualquiera con su nombre -escribe Suvarin-; en otro caso, resultaría inevitablemente claro que eran los demás quienes tomaban parte en ellos, mientras él se reservaba solamente la misión de inspeccionarlos desde lejos." Al mismo tiempo, es muy posible (y ello concuerda con el carácter de Koba) que atenuando y acentuando en caso necesario, con suma circunspección se atribuye lo que en realidad no tiene derecho a alegar como realización propia. Era imposible verificar su labor en las condiciones de conspiración clandestina. De aquí la ausencia de interés por parte suya en cuanto a extenderse en pormenores. En cambio, los participantes efectivos en expropiaciones y las personas próximas a él no mencionan a Koba en sus Memorias, simplemente porque nada tienen que decir. Otros combatieron; Stalin era el inspector a distancia.
Con referencia al Congreso de Londres, Ivanovich escribió lo siguiente en su periódico ilegal de Bakú:

"De los acuerdos mencheviques, sólo el relativo a las actividades de guerrillas se aprobó, y eso por accidente: los bolcheviques no recogieron el guante en aquella ocasión, o más bien no deseaban llevar la pugna al extremo límite, simplemente por el deseo de dar a los mencheviques al menos una ocasión de alegrarse por algo."
La explicación sorprende por absurda: "por dar a los mencheviques una ocasión de alegrarse"; tan filantrópico solicitud no figura entre las costumbres de Lenin. En realidad, los bolcheviques "no recogieron el guante" sólo porque en aquella ocasión tenían enfrente no sólo a los mencheviques, los budistas y las izquierdas, sino también a sus íntimos aliados, los polacos. Además, había serias discrepancias entre los mismos bolcheviques a propósito de las expropiaciones. Sin embargo, sería equivocado suponer que el autor del artículo hablaba demasiado por hablar, sin móviles ulteriores. Lo cierto es que encontraba necesario quitar relieve a la decisión del Congreso a los ojos de los combatientes. Esto, como es natural, no da tampoco sentido a una explicación que de él. Y, sin embargo, éstos son los métodos de Stalin: siempre que se propone ocultar sus móviles, no vacila en recurrir a las tretas más toscas. Y no pocas veces, la misma evidente tosquedad de sus argumentos basta para sus fines, librándole de la necesidad de buscar motivos más hondos. Un miembro consciente del Partido se hubiera contentado con encogerse de hombros con enfado después de leer que Lenin había dejado de recoger el guante para "dar a los mencheviques algo que les alegrase"; pero el sencillo luchador convino alegremente en que la restricción "accidental" contra las expropiaciones no era para tomarse en serio. Para la siguiente operación de guerra bastaba aquello.
A las nueve menos cuarto de la mañana del 12 de junio (1907), en la plaza de Erivan, en Tiflis, tuvo lugar un ataque excepcionalmente audaz contra un convoy de cosacos que acompañaban un carruaje cargado de dinero. El desarrollo de la operación estaba calculado con la precisión de un reloj. En sucesión apropiada se lanzaron varias bombas de enorme potencia. Hubo numerosos disparos de revólver. La valija del dinero (341.000 rublos) desapareció con los atacantes. La policía no pudo capturar a uno solo de ellos. Tres hombres del convoy resultaron muertos en el acto, y unas cincuenta personas heridas, la mayoría leves. El principal organizador de la sorpresa, protegido por un uniforme de oficial, iba y venía por la plaza observando todos los movimientos de la escolta y de los atacantes, a la vez que con atinadas observaciones mantenía alejado al público de la escena del ataque en curso, para que no hubiese víctimas innecesarias. En el momento crítico, cuando podía creerse que todo estaba perdido, el seudooficial se hizo cargo del saco de dinero con gran serenidad y de momento lo ocultó en un canapé perteneciente al director del Observatorio, del mismo Observatorio en que, el joven Koba había estado en otro tiempo empleado como tenedor de libros. Este dirigente era el guerrillero armenio Petrosyan, que llevaba el sobrenombre de Kamo.
Habiendo llegado a Tiflis a fines del pasado siglo, cayó en manos de propagandistas, entre ellos de Koba. Como apenas sabía ruso, Petrosyan insistió una vez en preguntar a Koba: "¿Kamo (en vez de komu, que significa "¿a quién?") he de llevar esto?" Koba se echó a reír: "¡Eh, tú! Kamo, kamo...!" De esa indelicada chanza provino un alias revolucionario que llegó a ser histórico. Así nos lo define la viuda de Kamo, Medvedeva, sin añadir nada más sobre las relaciones entre los dos hombres. Pero sí habla del profundo afecto que Kamo sentía por Lenin, a quien visitó en 1906 por primera vez en Finlandia. "Aquel luchador intrépido, de ilimitada audacia y fuerza de voluntad inquebrantable -escribe Krupskaia-, era al mismo tiempo una persona en extremo sensible, algo ingenua, y un camarada cariñoso. Apreciaba apasionadamente a Ilich, Krassin y Bogdanov... Se hizo amigo de mi madre, a quien hablaba de su tía y de sus hermanas. Kamo fue a menudo de Finlandia a San Petersburgo, siempre con armas, y cada vez mi madre le sujetaba cuidadosamente los revólveres a la espalda." Esto es tanto más notable cuanto que la madre de Krupskaia era viuda de un oficial zarista y no renunció a la religión hasta edad muy avanzada.
En los círculos del Partido, la participación personal de Koba en la expropiación de Tiflis se ha considerado hace mucho tiempo como indudable. El antiguo diplomático soviético Bessedovsky, que había oído muchos relatos en salones burocráticos de segunda y tercera categoría, dice que Stalin, "según instrucciones de Lenin", no tomaba parte directa en las expropiaciones, pero que al parecer, "más tarde alardeaba de haber sido él quien elaboró el plan de acción hasta en sus menores detalles, y que él arrojó la primera bomba desde el tejado de la casa del príncipe Sumbatov". Difícil es decir si efectivamente ha alardeado Stalin de su participación o si es Bessedovsky el que alardea tan sólo de estar bien informado. En todo caso, durante la época del Soviet nunca confirmó ni negó Stalin estos rumores. Es evidente que no le disgustaba en modo alguno haber asociado a su nombre el trágico romanticismo de las expropiaciones, en la inconsciencia de la juventud. En 1932 no tenía yo aún la menor duda sobre el papel director de Stalin en el ataque armado de la plaza de Erivan, y aludí a ello incidentalmente en uno de mis artículos. Sin embargo, un estudio más minucioso de las circunstancias de aquellos me obliga a rectificar mi opinión sobre la verdad tradicional.
En la cronología aneja al XII volumen de las obras de Lenin, con fecha de 12 de junio de 1907, leemos: "Expropiación de Tiflis (341.000 rublos), organizada por Kamo-Petrosyan." Y esto es todo. En una antología dedicada a Krassin, en que se habla mucho de la famosa imprenta ilegal del Cáucaso y de las actividades marciales del Partido, no se menciona una sola vez a Stalin. Un viejo militante, bien enterado de las actividades de aquel período, escribe: "Los planes para todas las expropiaciones organizadas por este último (Kamo) en las cancillerías de Kvirili y Dushet y en la plaza de Erivan se trazaron y fueron estudiadas por él en unión de Nikitich (Krassin)." Tampoco una palabra de Stalin. Ni una sola vez figura éste en el libro de Bibineishvili, que contiene todos los pormenores de la preparación y prácticas de las expropiaciones. De estas omisiones se deduce evidentemente que Koba no estaba en contacto directo con los miembros de los destacamentos, ni los instruía, y que, por lo tanto, no era organizador de los actos en el verdadero sentido de la palabra, ni cabe suponerlo, realizador directo de los mismos.
El Congreso de Londres finalizó el 27 de abril. La expropiación de Tiflis tuvo lugar el 12 de junio (25 de n. c.), mes y medio después. Stalin dispuso de demasiado poco tiempo desde su vuelta del extranjero hasta el día del suceso para inspeccionar la preparación de una empresa tan complicada. Es más probable que los combatientes se hubieran seleccionado y reunido en el curso de varias aventuras precedentes del mismo jaez. Es posible que estuvieran a la expectativa aguardando la decisión del Congreso. Algunos de ellos pudieran haber dudado respecto al concepto que a Lenin merecían las expropiaciones. Los combatientes esperaban la señal. Stalin pudo muy bien llevársela. ¿Pero fue esta participación aún más lejos?
Nada sabemos virtualmente sobre las relaciones entre Kamo y Koba. Kamo sentíase inclinado a apreciar a la gente. Pero nadie habla de su afecto por Koba. La reticencia en cuanto a sus relaciones hace pensar que no existía tal afecto, sino más bien conflictos, nacidos de los intentos de Koba por dominar a Kamo o atribuirse lo que no tenía derecho a pretender. Bibineishvili dice en su libro sobre Kamo que "un desconocido misterioso" apareció en Georgia después del establecimiento del Soviet, y con falsos pretextos se apoderó de la correspondencia de Kamo y otro material valioso. ¿Quién necesitaba esto, y con qué fin? Los documentos, así como el hombre que huyó con ellos, desaparecieron sin dejar rastro. ¿Sería demasiado temerario suponer que Stalin, por medio de uno de sus agentes, haya arrebatado a Kamo ciertas pruebas que por uno u otro motivo juzgase molestas? Esto no excluye, naturalmente, la posibilidad de una estrecha colaboración entre ambos por el mes de junio de 1907; ni hay nada que nos impida admitir que la relación entre ellos pueda haberse enfriado después del "asunto" de Tiflis, en que Koba pudo bien ser el consejero de Kamo en cuanto a la elaboración de los detalles finales. Además, el consejero podía haber alentado, en el extranjero, una versión sumamente espaciosa de su propia intervención. Después de todo, no es más difícil atribuirse la dirección de una expropiación que la dirección de la Revolución de octubre. Y Stalin no vacilaría en hacer incluso esto último.
Barbusse declara que en 1907, Koba fue a Berlín y estuvo allí algún tiempo "conversando con Lenin". El autor no sabe de qué clase de conversaciones se trataba. El texto del libro de Barbusse contiene errores en su mayor parte. Pero la referencia al viaje de Berlín nos llama la atención tanto más cuanto que en el diálogo con Ludwig, Stalin también habla de haber estado en Berlín en 1907. Si Lenin hizo un viaje a propósito para dicha entrevista a la capital de Alemania, en ningún caso pudo ser para "conversaciones" teóricas. La reunión pudo haber tenido lugar inmediatamente antes o con más probabilidades inmediatamente después del Congreso, y casi de seguro se dedicó a la expropiación en proyecto, los medios para transportar el dinero, etc. ¿Por qué estas negociaciones se realizaron en Berlín y no en Londres? Es muy verosímil que Lenin juzgara imprudente encontrarse con Ivanovich en Londres, donde estaba completamente a la vista de los otros delegados y de numerosos espías zaristas y de otras especies atraídos por el Congreso. También es posible que se pensase en que asistiese a aquellas conferencias una tercera persona que nada tenía que ver con el Congreso.
De Berlín regresó Koba a Tiflis, pero poco después se trasladó a Bakú, desde donde, según Barbusse, "marchó de nuevo al extranjero para entrevistarse con Lenin". Uno de los caucásicos de confianza (Barbusse estuvo en el Cáucaso, y durante su estancia tomó notas de varios relatos que le preparó Beria) dijo al parecer algo sobre las dos entrevistas de Stalin con Lenin en el extranjero, con el fin de ensalzar la intimidad de sus relaciones. La cronología de esas entrevistas es muy significativa: una precede a la expropiación, y la otra la sigue muy de cerca. Esto determina, suficientemente su finalidad. La segunda entrevista se relacionaba con el problema: ¿continuar o detenerse?
Iremashvili escribe: "La amistad de Koba-Stalin con Lenin comenzó ahí." La palabra "amistad" es patentemente inadecuada. La distancia que separaba a estos dos hombres excluía toda amistad personal. Pero parece ser que precisamente por entonces comenzaron a tratarse. Si se admite la suposición de que Lenin había convenido previamente con Koba los planes para la expropiación de Tiflis, es muy natural que estuviera lleno de admiración por el hombre a quien consideraba director de aquel golpe. Es probable que al leer el telegrama dando cuenta de la captura del botín sin perder un solo revolucionario, Lenin exclamara para sí, o dijera a Krupskaia: "¡Espléndido georgiano!" éstas son las palabras que hemos de encontrar en una de sus cartas a Gorki. El entusiasmo por quienes demostraban arrojo o simplemente tenían éxito al llevar a cabo alguna misión que se les confiara, fue muy característico de Lenin hasta su última hora. Por encima de todo apreciaba a los hombres de acción. Basando su opinión sobre Koba en el relato que éste le hiciera de las expropiaciones del Cáucaso, Lenin llegó a considerarle, por lo visto, como una persona capaz de hacer algo útil o de dirigir a otros sin vacilar. Y quedó convencido de que el "espléndido georgiano" habría de ser útil.
El botín de Tiflis no sirvió para nada. Toda la suma estaba en billetes de quinientos rubios. No había posibilidad de poner en circulación papel moneda de tanto valor nominal. Después de la propaganda adversa recibida de la desgraciada escaramuza de la plaza de Erivan, era insensato tratar de cambiar aquellos billetes en ningún Banco ruso. La operación se transfirió al extranjero. Pero el provocador Jitomirsky, que previno a tiempo de ello a la policía, participó en la organización de las operaciones de cambio. El futuro comisario de Asuntos Exteriores, Litvinov, fue detenido al intentar cambiar parte de los billetes en París. Olga Ravich, que más tarde se casó con Zinoviev, cayó en manos de la policía de Estocolmo. El futuro comisario popular de Sanidad, Semashko, fue detenido en Ginebra, al parecer por azar. "Yo era uno de los bolcheviques -escribía- que por entonces se oponían por principio a las expropiaciones." Los contratiempos a que dio lugar el cambio de aquel dinero aumentaron el número de aquellos bolcheviques: "La gente en Suiza -dice Krupskaia- estaba muy asustada. No hablaba más que de los expropiadores rusos. Hablaban de aquéllos con horror en la pensión donde Ilich y yo acudíamos a comer." Es digno de notar que Olga Ravich, lo mismo que Semashko, desaparecieron durante las recientes "purgas" del Soviet.
La expropiación de Tiflis no podía en modo alguno considerarse como un choque de guerrillas entre dos batallas de una guerra civil. Lenin no podía menos de ver que la insurrección había sido diferida hasta un nebuloso futuro. En cuanto a él afectaba, el problema consistía entonces en intentar simplemente procurar medios de sostenimiento al Partido a expensas del enemigo, para cubrir el período inmediato de incertidumbre. Lenin no pudo resistir la tentación; aprovechó una oportunidad favorable, una "excepción" afortunada. En este sentido, hay que reconocer francamente que la idea de la expropiación de Tiflis llevaba consigo un apreciable tanto de aventura que, como norma, era ajeno a los métodos políticos de Lenin. Con Stalin sucedía lo contrario. Las consideraciones históricas amplias tenían poco valor para él. El acuerdo del Congreso de Londres era sólo un fastidioso trozo de papel, que podía reducirse a la nada con una burda treta. El éxito justificaría el riesgo. Suvarin arguye que no es lícito desviar la responsabilidad del líder de la facción a una figura secundaria. No se trata aquí de desviar la responsabilidad. Los bolcheviques, en mayoría, eran por entonces adversarios de Lenin en el asunto de las expropiaciones. Ellos, en contacto directo con los destacamentos de choque, poseían elementos de juicio propios muy convincentes, de que Lenin carecía por su condición de emigrado. Sin las rectificaciones de abajo, el dirigente de máximo talento está expuesto a cometer crasos errores. El hecho es que Stalin no figuraba entre los que conceptuaban inadmisibles las acciones de guerrilla en la fase de retirada revolucionaria. Y eso no era por casualidad. Para él, el Partido era ante todo una máquina. La máquina requería recursos financieros para subsistir, y éstos podían obtenerse con ayuda de otra máquina independiente de la vida y de la lucha de las masas. Allí se encontraba Stalin en su propio elemento.
Las consecuencias de esta trágica aventura, que sirvió de remate a una fase entera de la vida del Partido, fueron muy serias. La querella a propósito de la expropiación de Tiflis envenenó las relaciones internas del Partido y aun de la facción bolchevique misma durante mucho tiempo. Desde entonces, Lenin cambió de frente y se puso más resueltamente que nunca en contra de la táctica de expropiaciones, que por una temporada se convirtió en herencia del ala "izquierda" entre los bolcheviques. Por última vez, el Comité Central del Partido revisó oficialmente el "asunto" de Tiflis en enero del año 1910, a instancias reiteradas de los mencheviques. El acuerdo condenó severamente la expropiación como una violación inadmisible de la disciplina del Partido, aun reconociera que los participantes no habían tenido propósito de perjudicar el movimiento obrero, sino que procedieron "guiados solamente por una falsa comprensión de los intereses del Partido". No se expulsó a nadie ni se mencionó ningún nombre. Así fue amnistiado Koba en unión de otros, como "guiado por una falsa comprensión de los intereses del Partido".
Mientras tanto, seguía la disgregación de las organizaciones revolucionarias. No más tarde de octubre de 1907; el "literario" menchevique Petressov escribía a Axelrod: "Estamos pasando por una completa disgregación y una desmoralización extrema... No sólo no hay organización alguna, sino tampoco elementos para ella. Y esta falta de existencia se encomia incluso como principio..." Esta alabanza de la disgregación como principio se convirtió pronto en la tarea de la mayoría de los dirigentes del menchevismo, incluyendo al propio Potressov. Declaraban liquidado de una vez y para siempre al Partido ilegal, y calificaban de utopía revolucionaria el intento de reorganizarlo. Martov insistía en que eran precisamente "lances escandalosos como el del cambio de los billetes de Tiflis los que forzaban a los elementos más activos de la clase trabajadora y a los partidos más adictos" a evitar todo contacto con una máquina política ilegal. Los mencheviques, conocidos ahora por los liquidadores, veían en el espantoso desarrollo de la provocación otro argumento de peso en favor de la "necesidad" de renegar de la clandestinidad mefítica. Atrincherándose en los sindicatos, las instituciones educativas y las sociedades de previsión, continuaron su labor como propagandistas culturales, no como revolucionarios. Para salvaguardar sus tareas, los funcionarios de las filas obreras comenzaron a recurrir a la matización protectora. Evitaban la lucha huelguística para no comprometer los sindicatos, apenas tolerados. En la práctica, la legalidad a cualquier precio significaba repudiar en absoluto los métodos revolucionarios.
Los liquidadores estuvieron en vanguardia durante los años más desolados. "Sufrían menos por persecuciones policíacas -escribe Olminsky-. Tenían a muchos de los escritores, a buena parte de los lectores y, en conjunto, a la mayoría de los intelectuales. Eran los gallitos, y bien lo cacareaban." Las tentativas del bando bolchevique, cuyas filas iban aclarándose sin cesar, por conservar su máquina ilegal, tropezaban a cada paso con circunstancias hostiles. El bolchevismo parecía definitivamente acabado. "Toda la evolución de esos tiempos -escribía Martov- convierte en una patética utopía revolucionaria la formación de cualquier secta de partido duradera." En aquel pronóstico fundamental, Martov, y con él todo el menchevismo ruso, se equivocaron radicalmente. Las perspectivas y las consignas de los liquidadores resultaron ser la utopía reaccionaria. No había sitio para un trabajo abierto de partido en el régimen del 3 de junio. Aun al partido de los liberales le negaron la inscripción. "Los liquidadores han prescindido del partido ilegal -escribía Lenin-, pero no han cumplido la obligación de fundar tampoco uno legal." Precisamente por mantenerse el bolchevismo leal a las tareas de la revolución en el período de su decadencia y degradación, preparó su inusitado resurgimiento en los años del nuevo brote revolucionario.
Mientras tanto, en el polo opuesto al de los liquidadores, en el ala izquierda de la facción bolchevique, se formó un grupo extremista que tercamente se negó a reconocer el cambio de situación y continué defendiendo la táctica de acción directa. Después de las elecciones, las diferencias de parecer que surgieron acerca del boicot a la Duma condujeron a la formación del bando "revoquista", que pedía la retirada de los diputados socialdemócratas de la Duma. Los revoquistas eran sin duda el suplemento simétrico de los liquidadores. Mientras que los mencheviques siempre y en todas partes, aun bajo el ímpetu irresistible de la revolución juzgaban necesario participar en cualquier parlamento, aunque fuese puramente fortuito y modelado por el zar los revoquistas pensaban que boicoteando el parlamento establecido a consecuencia de la derrota de la Revolución serían capaces de dar vida a una nueva presión de masas. Puesto que las descargas eléctricas van acompañadas de truenos, los "irreconciliables" intentaban producir descargas eléctricas por medio de truenos artificiales.
El período de los laboratorios de dinamita ejercía aún su poderosa influencia sobre Krassin. Aquel hombre sagaz y comprensivo se unió por algún tiempo a la secta de los revoquistas, para abandonar por completo la Revolución años después. Bogdanov, otro de los más íntimos colaboradores de Lenin en la trinidad secreta bolchevique, se desvió asimismo hacia la izquierda. Pero Lenin no se inmutó. En el verano de 1907, la mayoría de la facción era partidaria del boicot. En la primavera de 1908, los revoquistas eran ya minoría en San Petersburgo y en Moscú. La preponderancia de Lenin se hacía evidente sin la menor duda. Koba tomó en, seguida nota de ello. Su desgraciada experiencia con el problema agrario, al ponerse abiertamente en contra de Lenin, lo hizo más circunspecto. Sin ruido y discretamente renegó de sus compañeros de boicot. Desde entonces, su conducta regular en cada viaje consistió en permanecer apartado mientras cambiaba de posición.
El continuo cuarteamiento del Partido en grupos diminutos, que libraban ásperas batallas en el vacío, despertó en algunos un ansia de reconciliación, de concordia, de unidad a toda costa. Fue precisamente entonces cuando apareció en vanguardia otro aspecto de "trotskismo"; no la teoría de la revolución permanente, sino la "reconciliación" del Partido. De esto es necesario hablar, aunque sea concisamente, para ayudar a comprender el subsiguiente conflicto entre stalinismo y trotskismo. En el año 1904 (esto es, desde el momento en que se manifestaron diferencias de opinión sobre el carácter de la burguesía liberal), rompí con la minoría del segundo congreso (los mencheviques), y durante los siguientes trece años no pertenecí a ninguna facción. Mi posición en el conflicto interno del Partido vino a ser la siguiente: mientras los intelectuales revolucionarios dominasen entre los bolcheviques y también entre los mencheviques, y mientras ambos bandos no se aventurasen más allá de la revolución democrático burguesa, no había motivo para un cisma entre ellos; en la nueva revolución, por la presión de las masas trabajadoras, ambas facciones se verían impelidos en todo caso a asumir una posición revolucionaria idéntica, como hicieron en 1905. Ciertos críticos del bolchevismo siguen considerando mi antigua posición conciliadora como la voz de la prudencia Y, sin embargo, su falsedad profunda ha quedado demostrado hace mucho tiempo, tanto en la teoría como en la práctica. Una sencilla conciliación de bandos sólo es posible a base de una especie de línea "intermedia". Pero, ¿dónde está la garantía de que esa línea diagonal trazada artificialmente coincida con las necesidades del desarrollo objetivo? La tarea de los políticos científicos consiste en deducir un programa y una táctica del análisis de la lucha de clases, no del paralelogramo (siempre en movimiento) de fuerzas tan secundarias y transitorias como son las facciones políticas. Verdad es que la posición de la reacción era tal que contraía la actividad política de todo el Partido dentro de límites sumamente estrechados. Por entonces, podría parecer que las diferencias de opinión eran de poca monta y que los dirigentes emigrados exageraban su importancia. Pero precisamente durante el período de reacción era cuando el Partido revolucionario no estaba en condiciones de ejercitar a sus cuadros sin una perspectiva más amplia. La preparación para el mañana era un elemento muy significativo en la política del momento. La política de conciliación descansaba en la esperanza de que en el curso mismo de los acontecimientos impondría la táctica necesaria. Pero aquel optimismo fatalista significaba en la práctica no sólo repudiar la lucha faccional, sino la idea misma de un partido, porque si "el curso de los acontecimientos" es capaz de dictar directamente a las masas la política justa, ¿para qué sirve ninguna unificación especial de la vanguardia proletaria, la elaboración de un programa, la elección de líderes, el ejercitarse en un espíritu de disciplina?
Más adelante, en 1911, Lenin observaba que el conciliatorismo estaba indisolublemente unido a la esencia misma de la tarea histórica del Partido durante los años de la contrarrevolución. "Algunos socialdemócratas -escribía- incurrieron en aquel período en el afán conciliador, partiendo de los motivos más diversos. La exposición más consistente de esta tendencia procede de Trotsky, casi el único que trató de aducir un fundamento teórico de tal política." Precisamente porque en esos años el conciliatorismo se hizo epidémico, Lenin vio en- él la amenaza máxima para el desenvolvimiento de un partido revolucionario. Le constaba bien que los conciliadores alegaban "los motivos más diversos", oportunistas tanto como revolucionarios. Pero en su cruzada contra aquella peligrosa tendencia se negaba todo derecho a establecer distinciones entre, varias fuentes subjetivas. Por el contrario, atacó con redoblada furia a los conciliadores cuyas posiciones básicas estaban más cerca del bolchevismo. Soslayando el conflicto público con el ala conciliativista del mismo bando bolchevique, Lenin tuvo a bien dirigir sus polémicas contra el "trotskismo", especialmente porque yo, como queda dicho, trataba de suministrar "un fundamento teórico" al conciliatorismo. Las citas de aquella violenta polémica habían de prestar más tarde a Stalin un servicio que difícilmente hubiera esperado nunca.
La labor de Lenin durante los años de reacción (minuciosa y detenida en los detalles, audaz en su amplitud de intención), constituirá siempre una gran lección de preparación revolucionó "Aprendimos en el tiempo de la revolución -escribía Lenin en julio de 1909- a hablar francés, esto es..., a despertar la energía y la amplitud de la lucha directa de masas. Ahora, en la época del estancamiento, de reacción, de disgregación, hemos de aprender a hablar alemán, esto es..., a obrar despacio..., ganando pulgada a pulgada." El líder de los mencheviques, Martov, escribió en 1911: "Lo que hace dos o tres años antes sólo en principio reconocían los dirigentes del movimiento abierto, esto es, los liquidadores, a saber, la necesidad de montar el Partido "en alemán... ahora se reconoce como tarea para cuya realización práctica es ahora el momento de disponemos." Aunque Lenin y Martov habían comenzado a "hablar alemán", su lenguaje era completamente distinto en realidad. Para Martov, "hablar alemán" significaba adaptarse al semiabsolutismo ruso con idea de "europeizarlo" gradualmente; para Lenin, esa expresión quería decir tanto como utilizar, mediante el partido ilegal, las mínimas posibilidades legales de preparar una nueva revolución. Como demostró la subsiguiente degeneración oportunista de la socialdemocracia alemana; los mencheviques reflejaron con más exactitud el espíritu "del habla alemana" en política. Pero Lenin comprendió mucho más acertadamente el curso objetivo de la evolución en Alemania como en Rusia: la época de reformas pacíficas iba siendo remplazada por la de las catástrofes.
En cuanto a Koba, no sabía francés ni alemán. Sin embargo, todas sus inclinaciones le impelían hacia la posición de Lenin. Koba no buscaba el palenque abierto como los oradores y los periodistas del menchevismo, porque el palenque abierto dejaba al aire sus atributos débiles más bien que los sólidos. Ante todo, necesitaba una máquina centralizada. Pero en las condiciones de un régimen contrarrevolucionario aquella máquina no podía ser más que ilegal. Aunque Koba carecía de perspectiva hist6rica, estaba más que ampliamente dotado de perseverancia. Durante los años de reacción no fue uno de las decenas de millares que desertaron del Partido, sino uno de los poquísimos centenares que, a pesar de todo, permanecieron leales a él.
Poco antes del Congreso de Londres, los jóvenes Zinoviev, que había sido elegido miembro del Comité Central, y Kamenev, que fue miembro del Centro Bolchevique, tuvieron que emigrar. Koba se quedó en Rusia. Más tarde alardeaba de ello como de una hazaña extraordinaria. En realidad, no era así. La selección de sitio y clase de trabajo dependía en poquísimo de la voluntad de cada individuo. Si el Comité Central hubiese visto en Koba un joven teórico y publicista capaz de dedicarse a cosas de más monta en el extranjero, indudablemente le hubiera ordenado emigrar y no habría tenido ocasión ni deseos de renunciar. Pero nadie le llamó al extranjero. Desde que en las altas esferas del Partido se fijaron en él fue tenido siempre por un "práctico", esto es, por un revolucionario subalterno, útil en principio la actividad organizadora regional. Y Koba mismo, que había ensayado sus propias aptitudes en los Congresos de Tammerfors. Estocolmo y Londres, se sentía poco inclinado a unirse a los emigrados, entre los cuales se le hubiera relegado a tercer término. Después, al morir Lenin, la necesidad se transformó en virtud, y la palabra "emigrado" sonó en los labios de la nueva burocracia casi como había sonado en los de los conservadores de tiempos del zarismo.
Al volver al destierro, Lenin tuvo la impresión, según sus propias palabras, de que iba hundiéndose en su tumba. "Aquí estamos horriblemente aislados de todo... -escribía desde París en el otoño de 1909-. Estos años han sido realmente difíciles..." En la Prensa burguesa de Rusia comenzaron a aparecer artículos en desdoro de la emigración, que, al parecer, compendiaban la revolución vencida, repudiada por los círculos cultivados. En el año 1912, Lenin replicó a aquellos libelos en el periódico bolchevique de San Petersburgo: "Sí, hay mucho duro que soportar en el ambiente de la emigración... Hay aquí más necesidad y pobreza que en parte alguna. Entre nosotros es particularmente elevada la proporción de suicidios... Sin embargo, sólo aquí y en ninguna otra parte se han planteado y considerado las más importantes cuestiones fundamentales de la Democracia rusa en su conjunto durante los años de confusión e interregno." Las ideas directrices de la Revolución de 1917 estaban siendo preparadas en el transcurso de las tediosas y agotadoras batallas de los grupos de emigrados. En aquella labor, Koba no tomó la más mínima parte.

Desde el otoño de 1907 hasta marzo de 1908, Koba siguió desplegando actividad revolucionaria en Bakú. Es imposible fijar la fecha de su traslado allí. Es posible que saliera de Tiflis en el mismo momento en que Kamo se hallaba cargando su, última bomba: la circunspección era el aspecto dominante del carácter de Koba. Bakú, ciudad de muchas y diversas razas, que a principios de siglo tenía ya una población de, más de cien mil habitantes, seguía creciendo con rapidez, atrayendo a la industria petrolífera masas de tártaros de Azerbaiján. Las autoridades zaristas contestaron, no sin cierto éxito, al movimiento revolucionario de 1905 instigando a los tártaros contra los armenios, más adelantados. Sin embargo, la revolución ganó incluso a los atrasados azerbaijanos. Tardíamente, en relación con el resto de la comarca, participaron en masa en las huelgas de 1907.
En la "ciudad negra", Koba pasó unos ocho meses, de los que ha de deducirse el tiempo que invirtió en su viaje a Berlín. "Bajo la dirección del camarada Stalin -escribe Beria, no muy sobrado de inventiva-, la organización bolchevique de Bakú creció, tomó fuerzas y se templó durante su lucha contra los mencheviques." Koba era enviado a regiones donde los adversarios eran especialmente fuertes. "Bajo la dirección del camarada Stalin, los bolcheviques quebrantaron la influencia de los mencheviques y los essars...", y así sucesivamente. Poco más sabemos por Alliluyev. La concentración de fuerzas bolcheviques después del destrozo ocasionado por la policía, tuvo lugar, según él, "bajo la inmediata dirección y con la activa ayuda del camarada Stalin... Su talento organizador, su entusiasmo genuinamente revolucionario, su inagotable energía, firme voluntad y persistencia bolchevique...", etc. Por desgracia, las Memorias del suegro de Stalin están escritas en 1937. La fórmula de "bajo la inmediata dirección y con la activa ayuda" traslucen sin la menor duda la marca de fábrica de Beria. El essar Vereshchak, que trabajaba por entonces en Bakú y observaba a Koba con ojos de adversario político, reconoce en él un talento organizador excepcional, pero niega en absoluto que tenga influencia alguna personal entre los trabajadores. "Su personalidad -escribe- producía mala impresión a primera vista. Koba lo sabía muy bien. Nunca hablaba abiertamente en mítines de masas... La presencia de Koba en este o el otro distrito obrero era siempre cosa secreta, y sólo se advertía por la renovada actividad de los bolcheviques." Esto es más verosímil. Ya tendremos ocasión de encontrar de nuevo a Vereshchak.
Las memorias de bolcheviques escritas antes de la era totalitaria dan el primer puesto en la organización de Bakú no a Koba, sino a Sha'umyan y a Dzhaparidze, dos revolucionarios excepcionales muertos por los ingleses durante la ocupación de Transcaucasia por ellos, el 20 de setiembre de 1918. "De los viejos camaradas de Bakú -dice Karimpan, biógrafo de Sha'umyan-, los camaradas A. Yenukidze, Koba (Stalin), Timofei (Spandaryan), Alyosha (Dihaparidze) eran entonces activistas. La organización bolchevique... tenía una amplia base de trabajo en el Sindicato de los trabajadores de la industria petrolífera. El verdadero organizador y secretario de todo el trabajo de Sindicato era Alyosha (Dzhaparidze)"; Yenukidze se menciona delante de Koba; el papel principal se asigna a Dzhaparidze. Más adelante: "Ambos (Sha'umyan y Dzhaparidze) eran los dirigentes más queridos del proletariado de Bakú." Aún no se le había ocurrido a Karimyan, que escribía esto en 1924, nombrar a Koba entre "los dirigentes más queridos".
El bolchevique Stopani, de Bakú, nos cuenta cómo le llegó a absorber en 1907 el trabajo de Sindicato, "la tarea más candente para el Bakú de aquellos días". El Sindicato estaba dirigido por los bolcheviques. En él "desempeñaba prominente papel el insustituible Alyosha (Dzhaparidze), y algo menor el camarada Koba (Djugashvili), quien dedicaba el máximo esfuerzo sobre todo al trabajo de partido, que le estaba confiado...". Stopani no especifica en qué consistía este "trabajo de partido", aparte de "la tarea más candente" de dirigirlos Sindicatos. Pero hace una observación casual muy interesante relativa a disensiones entre los bolcheviques de Bakú. Todos ellos convenían en la necesidad de "consolidar" de un modo organizado la influencia del Partido en los Sindicatos, pero en cuanto "al grado y a la forma de aquella consolidación había también discordia entre nosotros mismos: teníamos nuestra propia "izquierda" (Koba - Stalin) y "derecha" (Alyosha-Dzhaparidze y otros, incluyéndome yo); las divergencias no versaban sobre cuestiones fundamentales, sino sobre táctica o métodos de establecer aquel contacto". Las palabras de Stopani, deliberadamente vagas (Stalin era ya entonces muy poderoso) nos permiten imaginar sin posible error la disposición real de las figuras. Por la oleada tardía del movimiento huelguístico, el Sindicato había adquirido una importancia primordial. Los dirigentes del mismo resultaron ser, naturalmente, aquellos que sabían hablar a las masas y guiarlas: Dzhaparidze y Sha'umyan. Relegado de nuevo a segundo término, Koba se atrincheró en el Comité clandestino. La lucha del Partido por asegurarse creciente influencia dentro del Sindicato, significaba para Koba que los dirigentes de las masas, Dzhaparidze y, Sha'umyan, habían de someterse a su predominio. En la contienda por esta especie de "consolidación" de su propio poder personal, Koba, según se desprende claramente de las palabras de Stopani, levantó contra sí a todos los dirigentes bolcheviques. La actividad de las masas no era favorable a los planes del intrigante solapado.
Llegó a ser excepcionalmente agria la rivalidad entre Koba y Sha'umyan. Las cosas llegaron a tal extremo que después de la detención de Sha'umyan, según el testimonio de los mencheviques georgianos, los trabajadores sospechaban que Koba hubiese denunciado a su contendiente a la policía, y solicitaron que le juzgase un tribunal del Partido. Su campaña terminó sólo al ser detenido Koba. No es probable que los acusadores tuviesen pruebas definidas. Su sospecha puede haberse basado en algunas coincidencias circunstanciales. Baste decir, de todos modos, que los camaradas del Partido de Koba le juzgaban capaz de hacerse confidente, si a ello le arrastraba una ambición contraria. ¡Tales cosas no se han dicho nunca de otro alguno!
Respecto al sostenimiento económico del Comité de Bakú en la época en que Koba formaba parte de él, hay pruebas circunstanciales, pero no indudables, ni mucho menos, referentes a la "expropiación" armada; tributos financieros impuestos a los industriales bajo amenaza de muerte o de incendiar sus pozos de petróleo; fabricación y circulación de moneda falsa, y otros arbitrios por el estilo. Es difícil decidir si estos hechos, que realmente se produjeron, se achacaban a la iniciativa de Koba ya en aquellos remotos años, o si la mayoría de ellos tuvieron relación por primera vez con su nombre mucho después. En todo caso, la participación de Koba en empresas tan arriesgadas, no hubiera podido ser directa; de otro modo, se hubiera descubierto sin remedio. Lo más probable es que guiase las operaciones militantes como había tratado de guiar el Sindicato, desde el margen. Merece tenerse en cuenta, a este propósito, que se conoce muy poco de la vida de Koba durante aquel, período de Bakú. Los insignificantes episodios que se consignan siempre tienden a realzar la fama del "Maestro", pero su actividad revolucionaria sólo se refleja en frases de sentido general. El grado de omisión no puede ser accidental.
El essar Vereshchak, siendo aún joven, ingresó en el año 1909 en la llamada cárcel Bailov, de Bakú, donde pasó tres años y medio. Koba, que fue detenido el 25 de marzo, estuvo allí seis meses y salió después deportado; regresó a los nueve meses a Bakú, clandestinamente; le volvieron a detener en marzo de 1910, y estuvo nuevamente medio año preso en aquella cárcel, junto a Vereshchak. En 1912, ambos camaradas de presidio se encontraron otra vez en Narym, Siberia. Finalmente, después de la Revolución de febrero, Vereshchak, delegado entonces de la guarnición de Tiflis, coincidió con su antiguo conocido en el primer Congreso de los Soviets en Petrogrado.
Después del auge de la estrella política de Stalin, Vereshchak hizo un relato detallado de su vida conjunta en prisiones, que se publicó en la Prensa de los emigrados. Acaso no todo es fidedigno en su narración, ni convincentes todos sus juicios. Así, Vereshak asegura, sin duda por referencias, que el mismo Koba había reconocido que "por móviles revolucionarios" había traicionado a varios de sus compañeros seminaristas; ya se ha apuntado la inverosimilitud de tal aserto. Lo que el autor populista discurre acerca del marxismo de Koba es sumamente ingenuo. Pero Vereshchak tuvo la inapreciable ventaja de observar a Koba en un ambiente en que, se quiera o no, llegan a atrofiarse las costumbres y condiciones de la coexistencia culta. Destinada para albergar cuatrocientos presos, la cárcel de Bakú alojaba por entonces más de mil quinientos. Los reclusos dormían en las celdas atestadas, en los corredores, en los rellanos y los peldaños de las escaleras. No podía haber aislamiento de ninguna clase en tales condiciones de aglomeración. Todas las puertas, salvo las de las celdas de castigo, estaban abiertas de par en par. Los presos comunes y los políticos iban y venían libremente de una celda a otra, de pabellón a pabellón, o paseaban por el patio. "Era imposible sentarse o echarse sin pisar a alguien." En tales circunstancias, se veían unos a otros, y algunos a sí mismos, bajo aspectos completamente inesperados. Aun personas frías y retraídas, descubrían rasgos de carácter que en la vida ordinaria solían mantener ocultos.
"Koba era una persona sumamente sectaria -escribe Vereshchak-. No tenía principios generales ni fondo de educación adecuado. Por su mismo carácter, había sido siempre una persona poco culta, tosca. Todo esto se hallaba asociado en él a una astucia peculiarmente estudiada, que al principio velaba, aun para quien fuese muy buen observador, los otros rasgos disimulados bajo éste." Por "principios generales", el autor parece entender principios morales: como populista, era un adicto a la escuela del socialismo "ético". Vereshchak se vio sorprendido por la flema de Koba. En aquella prisión era una costumbre cruel la de poner frenético al adversario en las llamadas discusiones, a tuertas o a derechas; a esto lo llamaban "hinchar la burbuja". "Nunca fue posible hacer perder a Koba la serenidad... -afirma Vereshchak-; nada era capaz de exasperarle..."
Aquel juego era inocente comparado con el que corría de cuenta de las autoridades. Entre los presos había personas condenadas a muerte más o menos recientemente, y que aguardaban de un momento a otro la culminación de su destino. Los condenados comían y dormían con los demás. A la vista de todos se llevaban por la noche y los colgaban en el patio de la prisión, de modo que desde las celdas "se oían los gritos y gemidos de los ahorcados". Todos los presos padecían por efecto de la tensión nerviosa. "Koba dormía profundamente -dice Vereshchak-, o estudiaba tan tranquilo esperanto (estaba convencido de que el esperanto era el idioma del porvenir)." Sería necio creer que Koba era indiferente, a las ejecuciones; pero tenía nervios resistentes. No sentía por los demás como por él mismo. Nervios como los suyos eran de por sí una buena cualidad.
A pesar del caos, de los ahorcados, de los conflictos personales y de partido, la cárcel de Bakú era una importante escuela revolucionaria. Koba destacaba entre los dirigentes marxistas. No participaba en discusiones particulares, y prefería hablar en público, signo seguro de que en educación y experiencia Koba era superior a la mayoría de sus compañeros de prisión. "El aspecto exterior de Koba y su brusquedad polémica hacían siempre desagradable su presencia. Sus peroratas carecían de donaire, y en cuanto a forma era una exposición seca y formalista." Vereshchak recuerda cierta discusión "agraria", durante la cual Ordzhonikidze, compañero de Koba, "dio un bofetón a su antagonista, el essar Elías Kartesevadz, y fue por eso cruelmente golpeado por los otros essars". Esto no es invención: Ordzhonikidze era muy fogoso, y conservó su predilección por los argumentos físicos hasta el tiempo en que llegó a ser un prominente dignatario soviético. Una vez Lenin propuso expulsarle del Partido por esta causa.
Vereshchak estaba asombrado de la "memoria mecánica" de Koba, cuya cabeza pequeña, de "frente poco desarrollada", contenía, al parecer, todo el Capital de Marx. "El marxismo era su elemento; en eso era invencible... Sabía arreglarlo todo con las fórmulas apropiadas de Marx. Aquel hombre causaba una fuerte impresión en la gente joven del Partido poco versada en política." Vereshchak mismo estaba entre los "poco versados". El bagaje marxista de Koba debió de parecer demasiado imponente a es joven populista, educado en la doméstica sociología literaria rusa. En realidad, era bastante modesto. Koba no tenía curiosidad teórica, perseverancia en el estudio ni disciplina mental, Ni siquiera es justo hablar de su "memoria mecánica". Es estrecha empírica, utilitaria, pero, a despecho de la preparación seminarista, no tiene nada de mecánica. Es una memoria de campesino, exenta de vuelo y de síntesis, pero firme y tenaz, especialmente en encono. No es nada cierto que Koba tuviera la cabeza repleta de citas preparadas para todas las ocasiones. Koba no fue nunca un erudito ni escolástico. A través de Plejanov y Lenin recogió del marxismo las expresiones más elementales relativas a la lucha de clases y la importancia secundaria de las ideas con relación a los factores materiales. Aunque por su cuenta simplificó hasta el exceso estas proposiciones, nunca fue capaz de aplicarlas con éxito contra los populistas, ni siquiera como una persona armada de un revólver anticuado puede luchar con éxito contra un individuo provisto de un bumerang. Koba permaneció, en esencia, indiferente a la doctrina marxista.
Durante su encierro en las cárceles de Batum y Kutais, según recordamos, Koba intentó descubrir los misterios de la lengua alemana:  por entonces, la influencia de la socialdemocracia alemana sobre la rusa era sumamente grande. Pero Koba tuvo aún menos fortuna con el idioma de Marx que con su doctrina. En la prisión de Bakú empezó a aprender esperanto como "lengua del porvenir". Este rasgo expone muy significativamente la calidad del equipo intelectual de Koba, que en la esfera del estudio buscaba siempre la línea de mínima resistencia. Aunque pasó ocho años en la cárcel y en el destierro, nunca consiguió aprender una sola lengua extranjera, sin exceptuar su malhadado esperanto.
Por regla general, los presos políticos evitaban la compañía de los criminales. Koba, por el contrario, "siempre se exhibía con rufianes, chantajistas, y andaba entre los rateros". Se sentía en pie de igualdad con ellos. "Siempre le hacía impresión la gente expedita en los "negocios". Y la política era para él un "negocio" en que convenía saber a ciencia cierta hacer y deshacer." He aquí una observación muy pertinente. Pero esta misma observación refuta mejor que todo lo demás las observaciones sobre su "memoria mecánica", llena de citas preparadas. La compañía de gente de miras intelectuales más elevadas que las suyas era fastidiosa para Koba. En el Politburó del tiempo de Lenin casi siempre pasaba las horas sentado, hosco e irritable. Por el contrario, se hacía más sociable, sosegado y humano entre personas de mentalidad primitiva, no refrenados por ninguna predilección de orden intelectual. Durante la guerra civil, cuando ciertas secciones del Ejército, habitualmente los cuerpos de Caballería, se desbordaban lanzándose a la bravata y la violencia, Lenin solía decir: "¿No haríamos mejor mandando a Stalin allá? él sabe cómo hay que hablar a gente de ésa."
Koba no era el iniciador de protestas o manifestaciones carcelarias, pero siempre apoyaba a los iniciadores. "Esto le convertía en un excelente camarada a los ojos de los encerrados." También es pertinente esta observación. Koba nunca fue un iniciador de nada ni en parte alguna. Pero era muy capaz de utilizar la iniciativa de otro, empujar a los iniciadores, reservándose la libertad de decisión. Esto no quiere decir que le faltase valor; simplemente, es que prefería no malgastarlo. El régimen carcelario era una mezcla de laxitud y crueldad. Los reclusos gozaban de considerable libertad dentro de los muros de la prisión. Pero cuando se trasponía cierta ilusoria barrera, la administración recurría a la fuerza militar. Vereshchak nos refiere que en 1909 (sin duda quiere decir 1908), el primer día de Resurrección, una compañía del Regimiento de Salyan maltrató a todos los presos políticos, sometiéndolos a una carrera de baquetas. "Koba marchaba sin bajar la cabeza aguantando los culatazos, con un libro en las manos. Y cuando se dio la voz de escapar, Koba forzó las puertas de su celda con el cubo del agua sucia, despreciando la amenaza de las bayonetas." Aquel hombre reservado (aunque en raras ocasiones), era capaz de un cierto furor.
El "historiador" moscovita Yaroslavsky plagiaba a Vereshchak como sigue: "Stalin pasó las baquetas entre los soldados leyendo a Marx..." El nombre de Marx se introduce aquí por igual razón que se pone una rosa en las manos de la Virgen María. Toda la historiografía del Soviet está hecha con rosas de éstas. Koba, con un libro de Marx aguantando culatazos, se ha convertido en tema de enseñanza soviética, en prosa y en verso. Pero tal conducta no era en modo alguno excepcional. Las palizas carcelarias, como el heroísmo del cautiverio, estaban en el orden del día. Pyatnitsky refiere que después de detenerle en Wilno, en 1902, siendo aún muchacho, la policía propuso enviarle al funcionario de policía del distrito, famoso por sus vapuleos, a fin de arrancarle una declaración. Pero el agente más veterano replicó: "Nada dirá allí tampoco. Es de la Iskra." Ya en aquellos lejanos días, los revolucionarios de la escuela de Lenin tenían fama de ser firmes. Para asegurarse de que Kamo había perdido realmente la sensibilidad, como se alegaba, los médicos le clavaban alfileres bajo las uñas, y sólo después de resistir como duro diariamente tales pruebas durante años enteros, le declararon, al fin, loco incurable. ¿Qué valor tienen unos cuantos culatazos, en comparación con esto? No hay por qué menospreciar el valor de Koba, pero debe confinarse dentro de los límites de su tiempo y lugar.
Por las condiciones del encierro, Vereshchak no tuvo dificultad en advertir cierta particularidad de Stalin que le permitió seguir ignorando durante tan largo tiempo. "ésta era su habilidad para iniciar sigilosamente a otros, mientras él permanecía al margen." Luego siguen dos ejemplos. En una ocasión estaban golpeando a un joven georgiano en un pasillo del pabellón de "políticos". La injuriosa palabra "provocador" resonaba por todo el edificio. únicamente los soldados de la guardia consiguieron poner fin al escarmiento; el cuerpo ensangrentado fue conducido en una camilla al hospital. ¿Era un provocador, en efecto? Y si lo era, ¿por qué no lo mataron? "En la cárcel de Bailov, los provocadores, como se probase que lo eran, no solían escapar con vida -advierte Vereshchak, de pasada-. Nadie sabía nada ni acertaba a explicarse aquello, y sólo mucho después nos enceramos de que el rumor había partido de Koba." Nunca se supo si el golpeado era realmente un provocador. ¿No pudo haber sido sencillamente uno de los trabajadores que se oponían a las expropiaciones, o el que acusó a Koba de haber denunciado a Sha'umyan?
Otro ejemplo. En los peldaños de la escalera que daba acceso al pabellón de "políticos", cierto preso conocido por "el griego" apuñaló a un joven trabajador recién ingresado en la cárcel. El "griego" mismo consideraba a su víctima como un confidente, aunque no le conocía de antes. Este suceso sangriento, que conmovió a toda la cárcel, continuó siendo un misterio durante mucho tiempo. Al cabo, el "griego" comenzó a insinuar que, por lo visto, le habían "descarriado" con mala intención: el descarrío era obra de Koba.
Vereshchak menciona además, esta vez sin duda por referencias, diversas y arriesgadas empresas de Koba durante sus actividades en Bakú: la organización de falsificaciones, el robo de tesorerías del Estado y otras análogas.
"Nunca fue juzgado por ninguno de estos asuntos, aunque los falsificadores y los expropiadores estaban en la cárcel lo mismo que él." Si los otros hubieran conocido su misión, alguno de ellos le habría traicionado inevitablemente. "La habilidad de ejecutar sus planes por medio de los demás, permaneciendo por su parte completamente ignorado, hacía de Koba un taimado arbitrista que no reparaba en medios y se hurtaba a la justificación pública y a la responsabilidad."
Así aprendemos más de la vida de Koba en la cárcel que de sus actividades fuera de ella. Pero en ambos sitios sigue siendo fiel a sí mismo. Entre discusiones con los populistas y alguna que otra charla con atracadores, no se olvidaba de su organización revolucionaria. Beria nos informa de que Koba consiguió establecer contacto regular desde la cárcel con el Comité de Bakú. Esto es muy posible: donde no había separación entre presos comunes y políticos, y éstos comunicaban entre sí, era imposible quedar totalmente aislado del exterior. Uno de los números del periódico ilegal se preparó en su totalidad dentro de la prisión. El pulso de la revolución, aunque muy debilitado, continuaba latiendo. La cárcel puede no haber estimulado el interés de Koba por la teoría; pero tampoco quebró su espíritu combativo.

El 20 de setiembre, Koba fue trasladado a Solvychegodsk, en la parte norte de la provincia de Vologda. Aquello era un destierro privilegiado; sólo por dos años, y no en Siberia, sino en Rusia europea; no en un poblado, sino en una pequeña ciudad de dos mil habitantes, con grandes oportunidades para huir. Esto significaba que los gendarmes no tenían pruebas de gravedad siquiera moderada contra Koba. Dado el reducidísimo coste de la vida en aquellos confines remotos, no era muy difícil para los desterrados arreglarse con los contados rublos al mes que el Gobierno les concedía; para extraordinarios recibían ayuda de sus amigos y de la Cruz Roja revolucionaria. No sabemos cómo pasó Koba sus nueve meses en Solvychegodsk, lo que allí hizo ni si estudió. No se han publicado documentos de ningún género: ni sus ensayos, ni sus diarios, ni sus cartas. En el "caso de José Djugashvili", se lee: "grosero, imprudente, irrespetuoso con sus superiores". La "irresponsabilidad" era atributo común a todos los revolucionarios; la "grosería", el suyo personal.
En la primavera de 1909, Alliluyev, que ya estaba en San Petersburgo, recibió una carta de Koba, entonces en el destierro, preguntándole por su dirección. "A fines de aquel verano huyó Stalin del destierro y fue a San Petersburgo, donde le encontré por casualidad en una de las calles del distrito de Lityeiny." Sucedió que Stalin no encontró a Alliluyev en su casa ni en su lugar de trabajo, y se vio obligado a vagar por las calles durante mucho tiempo sin tener dónde refugiarse. "Cuando le encontré de improviso en la calle estaba sumamente cansado." Alliluyev procuró a Koba alojamiento en casa de un conserje de uno de los regimientos de la guardia, simpatizante de la revolución. "Allí vivió Stalin tranquilamente una temporada, vio a algunos miembros de la facción bolchevique de la tercera Duma, y luego se marchó al Sur, a Bakú."
¡Otra vez a Bakú! No es fácil que hacia allí le empujara el patriotismo local. Sería más acertado suponer que Koba no era conocido en San Petersburgo, que los diputados de la Duma no le hicieron mucho caso, que nadie le pidió quedarse ni le ofrecieron la ayuda que tan indispensable era a un residente ilegal. "Al regresar a Bakú, se consagró de nuevo con energía a reforzar las organizaciones bolcheviques... En octubre de 1909 fue a Tiflis, y organizó y dirigió la lucha de la organización bolchevique local contra los liquidadores mencheviques." El lector reconocerá sin duda el estilo de Beria.
En la Prensa ilegal, publicó Koba varios artículos, que sólo interesan por haberlos escrito el futuro Stalin. A falta de cosa más notable, actualmente se atribuye excepcional importancia a la correspondencia escrita por Koba en diciembre de 1909 para el periódico extranjero del Partido. Al parangonar el activo centro industrial de Bakú con Tiflis, paralizada con sus funcionarios públicos, tenderos y artesanos, su "Carta del Cáucaso" explica muy bien el dominio de los mencheviques en Tiflis, en términos de estructura social. Sigue luego una polémica contra el perenne dirigente de la socialdemocracia georgiana, Jordania, que de nuevo proclamaba la necesidad de "unir las fuerzas de la burguesía y del proletariado". Los obreros debían renunciar a su política de intransigencia, porque, como decía Jordania, "cuanto más débil sea la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, tanto mayor será la victoria de ésta...". Koba oponía a esto la proposición diametralmente antagónica: "Cuanto más se apoye la revolución en la lucha de clases del proletariado, que conducirá a los pobres de la aldea contra los terratenientes y la burguesía liberal, más completo será el triunfo de la revolución." Todo esto era perfectamente justo en esencia, pero no contenía una sola palabra nueva; a partir de la primavera de 1905, tales polémicas se repitieron innumerables veces. Si esta correspondencia tuvo algún valor para Lenin, no fue por la ampulosa reproducción de sus propios pensamientos, sino porque era una voz viviente de Rusia en una época en que se habían extinguido la mayoría de ellas. Sin embargo, en 1937, esta "Carta del Cáucaso" fue proclamada "el ejemplo clásico del la táctica leninista-stalinista". "En nuestros escritos y en todas nuestras enseñanzas -escribe uno de tales panegiristas-, no poca luz se ha proyectado sobre este artículo, extraordinario por su fondo, su riqueza deductiva y su importancia histórica." Lo más generoso es darlo de lado.
"En marzo y abril de 1910 fue posible al fin -nos informa el mismo historiador, un tal Rabichev-, crear una filial (collegium) rusa del Comité Central. Entre sus miembros se contaba Stalin. Pero, antes de que dicha filial comenzara a trabajar, sus componentes fueron detenidos." Si esto es verdad, Koba, al menos en la forma, se incorporó al Comité Central en 1910. ¡Un hito de importancia en su biografía! Pero no lo es. Quince años antes que Rabichev, el viejo bolchevique Germanov (Frumkin) refería lo siguiente: "En la conferencia entre el autor de estas línea y Nogin se decidió proponer que el Comité Central confirmase la siguiente lista de cinco nombres como Sección rusa del Comité Central: Nogin, Dubrovinsky, Malinovsky, Stalin y Milyutin." Por consiguiente, no se trataba de una decisión del Comité Central, sino solamente del proyecto de los bolcheviques. "Ambos conocíamos a Stalin -sigue diciendo Germanov- como uno de los mejores y más activos trabajadores de Bakú. Nogin fue a Bakú para cambiar impresiones con él; pero, por diversas razones, Stalin no pudo asumir el cargo de miembro del Comité Central." Germanov nada dice del motivo exacto de la dificultad. Dos años más tarde, el mismo Nogin escribió, con relación a su viaje a Bakú, lo que sigue: "... en la clandestinidad más profunda se hallaba Stalin (Koba), muy conocido en el Cáucaso en aquellos días, y obligado a permanecer escondido en los campos petrolíferos de Balajana." De aquí se desprende que Nogin no llegó siquiera a ver a Koba.
La reticencia respecto a las razones que impidieron a Stalin entrar en la filial rusa del Comité Central sugiere algunas deducciones interesantes. El año 1910 fue el período de máxima degeneración del movimiento y de más fusión de tendencias conciliatorias. En enero se celebró en París un pleno del Comité Central, y en él los conciliadores ganaron una batalla muy inestable. Se decidió restaurar el Comité Central en Rusia, con participación de los liquidadores. Nogin y Germanov eran conciliadores bolcheviques. El resurgimiento de la Sección "rusa" (esto es, del que había de actuar ilegalmente en Rusia) era tarea de Nogin. A falta de figuras prominentes, se hicieron varias tentativas para atraer a las de provincias. Entre éstas se contaba Koba, a quien Nogin y Germanov conocían "como uno de los mejores trabajadores de Bakú". Sin embargo, nadie pensó en él. El documentado autor del artículo alemán a que nos hemos referido en otro lugar manifiesta que aunque "los biógrafos oficiales bolcheviques tratan de presentar (sus) expropiaciones y expulsión del Partido como inexistentes..., sin embargo, los mismos bolcheviques dudaban de situar a Koba en ningún puesto notable de dirección". Puede suponerse con seguridad que el motivo del fracaso de la misión de Nogin fue la reciente participación de Koba en "actividades militantes". El pleno de París había tildado a los expropiadores de personas guiadas por "una falsa comprensión de los intereses del Partido". Luchando por la legalidad, los mencheviques no podían consentir de ningún modo en colaborar con un declarado cabecilla de expropiadores. Nogin vino a comprender esto, al parecer, sólo en el curso de sus negociaciones con destacados mencheviques del Cáucaso. No se organizó filial ninguna con Koba entre sus miembros. Adviértase que de los conciliadores que protegían a Stalin, Germanov es de los desaparecidos sin dejar rastro; en cuanto a Nogin, sólo su muerte prematura en 1924 le salvó de la suerte de Rikov, Tomsky, Germanov y otros amigos íntimos suyos.
La actividad de Koba en Bakú tuvo sin duda mucho más éxito que en Tiflis, ya desempeñara allí un papel de primero, segundo o tercer orden. Pero la idea de que la organización de Bakú fue la única fortaleza inexpugnable del bolchevismo es un mito. A fines de 1911, Lenin mismo dio accidentalmente pie a este mito citando la organización de Bakú junto a la de Kiev, entre las "ejemplares y progresivas de Rusia en 1910 y 1911", esto es, en los años de la disgregación total del partido y del comienzo de su resurgimiento. "La organización de Bakú existió sin interrupción durante los años difíciles del dominio reaccionario, y desempeñó una parte sumamente activa en todas las manifestaciones del movimiento obrero", dice una de las citas del volumen XV de las obras de Lenin. Ambas opiniones, que actualmente se relacionan muy de cerca con las actividades de Koba, han resultado ser completamente erróneas al investigar los hechos. A decir verdad, después de resurgir, Bakú pasó por las mismas fases de declinación que los demás centros industriales del país, algo más tarde, pero, en cambio, de un modo mucho más rudo.
Stopani escribe en sus Memorias.- "A partir de 1910, la vida del Partido y del Sindicato de Bakú se extinguió por completo." Quedaron restos desperdigados del Sindicato languideciendo por algún tiempo, pero aun éstos tenían a su frente una mayoría de mencheviques. "Pronto se apagó virtualmente toda actividad bolchevique, gracias a constantes fracasos por detenciones, falta de activistas y desorden general" La situación era aún peor en 1911. Ordzhonikidze, que visitó en marzo de 1912, cuando la marea iba comenzando a subir de nuevo apreciablemente por todo el país, escribió desde el extranjero: "Ayer pude reunir por fin a unos cuantos trabajadores... No hay organización, esto es, del centro local; por lo tanto, nos tuvimos que contentar con conferencias en privado..." Estos dos testimonios son suficientes. Recordemos además la aseveración de Olminsky, ya citada, de que "el resurgimiento fue más remiso en las ciudades donde las "exes" habían sido más numerosas (como ejemplo, puedo citar Bakú y Saratov)". El error de Lenin al evaluar la organización de Bakú es un ejemplo corriente del error de un emigrado que ha de juzgar desde lejos a base de informaciones parciales o inciertas, entre las cuales podían contarse las noticias excesivamente optimistas suministradas por el mismo Koba.
El cuadro general así trazado es bastante claro. Koba no tomó parte activa en el movimiento sindical, que en aquel tiempo era palenque principal de la contienda (Kariyan, Stopani). No habló en los mítines de trabajadores (Vereshchak), sino que se hallaba en "la más profunda clandestinidad" (Nogin). No pudo, "por diversos motivos", entrar a formar parte de la filial rusa del Comité Central (Germanov). En Bakú, las "exes" habían sido más numerosas que en parte alguna (Olminsky), igual que los actos de terrorismo individual (Vereshchak). Se atribuía a Koba la dirección inmediata de las actividades "militantes" de Bakú (Vereshchak, Martov y otros). Tales actividades exigían sin duda apartarse de las masas y sumirse en la más "profunda clandestinidad". Durante algún tiempo, la existencia de la organización ilegal se sostuvo con los medios obtenidos del robo de dinero. De ahí que fuese más fuerte el golpe de la reacción y el resurgimiento más atrasado. Esta conclusión no tiene sólo importancia biográfica, sino también teórica, pues contribuye a proyectar claridad sobre ciertas leyes generales del movimiento de masas.
El 24 de marzo de 1919, el capitán de gendarmes Martynoc declaró haber arrestado a José Djugashvili, conocido por el alias de Koba, miembro del Comité de Bakú, trabajador sumamente activo, que ocupaba una posición dirigente (admitiendo que el documento no haya sido corregido por mano de Beria). Con relación a este arresto, otro gendarme informaba de oficio: "En vista de la persistente participación de Djugashvili en la actividad revolucionaria, y de sus "dos escapatorias", él, capitán Galimbatovski, "se permitía proponer el castigo más severo"." Pero no hay que pensar que se refiera con esto a la ejecución: "el castigo más severo" en el orden administrativo significaba la deportación a puntos remotos, de Siberia por término de cinco años.
Entretanto, Koba permanecía en la cárcel de Bakú, que conocía muy bien. La situación política del país y el régimen penitenciario habían sufrido profundos cambios en el curso del año y medio transcurrido. Alboreaba el 1910. La reacción estaba triunfando en toda la línea. No sólo el movimiento de masas, sino también las expropiaciones, el terrorismo y los actos de desesperación individual disminuyeron. La cárcel se hizo más severa y reposada. No había siquiera conversaciones ni discusiones colectivas. Koba tuvo tiempo bastante para aprender esperanto, si es que no había perdido la ilusión por el idioma del porvenir. El 27 de agosto, por orden del gobernador general del Cáucaso, se prohibió a Djugashvili vivir en Transcaucasia durante los siguientes cinco años. Pero las propuestas del capitán Galimbatovski, que por lo visto no pudo alegar cargos muy graves, encontraron oídos sordos en San Petersburgo: Koba fue enviado de nuevo a la provincia de Vologda para cumplir el resto de su destierro de dos años.

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