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Las fuerzas productivas que el capitalismo desarrolló han desbordado los límites del estado.
El estado nacional, la forma política actual, es demasiado estrecha para la explotación de esas fuerzas productivas. Y por esto, la tendencia natural de nuestro sistema económico, busca romper los límites del estado. El globo entero, la tierra y el mar, la superficie y también la plataforma submarina, se han convertido en un gran taller económico, cuyas diversas partes están reunidas inseparablemente entre sí.
Este trabajo ha sido hecho por el capitalismo. Pero al hacerlo, los estados capitalistas fueron arrastrados a la lucha por el predominio del mundo que emprendió el sistema económico capitalista en provecho de los intereses de la burguesía de cada país. Lo que la política imperialista ha demostrado, antes que nada, es que el viejo estado nacional creado en las revoluciones y. guerras de 1785-1815, 1848-1859, 1864-1866 y 1870, ha sobrevivido y es hoy un obstáculo intolerable para el desenvolvimiento económico.
La presente guerra es en el fondo una sublevación de las fuerzas productivas contra la forma política de nación y estado. Y esto significa el derrumbe del estado nacional como una unidad económica independiente.
La nación debe continuar existiendo como un hecho cultural ideológico y psicológico, pero ha sido privada de sus bases económicas. Toda disquisición sobre el actual choque sangriento en el sentido de que es una acción de defensa nacional, es o bien hipocresía o bien ceguera. Por el contrario, el significado real y objetivo de la guerra es el aniquilamiento de los actuales centros nacionales económicos y su sustitución por una economía mundial. Pero el camino que los gobiernos proponen para resolver el problema del imperialismo no es a través de la inteligente y organizada cooperación de todos los. productores de la humanidad, sino su realización por medio de la explotación del sistema económico mundial por la clase capitalista del país victorioso, la cual será así transformada de gran poder nacional en poder mundial.
La guerra proclama la caída del estado nacional a la vez que la caída del sistema capitalista de economía. Por medio del estado nacional el capitalismo ha revolucionado completamente el sistema económico del mundo. Ha dividido toda la tierra entre las oligarquías de los grandes poderes, alrededor de las cuales estaban agrupados los estados satélites y las pequeñas naciones que vivían. al margen de las rivalidades de los grandes. El desarrollo futuro de la economía mundial sobre la base capitalista significa una lucha sin tregua por nuevos campos de explotación capitalista, los cuales deben ser obtenidos de una misma fuente: la tierra. La rivalidad económica, bajo la bandera del militarismo, es acompañada por el robo y la destrucción, los cuales violan los principios más elementales de la economía humana. La producción mundial se subleva no solamente contra la confusión producida por divisiones nacionales y de estado, sino también contra la organización económica capitalista, convertida hoy en un gran caos de desorganización.
La guerra de 1914 es la más colosal caída en la historia de un sistema económico destruido por sus propias contradicciones internas.
Todas las fuerzas históricas cuya labor ha sido guiar a la sociedad burguesa, hablar en su nombre y explotar, han declarado su bancarrota histórica en esta guerra. Esas fuerzas defendían el sistema capitalista como un sistema de civilización humana, y la catástrofe surgida de este sistema es principalmente su catástrofe. La primera oleada de acontecimientos exaltó a los gobiernos nacionales y a los ejércitos a un nivel jamás alcanzado. Por el momento las naciones se ubicaron alrededor de ellos. Pero lo terrible será el aplastamiento de los gobiernos, cuando los pueblos, ensordecidos por el tronar de los cañones, se den cuenta, en toda su verdad y horror, de los acontecimientos que en este momento se desarrollan.
La reacción revolucionaria de las masas será más poderosa cuanto más grande sea el cataclismo que la Historia descargue sobre ellas.
El capitalismo ha creado las condiciones materiales. de un nuevo sistema económico socialista. El imperialismo ha llevado a las naciones capitalistas a ese caos histórico. La guerra de 1914 muestra el camino para salir de este caos, impulsando violentamente al proletariado hacia el camino de la revolución.
Para los países de Europa económicamente atrasados la guerra trae aparejados, en primer lugar, problemas primarios de origen histórico, problemas de democracia y unidad nacional. Esto es lo que ocurre en gran medida en el caso del pueblo ruso, Austria-Hungría y la península balcánica.
Pero estas tardías cuestiones históricas, las que fueron legadas a la época actual corno una herencia del pasado, no alteran el carácter esencial de los acontecimientos. No son las aspiraciones de los serbios, polacos, rumanos o finlandeses los que han movilizado a 25 millones de soldados y los han llevado a los campos de batalla, sino los intereses imperialistas de la burguesía de las grandes potencias. Es el imperialismo quien ha trastocado totalmente el statu quo europeo mantenido durante 45 años, y quien ha levantado viejos problemas que la revolución burguesa demostró no poder resolver.
Aún en la época actual es totalmente imposible tratar estas cuestiones entre las potencias.
Su naturaleza no tiene carácter independiente. La creación de relaciones normales de vida nacional y desarrollo económico en la península balcánica es inadmisible si el zarismo y Austria-Hungría siguen existiendo. El zarismo es ahora el indispensable almacén militar para el imperialismo financiero de Francia y el poder colonial conservador de Inglaterra. Austria-Hungría es el principal apoyo del imperialismo alemán. La guerra, aunque originada por choques entre familias privadas, entre los nacionalistas y terroristas serbios y la policía política de los Habsburgo, muy pronto reveló su verdadero y fundamental carácter: una lucha de vida o muerte entre Alemania e Inglaterra. Mientras los bobos e hipócritas hablan de defensa, de libertad nacional e independencia, la guerra angloalemana es hecha verdaderamente en pro de la libertad de explotación imperialista de los pueblos de la India y de Egipto por una parte, y de la división imperialista de los pueblos de la tierra por la otra.
Alemania comienza su desarrollo capitalista sobre una base nacional y con la destrucción de la hegemonía continental de Francia en el año 1870-1871. Ahora que el desarrollo de la industria alemana sobre una base nacional la ha convertido en el primer poder capitalista del mundo, se encuentra en colisión con la hegemonía de Inglaterra en el curso de su desarrollo ulterior. La completa e ilimitada dominación del continente europeo parece para Alemania el indispensable requisito del derrumbe de su enemiga mundial. Por esto, lo primero que la Alemania imperialista inscribe en su programa a es la creación de una liga de naciones de la Europa central; Alemania, Austria-Hungría, la península balcánica y Turquía, Holanda, los países escandinavos, Suiza, Italia y, si fuese posible, las debilitadas Francia, España y Portugal, servirán para constituir una unión económica y militar, una gran Alemania bajo la hegemonía del actual estado alemán.
Este programa, que ha sido cuidadosamente elaborado por los economistas, políticos, juristas y diplomáticos del imperialismo alemán y llevado a la realidad por sus estrategas, es la prueba más clara y la más elocuente expresión del hecho de que el capitalismo se ha extendido más allá de sus límites del estado nacional y se siente limitado de manera intolerable dentro de sus fronteras. El gran poder nacional tiene que acabar, y en su lugar debe surgir el poder mundial imperialista.
En estas circunstancias históricas, la clase trabajadora, el proletariado, no puede tener interés en defender la supervivencia de la anticuada «patria» nacional., que se ha convertido en el principal obstáculo para el desarrollo económico. La tarea del proletariado es la de crear una patria mucho más poderosa, con mucha más fuerza de resistencia: los Estados Unidos republicanos de Europa, como base de los Estados Unidos del mundo.
El único camino por el cual el proletariado puede hacer frente al capitalismo imperialista es oponiéndole como programa práctico del día la organización socialista de la economía mundial.
La guerra es el método por el cual el capitalismo, en la cumbre de su desarrollo, busca la solución de sus insalvables contradicciones. A este método, el proletariado debe oponer su propio método: el de la revolución social.
La cuestión balcánica y la del derrumbe del zarismo, propuesto a nosotros por la Europa de ayer, puede ser resuelto solamente por un camino revolucionario, en unión con el problema de la Europa unida del mañana. La inmediata y urgente tarea de la social democracia rusa, a la cual el autor pertenece, es la lucha contra el zarismo.
Lo que el zarismo busca ante todo en Austria-Hungría y los Balcanes es un mercado para sus métodos políticos de saqueo, robo y actos de violencia. La burguesía rusa, continuando el camino de sus radicales intelectuales, se ha desmoralizado totalmente con el tremendo crecimiento de la industria en los últimos cinco años, y ha entrado en un acuerdo sangriento con la dinastía, la cual tiene que asegurar a los impacientes capitalistas rusos su parte en el botín mundial por nuevos robos terrestres. Mientras el zarismo asaltaba y devastaba la Galitzia privándola hasta de los jirones y andrajos de libertad que le habían garantizado los Habsburgo, mientras desmembraba a la infortunada Persia, y desde el rincón del Bósforo trataba de echar la cuerda al cuello de los pueblos balcánicos, dejaba al liberalismo, al que despreciaba, la tarea de ocultar sus robos, a la vez que se entretenía en repugnantes declaraciones sobre la defensa de Bélgica y Francia. El año 1914 señala la completa bancarrota del liberalismo ruso y hace del proletariado ruso el único campeón de la guerra de liberación. Esto convierte definitivamente a la revolución rusa en una parte integral de la revolución social del proletariado europeo.
En nuestra guerra contra el zarismo, en la cual nunca hemos conocido una tregua «nacional», jamás buscamos la ayuda del militarismo de los Habsburgo ni de los Hohenzollern, ni ahora tampoco lo buscamos. Conservamos una visión revolucionaria lo suficientemente clara como para saber cómo la idea de la destrucción del zarismo repugnaba al imperialismo alemán. El zarismo ha sido su mejor aliado en la frontera oriental. Está unido a él por vínculos de estructura social y fines históricos. Aunque no fuese así y se pudiese asegurar que por exigencias de las operaciones militares, el imperialismo alemán dirigiera sus golpes contra el zarismo, perjudicando sus propios intereses políticos, hasta en semejante caso, muy improbable, nos negaríamos a considerar a los Hohenzollern como un aliado por simpatía o por identidad de fines inmediatos. El destino de la revolución rusa está tan inseparablemente ligado con el destino. del socialismo europeo y nosotros, socialistas rusos, estamos tan firme en el terreno del internacionalismo, que no podemos, no debemos ni por un momento acariciar La idea de comprar la dudosa libertad de Rusia por la segura libertad de Bélgica y Francia y -lo quo es más importante aún- inocular al proletariado alemán y austro-húngaro el virus del imperialismo.
Estamos unidos por muchos lazos a la democracia alemana. Todos hemos pasado por la escuela socialista alemana y aprendido lecciones, tanto de sus éxitos como de sus equivocaciones. La social democracia alemana fue para nosotros no solo un partido de la Internacional, fue el partido por excelencia. Siempre hemos conservado y fortalecido el lazo fraternal quo nos une con la social democracia austro-húngara. Por otra parte, siempre hemos sentido orgullo por el hecho de haber cooperado para ganar el derecho político en Austria y despertar tendencias revolucionarias en la clase trabajadora alemana. Esto costó más do una gota de sangre. hemos aceptado sin vacilar la ayuda moral y material de nuestro viejo hermano, que se batió por los mismos fines que nosotros del otro lado de nuestra frontera occidental.
Precisamente por este respeto, por el pasado y aún más por el futuro, el cual debe unir a la clase trabajadora de Rusia con la clase trabajadora de Alemania y Austria, es por lo que nosotros, indignados, rehusamos la ayuda «liberadora» que nos ofrecía el imperialismo alemán en una caja do municiones de Krupp con el beneplácito -¡ay!-del socialismo alemán. Y esperamos que la protesta indignada del socialismo ruso sea lo bastante fuerte como para ser oída en Berlín y Viena.
El derrumbe de la Segunda Internacional es un hecho trágico, y sería .ceguera o cobardía cerrar los ojos ante él. La posición adoptada por los franceses y por una gran parte del socialismo inglés obedece en gran parte a esta caída, lo mismo que la posición de la social democracia alemana y Austria. Si el presente trabajo se dirige principalmente a la social democracia alemana, es solamente porque el partido alemán era el más fuerte, de más influencia y, en principio, el miembro más básico del mundo socialista. Su histórica capitulación revela claramente las causas de la caída de la Segunda Internacional.
A primera vista, puede parecer que las probabilidades social-revolucionarias del futuro son en general ilusorias. La insolvencia de los viejos partidos socialistas ha venido a ser catastróficamente aparente. ¿Por qué debemos tener fe en la futura acción del socialismo? El escepticismo, aunque es muy natural, conduce, sin embargo, a una conclusión errónea, pues deja de lado la buena voluntad de la historia, así como otras veces nos hemos inclinado a ignorar su mala voluntad, la cual se ha demostrado tan cruelmente ahora con el destino que le ha cabido a la Internacional.
La guerra presente señala el derrumbe de los estados nacionales. Los partidos socialistas de la época que ahora concluye fueron partidos nacionales. Ellos quedaron. apresados en el engranaje de los estados nacionales con todas las diferentes partes de sus organizaciones, con todas sus actividades y con su psicología. En oposición a las solemnes declaraciones en sus congresos, se levantaron en defensa del estado conservador cuando el imperialismo, crecido en el suelo nacional, comenzó a demoler las anticuadas barreras nacionales. Y en su histórica caída, los estados nacionales también arrastraron consigo a los partidos socialistas nacionales.
No es el socialismo el que ha ido abajo sino su temporalmente histórica forma externa. La idea revolucionaria comienza a vivir nuevamente, arrojando su viejo y rígido caparazón. Este caparazón está hecho de seres humanos, de toda una generación de socialistas que se han petrificado en abnegación y en trabajos de agitación y organización o durante un período de varias décadas de reacción política y han caído dentro de los hábitos y opiniones del oportunismo nacional o posibilismo. Todos los esfuerzos para salvar la Internacional sobre la vieja base., por medio de métodos diplomáticos personales y concesiones mutuas, no ofrecen ninguna esperanza. El viejo topo de la historia está ahora excavando sus pasadizos demasiado bien y nadie tiene el poder de detenerle.
Así como los estados nacionales se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, también los viejos partidos socialistas se han convertido en el principal impedimento para el movimiento revolucionario de la ciase trabajadora. Fue preciso que demostraran hasta la saciedad su atraso extremo, que desacreditaran sus métodos, completamente inadecuados y rígidos y trajesen la vergí¼enza y el horror del desacuerdo nacional sobre el proletariado para que la clase trabajadora pudiese emanciparse, a través de esas terribles desilusiones, de los prejuicios y hábitos de esclavitud del periodo de preparación y finalmente se convirtiera en lo que la voz de la historia está ahora proclamando: la clase revolucionaria batiéndose por el poder.
La segunda internacional no ha existido en vano. Cumplió un gran trabajo cultural. Nunca hubo algo igual en la historia. educó y unificó a las clases oprimidas. El proletariado no necesita ahora empezar por el principio. Entra en el nuevo camino, pero no con las manos vacías. La época pasada le ha legado un rico arsenal de ideas. Le ha legado las armas de la crítica. La nueva época le enseñará al proletariado a combinar las viejas armas de la crítica con la nueva crítica de las armas.
Este libro fue escrito con gran prisa, en condiciones muy poco favorables para un trabajo sistemático. Una gran parte está dedicado a la vieja Internacional que se ha derrumbado. Pero todo el libro, desde la primera a la última página, ha sido escrito con la idea de la nueva Internacional constantemente en el pensamiento: la nueva Internacional que ha de levantarse del actual cataclismo mundial, la Internacional del último conflicto y de la victoria final.
La fiesta del Primero de Mayo, de la que hoy se cumple el vigésimo quinto aniversario, fue adoptada por la asamblea constituyente de la Segunda Internacional. Los partidos socialistas, que se fortalecían sobre una base nacional creada por las revoluciones y guerras, no podían dejar de sentir la necesidad de una ayuda internacional común y de una elaboración común de la orientación. El Primero de Mayo era la expresión exterior de las tendencias internacionales del movimiento obrero contemporáneo. Pero es preciso decir que la idea de darle al proletariado internacional el carácter simbólico de una fiesta obrera mundial marcaba, en cierto sentido, una insuficiencia de la manifestación internacionalista en el marco de la política nacional del movimiento obrero. Fuese así o no, el destino de la fiesta obrera está estrechamente ligado al de la Segunda Internacional, cubriendo todo este período y resaltando sus caracteres más contundentes.
El Primero de Mayo no ha ocupado en la vida del proletariado el lugar que le asignaron los participantes en el Congreso de París.
En Inglaterra, ese viejo país capitalista, el Primero de Mayo expresaba de forma parecida el carácter nacional-posibilista de la lucha de clases llevada adelante por el proletariado inglés y el carácter sectario y propagandista del socialismo inglés. El tradeunionismo asimila el Primero de Mayo con una ceremonia tradicional y lo utiliza en su propaganda, que no se eleva a una concepción social-revolucionaria. En tanto que fiesta del internacionalismo combatiente, el Primero de Mayo no era en Inglaterra la manifestación de la clase obrera revolucionaria sino la de algunos grupos revolucionarios poco numerosos.
En Francia, con su desarrollo económico mediocre, con su actividad exteriormente dramática, con su limitada vida parlamentaria en realidad, el Primero de Mayo expresa todos los aspectos débiles del proletariado francés: su debilidad numérica, su dependencia intelectual y, por encima de todo, su impotencia organizativa. Los aspectos fuertes: la movilidad política y las tradiciones revolucionarias no encontraron su expresión en esa época de adaptación «orgánica» con las condiciones económicas y políticas de la Tercera República y no dejaron su sello en la fiesta de los proletarios.
En Alemania, el Primero de Mayo, que en principio fue adoptado por la socialdemocracia, se introdujo como un cuerpo extraño en el automatismo profesional del partido obrero y de los sindicatos. Las organizaciones obreras, que tenían ante sí a las clases capitalistas y al potente aparato gubernamental, tenían la ocasión para hacer del Primero de Mayo el instrumento de violentos conflictos económicos y políticos (y, con la reacción, el pretexto para la represión policial); evitaron sistemáticamente el choque. En lugar de convertirse en el levantamiento del trabajo contra el capitalismo, como lo habían concebido sus creadores, el Primero de Mayo sólo servía para reunir a los trabajadores para hacerlos aclamar mociones de solidaridad internacional etc., etc., etc.
¡Con que temor había esperado el mundo burgués el Primero de Mayo de 1890! ¿No daría ese día la señal para la revolución proletaria? Y después... las clases dirigentes miraban esa fiesta con una sonrisa burlona, o desencadenaban la represión policial. Si el Congreso Socialista de 1889 quería hacer del Primero de Mayo el símbolo de la solidaridad proletaria, el carácter de la conmemoración, sumiso en el más alto grado y abiertamente posibilista, devino el símbolo de la debilidad de las tendencias internacionalistas del movimiento obrero de la época precedente. Por ello, una retrospectiva de la fiesta proletaria durante estos veinticinco últimos años proyecta una viva luz sobre las causas del naufragio de la Segunda Internacional. ¡La insistencia con la que los elementos intransigentes del socialismo mantenían la llama del Primero de Mayo es un síntoma alarmante! Incluso si las manifestaciones «patrióticas» de las fracciones parlamentarias, la reconciliación con el bloque nacional, los ensayos de ministerialismo socialista, no pudiesen parecernos inesperados y catastróficos, sería indigno de un marxista buscar las causas de estos hechos en la mala voluntad, la inmoralidad, en la «traición» (o en la carencia de autoeducación, como dicen nuestros subjetivistas) de los dirigentes del partido. No descargamos a estos últimos del peso de sus faltas y no cesaremos de luchar contra ellos, pero repetimos que es indispensable comprender esto: todos los elementos de la catástrofe ya estaban preparados por la lenta organización del socialismo sobre una base nacional bajo las condiciones de un crecimiento incesante del imperialismo; la idea de una unión internacional del movimiento obrero desembocó en la práctica en tentativas periódicas de elaborar las normas internacionales sobre una base nacional y gubernamental; el internacionalismo social-revolucionario se transformó en la conmemoración débil y burocrática del Primero de Mayo, que se reducía a una fecha en el calendario.
¡Peor incluso! El asunto del Primero de Mayo devino todavía más lamentable en los países avanzados en los que los progresos del capitalismo eran más grandes, en los que la lucha de clases se desarrollaba «normalmente», adaptándose al papel que ejercía el país en el mercado mundial, plegándose a las reglas parlamentarias en los países en los que el parlamento se convertía en el foso del combate por la democracia y las reformas sociales. En esos países avanzados, la lucha de los movimientos revolucionarios contra el viejo orden de cosas feudal estaba superada. Todavía no había llegado la época de nuevos conflictos sociales (luchas del proletariado por la conquista del poder). La idea de la revolución no era más que un recuerdo o parecía un punto de vista teórico; en los dos casos era demasiado débil para insuflar una nueva vida a la conmemoración del Primero de Mayo y hacer de él la fiesta de millones de trabajadores prestos a tomar al asalto la fortaleza capitalista.
En los países de Europa Oriental, el Primero de Mayo ejercía cada vez un papel más grande en la vida del proletariado, confiriéndole un contenido revolucionario y recibiendo bruscamente un amplio desarrollo. En Rusia, en los primeros pasos del proletariado ruso y polaco, el Primero de Mayo fue, de entrada, un emblema de combate. El crecimiento del movimiento revolucionario aumentó el significado de la fiesta en la vida del proletariado. Para la clase obrera rusa, que entablaba su lucha histórica contra las fuerzas más reaccionarias del pasado, el Primero de Mayo devino la señal para la movilización revolucionaria que abría, al mismo tiempo que «una ventana a Europa», las perspectivas de un movimiento socialista mundial.
En Austria, país de contradicciones nacionalistas, de vieja monarquía y de camarillas feudales, el Primero de Mayo fue la bandera bajo cuyos pliegues el proletariado llevó adelante su combate por la democratización del país, por una coexistencia normal entre las minorías étnicas, lo que significa la creación de una base normal para la lucha de clases. Las necesidades elementales de un gobierno de las nacionalidades, abriéndole al desarrollo del capitalismo las mismas posibilidades que puede ofrecerle un gobierno nacional, tropezaron con el proletariado austríaco, tan heterogéneo, y el Primero de Mayo se convirtió en la bandera de la unión de ese proletariado por la solución de los problemas «preliminares» que le opone la historia. Tras la conquista del sufragio universal, favorecida por la revolución rusa, el Primero de Mayo se ve en Austria encerrado cada vez más, poco a poco, en estrechos limites como el eco de una época tumultuosa inminente.
Por fin, en la península balcánica, a causa de los enclaves nacionales y gubernamentales, desde sus primeros pasos el proletariado se vio enfrentado con el problema siguiente: elaborar una forma de coexistencia de las pequeñas naciones tal que le pudiese dar a esa península, tan poco afortunada, la posibilidad de salir de su anarquía nacional y cultural, de garantizar su independencia contra las maquinaciones de las grandes potencias y rechazar la civilización capitalista «normal». El Primero de Mayo se ha convertido ahí en la fiesta del joven proletariado y en la bandera de la lucha por una federación democrática balcánica.
Con otras palabras: en los países de Europa Oriental y en los del sur europeo, en los que el desarrollo del capitalismo no es todavía total, en los que el proletariado debe resolver problemas que una burguesía atrasada no ha podido resolver, estos problemas le dieron al movimiento obrero un impulso tumultuoso, apartaron los obstáculos que se le presentaban y le confirieron a la fiesta del Primero de Mayo, fiesta de clases, un color revolucionario. Pero ese carácter revolucionario no se alimentaba, en realidad, de la lucha de clases; por el contrario, provenía de las particularidades nacionales y gubernamentales que han separado al proletariado de oriente de sus hermanos más avanzados.
El vigésimo quinto aniversario del Primero de Mayo coincide con la quiebra total de la Segunda Internacional, con el completo abandono que sus jefes hacen de sus obligaciones internacionales. En consecuencia, es natural tener del Primero de Mayo de este año una imagen de desosiego, debilidad y degradación. En Francia y en Alemania, el Primero de Mayo se trata de lograr que esta pálida sombra de lo que ya era una sombra, y la repetición de un ritual seco, no provoque peligrosas asociaciones de ideas en las cabezas de los trabajadores... Si las declaraciones «socialistas» de los diputados, votando los créditos de guerra, ya aparecían como una repugnante parodia, ¿qué decir del vergonzoso engaño que constituyen los discursos y artículos de los ministros socialistas «responsables», de los parlamentarios y periodistas, esos vulgares enterradores de la Segunda Internacional y del Primero de Mayo?
Pero justamente estos meses de humillación del socialismo internacional indican nuevas perspectivas de lucha y de movimiento, pues las contradicciones fundamentales entre los objetivos social-revolucionarios y los métodos del posibilismo han quedado implacablemente al descubierto. Llevadas por la «espada» de la lucha hasta su lógica final, esas contradicciones mostrarán, tarde o temprano, su fuerza liberadora no solamente decisiva sino, también, creadora. Los viejos partidos oficiales buscan un recurso para sus contradicciones en el travestismo cínico de la realidad internacional de la lucha de clases. Pero no pueden resolver una contradicción más profunda todavía, una contradicción que está en la base de la guerra actual, que dirige las maquinaciones de los diplomáticos, las operaciones de los militares y las lamentables combinaciones de los social-imperialistas: la contradicción entre las exigencias del desarrollo económico internacional y los límites que le impone el gobierno nacional. No solamente el análisis teórico sino, también, los crueles primeros nueve meses de guerra, no traen el testimonio de que la sangrienta lucha de los pueblos descartará uno solo de los motivos ni resolverá una sola de las cuestiones que condicionan la esencia revolucionaria del movimiento obrero. Incapaz de resolverlas, la guerra no hará más que envenenar las contradicciones capitalistas. Surgirán de nuevo, de la sangre y el lodo, para desvelarse enteramente mañana; hoy en día ya se desvelan en la conciencia de las masas trabajadoras. Para salir del impase histórico, el proletariado tendrá que coger el camino diametralmente opuesto: el de la liquidación total del posibilismo, el del rechazo definitivo de eso que se llama las obligaciones nacionales, el de la lucha implacable por la toma del poder, bajo esta forma, preparada por toda la época precedente y que constituye una experiencia única para la humanidad: la forma de la dictadura política del proletariado en todos los países civilizados del mundo capitalista.
Cuanto más profundas sean la cicatrices dejadas por la guerra en la conciencia del proletariado, más rápido e impetuoso será el proceso de su emancipación al margen de los métodos, de las maniobras no revolucionarias de la época precedente, y más estrechos, más directos, más fraternales, más conscientes, serán los lazos de la solidaridad internacional, no como principios, no como anticipaciones, no como símbolos, sino como factores directos de la colaboración revolucionaria en la arena internacional en nombre de la lucha general contra la sociedad capitalista. Se puede pensar que, en esta cuestión secundaria, la del ritual revolucionario, la Tercera Internacional no rechazará la herencia espiritual de la Segunda Internacional. Al contrario, será la ejecutora directa del testamente revolucionario. Revolucionando e internacionalizando el movimiento obrero, le devolveremos al Primero de Mayo el significado que le quisieron dar los creadores de la Segunda Internacional. Será el toque de rebato de la revolución social.
¡Proletarios de Europa!
¡Hace más de un año que dura la guerra! Millones de cadáveres cubren los campos de batalla. Millones de hombres quedaran mutilados para el resto de sus días. Europa se ha convertido en un gigantesco matadero de hombres. Toda la civilización, creada por el trabajo de muchas generaciones está condenada a la destrucción. La barbarie más salvaje celebra hoy su triunfo sobre todo aquello que hasta la fecha constituía el orgullo de la humanidad.
Cualesquiera que sean los principales responsables directos del desencadenamiento de esta guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo. Esta guerra ha surgido de la voluntad de las clases capitalistas de cada nación de vivir de la explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del planeta. De tal manera que las naciones económicamente atrasadas o políticamente débiles caen bajo el yugo de las grandes potencias que, con esta guerra, intentan rehacer el mapa del mundo, a sangre y fuego, de acuerdo con sus intereses explotadores. Es así como naciones y países enteros como Bélgica, Polonia, los estados de los Balcanes y Armenia corren el riesgo de ser anexionados en todo o en parte por el simple juego de las compensaciones.
Los objetivos de la guerra aparecen en toda su desnudez a medida que los acontecimientos se desarrollan. Pieza a pieza, caen los velos que han ocultado a la conciencia de los pueblos el significado de esta catástrofe mundial.
Los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios de guerra, afirman que la guerra va a servir para la defensa de la patria, de la democracia y de la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten. La verdad es que, de hecho, ellos entierran bajo los hogares destruidos, la libertad de sus propios pueblos al mismo tiempo que la independencia de las demás naciones. Lo que va a resultar de la guerra van a ser nuevas cadenas y nuevas cargas y es el proletariado de todos los países, vencedores o vencidos el que tendrá que soportarlas.
«Incremento del bienestar», dijeron, al declararse la guerra.
Miseria y privaciones, desempleo y aumento del coste la vida, enfermedades y epidemias, son los verdaderos resultados de la guerra. Por décadas los gastos de guerra absorberán lo mejor de las fuerzas de los pueblos comprometiendo la conquista de mejoras sociales y dificultando todo progreso.
Colapso de la civilización, depresión económica, reacción política; estos son los beneficiarios de este terrible conflicto de pueblos. La guerra revela así el verdadero carácter del capitalismo moderno que se ha revelado incompatible no sólo con los intereses de las clases trabajadoras sino también con las condiciones elementales de existencia de la comunidad humana.
Las instituciones del régimen capitalista que disponían de la suerte de los pueblos, los gobiernos -monárquicos o republicanos- la diplomacia secreta, las poderosas organizaciones patronales, los partidos burgueses, la prensa capitalista y la Iglesia: sobre todas ellas pesa la responsabilidad de esta guerra nacida de un orden social que los nutre, que ellos defienden y que no sirve más que a sus intereses.
¡Trabajadores!
Vosotros, ayer explotados, desposeídos, despreciados habéis sido llamados hermanos y camaradas cuando ha llegado la hora de enviaros a la masacre y a la muerte. Y hoy que el militarismo os ha mutilado, destrozado, humillado, aplastado, las clases dominantes y los poderosos reclaman de vosotros además la abdicación de vuestros intereses y la renuncia a vuestros ideales, en una palabra, una sumisión de esclavos a la paz social. Os arrebatan la posibilidad de expresar vuestras opiniones, vuestros sentimientos, vuestros sufrimientos. Os prohíben formular vuestras reivindicaciones y defenderlas. La prensa controlada, las libertades y los derechos políticos pisoteados: es el reinado de la dictadura militarista con puño de hierro.
Nosotros no podemos ni debemos permanecer inactivos ante esta situación que amenaza el porvenir de Europa y la Humanidad.
Durante muchos años el proletariado socialista ha encabezado la lucha contra el militarismo; con una creciente aprensión sus representantes se preocuparon en sus congresos nacionales e internacionales del peligro de guerra que el imperialismo hacía paso a paso más amenazante. En Stuttgart, en Copenhague, en Basilea, los congresos socialistas internacionales trazaron la vía que debía seguir el proletariado.
No obstante, partidos socialistas y organizaciones obreras de varios países, pese a haber contribuido en su día a la elaboración de estas decisiones, han olvidado y repudiado desde el comienzo de la guerra las obligaciones que les imponían. Sus representantes y dirigentes han llamado e inducido a los trabajadores a abandonar la lucha de clases, el único medio posible y eficaz para la emancipación proletaria. Han votado con sus clases dirigentes los presupuestos de guerra; se han colocado a la disposición de sus gobiernos para prestarles los más diversos servicios; han intentado a través de su prensa y sus enviados ganar a los neutrales a la política de sus gobiernos respectivos; han incorporado a los gobiernos «ministros socialistas» como rehenes para la preservación de la «Unión Sagrada» y para ello han aceptado ante la clase obrera compartir con las clases dirigentes las responsabilidades actuales y futuras de esta guerra, de sus objetivos y de sus métodos. Y de la misma manera que ha ocurrido con los partidos separadamente, el más alto organismo de las organizaciones socialistas de todos los países, la Oficina Socialista Internacional, también ha fallado y faltado a sus obligaciones.
Estas con las causas que explican que la clase obrera que no había sucumbido al pánico nacional del primer periodo de la guerra o que poco después se había liberado de él, no haya encontrado aún en el segundo año de la matanza de pueblos los medios para emprender en todos los países una lucha activa y simultanea por la paz.
En esta situación intolerable, nosotros, representantes de partidos socialistas, de sindicatos y de minorías de estas organizaciones; alemanes, franceses, italianos, rusos, polacos, letones, rumanos, búlgaros, suecos, noruegos, suizos, holandeses, nosotros que no nos situamos en el terreno de la solidaridad nacional con nuestros exploradores, sino que permanecemos fieles a la solidaridad internacional del proletariado y a la lucha de clases, nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de las relaciones internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la conciencia de sí misma y situarla en la lucha por la paz.
Esta lucha es la lucha por la libertad, por la fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. Nada de anexiones, ni reconocidas ni ocultas y mucho menos aún subordinaciones económicas que, en razón de la pérdida de autonomía política que entrañan, resultan todavía más intolerables si cabe. El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos debe ser el fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a nación.
¡Trabajadores!
Desde que la guerra se desencadenó habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra capacidad de aguante al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Hoy en día es precisa que, permaneciendo sobre el terreno de la lucha de clases irreductible, actuéis en beneficio de vuestra propia causa por los fines sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases esclavizadas.
Es el deber y la tarea de los socialistas de los estados beligerantes desarrollar esta lucha con toda su energía. Es el deber y la tarea de los socialistas de los Estados neutrales ayudar a sus hermanos, por todos los medios, en esta lucha contra la barbarie sanguinaria.
Jamás en la historia del mundo ha habido tarea más urgente, más elevada, más noble; su cumplimiento debe ser nuestra obra común. Ningún sacrificio es demasiado grande, ninguna carga demasiada pesada para conseguir este objetivo: el restablecimiento de la paz entre los pueblos.
Obreros y obreras, padres y madres, viudas y huérfanos, heridos y mutilados, a todos vosotros que estáis sufriendo la guerra y por la guerra, nosotros os decimos: Por encima de las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las ciudades devastadas.
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Zimmerwald [Suiza], septiembre de 1915
Por la delegación alemana: Georg Ledebour, Adolf Hoffmann.
Por la delegación francesa: A. Bourderon, A. Merrheim.
Por la delegación italiana: G. E. Modigliani, Constantino Lazzari.
Por la delegación rusa: N. Lenin, Paul Axelrod, M. Bobrov.
Por la delegación polaca: St. Lapinski, A. Varski, Cz. Hanecki.
En nombre de la delegación rumana: C. Racovski;
En nombre de la delegación búlgara: Vassil Kolarov.
Por la delegación sueca y noruega: Z. Höglund, Ture Nerman.
Por la delegación holandesa: H. Roland Holst.
Por la delegación suiza: Robert Grimm, Charles Naine.
Han pasado seis meses desde la Conferencia de Zimmerwald desde la que nosotros, socialistas de Europa, lanzamos un grito de indignación y un llamamiento. Sobre la humanidad han pasado cinco nuevos meses de guerra, una tras otros, y cada uno de esos meses ha visto a los pueblos encarnizándose en proseguir con su propio exterminio, con su propia ruina en medio de la carnicería, soportando sin rebelarse la espantosa obra de un militarismo desbocado que ya no pueden dominar las manos manchadas de sangre de los actuales dueños de las naciones de Europa. El exterminio automático de la flor y nata de los pueblos ha seguido su camino durante estos largos meses. Mediante los préstamos de guerra se han despilfarrado, a decenas, nuevos millares de millones extraídos de la riqueza colectiva, consagrados exclusivamente a la destrucción de vidas humanas y de las conquistas de la civilización.
Si el cerebro humano sigue todavía trabajando dentro de este círculo infernal no es más que para perfeccionar e inventar ingenios de destrucción. El problema que preocupa actualmente a los dirigentes, a los sabios e inventores, de todos los países, consiste en encontrar los medios para aniquilar a ejércitos enteros mediante gases venenosos. Pero los portavoces de las clases dirigentes, estúpidamente obstinados o borrachos de sangre, no cesan de repetir que la guerra debe llevarse «hasta el final», hasta la victoria completa, hasta dicen que la guerra ha encontrado la solución a todas las cuestiones que la provocaron. Sin embargo, de hecho, la solución definitiva se aleja cada vez más, las operaciones militares se extiende a nuevos frentes y territorios, y cada nuevo desarrollo tiene como consecuencia y está caracterizado por el entrelazamiento de los problemas nuevos al mismo tiempo que reaviva antiguas heridas.
Durante este período, Bulgaria ha entrado en guerra a pesar de la actitud valerosa de la joven socialdemocracia búlgara. Serbia y Montenegro se han visto despojadas, bajo el empuje de las armas austroalemanas, de la piadosa independencia que todavía les dejaba sus propias dinastías criminales y las exigencias imperiosas de las grandes naciones beligerantes. La neutralidad de Grecia ha sido violada por aquellos mismos que, en un enredo de discursos de feriantes, se presentan como campeones del Derecho y defensores de los débiles. En mayo, el zarismo se adentró en Persia y extienda allí su propia tiranía, así se resarce en el este de su falta de éxitos en el oeste. Por fin, Inglaterra, cuya burguesía denunciaba el militarismo en la misma medida en que cultivaba el navalismo, se ha visto obligada, por la lógica de la guerra, a imponerles a las masas populares la carga del servicio militar obligatorio.
Tales son las nuevas conquistas de la guerra que se insiste en calificar de liberadora por ambos bandos de las trincheras.
Resignándose a estos crímenes e, incluso, contribuyendo a ellos y defendiéndolos, las organizaciones centrales, socialistas y obreras, ligadas a sus clases dirigentes desde agosto de 1914, han caído cada vez más bajo en la abdicación socialista en el curso de estos cinco meses.
Su papel ha quedado reducido exclusivamente a transformar toda conquista política y moral del socialismo, obtenidas a precio de sangre de los mártires, de los esfuerzos creadores de los hombres de pensamiento y de los heroicos sacrificios de las masas, en un arma de mantenimiento del estado burgués, de protección de las clases dirigentes resquebrajadas hasta sus raíces por sus propios crímenes. En la historia de la humanidad, que ya había conocido la sumisión del cristianismo, después la de la Reforma y, tras ella, la de la democracia en beneficio de las clases dirigentes, no podía haber traición más estruendosa, crimen más grande, caída más deshonrosa, que esta sumisión del socialismo oficial a la burguesía en la hora de su sangrante declive.
Ante los proletarios de Europa censuramos esta unión de violencia burguesa y traición socialista como una temible amenaza a la causa del socialismo y del progreso de la humanidad. Censuramos la política de los socialpatriotas que, al mismo tiempo que ayudan directa e indirectamente a sus gobiernos a aplastar al socialismo revolucionario en sus países, aprueban y animan la oposición en los países enemigos y se esfuerzan, mediante la confusión corruptora así creada, en preservar su reputación socialista a los ojos de las masas que hoy despiertan.
Entre quienes han permanecido bajo la bandera de la revolución social y los socialpatriotas, mercenarios prisioneros o esclavos voluntarios del imperialismo, se colocan los partidarios de un armisticio socialista, sin principios y sin clarividencia. En nombre de la unidad socialista y obrera, piden a la minoría que se desarme ante los socialpatriotas, exactamente igual que éstos se han desarmado en nombre de la unión sagrada ante nuestros enemigos de clase.
Cuando el destino del socialismo está en juego no podemos ni queremos semejante armisticio. Y si nuestra lucha interna pone en peligro la unidad de las organizaciones socialistas, la responsabilidad recae sobre quienes, aprovechando la desorganización proletaria provocada por la guerra, pisotean los principios fundamentales del socialismo. La defensa de la patria, la defensa nacional que los socialpatriotas invocan sin cesar, no son en realidad más que un nudo corredizo que la burguesía (ayudada por los socialtraidores) ha anudado al cuello de la clase obrera: es preciso desatar ese nudo que no cesará de cerrarse.
El proletariado aspira a la independencia de las naciones. Pero no debe hacerlo apoyando al militarismo capitalista que lo corroe, sino mediante la lucha abierta contra él. Nuestra vía no es la guerra al lado de los gobernantes, sino la revolución contra ellos.
La guardia socialpatriota de la burguesía, temiendo el descontento y la revuelta proletaria, trata ahora, a través de la antigua Oficina Socialista Internacional, de preparar, a espaldas de las masas socialistas engañadas, la reconstitución de las ficticias relaciones entre los partidos socialistas oficiales de los países beligerantes. Con una mano atada al carro del militarismo nacionalista, los socialpatriotas se preparan para tender la otra y unir sus esfuerzos para ahogar, en el corazón de las masas, la conciencia socialista, ya despierta, mediante una mala falsificación de la solidaridad internacional. Ponemos en guardia a los obreros contra esta política hipócrita: un nueva internacional sólo podrá edificarse sobre la base de los principios inquebrantables del socialismo revolucionario; en su creación no podrán participar los aliados de los gobernantes, los ministros, los diputados domesticados, los abogados del imperialismo, los agentes de la diplomacia capitalista, los enterradores de la Segunda Internacional.
Una lucha sin cuartel contra el nacionalismo, el definitivo rechazo de los créditos militares independientemente de la situación estratégica y diplomática del país, la implacable denuncia de las mentiras de la defensa nacional y de la unión sagrada, la movilización de los proletarios para el ataque revolucionario contra la sociedad burguesa, tales son las condiciones necesarias para la creación de un verdadera internacional socialista. Esta política, resueltamente socialista y revolucionaria, es la única que puede asegurarle al proletariado una influencia tras la guerra, así como también sobre las relaciones internacionales que se establezcan tras el restablecimiento de la paz.
Desde lo alto de las tribunas parlamentarias, los socialpatriotas declaran que se han opuesto a las anexiones. Algunos de ellos añaden que son partidarios del derecho de las naciones a disponer de sí mismas. Pero esas bellas frases no cambian en nada el hecho cierto que los socialpatriotas trabajan con todas sus fuerzas para asegurar la victoria de su militarismo nacional, y, en consecuencia, preparan inevitablemente anexiones brutales: no se puede luchar verdaderamente contra las anexiones sin combatir su instrumento que es el militarismo; es imposible proteger la independencia de los pueblos ayudando al capitalismo armado a destruirla.
Proyectando anexiones territoriales en Europa, esperando la independencia de las naciones en Belgrado y Salónica, en Bruselas y en Teherán, los gobernantes de los dos grupos antagonistas se esfuerzan en preparar, al mismo tiempo, la división de la Europa de mañana en dos potentes bloques económicos, separados por el alambre de espino de las tarifas aduaneras. El mismo día siguiente a la firma de la paz, entre estos dos trust de estados gigantescos estallará una batalla comercial incesante e implacable. Esta perspectiva, igual que las anexiones, les promete a los suyos de Europa, agotados por la guerra, una nueva agravación de sus condiciones de vida, un reforzamiento del militarismo, de la dictadura, los bancos y trust, el freno en la legislación social y una reacción política profundizada. La lucha contra las trincheras aduaneras, que tienen como efecto acelerar la desorganización de la economía europea, sólo puede llevarse adelante simultáneamente con la lucha contra las trincheras del militarismo. La lucha contra la tiranía política, contra los ejércitos permanentes, contra la diplomacia secreta y a favor de la democratización de todos los estados europeos, es la primera condición para la unificación política y económica de Europa.
¡Obreras y obreros!
Si la guerra alumbrada por el imperialismo devasta Europa, una paz firmada por los nacionalistas actualmente en el poder no hará otra cosa sino reforzar y acrecer la hostilidad entre las naciones y ser la causa de nuevas catástrofes cada vez más devastadoras. Si no hemos sabido impedir la guerra, tenemos que hacer todos los esfuerzos para imponerles a los beligerantes nuestra paz. A la pujanza de los dirigentes que se nutre con nuestra pasividad y sumisión tenemos que oponerle nuestra fuerza propia: la conciencia revolucionaria y la voluntad de luchar sin cuartel. Os llamamos a realizar esta tarea. ¡Basta de paciencia! ¡Basta de silencio! ¡Que resuenen por todas partes las palabras de revuelta y cólera! ¡Que el acto siga a la palabra!
¡Escuchad! ¡Obreras y obreros de Europa! Si solamente una ínfima parte de estos sacrificios, de estas vidas, de esta sangre que la guerra exige, hubiese sido conscientemente dedicada a la causa del socialismo, Europa hubiese podido liberarse del vergonzoso régimen de opresión y explotación y tendríamos la certeza de ver a nuestros hijos entrar en el reino del trabajo y la justicia. ¡Sabed encontrar en vosotros mismo, pues, la resolución para ofrecer todas vuestras fuerzas, si es preciso vuestra libertad y vuestra vida incluso, por la salvación de la humanidad!
¡Luchad contra los absurdos e inmensos sacrificios que la guerra exige sin dejar respiro y sin fin, contra el militarismo desbocado, contra la barbarie y la cobardía de los dirigentes, luchad sin dudas ni tregua con todas vuestras fuerzas!
¡Abajo la guerra! ¡Abajo las anexiones y contribuciones de guerra! ¡Viva la independencia de las naciones! ¡Viva la unión económica de los pueblos!
¡Viva la Revolución!
¡Viva el Socialismo!
Cuando Morgari visitó París en la pasada primavera, para restablecer las relaciones internacionales, ante todo le exigió a Vandervelde la convocatoria del Buró Socialista Internacional. Vandervelde le respondió con una categórica negación: «¡Mientras los soldados alemanes ocupen la Casa del Pueblo en Bélgica no es cuestión de convocar al Buró!». «Entonces ¿la Internacional es una garantía depositada en las manos de la Entente?», preguntó Morgari «¡Sí!» gritó Vandervelde, «Una garantía de derecho y justicia» explicó Renaudel que, del rico repertorio retórico de Jaurí¨s había guardado algunas fórmulas para su provecho personal. Entonces, Morgari llegó a una propuesta más modesta: la convocatoria a una conferencia de los partidos socialistas de las naciones neutrales (recordemos que en aquellos momentos Italia todavía era neutral). El Presidente de la Internacional formuló un categórico rechazo. Morgari, en tanto que representante del partido italiano y con el acuerdo de los camaradas rusos y suizos, comenzó los preparativos necesarios para la celebración de una conferencia internacional, a pesar y contra la voluntad de los socialpatriotas. Así nació Zimmerwald.
Un año y medio después, Huysmans entró en escena. Propuso la convocatoria del Buró Internacional. Realizó un viaje «de propaganda» a Londres y París, no encontró obstáculos por parte de los gobiernos ilustrados de las dos democracias occidentales, celebró entrevistas con los partidos oficiales y con la oposición, volvió a La Haya y declaró que no se convocaría el Buró Internacional pero que el 26 de julio se celebraría una conferencia de los partidos «neutrales». Huysmans necesitó todo un año para apropiarse ese «programa mínimo» que Morgari había sometido a la atención de Vandervelde.
Pero este año la idea de una conferencia de los neutrales había perdido todo su sentido. En primer lugar, Italia y Bulgaria habían pasado al campo de los beligerantes. Después, en el decurso del año, se produjo Zimmerwald. Los partidos rumano y suizo participaron en Zimmerwald. En Suiza y Holanda la separación se establecía entre los socialpatriotas y los zimmerwaldianos. Si la conferencia de los neutrales se tiene que producir (no se podrá estar seguro más que de aquí a algunas semanas), solamente podrá constatar que la neutralidad no puede crear nada en común entre los internacionalistas y los socialpatriotas. Se podrá deplorar las dificultades para viajar que encontrarían los partidos neutrales, si las vueltas del camino no los condujesen a... Zimmerwald (a algunos de ellos al menos). Cuanto más claramente se oponga el punto de vista zimmerwaldiano al de La Haya, más deprisa se realizará el viaje circular que lleva a Zimmerwald.
Huysmans expuso en su manifiesto los motivos concernientes al rechazo a la convocatoria del Buró: los partidos francés e inglés no quieren ni oír hablar de ello, menos aún de una campaña internacional en favor de la paz. «No es que no quieran la paz, explica Huysmans con un buen sentido sorprendente, sino que no quieren una paz prematura.» Y como la Internacional sigue siendo una «garantía de derecho y justicia», Huysmans propone contentarse con una Internacional restringida a los neutrales. Después se permite dar una lección de moral a los zimmerwaldianos, «esos camaradas impacientes», que han osado saltar por encima de las fronteras y cordones policiales y también... ¡por encima de la cabeza de Huysman! ¡Qué actitud puede ser más lamentable y vergonzosa que la de un Secretario de la Internacional recomendando paciencia y silencio a los socialistas que reanudan los lazos internacionales, y ello después de veintidós meses de guerra! Además, Huysmans considera a Zimmerwald como una intriga... rusa. (Habla de los métodos de escisión de los socialistas en ese país donde «todavía no hay democracia»). Para su espíritu burocrático limitado es necesario apoyar a Renaudel contra Longuet y Bourderon, a Scheidemann contra Haase y Liebknecht. Contra su voluntad, pero de forma más sorprendente aún, Huysmans desaprueba a los Laskin franceses y rusos que no están lejos de atribuir Zimmerwald a los manejos de Bethmann-Hollweg.
Las primeras noticias que nos llegan dicen que los zimmerwaldianos han decidido convocar al Buró, le plazca o no a los franceses e ingleses. Ignoramos con qué términos se ha formulado esta resolución, ni qué mayoría la ha adoptado. No es una sorpresa para nosotros. Ello significa que para muchos el camino a Zimmerwald sólo es una etapa forzosa en la ruta hacia La Haya. Con otras palabras, muchos zimmerwaldianos miran el restablecimiento de la II Internacional como el problema actual. Quieren restablecerla tal y como era hasta el «malentendido» o «la catástrofe» del 4 de agosto. Algunos apoyan la idea de Haase con concepciones ideológicas. No estamos por unos ni por otros. Miramos con una total desconfianza las utopías burocráticas de restablecimiento de una organización del tipo de la II Internacional. No reconocemos más que la vía orgánicamente revolucionaria: el florecimiento y unión de grupos iniciadores, de organizaciones y partidos proletarios, sobre las bases de nuevos métodos y nuevos problemas. Más exactamente: queremos adaptar los viejos principios a las condiciones y a las cuestiones de nuestra época. Como no hacemos de la política una pedagogía para atrasados, pudimos votar contra la solicitud de la convocatoria del Buró. Esta resolución no nos asusta en absoluto: caracteriza el nivel del movimiento. Para que encuentren el camino que lleva a la Tercera Internacional, será necesario darles a los cuadros zimmerwaldianos la misma experiencia que tuvo que adquirir el comité central del partido italiano encarnado por Morgari. Nosotros, internacionalistas revolucionarios, conservamos la misma posición independiente y crítica hacia los internacionalistas pasivos, hacia los pacifistas y las organizaciones restauradoras que se dirigen hacia nosotros; les ayudaremos, igual que a las masas cercanas, a franquear el período de indecisión, de búsqueda, de miradas hacia atrás y de dudas entre La Haya y Zimmerwald, para desembocar en la gran ruta de la revolución que conduce al poder.
¡Este año somos más fuertes! He ahí lo que pueden decir los socialistas internacionalistas el Primero de Mayo. Tras la catástrofe del 4 de agosto de 1914, tras el silencio de los primeros meses de la guerra, tras el debilitamiento del socialismo (al menos de eso que llamábamos socialismo hasta el 4 de agosto de 1914), comenzaron los primeros meses de desilusión, despertar y agrupamiento de las fuerzas. El Primero de Mayo del último año pudo coincidir con una época de profundo debilitamiento de la conciencia revolucionaria (y los diarios burgueses podían constatar, con un tono de menosprecio protector, la muerte de la Internacional. Este año esta satisfacción sólo es ya una cáscara vacía que se va llenando de barro. ¡Se ha celebrado la Conferencia de Zimmerwald! Sólo ha sido posible gracias al despertar de la agitación revolucionaria en todo el flanco izquierdo de los partidos oficiales y le ha dado a este proceso una bandera y las primeras formas de organización.
En la sociedad, en la que la base de la vida (la producción) no está organizada, las relaciones sociales crecen a fin de cuentas a pesar de las personas; en ese sentido, la guerra no es más que la más alta expresión de la anarquía y la demencia del sistema; si, al principio, la guerra entraba en los planes muy premeditados y los cálculos de los poseedores en tanto que «prolongación de la política por otros medios», el último año, las consecuencias de la guerra han pasado por encima de la cabeza de las clases dirigentes. í‰stas sólo se ven representadas en todos los países por nulidades, como si este hecho quisiera resaltar la impotencia espiritual de la clase burguesa ante esos acontecimientos que ella ha provocado con su actividad incontrolable pero ciega.
El proletariado constituye una fracción de esa sociedad basada en la anarquía, sociedad cuyos destinos escapan de sus manos. El socialismo preveía teóricamente la guerra y adivinaba sus consecuencias sociales en sus grandes trazos. Pero cuando la guerra estalló, se le apareció a las masas trabajadoras no como un acontecimiento histórico conforme a las leyes de la Historia, no como un fenómeno político de la sociedad capitalista que le es hostil, sino como una catástrofe externa que amenazaba a la «nación». La confusión provisional de las masas ante esta explosión sangrienta de la anarquía capitalista no le proveyó a las clases dirigentes del sentimiento de confianza en sí mismas más que el día en que se dieron cuenta de que las organizaciones internacionales proletarias, no comprendiendo el sentido de los acontecimientos, se alineaban con el poder como si se tratase de un incendio o de una terremoto, es decir de una catástrofe mecánica exterior. En esa alianza «defensiva» con el poder capitalista está contenida la mayor negación política e ideológica que jamás haya conocido la historia. Pero esta media vuelta no poseía formas ideológicas tales que le permitiesen al proletariado darse cuenta de su humillación. Los publicistas y teóricos de la Internacional hicieron todos los esfuerzos para que el sentido del socialismo descendiese hasta el nivel de su papel político. El último Primero de Mayo es un cuadro humillante de ese proceso de degradación, de caída y traición. La prensa socialpatriótica le explicó al proletariado, en todas las lenguas europeas, que el Primero de Mayo (día de protesta contra el militarismo) esta vez se convertía en día de apoteosis nacional. Esta explicación no encontró, por decirlo así, ninguna resistencia...
La liberación del proletariado de los prejuicios, en primer lugar feudales y religiosos, después liberales y burgueses, se realiza lentamente. En todas partes el socialismo se ha convertido, por la lucha obrera, en la bandera de su liberación espiritual y en el heraldo de su liberación material. Ha trasladado a su organización de clase la facultad de abnegación (¡pero con plena conciencia!) de la que daba pruebas con la religión y la patria. Pero la sociedad burguesa logró extraviar al proletariado gracias a la idea de patria. Ello se hizo a una escala y con unas formas que nadie podía prever. Después que el poder movilizase a las masas material y espiritualmente, la contramovilización internacional se desarrolló mucho más lentamente de lo que muchos de nosotros podíamos pensar, en cualquier caso más lentamente de lo que quisiéramos. El socialpatriotismo es el agente directo de este estado de cosas pues, apoyándose en el poder y con los recursos de la mentira y el engaño, lleva adelante una lucha encarnizada por su propia conservación. Pero el motivo fundamental proviene de la profundidad de la crisis que debe madurar en la conciencia del proletariado antes de encontrar su expresión en la acción. El problema planteado al proletariado por los acontecimientos no puede resolverse más que en tanto que problema de acción. Los acontecimientos han hundido a la II Internacional, pero pueden acabar con la caída de las bases del orden burgués. Para el parlamentario y el publicista socialista, el cambio de actitud se traduce, muy a menudo, en «la no-aceptación de la guerra, pero para una clase entera, la contramovilización es un problema de acción revolucionaria. El pacifismo es para las autoridades socialistas asustadas por el curso de los acontecimientos una solución de pasividad atentista. Para las masas es un período de reflexión, una etapa en el camino que conduce de la esclavitud del patriotismo a la acción internacional.
La contramovilización, respondiendo al problema histórico supremo, marcha más lentamente de lo que hubiésemos querido, pero su desarrollo metódico no puede dar lugar al escepticismo. El último manifiesto (febrero) de la Comisión Internacional Socialista (Berna) describe el creciente despertar de la toma de conciencia de los proletarios y señala las protestas realizadas en todos los países de Europa. ¡Somos incomparablemente más fuertes este año! A excepción de Rusia, donde el socialpatritismo ha hecho grandes progresos en las capas proletarias, a penas despertadas por la guerra, y, se podría decir, se ha reforzado más, en todos los otros países de Europa el año pasado ha sido el testigo del debilitamiento del socialpatriotismo, de la pérdida de autoridad de sus jefes, del creciente descontento y del aumento de la oposición consciente. Jamás en la historia del movimiento obrero la dependencia del socialismo revolucionario en un país en relación con su acción y sus éxitos en otro ha sido tan visible y tan vivamente sentida como en este período de estallido de las relaciones internacionales y de desencadenamiento del chovinismo. Así se edifican los fundamentos inquebrantables de la III Internacional en tanto que organización de masas, aprestándose para una lucha decisiva contra la sociedad burguesa. ¡Nos hemos hecho más fuertes! ¡El próximo año seremos aún más fuertes! ¡Nadie ni nada podrá detener el crecimiento de nuestras fuerzas!
En el nº 5 de Izvestia (publicación a la que pertenecen Axelrod, Martov, Martinov, etc.) se publican dos declaraciones, sobre la guerra, de los mencheviques moscovitas y peterburgueses. La primera está firmada por el Grupo de Iniciativa moscovita y el Grupo KD; la segunda solamente por el Grupo de Iniciativa. La amplitud de los documentos, como sucede a menudo, viene acompañada por una extraordinaria vaguedad. Los autores se declaran partidarios de Zimmerwald y se esfuerzan en formular una posición internacionalista. Pero los rasgos característicos de esta última son casi inapreciables, mientras que, por sus conclusiones, esa posición se apoya sobre los Comités de Industria de Guerra.
«En el conflicto mundial actual [escriben los autores de los documentos mencionados] nuestra comprensión de los problemas nos tiene que diferenciar de la de la burguesía, incluso de la burguesía democrática [¡...!] Tenemos que preocuparnos no solamente de la suerte de la patria sino por captar las contradicciones fundamentales del momento, darnos cuenta del peligro contra el que es necesario defenderse, no solamente desde un punto de vista nacional puramente egoísta sino, también, desde el punto de vista de toda la Internacional». Esta cita es característica del espíritu del documento que expresa ideas simples en términos complicados, adaptados a la mentalidad de «defensores» que revela este documento. Declarándose en principio contra los «defensores», los grupos arriba mencionados se dirigen no a las masas trabajadoras sino a los socialpatriotas. Es completamente natural que busquen un lenguaje común con ellos. Y hay que decir que lo encuentran fácilmente.
Ya hemos dicho que los dos grupos mencheviques adherentes a Zimmerwald defienden tácticamente (¡y con qué ardor!) la necesidad de participar en los Comités de Guerra: por ello es preciso entender que no es para ocuparse de la «defensa» sino para «hacer avanzar los problemas», «para reunir fuerzas», etc. Así, el acuerdo con los socialpatriotas parece ser, en principio, puramente táctico. Pero unos están a favor de la «defensa» y otros de la lucha internacional. Martov y otros mencheviques han acusado a menudo a Nache Slovo de no querer ver la contradicción entre los motivos que empujan por una parte a Potriesov y por la otra a Dann a entrar en los Comités de Guerra. Les hemos respondido con la pregunta: ¿cómo es posible que nuestros «internacionalistas», en completa contradicción política con los socialpatriotas, puedan coexistir bajo la férula de Gvosdyev? Se nos ha respondido con referencias a problemas no explicados, a malentendidos, y se ha propuesto suspender la lucha contra los gvosdyevianos hasta que lleguen mensajes explicativos y llenos de exhortaciones del Secretariado para el Extranjero. Pero incluso tras la recepción de esos mensajes, los internacionalistas no se han rendido. Por el contrario, el difunto Nache Goloss de Samara y los documentos que acabamos de citar, defienden el «anarcosindicalismo» dándole la espalda a la política de la industria de guerra y esforzándose conscientemente en mostrar que razones de principio perfectamente suficientes militan a favor de una colaboración con Gvosdyev. En la explicación de esas razones se encuentra, en nuestra opinión, el principal significado de los dos documentos.
«La guerra ha contribuido ampliamente a los procesos de organización de las fuerzas generales políticas en Rusia. La oposición burguesa, cuyo principal error consiste en su indiferencia hacia las cuestiones de organización fundamentales de la sociedad rusa y hacia las tentativas del proletariado para resolverlas, esta oposición se ha comprometido en la vía de la agrupación de las fuerzas colectivas. El proletariado está interesado en sostener el trabajo políticamente organizador de la oposición y de llenarlo con la fuerza de trabajo de una amplia democracia. El proletariado debe basar su táctica en el principio de coordinación de las actividades políticas. Debe dirigir sus primeros golpes no contra los adversarios de una futura Rusia plenamente democrática sino contra los partidarios de la actual dictadura de la nobleza y la burocracia.»
Se vuelve a encontrar la «táctica de base» en el segundo documento. «en nuestra lucha contra el poder tenemos que buscar contactos con la oposición burguesa.» Y más adelante: «la burguesía no puede derrocar el poder sin el proletariado, igual que tampoco el proletariado lo puede hacer sin la burguesía».
Aquí está el quid de la cuestión del problema mismo, a diferencia de las embrolladas explicaciones de las que se sirve Izvestia para definir su posición.
Los internacionalistas en la industria de guerra no quieren asumir la responsabilidad de la «defensa». Insisten en la imperiosa necesidad de combatir al zarismo sin preocuparse por las consecuencias directas de la guerra. Pero estiman que el proletariado no puede luchar más que con la cooperación de la oposición burguesa. Por este motivo piden que los proletarios entren en las instituciones de la «defensa liberal-burguesa».
Esta posición, falsa de cabo a rabo, liga de la forma más estrecha a los internacionalistas con los socialpatriotas y nos explica por qué los primeros, bajo la bandera gvosdyeviana, son hostiles a los internacionalistas revolucionarios.
Si marchamos en dirección a una revolución en la que la burguesía, concertadamente con el proletariado, combatirá al poder, nos será necesario, evidentemente, esforzarnos en llegar a la coordinación de las acciones políticas. Y como la actividad política de la burguesía de oposición se desarrolla en el terreno de la «defensa nacional» (imperialismo), para no romper con la burguesía necesitaremos colocarnos en el mismo terreno, «declinando» cualquier responsabilidad en las acciones del militarismo. Encontrarse en un terreno común con la burguesía se traduce en subordinar el movimiento revolucionario al movimiento opositor de la burguesía liberal. El proletariado, por lo que parece, no puede derrocar al poder «sin la burguesía». Ello significa que el proletariado está destinado a la derrota si se gira contra la burguesía. Aunque los internacionalistas reconocen (¡en las declaraciones!) la independencia del movimiento obrero someten a ésta a una pequeña restricción (bajo la forma de la coordinación) y la colocan bajo el dominio de la política del liberalismo. Como éste coloca su oposición bajo la dependencia de la política extranjera, «el principio de la coordinación de las acciones políticas» lleva a que los comités de industria de guerra se conviertan en simples engranajes dóciles en los que la energía revolucionaria del proletariado quedará limitada y después neutralizada a la espera de una cooperación revolucionaria de la burguesía. Y esto es independiente del hecho: ¿quién ocupará los comités? ¿los gvosdyevianos o los partidarios de Dann? La política del proletariado (por intermedio de la coordinación de las acciones políticas) dependerá de la política del imperialismo con la diferencia respecto a los socialpatriotas que quedará ocultada por quilómetros de declaraciones.
Acabamos de ver que los internacionalistas de la industria de guerra (el Grupo de Iniciativa, etc.) admiten el principio de la coordinación con los gvosdyevianos. La oposición burguesa, parece ser, está en ruta para reunir a las fuerzas dispersas. Visiblemente se trata del bloque progresivo, de los consejos municipales, de los comités de guerra, etc. En breve, de las fuerzas de las clases burguesas sobre una base imperialista y que colaboran, de hecho y en principio, con una oposición formal a la burocracia. La misma esencia de la obra política de la oposición consiste en desarrollar y profundizar los efectos del 3 de junio; contra la reconciliación con la monarquía, con los agrarios, con los financieros y con los industriales sobre una base capitalista, la oposición burguesa queda limitada y sometida de antemano. Pensar y esperar que la presión de una oposición burguesa supere el marco de los juegos de sociedad y se ejerza para el derrocamiento de la monarquía (imperialista), es no entender nada sobre los agrupamientos sociales y políticos rusos, tampoco sobre los desarrollos históricos. La presión «opositora» burguesa no tiene solamente por objetivo conservar su influencia sobre las clases burguesas sino, también, amarrar a la disciplina del poder imperialista, a través de la intelliguentsia pequeñoburguesa y, por medio de ésta, a las masas trabajadoras. Si en Francia la forma republicana y la enraizada tradición de la revolución, si en Alemania la potencia cultural e industrial, sirven para disciplinar la conciencia del pueblo y someterla al poder imperialista, en Rusia el único recurso de la burguesía es esta gesta opositora que completa y oculta la colaboración imperialista, o como en el caso de los cadetes complacencia de mala calidad.
El zarismo no puede ligar las masas al 3 de junio, que no es una concepción fortuita y pasajera sino la expresión rusa de la combinación paneuropea de fuerzas históricas. El socialpatriotismo no representa en Rusia una capitulación directa y franca ante el poder sino una coordinación de las fuerzas políticas con el cuerpo burgués a fin de ejercer una presión sobre el régimen. Pero el papel servil del liberalismo es tan evidente que el socialpatriotismo, es decir la trasposición del «cadetismo» al movimiento obrero (potriesovienos, gvosdyevienos), se ve llevado inevitablemente a comprometerse y privarse de la confianza de las masas trabajadoras. Igualmente que al imperialismo le es indispensable la oposición liberal para contener a la burguesía también el «internacionalismo» en la industria de guerra le es indispensable para mantener a las masas bajo la obediencia, no directamente pero no menos eficazmente. Es evidente que no se trata de los comités de guerra en sí mismos sino de la concepción histórica de las tácticas fundamentales que se deducen de ello. La declaración de los mencheviques moscovitas y peterburgueses ofrece las garantías indispensables no al internacionalismo sino al bloque imperialista. El trabajo de este último (sobre la base de un imperialismo bárbaro) es el «agrupamiento de las fuerzas colectivas». Y el proletariado tiene la obligación de ayudar a esa obra. La victoria de la revolución plantea como condición la colaboración del proletariado y de la burguesía imperialista. Una política independiente del proletariado se ve como una tentativa desesperada. Aunque disimulado bajo raudales de elocuencia, sobresale que la lucha de los proletarios solo es una ayuda al desarrollo del liberalismo que no es otra cosa, a su vez, que un apoyo del imperialismo. Así, a primera vista, la alianza de Zimmerwald con los gvosdyevianos es incomprensible. Colaborar con la burguesía liberal contra Gvosdyev, o a pesar de él, es imposible; él es el lazo indispensable. Pero llevar a semejante colaboración a amplias capas de trabajadores por medio de los manifiestos de Plejanov, o de las conversaciones de Gvosyev con Sturmer, es aún más imposible; son necesarios principios más elevados, eslóganes más populares. De ahí la necesidad de los «internacionalistas» de referirse a Zimmerwald, al menos en su fraseología, pues la esencia revolucionaria de Zimmerwald, como lo muestran los documentos citados, es para sus autores un libro de los siete sellos (¡del hebreo!).
Basar su táctica en una cooperación con una actividad imperialista, por tanto antirrevolucionaria, es rechazar no solamente el internacionalismo sino, también, la revolución. Es más justo decir: del rechazo a una política internacionalista y proletaria independiente se deduce el rechazo a llevar el combate revolucionario contra el zarismo. ¿Qué fuerzas revolucionarias puede reunir el proletariado a su alrededor si tumba la bandera de una lucha implacable contra el bloque imperialista? La cuestión sólo puede resolverse con la práctica de la lucha revolucionaria. Pero si el proletariado ruso no puede él «solo» derrocar al régimen ello significa solamente para nosotros: sin el proletariado europeo, pero no sin la burguesía rusa. Está fuera de toda duda que la revolución en Rusia no puede llevarse «hasta el final» más que en relación con la revolución proletaria victoriosa en Europa. De esta perspectiva se deduce la necesidad de la más estrecha coordinación con el proletariado europeo (¡Ahí está Zimmerwald!), pero en ningún caso con la burguesía rusa. La coordinación de las acciones del proletariado europeo no puede tomar un carácter atentista, es decir que la fraseología del internacionalismo no le puede servir de paravientos a la pasividad nacionalista. Rompiendo todos los lazos con los partidarios de la «defensa», movilizando a las masas proletarias contra el bloque imperialista, liberaremos a la oposición alemana, ampliaremos su influencia en toda Europa y lanzaremos a los zimmerwaldistas sobre todo el continente. Está claro que esta (nuestra) política nos levanta violentamente contra la oposición burguesa rusa. Esta perspectiva atemoriza a los autores del documento, oportunista hasta la médula, e intentan, a su vez, asustar al proletariado. Precisamente en ese terreno es donde es preciso entablar la lucha. Ahí es donde hace falta plantear la cuestión elevándola al rango de alternativa de principios: ¿la coordinación con la burguesía liberal o con el proletariado europeo en nombre de la revolución europea?
Poner la cuestión a esta altura es comenzar una lucha sin cuartel contra la ideología y la política cuya expresión está contenida en la declaración de los mencheviques peterburgueses y moscovitas e impresa en el nº 5 de Izvestia.
La guerra y la revolución se suceden a menudo en la historia.
En tiempos ordinarios las masas obreras realizan pasivamente el duro trabajo cotidiano, sometiéndose a la potente fuerza de la costumbre. Ni los capataces, ni la policía, ni los carceleros, ni los verdugos, podrían sujetar a las masas sometidas si no tuviesen esa costumbre, verdadera sirviente del capital.
La guerra, que despedaza y masacra a las masas, es también peligrosa para los gobernantes, precisamente porque sacude de golpe al pueblo haciéndole salir de su estado de costumbre, con su tormenta despierta a los elementos más atrasados e ignorante y los fuerza a mirarse a sí mismo y a quienes les rodean.
Empujando a millones de trabajadores al fuego, los dirigentes deben cambiar la costumbre por promesas y mentiras. La burguesía embellece su guerra con todos los rasgos que son queridos por los corazones magnánimos de las masas populares: ¡guerra por «la libertad», por «la justicia», por «una vida mejor»! Al remover a las masas hasta lo más profundo, la guerra acaba inevitablemente embaucándolas: no les aporta más que nuevas heridas y nuevas cadenas. Por este motivo, la tensión de las masas engañadas, provocada por la guerra, lleva frecuentemente a una explosión contra los dirigentes; la guerra alumbra la revolución.
Así pasó hace veinte años durante la guerra ruso-japonesa: inmediatamente acentuó del descontento del pueblo y llevó a la revolución de 1905.
Hace 46 años en Francia, lo mismo: la guerra franco-prusiana de 1870-1871 llevó al levantamiento de los obreros y a la creación de la Comuna de París.
Los obreros de París fueron armados por el gobierno burgués como Guardia Nacional para defender la capital contra las tropas alemanas. Pero la burguesía francesa tenía más miedo de sus proletarios que de las tropas de los Hohenzollern. Tras la capitulación de París, el gobierno republicano intentó desarmar a los obreros. Pero la guerra había despertado en ellos un espíritu de indignación. No querían volver a la fábrica como los mismos obreros que habían sido antes de la guerra. Los proletarios parisinos se negaron a entregar sus armas. Se produjo un enfrentamiento entre los obreros armados y los regimientos gubernamentales. Esto sucedía el 18 de marzo de 1871. Los obreros salieron victoriosos convirtiéndose en los dueños de París y el 28 de marzo de 1871 (bajo el nombre de la Comuna) establecieron un gobierno obrero en la capital. La Comuna no duró mucho tiempo. Sus últimos defensores cayeron el 28 de mayo tras una heroica resistencia contra el asalto de las hordas burguesas. Después comenzaron semanas y meses de sangrientas represalias contra los participantes en la revolución proletaria. Sin embargo, a pesar de su breve existencia, la Comuna ha permanecido como el mayor acontecimiento de la historia de la lucha proletaria. Basándose en la experiencia de los obreros parisinos, el proletariado mundial vio por primera vez qué es una revolución proletaria, cuáles son sus objetivos y vías.
La Comuna comenzó confirmando a todos los extranjeros elegidos para el gobierno obrero. Declaró: «La bandera de la Comuna es la bandera de la Republica Mundial».
Purgó al estado y a las escuelas de la religión, abolió la pena capital, derrocó la columna Vendí´me (monumento al chovinismo) y transfirió todos los puestos a verdaderos servidores del pueblo, fijando un salario igual al del obrero.
Puso en marcha un censo de las fábricas y centros de trabajo que los capitalistas asustados habían cerrado, lo hizo para empezar la producción con financiación pública. Era el primer paso hacia una organización socialista de la economía.
La Comuna no pudo llevar a cabo todos sus planes: fue aplastada. La burguesía francesa, con la ayuda de su «enemigo nacional» (que enseguida se convirtió en su aliado de clase), Bismarck, ahogó en sangre el levantamiento de su verdadero enemigo, la clase obrera. Los planes y tareas de la Comuna no llegaron a concretarse. Pero entraron en el corazón de los mejores hijos del proletariado del mundo entero; se han convertido en la herencia revolucionaria de nuestra lucha.
Y ahora, el 18 de marzo de 1917, la imagen de la Comuna se yergue ante nosotros más nítidamente que nunca pues, tras un gran intervalo de tiempo, hemos entrado en la época de las grandes batallas revolucionarias.
La guerra mundial ha arrancado a decenas de millones de trabajadores de sus condiciones habituales de trabajo y de vida vegetativa. Hasta el presente esto sólo ha ocurrido en Europa; mañana también se producirá en Norteamérica. Jamás habían recibido tales promesas las masas obreras; jamás otrora se les había pintado objetivos talmente radiantes; jamás se les había adulado como se ha hecho en esta guerra. Jamás anteriormente las clases poseedoras habían osado pedirle tanta sangre al pueblo en nombre de esa mentira que se llama «la defensa de la patria». Y jamás se había mentido, traicionado y crucificado tanto a los obreros como hoy en día.
En las trincheras desbordantes de sangre y lodo, en los pueblos y ciudades hambrientos, millones de corazones están llenos de indignación, de desasosiego y rabia. Y esos sentimientos combinados con el pensamiento socialista se transforman en entusiasmo revolucionario. Mañana esa llama ascenderá a la superficie en potentes levantamientos de las masas obreras.
El proletariado de Rusia ya ha entrado en la ruta de la revolución y bajo su ofensiva los bastiones de los más vergonzosos despotismos caen y se hunden. La revolución en Rusia, sin embargo, sólo es la precursora de levantamientos proletarios a lo largo de toda Europa y del mundo entero.
«¡Recordad la Comuna!», les diremos nosotros, los socialistas, a las masas obreras insurgentes. ¿La burguesía os ha armado contra el enemigo extranjero? ¡Negaos a devolver vuestras armas a la burguesía igual que hicieron los obreros parisinos en 1871! ¡Como Karl Liebknecht os llamó a hacer, apuntad esas armas contra vuestro verdadero enemigo, contra el capitalismo! Arrancad de sus manos la máquina del estado, transformadla de arma de violencia burguesa en aparato de autogobierno proletario. Ahora sois incomparablemente más fuertes de lo que lo eran vuestros predecesores en la época de la Comuna. Destronad a todos los parásitos. Tomad la tierra, las minas y fábricas y gestionadlas vosotros mismos. ¡Fraternidad en el trabajo, igualdad en el reparto de los frutos del trabajo!
¡La bandera de la Comuna es la bandera de la República Mundial del Trabajo!
Los agrupamientos políticos de clase han aparecido en la revolución rusa con una claridad sin precedentes, pero la confusión que reina en el dominio de nuestra ideología tampoco tiene precedentes. El retraso del desarrollo histórico de Rusia le ha permitido a la intelliguentsia pequeñoburguesa adornarse con plumas de pavo real de la más deliciosa teoría socialista. Pero ese bello plumaje no tiene otra función más que la cubrir su marchita desnudez. Que los socialistas-revolucionarios y los mencheviques no hayan asumido el poder ni a principios de marzo, ni el 16 de mayo, ni el 16 de julio, no tiene nada que ver con el carácter «burgués» de nuestra revolución, ni con la imposibilidad de llevar a cabo esa acción sin la burguesía. Se debe al hecho que los «socialistas» pequeñoburgueses, completamente enredados en las mallas del imperialismo, todavía no son capaces de hacer ni la décima parte del trabajo que hicieron los jacobinos hace ahora ciento veinticinco años. Parlotean sobre la defensa de la revolución y del país pero eso no les impedirá entregar sus posiciones, una tras otra, a la reacción burguesa. Por ello la lucha por el poder deviene el primer y principal problema de la clase obrera y veremos a la revolución desvestirse simultánea e integralmente de su vestimenta «nacional» y burguesa.
O bien sufriremos un formidable salto atrás, en dirección a un régimen imperialista fuerte que acabará muy probablemente en monarquía. Los soviets, los comités de campesinos, las organizaciones de soldados y otras muchas cosas más serán destrozados y se desechará a los Kerensky y Tsereteli. O bien el proletariado, arrastrando tras de sí a las masas semiproletarias y abandonando a sus líderes anteriores (en este caso también Kerensky y Tsereteli serán desechados), establecerá el régimen de la democracia obrera. Los éxitos ulteriores del proletariado dependerán entonces, ante todo, de la revolución alemana.
Para nosotros el internacionalismo no es una noción abstracta que sólo existe para traicionarla a cada instante (eso está bien para Tsereteli y Chernov); es un principio directamente dominante y profundamente práctico. Según nuestro punto de vista, sin una revolución europea son difíciles los éxitos durables y decisivos. No podemos, por tanto, lograr éxitos parciales al precio de procedimientos y combinaciones susceptibles de crear obstáculos en el camino del proletariado europeo. Aunque solo sea por este motivo, vemos la condición sine qua non de todo nuestro trabajo político en una oposición sin compromisos con los socialpatriotas.
«¡Camaradas del mundo entero, gritó uno de los oradores en el Congreso Panruso de los Soviets, atrasad vuestra revolución social cincuenta años más!» Inútil es decir que ese consejo bien intencionado fue acogido por los mencheviques y social-revolucionarios con satisfechos aplausos.
Precisamente sobre ese punto, sobre la cuestión de sus relaciones con la revolución social, es sobre el que la diferencia de las diversas formas del utopismo oportunista pequeñoburgués y el socialismo proletario deviene importante. Existe un buen número de «internacionalistas» que explican la crisis de la Internacional como una intoxicación pasajera de chovinismo debida a la guerra, y que piensan que, tarde o temprano, volverá a su posición anterior, que los antiguos partidos políticos se encaminarán de nuevo por la vía de la lucha de clases que por el momento han perdido de vista. ¡Infantiles y ridículas esperanzas! La guerra no es una catástrofe exterior; con la rebelión de las fuerzas productivas en desarrollo en esta sociedad, destruye el equilibrio de la sociedad capitalista contra los límites impuestos por las fronteras nacionales y las formas privadas de la propiedad. O bien veremos convulsiones continuas de las fuerzas productivas, bajo la forma de repetidas guerras imperialistas, o bien veremos una organización socialista de la producción: esta es la alternativa que nos plantea la historia.
Tampoco la crisis de la Internacional es un fenómeno exterior o debido al azar.
Los partidos socialistas de Europa se constituyeron en una época de equilibrio capitalista relativo y de adaptación reformista del proletariado al parlamentarismo nacional y al mercado nacional. «a pesar de reconocer [el socialismo pequeñoburgués interno al partido socialdemócrata de Alemania] la exactitud de los conceptos fundamentales del socialismo moderno y de la demanda de que todos los medios de producción sean transformados en propiedad social, se declara que su realización es solamente posible en un futuro lejano, prácticamente imprevisible.»[20] Gracias a la considerable duración del período «pacífico», ese socialismo pequeñoburgués devino realmente dominante en la antigua organización del proletariado. Sus límites y su quiebra han adquirido las más chocantes formas desde que la acumulación pacífica de las contradicciones ha cedido el lugar a un formidable cataclismo imperialista. No solamente los viejos gobiernos nacionales sino, también, los partidos socialista burocratizados, que habían madurado con ellos, han mostrado que no estaban a la altura de las exigencias del progreso. Y, más o menos, se podría haber previsto todo esto.
Hace ahora doce años escribíamos: «La tarea del partido socialista era y es la de revolucionar la conciencia de la clase obrera en la misma medida en que el desarrollo del capitalismo ha revolucionado las condiciones sociales. Sin embargo, el trabajo de agitación y organización en las filas del proletariado está marcado por una inmovilidad interna. Los partidos socialistas europeos, especialmente el más grande entre ellos, el alemán, han desarrollado un conservadurismo propio, que es tanto más grande cuanto mayores son las masas abarcadas por el socialismo y cuanto más alto es el grado de organización y disciplina de estas masas. Consecuentemente, la socialdemocracia, como organización, personificando la experiencia política del proletariado, puede llegar a ser, en un momento determinado, un obstáculo directo en el camino de la disputa abierta del proletariado por el poder.»[21] (Nasha Revolutsia, 1906, página 285). Pero aunque los marxistas revolucionarios estaban lejos de fetichizar a los partidos de la Segunda Internacional, nadie podía prever que la destrucción de esas gigantescas organizaciones sería tan cruel y tan catastrófica.
A nuevos tiempos, nuevas organizaciones. Bajo el bautismo de fuego, ahora se crean partidos revolucionarios por todas partes. Los numerosos descendientes ideológico-políticos de la Segunda Internacional no han existido en vano. Pero pasan por una purificación interna: generaciones enteras de filisteos «realistas» quedan arrumbadas y las tendencias revolucionarias del marxismo quedan por primera vez reconocidas en su pleno significado político.
En cada país, la tarea no es mantener una organización que se sobrevive a sí misma, sino reunir a los elementos revolucionarios realmente ofensivos del proletariado que en la lucha contra el imperialismo ya se ven atraídos a las primeras filas. En el plano internacional, la tarea no es reunir y «reconciliar» a los socialistas ministerialistas en conferencias diplomáticas (¡como en Estocolmo!), sino asegurar la unión de los internacionalistas revolucionarios de todos los países y buscar una orientación común para la revolución social en cada país.
A decir verdad, los internacionalistas revolucionarios que están a la cabeza de la clase obrera no representan hoy en día, a lo largo de Europa, más que una minoría insignificante. Pero nosotros, rusos, deberíamos ser los últimos en asustarnos por este estado de cosas. Sabemos con qué rapidez la minoría puede convertirse en mayoría durante las crisis revolucionarias. Desde el mismo momento en que la acumulación del descontento de la clase obrera acabe haciendo estallar el caparazón de la disciplina gubernamental, el grupo de Liebknecht, Luxemburg, Mehring y sus seguidores, ganará inmediatamente un papel dirigente a la cabeza de la clase obrera alemana. íšnicamente una política revolucionaria socialista puede justificar una escisión en la organización: pero al mismo tiempo hace inevitable tal escisión.
Contrariamente a nosotros, los mencheviques internacionalistas (aquellos que se asemejan al camarada Martov) rechazan reconocer el carácter revolucionario socialista de nuestras tareas políticas. Declaran en su programa que Rusia no está todavía preparada para el socialismo y que nuestro papel está, necesariamente, limitado a la fundación de una república democrática burguesa. Toda su actitud se basa en el rechazo total a los problemas internacionales del proletariado. El razonamiento de Martov sería correcto si Rusia estuviese sola en el mundo. Pero estamos comprometidos en la realización de una revolución mundial, en una lucha contra el imperialismo mundial, con las tareas del proletariado mundial, que incluye al proletariado ruso. En lugar de explicarle a los trabajadores que los destinos de Rusia están hoy en día indisolublemente ligados a los de Europa, que el éxito del proletariado europeo no asegurará una más rápida realización de la sociedad socialista, que, por el contrario, una derrota del proletariado europeo nos hundirá bajo la dictadura imperialista y la monarquía y acabará reduciéndonos al estado de simple colonia de Inglaterra y de los Estados Unidos, en lugar de subordinar toda nuestra táctica a los objetivos generales y a los objetivos del proletariado europeo, el camarada Martov considera a la revolución rusa desde un estrecho punto de vista nacionalista y reduce las tareas de la revolución a la creación de una república democrática burguesa. Esta forma de plantear el problema es fundamentalmente falsa pues sobre ella sobrevuela la amenaza del nacionalismo mezquino que ha llevado a su caída a la Segunda Internacional.
El camarada Martov, limitándose en la práctica a una perspectiva nacional se reserva la posibilidad de vivir en el mismo campo que los socialpatriotas. Junto a Dan y Tsereteli, atraviesa indemne la «epidemia» de nacionalismo pues ésta acabará cuando lo haga la guerra y tiene la intención de volver entonces, al mismo tiempo que aquellos, a los caminos «normales» de la lucha de clases. Martov está ligado a los socialpatriotas no por una simple y vacía tradición de partido, sino por una actitud profundamente oportunista frente a la revolución social, revolución que, según ellos, no debería ejercer ningún papel en la formulación de los problemas actuales. Y esto es lo que les separa de nosotros.
Para nosotros, la lucha por la toma del poder no constituye simplemente la próxima etapa de una revolución nacional democrática. No. Es el cumplimiento de nuestro deber internacional, la conquista de una de las posiciones más importantes en el conjunto del frente de lucha contra el imperialismo. Este punto de vista es el que determina nuestra posición sobre la pretendida cuestión de la defensa de la patria. Un desplazamiento temporal del frente, a un lado o a otro, no puede ni detener ni desviar nuestra lucha pues ésta se dirige contra los mismos fundamentos del capitalismo, que parece aplicarse en la destrucción imperialista mutua de los pueblos de todos los países.
¡Revolución permanente o masacre permanente! ¡Tal es la lucha de cuyo resultado depende la suerte de la humanidad!
El carácter de todo el movimiento obrero durante la era de la II Internacional se refleja en la historia y el destino de la fiesta del Primero de Mayo.
El 1 de mayo fue establecido como una festividad por el Congreso Socialista Internacional de Paris en 1889.
El propósito de designarla así era, mediante una manifestación simultánea de trabajadores de todos los países en ese día, preparar el terreno para reunirlos en una única organización proletaria internacional de acción revolucionaria que tuviera un centro mundial y una orientación política mundial.
El Congreso de París, que había tomado la decisión anterior, seguía los pasos de la Liga Comunista Internacional y de la Primera Internacional. Para la Segunda Internacional adoptar el modelo de estas dos organizaciones era imposible desde el comienzo. En el transcurso de los 14 años transcurridos desde los días de la Primera Internacional, las organizaciones de clase del proletariado habían crecido en todos los países en los que desarrollaban su actividad con independencia en ese territorio y no se adaptaban a la unificación internacional sobre los principios del centralismo democrático.
La celebración del Día de Mayo debería haberlos preparado para tal unificación y, por lo tanto, la demanda de la jornada laboral de ocho horas se introdujo como su lema, que estaba condicionado por el desarrollo de las fuerzas productivas y era popular entre las amplias masas trabajadoras de todos países.
La tarea efectiva asignada a la fiesta del Primero de Mayo consistió en facilitar el proceso de transformación de la clase obrera como categoría económica en la clase obrera en el sentido sociológico de la palabra, en una clase consciente de sus intereses en su totalidad, y luchar por establecer su dictadura y la revolución socialista.
Desde este punto de vista, las manifestaciones en apoyo a la revolución socialista eran más apropiadas para el Primero de Mayo. Y los elementos revolucionarios en el congreso lo lograron. Pero en la etapa de desarrollo a través de la cual la clase obrera pasaba entonces la mayoría encontró que la demanda de la jornada laboral de ocho horas proporcionaba una mejor respuesta para llevar a cabo la tarea que tenían por delante. En cualquier caso, esta es una consigna capaz de unir a los trabajadores de todos los países.
Ese papel también fue desempeñado por el lema de la paz universal que se presentó posteriormente.
Pero el congreso propuso y las condiciones objetivas del desarrollo del movimiento obrero dispusieron.
La fiesta de mayo pasó gradualmente de medio de lucha del proletariado mundial a un medio de lucha de los trabajadores de cada país por sus intereses locales. Y esto se hizo más posible al proponer el tercer lema: el sufragio universal.
En la mayoría de los estados se celebró el Primero de Mayo ya sea en la noche después de terminar el trabajo o bien al domingo siguiente. En aquellos lugares donde los obreros lo celebraban con un paro en el trabajo, como en Bélgica y Austria, sirvió a la causa de realizar tareas locales, pero no a la causa de cerrar las filas de los trabajadores de todos los países en una sola clase obrera mundial. Al lado de las consecuencias progresistas (como resultado de reunir a los trabajadores de un país en particular), debía tener un aspecto conservador negativo (vinculaba a los trabajadores demasiado estrechamente con el destino de un estado en particular y de esta manera preparaba el terreno para la desarrollo del socialpatriotismo.
La tarea que puso al orden del día el Congreso de París no se ha realizado. La formación de una Internacional como organización de la acción revolucionaria proletaria internacional, con un centro y una orientación política internacional, no se había logrado. La Segunda Internacional era simplemente una débil unión de partidos obreros independientes entre sí en su actividad.
El Primero de Mayo se convirtió en su opuesto y con la guerra su existencia llegó a su fin.
Tales fueron las consecuencias de la inexorable lógica del proceso dialéctico del desarrollo del movimiento obrero.
¿Dónde está la causa de este fenómeno? ¿Qué garantías hay contra su repetición? ¿Cuál es la lección para el futuro de esto? Por supuesto, la causa básica del fracaso de la fiesta del Primero de Mayo radica en el carácter del período dado del desarrollo capitalista, en el proceso de su profundización en cada país y en la lucha condicionada por el proceso de democratización del sistema estatal y por la adaptación de este último a las necesidades del desarrollo capitalista. Pero incluso en el desarrollo de un sistema capitalista, o de cualquier otro tipo, existen tendencias de dos clases: la conservadora y la revolucionaria.
Con la clase obrera, que participa activamente en el proceso histórico, su vanguardia, los partidos socialistas, está destinada a hacer avanzar este proceso y, con su inclinación revolucionaria, contrarrestar la tendencia conservadora en todas las etapas del movimiento obrero y postularse y defender los intereses generales de todo el proletariado en su totalidad, independientemente de la nacionalidad. Esta es la tarea misma que los partidos socialistas durante el período de la Segunda Internacional no cumplieron y que tuvo una influencia directa en el destino de la fiesta del Primero de Mayo.
Bajo la influencia de los jefes de los partidos formados por intelectuales y la burocracia obrera, los partidos socialistas en el período descrito concentraron su atención en una actividad parlamentaria muy útil, que era en su esencia nacional y no internacional, o de carácter de clase. Las organizaciones de trabajadores consideraban su actividad no como un medio de lucha de clases, sino como un fin en sí mismo. Basta con recordar cómo los dirigentes de la socialdemocracia alemana argumentaron la transferencia del primer día de mayo al domingo siguiente. Dijeron que uno no podía exponer a una organización de partido ejemplar, actividad parlamentaria y numerosos sindicatos ricos, al peligro simplemente en beneficio de una manifestación.
La época actual es directamente contraria a la época pasada. Inaugurada por la guerra, y en particular por la Revolución Rusa de Octubre, se revela como la época de la lucha directa del proletariado por el poder a escala mundial.
Su carácter es favorable al Primero de Mayo cumpliendo el papel que los elementos revolucionarios en el Congreso de París de 1889 intentaron asignarle. Se presenta con la tarea de facilitar la formación de una Tercera Internacional Revolucionaria y de servir a la causa de la movilización de las fuerzas proletarias para la revolución socialista mundial.
Pero para ayudar a llevar a cabo este gran papel, las lecciones del pasado y las demandas de la época actual les dictan con fuerza a los socialistas de todos los países:
1.un cambio radical en su política;
2.planteando consignas apropiadas para el Primero de Mayo.
En primer lugar, es necesario dar los siguientes pasos:
1.concentrar los esfuerzos en la formación de la Tercera Internacional Revolucionaria;
2.subordinar los intereses de cada país a los intereses generales del movimiento proletario internacional y subordinar la actividad parlamentaria a los intereses de la lucha de las masas proletarias.
Los principales lemas del primer día de mayo en la época actual deberían de ser:
1.La Tercera Internacional.
2.La dictadura del proletariado.
3.La República Soviética Mundial.
4.La Revolución Socialista.
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NOTAS
[13] Tomado de La guerra y la Internacional, Marxists Internet Archive – Escritos León Trotsky. Hemos seguido la titulación del prefacio que le da la sección en francés del MIA pues nos parece más adecuada. Por otra parte la versión castellana del MIA es la de Ediciones Éxito, Madrid, 1919, que titulaba la obra El bolchevismo ante la guerra y la paz del mundo y, en consonancia, titulaban el prefacio “Introducción al estudio del bolchevismo".
[14] Tomado de Primero de Mayo (1890-1915), Edicions Internacionals Sedov – Trotsky inédito en internet y en castellano.
[15] Tomado de Marxists Internet Archive – Escritos de León Trotsky.
[16] Tomado de En lucha por la III Internacional, Edicions Internacionals Sedov – Trotsky inédito en internet y en castellano.
[17] Tomado de Primero de mayo, Edicions Internacionals Sedov – Trotsky inédito en internet y en castellano.
[18] Tomado de Divergencia fundamental, Edicions Internacionals Sedov – Trotsky inédito en internet y en castellano.
[19] Tomado de Cuestiones de táctica internacional, Edicions Internacionals Sedov – Trotsky inédito en internet y en castellano.
[20] F. Engels, “Contribución al problema de la vivienda", Prefacio a la segunda edición, 1887, en Obras Escogidas, 2 volúmenes, Volumen 2, Editorial Ayuso, Madrid, 1975, páginas 538-539.
[21] L. Trotsky, “Resultados y perspectivas", en 1905. Resultados y perspectivas, Tomo 2, Ruedo Ibérico, París, 1971, página 217.
[22] Tomado de El Primero de Mayo y la Internacional, Edicions Internacionals Sedov – Trotsky inédito en internet y en castellano.