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Escrito: ca. 1917
Fuente: Leon Trotsky Internet Archive; tomado de Communist International, English Edition, No 5
New Series, donde aparecio sin fecha y con el título: "Pacifism As the
Servant of Imperialism"
Traducción del inglés y digitalización: Federico Poore
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003
Jamás hubo tantos pacifistas en el mundo como ahora, cuando en todos los países los hombres se matan entre ellos. Cada época histórica tiene no sólo su propia técnica y su propia forma política, sino también una hipocresía propia de sí misma. Alguna vez las personas se destruyeron entre ellas en nombre de la enseñanza Cristiana de amar a la humanidad. Ahora sólo gobiernos atrasados apelan a Cristo. Naciones progresivas se cortan las gargantas unas a otras en nombre del pacifismo. Wilson arrastra a los Estados Unidos a la guerra en nombre de la Liga de las Naciones, y la paz perpetua. Kerensky y Tseretelli llaman a la ofensiva en aras de una paz temprana.
A nuestra época le falta la sátira indignada de un Juvenal. De cualquier manera, hasta las más potencialmente satíricas armas están en peligro de ser mostradas impotentes e ilusas en comparación con la infamia triunfante y la estupidez servil; dos elementos desinhibidos por la guerra.
El pacifismo pertenece al mismo linaje histórico que la democracia. Los burgueses hicieron un gran intento histórico de ordenar todas las relaciones humanas de acuerdo con la razón, para suplantar las tradiciones ciegas y tontas por las instituciones del pensamiento crítico. Los gremios con su restricción de la producción, las instituciones políticas con sus privilegios, absolutismo monárquico - todos ellos fueron reliquias de la Edad Media. La democracia burguesa demandó igualdad legal para la libre competencia, y el parlamentarismo como la manera de gobernar los asuntos públicos. Buscó también regular las relaciones internacionales de la misma manera. Pero aquí se volvió en contra de la guerra, es decir en contra de un método de resolver todos los problemas, lo cual es una negación total de "la razón". Entonces empezó a aconsejar a la gente en poesía, en filosofía, en ética, y en los negocios, que es mucho más útil para ellos el introducir la paz perpetua. Estos son los argumentos lógicos para el pacifismo.
El fracaso heredado del pacifismo, sin embargo, fue el demonio fundamental que caracteriza a la democracia burguesa. Su crítica sólo toca la superficie del fenómeno social, no tiene el coraje para profundizarse en los hechos económicos subyacentes. El realismo capitalista, no obstante, maneja la idea de la paz perpetua basada en la armonía de la razón, quizás más despiadadamente que la idea de libertad, igualdad y fraternidad.
El capitalismo, que desarrolló una técnica sobre una base racional, falló en regular racionalmente las condiciones. Preparó armas para la exterminación mutua que no se le hubiesen ocurrido ni en sueños a los "bárbaros" de los tiempos medievales.
La rápida intensificación de las condiciones internacionales y el crecimiento incesante del militarismo, destrozaron el piso debajo de los pies del pacifismo. Pero, al mismo tiempo, estas mismas fuerzas le daban una nueva vida al pacifismo delante de nuestros propios ojos, tan distinta como la anterior como un atardecer sangrientamente rojizo lo es de un amanecer rosado.
Los diez años que precedieron a la guerra fueron el período de lo que se dio en llamar "la paz armada". Todo este tiempo no fue sino una guerra ininterrumpida, empeñada en tierras coloniales.
Esta guerra fue peleada en los territorios de gente débil y atrasada; llevó a la participación de África, Polinesia y Asia, y pavimentó el camino de la presente guerra. Pero, al no haber habido una guerra europea desde 1871 (aunque hubo un número sustancial de conflictos pequeños pero agudos), la opinión pública entre los pequeños burgueses fue sistemáticamente incentivada para considerar una armada incesantemente creciente como una garantía de paz, la cual gradualmente daría sus frutos en una nueva organización de ley internacional popular. En cuanto a los gobiernos capitalistas y las grandes empresas, no vieron naturalmente nada que objetarle a esta interpretación "pacifista" del militarismo. Mientras tanto los conflictos mundiales se preparaban y la catástrofe mundial estaba a un paso.
Teórica y políticamente, el pacifismo tiene la misma base que la doctrina de armonía social entre diferentes intereses de clase.
La oposición entre estados nacionales capitalistas tiene la misma base económica que la lucha de clases. Si estamos listos para asumir la posibilidad de una contracción gradual de la lucha de clases, entonces debemos asumir la contracción gradual y la regulación de los conflictos nacionalistas.
Los guardianes de la ideología democrática, con todas sus ilusiones y tradiciones, fueron los pequeños burgueses. Durante la segunda mitad del siglo XIX, se había transformado completamente hacia adentro, pero no había desparecido aún de la escena. En el mismo momento que el desarrollo de la técnica capitalista estaba permanentemente socavando el rol económico que la pequeña burguesía, la franquicia universal y el servicio militar obligatorio le estaban dando, gracias a su fuerza numérica, la apariencia de un factor político. Donde los pequeños capitalistas no habían sido extinguidos por las grandes compañías, habían sido subyugados completamente por le sistema de créditos. Sólo le restaba a los representantes de las grandes empresas el subyugar a los pequeños burgueses también en la arena política, tomando todas las teorías y prejuicios y otorgarles a ellos un valor ficticio. Esta es la explicación del fenómeno que habríamos de observar en los últimos diez años previos a la guerra, cuando el imperialismo reaccionario crecía a un nivel terrible, y mientras que al mismo tiempo el florecimiento ilusorio de la democracia burguesa, con todo su reformismo y pacifismo, tomaba lugar. Las grandes empresas subyugaron a los pequeños burgueses a sus fines imperialistas por medio de sus propios prejuicios.
Francia fue el ejemplo clásico de este doble proceso. Francia es un país de capital financiero, sostenido en la base de una pequeña burguesía numerosa y generalmente conservadora. Gracias a préstamos extranjeros a las colonias, y a la alianza con Rusia e Inglaterra, el estrato superior de la población fue arrastrado hacia todos los intereses y todos los conflictos del capitalismo mundial. Mientras tanto, el pequeño burgués francés se mantuvo provinciano hasta la médula. Él tiene un miedo instintivo a la geografía, y toda su vida le ha tenido un gran terror a la guerra, principalmente porque tiene un sólo hijo a quien le dejará su negocio y moblaje.
El pequeño burgués manda a un burgués radical a representarlo en el parlamento, ya que este caballero le promete que preservará la paz por él por medio de la Liga de las Naciones por un lado y de los cosacos rusos -quienes le cortarán la cabeza al Kaiser por él- por el otro. El diputado radical llega a París, directamente de su círculo de abogados provincianos, no solamente lleno del deseo de paz, pero también únicamente con una noción mínima de dónde se encuentra el Golfo Pérsico, y sin ninguna idea clara de por qué o para quién el Ferrocarril de Bagdad es necesario. Estos diputados "pacifistas radicales" eligen a un Ministro Radical, que inmediatamente se encuentra tapado hasta el cuello en los engranajes de todas las obligaciones diplomáticas y militares previas llevadas a cabo por todos los variados intereses financieros de la Bolsa Francesa en Rusia, África y Asia. El ministerio y el parlamento nunca cesaron de entonar su fraseología pacifista, pero al mismo tiempo ejecutaban una política exterior que finalmente llevó a Francia a la guerra.
El pacifismo inglés y el norteamericano, a pesar de toda la variedad de condiciones sociales y de ideología (a pesar, además, de la ausencia de cualquier ideología como en Estados Unidos) llevaron a cabo esencialmente el mismo trabajo: otorgaron una salida para el miedo de los ciudadanos pequeñoburgueses a eventos que sacudan el mundo, los cuales después de todo sólo pueden privarlos de los restos de su independencia; se calman al dormir su vigilia gracias a nociones inútiles de desarmamiento, ley internacional, y tribunales de mediación. Luego, en un momento dado, le entregan cuerpo y alma al imperialismo capitalista, el cual ya ha movilizado todos los medios necesarios para su fin, es decir, conocimiento técnico, arte, religión, pacifismo burgués y "socialismo patriótico".
"Estábamos en contra de la guerra, nuestros diputados, nuestros ministros, estábamos todos en contra de la guerra" claman los pequeñoburgueses franceses: "Por ende, resulta que la guerra fue forzada contra nuestra voluntad, y para cumplir nuestros ideales pacifistas debemos seguir la guerra hasta un final victorioso". Y el representante del pacifismo francés, el Barón d'Estournel de Constant, consagra su filosofía pacifista con un solemne "jusqu'au bout!" - "¡guerra hasta el final!"
Lo que más requería la Bolsa de Valores inglesa para la conducción exitosa de la guerra, eran pacifistas como el liberal Asquito, y el demagogo radical Lloyd George. "Si estos hombres están ejecutando la guerra", dijo el pueblo inglés, "entonces tenemos a la razón de nuestro lado."
Y así fue como el pacifismo tuvo su parte asignada en el mecanismo de la guerra, así como lo tuvo el gas venenoso y la pila incesantemente creciente de préstamos de guerra.
En los Estados Unidos el pacifismo de la pequeña burguesía se mostró a su misma en su rol verdadero, como servidor del imperialismo, de una manera aún menos disfrazada. Allí, como en todos lados, fueron los bancos y los trusts los que realmente manejaron la política. Aún antes de la guerra, y debido al desarrollo extraordinario de la industria y de las exportaciones, los Estados Unidos se fueron moviendo sostenidamente en dirección a los intereses mundiales y los del imperialismo.
Pero la guerra europea condujo a este desarrollo imperialista a un ritmo afiebrado. En el mismo momento en el que muchos devotos (hasta Kautsky) esperaban que los horrores de la carnicería en Europa llenaran a los burgueses americanos de horror del militarismo, la verdadera influencia de los eventos en Europa procedía a líneas no psicológicas, sino materialistas, y llevaba a resultados completamente opuestos. Las exportaciones de los Estados Unidos, que en 1913 habían totalizado 2.466 millones de dólares, se incrementaron en 1916 a la increíble altura de 5.481 billones de dólares. Naturalmente la mayor parte de este comercio exterior fue repartido a la industria de municiones. Luego llegó la repentina amenaza de una cesación de las exportaciones a los países de la Entente, cuando la irrestricta guerra submarina comenzó. En 1915 la Entente había importado bienes norteamericanos por hasta treinta y cinco billones, mientras que Alemania y Austria-Hungría habían importado meramente unos quince millones. Por ende, no sólo se observó una disminución de las enormes ganancias, sino que toda la industria norteamericana, la cual tenía su base en la industria bélica, ahora estaba amenazada por una crisis severa. Son estas cifras las que tenemos que mirar para obtener la clave de la división de las "simpatías" en Norteamérica. Y fue así que los capitalistas apelaron al Estado: "Fue usted el que comenzó este desarrollo de la industria bélica bajo la bandera del pacifismo, ahora está en usted encontrarnos un nuevo mercado". Si el Estado no estaba en posición de prometer la "libertad de mares" (en otras palabras, libertad para exprimirle capital a la sangre humana) entonces debía abrir un nuevo mercado para las industrias bélicas amenazadas -en la propia Norteamérica. Y así, los requerimientos de la masacre Europea produjeron una repentina y catastrófica militarización de los Estados Unidos.
Este negocio iba a levantar seguramente la oposición de las grandes masas del pueblo. Conquistar este descontento indefinido y transformarlo en cooperación patriótica era la tarea más importante de las políticas domésticas de los Estados Unidos. Y fue por una extraña ironía del destino que el pacifismo oficial de Wilson, así como el "pacifismo de oposición" de Bryan, brindó las armas más poderosas para llevar a cabo esta tarea, es decir, la domesticación de las masas a través de métodos belicistas.
Bryan se apuró a dar una fuerte expresividad al disgusto natural de los granjeros, y de todos los pequeños burgueses hacia el imperialismo, el militarismo y la suba de impuestos. Pero al mismo momento en el que mandaba cargamentos de peticiones y delegaciones a sus colegas pacifistas, quienes ocupaban los lugares más altos en el gobierno, Bryan también utilizaba cada esfuerzo para romper con el liderazgo revolucionario de su movimiento.
"Si se llega a la guerra", así Bryan telegrafió a un encuentro anti-guerra que tuvo lugar en Chicago en febrero, "entonces, por supuesto, apoyaremos al gobierno, pero hasta ese momento es nuestro deber más sagrado el hacer todo lo que esté en nuestro poder para salvar a la gente de los horrores de la guerra." En estas pocas palabras tenemos todo el programa del pacifismo pequeñoburgués. "Todo lo que esté en nuestro poder para evitar la guerra", significa proveer una salida para la oposición de las masas en la forma de manifiestos inofensivos, en los cuales el gobierno garantiza que si la guerra llega, la oposición pacifista no pondrá ningún obstáculo en su camino.
Eso mismo, de hecho, fue todo lo que requería el pacifismo oficial personificado por Wilson, quien ya le había dado montones de pruebas a los capitalistas que estaban haciendo la guerra, de su "prontitud para pelear". Y aún el mismo Mr. Bryan encontró suficiente el haber hecho su declaración, después de la cual se alegró de poner a un lado su ruidosa oposición a la guerra; simplemente por una razón - la de declararla.
Como Mr. Wilson, Mr. Bryan se movió rápido al otro lado del gobierno. Y no sólo los pequeñoburgueses, sino también las grandes masas, se dijeron a sí mismas: "Si nuestro gobierno, liderado por un pacifista con tanta reputación mundial como Wilson, puede declarar la guerra, y el mismo Bryan puede apoyar al gobierno en el tema de la guerra, entonces seguramente esta debe ser una guerra justa y necesaria". Esto explica por qué el piadoso estilo de pacifismo a lo Quake, entregado por los demagogos que lideraban el gobierno, fue tan altamente valuado por la Bolsa de Valores y los líderes de la industria bélica.
Nuestro propio pacifismo menchevique, social-revolucionario, a pesar de la diferencia en condiciones externas, jugó a su manera el mismo rol. La resolución sobre la guerra, la cual fue adoptada por la mayoría del Congreso de los Soviet, está formada no sólo en los prejuicios comunes acerca de la guerra, sino también en las características de una guerra imperialista. El congreso declaró que la "primer y más importante tarea de la democracia revolucionaria" era la pronta finalización de la guerra. Pero todas estas suposiciones sólo tenían un único fin: siempre que los esfuerzos internacionales de la democracia fracasen en terminar la guerra, la democracia revolucionaria rusa debe demandarle al Ejército Rojo con todas sus fuerzas que se preparen para pelear -a la defensiva o a la ofensiva.
Esta revisión de los antiguos tratados internacionales hacen que el Congreso Ruso dependa de entendimientos voluntarios con la diplomacia de la Entente, y no está en la naturaleza de estos diplomáticos el liquidar el carácter imperialista de la guerra, aún si pudieran. Los "esfuerzos internacionales de la democracia" dejan al congreso y sus líderes dependiendo de la voluntad de los patriotas social-demócratas, quienes están atados a sus gobiernos imperialistas. Y esta misma mayoría del congreso, habiéndose llevado a sí misma a un callejón sin salida primero que todo con este negocio de la "manera más rápida de terminar la guerra", ahora aterrizó en su lugar, donde las políticas prácticas son las que incumben, en una conclusión definitiva: la ofensiva. Un "pacifismo" que consolida a los pequeñoburgueses y nos lleva al apoyo de la ofensiva será natural y cálidamente bienvenido, no sólo por los rusos sino también por el imperialismo de la Entente.
Miliukov, por ejemplo, dice: "En el nombre de nuestra lealtad a los aliados y a nuestros antiguos tratados (imperialistas), la ofensiva debe ser inevitablemente llevada a cabo".
Kerensky y Tseretelli dicen: "A pesar de que nuestros viejos acuerdos aún no han sido revisados, la ofensiva es inevitable".
Los argumentos varían, pero la política es la misma. Y no podría ser de otra manera, ya que Kerensky y Tseretelli están intrínsecamente asociados en el gobierno con el partido de Miliukov.
El pacifismo patriótico, social-democrático de Dan, así como el pacifismo quakeriano de Bryan están, a la hora de los hechos, igualmente al servicio de los imperialistas.
Es por este motivo que la tarea más importante de la diplomacia rusa no consiste en persuadir a la diplomacia de la Entente de que revise o actualice esto o lo otro, o de abolir algo más, sino en convencerlos de que la Revolución rusa es absolutamente confiable, y puede ser confiable con toda seguridad.
El embajador ruso, Bachmatiev, en su discurso al Congreso de los Estados Unidos el 10 de junio, también caracterizó la actividad del gobierno provisional desde este punto de vista:
"Todos estos eventos", dijo, "nos muestran que el poder y la importancia del Gobierno Provisional crecen cada día, y mientras más crece más capaz será el gobierno de lanzar todos los elementos desintegrantes, vengan de la reacción o de la extrema izquierda. El Gobierno Provisional acaba de decir que tomará todos los instrumentos necesarios para tal fin, así tenga que recurrir a la fuerza, aunque no cesa de esforzarse por conseguir una solución pacífica a estos problemas."
Uno no necesita dudar por un solo momento que el "honor nacional" de nuestros patriotas social-demócratas se mantuvieron imperturbables mientras que el embajador de la "democracia revolucionaria" ansiosamente le probaba a la plutocracia norteamericana que el gobierno ruso estaba listo para derramar la sangre del proletariado ruso en el nombre de la ley y el orden -siendo el elemento más importante de la ley y el orden su apoyo leal al capitalismo de la Entente.
Y en el mismo momento en el que Herr Bachmatief estaba parado sombrero en mano, humildemente dirigiéndose a las hienas de la Bolsa de Valores norteamericana, los señores Tseretelli y Kerensky estaban arreglando la "democracia revolucionaria" provocándose, asegurándose que era imposible combatir la "anarquía de la izquierda" sin usar la fuerza, y amenazaban con desarmar a los trabajadores de Petrogrado y el regimiento que los apoyaba. Ahora vemos que estas amenazas fueron enviadas al debido momento: eran la mejor garantía posible para el préstamo estadounidense a Rusia.
"Ahora ven", Herr Bachmatiev le podría haber dicho a Mr. Wilson, "nuestro pacifismo revolucionario no difiere en nada del pacifismo de su Bolsa de Valores. Y si ellos pueden creerle a Mr. Bryan, por qué no habrían de creer a Herr Tseretelli?"