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Escrito: 1910
Primera Edición: Proletary nº 38 - 1 de noviembre de 1910
Digitalización: Germinal
Fuente: Archivo francés del MIA
Esta Edición: Marxists Internet Archive 2000
Utilizando el pretexto de una huelga en los ferrocarriles, el príncipe Fernando de Bulgaria se ha apoderado de la línea de Rumelia oriental, propiedad hasta ahora de los capitalistas austríacos. Para defender sus intereses, el gobierno de Viena ha hecho pública inmediatamente una protesta moderada. Una protesta aparentemente tan bien redactada que incluso el Arbeiter Zeitung de Viena se ha sentido obligado a expresar su indignación contra los "calumniadores" ingleses y franceses, que pretendían ver tras la actuación del príncipe la habilidad de un director de escena austríaco. Y sin embargo los calumniadores tenían razón. Tanto la apropiación del ferrocarril austro-turco como la protesta de Austria conformaban los elementos de una conspiración entre los gobiernos austríaco y búlgaro. Este hecho se puso de manifiesto en dos o tres días. El 5 de octubre de 1908 Bulgaria proclamaba su independencia y dos días más tarde Austria-Hungría anunciaba la anexión de Bosnia y de Herzegovina. Estas dos acciones constituyen sendas violaciones del Tratado de Berlín aunque en nada hayan modificado el mapa político de Europa.
Los Estados que hoy en día forman la península balcánica fueron fabricados por la diplomacia europea en la Conferencia de Berlín de 1879. En ella se tomaron todas las medidas para transformar la diversidad nacional de los Balcanes en una maraña de pequeños Estados. Ninguno de ellos podría extenderse más allá de un cierto límite. Cada uno de ellos constreñido entre sus propios lazos diplomáticos y dinásticos opuestos a todos los demás. Y para acabar, todos impotentes frente a las constantes maquinaciones e intrigas de las grandes potencias europeas.
Territorios poblados por Búlgaros fueron separados de Turquía por esta conferencia y transformados en principado vasallo. Sin embargo Rumelia oriental, cuya población era casi totalmente búlgara, siguió unida a Turquía. La revuelta que agitó estos territorios en 1885 modificó el reparto efectuado por los diplomáticos de la Conferencia de Berlín y, contra la voluntad del zar Alejandro II, Rumelia oriental se separó "de facto" de Turquía y se convirtió en Bulgaria meridional. La dependencia con respecto a Turquía del principado "vasallo" de Bulgaria no tuvo ninguna expresión práctica. El pueblo búlgaro ganó tan poco con la desaparición de esta dependencia como perdió el pueblo turco. Pero el agente austríaco, el príncipe Fernando de Coburgo, alcanzó la cima de su carrera dejando de ser un príncipe vasallo para convertirse en monarca soberano.
La anexión por Austria de las dos antiguas provincias turcas y de Herzegovina no modificó realmente las fronteras de ambos Estados. Las exclamaciones histéricas de la prensa patriótica eslavófila rusa denunciando la violencia austríaca contra los eslavos no puede alterar el hecho de que esas provincias fueron entregadas a la monarquía de los Habsburgo hace más de treinta años por la misma Rusia. Fue el pago que recibió Austria, como resultado del acuerdo secreto de 1876 con el gobierno de Alejandro II, en recompensa de su neutralidad durante la guerra ruso-turca de 1877. La Conferencia de Berlín de 1879 no hizo más que confirmar el derecho de Austria a la ocupación de estas provincias por un período indefinido. Y el gobierno zarista por su parte recibió -a cambio de las dos provincias eslavas arrebatadas por Austria a Turquía- la Besarabia moldava expoliada a Rumanía. En la jerga de bandidos de la diplomacia, a este tipo de arreglos a costa de un tercero se le denomina compensación.
De todas formas podemos consolarnos con la idea de que si Krushevan, Purishkevich, Krupensky y otras conocidas personalidades originarias de Besarabia no son verdaderamente rusos en el sentido etnográfico del término, forman a pesar de todo un "equivalente de carácter eslavo" porque las recibimos en compensación de los serbios y croatas de Bosnia.
La política de Austria en los Balcanes combina de manera natural el pillaje capitalista, la estupidez burocrática y la intriga dinástica. El gendarme, el financiero, el misionero católico y el agente provocador se dividen el trabajo. Y su obra común es lo que recibe el nombre de tarea cultural.
Durante sus treinta años de dominación en Bosnia Herzegovina, Austria, a pesar de haber minado fundamentalmente el carácter bárbaro de la economía natural que allí dominaba, no se mostró dispuesta a emprender la abolición de las formas feudales que lastraban las relaciones en el campo. Aún hoy día el campesino bosnio entrega una tercera parte de su cosecha al señor (el bey). En el mismo período el porcentaje de analfabetismo ha descendido del 95 % al 84 %, pero ha aumentado el número de emigrantes. Cuando la revolución estalló en Turquía, provocando una gran fermentación política entre los bosnios, el gobierno del emperador Francisco José ordenó por una parte a Nastic, su agente provocador, organizar el ruidoso asunto de los separatistas serbios y por otra coronó sus treinta años de labor civilizadora extendiendo la soberanía del emperador de Austria y rey apostólico de Hungría a las provincias de Bosnia y Herzegovina. Prometió conceder a sus habitantes un "auto-gobierno" basado en una asamblea provincial (Landtag) elegida por sufragio censitario. Los registros y arrestos multiplicados debían preparar a los bosnios para recibir sus privilegios constitucionales.
Aunque la conspiración de los Habsburgo y los Coburgo no modificó las relaciones existentes "de facto", sí que violaba empero las normas sagradas de la ley internacional. El tratado de Berlín constituye la base formal del equilibrio europeo en su conjunto. Dejando de lado las obligaciones "morales", este equilibrio está aparentemente preservado por los ejércitos, las fortalezas y los navíos de guerra y es objeto de la constante atención de los diplomáticos. No obstante, ello no ha impedido a un participante en el Congreso de Berlín, Austria, el violar ese tratado cuando se le presentó una ocasión favorable. La miserable incapacidad del "Concierto de las naciones europeas" para garantizar un tratado que debían proteger, es un rotundo desmentido para la ilusión de realizar "la paz de Dios" por medio del arbitraje entre los Estados capitalistas (¡Jaurès!). Los tribunales de arbitraje, los Congresos, las Conferencias y sus resoluciones, no tienen más poder coercitivo que los tratados internacionales.
La proclamación de la independencia de Bulgaria y la anexión de Bosnia son consecuencias inmediatas de la revolución turca. No porque haya debilitado a Turquía, sino porque la ha fortalecido. La pre-condición histórica del tratado de Berlín era la desintegración de la vieja Turquía, un proceso que Europa ha acelerado manteniéndolo empero dentro de ciertos límites. La revolución aún no ha hecho revivir al país pero ha creado las condiciones para su renacimiento. Bulgaria y Austria se vieron amenazadas por el peligro real o aparente de que Turquía quisiera y fuera capaz de transformar la ficción en realidad. Eso explica la premura, marcada por el pánico, con la que Fernando se apoderó de la corona mientras Francisco José ampliaba los dominios sometidos a la suya. El monarca austríaco demostró claramente su temor a una Turquía en alza: aunque se anexionó Bosnia, retiró "voluntariamente" su guarnición del distrito de Novibazar. Esta decisión de tan gran importancia fue deliberadamente camuflada por ambas partes: por los pro-austriacos para disimular la cobarde retirada de la monarquía de los Habsburgo y por los paneslavistas para no debilitar la impresión que produjo el "crimen" de la anexión de Bosnia.
Una simple mirada al mapa de los Balcanes basta para evidenciar la importancia de la región de Novibazar -una estrecha franja de terreno que pertenece a Turquía pero de población serbia y ocupada por las tropas austriacas a resultas del tratado de Berlín. Por una parte es como una cuña entre las dos partes de "la antigua Serbia", es decir, la Serbia propiamente dicha y Montenegro, por otra constituye un puente entre Austria y Macedonia. Una línea de ferrocarril que la atravesara (para la que Austria había obtenido una concesión en los últimos días de existencia del antiguo régimen turco) uniría la línea austro-bosnia a la línea turco-macedonia. La importancia económica directa de Novibazar era insignificante y los imperialistas austriacos no lo ocultaron. En cambio abría un camino estratégico que hubiera propiciado el incremento de la influencia austriaca en los Balcanes, un proyecto que se inscribía en la perspectiva de un inminente desmembramiento de Turquía. Cuando estas esperanzas se esfumaron Austria se apresuró a retirar la mano que mezquina y ávidamente había tendido hacia esa caldera hirviente que es Macedonia.
Y de esta forma Turquía no perdió nada, por el contrario recuperó una provincia cuyo futuro era cuanto menos dudoso. Si reaccionó con una protesta tan vigorosa fue porque tras la larga serie de discursos de bienvenida para con el nuevo régimen reconocía de nuevo y sin máscaras las ávidas mandíbulas del imperialismo europeo. ¿Acaso la ascensión al trono de Fernando no constituía un primer paso previo a la tentativa de apoderarse de Macedonia? ¿La evacuación del sanjacato de Novibazar no era una invitación para que Serbia y Montenegro se apoderasen de esta provincia convirtiéndose -entrando en guerra con Turquía- en un baluarte de la retaguardia austriaca? ¿Acaso no estaba Rusia detrás de Bulgaria y Alemania detrás de Austria? ¿Y no es fácilmente comprensible que los capitalistas y círculos dirigentes de Alemania contemplaran sin demasiadas simpatías el resurgimiento turco?
Durante los años que precedieron a la revolución el capital alemán conoció triunfo tras triunfo en Turquía. Abdul Hamid le había otorgado la concesión para terminar el ferrocarril de Anatolia, una región en la que parecen haber ricos yacimientos petrolíferos. Líneas marítimas, sucursales bancarias, el monopolio del suministro de armamento, concesiones ferroviarias, toda suerte de encargos sumados a una riqueza natural en expansión y una fuerza de trabajo barata prometían luminosas perspectivas al capitalismo alemán. La revolución socavó la influencia de los Hohenzollern en Constantinopla, sentó las bases para el desarrollo de una industria "nacional" turca y cuestionó las concesiones alemanas, obtenidas por medio de la corrupción e intriga capitalistas. El gobierno de Berlín decidió retirarse temporalmente manteniéndose a la expectativa. El afianzamiento en el poder de los "jóvenes turcos" hizo aún más necesaria la búsqueda de una vía de aproximación a ellos. Lo que no impide sin embargo que la Alemania capitalista esté dispuesta a felicitarse sinceramente por la caída de la Turquía constitucional con tanto ardor como ha mostrado hasta ahora para saludar hipócritamente su victoria.
Gran Bretaña, por su parte, manifiesta sentimientos amistosos hacia el nuevo régimen en la misma proporción en que éste ha debilitado la posición de Alemania en los Balcanes. En el contexto de la lucha permanente entre las dos mayores potencias de Europa, los "jóvenes turcos" han buscado de manera natural apoyo y "amigos" a orillas del Támesis. Pero el punto delicado de las relaciones anglo-turcas es Egipto. Evidentemente hay que descartar una evacuación voluntaria de ese país por Inglaterra: le importa demasiado el control del canal de Suez para aceptarla. ¿Apoyaría Inglaterra a Turquía en caso de conflicto militar? ¿O la apuñalaría por la espalda anexionándose pura y simplemente Egipto? Ambas alternativas son posibles, dependerá de las circunstancias. En todo caso no será el afecto sentimental por la Turquía liberal lo que guíe los actos del gobierno británico sino los fríos y cínicos cálculos imperialistas.
Como ya hemos dicho, Turquía tiene todas las razones para temer que el cuestionamiento de sus derechos ficticios por Bulgaria y Austria se vea acompañado de atentados a sus propios intereses. Sin embargo no se ha arriesgado a sacar la espada contentándose con apelar a las potencias del Congreso de Berlín. No cabe duda de que una guerra popular declarada a iniciativa de los "jóvenes turcos" haría que su poder fuera indestructible ya que está ligado al papel del ejército. Pero eso a condición de que la guerra fuera victoriosa.
Y precisamente no se podía esperar la victoria. El viejo régimen había legado al nuevo un ejército completamente desorganizado: una artillería sin cañones, una caballería sin caballos, una infantería sin fusiles modernos en cantidad suficiente y una armada menos apta para la guerra que la rusa. Aunque Gran Bretaña le otorgara un importante préstamo no se podía entrar en guerra con Austria en esas condiciones. Quedaba el problema de una eventual guerra con Bulgaria. En este último caso Turquía podía esperar salir victoriosa oponiendo la cantidad a la calidad. ¿Pero qué hubiera resultado de tal victoria? El restablecimiento del estatuto formal de "vasallo" de Bulgaria. Tal objetivo no merece una guerra. ¿La recuperación de la Rumelia oriental? Eso no reforzaría a Turquía sino a las tendencias centrífugas, ya de por sí importantes, que el nuevo régimen intentaba superar. Los elementos reaccionarios, que en ningún caso tienen nada que perder, han desencadenado una viva agitación en favor de la guerra y, si se puede juzgar por los despachos que llegan de Constantinopla, han conseguido debilitar la influencia del gobierno y del comité de los "jóvenes turcos". Este, por una parte, ha intentado canalizar la indignación popular hacia un boicot de las mercancías austriacas y, por otra, ha concentrado los regimientos más seguros en Constantinopla dispersando por otras partes los más dudosos. El control del ejército sigue siendo como antes la principal fuerza de los "jóvenes turcos".
Pero el carácter limitado de esta base social es precisamente el principal motivo de peligro para el nuevo orden. El programa electoral del partido en el poder se limita exclusivamente a cuestiones políticas y culturales. La actividad del gobierno se desarrolla en este terreno. Su primera incursión en el ámbito social fue dictar medidas draconianas contra las huelgas. Los dirigentes de los "jóvenes turcos" niegan categóricamente la existencia de una cuestión obrera en Turquía y ven en ello su superioridad respecto a Rusia. La industria turca, cuya expansión fue sistemática y deliberadamente frenada por el antiguo régimen, se encuentra aún en estado embrionario. El proletariado de Constantinopla está formado por los trabajadores de los tranvías, de las fábricas de tabaco, por los estibadores y los impresores. Pero su debilidad le impide por el momento ejercer una presión seria sobre el partido gobernante.
Incomparablemente más grande puede ser la influencia del campesinado sobre el desarrollo de los acontecimientos en Turquía. El campesinado, una quinta parte del cual carece de tierra, sometido a un régimen de semi-servidumbre, encerrado en las redes de la usura, reclama medidas agrarias fundamentales por parte del Estado. Sin embargo, sólo el partido armenio "Dashnaktsutiun" y el grupo búlgaro-macedonio que dirige Sandansky persiguen un programa agrario más o menos radical. Por lo que respecta a los "jóvenes turcos" estos ignoran la cuestión agraria del mismo modo que ignoran la cuestión obrera. Es altamente improbable que el campesinado turco sea capaz de expresar sus necesidades sociales en el marco de unas elecciones parlamentarias. Pero su voluntad podrá hacerse sentir de forma más eficaz por medio del ejército. Los lances de la revolución han debido desarrollar considerablemente no sólo la conciencia de los oficiales sino también la de los soldados. No es para nada improbable que igual que los intereses de la "nación" burguesa se han expresado en la oficialidad, las necesidades de los campesinos puedan manifestarse a través de la masa de soldados. En estas condiciones podría ser fatal para la Turquía parlamentaria que un partido que se apoya en la jerarquía militar ignore la cuestión agraria.
De todas formas, hoy Turquía necesita paz. Entablando negociaciones directas con Austria y Bulgaria ha demostrado su intención de reconocer los hechos consumados a condición de que ambos Estados asuman una parte de la deuda del Estado. Sin duda esta sería la mejor solución para una Turquía que en las actuales circunstancias no puede cancelar la gravosa deuda acumulada por el antiguo régimen. Cuando la discusión se centre alrededor de una suma de dinero es probable que las negociaciones lleguen a buen puerto.
Pero cuando escribo estas líneas las negociaciones se han roto. No está claro si temporal o definitivamente. Lo que de todas formas sí lo está es que la diplomacia británica y aún más la rusa, hacen todo lo que pueden para impedir un acuerdo bilateral entre Turquía y Austria. El objetivo que se han fijado es la convocatoria de un congreso internacional que revise el tratado de Berlín -y esto no se debe precisamente a un respeto platónico por las leyes internacionales.
Indiscutiblemente el enemigo más pérfido de la nueva Turquía es la Rusia zarista. El Japón hizo retroceder a Rusia en las orillas del Pacífico y ahora una Turquía fuerte amenaza con expulsarla de los Balcanes. Una Turquía consolidada sobre cimientos democráticos se convertiría en un centro de atracción para todo el Cáucaso y no sólo para los musulmanes. Unida a Persia por la religión, tal Turquía podría expulsar a Rusia de este país y convertirse en una seria amenaza para las posesiones rusas en Asia central.
San Petersburgo está dispuesto a golpear a Turquía de todas las maneras posibles. El semi-consentimiento a la anexión de Bosnia y Herzegovina que Izvolsky (ministro de Asuntos exteriores de Rusia) transmitió a Aehrenthal (ministro de Asuntos exteriores austriaco) se debía indudablemente al cálculo de las ventajas que Rusia podía esperar del desorden en los Balcanes. La resolución pacífica de los recientes conflictos produciría un acercamiento entre Bulgaria y Austria y reforzaría a Turquía. En otras palabras, significaría el fin de la influencia política de Rusia en los Balcanes.
Impedir un acuerdo bilateral entre las partes directamente interesadas, jugar con todas las apetencias y deseos de las potencias europeas, hacer que disputen entre ellas para hacerse con un trozo de la piel del oso: éste es el objetivo inmediato de la diplomacia rusa.
Ya he tenido ocasión de escribir en estas mismas páginas que, en su etapa actual, la diplomacia zarista carece por completo de una "idea" unificadora y puede ser definida como un oportunismo parasitario. Se nutre principalmente del conflicto entre Alemania e Inglaterra y es parasitaria incluso en relación con la política imperialista de los gobiernos capitalistas. Combina la alianza con Francia y la "amistad" hacia Alemania, los acuerdos secretos con Aehrenthal con los encuentros oficiales con Pichon (ministro francés).
Explotar cada fisura de la política internacional sin guardar su turno en ninguna: tal es la misión a la que se ve condenada la diplomacia rusa por su debilidad política. Pero para que esta táctica pueda apenas mostrar una posibilidad de éxito, sería necesaria una independencia económica aunque no fuera más que temporal frente a los gobiernos que guardan las mejores cartas.
Ahora bien, los acontecimientos de los Balcanes han estallado en pleno período de negociaciones de un empréstito ruso de quinientos millones. Las pre-condiciones económicas y políticas para la concesión de este nuevo crédito son extremadamente desfavorables. La cosecha anual está por debajo de la media y en varias provincias ha sido raquítica. En los primeros meses del año la balanza comercial se ha decantado netamente. Las exportaciones han sufrido un fuerte retroceso, incluso en comparación con los años de la guerra contra el Japón y de "desórdenes". No cabe duda de que el mercado bursátil europeo ha tenido en cuenta -a su manera- la agitación estudiantil que ha aprendido a estimar como un síntoma alarmante. Las negociaciones sobre el préstamo, que tienen lugar con la activa participación de los banqueros rusos, se prolongan indefinidamente.
La Bolsa de Moscú explica su profunda depresión por la completa ausencia de informaciones sobre la fecha, lugar y condiciones para la concesión del préstamo discutido. Rusia necesita liquidez para tener las manos libres en los Balcanes. Ese es el talón de Aquiles de la diplomacia zarista. Gran Bretaña, que coordina su política exterior con Francia, intenta utilizar a Rusia contra Alemania y Austria, pero no tiene razón alguna para reforzar al zarismo en los Balcanes a sus expensas.
Es pues poco probable que consienta en acordar un préstamo sustancial antes de la Conferencia o, de forma más general, antes que se hayan solucionado todos los problemas en el Norte. Sin embargo podría hacerlo si previamente hubiera sometido a la diplomacia zarista, asegurándose de que su influencia jugara en favor de Gran Bretaña.
Esto es lo que se oculta tras el humor involuntario pero oportuno de la prensa financiera británica cuando requiere a Rusia para que manifieste el mayor "desinterés" en los Balcanes. Izvolsky deambula a través de Europa de un gobierno a otro, aparentemente con la esperanza de ver aumentar su influencia de forma proporcional al volumen de sus gastos de viaje. Vaya donde vaya, el ministro ruso tiene que oír el coro patriótico de la prensa rusa donde se mezclan los ladridos de Novoye Vremya y las exclamaciones de codicia del "Rech" de Miliukov. "Austria ha crucificado vergonzosamente a los pueblos eslavos", gritan los Cadetes, los octubristas y la gente de Novoye Vremya, "por eso pedimos una compensación, la más pura y desinteresada de las compensaciones". La histeria de estos patriotas, que rivalizan por el volumen de sus gritos, ha llegado al límite durante las últimas semanas. Todo se mezcla en un amasijo repugnante de donde se escapan trozos de programas políticos, paneslavismo, retórica. "La compensación más desinteresada". ¿Cómo? ¿De qué naturaleza? Nadie puede responder. Y la impotencia y resignación no hacen más que aumentar su irritación.
Novoye Vremya se inventa diariamente nuevas combinaciones. Tras haber enseñado los dientes a los turcos, de repente les manifiestan simpatía. "De hecho, moscovitas y otomanos están más cerca entre sí que de cualesquiera otros". La misma febril inestabilidad caracteriza a la prensa "octubrista". En las últimas semanas ha expresado con una determinación constante su apoyo a un acercamiento anglo-ruso respecto al cual manifestaba hasta entonces una fría reserva. Saludando la creación de Cámaras de comercio anglo-rusas en San Petersburgo y Londres, el diario Golos Moskva situaba esta nueva combinación internacional bajo la protección de la "clase que más que ninguna otra podría favorecer el acercamiento entre los pueblos". Pero cuando la prensa británica publicó, por Izvolsky, un sermón sobre los peligros de la avaricia, el órgano semi-oficial del Octubrismo desató su ira contra Gran Bretaña que, una vez más, había demostrado su "perfidia habitual". Sin embargo aún peor fue la actitud de la prensa liberal que intentó cubrir su imperialismo pseudo-oposicional con una justificación de principio "paneslavista".
Durante las vacaciones, Miliukov visitó la península balcánica y llegó a la conclusión de que todo funcionaba de maravilla. Con su característica audacia, señala que ya está muy avanzado un acercamiento entre Serbia y Bulgaria y que pronto se verían sus frutos. Sin embargo pocas semanas más tarde el paneslavismo iba a pasar por una experiencia desagradable. ¿Qué sucedió? Que los búlgaros llegaron a un acuerdo con el "enemigo jurado de los eslavos", Austria, y le ayudaron a anexionarse sus provincias, pobladas de serbios.
Beneficiándose del apoyo constante de los Cadetes, Izvolsky -encarnando el pretendido "nuevo curso"- dio en secreto su consentimiento a la "crucifixión de los eslavos". A través de sus organizaciones nacionalistas, los polacos, los rutenos y los checos del imperio austriaco expresaron en las delegaciones austro-húngaras su plena solidaridad con la anexión efectuada por la monarquía habsburguesa. De manera que, sólo dos días después del Congreso "de todos los eslavos" que se celebró en Praga, la historia demostró una vez más que la solidaridad de todos los eslavos no es más que una afirmación hipócrita y que ni los intereses nacional-dinásticos, ni los intereses burgués-imperialistas se guían por un manual de etnografía.
Los Cadetes han perdido los últimos restos de cobertura ideológica y con ellos los últimos vestigios de vergüenza. "Rech" se queja en un tono exaltado de que el gobierno dificulta los mítines populares para protestar contra la anexión de Bosnia y en apoyo de Izvolsky. Arrebatado por un celo servil, el órgano semi-oficial de los Cadetes se pregunta angustiado si Izvolsky "no ha cedido demasiado ante los turcos" ("Rech", primero de octubre). Esta es la lógica de sumisión de la oposición. Empezaron protestando porque Austria se anexionó dos provincias arrebatándoselas a Turquía y terminaron llamando a ejercer presión... sobre Turquía.
¿Qué quiere decir ahora "ceder" demasiado? Hace dos años, estos señores acudieron a París para recabar el apoyo de los radicales franceses contra el zarismo. Y ahora requieren al gobierno zarista contra una Turquía que lucha por revivir. Las pérdidas que ha sufrido Turquía les ha proporcionado un pretexto para pedir una compensación a Rusia a expensas de Turquía.
Así prepara la prensa burguesa las condiciones de una Conferencia internacional en la que la diplomacia zarista debe aparecer, en palabras de "Novoye Vremya", como "el protector de los eslavos y defensor de los derechos conculcados.
La diplomacia rusa quiere asegurar a su marina la libertad para entrar en el Mediterráneo desde el Mar Negro, aguas en las que ha estado confinada durante más de medio siglo.
El Bósforo y los Dardanelos, el camino hacia el Mediterráneo, están vigilados por la artillería turca pues, en virtud del "mandato" europeo, Turquía es el guardián de los estrechos. Al igual que los navíos de guerra rusos no pueden abandonar el Mar Negro, los barcos de los otros Estados no pueden entrar en él. La diplomacia zarista quiere que se abra el cerrojo, pero sólo para su propia flota.
Gran Bretaña no puede aceptar esta pretensión de ninguna manera. La desmilitarización de los estrechos sólo le sería aceptable si pudiera enviar su propia flota al Mar de Mármara y al Negro. Pero en este caso Rusia, cuya fuerza naval es insignificante, saldría perdiendo. Turquía, por su parte, perdería en ambos casos. Su propia flota es irrisoria y el Estado que lograra desplazar sus naves ante los muros de Constantinopla se haría el amo.
"Novoye Vremya" se manifiesta contra Inglaterra porque ésta le rehúsa al gobierno zarista un derecho que, dada la debilidad de la flota del Mar Negro, tendría un "carácter puramente teórico" y, al mismo tiempo, insiste ante el gobernador del Sultán para que abra los estrechos a la flota rusa, prometiendo en contrapartida defender la autoridad de Turquía sobre ellos contra toda intrusión de las demás potencias. Aunque en nombre del Tratado de Berlín se manifieste contra un acuerdo bilateral entre Turquía y Austria, la misma Rusia querría violar el mandato europeo mediante un acuerdo bilateral con Turquía. Si Rusia lograse sus propósitos, ello no sólo pondría en peligro el desarrollo pacífico de Turquía sino la paz en toda Europa.
Mientras en Europa Izvolsky ata los nudos de la intriga diplomática, en Asia el coronel Lyakhov ocupa su lugar en la misma tarea general deshaciendo los enredos diplomáticos con la espada. Tras la resonancia de los acontecimientos en los Balcanes y los gritos patrióticos de la "prensa nacional", el zarismo se prepara una vez más para aplastar la Persia revolucionaria bajo la bota cosaca. Para ello cuenta no sólo con el consentimiento "moral" de Europa sino también con la complicidad activa de la "liberal" Inglaterra.
La victoria de Tabriz, la más importante ciudad de Persia, lograda contra el ejército del Shah, amenazaba con desorganizar completamente los planes de la diplomacia de Petersburgo y de Londres. Esta decisiva victoria de la revolución, que no sólo abría la perspectiva a un renacimiento económico y político de Persia sino a una larga guerra civil, causaba un daño inmediato a los intereses de los capitalistas rusos y británicos.
Disolviendo los Majíes (Parlamento) en nombre del orden, Lyakhov abrió las puertas a la anarquía en todo el país. Mientras traía metralletas y afilaba sus bayonetas para otras operaciones militares, "Novoye Vremya" pronunciaba la sentencia que condenaba a Persia: "No podemos olvidar -decía el diario- que toda la parte oriental de la Transcaucasia y Azerbayán forma una sola unidad étnica... Los comités armenios no sólo actúan en nuestro país sino también en Persia con el objetivo de unificar el movimiento revolucionario y provocar un desastre general... Los semi-intelectuales tártaros de Transcaucasia, olvidando que son súbditos rusos, manifiestan una cálida simpatía por los disturbios de Tabriz. Envían voluntarios: la comitiva de Sattor Khan está formada por jóvenes demagogos tártaros y armenios.
En vano el Anjoman de Tabriz (Consejo democráticamente elegido que se asemeja en muchos aspectos a los Soviets de la Revolución rusa de 1905) apeló a los "pueblos civilizados y humanos del mundo" pidiéndoles que recordaran las luchas que libraron "sus heroicos ancestros" por "los principios de la justicia y el derecho". En vano algunos emigrantes persas publicaron en el Times una enardecida carta pidiendo a Europa que deje tranquila a Persia y le permita arreglar sus propios asuntos. Todo fue en vano, la sentencia ya había sido dictada y Persia condenada. Comentando las recientes entrevistas entre Izvolsky y Grey, ministro de Asuntos exteriores de Gran Bretaña, el Foreign Office de Londres subrayaba claramente la entente entre los dos gobiernos, garantizando su "colaboración armoniosa" en la resolución de los problemas de Asia central.
El 24 de octubre seis batallones de infantería rusos, secundados por caballería y artillería, atravesaron la frontera persa para ocupar Tabriz, la revolucionaria. Las comunicaciones telefónicas con esta ciudad están cortadas desde hace tiempo, los "pueblos humanos de Europa" se han ahorrado la necesidad de ver día a día como la chusma zarista desenfrenada pone en práctica "la harmoniosa colaboración" de dos naciones "cristianas" entre las ruinas humeantes de Tabriz.
Por su enérgico movimiento a través de todo el país y en particular en el Cáucaso, el proletariado del Imperio ruso ha conducido a Persia hacia la vida política. Hoy en día, sin embargo, carece de fuerza para parar el puño sangriento que amenaza al pueblo persa. Todo lo que pueden hacer los obreros socialistas de Rusia es estigmatizar sin piedad no sólo la obra del carnicero zarista sino también la de los partidos burgueses que comparten la responsabilidad de este crimen.
¡Salid de Tabriz! Esta consigna debe resonar en cada fábrica, en cada reunión obrera para que se escuche en todo el país y en el mundo entero desde la tribuna de la Duma. ¡Fuera de los Balcanes!. El zarismo no tiene ningún derecho sobre Constantinopla. La flota del Mar Negro no tiene nada que hacer en el Mar de Mármara ni en el Mediterráneo. De cualquier manera como arreglen el problema de sus relaciones los pueblos de los Balcanes, lo harán mejor y más razonablemente sin la interferencia del zarismo con su cortejo de provocaciones sangrientas e intrigas depredadoras.
Que se eleve la voz del proletariado socialista de Rusia y que se haga oír a pesar de esta atmósfera cargada de veneno reaccionario difundido por la prensa burguesa, que exhala chauvinismo y vil servilismo.
"Proletary" nº 38 - 1 de noviembre de 1910