F. ENGELS

CARTA A UN CORRESPONSAL DESCONOCIDO



Primera edición: Este fragmento de una carta privada fue publicado con el consentimiento de Engels y del destinatario, pero sin mencionarse el nombre de este, en el Arbeiterzeitung, de Viena del 9 de mayo de 1890. .
Fuente  de la versión castellana de la presente carta: C. Marx & F. Engels, Correspondencia, Ediciones Política, La Habana, s.f.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2010.


 

19 de abril de 1890

EL antisemitismo es la característica de una civilización atrasada, y por ello se lo encuentra en Prusia y en Austria o en Rusia. Si se hiciera un intento del antisemitismo en Inglaterra o en Norteamérica, sería simplemente ridiculizado, y en París, Herr Drumont[1] después de todo solamente produce una ineficaz, pequeña y efímera sensación con sus escritos (que son incomparablemente superiores en inteligencia a los de los antisemitas alemanes). A esto se agrega que, ahora que se presenta como candidato al Consejo Municipal, ¡él mismo tendrá que declarar que está tanto contra el capital cristiano como contra el judío! y aun cuando mantuviese el punto de vista opuesto, la gente seguiría leyendo a Herr Drumont.

En Prusia es la pequeña nobleza, son los junkers —que con rentas de 10 000 marcos gastan 20 000, cayendo así en manos de los usureros— quienes fomentan el antisemitismo; y tanto en Prusia como en Austria el pequeño burgués, el artesano, el pequeño comerciante, que se hunden en la ruina debido a la competencia del capitalismo en gran escala, son quienes forman el coro y chillan al unísono con los junkers. Pero el capital al destruir esas clases reaccionarias de parte a parte, hace lo que es su función hacer, y sea semita o ario, circunciso o bautizado, está haciendo una buena obra; está impulsando hacia adelante a los prusianos y austriacos atrasados hasta que terminen por alcanzar la situación moderna en que todas las viejas diferencias sociales se resuelven en la sola gran contradicción entre el capital y el trabajo asalariado. Solamente donde no es este todavía el caso, donde no hay aún una fuerte clase capitalista, y, en consecuencia, tampoco una fuerte clase asalariada; donde el capital, demasiado débil todavía para controlar toda la producción nacional, donde tiene a la Bolsa de Comercio por principal escena de su actividad, y donde la producción sigue estando, por lo tanto, en manos de campesinos, terratenientes, artesanos y clases similares supervivientes de la edad media: sólo en este caso es el capital predominante judío y sólo aquí se encuentra el antisemitismo.

En toda Norteamérica, donde hay millonarios cuyas riquezas apenas pueden expresarse en nuestros miserables marcos, gulden o franco, no hay un solo judío entre esos millonarios y los Rothschild son vulgares limosneros comparados con esos norteamericanos. E incluso aquí, en Inglaterra, Rothschild es una persona de medios modestos comparado, por ejemplo con el Duque de Westminnter. Y aun entre nosotros, en la Renania —donde, con ayuda de los franceses, hemos expulsado a la nobleza hace noventa y cinco años y creado una industria moderna por nuestros medios— ¿dónde están los judíos?

El antisemitismo no es, en consecuencia, sino la reacción de las capas medievales y decadentes de la sociedad contra la sociedad moderna, la que consiste esencialmente en asalariados y capitalistas; bajo una máscara de aparente socialismo sirve por ello únicamente a fines reaccionarios; es una variedad del socialismo feudal, y con eso nosotros no podemos tener nada que ver. Si el antisemitismo es posible en un país, es signo de que no hay todavía suficiente capital en ese país. Capital y trabajo asalariado son hoy día inseparables. Cuanto más fuerte es el capital, tanto más lo es también la clase asalariada, y por consiguiente tanto más cercano es el fin de la dominación capitalista. Por lo tanto, para nosotros los alemanes, entre quienes incluyo a los vieneses, deseo un muy alegre desarrollo de la economía capitalista y de ninguna manera que se suma en el estancamiento.

A esto se agrega que el antisemitismo falsea todo el estado de cosas. Ni siquiera conoce a los judíos contra los cuales vocifera. De otro modo sabría que en Inglaterra y Norteamérica, gracias a los antisemitas del Oriente europeo, y en Turquía gracias a la Inquisición española, hay miles y miles de proletarios judíos, y que esos obreros judíos son de hecho los más explotados y miserables de todos. En Inglaterra hemos tenido en el último año tres huelgas de obreros judíos ¿y después de esto se pretende que hagamos antisemitismo como lucha contra el capital?

Y aparte de esto, mucho es lo que debemos a los judíos. Sin hablar de He¡ne y Börne, Marx era de la más pura sangre judía; Lassalle era judío. Muchos de nuestros mejores camaradas son judíos. Mi amigo Víctor Adler, quien paga actualmente con la prisión, en Viena, su devoción a la causa del proletariado; Eduard Bernstein, director del Sozial-Demokrat de Londres, Paul Singer, uno de nuestros mejores hombres del Reichstag, personas de cuya amistad estoy orgulloso, ¡son todos judíos! ¿Acaso yo mismo no he sido convertido en judío por la Gartenlaube[2]? y por cierto que si tuviera que elegir, ¡preferiría ser judío a “Her von...”.

 

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[1] DRUMONT, EDOUARD (1844-1917). Periodista francés. En 1866 publicó un libro antisemita, La France Juive, que tuvo cierto efímero éxito. Sus publicaciones posteriores del mismo tipo no encontraron eco.

[2] Gartenlaube (La Glorieta), periódico. (N. Ed. Ingl.)