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F. Engels


ACERCA DE LA CUESTION SOCIAL EN RUSIA

(ARTICULO II DE LA SERIE "LITERATURA DE LOS EMIGRADOS")[1]



Escrito: Por Engels en abril de 1875, con adicion de "palabras finales" escritas en enero de 1894.
Primera edición: En el periódico Der Volksstaat, núms. 43, 44 y 45, del 16, 18 y 21 de abril de 1875 y en folleto aparte: F. Engels. Soziales aus Russland, Leipzig, 1875, así como en el libro: F. Engels. Internationales aus de «Volksstaat» (1871-1875), Berlin, 1894.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas (en 3 tomos), Moscú, Editorial Progreso, 1974. Tomo II.


 

El señor Tkachov comunica de pasada a los obreros alemanes que yo no tengo la «menor noticia» de lo que ocurre en Rusia y que, por el contrario, no hago más que poner de manifiesto mi «ignorancia» sobre el particular. Por ello se siente obligado a explicarles el verdadero estado de las cosas y, en particular, las causas en virtud de las cuales la revolución social puede ser hecha en Rusia, precisamente ahora, sin dificultad y como jugando, mucho más fácilmente que en la Europa Occidental.

«Es cierto que no tenemos proletariado urbano, pero, en compensación, tampoco tenemos burguesía... Nuestros obreros tendrán únicamente que luchar contra el poder político: aquí el poder del capital está todavía en embrión. Y usted, estimado señor, sabe que la lucha contra el primero es mucho más fácil que contra el segundo» [2].

La revolución a que aspira el socialismo moderno consiste, brevemente hablando, en la victoria del proletariado sobre la burguesía y en una nueva organización de la sociedad mediante la liquidación de las diferencias de clase. Para ello se precisa, además de la existencia del proletariado, que ha de llevar a cabo esta revolución, la existencia de la burguesía, en cuyas manos las fuerzas productivas de la sociedad alcanzan ese desarrollo que hace posible la liquidación definitiva de las diferencias de clase. Entre los salvajes y los semisalvajes tampoco suele haber diferencias de clase, y por ese estado han pasado todos los pueblos. Pero ni tan siquiera puede ocurrírsenos restablecerlo, aunque mo sea más que porque de este mismo estado surgen necesariamente, con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, las diferencias de clase. Sólo al llegar a cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, muy alto hasta para nuestras condiciones presentes, se hace posible elevar la producción hasta un nivel en que la liquidación de las diferencias de clase represente un verdadero progreso, tenga consistencia y no traiga consigo el estancamiento o, incluso, la decadencia en el modo de producción de la sociedad. Pero, sólo en manos de la burguesía, han alcanzado las fuerzas productivas ese grado de desarrollo. Por consiguiente, la burguesía, es, también en este aspecto, una condición previa, y tan necesaria como el proletariado mismo, de la revolución socialista. Por tanto, quien sea capaz de afirmar que es más fácil hacer la revolución en un país donde, aunque no hay proletariado, no hay tampoco burguesía, demuestra exclusivamente que debe aún estudiar el abecé del socialismo.

Así, a los obreros rusos —obreros que son, según dice el mismo señor Tkachov, «labradores y como tales no proletarios, sino propietarios»— corresponderá una tarea más fácil porque no tendrán que luchar contra el poder del capital, sino «únicamente contra el poder político», contra el Estado ruso. Y este Estado

«sólo desde lejos parece fuerte... No tiene raíces en la vida económica del pueblo, no encarna los intereses de ningún estamento... En el país de ustedes el Estado no es una fuerza ficticia. Se apoya con todo su peso en el capital: encarna» (!) «determinados intereses económicos... En nuestro país la situación es todo lo contrario, la forma de nuestra sociedad debe su existencia al Estado, a un Estado que cuelga en el aire, por decirlo así, que no tiene nada de común con el orden social existente y cuyas raíces se hallan en el pasado, y no en el presente».

No nos detendremos en esta confusa noción de que los intereses económicos necesitan del Estado, por ellos mismos erigido, para tomar cuerpo. Tampoco hablaremos de la audaz afirmación respecto a que la «forma de sociedad rusa» (que incluye, naturalmente, la propiedad comunal de los campesinos) «debe su existencia al Estado», ni tampoco del contradictorio aserto de que el Estado «no tiene nada de común» con el régimen social existente, aunque éste, según el señor Tkachov, es obra de dicho Estado. Centremos nuestra atención en ese «Estado que cuelga en el aire», y que no representa los intereses de ningún estamento.

En la Rusia europea los campesinos poseen 105.000.000 de desiatinas y los nobles (llamo así para ser breve a los grandes terratenientes), 100.000.000, de las que casi la mitad pertenece  a 15.000 nobles, que tienen consiguientemente, por término medio, unas 3.300 desiatinas cada uno. Las tierras de los campesinos son, por tanto, muy poco más que las de los nobles. ¡Como ustedes verán, los nobles no están ni pizca interesados en que exista el Estado ruso, que les asegura la posesión de la mitad del país! Sigamos. Los campesinos pagan anualmente por su mitad, en concepto de impuesto sobre la tierra, 195.000.000 de rublos, y los nobles, ¡13.000.000! Las tierras de los nobles son por término medio dos veces más fértiles que las de los campesinos, ya que por la distribución que siguió al rescate de la prestación personal el Estado quitó a los campesinos, para entregarla a los nobles, no sólo la mayor, sino también la mejor parte de las tierras. Con la particularidad de que los campesinos tuvieron que pagar a los nobles la peor tierra al precio de la mejor [*]. ¡Y se nos dice que la nobleza rusa no tiene el menor interés en la existencia del Estado ruso!

A consecuencia del rescate, los campesinos en su masa se ven en una situación de extraordinaria miseria y absolutamente insoportable. No sólo se les despojó de la parte más grande y mejor de sus tierras, sino que incluso en las regiones más fértiles del Imperio las parcelas campesinas son demasiado reducidas para que —en las condiciones de la agricultura rusa— puedan obtener de ellas su sustento. A los campesinos no sólo se les impuso por esta tierra un precio extraordinariamente elevado —que el Estado había adelantado por ellos y que ahora tienen que reintegrarle paulatinamente, sumados los intereses—; sobre los campesinos no sólo se ha cargado casi todo el peso del impuesto sobre la tierra, del que los nobles han quedado casi exentos, y que se traga e incluso sobrepasa el valor de la renta de la tierra de los campesinos, de modo que todos los demás pagos que debe satisfacer el campesino —de ellos hablaremos más adelante— son ya una deducción directa de la parte de sus ingresos que representa su salario, sino que: al impuesto sobre la tierra, a la amortización de las sumas adelantadas por el Estado y al pago de los intereses de las mismas se han sumado, desde que se introdujera la administración local, las cargas fiscales impuestas por las autoridades de las provincias y los distritos. La consecuencia principal de esta «reforma» han sido nuevas cargas para los campesinos. El Estado ha conservado sus ingresos íntegramente, pero una parte considerable de sus gastos los ha descargado sobre las provincias y los distritos, que para cubrirlos han introducido nuevos impuestos; y en Rusia, donde es una regla que los estamentos superiores estén casi exentos de impuestos, los campesinos tienen que pagar casi todo.

Esta situación parece especialmente creada en favor del usurero, y con el talento casi sin igual de los rusos para el comercio en sus formas más primitivas, para sacar provecho de la coyuntura favorable y para el engaño indisolublemente ligado con todo ello —no en vano Pedro I decía que un ruso es capaz de dársela a tres judíos—, el usurero abunda en todas partes. En cuanto se acerca la hora de pagar los impuestos, hace su aparición el usurero, el kulak —frecuentemente un campesino rico de la misma comunidad—, y ofrece su dinero contante y sonante. El campesino necesita la moneda a toda costa y se ve obligado a aceptar, sin protesta alguna, las condiciones del usurero. Con ello él mismo se aprieta el dogal, y cada vez necesita más dinero. A la hora de la siega se presenta el tratante en granos; la necesidad de dinero obliga al campesino a vender parte del cereal requerido para su sustento y el de su familia. El comerciante difunde rumores falsos que hacen bajar los precios, paga muy poco y, a veces, entrega por parte del grano mercancías de toda suerte y muy caras, pues el sistema de pago en mercancías (trucksystem) está en Rusia muy desarrollado. Como vemos, la gran exportación de trigo por Rusia se basa directamente en el hambre de la población rural. Otro modo de explotación del campesino es el siguiente: un especulador toma en arriendo por largo plazo una superficie de tierra del Gobierno y la cultiva él mismo mientras da buena cosecha sin necesidad de abonos; después, cuando está ya agotada, la divide en pequeñas parcelas y la arrienda, a precios muy elevados, a los campesinos vecinos que tienen poca tierra. Si arriba hemos podido ver la existencia del sistema inglés del pago en mercancías, aquí podemos apreciar una copia exacta de los intermediarios (middlemen) irlandeses. En una palabra: no existe ningún país en el que, a pesar del estado ultraprimitivo de la sociedad burguesa, el parasitismo capitalista esté tan desarrollado como en Rusia, donde todo el país y todas las masas populares se ven envueltas y oprimidas por sus redes. ¡Y se nos dice que todos esos vampiros que chupan la sangre de los campesinos no están interesados en la existencia del Estado ruso, cuyas leyes y tribunales protegen sus nada limpios y lucrativos trucos!

La gran burguesía de Petersburgo, de Moscú, de Odesa, que se ha desarrollado con inusitada rapidez en los últiinos diez años, a consecuencia, principalmente, de la construcción de ferrocarriles, y que se ha visto afectada de la manera más sensible por la última crisis; esos exportadores de trigo, de cáñamo, de lino y de sebo, cuyos negocios se basan todos en la miseria de los campesinos; la gran industria rusa, que sólo existe gracias a las tarifas aduaneras proteccionistas que le han sido acordadas por el Estado; ¿acaso todos estos importantes elementos de la población, que aumentan rápidamente, no están interesados en la existencia del Estado ruso? Y huelga hablar del incontable ejército de funcionarios que inunda y roba a Rusia, y que forma en el país un auténtico estamento. Por eso, cuando el señor Tkachov nos asegura que el Estado ruso «no tiene raíces en la vida económica del pueblo y no encarna los intereses de ningún estamento», que «cuelga en el aire», me parece que no es el Estado ruso lo que cuelga en el vacío, sino, más bien, el propio señor Tkachov.

Es evidente que a partir de la abolición de la servidumbre la situación de los campesinos rusos se ha hecho insoportable y que no puede continuar así mucho tiempo; que, por esta sola causa, en Rusia se avecina una revolución. Pero queda en pie la interrogante: ¿Cuál puede ser, cuál será el resultado de esta revolución? El señor Tkachov dice que será una revolución social. Esto es tautología pura. Toda verdadera revolución es social, porque lleva al poder a una nueva clase y permite a ésta transformar la sociedad a su imagen y semejanza. Pero el señor Tkachov quiere decir que la revolución será socialista, que implantará en Rusia, antes de que nosotros lo logremos en Occidente, la forma de sociedad hacia la que tiende el socialismo de la Europa Occidental, y ello ¡en una sociedad en la que el proletariado y la burguesía sólo aparecen, por el momento, esporádicamente y se encuentran en un bajo nivel de desarrollo! ¡Y se nos dice que esto es posible porque los rusos constituyen, por decirlo así, el pueblo escogido del socialismo al poseer arteles y la propiedad comunal de la tierra!

El señor Tkachov sólo de pasada ha mencionado el artel, pero nosotros nos detendremos en su análisis, ya que desde los tiempos de Herzen muchos rusos le atribuyen un papel misterioso. El artel es una forma de asociación muy extendida en Rusia, la forma más simple de cooperación libre, análoga a la que se da en las tribus cazadoras durante la caza. Por cierto, tanto la denominación como el contenido son de origen tártaro, y no eslavo. Tanto una cosa como la otra pueden hallarse entre los kirguizes, los yakutos, etc., de una parte, y, de la otra, entre los lapones, los samoyedos y otros pueblos fineses[**]. Por ello el artel se desarrolló primero en el Norte y el Este de Rusia, donde los rusos están en contacto con los fineses y los tártaros, y no en el Suroeste. El clima, riguroso, hace necesaria una actividad industrial variada, y la insuficiencia del desarrollo de las cindades, lo mismo que la escasez de capital son reemplazadas, en cuanto es posible, por esa forma de cooperación. Uno de los rasgos mas acusados del artel, la caución solidaria de sus miembros ante una tercera parte, tiene su base original en las relaciones de parentesco consanguíneo, como la garantía mutua (Gewere), de los antiguos germanos, la venganza de sangre, etc. Además, la palabra artel se aplica en Rusia no sólo a todo género de actividad conjunta, sino asimismo a las instituciones colectivas. Los arteles obreros eligen siempre un jefe (stárosta, starshiná), que cumple las funciones de cajero, contable, etc., y las de administrador, cuando es necesario, y recibe por ello un salario especial. Los arteles se forman:

1. para realizar trabajos temporales, después de cuyo cumplimiento se disuelven;

2. entre los individuos dedicados a un mismo oficio, por ejemplo entre los cargadores, etc.;

3. para trabajos permanentes, industriales, en el sentirlo propio de la palabra.

Los arteles se fundan sobre la base de un contrato firmado por todos sus componentes. Si sus miembros no pueden reunir el capital necesario, cosa que ocurre con frecuencia, por ejemplo, en la producción de quesos y en la pesca (para la compra de redes, embarcaciones, etc.), el artel cae en las garras del usurero, que le presta a intereses exorbitantes el dinero que precisa y que desde este momento se embolsa la mayor parte de los ingresos obtenidos por el artel con su trabajo. Pero aún son más ignominiosamente explotados los arteles que, en calidad de obreros asalariados, se alquilan colectivamente a un patrono. Ellos mismos dirigen su actividad industrial y ahorran así al capitalista los gastos de vigilancia. El capitalista les alquila los cuchitriles en que habitan y les adelanta medios de subsistencia, con lo que vemos aparecer aquí otra vez, y del modo más vil, el sistema del pago en mercancías. Así ocurre entre los leñadores y los resineros de la provincia de Arcángel, en muchas industrias de Siberia, etc. (Véase: Flerovski, "La situación de la clase obrera en Rusia", San Petersburgo, 1869.) Como vemos, el artel facilita mucho, en este caso, la explotación de los obreros asalariados por el capitalista. Por otra parte, hay, sin embargo, arteles que emplean ellos mismos obreros asalariados que no son miembros de la asociación.

Así pues, el artel es una forma primitiva, y por ello poco desarrollada, de asociación cooperativa, sin nada exclusivamente ruso o eslavo. Estas asociaciones se forman en todas partes donde son necesarias: en Suiza, en la industria lechera; en Inglaterra, entre los pescadores, y aquí reviste las formas más diversas. Los peones de pala de Silesia (los alemanes, no los polacos), que tantos ferrocarriles alemanes construyeran en la década del 40, estaban organizados en auténticos arteles. El predominio que esta forma tiene en Rusia prueba, naturalmente, que en el pueblo ruso alienta una acusada tendencia a la asociación, pero no demuestra, ni mucho menos, que este pueblo pueda saltar, ayudado por esta tendencia, del artel a la sociedad socialista. Para este salto se precisaría, ante todo, que el propio artel fuera capaz de desarrollarse, que se desprendiese de su forma primitiva —en la cual, como hemos podido ver, es más beneficioso para el capital que para los obreros— y que se elevase, por lo menos, al nivel de las asociaciones cooperativas de la Europa Occidental. Pero si esta vez creemos al señor Tkachov (cosa más que arriesgada, después do todo lo que precede), eso está aún muy lejos. Por el contrario, con un orgullo muy característico para su punto de vista, Tkachov nos asegura:

«En cuanto a las cooperativas y asociaciones de crédito al estilo alemán» (!) «que desde hace poco vienen implantándose artificialmente en Rusia, la mayoría de nuestros obreros las acogen con la mayor indiferencia, por lo que en casi todas partes han sido un verdadero fracaso».

La asociación cooperativa moderna ha demostrado, al menos, que puede regir por cuenta propia y con provecho grandes empresas industriales (de hilados y tejidos en Lancaster). Hasta ahora el artel no se ha mostrado capaz de ello, y si no se desarrolla será inevitablemente destruido por la gran industria.

La propiedad comunal de los campesinos rusos fue descubierta en 1845 por el consejero de Estado prusiano Haxthausen, que la proclamó a los cuatro vientos como algo verdaderamente maravilloso, aunque en su patria vestfaliana hubiera podido encontrar muchos restos de esta propiedad comunal que, como funcionario, incluso estaba obligado a conocer exactamente[3], Herzen, terrateniente ruso, se enteró por Haxthausen de que sus campesinos poseían la tierra en común y se aprovechó de ello para presentar a los campesinos rusos como a los auténticos portadores del socialismo, como a comunistas natos, en contraste con los obreros del senil y podrido Occidente europeo, obligados a estrujarse los sesos para asimilar artificialmente el socialismo. Estas ideas pasaron de Herzen a Bakunin y de Bakunin al señor Tkachov. Escuchemos a este último:

«Nuestro pueblo... en su inmensa mayoría... está penetrado de los principios de la posesión en común; nuestro pueblo, si puede uno expresarse así, es comunista por instinto, por tradición. La idea de la propiedad colectiva ha arraigado tan profundamente en la concepción que el pueblo ruso tiene del mundo» (más adelante veremos cuán inmenso es el mundo del campesino ruso), «que ahora, cuando el Gobierno empieza a comprender que esta idea es incompatible con los principios de la sociedad «bien ordenada» y en nombre de estos principios trata de inculcar la idea de la propiedad privada en la conciencia y en la vida del pueblo, mas únicamente puede lograrlo mediante las bayonetas y el knut. De aquí se desprende con toda claridad que nuestro pueblo, pese a su ignorancia, está más cerca del socialismo que los pueblos de la Europa Occidental, aunque éstos sean más cultos».

En realidad, la propiedad común de la tierra es una institución que podemos observar entre todos los pueblos indoeuropeos en las fases inferiores de su desarrollo, desde la India hasta Irlanda, e incluso entre los malayos, que se desarrollan bajo la influencia de la India, por ejemplo, en la isla de Java. En 1608, la propiedad común de la tierra, que existía de derecho en el Norte de Irlanda, región recién conquistada, sirvió a los ingleses de pretexto para declarar la tierra sin propietario y confiscarla, por ello, en favor de la Corona. En la India existen aún hoy día varias formas de propiedad común de la tierra. En Alemania era éste un fenómeno general; las tierras comunales que pueden encontrarse aún hoy son restos de ella. Huellas bien precisas —los repartos periódicos de las tierras comunales, etc.— pueden observarse con frecuencia, sobre todo, en las montañas. Indicaciones y detalles más concretos acerca de la propiedad común en la antigua Alemania pueden hallarse en varias obras de Maurer que, a este respecto, son verdaderamente clásicas. En la Europa Occidental, incluidas Polonia y la Pequeña Rusia [4], esta propiedad comunal se convirtió, al llegar a cierto grado del desarrollo de la sociedad, en una traba, en un freno para la producción agrícola, por lo que fue eliminada poco a poco. En la Gran Rusia (es decir, en Rusia, propiamente) se ha conservarlo hasta ahora, lo que demuestra que la producción agrícola y las relaciones sociales en el agro ruso se encuentran, realmente, muy poco desarrolladas. El campesino ruso vive y actúa exclusivamente en su comunidad; el resto del mundo sólo existe para él en la medida en que se mezcla en los asuntos de la comunidad. Esto es hasta tal punto cierto, que en ruso una misma palabra —mir— sirve para designar, de una parte, el «universo», y, de otra, la «comunidad campesina»... Vies mir [todo el mundo] significa en el lenguaje de los campesinos la reunión de los miembros de la comunidad. Por tanto, si el señor Tkachov habla de la «concepción del mundo» del campesino ruso, es evidente que ha traducido mal la palabra rusa mir. Este aislamiento absoluto entre las distintas comunidades, que ha creado en el país intereses, cierto es, iguales, pero en ningún  modo comunes, constituye la base natural del despotismo oriental; desde la India hasta Rusia, en todas partes en donde ha predominado, esta forma social ha producido siempre el despotismo oriental, siempre ha encontrado en él su complemento. No sólo el Estado ruso en general, sino incluso su forma específica, el despotismo zarista, no cuelga, ni mucho menos, en el aire sino que es un producto, necesario y lógico, de las condiciones sociales rusas, con las que, según afirma el señor Tkachov, ¡«no tiene nada de común»! El desarrollo futuro de Rusia en una dirección burguesa destruiría también aquí, poco a poco, la propiedad común sin ninguna intervención de las «bayonetas y el knut» del Gobierno zarista. Y ello con mayor razón, por cuanto en Rusia los campesinos no trabajan la tierra comunal colectivamente, a fin de dividir sólo los productos, como ocurre todavía en ciertas regiones de la India. En Rusia, por el contrario, la tierra es repartida periódicamente entre los cabezas de familia y cada uno trabaja para sí mismo su parcela. Esta circunstancia hace posible una desigualdad muy grande en cuanto al bienestar de los distintos miembros de la comunidad, y esta desigualdad existe en efecto. Casi en todas partes hay entre los miembros de la comunidad campesinos ricos, a veces millonarios, que se dedican a la usura y chupan la sangre a la masa campesina. Nadie conoce esto mejor que el señor Tkachov. Al mismo tiempo que asegura a los obreros alemanes que sólo el knut y las bayonetas pueden obligar al campesino ruso, a este comunista por instinto, por tradición, a renunciar a la «idea de la propiedad colectiva», escribe en la página 15 de su folleto ruso:

«Entre los campesinos está naciendo la clase de los kulaks, gente que compra y toma en arriendo las tierras de los campesinos y de los terratenientes. Estos individuos forman la aristocracia campesina».

Estos son los vampiros de que hemos hablado más arriba.

El rescate de la prestación personal fue lo que asestó el golpe más recio a la propiedad comunal de la tierra. Los terratenientes se hicieron con la parte más grande y mejor de las tierras; a los campesinos apenas si les quedó lo suficiente —con frecarencia ni siquiera lo bastante— para poder alimentarse. Además, los bosques fueron entregados a los nobles; y los campesinos se vieron constreñidos a comprar la leña y la madera —que antes no les costaba nada— para sus aperos y para la construcción. Así pues, el campesino no tiene hoy nada aparte de su isba y su pelada parcela, para cuyo cultivo no dispone de aperos; por lo común, ni siquiera posee bastante tierra para subsistir con su familia de cosecha a cosecha. En tales condiciones, aplastada por las cargas fiscales y los usureros, la propiedad comunal de la tierra deja de ser una bendición para convertirse en una cruz. Los campesinos huyen frecuentemente de la comunidad, con sus familias o sin ellas, y abandonan la tierra para ganarse la vida, como obreros, fuera de su aldea[***].

Está claro que la propiedad comunal en Rusia se halla ya muy lejos de la época de su prosperidad y, por cuanto vemos, marcha hacia la descomposición. Sin embargo, no se puede negar la posibilidad de elevar esta forma social a otra superior, si se conserva hasta que las condiciones maduren para ello y si es capaz de desarrollarse de modo que los campesinos no laboren la tierra por separado, sino colectivamente[****]. Entonces, este paso a una forma superior se realizaría sin que los campesinos rusos pasasen por la fase intermedia de propiedad burguesa sobre sus parcelas. Pero ello únicamente podría ocurrir si en la Europa Occidental estallase, antes de que esta propiedad comunal se descompusiera por entero, una revolución proletaria victoriosa que ofreciese al campesino ruso las condiciones necesarias para este paso y, concretamente, los medios materiales que necesitaría para realizar en todo su sistema de agricultura la revolución necesariamente a ello vinculada. Por lo tanto, el señor Tkachov dice verdaderos absurdos al asegurar que los campesinos rusos, aunque son «propietarios», «están más cerca del socialismo» que los obreros de la Europa Occidental, privados de toda propiedad. Todo lo contrario. Si algo puede todavía salvar la propiedad comunal rusa y permitir que tome una forma nueva, viable, es precisamente la revolución proletaria en la Europa Occidental.

El señor Tkachov resuelve el problema de la revolución política con la misma facilidad que el de la económica. El pueblo ruso, dice Tkachov, «protesta incesantemente» contra su esclavización «organizando sectas religiosas... negándose a pagar los impuestos... formando cuadrillas de bandidos (los obreros alemanes pueden congratularse de que Schinderhannes [5] resulte ser el padre de la socialdemocracia alemana)... provocando incendios... amotinándose... y por ello puede afirmarse que es revolucionario por instinto». Todo esto convence al señor Tkachov de que «basta con despertar en varios lugares y simultáneamente el descontento y la furia acumulados... que siempre han latido en el corazón de nuestro pueblo». Entonces, «la unión de las fuerzas revolucionarias se producirá por sí misma, y la lucha... deberá terminar favorablemente para el pueblo. La necesidad práctica, el instinto de conservación» crearán ya de por sí «lazos estrechos e indisolubles entre las comunidades que protesten».

Imposible imaginarse una revolución más fácil y agradable. Basta con amotinarse simultáneamente en tres o cuatro sitios para que el «revolucionario por instinto», la «necesidad práctica», el «instinto de conservación» hagan, «por sí mismos», todo lo demás. No se puede comprender por qué, siendo todo tan increíblemente fácil, la revolución no ha estallado hace ya tiempo, el pueblo no ha sido liberado y el país convertido en un Estado socialista ejemplar.

En realidad, las cosas son muy otras. Es cierto que el pueblo ruso, ese «revolucionario por instinto», ha desencadenado muchas insurrecciones campesinas aisladas contra la nobleza y contra determinados funcionarios, pero nunca contra el zar, de no ser que a su cabeza se haya puesto un falso zar reclamando el trono. La última gran insurrección campesina, en el reinado de Catalina II, fue posible porque Emelián Pugachov se hacía pasar por su marido, Pedro III, a quien Catalina no habría dado muerte, sino destronado y recluido en una prisión de la que había logrado escapar. Para el campesino ruso el zar es, por el contrario, Dios en la Tierra. «Dios está muy alto y el zar muy lejos», exclama desesperado el campesino. No cabe duda de que las masas de la población campesina, especialmente desde que se rescataron de la prestación personal, se ven en una situación que las obliga más y más a luchar contra el Gobierno y contra el zar; pero que el señor Tkachov vaya a otro con su cuento acerca del «revolucionario por instinto».

Además, incluso si la masa de los campesinos rusos fuera, a más no poder, revolucionaria por instinto, incluso si nos imaginásemos que la revolución puede hacerse por encargo, como una pieza de percal rameado o un samovar; incluso en tal caso yo pregunto: ¿puede un hombre que pasa ya de los doce años tener una idea tan extraordinariamente infantil del curso de la revolución como la que observamos aquí? Parece mentira que esto haya podido ser escrito después del brillante fracaso de la revolución de 1873 en España, la primera llevada a cabo según este patrón bakuninista. Allí también empezaron la insurrección simultáneamente en varios lugares. Allí también confiaban en que la necesidad práctica y el instinto de conservación establecerían de por sí una ligazón sólida e indestructible entre las comunas insurgentes. ¿Y qué ocurrió? Cada comuna, cada ciudad sólo se defendía a sí misma, ni siquiera se hablaba de la ayuda mutua y Pavía, con sólo 3.000 hombres, sometió en quince días una ciudad tras otra y puso fin a toda la gloria de los anarquistas. (Véase mi artículo "Los bakuninistas en acción", donde esto se describe con detalle.)

Es indudable que Rusia se encuentra en vísperas de una revolución. Sus asuntos financieros se hallan en el más completo desbarajuste. La prensa de los impuestos ya no ayuda, los intereses de las viejas deudas públicas se pagan recurriendo a nuevos empréstitos, y cada nuevo empréstito tropieza con mayores dificultades; ¡únicamente se puede conseguir dinero pretextando que se va a construir más ferrocarriles! Hace ya mucho que la administración está corrompida hasta la médula; los funcionarios viven más del robo, de su venalidad y de la concusión que de su paga. La producción agrícola —la más importante en Rusia— se halla en pleno desorden debido al rescate de la prestación personal en 1861; a los grandes terratenientes les falta mano de obra; a los campesinos les falta tierra, los impuestos los tienen agobiados y los usureros los despluman; la agricultura rinde menos cada año. Todo esto lo mantiene unido con gran trabajo y sólo aparentemente un despotismo oriental de cuya arbitrariedad no tenemos idea en el Occidente; un despotismo que no solo se encuentra cada día en contradicción más flagrante con las ideas de las clases ilustradas, en particular con las de la burguesía de la capital —burguesía en rápido desarrollo—, sino que en la persona de su presente portador ha perdido la cabeza: hoy hace concesiones al liberalismo, mañana, aterrado, las cancela, y así aumenta su descrédito. Además, las capas más ilustradas de la nación, concentradas en la capital, van adquiriendo conciencia de que esta situación es insoportable y de que la revolución se acerca, pero al mismo tiempo acarician la ilusión de orientarla hacia un tranquilo cauce constitucional. Aquí se dan todas las condiciones para una revolución; esta revolución la iniciarán las clases superiores de la capital, incluso, quizá, el propio Gobierno, pero los campesinos la desarrollarán, sacándola rápidamente del marco de su primera fase, de la fase constitucional: esta revolución tendrá gran importancia para toda Europa aunque sólo sea porque destruirá de un solo golpe la última y aún intacta reserva de la reacción europea. Es indudable que esa revolución se acerca. Sólo dos acontecimientos pueden aplazarla para largo: o una guerra afortunada contra Turquía o contra [421] Austria, para lo que se necesita dinero y aliados seguros, o bien... una tentativa prematura de insurrección que lleve de nuevo a las clases poseedoras a arrojarse en brazos del Gobierno.

Escrito por F. Engels en abril de 1875. 

Publicado en el periódico Der Volksstaat, núms. 43, 44 y 45, del 16, 18 y 21 de abril de 1875 y en folleto aparte: F. Engels. Soziales aus Russland, Leipzig, 1875, así como en el libro: F. Engels. Internationales aus de «Volksstaat» (1871-1875), Berlin, 1894.

Firmado: F. Engels.

 

 

 

PALABRAS FINALES AL TRABAJO

ACERCA DE LA CUESTION SOCIAL EN RUSIA [6]

Antes que nada debo hacer la enmienda de que el señor P. Tkachov, de hablar con propiedad, no era un bakuninista, es decir, anarquista, sino que se hacía pasar por «blanquista». El error era natural, ya que el mencionado señor Tkachov, siguiendo la costumbre de los emigrados rusos de la época se declaró ante la Europa Occidental solidario con toda la emigración rusa y, en su folleto [7] defendía efectivamente también a Bakunin y compañía contra mi crítica como si ésta estuviese dirigida contra él personalmente.

Las opiniones sobre la comunidad campesina comunista rusa, que él sostenía en la polémica conmigo, eran, en el fondo, opiniones de Herzen. Este último, hombre de letras paneslavista, al que se ha creado la fama de revolucionario, se enteró por los "Estudios de Rusia" de Haxthausen que los campesinos siervos de la gleba de sus posesiones no conocían la propiedad privada sobre la tierra y que, de tarde en tarde, procedían al reparto de las tierras de labor y de los prados entre sí. En su calidad de hombre de letras no tenía por qué estudiar lo que pronto se hizo del conocimiento de cada cual, a saber, que la propiedad comunal sobre la tierra era la forma de posesión dominante en los tiempos primitivos entre los germanos, los celtas, los indios, en fin, entre todos los pueblos indoeuropeos; que en la India existe aún hoy, en Irlanda y Escocia acaba de suprimirse por la fuerza, en Alemania se encuentra incluso hoy en algunos lugares; que es una forma agonizante de posesión, que, en la práctica, es un fenómeno común de todos los pueblos en cierta fase de desarrollo. Ahora bien, como paneslavista,que fue socialista, al menos de palabra, Herzen vio en la comunidad un nuevo pretexto para presentar ante el podrido Occidente, a una luz todavía más viva, a su «santa» Rusia y su misión: rejuvenecer, regenerar, en caso de necesidad incluso con la fuerza de las armas, este Occidente descompuesto, que había vivido ya su tiempo. Lo que no pueden hacer, pese a todos sus esfuerzos, los decrépitos franceses e ingleses, los rusos lo tienen ya hecho en su tierra.

«Conservar la comunidad y liberar al individuo, extender a las ciudades y a todo el Estato la autonomía de la aldea y el subdistrito, manteniendo la unidad nacional, tal es la cuestión del porvenir de Rusia, es decir, la cuestión de la misma antinomia social cuya solución preocupa a las mentes de Occidente» (Herzen. "Cartas a Linton").

Así, en Rusia existe, quizá, aún, la cuestión política; pero, su «cuestión social» está resuelta ya.

Tkachov, ciego imitador de Herzen, veía con igual sencillez el problema. Aunque en 1875 no podía afirmar ya que la «cuestión social» en Rusia estaba resuelta, decía que los campesinos rusos, comunistas innatos, se hallaban infinitamente más cerca del socialismo y, además, vivían incomparablemente mejor que los pobres proletarios de la Europa Occidental, abandonados por Dios. Si los republicanos franceses, en virtud de su centenaria actividad revolucionaria, consideraban que su pueblo era el pueblo elegido en el aspecto político, muchos socialistas rusos de la época proclamaron a Rusia el pueblo elegido en el aspecto social; no sería el proletariado de Europa Occidental el que aportaría con su lucha el renacimiento al viejo mundo económico, sino que este renacimiento vendría desde las entrañas mismas del campesinado ruso. Precisamente contra esta idea pueril estaba dirigida mi crítica.

No obstante, la comunidad rusa ha llamado la atención y se ha ganado el reconocirniento de hombres que se hallan incomparablemente por encima de los Herzen y los Tkachov. Entre ellos estaba Nikolái Chernyshevski, ese gran pensador, al que Rusia debe tanto y cuyo asesinato lento mediante los largos años de destierro entre los yakutos siberianos amancillará eternamente la memoria de Alejandro II el «Liberador».

En razón de la barrera intelectual que separaba a Rusia de la Europa Occidental, Chernyshevski jamás conoció las obras de Marx, y cuando apareció "El Capital" hacía ya mucho tiempo que se hallaba en Sredne-Viliúisk, entre los yakutos. Todo su desarrollo espiritual transcurrió en las condiciones creadas por esa barrera intelectual. Lo que no dejaba pasar la censura rusa no existía casi o en absoluto para Rusia. Por eso, si en unos u otros casos encontramos lugares débiles en él, cierta estrechez de horizontes, no podemos por menos de asombrarnos de que no sean mucho más frecuentes.

Chernyshevski ve también en la comunidad campesina rusa un medio para pasar de la forma social contemporánea a una nueva fase de desarrollo, superior, por una parte, a la comunidad rusa y, por otra, superior a la sociedad capitalista de la Europa Occidental con todos sus antagonismos de clases. Y en que Rusia posea ese medio, mientras que el Occidente no lo tiene, Chernyshevski advierte una venteja de Rusia.

«La implantación de un orden mejor resulta extraordinariamente difícil en la Europa Occidental debido a la extensión ilimitada de los derechos individuales... no es fácil renunciar, aunque no sea más que en una parte insignificante, a lo que uno ya está habituado a distrutar, y en el Occidente el individuo está acostumbrado ya a disponer de derechos privados sin restricción. Sólo una triste experiencia y largas meditaciones pueden convencer de la utilidad y la necesidad de concesiones mutuas. En el Occidente, un orden mejor de las relaciones económicas implicaría sacrificios, por cuya razón es muy difícil su institución. Es contrario a los hábitos de los aldeanos inglés y francés». Pero «lo que parece utopía en un país, existe en otro como una realidad... las costumbres cuya implantación en la vida nacional les parece extremamente difícil al inglés y al francés existen entre los rusos como un hecho de su vida nacional... El orden de cosas a que el Occidente quiere llegar hoy tras tan difícil y largo camino existe todavía entre nosotros como fuerte costumbre popular de la vida en el campo... Vemos hoy las tristes consecuencias de la pérdida de la propiedad comunal sobre la tierra en el Occidente y qué penoso les resulta a los pueblos occidentales el recuperar lo perdido. No debemos desaprovechar el ejemplo del Occidente» (Chernyshevski. "Obras". Edición de Ginebra, t. V, págs. 16-19; citado en el libro de Plejánov "Nashi raznoglasia" («Nuestras divergencias»), Ginebra, 1885).

Y en cuanto a los cosacos de los Urales, entre los que predominaba aún el trabajo en común de la tierra con el reparto del producto entre las familias, Chernyshevski dice:

«Si el pueblo de los Urales mantiene el orden actual hasta la época en que se empleen las máquinas en la agricultura, estará contento de haber conservado un sistema que permite el empleo de máquinas que requieren el laboreo en grande, en cientos de desiatinas». (Ibídem, pág. 131.)

No cabe olvidar que los campesinos de los Urales, con su cultivo en común de la tierra, preservado contra el hundimiento por consideraciones de orden militar (también en nuestro país existe el comunismo de cuartel), tienen en Rusia una situación muy especial, más o menos la que tienen nuestras comunidades de hogares [Gehöferschaften] en el Mosela, con sus repartos periódicos. Y si esta organización se mantiene hasta que se comience a emplear máquinas, la ventaja no será para los habitantes de los Urales, sino para el fisco militar ruso, al servicio del cual se encuentran.

En todo caso, una cosa es cierta: mientras en la Europa Occidental la sociedad capitalista se desintegra y las contradicciones insolubles de su propio desarrollo le amenazan con la muerte, en Rusia, cerca de la mitad de toda la tierra de labor se encuentra todavía en poder de las comunidades campesinas. Si en el Occidente, la solución de las contradicciones mediante una nueva organización de la sociedad implica, como condición indispensable, el paso de todos los medios de producción y, por consiguiente, de la tierra, en propiedad de toda la sociedad, ¿en qué razón respecto de esta propiedad común, que en el Occidente sólo se piensa crear, se halla la propiedad ya existente o, mejor dicho, todavía existente en Rusia? ¿No podría servir de punto de partida del movimiento popular que, saltándose todo el período capitalista, transformará de golpe el comunismo campesino ruso en propiedad común socialista moderna sobre todos los medios de producción, euriqueciéndolo con todos los adelantos técnicos de la era capitalista? O, como formula Marx en una carta que citamos a continuación la idea de Chernyshevski[*****]: «¿Debe Rusia, como lo quieren sus economistas liberales, comenzar por la destrucción de la comunidad rural, a fin de pasar al régimen capitalista, o, al contrario, puede, sin pasar por los sufrimientos que le acarrearía ese régimen, apropiarse todos sus frutos, desarrollando sus propias dotes históricas?»

Ya la sola manera de plantear la cuestión muestra el sentido en que debe buscarse su solución. La comunidad rusa ha existido centenares de años, y en su interior jamás ha surgido alguna tendencia a modificarse para llegar a una forma superior de propiedad común; exactamente lo mismo ha ocurrido con la marca germana, el clan celta, las comunidades indias y otras con su comunismo primitivo. Todas ellas, con el curso del tiempo, bajo la influencia de la producción mercantil y el cambio entre familias e individuos que les rodeaba, que surgía en su seno y se apoderaba paulatinamente de ellas, iban perdiendo más y más su carácter comunista para transformarse en comunidades de propietarios de tierra independientes el uno del otro. Por eso, si es que se puede, en general, plantear la cuestión de saber si a la comunidad rusa le espera un destino mejor, la causa de ello no radica en ella misma, sino únicamente en que, en un país europeo ha conservado cierta fuerza vital hasta una época en que en la Europa Oceidental, la producción mercantil y su forma última y superior —la producción capitalista— ha entrado en contradicción con las fuerzas productivas creadas por ella misma, una época en que resulta incapaz ya de dirigirlas y perece a consecuencia de dichas contradicciones internas y los conflictos de clases condicionados por estas últimas. Ya sólo eso prueba que la iniciativa de semejante transformación de la comunidad rusa únicamente puede partir del proletariado industrial del Occidente, y no de la comunidad misma. La victoria del proletariado de la Europa Occidental sobre la burguesía y la subsiguiente sustitución de la producción capitalista con la dirigida por la sociedad es la condición previa necesaria para que la comnnidad rusa alcance el mismo nivel de desarrollo.

En efecto: en ninguna parte y jamás el comunismo agrario, herencia del régimen gentilicio, ha engendrado por sí mismo algo que no sea su propia desintegración. La propia comunidad campesina rusa en 1861 era ya una forma debilitada de dicho comunismo; el trabajo en común de la tierra, existente aún en ciertas partes de la India y en la comunidad doméstica de los eslavos del Sur (la zadruga), antepasado probable de la comunidad rusa, debía ceder el lugar al cultivo por familias; la propiedad comunal no se manifestaba más que en los repetidos repartos de la tierra, que se practicaban, según el lugar, con muy distintos intervalos. Tan pronto como cesen estos repartos de por sí o por decreto especial, tendremos la aldea de campesinos parcelarios.

Ahora bien, el solo hecho de que la producción capitalista de la Europa Occidental, que existe al lado de la comunidad campesina rusa, se acerque, a la vez, al momento de su hundimiento, habiendo ya en ella el germen de la nueva forma de producción, en la que los medios de producción, convertidos en propiedad social, se emplearán con arreglo a un plan determinado, ya solo eso no puede por menos de dar a la comunidad rusa una fuerza que le permitirá engendrar por sí misma esta nueva forma social. ¿Cómo podrá la comunidad asimilar las gigantescas fuerzas productivas de la sociedad capitalista como propiedad social e instrumento social antes de que la propia sociedad capitalista realice esta revolución? ¿Cómo puede la comunidad rusa mostrar al mundo la manera de administrar la gran industria sobre principios sociales cuando ha perdido ya la capacidad de cultivar en común sus propias tierras?

Cierto es que en Rusia hay mucha gente que conoce bien la sociedad capitalista occidental, con todas sus contradicciones insolubles y conflictos, y posee una idea clara acerca de la salida de ese aparente atolladero. Pero, en primer lugar, esos contados miles de personas que lo comprenden no viven en la comunidad y los cincuenta millones largos que en Rusia propiamente dicha viven todavía bajo el régimen de la propiedad comunal sobre la tierra no tienen la menor noción de ello. Les son tan ajenas e incomprensibles las concepciones de estos contados miles de hombres como fueron ajenas e incomprensibles para los proletarios ingleses de 1800-1840 los planes que concebía para su salvación Robert Owen. Y entre los obreros que trabajaban en la fábrica de Owen en New Lanark, la mayoría se había educado en un ambiente y costumbres del régimen comunista gentilicio en proceso de desintegración, en el clan celta-escosez. Sin embargo, Owen no dijo una palabra acerca de que había encontrado una mejor comprensión [426] entre esos hombres. En segundo lugar, es históricamente imposible que una sociedad que se halla a un grado de desarrollo económico inferior tenga que resolver problemas y conflictos que surgen y pueden surgir sólo en una sociedad que se halla a un grado de desarrollo mucho más alto. El único rasgo común de todas las formas de comunidad gentilicia surgidas antes de aparecer la producción mercantil y el cambio privado, por un lado, y la futura sociedad socialista, por otro, consiste en que ciertas cosas, los medios de producción, son de propiedad común y se hallan en uso común de determinados grupos. No obstante, este rasgo común no hace que la forma social inferior sea capaz de dar vida, de por sí, a la propia sociedad socialista futura, último producto de la sociedad capitalista. Cada formación económica concreta tiene que resolver sus propios problemas, nacidos de su propio seno; acometer la solución de problemas que se plantean ante otra formación, completamente ajena, sería un contrasentido absoluto. Y esto no se refiere a la comunidad rusa menos que a la zadruga de los eslavos meridionales, a la comunidad gentilicia india o a cualquier otra forma social del período del salvajismo o la barbarie, a la que distinguía la posesión en común de los medios de producción.

En cambio, no es sólo posible, sino incluso indudable que después de la victoria del proletariado y del paso de los medios de producción a ser propiedad común de los pueblos de la Europa Occidental, los países que apenas han entrado por la vía de la producción capitalista y que han conservado costumbres del régimen gentilicio o restos del mismo puedan utilizar estas huellas de posesión comunal y las costumbres nacionales correspondientes como poderoso medio de reducir sustancialmente el proceso de su avance hacia la sociedad socialista y evitar la mayor parte de los sufrimientos y la lucha a través de los que tenemos que abrirnos paso en la Europa Occidental. Pero condiciones indispensables para ello son el ejemplo y el apoyo activo del Occidente todavía capitalista. Sólo cuando la economía capitalista esté superada en su país de origen y en los países en que ha alcanzado su florecimiento, cuando los países atrasados vean «cómo se hace eso», cómo hay que poner las fuerzas productivas de la industria moderna, hechas propiedad social, al servicio de toda la sociedad, sólo entonces podrán estos países atrasados emprender ese camino acortado de desarrollo. En compensación, tienen entonces el éxito asegurado. Y eso no se refiere sólo a Rusia, sino a todos los países que se hallan en la fase de desarrollo precapitalista. Sin embargo, en Rusia, eso será relativamente fácil porque, aquí, una parte de la población aborigen ha asimilado ya los resultados intelectuales del desarrollo capitalista, merced a lo cual, en el período de la revolución, [427] será posible llevar a cabo la reorganización de la sociedad casi al mismo tiempo que en el Occidente.

Marx y yo lo hemos dicho ya el 21 de enero de 1882, en el prefacio a la edición rusa del "Manifiesto del Partido Comunista" traducido por Plejánov. Nosotros decíamos:

«Pero en Rusia, al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es posesión comunal de los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la comunidad rural rusa —forma por cierto ya muy desnaturalizada de la prinlitiva propiedad común de la tierra— pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico del Occidente?

La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en el Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista» [******].

Sin embargo, no cabe olvidar que la mencionada descomposición avanzada de la propiedad comunal rusa ha dado desde entonces un considerable paso adelante. Las derrotas sufridas durante la guerra de Crimea mostraron claramente que Rusia tenía necesidad de un rápido desarrollo industrial. En primer término, hacían falta ferrocarriles, y la vasta extensión de éstos es imposible sin una gran industria patria. La condición preliminar de su aparición era la llamada emancipación de los campesinos; con ella comenzó para Rusia la era capitalista, pero, a la vez, la era de la rápida destrucción de la propiedad comunal de la tierra. Agobiados por el peso de los pagos de rescate y los grandes impuestos, los campesinos, al recibir terrenos menores y peores, se vieron inevitablemente en manos de los usureros, en la mayoría de los casos miembros enriquecidos de la comunidad campesina. Los ferrocarriles ofrecieron a muchos lugares antes lejanos el acceso a los mercados de venta de cereales; en cambio, por esos mismos ferrocarriles comenzaron a llevarse a dichos lugares productos baratos de la gran industria que desplazaban las industrias artesanas de los campesinos, que trabajaban, en parte, para el consumo propio y, en parte, para la venta. Las tradicionales relaciones económicas se alteraron, comenzó la desintegración de las conexiones que acompañaba por doquier el paso de la economía natural a la monetaria, entre los miembros de la comunidad aparecieron grandes diferencias de patrimonio: los pobres pasaban a depender por deuda de los ricos. En una palabra, comenzó la descomposición de la comunidad rusa debido al mismo proceso de penetración de la economía monetaria que, en Atenas, mucho tiempo antes de Solón, causó la descomposición de su gens [*******]. Es verdad que Solón podía, mediante una intromisión revolucionaria en el todavía reciente derecho de propiedad privada, liberar a los deudores esclavizados, anulando simplemente las deudas de estos últimos. Pero no podía resucitar la antigua gens ateniense, y del mismo modo no hay fuerza capaz de restablecer la comunidad rusa después de que el proceso de su disgregación ha alcanzado cierto nivel. Además, el Gobierno ruso ha prohibido los repartos entre los miembros de la comunidad más que una vez cada 12 años, a fin de que el campesino pierda cada vez más la costumbre de los repartos y se considere propietario privado de su lote.

Marx expuso su opinión en ese sentido ya en 1877 en una carta a Rusia [********]. Un cierto señor Zhukovski, el mismo que, en calidad de cajero del Banco del Estado, firma hoy los billetes de crédito para Rusia, publicó algo acerca de Marx en "Véstnik Evropy" («Mensajero de Europa»), otro escritor [********]  le objetó en "Otéchestvennye Zapishi" [8] («Anales de la Patria»). A fin de hacer una corrección a este último artículo, Marx escribió al redactor de "Zapiski" una carta que circuló durante mucho tiempo en Rusia en copias manuscritas del original francés, siendo publicada luego en ruso, en 1886, en "Véstnik Narodnoi Voli" («Mensajero de la Voluntad del Pueblo») en Ginebra y después en Rusia misma [9]. La carta, al igual que todo lo que salía de la pluma de Marx, llamó mucha atención en los medios rusos y fue interpretada de las más distintas maneras; por eso resumiré aquí su contenido.

Ante todo, Marx rechaza la concepción que le atribuye "Otéchestvennye Zapiski" acerca de que él, lo mismo que los liberales rusos, considera que para Rusia no existe cosa más urgente que la destrucción de la propiedad comunal campesina para pasar precipitadamente al capitalismo. Su breve observación acerca de Herzen en la adición a la primera edición de "El Capital" no prueba absolutamente nada. La observación dice: «Si en el continente europeo, la influencia de la producción capitalista, que socava el género humano,... sigue desarrollándose como lo ha hecho hasta ahora, del brazo con la competencia en la hipertrofia del militarismo nacional, de las deudas del Estado, de los impuestos, en la manera elegante de librar guerras, etc., se llegará efectivamente  a la necesidad inevitable de rejuvenecimiento de Europa con la ayuda del látigo y la inyección obligatoria de sangre calmuca, como lo profetiza tan seriamente el semirruso, pero, en cambio, puro moscovita Herzen (observemos, entre otras cosas, que este hombre de letras no ha hecho sus descubrimientos respecto del «comunismo ruso» en Rusia, sino en una obra del prusiano Haxthausen, consejero de Estado)» ("El Capital", t. I, primera edición alemana, pág. 763) [10]. Luego, Marx prosigue: este lugar «no puede servlr, de manera alguna, de clave para mis concepciones acerca de los esfuerzos» (sigue la cita en ruso) «de los rusos con vistas a hallar para su patria el camino de desarrollo diferente del que ha seguido y sigue la Europa Occidental», etc. «En las palabras finales para la segunda edición alemana de "El Capital" yo hablo del gran sabio y crítico ruso» (Chernyshevski) [**********] «con el profundo respeto que merece. Este sabio trata en sus notables artículos el problema de si debe Rusia, como lo quieren sus economistas liberales, comenzar por la destrucción de la comunidad rural, a fin de pasar al régimen capitalista, o, al contrario, puede, sin pasar por los sufrimientos que le acarrearía ese régimen, apropiarse todos sus frutos, desarrollando sus propias dotes históricas. Chernyshevski se pronuncia en el sentido de esta última solución».

«Por cierto, visto que no me gusta dejar «lugar a dudas», me expresaré sin ambages. A fin de poder opinar con conocimiento de causa acerca del desarrollo económico de Rusia, he aprendido el idioma ruso y estuve durante muchos años estudiando publicaciones especiales y de otro género referentes a este asunto. Llegué a la siguiente conclusión. Si Rusia marcha por el camino que viene siguiendo desde 1861, perderá la mejor oportunidad que la historia ha ofrecido jamás a algún pueblo y sufrirá todas las peripecias fatales del régimen capitalista» [***********].

Más adelante, Marx explica otros errores cometidos por su crítico; el único pasaje que tiene algo que ver con el problema que nos ocupa dice:

«Así pues, qué aplicación a Rusia ha podido hacer mi crítico de este esbozo histórico». (Trátase de la acumulación originaria de capital.) «Sólo la siguiente. Si Rusia tiende a ser una nación capitalista como las de la Europa Occidental —y en los últimos años ha hecho mucho en ese sentido— no lo logrará si no convierte previamente en proletarios a una parte considerable de sus campesinos; y después de eso, una vez en medio del régimen capitalista, se verá sujeta a sus leyes implacables, lo mismo que los otros pueblos profanos. Eso es todo».

Así escribía Marx en 1877. A la sazón había en Rusia dos gobiernos: el del zar y el del comité ejecutivo (ispolnítelnyi komitet) secreto de los conspiradores terroristas [11]. El poder de este segundo Gobierno, el secreto, iba en ascenso cada día. El derrocamiento del zarismo parecía inminente; la revolución en Rusia debía privar a toda la reacción europea de su más poderoso puntal, de su gran ejército de reserva, y dar así un fuerte impulso al movimiento político del Occidente, creando para él, además, unas condiciones de lucha incomparablemente más propicias. No es de extrañar, por tanto, que Marx, en su carta, aconseje a los rusos que no se apresuren con su salto al capitalismo.

La revolución rusa no se produjo. El zarismo ha triunfado sobre el terrorismo, el cual, en el momento presente ha empujado a todas las clases pudientes y «amigas del orden» a que se abracen con el zarismo. Y a lo largo de los 17 años transcurridos desde que fue escrita esta carta de Marx, tanto el desarrollo del capitalisino como la desintegración de la comunidad campesina en Rusia han progresado enormemente. ¿Cómo están las cosas hoy, en 1894?

Dado que el viejo despotismo zarista continuaba inmutable después de las derrotas sufridas en la guerra de Crimea y del suicidio de Nicolás I, no quedaba más que un solo camino: pasar lo más pronto posible a la industria capitalista. Acabaron con el ejército las vastas extensiones del Imperio, las largas marchas hacia el teatro de operaciones; era preciso superar estas distancias mediante la construcción de una red de ferrocarriles estratégicos. Pero, los ferrocarriles implican la creación de una industria capitalista y revolucionan la agricultura primitiva. Por una parte, los productos agrícolas de las regiones más apartadas del país entran en contacto directo con el mercado mundial; por otra, no se puede construir y explotar una amplia red ferroviaria sin disponer de una industria nacional capaz de suministrar rieles, locomotoras, vagones, etc. Pero es imposible crear una rama de la gran industria sin poner en marcha, a la vez, todo el sistema; la industria textil, de tipo relativamente moderno, que ya había arraigado en las provincias de Moscú y de Vladímir, así como en el territorio del Báltico, recibió un nuevo impulso. Siguió a la construcción de ferrocarriles y fábricas la ampliación de los bancos y la fundación de otros nuevos; el que los campesinos se vieran libres de la servidumbre engendraba la libertad de desplazamiento; cabía esperar que una parte considerable de esos campesinos se viese libre también de toda posesión de tierras. Así, en un breve período se colocaron en Rusia las bases del modo de producción capitalista. Pero, al propio tiempo, se dio con el hacha en las raíces de la comunidad campesina rusa.

Es inútil lamentarlo ahora. Si, después de la guerra de Crimea, el despotismo zarista hubiese sido sustituido con la dominación parlamentaria directa de la nobleza y la burocracia, ese proceso hubiera sido, posiblemente, algo más lento; si el poder hubiese sido tomado por la burguesía naciente, el proceso se hubiera acelerado indudablemente. En aquellas condiciones no había otra solución. Cuando en Francia existía el Segundo Imperio, cuando en Inglaterra prosperaba la industria capitalista, no se podía exigir que Rusia se lanzase de cabeza, a partir de la comunidad campesina, a realizar desde arriba experimentos de socialismo de Estado. Algo debía pasar. Y pasó lo que era posible en semejantes condiciones; lo mismo que siempre y en todas partes en los países de producción mercantil, los hombres actuaron, en la mayoría de los casos, sólo de modo semiconsciente o mecánicamente, sin darse cuenta de lo que hacían.

Mientras tanto sobrevino un período nuevo, inaugurado por Alemania, un período de revoluciones por arriba, un período de rápido crecimiento del socialismo en todos los países europeos. Rusia ha tomado parte en el movimiento general. Como era de esperar, aquí este movimiento ha adquirido la forma de asalto resuelto, con el fin de derrocar el despotismo zarista, con el fin de conquistar la libertad de desarrollo intelectual y político de la nación. La fe en la fuerza milagrosa de la comunidad campesina, de cuyo seno puede y debe venir el renacimiento social —fe de la que no estaba exento del todo, como vemos, el propio Chernyshevski—, esa fe ha hecho lo suyo, al estimular el entusiasmo y la energía de los heroicos combatientes rusos de vanguardia. A estos hombres, unos cuantos cientos, cuya abnegación y valor hicieron que el absolutismo zarista llegase a pensar en una capitulación eventual y en las condiciones de la misma, a estos hombres no les pediremos cuentas por haber considerado que su pueblo ruso era el pueblo elegido de la revolución social. Pero no tenemos por qué compartir con ellos su ilusión. El tiempo de los pueblos elegidos ha pasado para siempre.

Y mientras hervía esta lucha, el capitalismo progresaba en Rusia, acercándose más y más al objetivo que no habían logrado los terroristas: forzar al zarismo a capitular.

El zarismo necesitaba dinero. Y no sólo para el lujo de la corte, para la burocracia y, en primer término, para el ejército y la política exterior basada en sobornos, sino, sobre todo, para sus finanzas en estado lamentable y la política absurda en el dominio de la construcción de ferrocarriles. En el extranjero ya nadie quería ni podía cubrir los déficits del tesoro zarista; había que buscar ayuda dentro del país. Hubo que colocar una parte de las acciones ferroviarias dentro del país, al igual que una parte de  los préstamos. La primera victoria de la burguesía rusa fue la adquisición de concesiones ferroviarias, que garantizaban todas las ganancias futuras a los accionistas, y todas las pérdidas, al Estado. Luego vinieron los subsidios y los premios por la institución de empresas industriales, como también las tarifas de protección de la industria nacional, tarifas que hicieron, en fin de cuentas, absolutamente imposible la importación de gran número de objetos. El Estado ruso, agobiado por las ilimitadas deudas y viendo su crédito en el extranjero casi anulado, tiene que ocuparse, en beneficio directo del fisco, en implantar artificialmente la industria nacional. El Estado ruso siente una necesidad constante de oro para pagar los intereses de sus deudas en el extranjero. Pero, en Rusia no hay oro en circulación, en ese país no circula más que papel moneda. Cierta cantidad de oro procede de las aduanas, que cobran los derechos sólo en oro, lo cual, por cierto, eleva en el 50% la magnitud de los aranceles. Ahora bien, las mayores cantidades de oro deben proceder de la diferencia entre el valor de la exportación de materias primas rusas y el de la importación de artículos de la industria extranjera; las letras de cambio libradas a los compradores extranjeros por valor de este excedente las compra el Gobierno ruso en el país con papel moneda y luego las cambia por oro. Por eso, si el Gobierno no quiere recurrir a nuevos préstamos extranjeros para pagar los intereses de deudas extranjeras, debe cuidar de que la industria rusa se consolide rápidamente para cubrir toda la demanda interior. De ahí la exigencia de que Rusia llegue a ser un país industrial capaz de abastecerse a sí mismo para no depender del extranjero; de alií los esfuerzos convulsivos del Gobierno empeñado en alcanzar en unos cuantos años el desarrollo máximo del capitalismo. Si no se logra eso, no quedará otra solución que tocar el fondo metálico de guerra acumulado en el Banco del Estado y en el Tesoro o ir a la quiebra. En uno u otro caso eso significaría el fin de la política exterior rusa.

Una cosa está clara: en estas circunstancias, la joven burguesía rusa tiene el Estado enteramente en sus manos. En todos los problemas económicos importantes, el Estado se ve forzado a someterse a sus deseos. El que la burguesía tolere todavía la autocracia despótica del zar y de los funcionarios de éste se debe sólo a que dicha autocracia, suavizada por la venalidad de la burocracia, le ofrece más garantías que los cambios, aún en el espíritu burgués liberal, cuyas consecuencias, vista la actual situación en Rusia, nadie puede prever. Así es como avanzan a ritmo cada vez más acelerado la transformación de Rusia en país industrial capitalista, la proletarización de una parte considerable de los campesinos y la destrucción de la antigua comunidad comunista.

No me atrevo a decir que esa comunidad haya conservado suficientes fuerzas para poder, en el momento oportuno, como confiábamos Marx y yo todavía en 1882, conjugada con una revolución en la Europa Occidental, servir de punto de partida para el desarrollo comunista. Pero una cosa está fuera de toda duda: para que sobreviva algo de esta comunidad es preciso, ante todo, que se derroque el despotismo zarista y que se realice la revolución en Rusia. Además de arrancar a la mayor parte de la nación, los campesinos, del aislamiento de sus aldeas, que constituyen su «mir», su universo, además de llevar a los campesinos a la vasta arena en la que conocerán el mundo exterior y, a la vez, a sí mismos y se darán cuenta de su situación y de los medios necesarios para liberarse de la actual miseria, la revolución rusa dará un nuevo impulso al movimiento obrero del Occidente, creará para él mejores condiciones de lucha y acelerará así la victoria del proletariado industrial moderno, la victoria sin la cual la Rusia de hoy no podrá llegar a una reorganización socialista de la sociedad ni sobre la base de la comunidad ni sobre la base del capitalismo.

 

Escrito en la primera mitad de enero de 1894.

Publicado en el libro: F. Engels. Internationales aus dem «Volkstaat» (1871-1875), Berlin. 1894.

 

 

 

NOTAS

 

[*] Excepto en Polonia, donde el Gobierno quería arruinar a la nobleza, que le era hostil, y ganarse a los campesinos. (Nota para el texto publicado en el periódico «Volksstaat»; en las ediciones de 1875 y 1894 no figura.)

[**] Acerca del artel véase, entre otros, "Acerca de los arteles en Rusia", fasc. I, San Petersburgo, 1873.

[***] Acerca de la situación de los campesinos véase, entre otros, el informe oficial de la comisión gubernamental agraria (1873) y, ademas, Skaldin, "En provincias apartadas y en la capital", San Petersburgo, 1870. Este último trabajo pertenece a la pluma de un conservador moderado.

[****] En Polonia, sobre todo en la provincia de Grodno, donde los terratenientes fueron arruinados en su mayoría por la insurrección de 1863, los campesinos ahora compran o arriendan muchas fincas de terratenientes y las cultivan conjuntamente y en beneficio común. Y esos campesinos hace ya siglos que no conocen ninguna propiedad comunal y, por añadidura, no son gran rusos, sino polacos, lituanos y bielorrusos.

[*****] Véase el presente tomo, pág. 429. (N. de la Edit.)

[******] Véase la presente edición, t. 1, pág. 102. (N. de la Edit.)

[*******] Véase F. Engels. "El origen de la familia, etc.", 5ª ed., Stuttgart, 1892, págs. 109-113 (véase la presente edición, t. 3). (N. de la Edit.)

[********] Véase C. Marx. "Carta a la redacción de «Otéchestvennye Zapiski»". (N. de la Edit.)

[*********] N. K. Mijailovski. (N. de la Edit.)

[**********] Véase el presente tomo, pág. 95 (N. de la Edit.)

[***********] La cursiva es de Engels. (N. de la Edit.)

 

 

[1] 271. El trabajo de Engels "Acerca de la cuestión social en Rusia" es el V artículo de la serie "Literatura de los emigrados". Engels hace constar en él los factores decisivos y determinantes del crecimiento del ambiente revolucionario en Rusia: la clase obrera rusa ha salido al escenario político, es inevitable el crecimiento del movimiento de las masas campesinas como respuesta al saqueo de los campesinos después de la abolición de la servidumbre. En el artículo, al igual que en las palabras finales al mismo, escritas en 1894, Engels critica las tendencias principales del populismo ruso de comienzos de los años 70, personificados por ideólogos del tipo de P. Lavrov y P. Tkachov, y sobre todo el populismo liberal de los años 80-90. El análisis general de las relaciones sociales reinantes en Rusia después de 1861 lleva a Engels a la conclusión de que el capitalismo se desarrolla cada vez más en ese país y que se desintegra, con tal motivo, la propiedad comunal en el campo. Engels somete a acerba crítica la idealización de la comunidad campesina por los populistas y señala el ritmo cada vez más intenso de transformación de Rusia en país industrial-capitalista, de proletarización del campesinado y de «destrucción de la antigua comunidad comunista» (véase el presente tomo, pág. 432). Engels subraya con satisfacción el surgimiento de hombres en el movimiento revolucionario ruso que han roto con las concepniones populistas y han hecho suya la teoría del comunismo científico.- 409, 421.

[2] 272. Aquí y en adelante, Engels cita el folleto de Tkachov "Offener Brief an Herrn Friedrich Engels" («Carta abierta al señor Federico Engels») publicado en Zurich en 1874.- 403, 421.

[3] 273. Engels se refiere al libro de Haxthausen "Studien über die innern Zustände, das Volksleben und insbesondere die ländlichen Einrichtuagen Russlands («Investigación de las relaciones interiores de la vida popular y, sobre todo, las instituciones rurales de Rusia»), aparecido en 3 partes en 1847-1852 en Hannover y en Berlín.- 415.

[4] 274. Pequeña Rusia, nombre que se daba a Ucrania en los documentos oficiales de la Rusia zarista.- 416.

[5] Bückler, Juan (ap. 1780-1803): bandido alemán conocido por su apodo Schinderhannes.— 418.

[6] 271. El trabajo de Engels "Acerca de la cuestión social en Rusia" es el V artículo de la serie "Literatura de los emigrados". Engels hace constar en él los factores decisivos y determinantes del crecimiento del ambiente revolucionario en Rusia: la clase obrera rusa ha salido al escenario político, es inevitable el crecimiento del movimiento de las masas campesinas como respuesta al saqueo de los campesinos después de la abolición de la servidumbre. En el artículo, al igual que en las palabras finales al mismo, escritas en 1894, Engels critica las tendencias principales del populismo ruso de comienzos de los años 70, personificados por ideólogos del tipo de P. Lavrov y P. Tkachov, y sobre todo el populismo liberal de los años 80-90. El análisis general de las relaciones sociales reinantes en Rusia después de 1861 lleva a Engels a la conclusión de que el capitalismo se desarrolla cada vez más en ese país y que se desintegra, con tal motivo, la propiedad comunal en el campo. Engels somete a acerba crítica la idealización de la comunidad campesina por los populistas y señala el ritmo cada vez más intenso de transformación de Rusia en país industrial-capitalista, de proletarización del campesinado y de «destrucción de la antigua comunidad comunista» (véase el presente tomo, pág. 432). Engels subraya con satisfacción el surgimiento de hombres en el movimiento revolucionario ruso que han roto con las concepniones populistas y han hecho suya la teoría del comunismo científico.- 409, 421.

[7] 272. Aquí y en adelante, Engels cita el folleto de Tkachov "Offener Brief an Herrn Friedrich Engels" («Carta abierta al señor Federico Engels») publicado en Zurich en 1874.- 403, 421.

[8] 275. Trátase del artículo de Y. Zhukovski "Carlos Marx y su libro acerca del capital" aparecido en la revista "Véstnik Evropy" («Mensajero de Europa»), libro 9 correspondiente a 1877, y de la respuesta de N. Mijailovski a dicho artículo en la revista "Otéchestvennye Zapishi" («Anales de la Patria»), núm. 10 correspondiente a 1877, bajo el título "Carlos Marx juzgado por Y. Zhukovski".

Acerca de "Véstnik Evropy" véase la nota 59.

"Otéchestvennye Zapishi" («Anales de la Patria»), revista político-literaria, se publicó al principio en Petersburgo, en 1820; a partir de 1839 era una de las mejores revistas progresistas de su época. Sometida a continuas persecuciones por parte de la censura, la revista fue cerrada en 1884 por el Gobierno del zar.- 428.

[9] 276. Publicaban la revista "Véstnik Narodnoy Voli" («Mensajero de la Libertad del Pueblo») en Ginebra, de 1883 a 1886, los miembros del Comité Ejecutivo de Naródnaya Volia («Libertad del Pueblo») emigrados de Rusia. No salieron más que 5 números.

En la prensa legal rusa, la carta de Marx fue publicada en octubre de 1888, en la revista "Yuridícheski Véstnik" («Mensajero Jurídico»).- 428.

[10] 277. Esta adición fue omitida por Marx en la segunda edición alemana y las ediciones posteriores del primer tomo de "El Capital".- 429.

[11] 278. Por lo visto trátase de los órganos dirigentes de las organizaciones populistas "Zemliá y Volia" («Tierra y Libertad») (desde el otoño de 1876 hasta el de 1879) y "Naródnaya Volia" («Libertad del Pueblo») (desde agosto de 1879 hasta marzo de 1881); esta última proclamó el terrorismo como principal medio de lucha política.- 430.