Escrito: En
noviembre-diciembre de 1893.
Publicación: Publicado
por primera vez en polaco en Sprawa Robotnicza, París, nov-dic. 1893.
Traducción al castellano: Traducido
directa del alemán al castellano especialmente para Espacio Rosa Luxemburg por Marion
Kaufmann en base a la
versión alemana que puede verse en http://www.marxists.org/deutsch/archiv/luxemburg/1893/12/engbearb.htm
Fuente de la presente versión: Este texto ha sido
gentilmente proporcionado por el Espacio
Rosa Luxemburg en mayo de 2011.
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo 2011.
El 17 de noviembre finalmente terminó la gran huelga de 300.000 mineros, una huelga que duró cuatro meses y que fue de una importancia nunca vista antes. Ya hemos escrito que fue causada por la decisión de los dueños de las minas de carbón de reducir los jornales, a partir de agosto, en un 25 por ciento. Los capitalistas manifestaron que en vista de que sus ganancias habían disminuido por los actuales precios del carbón, los obreros debían renunciar a una cuarta parte de sus jornales. El siguiente informe, hecho por un socialista inglés, muestra el beneficio de los capitalistas ingleses al lado de los jornales de los obreros:
El número de capitalistas mineros es de 3.000. En 1892, su beneficio neto era de 170 millones de rublos. La cantidad de obreros en las minas de carbón en el centro de Inglaterra es de 300.000. Su ingreso anual suma en total 150 millones de rublos. O sea, que un capitalista tiene una entrada semanal de 1.090 rublos y a un obrero le toca un jornal semanal de 9,60 rublos. ¡De esta forma, un barrigón que durante toda su vida no hace nada recibe el mismo importe que 115 obreros que realizan un trabajo duro, que permanentemente ponen en peligro su vida y su salud!
Pero incluso esos modestos jornales fueron logrados solamente con enormes esfuerzos de los obreros y docenas de huelgas.
Porque todavía en el año 1888 sus jornales eran un 40 por ciento más bajos y los mineros pasaban por grandes miserias. Se quejaban de que sus hijos “andaban medio muertos de hambre”. En 1890, después de una ardua lucha, los mineros lentamente llegaron a los jornales actuales, y ahora, tres años más tarde, los capitalistas deciden de nuevo bajar los jornales a 7,20 rublos. Sin embargo, los mineros manifestaban que menos que eso no aceptarían, y que prefieren dejar de trabajar del todo y morir de hambre, antes que volver a la miseria del año 1888.
Al principio se creía que la huelga iba a abarcar a todas las masas mineras, que en Inglaterra junto con Escocia suman más de 660.000 hombres. Parece que en agosto hubo efectivamente un momento en el que 500.000 hombres fueron a la huelga. Pero muy pronto 200.000 de ellos abandonaron la idea del paro, y quedaron 300.000 mineros, que aguantaron hasta el final. Esa falta de concordancia entre los mineros ingleses se debía a las fundamentales diferencias de opiniones y organización. En Inglaterra los mineros se dividen en tres grandes organizaciones principales: la Unión de las zonas de Durham y Northumberland, que abarcan a unos 100.000 obreros, la Unión de las Zonas de Gales del Sur y Monmouthshire, con 65.000, y finalmente la llamada Federación de los Mineros de Inglaterra Central, con más de 300.000 trabajadores. Esas organizaciones tienen características totalmente diferentes entre sí. Las dos primeras uniones están bajo la influencia de los mineros mejor pagados, que están conformes con su destino y rechazan la idea de una lucha. Los obreros de esas zonas se dejaban engañar por los capitalistas mediante la llamada “escala de jornales flexibles”. El engaño reside en el hecho de que existe una comisión, formada parcialmente por obreros, que suele calcular los jornales tomando como base los precios del carbón. Entonces, el capitalista aparece como una persona totalmente inocente, quien al fijar los jornales depende totalmente de los precios de mercado de su mercadería. Pero es evidente que con los precios del carbón, sean altos o bajos, el capitalista fija los jornales de tal forma que siempre le queda una gran ganancia, mientras que los obreros salen perdiendo.
Cuando hace algunos años los mineros aceptaron la engañosa instauración de los jornales flexibles, los obreros de aquellas zonas se quedaron como petrificados, ya que por haber luchado habían cerrado las vías para mejorar su situación. Confiando en la exactitud del mensaje de sus explotadores, repetían como loros que un aumento de los jornales sólo podría producirse como consecuencia del aumento del precio del carbón; pero como esos precios eran bajos, la lucha no tendría éxito. Confiando pues en la Divina Providencia y en precios más altos, los obreros de ambas regiones están mal organizados y no quieren ser solidarios con los otros mineros de Inglaterra; más aun: los molestan en su lucha y hacen las veces de herramientas de los capitalistas. Cabe mencionar que justo esos obreros son los que se oponen a la instalación de la jornada de ocho horas en Inglaterra en forma de una ley obligatoria, ya que opinan que eso es una contradicción de la “libertad” del obrero mayor de edad. Vemos, entonces, en qué medida los obreros son tomados por tontos por sus explotadores.
Bien diferentes son los obreros del centro de Inglaterra, organizados en la llamada “Federación de Mineros”. Ellos no se dejaron avasallar por los jornales flexibles. No creen que el jornal dependa del precio de la mercadería y dicen: “A nosotros no nos importa el precio del carbón del mercado. Nuestro trabajo debe darnos lo suficiente como para vivir, lo demás no es asunto nuestro”. Por ese motivo se unieron en una asociación minera, sólida y perfectamente organizada, para mejorar su situación. Hasta el año 1888, que era el peor período para los mineros, hubo algunas pequeñas asociaciones en Inglaterra. Pero en vista de la miseria de aquella época, las asociaciones de mineros se unieron formando una federación y la meta de esa federación era, como ya se ha dicho, lograr un aumento del jornal del 40 por ciento. La disminución de los jornales planeada en último término, otra vez tocaba principalmente a los mineros del centro de Inglaterra. En el primer momento convocaron a las otras dos uniones de mineros para que se uniesen solidariamente a su lucha. Pero los obreros de esas uniones, fieles a sus falsos fundamentos, rechazaron la propuesta, porque en vista de los bajos precios del carbón consideraban una fantasía esa lucha por jornales más altos. Ni siquiera se avergonzaban de trabajar horas extra, perjudicando a los compañeros en huelga. También se negaban a ayudarlos con dinero, a pesar de que los mineros del centro de Inglaterra anteriormente los habían ayudado con cientos de miles. Abandonados a su suerte, los mineros de la Federación no perdieron el ánimo. Apelaron a la solidaridad de los mineros franceses, belgas, alemanes y austriacos, quienes en un congreso resolvieron no producir carbón para exportar a Inglaterra. Los mineros franceses y belgas incluso hicieron una huelga, pero por mala organización y otros motivos tuvieron que abandonar la lucha en forma parcial o total.
Ahora muchos se preguntarán: ¿Cómo fue posible que 300.000 mineros, que junto con sus familias suman aproximadamente medio millón de personas, pudiesen aguantar cuatro meses? Debido a la excelente organización de los mineros. Las cajas, alimentadas constante y abundantemente, contenían varios millones de rublos. A esto se sumaba la ejemplar disciplina de los mineros en huelga, quienes, unidos y en armonía, evitaban choques sangrientos con los militares, y cada decisión tomada por los dirigentes era aceptada por todos. Ese cuidado y esa disciplina de los mineros asustaron a los capitalistas, que entonces desistieron de tomar represalias. Por ejemplo, la mayoría de los mineros ingleses vive en casas de los dueños de las minas. A pesar de la huelga, no se atrevían a desalojarlos, ya que los obreros amenazaban que en ese caso correría la sangre, y los capitalistas vieron que debían creerles.
Más que el miedo a sus puños, a los mineros los ayudó la situación política. En Inglaterra, donde los obreros pueden votar y donde constituyen una enorme mayoría, el poder político de los partidos depende de la relación de los obreros con los partidos. Porque justo ese año decidieron fundar un partido obrero independiente en el Parlamento, y elegir sus representantes. Desgraciadamente, hasta ese entonces las masas obreras siempre elegían uno de los partidos burgueses. Dos partidos principales dominan desde hace un siglo el parlamento inglés, turnándose: el liberal, que lucha por los derechos de los industriales y comerciantes, y el conservador, que defiende los intereses de los terratenientes. Esos dos partidos, en constante conflicto, ganan por turno las elecciones, según para quién votan los obreros. Como resultado de esa dependencia de los obreros ambos partidos compiten en atraerlos, pero lógicamente también deben hacer algo por los obreros mismos. Entonces se comprende por qué los dueños de las minas, que pertenecen al partido conservador (vencido en las últimas elecciones), temen, más que a los puños, el hecho de que en el futuro los obreros podrían votar por los contrarios, y por eso no desalojan a los mineros huelguistas que viven en sus casas. También se entiende entonces por qué el partido liberal, que nuevamente llegó al poder gracias a los votos de los obreros, desistió de atacar a los huelguistas con la fuerza militar, y si bien hubo abundancia de militares y policías en las zonas mineras, en ninguna parte se han producido disturbios, como los que hubo por ejemplo en la huelga minera en Francia. Se produjo el milagro de que casi toda la sociedad capitalista inglesa les hizo llegar considerable ayuda económica a los huelguistas. Altos dignatarios, pastores, obispos, ¡y hasta los mismos dueños de minas aportaron a veces miles de rublos para ayudar a los mineros! Tales milagros demuestran que la burguesía depende de la clase obrera.
Es de lamentar que los obreros ingleses no hayan elegido sus propios representantes socialistas para integrar el Parlamento y que la burguesía haya tenido que hacer concesiones al considerarlos como adversarios políticos independientes, en lugar de tratar de atraerlos hacia su lado. Pero eso permite ver la ventaja que significan los derechos políticos de la clase trabajadora, antes aun de que ésta sepa aprovechar a fondo esos derechos.
La competencia de los partidos burgueses para lograr el favor de los trabajadores significó el aporte de una suma considerable que ingresó en la caja de los huelguistas. No hace falta mencionar que los obreros de todas las demás ramas de la industria inglesa también han ayudado dentro de sus posibilidades. ¡Así esa enorme masa, que agrupaba más de un millón de hombres, pudo soportar con gran esfuerzo las dieciséis semanas! Ante el poder de resistencia de los huelguistas, los capitalistas comenzaron ya en agosto a proponerles un arreglo mediante un tribunal arbitral. Pero los obreros no querían saber nada de eso y seguían repitiendo que no aceptarían ninguna disminución del jornal. Gracias a la libertad de reunión, los mineros organizaron miles de reuniones al aire libre y los más elocuentes los animaron con discursos enardecidos para seguir resistiendo y para la lucha; apasionadas, las masas manifestaban su acuerdo. Especialmente las mujeres de los mineros se destacaban por su firmeza y proclamaban a los gritos que antes de permitirles a sus maridos e hijos regresar al trabajo y aceptar la miseria que les ofrecían, matarían a sus chicos... En cada una de las reuniones se decidió: continuar la huelga.
Mientras tanto, las reservas de los barones del carbón empezaban a agotarse, los precios del carbón subían tremendamente. Muchas factorías del hierro, los ferrocarriles, etc., tuvieron que parar por falta de combustible. El temor de perder ventas en el exterior por no poder hacer entregas por mucho tiempo, impulsó a varios capitalistas a instar a terminar la huelga lo antes posible. La población también sufría por el encarecimiento del combustible. El invierno se estaba acercando. La gente consideraba a los capitalistas como los causantes de la huelga y las voces que decían que los obreros tenían razón se hacían oír cada vez con más frecuencia. Sin embargo, los obreros no tenían intención de ceder. Entonces, en la Sociedad de los Dueños de Minas empezó a reinar el descontento y se repetían las quejas contra los jefes de la Sociedad, que habían causado la huelga y que por su terquedad cargaban con el enojo de todo el país. Los capitalistas abandonaban, uno tras otro, la Sociedad y empezaban a hacer concesiones a los obreros por su cuenta. Uno tras otro se mostraban dispuestos a volver a emplear a los obreros, sin rebajar los jornales. En sus reuniones, los obreros en conjunto estaban de acuerdo en que aquellos compañeros que trabajaban con esos capitalistas pudieran volver al trabajo, pero con la condición de que todos serían reincorporados y que ninguno sería despedido por huelguista. Al mismo tiempo, cada obrero que regresaba al trabajo se comprometía a aportar inmediatamente medio rublo por día a la caja de huelga para sostener a los compañeros que continuaban el paro. Es decir, que también de este lado venía parte de la ayuda y las masas seguían con la huelga. Entre tanto, la Sociedad de los capitalistas corría el peligro de perder la mayoría de sus miembros y eso terminó definitivamente su resistencia. En vista de ese hecho y por el peligro de otra huelga que ponía en peligro la existencia de toda la “industria local”, el gobierno ofreció nombrar a uno de los ministros como mediador entre obreros y capitalistas. Ambas partes aceptaron la propuesta y el 17 de noviembre se fijaron los resultados del convenio, como sigue:
Los obreros pueden reasumir su trabajo bajo las condiciones anteriores; se formará una comisión, constituida por 14 capitalistas y 14 mineros, que elegirá en forma conjunta un presidente, y que a partir del 1° de febrero de 1894 definirá los futuros jornales de los mineros. Esa comisión actuará, a modo de prueba, durante un año.
Después de esa decisión, que constituye una total y brillante victoria de la masa obrera, los dirigentes de la huelga decidieron terminarla y volver al trabajo. La victoria y el fin de la huelga provocaron una enorme alegría en todos los distritos mineros. Las minas y las casas fueron decoradas con hojas, los niños bailaban y saltaban. Los obreros se felicitaban unos a otros. También en el resto del país ese hecho fue celebrado como una gran fiesta. En el Parlamento la noticia del fin de la huelga fue recibida con un aplauso cerrado; el primer ministro respiró aliviado y dijo: ¡“Gracias a Dios”! La prensa toda comentó ese hecho, tal fue la importancia lograda por los mineros ingleses con su extraordinaria lucha.
Realmente, los resultados de la huelga pueden ser considerados como una victoria. Ante todo, los obreros obligaron a sus explotadores a pagarles los jornales anteriores. En cuanto a la comisión, que va a determinar los jornales del año próximo, se puede estar tranquilo de que no hará nada a la manera del comité de los jornales flexibles. Eso lo garantiza el inmenso poder mostrado por los obreros en la huelga, con quienes los capitalistas no querrán tener conflictos nuevamente. También lo garantiza la tenacidad con la que los mineros retuvieron los sueldos anteriores, diciendo que “no tienen nada que objetar que los jornales se fijen según los precios del carbón, si éstos significan un aumento de los jornales”. Finalmente, los obreros aprobaron solamente un año de prueba. En el caso de que no estuvieren satisfechos con el trabajo de la comisión después de un año, volverán a la lucha con fuerzas redobladas.
Esa victoria representa un hecho que no existe muchas veces en la historia de la masa obrera. Hasta ahora, no se ha visto en Europa una huelga tan formidable. Y eso que el enemigo de los trabajadores —la Sociedad de los Dueños de Minas en Inglaterra— pertenece a su vez a las organizaciones capitalistas más fuertes del mundo. Pero lo más importante, lo que hace que esa huelga sea tan significativa, es el principio en que se basaba esa lucha. Se trataba del convencimiento de que: o bien es posible defender y lograr un mejor jornal aunque bajen los precios del producto, o bien si bajan los precios de la mercadería —como sostenían aquellos mineros ingleses anticuados y desorientados, que se negaban a participar de la huelga— es inevitable bajar los jornales. En otras palabras: si la organización y la lucha de los obreros hoy día puede lograr algo, o si el trabajador debe someterse a todas las oscilaciones del mercado de consumo y soportar humildemente su miseria. La victoria de los mineros en el centro de Inglaterra demuestra que lo expresado en segundo término es erróneo, que el obrero sí tiene la posibilidad de protegerse, al menos de la extrema miseria, cuando dispone de una organización fuerte y de libertad política.
Por lo tanto, los resultados de la huelga y de su finalización abarcan mucho más que las ventajas materiales inmediatas de los mineros del centro de Inglaterra. Como suele suceder después de una batalla ganada, se duplicó la influencia de la Federación de Mineros y la confianza que le tienen las masas obreras. Los aportes a las cajas de las diversas zonas entrarán con más fluidez que antes. Las decisiones serán aceptadas con más seriedad y rapidez. Y hay más: los obreros de otros distritos mineros, que se negaban a participar en la huelga, ahora tienen que admitir que la Federación del Centro de Inglaterra tenía razón, tienen que reconocer su superioridad y poco a poco seguirán su ejemplo. Ya durante la huelga las masas mineras de esos distritos apoyaban a sus compañeros de la Federación. No hay duda de que, tarde o temprano, todos se incorporarán a la victoriosa Federación. Y, finalmente, la victoria de los huelguistas derrotó a la “Sociedad de Dueños de Minas de Carbón”, esa poderosa organización capitalista, y la ha debilitado en la medida en que robusteció la organización obrera. Ya hemos visto que dicha Sociedad prácticamente fue la víctima de la huelga.
Así fue como gracias a la perfecta organización y las especiales condiciones políticas, los mineros ingleses lograron una victoria total, batieron a sus enemigos y atrajeron a miles de sus compañeros de infortunio a la participación en la lucha conjunta por un futuro mejor.
Rosa Luxemburg