P. Lafargue

 

Organización del Trabajo

 


Publicación original: La Emancipación, Madrid, 1872, Febrero 11, 18, y 25; Marzo 3
Fuente: La Emancipación , Biblioteca Nacional de España
Digitalización: Graham Seaman.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2024
Nota: Paul Lafargue reclamó la autoria de este articulo anónimo en su folleto A los Internacionales de la Region Española.


 

I.

Suponía Hegel que la humanidad estaba sumida aun en la barbarie, porque cada trasformacion social se consumaba en medio del dolor de la gran masa humana. Para él el símbolo del progreso era el carro de aquel Dios indio que solo avanza sobre los cadáveres de sus adoradores.

Nosotros, hombres de este siglo de luces y progreso, hemos asistido á la mas dolorosa trasformacion que jamás la humanidad había sufrido: el trabajo del hombre reemplazado por el del autómata. Parece como que la humanidad, previendo los dolores que iba á padecer, titubeó antes de entrar en esta nueva fase social. En efecto, la máquina para tejer la cinta, inventada al principio del siglo XVI, no pudo ser empleada libremente hasta fines del siglo XVIII. El inventor fué estrangulado en un calabozo de Dantzig. La máquina fué quemada en la plaza pública de Hamburgo, y su empleo fué prohibido en Holanda, en Inglaterra y en Alemania, por decretos imperiales y reales, á causa de las turbulencias populares que en todas partes suscitaba. Esta máquina, que provocaba tanta oposición y tanta ira, anunciaba las máquinas de tejer que debían traer á Europa la revolución industrial, la revolución que iba á dar á la burguesía los medios de vencer á la nobleza, ia revolución que iba á crear la nueva clase, el proletariado, á quien pertenece el porvenir.

El dolor engendrado por esta trasformacion económica no podrá ser descrito jamás. «El autor de la má­ quina de hilar algodón ha arruinado la India, y lo que importa mas, ha hecho que mueran de hambre en Europa millares de familias. La máquina de hilar el lino ha reducido á la miseria y al hambre á una parte del pueblo belga, sucediendo lo mismo en Flandes y en Bretaña.»(1)

La máquina que suprime la fuerza física y la inteligencia del obrero, permitió á los industriales, para disminuir los gastos de producción, el reemplazar el trabajo de los hombres por el de las mujeres, y el de las mujeres por el de los niños. ¡Y los jefes de la burguesía tienen el cinismo de acusarnos á nosotros, internacionales, de destruir la familia, cuando es esa misma burguesía la que, para ganar unos cuartos ha destruido la familia obrera, arrojando á la mujer y al niño al infierno de la fábrica! En Francia y en Inglaterra la esplotacion burguesa de las mujeres y de los niños tomó un carácter tan feroz, que llegó á temerse la desaparición de la raza productora en los distritos manufactureros. En Lilla la información oficial demostró que los niños estaban tan recargados de trabajo y tan mal alimentados, que sus huesos se hablan reblandecido y vuelto esponjosos, hasta el punto de que la estremidad de los dedos tenia la forma de una espátula. En Inglaterra las informaciones oficiales han revelado el suicidio de niños.

La burguesía, cebada y triunfante, ha ahogado esos gritos de dolor y esos gemidos con sus cantos de alegría. Durante este tiempo, sus filósofos elaboraban la teoría del progreso, y sus economistas entonaban himnos en honor de la civilización.

La España no ha descendido aun á estos abismos de desesperación y de miseria, porque no ha llegado todavía al nivel de la civilización moderna; pero fatalmente, el proletariado español, que crece de dia en día, deberá apurar la amarga copa del progreso burgués, á no ser que, apoderándose de la fuerza revolucionaria, ponga un freno á la esplotacion burguesa.

La humanidad ha padecido bastante. Hora es ya de que la clase trabajadora, la única clase útil, se emancipe; hora es de que el trabajo social se realice sin que la clase trabajadora esté sumida en la esclavitud de la miseria; fuerza es que la clase proletaria vea terminar sus males por medio una organización científica del trabajo.

La organización del trabajo debe establecerse de una manera distinta en relación con las diferentes industrias y con su desenvolvimiento. Para simplificar este estudio, que ha de estar forzosamente muy compendiado, haremos de las industrias dos grandes divisiones:

1.° Las industrias de forma colectivista, que comprenden todas las industrias en que un número considerable de obreros cooperan en común para crear un producto también común, y en que el instrumento de trabajo, en vez de ser movido por la fuerza humana, es movido por el vapor.

2.º Las industrias de forma individualista, en que un obrero puede crear un producto completo sin ayuda de ningun otro obrero, y en que el instrumento de trabajo es movido por la fuerza humana.

La tendencia de la industria moderna es reemplazar el hombre por el autómata mecánico y crear la division en el trabajo, y por consecuencia el disminuir diariamente el número de industrias de forma individualista, trasformándolas en industrias de forma colectivista. Esta es la razon de que fatalmente la sociedad marche al colectivismo.

 

II.

ORGANIZACION DEL TRABAJO EN LAS INDUSTRIAS DE FORMA COLECTIVISTA.

La organización igualitaria del trabajo en estas industrias será sumamente fácil; pues el industrial capitalista les ha dado ya una organización colectiva muy perfecta. En efecto, todo taller moderno (ferro-carriles fábricas de hilados y tejidos, fundiciones metalúrgicas, minas, etc.), está organizado de modo que cada trabajador sabe perfectamente el puesto que debe ocupar en el movimiento de la máquina, y todos los obreros cooperan á crear el producto con la mayor economía posible de fuerzas. Mas esta organización perfecta, en vez de convertirse en provecho del asalariado se halla en manos de los capitalistas industriales, que hacen de ella un instrumento de opresión y de engrandecimiento.

En un ferro-carril, ¿son los accionistas ó son los jornaleros, peones, fogoneros, maquinistas, ingenieros, telegrafistas, jefes de estación y demás empleados los que desempeñan una función útil? En Bélgica una parte de los ferro-carriles han pasado ya de las manos individuales de los capitalistas á las manos impersonales del Estado. En Inglaterra está en estudio la cuestión de la compra de las líneas férreas y de su trasformacion en propiedad nacional, como lo son en todas partes los caminos, los canales, las líneas telegráficas, etc. Y fatalmente, y á pesar de cuanto digan en contra los economistas burgueses, todas las demas industrias, centralizadas ya, y cuya esplotacion es fácil de dirigir por medio de capacidades creadas al efecto, han de ser del mismo modo sustraídas á la esplotacion individual para ser esplotadas en beneficio de la colectividad. Las fábricas de hilados y tejidos, las fundiciones metalúrgicas, las minas y los buques, las instituciones de crédito, etc., han de sufrir la misma suerte de las líneas telegráficas, de los canales y caminos.

Pero admitiendo que la centralización en manos del Estado de todos los grandes organismos industriales, ferro-carriles, fábricas, minas, etc., fuesen un hecho consumado, y esto podrían hacerlo y lo harán los hombres de Estado burgueses, quedaría aún, entiéndase bien, otro problema por resolver.

Efectivamente, vemos que en todos los organismos industriales que pertenecen al Estado burgués, los asalariados que dependen de ellos están tan esplotados como los asalariados de cualquier industria privada. Todos esos organismos están dirigidos y administrados por un estado mayor muy brillante, pero casi siempre nulo y cuyos miembros deben por regla general su posición al favor y á la intriga. Mientras que los hombres mas útiles á la esplotacion son retribuidos en razon inversa de lo que trabajan, aquellos lo son en razon directa de su ociosidad. Las industrias esplotadas por el Estado son, en general, un medio de dotar á los amigos del poder, y esta es la razon de que estén tan mal administradas.

Mas para centralizar rápidamente en las manos impersonales de la administración colectiva todos los grandes organismos industriales y para trasformar todas estas administraciones en beneficio de los que las hacen producir, esto es, de la clase trabajadora, es necesario que la burguesía sea arrojada del poder, del cual se sirve y se servirá siempre en favor de sus intereses de clase y en menoscabo de la justicia.

La emancipación de la clase obrera no será completa­ hasta que los instrumentos de trabajo, monopolizados­ hoy en unas cuantas manos, sean propiedad común, y estén á la disposición de toda sociedad obrera que quiera y pueda servirse de ellos. La grande obra de la Internacional consiste en llevar á cabo esta trasformacion.

En las industrias de forma colectiva el instrumento de trabajo, que sirve á un número mas ó menos considerable de obreros, no puede ser la propiedad de un solo individuo, porque en tal caso, este individuo, como sucede en la sociedad actual, tendría el poder de esplotar á todos los obreros que necesitan, para producir, de aquel instrumento de trabajo. Tampoco puede ser propiedad del grupo de obreros que lo emplea, pues este grupo podría, ó no utilizarlo de una manera conveniente, ó lo que seria peor, servirse de él para esplotar á otros obreros. En efecto, hemos visto sociedades cooperativas, entre las que podríamos citar la de Rochdale, tan preconizada por los economistas burgueses, en las cuales, siendo el instrumento de trabajo propiedad común de los que lo empleaban, venia á ser con el tiempo un instrumento de esplotacion contra otros trabajadoras que la cooperativa empleaba con el nombre de ayudantes. (Véase el núm. 33 sobre la Cooperación de producción).

Según se ve, para que la esplotacion sea estirpada de la superficie de la tierra, es menester que los instrumentos de trabajo no pertenezcan ni á un individuo ni á un grupo de individuos, sino que, á semejanza del aire y de la luz, sean propiedad común de todos los seres que componen la humanidad, y que sea permitido á todos los seres humanos, sin distinción de sexo, color ni nacionalidad, servirse de ellos gratuitamente, á fin de que todo individuo pueda sacar el valor íntegro del producto que con ellos haya fabricado, dejando solo una parte para costear la renovación del instrumento y subvenir á los gastos generales.

Cuando los instrumentos de trabajo sean ya propiedad común, habrá que nombrar, era por mayoría de votos ó en otra forma, consejos de vigilancia, encargados de velar sobre el modo como dichos instrumentos se empleen. Estos consejos, cuya misión debe ser puramente pasiva, se compondrán de hombres de cierta edad, que hayan adquirido una grande esperiencia en el manejo del instrumento de cuya vigilancia están encargados, podiendo asimismo entrar en él los obreros jóvenes que, por accidente ó por cualquiera otra causa, se hayan inutilizado para el trabajo activo. De este modo, la sociedad emplearía provechosamente una cantidad de fuerza que hoy se pierde. Los hombres que han visitado las ciudades manufactureras han debido observar un estraño fenómeno: que en ellas no hay ancianos. A los cuarenta ó cincuenta años, á lo sumo, el proletario moderno ha terminado su vida de dolores. En la sociedad actual el proletario que, por vejez ó por un accidente desgraciado, no puede producir de la manera que su esplotador le éxije, tiene que morirse de hambre. Los pueblos cazadores mataban á sus ancianos, lo que entre ellos era un acto de humanidad, porque el hombre que no poseía miembros bastante ágiles para alcanzar la presa, estaba condenado á morir de hambre. Nuestra sociedad filantrópica y cristiana rechaza con horror estos medios bárbaros.

El papel del consejo á que nos referimos debe ser de pura vigilancia, pues desde el momento en que tuviese un poder cualquiera, podría á su vez convertirse en esplotador. Por otra parte, nos proponemos, mas adelante, determinar sus funciones, que deben tener una importancia capital.

En un taller moderno, ya sea ferro-carril, fábrica de hilados ó tejidos, fundición, mina, etc., todos los obreros, desde el primero hasta el último, concurren, según su capacidad y su importancia, á crear el producto, estando todos asociados en el trabajo, mas no en el reparto del producto del trabajo. La mayor parte de este producto la retiran los capitalistas comanditarios, los industriales directores y los empleados por ellos protejidos. En estas industrias de forma colectiva, como la organización del trabajo es bastante perfecta, no habrá otra cosa que hacer sino aplicarles el principio igualitario de la distribución del producto.

Para establecer en estas industrias una distribución equitativa de los productos del trabajo, será preciso conocer el valor de una jornada normal de trabajo. Por consecuencia, será preciso, ante todo, determinar cuál es esa jornada.

a). Jornada normal de trabajo(2).—El comunista Roberto Owen, que era uno de los principales manufactureros de Inglaterra, había calculado que toda la producción inglesa, la mayor que existe en el mundo y que traspasa considerablemente las necesidades de sus diez y nueve millones de habitantes, puesto que todos los mercados europeos, americanos y asiáticos se ven invadidos por sus productos, podia verificarse con seis horas de trabajo diarias, con la condición, sin embargo, de que todos los habitantes de Inglaterra trabajasen. Cuarenta años há que Roberto Owen hizo este cálculo, y desde entonces los instrumentos de trabajo han adquirido una perfección tal, que la producción inglesa ha podido duplicarse, exigiendo con todo menos horas de trabajo al obrero.

Karl Marx, miembro del Consejo general de nuestra Asociación, en su última obra, titulada El Capital ha demostrado, fundándose en datos oficiales, que la producción inglesa había aumentado siempre á medida que, por disposiciones gubernamentales, se disminuían las horas de trabajo en las fábricas. De suerte, que el obrero, que hoy no trabaja en Inglaterra mas que diez horas, produce mas que cuando trabajaba catorce y diez y seis horas diarias. El ultimo movimiento que ha obligado á los fabricantes á reducir la jornada de trabajo á nueve horas, no ha disminuido por esto la produccion inglesa.

En la misma obra prueba Marx, apoyándose en guarísmos positivos, que toda la gigantesca producción inglesa se lleva a cabo por ocho millones de individuos, y cuenta en estos ocho millones los empleados de comercio, los hacendistas y los industriales que dirigen personalmente sus fábricas. En estos ocho millones de individuos, se hallan 1.208.648 consagrados á servicios domesticos; es decir, mas de la octava parte, cuya única función consiste no en producir, sino en servir á unos cuantos miles de holgazanes que forman las clases privilegiadas, y estos individuos destinados á la servidumbre, no solo no producen nada, sino que viven del producto del trabajo ageno. Si esta clase estuviese empleada en la producción, ¡qué disminución resultaria inmediatamente en la jornada del obrero! Sabiendo que toda Inglaterra está cultivada solo por 1.098.261 personas, que todo el personal de las fabricas de hilados y tejidos y de las minas asciende á 1.208.442 individuos, y que el de las fundiciones metalurgicas es de 396.988, se ve que estas tres clases de productores tan importantes, son inferiores, cada una de por si, á la clase de lacayos.

Hay otra trasformacion, que una vez realizada, permitirá disminuir la jornada del trabajador. El rico no se contenta con vivir sin producir nada, lo que seria poca cosa, sino que, gracias á él, vive todo un ejército de personas inutiles. A la clase de lacayos, de que hemos hablado mas arriba, hay que añadir esta otra tambien de lacayos mas considerados y mejor retribuidos, que abraza desde el militar hasta el magistrado, y que cuenta en sus filas con la infinita variedad de abogados, escribanos, agentes de policía, literatos, clérigos, hombres de Estado, etc., y toda una clase de obreros que solo trabajan para satisfacer los estúpidos gustos de los ricos. En Paris se confeccionan camisas de hombres y se bordan pañuelos que valen 2 y 3.000 francos. ¡La ex-emperatriz de los franceses gastaba vestidos que valían de 40.000 á 50.000 francos! Todo este lujo frívolo é insultante desaparecerá el dia en que desaparezcan los ricos. Cuando todas esas clases de lacayos y de obreros de lujo se apliquen á un trabajo útil, no será nada difícil el reducir la jornada de trabajo á seis horas. Ya en el Congreso de los Estados-Unidos se ha votado una ley estableciendo un límite de ocho horas al trabajo diario, y el presidente Grant, el primer año de su gobierno, la mandó poner en práctica en todos los talleres del Estado. Mas en todo caso, la cantidad de horas reglamentarias de que habrá de componerse la jornada normal de trabajo es una cuestión que no podrá ser resuelta hasta que se conozca por la estadística la cantidad total de horas de trabajo que se necesita para la produccion social, y entonces, subdividiendo esta cantidad por el número de individuos que deben contribuir á la producción, se tendrá científicamente la jornada normal de trabajo, que tal vez se compondrá de menos de seis horas.

b). Valor de la jornada normal de trabajo.—La segunda cuestión es saber cuál será el valor de una jornada normal de trabajo, desempeñada con asiduidad.

En Inglaterra se ha calculado que si se repartiese la renta anual de la nación entre todos sus habitantes, á cada individuo correspondería anualmente una cantidad de 3.000 rs., y calculando á razón de cinco individuos por familia, que es el tipo oficial, resulta que cada familia disfrutaría de una renta anual de 18.000 reales, lo que constituiría ampliamente lo necesario para vivir. De todo esto se deduce que de la noche á la mañana una revolución puede hacer desaparecer la miseria del pueblo, que los burgueses, por razones particulares, suponen eterna.

Del mismo modo que para calcular la jornada normal de trabajo se ha tomado por la cantidad de tiempo necesaria á la producción social, el valor normal de la jornada de trabajo deberá basarse sobre la renta anual de la sociedad entera, que será dada por las estadísticas oficiales.

La fijación científica de la jornada de trabajo y de su valor no es una utopia, ni mucho menos; pues hoy mismo tiene lugar esta fijación, pero de una manera desordenada y anárquica.

En nuestro artículo sobre la Cooperación de consumo (véase el núm. 34), hemos demostrado que el salario del obrero se establece con arreglo al precio de los artículos necesarios para reproducir su fuerza vital. El capitalista no pone su dinero en una industria sino con la condición de sacar de ella un beneficio determinado. Si los beneficios son considerables, inmediatamente afluyen los capitales á aquella industria, y la competencia se establece, y el tipo de los beneficios se normaliza; en tanto que si el beneficio es inferior al tipo normal, la industria vegeta ó muere. Es un hecho incontestable que el beneficio industrial oscila entre ciertos límites determinados. Por el hecho mismo de hallarse determinados de una manera anárquica los beneficios industriales por la concurrencia, se hallan determinadas también la jornada de trabajo y su valor Lo que pedimos hoy es la regularizacion científica de lo que se hace anárquicamente.

c). Fijacion del valor del producto.—Determinado el valor correspondiente á la jornada de trabajo normal, el valor del producto se encuentra por consecuencia determinado por la cantidad de horas de trabajo empleadas para crearlo. Aun en nuestra sociedad anárquica, la cantidad de trabajo que está materializada en un producto es lo que constituye su valor, y cuando se cambian, es porque cada cual representa una cantidad equivalente de trabajo. Se viola esta ley económica cuando hay monopolio, ya sea natural, á causa del talento excepcional del obrero, ya por la protección injusta del Estado, ó ya por la concentración desordenada de los instrumentos de trabajo.

Pocos años há se asociaron en Paris algunos obreros ebanistas para crear un almacén de venta. Si bien produciendo individualmente, como antes, hacian por esto medio la venta común, puesto que en vez de entregar su producto á un especulador ó venderlo al pormenor en sus tiendas particulares, habían alquilado un gran local, donde todos los miembros de la asociación depositaban sus productos, que eran vendidos por un gerente nombrado al efecto. Nombrábase además una comisión encargada de examinar la calidad del producto, antes de admitirlo, y determinar su precio. Como esta comisión estaba compuesta de personas del oficio, podía determinar fácilmente el precio del producto, pues sabia la cantidad de trabajo invertida en la confección de cada mueble, y de este modo se impedia que los asociados abusasen del público.

De otro modo, una sociedad obrera, a quien se hubiese confiado un instrumento de trabajo, que por su naturaleza constituye un monopolio, como por ejemplo un ferro-carril, podría muy bien esplotar al público. Para evitar este peligro, el consejo de vigilancia encargado en cada sociedad de velar por el instrumento de trabajo, debe ser quien fije el valor del producto.

d). Distribucion del producto del trabajo.—En los grandes organismos industriales hay diferentes categorias de trabajadores, cuyo trabajo es diferente entre sí y cuyo salario es también diferente. Pongamos un ejemplo: el director de un ferro-carril, admitiendo que desempeñe una función útil, lo que no sucede siempre, cobra anualmente millares de duros, al paso que los fogoneros solo cobran unos cuantos miles de reales. En nuestra sociedad, tan perfecta y bien organizada, según los ricos, son precisamente los que hacen trabajos mas rudos y penosos los menos retribuidos.

En todas las industrias, las funciones desempeñadas por los diferentes obreros que forman su personal son también diversas: unas son mas difíciles y peligrosas que otras. Necesario es que la diferencia que existe en la función se reproduzca en el valor de la jornada del individuo que haya desempeñado esta función. En un vapor cualquiera, el fogonero ejerce un oficio mas penoso y que gasta mucho mas la vida que el contra-maestre, encargado de vigilar el trabajo de los otros. Mientras mas penoso es el trabajo, mientras mas fuerza vital consume en un espacio dado, mejor retribuido debe ser. La hora del fogonero debe equivaler á dos, cuatro ó mas horas del contramaestre.

Cuando, en vez de ser una especie de jorobados, cuya inteligencia, cuya fuerza y habilidad se halla desviada hácia un solo Irabajo, seamos hombres completos y podamos, hoy manejar la pluma y dirigir el taller, mañana manejar la pala del carbon, y pasado mañana conducir la máquina; en una palabra, cuando nuestra educación profesional é intelectual sea íntegra, lo que puede hacerse en una sola generación, entonces todos los individuos de una misma asociación desempeñarán alternativamente todos ó casi todos los oficios. Cada cuál podrá ser, ora hilador, ora fogonero, ora tenedor de libros, etc., y entonces, siendo desempeñadas por todos todas las funciones, todas las horas de trabajo se equivaldrán. Pero hasta que nuestra educación íntegra nos permita llegar á este resultado, será preciso tener en cuenta, para la distribución de los productos, la diferencia de las funciones. La misión del consejo de vigilancia consistirá en hacer de manera que los obreros sometidos á los mas rudos trabajos, y que en nuestra sociedad son todos aquellos cuya inteligencia ha tenido menos medios para desarrollarse, no sean los mas esplotados y los peor retribuidos.

Existe otra diferencia que hay que tener muy en cuenta. Indudablemente hay funciones que exijen mayor suma de inteligencia, al paso que hay otras que reclaman mayor fuerza física. Merced á la bárbara educación que recibimos y que nos divide en dos clases, estas funciones no pueden ser desempeñadas por todos indistintamente. Forzoso será, pues, en el caso escepcional en que la función sea muy importante, aplicar á ella hombres de esos que se llaman orgullosámente obreros de la inteligencia, y concederles una gratificación suplementaria, puesto que esas inteligencias que se denominan escepcionales, no tienen siempre la suficiente inteligencia de comprender el problema social. Pero esto será asunto particular y privado de cada asociación obrera. Los consejos de vigilancia no tendrán nada que ver con esta cüestion, que desde el punto de vista de la justicia es mucho menos importante que la de los obreros cuyo trabajo es mal retribuido.

Según se ve por lo espuesto, el consejo de vigilancia debe ser, por decirlo así, un consejo arbitral que decida todas las discordias que puedan surgir entro la asociación y sus individuos, y cuya vigilancia debe estenderse hasta el modo de repartirse los productos, para impedir que los obreros mas débiles, como por ejemplo los niños, sean esplotados por los mas hábiles y mas intrigantes de la asociación.

Un organismo industrial moderno, una fábrica ó un ferro-carril, representan un capital enorme, que es necesario conservar cuidadosamente para la humanidad. Antes de permitir su uso á una asociación cualquiera, el consejo de vigilancia deberá tener la prueba de que la asociación contiene las capacidades requeridas para hacerla funcionar. Además, como cada hora de descanso de la máquina representa una pérdida enorme, el consejo de vigilancia estará encargado de hacer de manera que la máquina funcione constantemente. Para que el hombre pueda tener el tiempo necesario de descansar, de instruirse y distraerse, es menester que las máquinas trabajen sin cesar. Será, pues, necesario que la asociación á quien se haya confiado la máquina, se divida en varios grupos, que se relevarán á medida que el trabajo de la máquina lo exija. Hoy mismo, en Inglaterra, donde á los niños empleados en las fábricas no les está permitido por la ley trabajar mas que un número de horas limitado; el capitalista, siempre atento á su beneficio, divide estos pequeños trabajadores en grupos que se suceden por un órden establecido. En caso de que una asociación no contase con suficiente número de obreros para hacer funcionar constantemente la máquina, esta deberá ser confiada á dos ó mas asociaciones obreras, que la pondrían en movimiento, una despues de otra.

Todos los grandes instrumentos de trabajo, reunidos hoy en unas cuantas manos ociosas, podrían ser de la noche á la mañana trasformados, por un poder revolucionario, en propiedad común, y puestas inmediatamente á disposición de los trabajadores, que hoy hacen producir. Estos obreros, con solo organizarse en asociación, y ofreciendo las garantías arriba indicadas, entrarían en el pleno goce de los instrumentos de trabajo. Para llevar à cabo esta revolución, que curaría á la humanidad de la asquerosa llaga de la miseria, bastaría con espropiar unas cuantas personas, en su mayor parte inútiles y hasta perniciosas para el género humano.

e). Credito gratuito.—Para hacer funcionar las máquinas y para cultivar las tierras, se necesitan primeras materias, abonos, semillas, etc. Para adquirir todo esto se necesita dinero, y para tener dinero es preciso poner al servicio de la colectividad todas las instituciones de crédito y crear inmediatamente un papel moneda, garantizado moralmente por la misma colectividad y materialmente por todas las tierras y máquinas que aquella posea. De este modo se tendrá dinero necesario para proporcionar á las sociedades industriales las primeras materias, y á las sociedades agrícolas las semillas, ios abonos y los instrumentos aratorios. Todo este capital que la colectividad adelantará á las sociedades industriales y agrícolas, lo hará gratuitamente, es decir, sin ningún interés, mas que son un ínfimo tanto por ciento, para gastos generales. Cuando esto suceda, estará establecido el crédito gratuito, que hoy es una medida irrealizable y que lo será mientras los instrumenios de trabajo sean propiedad de ciertos individuos ó de ciertos grupos de trabajadores, como lo sueñan los partidarios de la cooperación.

En una sociedad en que todos los instrumentos de trabajo, como tierras, máquinas y capital, sea propiedad común, todo el que quiera trabajar podrá vivir holgadamente; la esplotacion del hombre por el hombre­ habrá desaparecido, y quien quiera comer trabajará.

 

III.

INDUSTRIAS DE FORMA INDIVIDUALISTA.

En nuestro primer artículo sobre la Organización del trabajo dimos la definición de las industrias de forma individualista, «en que un obrero puede crear un producto completo, sin ayuda de ningún otro obrero, y en que el instrumento de trabajo es movido por la fuerza humana.»

Estudiando la historia, de la industria en general, se ve que toda industria ha comenzado por revestir la forma individualista, para concluir tomando la forma colectivista. Quien haya visitado las fábricas de tejidos de la provincia de Guipúzcoa, habrá sido testigo de un hecho bien singular para todo hombre que venga de los países industriales del Norte de Europa. Pueden observarse en aquella comarca, bajo el mismo techo, las dos formas de la industria textil. En una sala se ven los telares á la mano, y en la sala contigua las máquinas de tejer al vapor, pudiendo asistirse allí al pasaje ó transición de la manufactura á la fábrica, esta fase importantísima del desenvolvimiento de la industria.

La manufactura no es otra cosa que la agrupación de los obreros y de los instrumentos de trabajo en un mismo local, para que puedan ser vigilados y dirigidos y para realizar una economía de gastos generales. En la manufactura, la división del trabajo es rudimentaria y el obrero conserva el mismo modo de trabajar que cuando trabajaba en su taller particular; al paso que en la fábrica la fuerza del hombre es reemplazada por la del vapor, la habilidad del obrero, por la perfección de la máquina, y la division del trabajo llega hasta la infinito. La fábrica centuplica la producción y realiza, no solo una economía de gastos generales, sino lo que es mas importante, una economía de la fuerza vital del obrero reemplazada por la fuerza bruta del vapor. La manufactura, que data en Europa del siglo XIV, es el paso de la industria doméstica ó individualista á la industria moderna ó colectivista. Todas las industrias, hasta las que nos parecen mas individualistas, deben seguir fatalmente esta marcha, y la misión de la clase trabajadora, en su propio interés, consiste en acelerar esta evolución. El dia que la clase obrera española quede triunfante en la lucha que sostiene con sus esplotadores, en vez de dejar á los obreros de las manufacturas de Guipúzcoa y otras provincias que gasten miserablemente su vi­ da en un trabajo demasiado penoso, lo primero que deben hacer es quemar en la plaza pública todos los telares y demás máquinas á brazo, y reemplazarlas inmediatamente con buenas máquinas de hierro movidas por el vapor. Gracias á esta trasformacion de los instrumentos del trabajo, la producción aumentaría y el tiempo de trabajo disminuiría considerablemente.

La industria colectivista tiene sobre la individualista la inmensa ventaja de que el aprendizaje queda reducido á un brevísimo tiempo para aprender el manejo de lá máquina, que es la que se encarga de crear el producto. Así sucedía antes de la invención de las máquinas de coser, que se necesitaban años para aprender este oficio, mientras que hoy con solo unos cuantos dias hay bastante para aprender el manejo de la máquina. Esta facilidad en el aprendizaje permitirá á la revolución el trasformar toda la industria española y ponerla, en un año, al nivel de la industria inglesa.

Respecto á las industrias donde la introducción de las máquinas no pudiera verificarse inmediatamente, podrían adoptarse medidas revolucionarias para trasformarlas y mejorar la suerte de los obreros que en ellas trabajan.

Existen en Madrid centenares de tugurios, reducidos y mal acondicionados, sin aire y sin luz, en donde se penetra al través de negros y tortuosos corredores, ó trepando por estrechas y gastadas escaleras. Allí, apiñados, delante de unas hileras de cajas, trabajan algunas docenas de obreros tipógrafos, no pudiendo hacer el menor movimiento sin molestar al compañero del lado ó de detrás, y respirando noche y dia el aire mefítico de la respiración humana, del tabaco y del humo del quinqué, apenas renovado. Estas imprentillas son generalmente propiedad de pequeños capitalistas, que van tirando de su miserable existencia á costa de esfuerzos y combinaciones inauditas. Al menor contratiempo, estos impresores se ven obligados á declararse en quiebra, y dejan, por consiguiente, de pagar á sus obreros.

Despues de una revolución, deberia inventariarse inmediatamente el material de todas esas imprentillas, trasportándolo á espaciosos locales, bien alumbrados y ventilados. En las iglesias y conventos, y en los palacios de los príncipes y de los nobles podrían prepararse escelentes salones, con buenas luces y buenos caloríferos. Reunidos todos los instrumentos de trabajo en estos cómodos talleres, podría convocarse á todos los obreros é impresores á constituirse en asociación y á disfrutar en común de todas las ventajas que el usufructo de los instrumentos de trabajo les proporcionaria. Los impresores pobres, asociados con los obreros tipógrafos, y en la misma condición que estos, estarían, sin embargo, en una condición mil veces mejor que la en que hoy se hallan.

Lo que acabamos de decir de las imprentas habríamos podido aplicarlo á los talleres de costura, de calzado, á las carpinterías, sombrererías, sastrerías, en una palabra, á todos los talleres donde el trabajo se halla hoy diseminado, los cuales tendrian igual necesidad de ser centralizados, aun cuando no fuera mas que para introducir en ellos una economía de gastos generales y colocar al obrero en mejores condiciones higiénicas.

 

 

_____________________

NOTAS

1. De la Propiedad, por Mr. Thiers, 1848. Citamos á Mr. Thiers, no por su mérito científico, cuya nulidad es solo comparable con su bajeza, sino porque esta pulga, que ha vivido en la camisa de todos los gobiernos, es la personificación ideal de la burguesía moderna.

2. Advertimos á nuestros lectores que lo que vamos a decir de la fijación de la jornada normal de trabajo no podrá practicarse inmediatamente y de una manera rigorosa sino en las industrias donde el trabajo á jornal es hoy un hecho admitido, y en aquelles donde el trabajo á destajo puede sustituirse facilmente por el trabajo á jornal.