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Chris Harman

 

Mayo del 68: 

Cuando otro mundo fue posible


Primera publicación:  En inglés, como parte del  The fire last time: 1968 and after, Bookmarks 1998, segunda edición..
Traducción: Por Enric Rodrigo para  En Lucha.
Edición en castellano: Mayo del 68: cuando otro mundo fue posible fue publicado por el grupo En Lucha en mayo de 2008. Extraído del libro The fire last time: 1968 and after, Bookmarks 1998, segunda edición. 
Esta edición: Noviembre de 2010, en base a la edicion digital del folleto que aparece en En Lucha.


 

 

 

 

Presentación

 

1. Introducción

2. El movimiento estudiantil en Francia

3. La dinámica de la rebelión estudiantil parisina

4. El mayo de las y los trabajadores

5. Un gobierno paralizado

6. Política en la huelga de masas

7. El desenlace

8. Las y los revolucionarios

9. El final amargo

10. Una oportunidad revolucionaria

Notas

 

 

 

Presentacion

"1968-2008: De la imaginación al poder, al poder de la imaginación"

Con motivo del 40 aniversario del mayo francés queremos presentar este capítulo de Chris Harman perteneciente al libro “The fire last time: 1968 and after” publicado ahora hace 10 años. Tras pasar 23 años al frente del revolucionario periódico semanal Socialist Worker, Chris Harman es el actual editor de International Socialism Journal en Gran Bretaña. A finales de los 60 fue un destacado activista del movimiento estudiantil de la London School of Economics participando en la redacción del periódico The Agitator e involucrándose muy activamente en la campaña de solidaridad con Vietnam.

Esta nueva publicación de En Lucha no pretende celebrar con nostalgia un aniversario. Al contrario, sobran razones para publicar un texto de esta envergadura. Después del levantamiento Zapatista en 1994, los bloqueos en Seattle contra la Organización Mundial del Comercio en 1999, y el proceso del Foro Social Mundial desde 2001, un nuevo movimiento con un marcado acento anticapitalista ha recorrido el mundo como un fantasma. Como sucedió tambíen en los años 60 una nueva generación de activistas ha entrado en la lucha por cambiar el mundo de forma radical y desde abajo.

Entonces eran los jóvenes activistas negros del movimiento por los derechos civiles en EEUU y el incipiente Black Panthers Party; el movimiento estudiantil alemán y las campañas contra la guerra de Vietnam; eran también los trabajadores checoeslovacos derrotando los tanques soviéticos en Praga; y por supuesto, las barricadas de los estudiantes franceses que guiaron la posterior ocupación de fábricas y la mayor huelga de masas de la historia.

Actualmente, en esta batalla por cambiar el mundo, los estudiantes franceses han vuelto a ocupar sus facultades, esta vez para derrotar el precario Contrato de Primer Empleo; los estudiantes griegos lo han hecho para defender la universidad pública y frenar su privatización; en Oriente Medio la resistencia y la solidaridad se extienden desde Palestina, Líbano, Afganistán e Iraq hacia el resto del planeta y una nueva oleada de huelgas recorre Egipto amenazando la dictadura de Mubarak; en América Latina las revueltas populares han estallado con especial fuerza en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela.

En este contexto, la publicación de este texto responde a un necesario ejercicio de recuperación de la memoria histórica. Un ejercicio especialmente necesario ya que las protestas que desafían el orden capitalista recorren, como en los 60, todo el globo terráqueo. A pesar de ello, hoy en 2008 sigue siendo cierta la afirmación que Chris Harman realizó hace 10 años:

“1968 es casi universalmente conocido como el “año de los estudiantes”, como si la mayor huelga general jamás conocida no hubiera tenido lugar, como si uno de los gobiernos más fuertes del mundo occidental no hubiera quedado suspendido durante una semana al borde de su autodisolución.”

Muchos jóvenes activistas de hoy conocen 1968 a través de iconos de radicalidad personificados en nombres como Jimmy Hendrix, Martin Luther King o Daniel Cohn-Bendit. Sin embargo son presentados de antemano por los grandes medios como iconos de una radicalidad desfasada, impropia de los tiempos que corren. Aunque sí es cierto que en el caso de Cohn-Bendit a pesar de su inestimable rol en los hechos del mayo francés, por su trayectoria política desde entonces sería mucho más acertado presentarlo como icono de una radicalidad perdida.

Pero aún conociendo a los iconos, y en muchas ocasiones simpatizando con ellos, son pocos quienes se han acercado por ejemplo, al genial documental Grand Soirs et Petits Matins para descubrir que mayo del 68 fue algo más que una revuelta estudiantil.

Razón de más para que esta nueva publicacón nos acerque al mayo francés. No sólo para conocer los hechos, también en la medida de lo posible, para extraer lecciones de una experiencia de transformación social que a muchos activistas de hoy nos gustaría vivir -ésta vez sí, aprovechando las oportunidades revolucionarias-. Una experiencia que durante semanas llevó la imaginación de un nuevo mundo al poder, un nuevo poder construido en las barricadas, los comités de acción y las ocupaciones de fábricas. Una experiencia que cuarenta años después, en tiempos de la hegemonía global neoliberal esperamos sirva para poder imaginar otros mundos posibles y avanzar con paso firme hacia ellos.

En lucha, mayo del 2008

 

 

Mayo del 68: 

Cuando otro mundo fue posible

 

 

1.

Introducción

 

La historia no sigue una velocidad constante. Algunas veces, incluso los cambios menores toman décadas o siglos. En otras ocasiones, pueden ocurrir más cosas en una sola noche que en los diez años anteriores. Una de esas noches fue la del 10-11 de mayo de 1968 en París.

Aquel viernes por la noche había comenzado con una gran manifestación de estudiantes universitarios y de secundaria, la quinta en una semana. Su motivo era el uso de policía para cerrar la universidad e impedir las protestas contra la represión a estudiantes de la universidad situada en el suburbio de Nanterre. La policía armada había atacado las manifestaciones previas usando porras, gases lacrimógenos y arrestando a mucha gente. Las y los estudiantes habían comenzado a contraatacar lanzando adoquines y construyendo barreras improvisadas con señales de tráfico y vallas metálicas. Pero la manifestación de aquella noche era pacífica.

Luego, alrededor de las diez en punto, los manifestantes descubrieron que la policía había cortado su paso a través de los puentes del Sena. El objetivo de la policía era contener la protesta en las calles aledañas al Boulevard Saint Michel.

Los y las estudiantes contrarrestaron las tácticas policiales creando un área “liberada”, libre de policía, levantando barricadas en todas las calles contiguas —a las señales de tráfico, vallas y adoquines se sumaron numerosos coches volcados, material de obras cercanas, costales de cemento, compresores, rollos de alambre y andamios.

Los habitantes de la Rue Gay Lussac y las calles cercanas mostraban su simpatía con los estudiantes trayendo pan, chocolate y bebidas calientes. Muchos jóvenes trabajadores se unieron a las barricadas, donde ondeaban banderas rojas y negras.

El gobierno ordenó a miles de policías paramilitares del CRS entrar en acción a eso de las dos en punto en la mañana. Empezó una cruel pelea callejera. Una y otra vez la policía cargó contra las barricadas, disparando gases y granadas de percusión, dando palizas a cualquiera —estudiante, trabajador o transeúnte— que pasara cerca. Los manifestantes arrojaban a la policía todo lo que tenían a mano —adoquines arrancados de la calle, botes de gas y granadas que aún no habían estallado. Desde los balcones, la gente arrojaba agua sobre las calles para remojar los vapores de los gases. Muchos de los coches volcados comenzaron a arder. Una y otra vez la policía se veía forzada a detener su ofensiva. Necesitaron cuatro horas para recobrar el control del área.

Aun así las y los manifestantes no estaban vencidos. Los líderes de las principales federaciones sindicales habían estado reunidos toda la noche, escuchando noticias de la manifestación por la radio. Cuando el nivel de la represión y la lucha se esclareció, llamaron a un día de huelga general para el siguiente lunes, 13 de mayo.

Para intentar contener las protestas, el primer ministro, Pompidou, anunció que la universidad se reabriría y que habría una “revisión” de los cargos en contra de los arrestados. Más tarde, explicó que “prefería darle la Sorbona a los estudiantes que verles tomarla por la fuerza”1. Pero ya era demasiado tarde. Los y las estudiantes estaban decididas a ocupar la universidad en el mismo momento en que abriera. Más importante aún, la huelga iba a ser la más grande que Francia había vivido jamás, y en dos días habría trabajadores por toda Francia ocupando las fábricas.

Lo que comenzó como una protesta estudiantil, en la “noche de las barricadas”, lanzó a Francia hacia un enfrentamiento social enorme, con el gobierno virtualmente paralizado durante tres semanas mientras la gente especulaba acerca de si debía ser derribado de forma revolucionaria.

 

2.

El movimiento estudiantil en Francia

El movimiento estudiantil parisino, en sí mismo, no era muy distinto a los movimientos en Berkeley, Columbia, Berlín, las ciudades italianas o la London School of Economics. Hasta principios de mayo era considerablemente más pequeño que la mayor parte de éstos.

En Francia existía un movimiento estudiantil de clase a finales de los ‘50 y principios de los ‘60, en contra de la guerra argelina. El prospecto de conscripción, por un lado, y el horror por la escalada de represión del ejército francés en Algeria, por la otra parte, llevó a muchos estudiantes a alinearse con la oposición socialista de izquierdas a la guerra. Algo así como la mitad de las y los estudiantes se identificaba con el sindicato estudiantil nacional, UNEF, que estaba al frente de la lucha contra la guerra. Pero cuando la guerra acabó en 1962, también lo hizo el ímpetu de politización de los estudiantes. UNEF se vino abajo, asediado por las crisis de liderazgo y los profundos problemas financieros. A principios de 1968 no representaba a más de 80.000 de los 550.000 estudiantes del país; se había convertido en una organización donde una pequeña capa concienciada de estudiantes mayores y antiguos alumnos discutían entre sí, mientras la mayoría de sus miembros permanecían al margen2.

Las actividades estudiantiles de inspiración izquierdista en los primeros cuatro meses de 1968 operaban a una escala más pequeña que en Italia, Alemania Occidental o incluso Gran Bretaña. La manifestación del 21 de febrero en apoyo de las fuerzas de liberación nacional en Vietnam fue más pequeña y considerablemente menos combativa que la misma en Londres el 17 de marzo. Sólo 2.000 personas se unieron a la protesta del 11 de abril convocada por distintas organizaciones de izquierdas después del intento frustrado de asesinato del líder estudiantil alemán Rudi Dutschke.

La cuna de un nuevo movimiento estudiantil de masas fue Nanterre, un campus nuevo construido a las afueras de París para acomodar el creciente y rápido ingreso de estudiantes en la universidad. Las primeras luchas estudiantiles relativamente no políticas, tuvieron lugar sobre las condiciones en que las y los estudiantes se veían forzados a vivir y trabajar. El campus estaba tratando de absorber más estudiantes de los que podían cubrir sus capacidades; el 80 por ciento de estudiantes de lengua, por ejemplo, raras veces tenía acceso a un laboratorio de idiomas. La situación de Nanterre en los remotos suburbios significaba que los estudiantes tenían grandes dificultades para acceder a las actividades culturales y de ocio de la ciudad. Para colmo, las autoridades universitarias impusieron mezquinas restricciones autoritarias a los estudiantes que vivían en las instalaciones universitarias, como prohibir a los hombres ir a visitar las residencias de mujeres.

En marzo de 1967, grupos de estudiantes participaron en “invasiones” pacíficas a las residencias de mujeres. En noviembre, 10.000 estudiantes se unieron a la huelga sobre las condiciones del campus, la cual acabó cuando se estableció una “comisión paritaria” para estudiar los problemas. En marzo y abril, estudiantes de psicología y sociología votaron por boicotear a sus examinadores. Las y los estudiantes políticamente concienciados, de afiliación anarquista, trotskista o maoísta, desempeñaron un papel importante en estos “movimientos de masas”, sacando a flote cuestiones más generales. Por ejemplo, en marzo de 1967 se celebró una conferencia sobre “Wilhelm Reich y la sexualidad”, y un año más tarde había discusiones sobre la sociología como una “ideología” que debía ser condenada3.

Pero los estudiantes politizados eran poco numerosos. El 22 de marzo de 1968, una reunión en protesta por el hostigamiento de la policía a los manifestantes contra la guerra de Vietnam votó por ocupar el edificio de gerencia por la noche: de 12.000 estudiantes del campus, sólo 142 participaron en la ocupación4. Una descripción del acontecimiento explica que:

La atmósfera es extraña. Jovial y seria al mismo tiempo. En una esquina un joven barbudo toca una guitarra. Le hacen callarse mientras el debate se calienta. De vez en cuando alguien trae una caja con bocadillos y botellas de cerveza...

Los debates tratan de la universidad crítica, la lucha antiimperialista, el capitalismo hoy. Buscan formas de arrojar luz sobre las estructuras represivas del estado burgués, para situaciones a las que se verán expuestos, una forma de actuar como “detonador”. También plantean la pregunta de cómo las luchas de los estudiantes pueden conectarse a las luchas de los trabajadores, cómo convertir la protesta presente en contra de la represión policial en una contestación permanente5.

Esta minoría, bautizada a sí misma como el “Movimiento 22 de Marzo”, convocó otro día de ocupación, destinado como “un día de debate antiimperialista”, para el siguiente viernes 29 de marzo. Esa semana se dedicó a recoger apoyos, con folletos y carteles, eslóganes pintados en las paredes e intervenciones en las conferencias. A estas alturas, los y las activistas afirmaban que “había un foco de 300 ‘extremistas’ capaces de congregar a 1.000 de los 12.000 estudiantes”6.

La reacción de las autoridades hacia esta pequeña minoría creó un amplio apoyo entre los estudiantes “no politizados”. Mientras el ministro de educación, Peyrefitte, y los medios de comunicación hablaban de enragés que “aterrorizaban” a otros estudiantes, la gerencia universitaria cerró las aulas y la biblioteca el 29-30 de marzo, utilizando a la policía y a la CRS. Ciertamente, esto “enfureció” a una minoría de estudiantes —el martes siguiente 1.200 estudiantes ocuparon una de las salas de conferencias más grandes para llevar adelante sus debates. Después de las vacaciones de Semana Santa la agitación se reanudó. De nuevo fue la acción de las autoridades la que actuó como catalizador. El Movimiento 22 de Marzo había anunciado a finales de abril que organizaría otra jornada antiimperialista el 2-3 de mayo. Uno de los líderes del movimiento, Daniel Cohn-Bendit, fue arrestado por la policía y retenido durante 12 horas después de que un estudiante de extrema derecha le acusara de asalto. Él y otros siete estudiantes fueron llamados a comparecer ante las autoridades universitarias por distribuir folletos —y las aulas y la biblioteca en Nanterre quedaron otra vez completamente cerradas y selladas por la policía. El director del campus se quejó de “una atmósfera extraña en la facultad [...] una auténtica psicosis de guerra”7.

Incluso entonces la participación activa en el movimiento estudiantil no era alta. Menos de 400 estudiantes de Nanterre fueron a la Sorbona, la parte principal de la universidad en el corazón del quinto distrito parisino, para protestar por las audiencias disciplinarias.

Fue allí donde el rector y el ministro de educación provocaron una escalada decisiva del enfrentamiento. Anunciaron que clausuraban toda la Universidad de París, mientras enviaban adentro a la policía para ocuparse de la protesta. La policía, con equipamiento antidisturbios, rodeó la Sorbona y ordenó el desalojo de los protestantes. Cuando empezaron a salir pacíficamente en grupos de 25, a eso de las 5 de la tarde, más de 500 fueron arrestados.

La represión de la policía logró lo que los propios activistas fueron incapaces de conseguir: otros estudiantes comenzaron a unirse a las protestas. El ciclo de represión y manifestación había comenzado:

Se formaron reuniones espontáneas en la Place de la Sorbonne, la Rue Des Ecoles, el Boulevard Saint Michel. Algunas personas gritaban eslóganes, repetidos y magnificados por la multitud8.

Pronto entre 2.000 y 3.000 estudiantes se congregaron alrededor del cordón policial. La policía respondió disponiéndose a “despejar” las calles —lanzándose agresivamente con sus porras sobre todo aquel que pareciera estudiante y disparando gases sobre cualquier grupo. Algunos estudiantes comenzaron a contraatacar levantando adoquines. La idea tuvo éxito. La policía necesitó aproximadamente cuatro horas para obtener el control del área, hiriendo a 100 protestantes y transeúntes durante el proceso.

La escalada de la represión horrorizó incluso a quienes se habían mostrado hostiles e indiferentes hacia la minoría activista estudiantil. La UNEF y el sindicato de profesores “progresistas”, el SNE Sup, convocaron huelgas y manifestaciones para el lunes siguiente. Decenas de miles respondieron a la convocatoria en universidades a lo largo de todo el país. En París se distribuyeron 100.000 octavillas y 30.000 estudiantes, alumnos de las escuelas de secundaria y profesores tomaron parte en la manifestación. Su objetivo era avanzar hacia la Sorbona. Las autoridades estaban decididas a no permitirlo. El área se inundó de policías y CRS para detenerlos.

Los primeros manifestantes marcharon alrededor del área, sumando apoyos hasta que fueron cerca de 6.000, entonces trataron de pasar por el cordón policial hacia la universidad. En la Rue Saint Jacques la policía cargó:

Cuando la policía está aún más violenta, los estudiantes son más audaces. Es una escalada. Cada ataque causa un contraataque, cada método represivo produce nuevas formas de defensa. Cada hombre o mujer joven en primera línea aprende una forma diferente de tratar con el gas lacrimógeno —desde el simple pañuelo, al uso de agua o limón, hasta la compra de gafas del esquí9.

Entre tanto, miles de manifestantes más se reunían en respuesta a la convocatoria de la UNEF en una estación de metro cercana. Quienes luchaban contra la policía se retiraron para unirse a ellos. Entonces marcharon juntos de nuevo hacia la Sorbona. El enfrentamiento se reanudó a una escala aún mayor. Al final de la noche, 739 manifestantes estaban heridos seriamente, lo suficiente como para necesitar tratamiento hospitalario.

En este momento, la lucha en el Barrio Latino había comenzado a dominar las noticias. Aunque la radio estatal ORTF y los canales de televisión tenían órdenes de ignorar las protestas, estaciones de radio privadas como Radio Luxembourg realizaban informes cada hora. Los tres individuos que emergieron como “portavoces” del movimiento —Dany Cohn-Bendit, Jacques Sauvegeot, como presidente de la UNEF, y Alain Geismar, secretaria general de SNE Sup— se convirtieron en personajes célebres de la radio. Y el movimiento estudiantil comenzó, por primera vez, a recibir apoyos de las y los jóvenes trabajadores:

La importancia de las manifestaciones del 6 de mayo no debe ser subestimada. Se lanzaron dos veces contra las fuerzas policiales, infligiéndoles 345 heridos. El vigor y poder de las manifestaciones estudiantiles debieron ejercitar una influencia en la clase trabajadora y la juventud.

Los trabajadores tenían una vaga imagen de los estudiantes promovida por los burócratas del movimiento obrero. A sus ojos los estudiantes eran simplemente “hijos de papá” y sus travesuras no evitarían su entrada al campo de los explotadores. En la tarde del 6 de mayo esta caricatura desapareció. Las fotos de las peleas y las historias de las batallas creaban admiración entre los trabajadores10.

El siguiente martes y el miércoles vieron más manifestaciones masivas. La del martes fue un masivo despliegue de fuerza, con 50.000 manifestantes con los brazos entrelazados a través de las calles, que zigzaguearon 20 millas a través de París lanzando consignas y cantando la Internacional fuera de los centros de poder del gobierno. Esa noche hubo más enfrentamientos pero no del mismo nivel de antes.

Por entonces, un número considerable de jóvenes trabajadores se había involucrado junto a los estudiantes. Por toda Francia los estudiantes secundaban la huelga —incluyendo a estudiantes de facultades previamente dominadas por la derecha como derecho y medicina. Sus demandas se centraban en el fin de la represión contra las y los estudiantes parisinos, pero ampliadas para afrontar la cuestión de las condiciones en las universidades.

Aún a estas alturas el movimiento no era imparable. Esto se pudo comprobar en la manifestación del miércoles 8 de mayo.

Por primera vez, los líderes de los sindicatos de París y políticos izquierdistas locales aparecieron al principio de la manifestación de las 6 de la tarde. Pero su objetivo era reducir la manifestación al nivel de rutina, una protesta ritual. Cuando la policía finalmente bloqueó el camino a las 8 de la tarde, los entusiastas delegados, para no ofender a sus nuevos aliados, ordenaron una tranquila dispersión.

Los y las activistas de las noches previas sufrieron una aguda desmoralización:

Los militantes tuvieron la impresión de que todo había acabado. A sus ojos el movimiento había sufrido una derrota irreversible. Justamente había estado quebrado por la maquinaria sindical11.

Un activista, antiguo líder de la UNEF, dijo en una reunión al día siguiente:

Afortunadamente para nosotros, el gobierno no se retiró ayer por la noche, pues en ese caso nos habríamos retirado también. A pesar de su extraordinaria aptitud de combate, el movimiento ha mostrado lo vulnerable que es.

Pero el gobierno no se retiró. Los ministros que querían hacer concesiones fueron prevenidos de hacerlo por el propio General de Gaulle12. El gobierno continuó con su postura represiva, sentando las bases para la “noche de las barricadas” dos días más tarde.

 

3.

La dinámica de la rebelión estudiantil parisina

Hasta ahora he enfatizado lo cercana que estaba la dinámica de la rebelión estudiantil con la de otros países. Había una profunda alienación entre la creciente masa de estudiantes no politizados y una pequeña minoría que se identificaba ambiguamente con ideas socialistas revolucionarias. Luego, la represión provocó que una sección creciente de estudiantes entrara en acción junto a la minoría y escuchara sus ideas. Las personas capaces de articular las aspiraciones de la mayoría en términos vagamente revolucionarios se convirtieron, en cuestión de días, en figuras ampliamente conocidas.

Pero el movimiento en París alcanzó un nivel y tuvo un impacto más grande que cualquiera de los demás movimientos. Para saber por qué, hay que considerar ciertas peculiaridades del desarrollo de la sociedad francesa.

Francia está considerada normalmente como una sociedad capitalista avanzada de Occidente. Sin embargo, bajo De Gaulle había adoptado parte de las características autoritarias que usualmente se asociaban con los capitalismos menos desarrollados de la Europa mediterránea. De Gaulle, que llegó al poder el 13 de mayo de 1958 para prevenir un revés del ejército francés en Algeria, había intentado satisfacer las metas del capitalismo francés a largo plazo, pasando por encima de los intereses particulares que había adoptado la clase dirigente. Si, entre 1947 y 1958, los representantes de las organizaciones de la clase trabajadora habían sido virtualmente excluidos de la influencia política, bajo De Gaulle los partidos tradicionales de la burguesía y la pequeña burguesía también quedaron excluidos. El poder se concentró en manos de un hombre que creía entender intuitivamente lo que era necesario hacer en interés del conjunto de la clase dirigente.

No era ninguna aberración. Concordaba con las necesidades del capitalismo francés. Era acertado para un acuerdo racional negociado en la guerra colonial en Algeria. Era válido también para la modernización del capitalismo francés necesaria para afrontar el desafío de la competencia internacional, aun si esto significaba lastimar tanto las secciones individuales de capital como la masa de votantes de la pequeña burguesía. De Gaulle pudo acabar con una costosa guerra imposible de ganar, aumentar la competitividad de la industria francesa y elevar la tasa de acumulación de capital en Francia en más de una tercera parte, hasta el 26% del producto nacional bruto. Éstos no eran logros medios en términos capitalistas; simplemente contrastémoslo con los fracasos de los gobiernos Macmillan y Wilson en Gran Bretaña en el mismo período13.

Pero había un precio doble a pagar.

Por un lado, la clase trabajadora en Francia estaba más alienada de la sociedad que en Gran Bretaña, Alemania o Escandinavia. “En 1966 los trabajadores industriales franceses eran los segundos peor pagados en el mercado común y trabajaban jornadas más largas. También eran los que pagaban los impuestos más altos”14.

La misma “austeridad” tuvo su impacto en las universidades. La cantidad de estudiantes se expandió en un esfuerzo por adecuarse a las necesidades tecnológicas del capitalismo moderno, tanto en Francia como en otros lugares. Se pasó de 200.000 estudiantes en 1960 a 550.000 en 1968. Pero no hubo una provisión material suficiente para hacer frente a tal aumento, como sí la había en Alemania, Gran Bretaña o EEUU. Las facultades que rápidamente se expandían estaban faltas de personal y superpobladas, mientras tres quintas partes de los y las estudiantes fracasaban a la hora de completar sus cursos.

Por otra parte, el carácter autoritario del régimen gaullista significaba que había menos estructuras intermediarias entre quienes tenían poder y los que no. Los sueldos y las políticas laborales se impusieron sin consultar con las burocracias de los principales sindicatos. Se negó cualquier comentario de los representantes parlamentarios durante meses, en un momento en que el gobierno actuaba por decreto. Las radios y televisiones estatales estaban abiertamente sometidas al control político. En la enseñanza superior, los rectores y los decanos eran poco más que cifras, dependientes de confirmación ministerial —una situación aún más perversa desde que todo el mundo supo que los mismos ministros estaban profundamente divididos sobre cómo modernizar las universidades.

Así, sólo había una forma de hacer frente al descontento popular ante la falta de estructuras intermediarias que pudieran persuadir a la gente a abandonar sus luchas: recurrir rápidamente a la fuerza. Mientras en Gran Bretaña, Alemania Occidental o Escandinavia, el uso de la policía fue raras veces una característica central de la disputa industrial en los ‘60, en Francia jugó un papel central para garantizar esa alienación de la sociedad existente, que no encontraba ninguna expresión exitosa en la acción sindical.

En el año previo a la emergencia del movimiento estudiantil, las actuaciones policiales se habían vuelto progresivamente comunes. En Berliet Lyons, en Rhodiaceta Bersancon, en Le Tripula, los trabajadores en huelga fueron atacados por la CRS. El enfrentamiento más violento se llevó a cabo en la planta de camiones Saviem en Caen en enero de 1968, cuando las y los huelguistas organizaron una manifestación de protesta después de que 400 CRS llegaran a los piquetes de la fábrica sobre las 4 de la madrugada. La policía atacó la manifestación mientras ésta entraba en Caen, dándole una paliza a los trabajadores. Diez de ellos fueron heridos. Dos días más tarde, los trabajadores tomaron las calles otra vez, apoyados por huelguistas de otras cuatro fábricas y por estudiantes locales. Esta vez los jóvenes trabajadores ignoraron la llamada a la “moderación” de los líderes sindicales, quebrada con botellas, piedras y bombas de gasolina. El centro del pueblo fue un campo de batalla hasta bien entrada la noche15.

Había una estrategia simple detrás del uso policial por parte del gobierno. La racionalización obligada de la industria francesa aumentaba el desempleo. Los patrones sentían que la oposición intransigente a las demandas de los trabajadores acompañada por la represión policial rápidamente quebrantaría cualquier resistencia de la clase trabajadora.

A principios de mayo de 1968 parecía que estaban en lo correcto. El nivel de la lucha de clases había aumentado en 1967 y en los primeros meses de 1968, pero las huelgas y cierres de esos meses acabaron casi todos en victoria para los patrones.

No era sorprendente que el gobierno decidiera usar contra los estudiantes los mismos métodos que habían sido tan exitosos contra los grupos de trabajadores que intentaron contraatacar.

Tampoco resultó sorprendente cuando, enfrentados a la represión de la fuerza policial con tal nivel de brutalidad, los estudiantes se defendieron, y al hacerlo se convirtieron en un foco de atracción para los trabajadores que querían hacer lo mismo. Las mismas estructuras que habían hecho al régimen gaullista tan exitoso desde un punto de vista capitalista, garantizaron que las protestas de los estudiantes tuvieran un impacto mayor que en otros países.

Pero ¿por qué las y los estudiantes pudieron alcanzar el éxito donde los grupos de trabajadores y trabajadoras no lo habían hecho?

Aquí tres factores tienen importancia. Primero, la gran centralización de la sociedad francesa encontró una expresión en la centralización de su sistema universitario; no había menos de 200.000 estudiantes en el área de París, con muchas de las facultades concentradas en un área relativamente pequeña de la Rive Gauche. Aun si, como Dany Cohn-Bendit explicó en su momento, sólo una minoría de aproximadamente 30.000 estudiantes tomó parte en las manifestaciones, ésta representaba un gran número de jóvenes listos noche tras noche para enfrentarse a la policía.

En segundo lugar, el origen relativamente privilegiado de los estudiantes —sólo un 10% provenía de familias de clase trabajadora manual— implicaba que la represión en su contra horrorizara a una sección significativa de la clase media; eran sus hijas e hijos los que estaban siendo apaleados. El gobierno encontró dificultades para continuar por el camino de la represión cuando se enfrentó a la oposición de la clase media y de la clase trabajadora.

En tercer lugar, cuando el movimiento de las y los trabajadores se había desarrollado en el pasado pudiendo abatir al régimen gaullista, como en la huelga minera de 1963, el profundo inmovilismo sindical y del oficialismo de Partido Comunista siempre los había detenido. La naturaleza transitoria de la población estudiantil significaba que no estaba tan agobiada por una enraizada organización burocrática. Las organizaciones sindicales estudiantiles, especialmente la UNEF, eran menos rígidas y estaban más sujetas a las presiones desde abajo que los sindicatos, donde burócratas que habían mantenido su posición durante 20 ó 30 años tenían miedo de cualquier cosa que pudiera disturbar sus relaciones establecidas con la sociedad.

 

4.

El mayo de las y los trabajadores

La manifestación a través de París el 13 de mayo de 1968 fue la más grande que se había visto en la ciudad desde la liberación de la ocupación nazi en 1944. Centenares de miles de sindicalistas con pancartas hechas en fábricas y en agrupaciones sindicales locales se unieron a las decenas de miles de estudiantes universitarios y de secundaria cargados con las mismas banderas rojas y negras bajo las que habían luchado en las barricadas dos noches antes. Delante de toda la manifestación había una pancarta que decía, “estudiantes, maestros, trabajadores -solidaridad”. Detrás de ella, los líderes estudiantiles Cohn-Bendit, Geismar y Sauvegeot marchaban hombro con hombro con los secretarios generales de las principales federaciones sindicales, Seguy y Jeanson. Una y otra vez resonaban los cánticos: “liberad a nuestros camaradas”, “la victoria está en las calles”, “adiós De Gaulle” y “diez años son suficientes”, señalando la extraña coincidencia con que ese día marcaba el aniversario exacto de la llegada de De Gaulle al poder.

El gobierno supuso que la manifestación señalaría el fin de la agitación estudiantil. Cuidadosamente, apartó a la policía del camino, por lo que no habría más peleas alrededor de las barricadas. Pero no impidió que los estudiantes ocuparan la Sorbona esa tarde e izaran la bandera roja en el tejado.

Los líderes sindicales también pensaban que sería el final. La federación sindical más grande, la CGT, y el Partido Comunista que la dominaba se habían opuesto a la agitación estudiantil iniciada en Nanterre. El delegado del Partido Comunista, Georges Marchais, denunció los primeros enfrentamientos en París como el trabajo de “grupúsculos” de “ultraizquierdistas” liderados por “el anarquista alemán Cohn-Bendit”:

Estos falsos revolucionarios deben ser enérgicamente desenmascarados porque, objetivamente, sirven a los intereses de los grandes monopolios capitalistas y el poder gaullista [...] En la mayoría de los casos son hijos de ricos burgueses [...] que rápidamente desactivarán su fogosidad revolucionaria y volverán para mantener la empresa de papá16.

Al principio, esta actitud no conllevó problemas al Partido Comunista ni a la CGT, excepto entre los estudiantes. Poca gente fuera de las universidades y del Barrio Latino entendía lo que estaba ocurriendo.

El día después de los primeros enfrentamientos las y los estudiantes estaban solos. La opinión pública se opuso a su rebelión, sin comprender las razones para la violencia17. Pero después del segundo día de lucha, el 5 de mayo, las actitudes comenzaron a cambiar. Un joven delegado sindical de una fábrica de electricidad explicó cómo:

El segundo o tercer día, la gente empezó a ser favorable a los estudiantes, pero sin comprender muy bien la razón de su rebelión18.

Un líder de los Jóvenes Comunistas en París dijo después:

Tuve dificultad para detener a los muchachos. Una simple palabra del partido y ellos se habrían lanzado al Barrio Latino. Las autoridades nunca vinieron, pero algunos camaradas asistían igualmente y se manifestaban con cascos protectores19.

Otro activista comunista presentaba un cuadro similar:

Los días de las grandes manifestaciones, había una verdadera crisis de ausentismo entre los militantes. Afirmaban que estaban enfermos, tomándolo como excusa no sólo ante la gerencia, también ante los líderes del partido20.

Esta presión desde abajo forzó al partido y a los líderes sindicales a cambiar su posición. Para el 6 de mayo, el periódico comunista L’Humanité denunciaba la represión al movimiento estudiantil, aunque se apresuró a añadir que “la ultraizquierda y los fascistas están haciendo el trabajo del gobierno”21. Dos días más tarde, la CGT se unió a la otra federación principal, la CFDT, para declarar su solidaridad con los estudiantes.

Pero el objetivo de esta “solidaridad” no era extender la lucha de los y las estudiantes hacia otras partes de la sociedad francesa, sino más bien tranquilizar a los alborotados activistas de base del partido y del sindicato, así como mostrar al gobierno que la CGT era una fuerza a tener en cuenta de cara a las negociaciones.
André Barjonet, líder de la CGT, dijo el 13 de mayo acerca de la manifestación que “la CGT pensaba que todo se detendría allí, que habría un buen día de huelgas y una buena manifestación”22. Y un historiador del comunismo francés, que en general defiende la actuación de la CGT en mayo de 1968, escribió que “la CGT esperaba ahogar la rebelión estudiantil en una acción mayor en la que la CGT jugaría un papel determinante”23.

La actitud de la segunda federación sindical más grande, la CFDT, no fue tan distinta. Aunque apoyó a los estudiantes antes que la CGT, su presidente, Ande Jeanson, ha admitido que, “para muchos de los organizadores de la manifestación, ésta marcaba el final de los acontecimientos”24.

La manifestación se dispersó pacíficamente. Los estudiantes se marcharon a las universidades ocupadas en el Barrio Latino, donde no se podía ver a ningún policía. Los trabajadores entraron en sus autobuses y sus coches y regresaron a los suburbios de la clase trabajadora, donde se levantaron con normalidad al día siguiente. Eso parecía.

Sin embargo, los y las trabajadoras de Sud Aviation en Nantes, en la Francia occidental, venían manteniendo semanalmente 15 minutos de paros todos los martes. Exigían una reducción del tiempo de trabajo, resultado de una escasez de pedidos que no debería conducir a un recorte en los sueldos. No era diferente a muchas otras acciones sindicales defensivas y normalmente infructuosas del año anterior. Era de esperar que los paros de 15 minutos eventualmente disminuyeran, con una amarga pero desmoralizada fuerza de trabajo sometiéndose a la gerencia.

Pero ese martes las y los jóvenes trabajadores de una de las secciones rehusaron regresar al trabajo cuando terminaron los 15 minutos. En lugar de eso, marcharon alrededor de la planta recaudando apoyos de otros trabajadores, y bloquearon al gerente en su propia oficina. Esa noche 2.000 trabajadores bloquearon la fábrica con barricadas.
Para los líderes estatales de los sindicatos, Nantes era simplemente una aberración local. El área no representaba ningún bastión tradicional y disciplinado del movimiento sindical, y era bien sabido que en la planta de Sud Aviation había trotskistas y anarquistas activos. La ocupación mereció sólo siete líneas en una página interior de L’Humanité25.

La planta de cajas de cambio de Renault en Cleon, cerca de Rouen, era una fábrica relativamente nueva que había reclutado a jóvenes trabajadores, a menudo procedentes del campo, con poca tradición de militancia. Sólo aproximadamente la tercera parte de la fuerza de trabajo había secundado la huelga general del 13 de mayo. Pero los trabajadores habían participado en una de las muchas luchas defensivas del año anterior. Como un joven trabajador explicaba:

Cuando leímos los reportajes [de la manifestación] en la prensa al día siguiente, sentimos un poco de vergüenza. Todo el mundo había actuado excepto nosotros. Quisimos reparar el desagravio a la primera oportunidad26.

Esa oportunidad llegó el miércoles. Ese día, la CGT y la CFDT habían convocado protestas a escala nacional sobre los cambios en la regulación de la seguridad social. En la mayor parte de Francia las acciones de protesta fueron escasamente apoyadas —los trabajadores sentían que la huelga del lunes había sido suficiente para una semana27. Pero los trabajadores de Cleon decidieron prolongar el paro de una hora previsto durante 30 minutos más para protestar por los contratos de corta duración que tenían muchas y muchos trabajadores. La planta entera se detuvo:

Al mediodía los trabajadores se enteraron de la ocupación de Sud Aviation en Nantes. Al volver al trabajo hablaban de eso en las tiendas. Luego, bajo la presión de los jóvenes trabajadores, se organizó una manifestación. Los 200 jóvenes trabajadores que coreaban eslóganes en la cabecera la condujeron hacia las ventanas de las oficinas administrativas. Demandaron al director una reunión con algunos delegados. Éste la rehusó. Por lo que los trabajadores obstruyeron las entradas de las oficinas para mantener a la gerencia adentro. Así es como empezó la ocupación en Cleon. Las nuevas huelgas eran eufóricas. No más jefes, no más acoso, libertad total. Los delegados sindicales sólo podían controlar la situación con dificultad, estableciendo un sistema de cordones de seguridad, protegiendo las máquinas y redactando una lista de demandas28.

Al día siguiente, docenas de fábricas estaban ocupadas —Lockheed en Beauvais y Orléans, Renault en Flins y Le Mans:

Las industrias más afectadas por la crisis [económica] de 1967-8 y más sensibles a la competencia europea e internacional fueron los objetivos. La acción comenzó por las largas jornadas laborales, asuntos no resueltos, usualmente locales, sobre los cuales los sindicatos habían estado agitando durante algún tiempo. Los jóvenes, a menudo trabajadores no sindicados, iniciaron y extendieron el movimiento. Una vez que la acción había comenzado chocó con la respuesta intransigente de los patrones que había caracterizado la época reciente. En el contexto cambiante de mayo, sin embargo, tal respuesta enardeció el conflicto en vez de intimidarlo.

El resultado fue una explosión de lucha laboral que, durante más o menos dos días, cogió a los sindicatos por sorpresa29.

A las cinco de aquella tarde, Renault Billancourt, tradicionalmente la fábrica más influyente del área de París, fue ocupada. Ahora, cerca de 80.000 trabajadores estaban involucrados y cada boletín informativo de la radio hablaba de nuevas fábricas ocupadas. Para el viernes las ocupaciones de los y las trabajadoras habían tomado todas las plantas de Renault, casi toda la industria aeroespacial, toda Rhodiaceta, y se propagaban a través de la industria metalúrgica de París y Normandía y los astilleros del oeste. Esa noche, una semana después de la noche de las barricadas, los trabajadores ferroviarios comenzaron a ocupar las estaciones y patios de maniobras, asegurando así que el movimiento continuara durante el fin de semana. Para el lunes las huelgas se habían extendido a las compañías de seguros, las grandes tiendas, los bancos y las imprentas —donde los sindicatos decidieron permitir la impresión de diarios pero no de publicaciones periódicas. En dos o tres días, entre nueve y diez millones de personas estaban en huelga.

La transformación del movimiento estudiantil en un movimiento huelguístico de trabajadores y trabajadoras asombró a casi a todos los observadores. Un líder de la CFDT dijo más tarde:

No creía en un “trabajador” doblándose a la agitación estudiantil. Pero era lógico. Póngase en la piel de nuestros muchachos. En pocos días aprendieron muchas cosas.
Ante todo, que la acción cuenta. Nadie solía hablar de los problemas de la universidad, ahora todo el mundo lo hace [...] Nadie pensaba que “el viejo hombre” [De Gaulle] acabaría vencido en las calles. “El viejo hombre” no dijo nada, Pompidou cedió y los estudiantes ocuparon la Sorbona. Por encima de todo estaba el poder de la manifestación del 13 de mayo: no había habido nada igual desde la Liberación [...] la gente nunca se había imaginado a sí misma tan poderosa.
Todas las barreras que el gobierno había erigido en contra de las huelgas habían sido quebradas. Un empleado del gobierno debía avisar con cinco días de antelación antes de declararse en huelga. Los maestros que se habían declarado en huelga sin hacer ninguna advertencia no fueron despedidos. Los trabajadores de correos se declararon en huelga el 13 de mayo sin previo aviso. El gobierno era incapaz de hacer respetar sus leyes [...] En ciertas partes del sector privado, los jefes habían amenazado con que “lo del 13 de mayo es una huelga política. Si tomáis parte seréis despedidos”. La gente se declaró igualmente en huelga. No hubo despidos. Los patrones tenían miedo de las consecuencias [...]

El resultado fue que los trabajadores descubrieron que luchar era posible y que cuando luchas bien, no sólo hay la posibilidad de ganar, sino que los riesgos que implica son bastante pequeños [...] De ahí a la acción para resolver los viejos problemas sólo había un pequeño paso30.

 

5.

Un gobierno paralizado

Francia preparaba el terreno de un paro. No había trenes, ninguno de los autobuses, ningún banco abierto y ninguno de los servicios de correos. Pronto hubo una escasez aguda de gasolina. En todas partes las fábricas estaban ocupadas o cerradas con puntiagudas estacas en las entradas. El movimiento huelguístico no estaba únicamente confinado en las industrias tradicionales: hospitales, museos, estudios cinematográficos, teatros e incluso el Folies Bergère estaban afectados. Para el 25 de mayo no había servicio habitual de TV: los periodistas y el personal de la producción salieron a la calle en señal de protesta por la censura del gobierno en las noticias del movimiento huelguístico. La acción combinada de trabajadores y estudiantes había generado una importante fuerza atractiva para otros campos de “contestación” social —desafiando a las autoridades establecidas— que surgía entre las clases medias profesionales: los arquitectos disidentes ocuparon las oficinas de la asociación que regulaba su profesión, las reuniones de estadistas y técnicos del gobierno publicaron manifiestos denunciando el uso de sus habilidades “por el capitalismo en interés de las ganancias”31; los estudiantes de medicina (previamente un bastión de la derecha estudiantil) y los jóvenes doctores se unieron a los movimientos declarando el final de la vieja organización jerárquica de los hospitales. Los estudiantes de arte y los pintores asumieron el control de la Escuela de Bellas Artes y la convirtieron en un centro para la producción colectiva de miles de pósteres de apoyo al movimiento. Directores de cine se retiraban del Festival de Cannes por “competitivo”, mientras discutían cómo rescatar la industria del cine del afán de lucro y los monopolios. Los futbolistas profesionales ocuparon la sede de la Federación de Fútbol.

La “moderada” organización de agricultores FNSEA tenía previstas protestas contra los precios agrícolas en el Mercado Común para la última semana de mayo, y estaba dispuesta a aprovecharse de la debilidad del gobierno para aumentar la acción. El gobierno todavía podía confiar en el apoyo político de los líderes agrícolas, pero cada vez había una mayor presencia de MODEF, de influencia comunista, en las manifestaciones campesinas. En el oeste especialmente, las organizaciones de jóvenes campesinos declararon su solidaridad con las y los trabajadores y estudiantes. Y los campesinos que se manifestaron en Nantes y Rennes el 24 de mayo fraternizaron con los trabajadores en huelga.
Esto no significa que nadie en Francia respaldara al gobierno. Los indicios sugieren que la masa de pequeños tenderos y los hombres de negocios lo hacían, así como los más viejos y prósperos agricultores. Entre los y las huelguistas había también quienes toleraban pasivamente las huelgas, esperando que condujeran a salarios más altos, pero sin abandonar sus ideas gaullistas o de derechas.

Estos grupos, conjuntamente con los más ricos, incluso podían ser una mayoría de la población. Sin embargo, del 15 al 29 mayo no tenían ningún impacto. El gobierno estaba cada vez más aislado y aparentemente bloqueado en un callejón sin salida.
Tenía, eso es cierto, a las Fuerzas Armadas y la policía. Pero ¿hasta dónde podía confiar en ellos si había una confrontación general con las masas trabajadoras? De los 168.000 soldados, 120.000 eran conscriptos, y algunos mostraban abiertamente su simpatía con las y los huelguistas. El periódico semanal de izquierdas Nouvel Observateur reportó que después de que el Quinto Ejército fuera puesto en guardia para romper la huelga, “se crearon comités para volverse en contra de sus superiores y sabotear el transporte y los carros blindados”32.

La policía —o por lo menos el núcleo duro de los 13.500 CRS y los 61.000 gendarmes— parecían más fiables. Los que tenían cualquier tipo de ideas de izquierdas habían sido purgados en los años ‘40 y ‘50, y en las fuerzas abundaban las ideas racistas y anticomunistas. Pero esto no los preparaba para una situación en la cual eran universalmente impopulares en la clase obrera y en algunos barrios de clase media: individualmente, los policías se quejaban por tener que esconder sus cascos y sus distintivos al acabar el servicio para evitar meterse en discusiones desagradables. Y aún más, la policía, a pesar de sus ideas de derechas, tenía sus propios sindicatos y muchos se consideraban a sí mismos como “buenos” sindicalistas.

Finalmente, el propio comportamiento del gobierno causó un enorme resentimiento entre la policía. El gobierno les había ordenado atacar las manifestaciones estudiantiles, pero sin embargo el primer ministro Pompidou había cedido a las demandas de los estudiantes, dejando entrever que la policía era la única responsable de la represión. El 13 de mayo, un sindicato policial denunciaba que el gobierno les había usado para suprimir a los estudiantes, para cambiar después de dirección y querer dialogar. El sindicato se preguntaba ¿por qué no había dicho eso antes?33. Dos días más tarde el secretario del Sindicato Interfederal de Policías dio un aviso por radio: “por poco recibo un mandato en nuestra reunión general para convocar una huelga en contra del gobierno”34.

Sin duda había un elemento de fanfarronería en esa conversación: el sindicato esperaba asustar al gobierno para lograr concesiones sobre las pagas y condiciones de la policía. Sin duda parte de esto era el resultado de la presión de desafectos, derechistas y elementos cercanos al fascismo que nunca habían perdonado a De Gaulle por abandonar Algeria y ahora culpaban a su gobierno por ser “liberal” con los estudiantes “subversivos”. Finalmente, había quienes probablemente sospechaban que De Gaulle estaba acabado y no querían arruinar su carrera laboral, por lo que representaban a los que podían sucederle. Cualquiera que fueran las razones, “el gobierno sintió durante dos semanas que el control de la policía se escapaba de sus manos”35.

Esto no significaba que no pudiera utilizarse a la policía, en absoluto. Los CRS todavía podían golpear a los estudiantes, como demostraron en la noche del 24 de mayo. Pero un ataque a la masa de trabajadores organizados era diferente. Si había la más mínima posibilidad de que la policía rehusara obedecer, entonces el gobierno no se atrevería a asumir el riesgo. Un motín de la policía habría significado la derrota.

Así que el gobierno tuvo que mantenerse al margen durante dos semanas, prácticamente incapaz de hacer nada en el país que “gobernaba”. Al final de la primera semana de huelga general, el 14 de mayo, De Gaulle se dirigió al país. Trató de acabar con la agitación prometiendo un “referéndum en la participación”: si lo perdía, dijo que renunciaría. Su discurso no sirvió para inspirar a las fuerzas desmoralizadas de la derecha y fue bienvenido con sorna por la izquierda. Los políticos de “centro” comenzaron a ir en busca de un líder alternativo, más en contacto con la realidad, alguien que pudiera traer de vuelta el control.

Para restaurar la credibilidad del gobierno era imprescindible acabar con las huelgas, al menos en los servicios públicos y la distribución. Así, el día después del mensaje de De Gaulle, su primer ministro, Pompidou, llamó a los líderes sindicales y los patrones para iniciar negociaciones nacionales. Avanzada la noche del domingo parecía que se había arrancado un pacto. El “Acuerdo Grenelle” concedió un 35% de incremento en el salario mínimo y un 7% de incremento en otros sueldos. Pero los líderes sindicales tenían que ponerlo a prueba en las asambleas de las fábricas.

La primera de ellas fue de 15.000 trabajadores en Renault Billancourt, un bastión de la CGT. Pero cuando dos de los líderes de la federación, Franchon y Seguy, hablaron a favor del gobierno recibieron un silencio deprimente, incluso ciertos abucheos. Contrariamente, cuando Jeanson, líder de la minoritaria CFDT, argumentó que el acuerdo permitía a la fábrica continuar con la huelga por las demandas locales, recibió un aplauso embelesado.

A la decisión de Renault le siguieron votaciones a favor de continuar la huelga en Citroën, Berliet, Sud Aviation y Rhodiaceta. Donde los grandes bastiones del movimiento obrero tomaban la delantera, otros feudos más pequeños le seguían. Aquella tarde los líderes de la CGT llamaban a los trabajadores a luchar localmente, “agrupación por agrupación, para ganar resultados considerablemente mejores que los de Grenelle”36.

La táctica de Pompidou había fracasado tanto como el discurso De Gaulle. La huelga general continuó. Para los siguientes cuatro días parecía que, tanto para los políticos de derechas como para los de izquierdas, el gaullismo estaba rendido.

François Mitterrand, quien se había presentado frente a De Gaulle en la elección presidencial dos años atrás, sugirió la formación de un gobierno de emergencia bajo el antiguo primer ministro Pierre Mendès-France. La sugerencia recogió apoyos por todo el espectro político. Los líderes de UNEF y los socialistas de izquierdas del PSU estaban entusiasmados. También lo estaban los políticos de “centro” que querían a alguien capaz, por un lado, de influenciar a los trabajadores y estudiantes y, por otro lado, capaz de poner a salvo al capitalismo francés37. El Partido Comunista, el único en las fuerzas de izquierdas (a excepción de pequeños grupos de socialistas revolucionarios), no endosó este esquema. Sin embargo, muchas personas consideraban que sólo aguardaba su tiempo hasta que le fueran prometidas posiciones de influencia. El Partido Comunista mostró su poder en una manifestación de la CGT de medio millón de personas el 29 de mayo llamando a “un gobierno popular y democrático con participación comunista”38.
En este punto, parecía que el mismo De Gaulle había decidido que estaba derrotado. El miércoles 29 de mayo dejó París sin decirle a nadie a donde iba. Se propagaron rumores acerca de su renuncia, mientras quienes le apoyaban estaban más desmoralizados que nunca. De hecho había ido a visitar al superior del ejército francés en Alemania, General Massu. Cuando De Gaulle reapareció al día siguiente la mayoría de la gente pensó simplemente que había escenificado una inteligente maniobra, pero más tarde Pompidou reconoció que De Gaulle había decidido renunciar y que Massu le persuadió para continuar adelante. “En realidad el general sufrió una crisis de moral. Pensando que el juego había terminado, eligió retirarse. Al llegar a Baden-Baden, estaba dispuesto a permanecer allí por un largo tiempo”, escribió Pompidou39. En todo caso, De Gaulle sabía que la situación era desesperada. Desaparecer en mitad de una gran crisis política fue una jugada terrible, que difícilmente podía inspirar a sus seguidores ni aterrorizar a sus adversarios.

Pero el gobierno de Gaulle sobrevivió. Y eso no fue todo. Cuatro días después de su regreso de Alemania, la corriente se había vuelto en contra de la izquierda mientras las huelgas empezaban a llegar a su final, la derecha se movilizaba y la policía atacaba a las y los trabajadores y estudiantes. ¿Cómo pudo cambiar la situación tan rápido?

 

6.

Política en la huelga de masas

Durante la tercera semana de mayo la prensa en todo el mundo hablaba de “la revolución” en Francia, como si hubiese un solo movimiento revolucionario en la base. Pero de hecho no había un movimiento, sino dos: el de los estudiantes y el de los trabajadores. Aunque cada uno influenció al otro, discurrían a velocidades diferentes, cada uno dentro de su propia dinámica. Y en ambos movimientos no sólo estaban en marcha ideas revolucionarias, sino que también poderosas corrientes veían como meta del movimiento la reforma de la sociedad francesa, no su derrocamiento.

El movimiento estudiantil, como hemos visto, había crecido a una velocidad enorme desde la primera pequeña manifestación en el patio de la Sorbona el 3 de mayo hasta la ocupación de toda la Universidad de París la tarde del 13 de mayo. Quienes lideraban el movimiento eran socialistas revolucionarios. Su iniciativa y su coraje en desafiar a las autoridades universitarias y confrontar a la policía habían provocado que decenas de miles de nuevos estudiantes entraran en acción.

Esto otorgó a los y las revolucionarias un prestigio enorme. Tuvieron una oportunidad sin igual de explicar cómo el capitalismo pone patas arriba las vidas de las personas y cómo podían luchar los estudiantes enfurecidos por el comportamiento de la policía y las mentiras de las autoridades. Así lo hicieron las y los mejores y más conocidos líderes estudiantiles —Cohn-Bendit, Geismar y Sauvegeot— en las grandes reuniones públicas y en las entrevistas de radio y prensa escrita. Y así se hacía en numerosos mítines de las pequeñas organizaciones revolucionarias dentro del movimiento —Juventud Comunista Revolucionaria (JCR) y Federación de Estudiantes Revolucionarios, ambos trotskistas, y Unión de Jóvenes Comunistas (marxista-leninista) y Partido Comunista de Francia (marxista-leninista), ambos maoístas. Era también lo que hacían grandes cantidades de estudiantes recién politizados en miles de debates en las universidades ocupadas, en cafés y bares y en cualquier esquina a lo largo del Barrio Latino.

Pronto, el movimiento estudiantil impulsó un nuevo mecanismo de organización que convertía a los recién incorporados al movimiento en apóstoles que difundían su mensaje a nuevas áreas. Se crearon los comités de acción, al principio restringidos a entre 10 y 25 personas, y cada uno capaz de reunirse y actuar conjuntamente a diario. En pocos días había centenares de ellos, redactando miles de folletos, distribuyéndolos a todo lo largo de la longitud y la anchura de París, manteniendo reuniones extemporáneas alrededor del Barrio Latino y en las áreas de clase trabajadora, atrayendo a nuevas personas y debatiendo con ellas cómo podían revolucionar su propia esfera de la vida social:

Se crea una columna móvil que visita los distritos y los suburbios, con un camión cubierto con banderas y pancartas como plataforma. Venden Action, el periódico de la UNEF, distribuyen folletos, “provocan” pequeñas reuniones, juntan a pequeños grupos que discuten en pavimentos...40

La ocupación de la Sorbona el 13 de mayo proveyó un centro de organización. Sus salas proveyeron oficinas desde donde podían trabajar los comités de acción, sus salas de conferencias eran un lugar de reunión para una asamblea diaria de delegados de muchos de los comités. Su gran anfiteatro se convirtió en espacio de debates continuos en relación a la forma de revolucionar la sociedad. Se calcula que 10.000 personas se apretujaron en un vestíbulo habilitado para una cuarta parte de ese aforo cuando el escritor y filósofo Jean-Paul Sartre habló allí.

Otro centro de agitación revolucionaria, dirigida principalmente a la pequeña burguesía intelectual, se creó el 15 de mayo cuando comités de acción “cultural” ocuparon el teatro nacional de Francia, el Odéon. Dentro, una pancarta proclamaba: “cuando la asamblea nacional se convierte en un teatro burgués, el teatro burgués se convierte en una asamblea nacional”. Unas 7.000 personas asistían cada día a los debates.

Para la huelga general, ya no eran simplemente los y las estudiantes quienes tomaban parte en los debates de la Sorbona y el Odéon. El Barrio Latino se había convertido en un imán, arrastrando hacia él a toda la gente de París atraída por el estallido revolucionario. Las y los jóvenes trabajadores irían para participar en el movimiento, los miembros de la clase media para ver el espectáculo de la “revolución” en marcha, como previamente iban a una obra teatral de moda o a ver la última película.

El Barrio Latino proyectaba la mayor parte del simbolismo revolucionario de los acontecimientos de mayo. Los edificios universitarios con sus banderas rojas y negras y sus reuniones casi permanentes, donde la policía no se acercaba, parecían ser una zona “liberada”. Los eslóganes pintados en las paredes de la Sorbona —“Imaginación al poder”, “Convierte tus sueños en realidad y tu realidad en sueños”— fueron telegrafiados por todo el mundo por los medios de comunicación.

Sin embargo, no era cierto en absoluto que el conjunto del movimiento estudiantil fuera revolucionario. Una vez ocupada la Sorbona, emergieron tres tendencias bien definidas.
Estaban las y los revolucionarios, tanto trotskistas, maoístas o anarquistas, quienes veían que el desafío real para la sociedad estaba ahora fuera de la universidad, entre la clase trabajadora. Lo que consideraban más importante era ir a las fábricas y a los barrios obreros, utilizando la Sorbona, a lo sumo, como una plataforma de lanzamiento.
También había quienes se veían como revolucionarios, pero creían que la universidad debía ser el asiento de su revolución. Su eslogan tendió a ser “poder estudiantil”, al que se debía llegar declarando el autogobierno de las universidades, espacios autónomos donde cualquier estudiante o trabajador podría asistir sin restricciones ni exámenes. Argumentaban que era el equivalente estudiantil del “poder obrero” que se necesitaba en las fábricas.

No hay duda de que las y los revolucionarios del “poder estudiantil” atrajeron una gran cantidad de apoyos entre las masas de estudiantes. Enfrentaban la alienación directamente, ya que el sentimiento de la falta de objetivos y de poder se asociaba con el rodillo que suponían los exámenes. Pero afrontaron un dilema que no podían superar. Los y las estudiantes podían odiar el sistema de exámenes, pero bien sabían que necesitaban aprobar sus exámenes si querían garantizarse una plaza en la universidad el próximo curso o encontrar un trabajo al terminar. Tenían la sospecha de que la acción estudiantil por sí sola no podría cambiar la sociedad suficientemente como para proveer una alternativa.

Este sentimiento condujo a muchos estudiantes a retirarse de las ocupaciones para continuar sus estudios por su cuenta. Entre quienes permanecieron, creció la tercera tendencia, un reformismo en busca de formas de modificar el sistema de exámenes y la estructura de autoridad dentro de la universidad aceptables para los profesores titulares y las secciones más “liberales” de la clase dirigente. Una semana después de la ocupación de la Sorbona del 13 de mayo, la Asamblea de Comités de Acción tenía miedo de que el movimiento pudiera entrar en declive mientras las y los estudiantes se volvían más receptivos a la idea de aceptar reformas41. Quienes proponían el “poder estudiantil” se topaban con la limitación congénita de su eslogan —la falta de poder de los estudiantes.

Lo que impidió el problemático hundimiento del movimiento aquí y allá fue el levantamiento de las y los trabajadores. El alcance de la huelga de masas ese mismo fin de semana proveyó una alternativa que desplazó inmediatamente al reformismo estudiantil. Aunque el levantamiento de los trabajadores estaba en gran medida inspirado y hasta cierto punto influido por el movimiento estudiantil, tenía su propia dinámica.

Cuando estalló la revuelta de los estudiantes había una pequeña presencia de las organizaciones en las universidades, por eso los revolucionarios pudieron desempeñar un papel principal. Entre los trabajadores, la frustración con el régimen gaullista venía aumentando desde hacía mucho más tiempo que entre los estudiantes. Pero también había una organización arraigada orgánicamente, aunque en la mayoría de lugares de trabajo involucrara sólo a una minoría.

Muchas y muchos trabajadores veían al Partido Comunista y a la federación sindical que dominaba, la CGT, como sus organizaciones de clase. Esto era aplicable no sólo a los centenares de miles de miembros del Partido Comunista o el millón y medio de afiliados de la CGT. También era aplicable a muchos trabajadores que no se unieron a ninguno de los dos, pero que los veían como la sección militante, la más activa de la clase, la sección que defendía los intereses de otros trabajadores. En las elecciones sindicales, la mitad de los y las trabajadoras manuales votaron por las listas presentadas por la CGT. En elecciones parlamentarias y municipales, el Partido Comunista recibió cerca de cinco millones de votos.

Y aún más, muchos trabajadores, especialmente los más viejos que recordaban la resistencia de los tiempos de guerra y las amargas luchas prebélicas, se sentían ligados al Partido Comunista por algo más que la mera ideología. Todo lo que sabían acerca de la lucha de la clase trabajadora lo habían aprendido del partido. Habían conocido a personas que murieron por defender al partido durante la guerra. Como resultado, el partido no solo tenía una gran afiliación y mucha simpatía, sino también una gran capacidad de movilizar a sus simpatizantes para hacer cualquier cosa que decidiera el liderazgo del partido. Era capaz, por ejemplo, de asegurar que la CGT tuviera 20.000 delegados en la manifestación del 13 de mayo —20.000 personas dispuestas a seguir, casi con disciplina militar, las órdenes de los líderes comunistas del sindicato.

Los comunistas y la CGT mostraron pronto que no les gustaba la agitación estudiantil, y en absoluto estaban entusiasmados con la idea de que se extendiera entre las y los trabajadores. Los principales líderes del partido, como Georges Marchais (que más tarde sería el peor de todos los secretarios generales del partido), se opusieron incluso a la convocatoria de un día de huelga general el 13 de mayo por parte de la CGT42 y estuvieron en contra de respaldar al movimiento huelguístico que se levantó espontáneamente durante esa semana43.

Pero la mayor parte de los líderes comunistas y de la CGT creyeron que no podían darle la espalda a un movimiento que no habían hecho nada para iniciar. Sus propios miembros daban señas de rebeldía. Y aún más, para los líderes ya significaba mucho poder evitar ciertos tipos de acción, controlar y mantener su militancia dentro de los límites a los que ellos se habían rendido.

La política es el ejercicio de poder. Al final del día, el único poder real del Partido Comunista y la CGT —como fuerza negociadora en la mesa de la sociedad burguesa— derivaba de su habilidad para controlar a una sección de la clase trabajadora.

El Partido Comunista quería influencia parlamentaria. Su meta era formar un frente electoral con los partidos socialista y radical. Estaba a mitad de camino. En 1965 había persuadido al anterior ministro del interior, François Mitterrand (quien no se proclamaría “socialista” hasta pasados unos años), para que permitiera que se unieran a su campaña presidencial. En 1967 había llegado a un acuerdo electoral con la Federación de Izquierdas, que agrupaba al ala derecha de los socialistas y a los radicales de clase media. Pero quería cimentar una alianza obteniendo un programa electoral común y a través de un acuerdo donde los comunistas recibieran cargos ministeriales en el caso de una victoria electoral.

El Partido Comunista no podía lograrlo a menos que mostrase a sus presuntos aliados que tenía el apoyo de la clase trabajadora bajo su control, y que no iba a perderlo. Muchos de sus líderes pensaron que la forma de hacerlo era consiguiendo el liderazgo del movimiento huelguístico y ejerciendo un fuerte control sobre éste.
Los líderes de la CGT también querían ser reconocidos por el gobierno y la patronal como socios legítimos para las negociaciones, más que por los propios parlamentarios de izquierdas. En particular, querían poner fin a la discriminación que durante mucho tiempo habían practicado ciertos patrones contra la CGT. No podrían lograrlo a menos que también demostrasen que podían activar y desactivar las luchas de la clase trabajadora.

La convocatoria de un día de huelga el 13 de mayo parecía acomodar sus propósitos de forma admirable. Les permitía identificarse suficientemente con el victorioso movimiento estudiantil y ahuyentar el descontento dentro de sus bases, y al mismo tiempo desplegar una fuerza que impresionaría a todos —y, por lo que parecía, sin riesgo alguno de desatar un movimiento fuera de su control.

Pero la extensión espontánea de huelgas y ocupaciones durante la semana creó problemas. Había un movimiento que podía escaparse de su control. Por esta razón no hicieron nada para promover o anunciar las primeras huelgas en Sud Aviation o Cleon. Sin embargo, una vez que el movimiento estaba en marcha, quedarse al margen parecía más peligroso que tratar de “situarse al frente” para dirigirlo hacia canales bajo su control. Esto es lo que hicieron a partir del jueves hacia adelante.

A los activistas del sindicato y del partido no sólo se les dijo que apoyaran las huelgas que empezaban espontáneamente, sino que tomaran el liderazgo en los centros de trabajo, situándose en los piquetes, declarándose a sí mismos como comités de huelga y asegurándose de que estaban a la cabeza de las ocupaciones.
Recibieron una doble tarea: propagar el movimiento huelguístico y a la vez controlarlo para asegurar que permaneciese bajo los seguros cauces sindicales y que no estuviera influenciado ni por los grupos revolucionarios ni por los y las estudiantes.

Pronto, el significado de todo esto quedó patente en la huelga de Renault Billancourt. Las y los estudiantes de la Sorbona hicieron una “larga marcha” a través de París para mostrar su solidaridad y ofrecer su apoyo. Se encontraron fila a fila con los delegados de la CGT que bloqueaban el acceso a las y los trabajadores dentro de la planta. Esta experiencia se repetía a menor escala fábrica tras fábrica. La lucha estudiantil podía inspirar la lucha de los trabajadores, pero la CGT y el Partido Comunista estaban decididos a no permitir que estudiantes revolucionarios influenciaran a “sus” trabajadores.

Para mantener el control de las huelgas, los activistas del sindicato y del partido disuadían a otros trabajadores de participar en ocupaciones o de discutir los asuntos planteados por el levantamiento. Como escribió un historiador del Partido Comunista y la CGT:

La preocupación inicial más importante de la confederación en los días después del 17 de mayo fue asegurar que los militantes de la CGT dirigían tantos comités de huelga localmente elegidos como fuera posible.

[Como resultado] en una minoría de casos [...] las sentadas eran fenómenos masivos e implicaban una gran cantidad de discusiones y debates. Pero habitualmente eran acciones de cuadros, donde plantas enteras estaban ocupadas por cuadrillas de piquetes y trabajadores de mantenimiento [...] En tales casos la mayor parte de los huelguistas probablemente permanecían en casa y observaban cómo se desarrollaba la crisis, ciertamente con simpatía, en la radio y la TV44.

Necesariamente, esto tuvo un efecto muy importante en el conjunto del movimiento. La politización que se había dado entre los estudiantes y que afectaba a una minoría de los trabajadores no se propagó entre las masas trabajadoras porque se les imposibilitó participar en el enfrentamiento y la discusión de sus lecciones.

El papel que jugaban la CGT y el Partido Comunista se mostró en las negociaciones de Grenelle. El gobierno fracasó en satisfacer muchas de las exigencias clave de los líderes sindicales: el incremento en el salario mínimo afectó sólo a un trabajador de cada cinco y no ofrecía nada para los grupos mayoritarios que habían expandido la huelga, además de que no hubo reducción de la jornada laboral, ni ningún incremento automático del sueldo para proteger su valor de los aumentos de los costes de vida en los meses venideros. Sin embargo, los líderes sindicales salían de la reunión diciendo: “Grenelle representa un momento decisivo en las relaciones entre los sindicatos y el gobierno”45. ¿Por qué? ¡Porque después de muchos años el gobierno dejaba a los sindicatos controlar a las y los trabajadores en su beneficio!

A pesar de ello, los comunistas y la CGT todavía debían tener cuidado de proteger sus flancos izquierdos. Por eso, tras la recepción hostil del acuerdo en Renault Billancourt, la CGT indicó a sus miembros que permanecieran al margen de las demandas locales.

La segunda federación sindical más importante, la CFDT, había seguido durante años una estrategia diferente a la CGT. No estaba atada a ningún partido político y se centraba primordialmente en construir su afiliación e influencia. Muchos de sus representantes creían que la forma de hacerlo era a través de las luchas para extender las negociaciones de los y las trabajadoras de base, en contraste con los despliegues de poder de la CGT cuidadosamente escenificados a nivel estatal. Y, como es habitualmente el caso de los sindicatos pequeños que esperan crecer rápidamente, la cúpula estatal de la CFDT no tenía reparos en ceder el liderazgo a los militantes locales si esto atraía a más miembros. Así, una federación sindical tradicionalmente a la derecha de la CGT (no mucho tiempo atrás estuvo vinculada informalmente al MRP democristiano) se embarcó en la fraseología izquierdista y contó con delegados asociados al pequeño partido socialista de izquierdas, el PSU.

Tras oponerse inicialmente al movimiento estudiantil, la CFDT estableció vínculos con la UNEF y se manifestó a favor de los estudiantes antes que la CGT. Cuando despegó el movimiento huelguístico, los líderes de la CFDT no se restringieron a las demandas puramente económicas como la CGT. En lugar de eso, hablaban en términos que podrían parecer casi revolucionarios para los activistas desilusionados con el comportamiento del Partido Comunista y la CGT, planteando demandas de “autogestión” (el control de las y los trabajadores) —aunque, a pesar de ello, sin aclarar si esto significaba participar en las estructuras administrativas del poder existentes o más bien intentar derrocarlas.

Pero cuando llegó el momento decisivo, la CFDT estaba tan predispuesta para los tratos sucios como la CGT. No rechazó la oferta de Grenelle, estando dispuesta incluso a involucrarse más tarde en discusiones militantes para atraer a los disidentes de la CGT.

Como hemos visto, el fracaso de las negociaciones de Grenelle para acabar con la huelga condujo a los políticos profesionales comprometidos con el sistema a pensar que el régimen de De Gaulle estaba acabado. Sin embargo, esto presentaba un problema tan grande para el Partido Comunista, la CGT y los líderes de la CFDT como para el propio gobierno. De principio a fin, su propósito consistía en utilizar la agitación como una carta de negociación que aumentara su poder dentro de los mecanismos existentes. Pero ahora esos mecanismos existentes estaban por los suelos. Como señaló uno de los líderes de la CFDT, ya no había ningún “interlocutor” efectivo con quien negociar46.

Los líderes del sindicato y del partido dieron muestras de pánico. No tenían intención de derrocar al gobierno. Pero si caía, tenían que asegurarse de que lo hacía en manos no muy lejanas a las suyas. Los líderes de la CFDT respaldaron una marcha de la UNEF con unas 40.000 personas reunidas en el estadio Charlety, donde los discursos eran revolucionarios en el tono pero luego endosaban la llamada de Mitterrand para formar un gobierno bajo la dirección de Mendès-France. Los líderes comunistas y de la CGT estaban auténticamente aterrorizados. Temían quedar desplazados por un movimiento que juntó a quienes estaban a su izquierda y a su derecha: por un lado, una gran sección de los y las estudiantes y, por otro lado, los políticos socialistas y radicales. La única forma de evitar que sus simpatizantes se alejaran era haciendo su propia manifestación política: el miércoles (dos días después de la asamblea de Renault) organizaron su marcha masiva por “un gobierno popular y democrático”.

Era un juego de fanfarronadas y engaños por partida doble. Ni la CGT y el Partido Comunista, por un lado, ni la CFDT, Mitterrand y Mendès-France, por el otro, estaban preparados para asumir los riesgos que implicaba una lucha seria para derrocar a De Gaulle. Los únicos que podían estar preparados eran una sección de las y los estudiantes revolucionarios —pero, alejados de las fábricas, les faltaron fuerzas. En lugar de eso, el objetivo del juego para cada uno de los actores anteriores era hacer valer su derecho a sacar tajada de la acción que supuestamente haría caer a De Gaulle por sí solo. Así, todo lo que el régimen tenía que hacer era proclamar su propia fanfarronada. Y lo hizo el jueves 30 de mayo.

 

7.

El desenlace

No podemos saber exactamente qué ocurrió mientras De Gaulle estaba en Alemania el 29 de mayo, pero sabemos lo que él y su primer ministro, Pompidou, hicieron tras su regreso a Francia al día siguiente.

Primero, pusieron a trabajar la maquinaria del partido gaullista para organizar una manifestación de apoyo al régimen en el centro de París. Luego hicieron saber que estaban concentrando tropas alrededor de la ciudad. Finalmente, mientras la manifestación empezaba a reunirse, De Gaulle difundió un mensaje por radio y TV.

Su mensaje fue corto y conciso. Se agarraba al poder. Quienes le desafiaban estaban utilizando “la intimidación, la propaganda y la tiranía” por mandato del “comunismo totalitario”. Hacía falta detenerles, por la fuerza si era necesario. Y en lugar de un referéndum, que habría sido imposible llevar a cabo, disolvía el parlamento y convocaba elecciones generales.

La acusación de “comunismo totalitario” era justamente lo que los simpatizantes gaullistas querían escuchar. Permanecieron impotentes durante casi un mes mientras la izquierda tomaba las calles. Ahora salían hordas de las áreas más ricas de la capital hacia la Place de la Concorde para aclamar a De Gaulle y expresar su desprecio hacia los y las trabajadoras y estudiantes.

Esta manifestación, de 500.000 ó 600.000 personas, se ha proclamado algunas veces como la responsable del cambio de destino de De Gaulle. Pero este juicio es erróneo. Una cosa era que la gente de bien caminara por el centro de París una tarde. Otra muy distinta era lograr que el conjunto de la industria francesa volviera al trabajo. Ciertamente, esa noche no tenían la capacidad de desafiar a las y los estudiantes de justo al otro lado del río, todavía con el control de la rivera izquierda.

En términos de fuerzas a su disposición, la debilidad real del régimen quedó al descubierto la noche siguiente. La policía intentó romper la huelga ferroviaria echando a los piquetes de ciertas estaciones, pero no pudo forzar a los maquinistas a volver al trabajo y la red continuó paralizada.
La verdadera baza de De Gaulle consistía en una fanfarronada dirigida a los líderes sindicales y los políticos de izquierdas, cuando planteaba la elección entre guerra civil o dejarle presidir unas elecciones parlamentarias.

La primera reacción de los parlamentarios de izquierdas a las palabras de De Gaulle fue inmediatamente de denuncia. “De Gaulle ha hecho una llamada a la guerra civil”, dijo Mitterrand, “es la voz de un dictador”47. El comunicado del Partido Comunista era similar. Sin embargo, ninguno de los partidos de izquierdas ni de los sindicatos respondió con ninguna declaración de guerra contra el régimen. En lugar de eso, se apresuraron en darle la bienvenida a las elecciones. “Son en interés de los trabajadores”, dijo Seguy al día siguiente, “para poder expresar sus deseos de cambio en el contexto de unas elecciones”48.

Y para la CGT y el Partido Comunista, prepararse para una cita electoral implicaba acabar con el movimiento huelguístico tan rápido como fuera posible. En tres días las negociaciones estaban concluidas, trayendo de regreso al trabajo a secciones clave del sector público: la electricidad y el gas, los servicios postales, los ferrocarriles. Lo que la policía no pudo lograr en la noche del sábado, la CGT lo logró el martes.

Ese fin de semana había puente. Cuando la gente empezó sus vacaciones el viernes por la tarde, el gobierno todavía estaba enormemente debilitado, a pesar de la manifestación de la noche previa. Cuando acabaron los días de fiesta, el martes, las comunicaciones estaban restauradas en gran parte del país, los suministros de gasolina estaban libremente disponibles y el momento álgido del movimiento huelguístico estaba roto. Los ricos y poderosos lograron, por fin, dar un suspiro de alivio.

 

8.

Las y los revolucionarios

La elección del Partido Comunista y la CGT —de dar fin a las huelgas por aspiraciones electorales— se vio cuestionada. Dos días después del discurso de De Gaulle, cerca de 30.000 personas se manifestaron por las calles de París cantando “elección: traición” y “esto es sólo el principio, la lucha sigue”. Pero mientras en tiempos “normales” una manifestación de 30.000 personas puede parecer grande, en el contexto de la enorme crisis política francesa no era lo suficientemente grande como para tener un fuerte impacto. Podía armar un buen alboroto en las calles, pero no podía impedir los acuerdos clave que estaban poniendo fin a las huelgas en las grandes empresas públicas.

No era porque las y los trabajadores de estas empresas estuvieran necesariamente decididos a regresar al trabajo. Si bien las patronales de la electricidad y el gas, el ferrocarril y el metro ofrecieron grandes concesiones económicas, los trabajadores a menudo retardaron su aceptación. Como dijo después un delegado sindical:

A pesar del dinero y otras dificultades [...] la huelga se había convertido un poco en un festival. Durante dos o tres semanas los huelguistas habían vivido en un espíritu de libertad total: sin patrones, sin jefes, la jerarquía había desaparecido. Así que antes de poner fin a la huelga, la gente vacilaba49.

De vuelta al trabajo, a menudo estaban dispuestos a salir otra vez a la calle:

Todo lo necesario, como en algunos depósitos RATP, era la presencia de un militante decidido, lo que la CGT llamaba un “ultraizquierdista”. O como en algunos depósitos postales donde una demanda particular, como la reducción de la semana laboral, no se habría logrado50.

Pero tales militantes eran pocos y bastante dispersos. La izquierda revolucionaria era sumamente débil cuando empezaron los acontecimientos de mayo—las organizaciones maoístas y trotskistas tenían aproximadamente 400 miembros cada una y ninguna contaba con militancia dentro de la clase trabajadora. Incluso el grupo trotskista Voix Ouvrière (más tarde renombrado como Lutte Ouvrière), que se negaba a participar en el ámbito estudiantil, consistía en una gran cantidad de estudiantes y ex estudiantes que distribuían folletos en las fábricas desde fuera.

El número de personas que se veían a sí mismas como “revolucionarias” creció masivamente durante mayo, hasta llegar a decenas de miles. Pero la mayor parte eran estudiantes. La forma en que el Partido Comunista y la CGT mantuvieron pasivas las huelgas, y excluyeron a los estudiantes revolucionarios de las fábricas, aseguraron esta situación.

La debilidad de las y los estudiantes revolucionarios quedó patente el 24 de mayo, cuando la UNEF convocó una manifestación para protestar por la prohibición de regresar a Francia a Dany Cohn-Bendit tras una visita a Alemania. Los comunistas y la CGT se dispusieron a sabotearla organizando su propia manifestación en la misma tarde. La policía, ignorando deliberadamente a la CGT, atacó la manifestación de 30.000 estudiantes. Uno de ellos acabó muerto, muchos más heridos o arrestados.

Esa noche los líderes estudiantiles como Dany Cohn-Bendit reconocieron que el movimiento no podía avanzar simplemente con manifestaciones callejeras. Los y las estudiantes tenían que abrirse paso hacia quienes estaban involucrados en las huelgas51.

Pero aun cuando los nuevos estudiantes revolucionarios conseguían en atraer a una audiencia de jóvenes trabajadores, los problemas persistían. Un joven trabajador de Renault hacía referencia a los debates que tuvo con estudiantes que habían marchado hasta Billancourt:

Estábamos con ellos, pero sus argumentos no eran claros. Usted tiene que entender que era la primera vez que habíamos conocido a esos tipos. No estábamos acostumbrados a su forma de hablar, y tenían en nosotros el efecto de las bestias curiosas, provenían de un mundo diferente52.

El problema radicaba parcialmente en la naturaleza de algunas ideas “revolucionarias” de los y las estudiantes. Muchos estaban influenciados por ideas anarquistas y “tercermundistas” que veían a la clase trabajadora como sobornada por el sistema, mientras que el enemigo no era tanto el capitalismo como la sociedad “consumista” —la búsqueda de mejoras materiales. Esto tenía implícita cierta petición moralista de los estudiantes, denegando la existencia de una agradable clase media ofrecida a quienes se comprometían con el sistema. Así, apenas podrían atraer a trabajadores para quienes obtener un coche, una lavadora, un refrigerador o un aparato de televisión representaba una forma de escapar del tedio de la vida de la clase trabajadora.

Estas actitudes significaron que, mientras la CGT intentaba confinar las huelgas a las demandas puramente económicas, afirmando que los trabajadores no estaban interesados en asuntos sociales y políticos más amplios, muchos de los estudiantes descartaban las demandas económicas como irrelevantes y simplemente hablaban de “contestación”, “desmitificación”, “lucha contra la autoridad” y “revolución”.

Pero había un problema incluso con las y los estudiantes que, bajo la influencia de grupos como la JCR, entendían que la lucha por las demandas materiales era importante para motivar a muchos grupos de trabajadores a desafiar al estado. Los estudiantes venían, en términos generales, de familias de clase media y se habían politizado a través del debate abstracto llevado a cabo en el ambiente universitario. Como consecuencia, no supieron cómo explicar sus ideas a los trabajadores, cuya experiencia era realmente distinta, y tendían a hablar un lenguaje “intelectual” demasiado remoto para la mayoría de los trabajadores.

Estas debilidades sólo podía solucionarlas la izquierda revolucionaria en el transcurso de la lucha. Mientras los estudiantes luchaban junto a los trabajadores más militantes, era necesario aprender de ellos las realidades de la vida de la clase trabajadora al mismo tiempo que les ayudaban a generalizar a partir de sus experiencias inmediatas.

Los Comités de Acción proveían un medio por el cual estudiantes y trabajadores podían actuar y aprender juntos. El pequeño número de socialistas revolucionarios que estaban activos antes de mayo lograron expandir enormemente su influencia sobre los acontecimientos llevando sus ideas a los Comités de Acción, que a su vez las proyectaban a una audiencia mucho más amplia.

En ese momento, los Comités de Acción actuaban como substituto de un partido socialista revolucionario —pero no de uno particularmente bueno. A través de los debates sostenidos que tienen lugar mucho antes del levantamiento de la lucha de masas, un partido revolucionario desarrolla un análisis claro de los acontecimientos, una comprensión de cómo sostener su punto de vista con diferentes secciones de trabajadores y una voluntaria disciplina interna. Puede reaccionar rápidamente y con una única voluntad ante los rápidos y cambiantes acontecimientos. Los Comités de Acción no tenían ninguna de estas ventajas. En los momentos cruciales, su asamblea general se empantanaba en debates aparentemente interminables, por lo que no podía responder a las maniobras del régimen, el Partido Comunista y la CGT o los políticos de izquierdas.

Este problema se mostró extremamente agudo después del discurso de De Gaulle del 30 de mayo. En todas partes se andaba buscando una respuesta alternativa a su amenaza de guerra civil, algo distinta a la llamada de la CGT de regreso al trabajo. Pero el movimiento estudiantil fue incapaz de proveerla. Una reunión para tratar de establecer un “movimiento revolucionario” el 1 de junio acabó sin ninguna conclusión. Una Asamblea de Comités de Acción la noche siguiente resultó igualmente infructífera —los debates se alargaron hasta que muchos delegados se fueron, agotados53.

Además, incluso las estimaciones más optimistas de la influencia de los Comités de Acción afirman que éstos existieron en no más de una cuarta parte de los lugares de trabajo en huelga54. En muchos de ellos, los comités no eran más que grupos de estudiantes y jóvenes trabajadores capaces de ejercitar presión pero con muchas dificultades para desafiar el liderazgo establecido de los activistas de la CGT en los centros de trabajo.

El resultado fue que, aunque la izquierda revolucionaria podía actuar como un polo de atracción para esos trabajadores que no estaban de acuerdo con el abandono de la huelga por parte del Partido Comunista y la CGT, no lo podían impedir. Y por lo tanto no pudieron impedir la liquidación del movimiento de mayo.

 

9.

El final amargo

Un gran movimiento social, que involucra a millones de personas, no se detiene simplemente sobre sus pasos. Si su momento álgido se rompe, empieza a retroceder. Todas esas personas medio convencidas que lo sostuvieron por su confianza y poder se desmoronan, ya no lo ven como una manera de afrontar las pequeñas frustraciones y la opresión que entumecen sus vidas. Todos esos políticos oportunistas que lo vieron como un posible vehículo para avanzar en sus carreras ahora se suben a otros carros. Todos sus enemigos se sienten reforzados por el debilitamiento de la influencia sobre quienes vacilaban entre el movimiento y ellos.

La decisión de los comunistas y la CGT de traer a las empresas públicas de vuelta al trabajo a principios de junio de 1968 inevitablemente condujo a una apostasía del movimiento de mayo. El restablecimiento del transporte público y de la distribución de combustible significó que las secciones de clase media que respaldaban al gobierno ya no estaban literalmente paralizadas. La maquinaria política gaullista volvía a estar operativa, repartiendo folletos, pegando carteles, organizando manifestaciones estatales y locales. Gente que sólo una semana antes veía en algún tipo de gobierno de izquierdas la única forma de volver al orden, ahora tenían fe de nuevo en De Gaulle. La posibilidad de un motín en la policía desaparecía mientras sentían, por primera vez desde el inicio de las manifestaciones estudiantiles, que al menos una parte del “público” les apoyaría si tomaban una línea dura.

Esa semana la policía atacó a los y las huelguistas por primera vez. Tomaron el control de los estudios de radio y TV el 5 de junio. Un día después, los CRS entraron en la planta Renault de Flins y echaron a los piquetes. Al día siguiente, se encontraron con intentos por reocupar de nuevo la planta con violencia y mataron a un estudiante de secundaria. El 10 de junio los CRS intervinieron en el Barrio Latino por primera vez desde el 13 de mayo. El 11 junio entraron en la fábrica de Peugeot en Sochaux, apaleando a los trabajadores que la ocupaban mientras escapaban y atacando a los trabajadores en toda el área alrededor de la fábrica, asesinando a dos. Ese mismo día, la policía atacó a trabajadores y estudiantes en St Nazaire, Toulouse y Lyons. Unos días más tarde el gobierno prohibió formalmente las organizaciones trotskistas y maoístas, así como el Movimiento 22 de Marzo, al mismo tiempo que liberaba de prisión al General Salan, líder de OAS, organización terrorista de derechas de principios de los ‘60.

Pero los ataques de la policía no quebrantaron la continuidad de las huelgas. En Flins y Sochaux, las y los trabajadores ocuparon de nuevo las plantas y la policía eventualmente se retiró. Las huelgas en la radio y la TV continuaron durante semanas.

Sin embargo, el estado de ánimo de las huelgas cambió dramáticamente. Los y las trabajadoras habían estado en todas partes a la ofensiva hasta el 31 de mayo. Después de que el sector público regresara al trabajo ese fin de semana, los patrones se sintieron lo suficientemente confiados como para retomar ellos la ofensiva.

Las concesiones que hizo el gobierno en las negociaciones de Grenelle fueron diseñadas para fragmentar el movimiento obrero. Concedieron grandes incrementos salariales a una minoría de trabajadores que tenían sueldos bajos, pero dieron mucho menos a la gran ingeniería y las plantas de fibra que lideraron las huelgas de masas. La intención era conseguir una vuelta al trabajo en estas plantas sin que consiguieran ninguna mejora sustancial. El método tuvo poco efecto mientras los servicios públicos cruciales permanecieron en huelga. Pero cuando la CGT los forzó a regresar al trabajo, las cosas fueron diferentes. La lucha fábrica por fábrica por “mejoras locales” permitió a los patrones desgastar las mismas plantas que habían conducido el movimiento de mayo.

Como un líder del sindicato metalúrgico dijo más tarde:

Ni el gobierno ni los patrones estaban preparados para perdonar el miedo que recientemente habían conocido. Eran impotentes contra los estudiantes, y no tenían poder contra los trabajadores del sector público que podían paralizar el país entero. Pero si la industria del motor y el metal prolongaba la lucha durante dos semanas más, sería molesto pero necesario ceder ante los trabajadores militantes. Al castigarlos, podían desvanecer el mes de capitulaciones del gobierno y la vergüenza de los patrones55.

En el nuevo clima, los patrones pusieron en práctica todos sus viejos métodos para perjudicar a los sindicatos —votos secretos donde “mayorías” impostoras votaban por regresar al trabajo, uso de capataces y sindicatos amarillos para romper los piquetes, uso de la policía para dar palizas a los huelguistas o llamar “subversivos peligrosos” a quienes resistían a tales acciones.

Al principio los ataques de los patrones y el gobierno ejercieron tanta presión sobre los grupos que ya habían regresado al trabajo que volvieron a mostrar su solidaridad. El sentimiento era tal que la CFDT convocó un día de acción en apoyo a quienes todavía estaban en huelga. Pero la CGT atacó “la decisión unilateral de la CFDT”, diciendo que “la solidaridad no debe conducir a incidentes como los de Flins”, de los que culpó a los “rebeldes ultraizquierdistas”. Así, “toda conversación para reanudar la huelga general debe ser considerada como una provocación peligrosa”. Todo lo que se podía hacer por los huelguistas era “recolectar dinero”56.

Las principales plantas automovilísticas —Renault, Citroën y Peugeot— todavía permanecían en huelga a mitades de junio. La CGT consiguió la vuelta al trabajo en Renault a cambio de un aumento de sueldo del 10-14%, una hora y media de reducción de la semana laboral y media paga por días enteros de huelga. Incluso este paquete fue denegado por una quinta parte de las y los trabajadores —y en la planta de Flins, donde tuvo lugar la lucha contra la policía, por un 40%. Peugeot regresó al trabajo unos días más tarde y Citroën el 24 de junio. En cada caso, los trabajadores regresaron a la fábrica con un sentimiento de victoria. Pero aun si los patrones no pudieron “castigar” a estos trabajadores como esperaban, todavía tenían motivos para la autocomplacencia. Los trabajadores que tuvieron que permanecer en huelga más tiempo para conseguir mejoras significativas del movimiento de mayo fueron los que tradicionalmente contaban con una organización más débil. Tenían pocas probabilidades de declararse en huelga otra vez durante algún tiempo, lo que ofrecía una oportunidad a los patrones para impedir el desarrollo de una organización fuerte de base y reconstruir los sindicatos amarillos. Las firmas como Citroën y Peugeot podían haberse visto forzadas a hacer concesiones a los y las huelguistas, pero seguían siendo bastiones no sindicalizados como antes de mayo. Como un ejemplo importante, la fragmentación del movimiento por los regresos locales al trabajo tras el fin de mayo indujo a una derrota devastadora en la TV y la radio estatal, la ORTF.

Las y los periodistas y técnicos de la radiodifusión no se unieron completamente al movimiento de mayo hasta finales del proceso. Se lanzaron a la acción porque los jefes de servicios repetidamente les impedían contar la verdad sobre la escala del movimiento de mayo o emitir entrevistas a adversarios políticos del gobierno —incluso si se trataba de los más respetables políticos burgueses. Al principio, siguiendo las indicaciones de la CGT, se abstuvieron de toda acción huelguística. Pero al final la frustración acumulada condujo a la huelga y la ocupación de los estudios. Entonces el gobierno se vio forzado a producir servicios mínimos desde un estudio fuertemente protegido en la torre Eiffel.

El regreso a la normalidad a principios de junio permitió al gobierno tomarse su venganza. El 5 de junio nombró a un nuevo Gobernador General de radiodifusión que despidió a trece periodistas y seis productores, utilizó a la policía para retomar el control de los estudios y reanudó los servicios “normales” con algunos trabajadores que no habían participado en las huelgas y esquiroles recién contratados. Después, el gobierno ofreció una mejora de sueldos y condiciones laborales a cambio de un control completo de contenidos de la programación. Bajo presión de la CGT, los técnicos regresaron al trabajo en estas condiciones el 19 de junio. Los periodistas insistieron otras tres semanas, antes de admitir la derrota completa el 12 de julio.

La importancia para el gobierno de aislar y derrotar la huelga en la radiodifusión apenas se puede sobrevalorar. En la última semana de mayo, el silencio de los canales de radio y televisión era un símbolo de la debilidad del gobierno. Su control desde el 5 de junio en adelante era una señal de su renacida fuerza y una ayuda poderosa para su propaganda electoral, con el reclamo de que el gobierno estaba solo entre Francia y el caos.

 

10.

Una oportunidad revolucionaria

Las revoluciones fallidas rápidamente resbalan de la memoria. La clase dirigente se apresura a reimponer la vieja forma de vivir y, con ésta, la vieja forma de pensar, asumiendo que no puede haber ninguna otra distinta. El período revolucionario aparece ante la mayoría de la gente como un extraño delirio, algo aparte del curso verdadero de la vida social, de la misma forma que los sueños y las pesadillas están aparte del curso real de la vida de una persona. Sólo se espera que lo recuerden románticos incurables. Y tan efectiva resulta esta supresión de la memoria que incluso las y los historiadores tienen dificultades para desenterrar la verdad y distinguirla del antojo. Normalmente sólo un nuevo levantamiento revolucionario retoma de las memorias individuales los miles de recuerdos que confirman la realidad de lo ocurrido.

Pero lo sucedido en Francia en 1968 no consistió en una revolución fallida. Hubo muchas conversaciones en aquel momento acerca de la “revolución”, especialmente en el Barrio Latino de París y en los medios de comunicación extranjeros. Pero nunca hubo intención de tomar el poder estatal. Así sucedió que el proceso de poner este pedacito de historia entre paréntesis, de confinarlo a los pies de página de la historia como un “podía haber sido”, fue aún más rápido de lo habitual. Ahora, 30 años más tarde, 1968 es casi universalmente conocido como el “año de los estudiantes”, como si la mayor huelga general jamás conocida no hubiera tenido lugar, como si uno de los gobiernos más fuertes del mundo occidental no hubiera quedado suspendido durante una semana al borde de su autodisolución.

Una fuente de esta amnesia colectiva fue el Partido Comunista Francés. Hizo todo lo posible a lo largo de mayo para impedir que el movimiento deviniera político, y mucho menos revolucionario, y tan solo momentáneamente se vio forzado a modificar su posición en la última semana por miedo a que, si no lo mantenía en sus manos, otros podrían tomar el poder. Por consiguiente, después tuvo que justificarse asegurando que la revolución siempre había sido una imposibilidad. El Partido Comunista afirmó que los resultados de las elecciones a finales de junio confirmaban que los partidos de la derecha, después de todo, ganaron votos y escaños a expensas de la izquierda. Así que nunca había habido apoyo, decían, para ningún intento de revolución. Eso habría sido una auténtica aventura.

La discusión era y es doblemente errónea.

En primer lugar, junio no fue mayo. En mayo la gran masa de la clase trabajadora y una sección considerable de la clase media veían al régimen tan responsable de los hechos que las y los estudiantes se lanzaron a levantar barricadas y diez millones de trabajadores se declararon en huelga. Quienes eran hostiles a lo que ocurría se sentían impotentes, incapaces de impedir esa gran convulsión social. Por consiguiente, estaban predispuestos a alcanzar los mejores acuerdos posibles con quienes tenían algún control sobre el movimiento —una actitud que mostraba parte de la resignación de los trabajadores en “tiempos normales”, al tener que aceptar trabajos que odian y vidas domésticas sin ninguna satisfacción.

Mientras junio progresaba, estas actitudes cambiaron decisivamente. El régimen restauró lo esencial del viejo orden. La contestación en el sector público y en las grandes secciones de la industria llegaba al final. Los estudiantes eran otra vez una minoría aislada e impotente. La elección ya no radicaba entre un indeciso gobierno de turno y un movimiento de masas aparentemente imparable, sino entre políticos del gobierno que mostraban que podían controlar los acontecimientos y políticos de la oposición que tan solo prometían que podrían hacerlo.

El cambio en el estado de ánimos afectó incluso a una cierta cantidad de gente que había participado con entusiasmo en el movimiento. En mayo, mientras diez millones de personas se movían juntas, todo tipo de gente con ideas muy conservadoras podía haber visto la solución a sus problemas individuales en el masivo esfuerzo colectivo. Pero a finales de junio habían vuelto a un mundo donde sólo la promoción individual podía traer mejoras personales. Las últimas oleadas de luchas de estudiantes y trabajadores les parecían ahora una fuente de caos y peligro, no la clave para reordenar la sociedad.

Sin embargo, para el movimiento no existía la necesidad objetiva de decaer como lo hizo en la primera semana de junio. Decayó porque las organizaciones políticas y los sindicatos más poderosos dentro de la clase trabajadora francesa se volcaron para obtener un regreso al trabajo en los servicios públicos cruciales. Al hacerlo, provocaron precisamente el cambio de actitud que permitió a los gaullistas ganar las elecciones y dieron credibilidad a quienes proclamaban que ningún cambio revolucionario es posible.
En segundo lugar, decir que mayo tenía un potencial revolucionario no es decir que la elección estaba, como planteó el General De Gaulle el 29 de mayo, entre unas elecciones bajo sus condiciones y una guerra civil. Había otra opción: la extensión y profundización del movimiento de tal manera que el gobierno continuara reprimiéndose el recurso a las Fuerzas Armadas del estado.

Esto significaba promover formas de organización huelguística que involucraran a todos los trabajadores, tanto a los más avanzados como a los más “atrasados”, para forjar su propio destino —comités de huelga, asambleas regulares en las plantas ocupadas, la vigilancia de piquetes y ocupaciones involucrando al máximo de gente, delegaciones a otras plantas y a otros sectores sociales involucrados en la lucha. Así, todo el mundo habría tenido la oportunidad de participar directamente en la lucha y de discutir las lecciones políticas. También significaba generalizar las demandas de la lucha, a fin de que ninguna sección de trabajadores regresase a trabajar antes de llegar a un acuerdo sobre las cuestiones vitales que preocupaban a otras secciones —la seguridad del empleo, garantía de empleo para la juventud trabajadora, el pago completo por cada día de huelga, reconocimiento pleno de derechos sindicales en empresas antisindicales como Peugeot y Citroën, control democrático sobre las emisiones de radio y TV mediante representantes elegidos por las y los periodistas y técnicos.

Un movimiento construido sobre estas bases habría imposibilitado al gobierno reafirmar su poder. Si el gobierno admitiera las demandas del movimiento, quedaría acorralado y sería claramente un rehén del movimiento obrero de masas. Si no aceptase ninguna concesión, sería incapaz de superar la parálisis del país de cara a prevenir que sus aliados le despidieran y buscasen una alternativa “responsable” que, a su vez, también podría convertirse en rehén del movimiento de masas. En cualquier caso, el gobierno no estaría en condiciones de ganar las elecciones a finales de junio. El resultado de los comicios habría estado marcado por la predominancia del movimiento en las fábricas y las calles —como ocurriría en Gran Bretaña cinco años y medio más tarde cuando un movimiento más pequeño, el de la huelga minera en 1974, continuó hasta las elecciones, dando como resultado un voto en contra del gobierno de turno.

No hay, está claro, certeza alguna de que si el Partido Comunista y la CGT hubiesen agitado en esta dirección se habrían ganado todas las reivindicaciones. Pero lo que sí se puede afirmar con seguridad es que, rehusando hacer campaña a favor de éstas, aseguraron el fin del movimiento de mayo y la victoria electoral gaullista. Asimismo, también aseguraron que los sindicatos franceses continuasen organizando sólo a una pequeña proporción de la clase trabajadora, como en cualquier otro país industrialmente avanzado de Europa, a pesar de haber estado involucrados en la huelga más grande que ninguno de los demás jamás ha conocido.

El camino alternativo no habría conducido a una inmediata revolución socialista. Pero habría conducido a una situación política de inestabilidad extrema, dentro de la cual una clase trabajadora victoriosa podría ir tomando conciencia progresivamente de sus propios intereses y de su propia capacidad para organizar la sociedad. Sin duda, debido a que estaba a la vista una situación tan indefinida, los líderes comunistas y de la CGT se apresuraron en aceptar la más segura salida electoral de la crisis, incluso si ésta podía ir a parar a las manos de De Gaulle.

 

 

Notas

1 G. Pompidou, Pour rétablir une vérité (París, 1982), p181.

2 Vladimir Fisera en la introducción a V. Fisera (de), The writing on the wall (Londres, 1978), p11; L. Roux y R. Backmann, L’explosion de Mai (París, 1968), p78.

3 V. Fisera (ed.), p78.

4 Cita de Daniel Cohn-Bendit en H. Bourges (ed.), The student revolt: the activists speak (Londres, 1968), p67.

5 L. Rioux y R. Backmann, p38.

6 Documento en V. Fisera, p79.

7 Citado en Posner (ed.), Reflections on the revolution in France (Harmondsworth, 1970), p64.

8 D. B. Said y H. Weber, Mai 1968: une répétition générale (París, 1968), p112.

9 P. Labro, Les barricades de Mai (París, 1968).

10 D. B. Said y H. Weber.

11 D. B. Said y H. Weber.

12 Según su primer ministro, George Pompidou, en G. Pompidou, p180.

13 M. Kidron, Western capitalism since the war (Harmondsworth, 1970), p169.

14 M. Kidron, p170.

15 Pouvoir Ouvrier, enero-febrero de 1968, y G. Ross, p163.

16 L’Humanité, 3 de mayo de 1968, en V. Fisera (ed.), p109.

17 L. Rioux y R. Backmann, p216.

18 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p216.

19 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p218.

20 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p218.

21 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p217.

22 Citado en G. Ross, p182.

23 G. Ross, p182.

24 Citado en G. Ross, p182.

25 Según T. Cliff y I. Birchall, France: the struggle goes on (Londres, 1968), p19.

26 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p256.

27 Según L. Rioux y R. Backmann, p254.

28 L. Rioux y R. Backmann, p256-257.

29 G. Ross, p184.

30 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p247.

31 L. Rioux y R. Backmann, p423.

32 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p376.

33 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p382.

34 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p383.

35 L. Rioux y R. Backmann, p384.

36 Georges Seguy de la CGT, citado en G. Ross, p202.

37 Ver L. Rioux y R. Backmann, páginas 442-458. Para más detalles sobre esos días, ver también G. Ross, p203-204.

38 Las estimaciones sobre el tamaño de la manifestación varían de entre 300.000 y 400.000 en L. Rioux y R. Backmann, p446, hasta 800.000 en G. Ross, p206.

39 G. Pompidou, p197.

40 L. Rioux y R. Backmann, p249.

41 L. Rioux y R. Backmann, p276, y D. B. Said y H. Weber, p159-160.

42 Según G. Ross, p181.

43 G. Ross, p185.

44 G. Ross.

45 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p408.

46 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p450.

47 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p465.

48 Citado en G. Ross, p208.

49 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p512.

50 L. Rioux y R. Backmann, p513.

51 L. Rioux y R. Backmann, p553.

52 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p281.

53 Ver los relatos en L. Rioux y R. Backmann, p559, y D. B. Said y H. Weber, p209-210.

54 Un líder de la CFDT citado por L. Rioux y R. Backmann, p451.

55 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p522.

56 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p524.