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Tony Cliff

 

Los judíos, Israel y el Holocausto

 



Redactado:  En inglés, en 1998.
Primera publicación: En 1998 por el Socialist Workers Party de Gran Bretana con el titulo "The Jews, Israel, and the Holocaust".
Traducción al castellano: Por Carlos Wagner y Luis Cortés, del equipo de traducciones del Grupo de Estudios Marxistas (Chile).
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2014.  Aparece aqui gracias a la gentileza del Grupo de Estudios Marxistas (Chile).



 

El nacimiento del sionismo

La Revolución francesa liberó a los judíos. El ghetto físico, económico e intelectual desapareció entre 1789 y la unificación de Alemania e Italia, casi un siglo después. Mendelssohn, Heine y Marx, todos judíos, fueron personalidades destacadas en la cultura alemana. Y si bien hubo un extendido antisemitismo, incluyendo pogromos, esto ocurrió en la Rusia zarista, donde el yugo del feudalismo todavía subsistía y el capitalismo moderno apenas se posicionaba. Cuando el capitalismo se hizo viejo y decrépito, sobre todo después de la Gran Depresión de la década de 1930, se volvió a su vez en contra de todos los logros democráticos de su juventud. Entonces se empujó a los judíos ya no simplemente hacia los ghettos, sino más allá, a las cámaras de gas.

Entre estos dos períodos, en Francia se desató un terrible caso de antisemitismo. En 1895, Dreyfus, un judío que ejercía de oficial del ejército, fue acusado de ser espía alemán. La caza de brujas desencadenó una histeria colectiva en contra de los judíos. Esta ola de antisemitismo fue un derivado de la rivalidad entre el ascendente imperialismo francés y el imperialismo alemán. En el París de esos años, un periodista vienés bien establecido, Theodor Herzl, llegó a la conclusión de que el furor del antisemitismo era natural e inevitable. En junio de 1895, escribió:

En París, como ya he dicho, logré una actitud más libre hacia el antisemitismo, que ahora empecé a comprender históricamente y a perdonar. Por encima de todo, me di cuenta de la vacuidad y la futilidad de tratar de ‘combatir’ al anti-semitismo.

Herzl criticó a Émile Zola y a otros franceses, principalmente socialistas, que salieron en defensa de Dreyfus. Reclamaba que los judíos que “buscan la protección de los socialistas y de los destructores del orden civil actual... en realidad no eran ya judíos. Desde luego, tampoco eran franceses. Probablemente se convertirán en los líderes del anarquismo europeo”.

Sostuvo que la respuesta al antisemitismo estaba en que los judíos salieran de los países en los que no eran deseados y establecieran su propio Estado. En este sentido declaró: “los antisemitas serán nuestros amigos más confiables... nuestros aliados”. Por esta razón fue a reunirse con el ministro del Interior del Zar, Plevhe, el hombre que había organizado el pogromo de Kishinev de 1903. Trató de hacerle morder el anzuelo de que sacando a los judíos de Rusia se debilitaría el movimiento revolucionario, enemigo de Plevhe.

Si el antagonismo entre judíos y gentiles era supuestamente natural e inevitable, luego, obviamente había que deducir que el antagonismo entre los judíos y árabes en Palestina era natural e inevitable. Para empezar, Herzl había definido el sionismo como “dar una tierra sin pueblo a un pueblo sin tierra”. Cuando se le llamó la atención sobre el hecho de que había árabes en Palestina, Herzl asumió que la tarea era simplemente deshacerse de ellos. El 12 de junio 1895 escribió: “Intentaremos desplazar a la población pobre hacia el otro lado de la frontera, procurándoles empleo en los países de tránsito y negándoles cualquier empleo en nuestro propio país”. ¡Qué escandalosa forma de expresar sus propósitos de limpieza étnica!

 

Economía sionista cerrada

Los sionistas que emigraron a Palestina desde finales del siglo XIX no querían establecer una economía similar a la de los blancos en Sudáfrica. Allí los blancos eran los capitalistas, mientras que los negros eran los trabajadores. Los sionistas querían que toda la población fuera judía. Con el bajísimo estándar de vida de los árabes, en comparación al de los europeos, y con un desempleo —tanto abierto como oculto— muy extendido, la única manera de lograr este objetivo era cerrándoles a los árabes el mercado laboral judío. Se utilizaron una serie de métodos para lograr esto. En primer lugar, el Fondo Nacional Judío (JNF), dueño de una gran proporción de los terrenos de propiedad judía, incluyendo, por ejemplo, un gran pedazo de Tel Aviv, insistía en sus estatutos en que sólo judíos podían ser empleados en estas tierras.

Además, la central sindical sionista, la Histadrut (Federación General del Trabajo Hebreo), impuso a todos sus miembros dos cotizaciones: una para la defensa del trabajo hebreo, y otra para la defensa del producto hebreo. La Histadrut organizó piquetes contra aquellos propietarios de tierras que emplearan trabajadores árabes, forzando a estos propietarios a despedirlos. También era común ver a hombres jóvenes caminando en el mercado judío, entre las mujeres que venden verduras o huevos, y si encontraban a alguna que resultara ser árabe, le echaban parafina en las verduras y le rompían los huevos.

Recuerdo que, en 1945, un café de Tel Aviv fue atacado y destruido casi completamente, por el rumor de que en él había un trabajador árabe en la cocina lavando platos. También recuerdo, cuando estuve en la Universidad Hebrea de Jerusalén entre 1936 y 1939, que hubo protestas recurrentes en contra del rector de la universidad, el Dr. Magnus, un rico judío americano y un liberal, cuyo crimen era ser arrendatario de un propietario árabe.

 

La dependencia del imperialismo

Sabiendo que enfrentarían resistencia de los palestinos, los sionistas siempre supieron que iban a necesitar la ayuda de la potencia imperialista que tuviese la mayor influencia en Palestina en el momento.

El 19 de octubre 1898, Herzl fue a Constantinopla para tener una audiencia con Kaiser Wilhelm. En esa época, Palestina era parte del Imperio Otomano, que era un socio menor de Alemania. Herzl le dijo al Kaiser que un asentamiento sionista en Israel aumentaría la influencia alemana, en cuanto el centro del sionismo estaba en Austria, país que era socio del Imperio Alemán. También tendió otra zanahoria: “Le expliqué que estábamos sacando a los judíos de los partidos revolucionarios”.

Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, cuando estaba claro que Gran Bretaña iba a asumir el control de Palestina, el líder de los sionistas de aquel momento, Chaim Weitzman, se contactó con Arthur Balfour, entonces ministro de Asuntos Exteriores británico, logrando de él, el 2 de noviembre 1917, una declaración que prometía a los judíos una patria en Palestina. Sir Ronald Storrs, el primer gobernador militar británico de Jerusalén, explicó que la empresa sionista “lo bendijo, y dio así como quitó, creando para Inglaterra 'un pequeño y leal Ulster judío' en un mar de arabismo potencialmente hostil”. Los sionistas serían los “Orangemen” de Palestina.

Con la Segunda Guerra Mundial, se hizo evidente que la principal potencia en el Medio Oriente dejaría de ser Gran Bretaña, dejando su lugar a Estados Unidos. Por ello es que Ben Gurion, el líder sionista de ese momento, corrió a Washington para consolidar acuerdos con Estados Unidos. Israel es hoy el satélite más fiable de Estados Unidos. No es por nada que Israel recibe más ayuda económica estadounidense que cualquier otro país, a pesar de ser tan pequeño. También consigue más ayuda militar que cualquier otro país en el mundo.

 

El Holocausto

Comprendiendo la barbarie del nazismo, Trotsky anticipó la aniquilación de los judíos. El 22 de diciembre de 1938, escribió:

Es posible imaginar sin dificultad lo que les espera a los judíos con el mero estallido de la próxima guerra. Pero incluso sin guerra, el próximo desarrollo de la reacción mundial significará con certeza el exterminio físico de los judíos... Sólo la movilización audaz de los trabajadores en contra de la reacción, la creación de milicias obreras, la resistencia física directa en contra de las bandas fascistas, aumentando la autoestima, actividad y audacia de parte de todos los oprimidos, pueden provocar un cambio en las relaciones de fuerzas, detener la ola mundial de fascismo, y abrir un nuevo capítulo en la historia de la humanidad.

Hasta la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría de los judíos del mundo, y en especial aquellos de la clase trabajadora, no eran partidarios del sionismo. Así, en Polonia, donde se encontraba en aquellos años la comunidad judía más grande de Europa, se llevaron a cabo elecciones locales en diciembre de 1938 y enero de 1939 en Varsovia, Lodz, Cracovia, Lvov, Vilna y en otras ciudades. El Bund, la organización anti-sionista de trabajadores socialistas judíos, recibió el 70 por ciento de los votos en los distritos judíos. El Bund ganó 17 de los 20 escaños en Varsovia, mientras que los sionistas lograron sólo uno.

Todo esto cambió radicalmente a partir del Holocausto. Difícilmente hay algún judío en Europa que no haya perdido miembros de su familia. Recuerdo que poco antes de eso, una tía mía de Danzig vino a visitarnos a Palestina. No conocí al resto de su familia, pero ella, junto con todos los demás, desaparecieron en el Holocausto. Una prima mía, a quien conocía muy bien, se trasladó a Europa con su marido y su hijo de cinco años justo antes de la guerra, y también fueron asesinados en las cámaras de gas.

Hoy en día la gran mayoría de los judíos son sionistas, y eso es muy comprensible.

 

La catástrofe

Este es el término que utilizan los palestinos para referirse a la creación del Estado de Israel en 1948. Desde entonces, en las tres guerras que ha habido entre Israel y los árabes —en 1948, 1967 y 1973—, ha habido también limpieza étnica masiva de palestinos. Hoy existen 3,4 millones de refugiados palestinos, un número mucho mayor al de los palestinos que permanecen en las zonas en que vivían con anterioridad. Las estadísticas de propiedad de las tierras dan testimonio de su eliminación: en 1917 los judíos tenían el 2,5% de la tierra en el país. En 1948 esa proporción se elevó a un 5,7%, y en la actualidad constituyen aproximadamente el 95% de las tierras dentro de las fronteras anteriores a 1967, mientras que los árabes poseen sólo el 5%.

Es uno de los casos más trágicos de la historia: que una nación oprimida como los judíos, quienes sufrieron la barbarie de los nazis, haya impuesto la opresión y barbarie sobre otra —los palestinos—, una nación que no estuvo involucrada de ningún modo con el Holocausto.

 

La Solución

Los palestinos no tienen la fuerza para liberarse a sí mismos. Ni siquiera tienen la fuerza para lograr alguna reforma seria. No son como los negros en Sudáfrica, que lograron reformas muy importantes: se deshicieron del apartheid, ganaron el derecho al voto y eligieron a un presidente negro. Es cierto que el apartheid económico aún se mantiene, y que la riqueza sigue concentrada en manos de un pequeño grupo de gente blanca, ahora al lado de otro pequeño número de negros enriquecidos, mientras la inmensa mayoría de los negros están todavía en la pobreza más abyecta. Pero los negros en Sudáfrica son incomparablemente más fuertes que los palestinos. En primer lugar, hay de cinco a seis veces más negros que blancos en Sudáfrica, mientras que el número de palestinos es más o menos el mismo que el número de israelíes (siendo la mayoría de los palestinos, refugiados). En segundo lugar, los trabajadores negros se encuentran en el corazón de la economía sudafricana, mientras que los palestinos son muy marginales para la economía: el COSATU es un sindicato gigantesco que jugó un papel crucial en la destrucción del apartheid. Los palestinos no tienen una organización sindical comparable.

Si hay alguna situación en la que la teoría de la revolución permanente de Trotsky se aplica perfectamente, es la de los palestinos. Su teoría sostiene que ninguna demanda democrática, ninguna liberación nacional, puede lograrse sin la revolución proletaria. La llave del destino de los palestinos, y de toda la población del Medio Oriente, se encuentra en las manos de la clase obrera árabe, que tiene sus principales centros de poder en Egipto, y en menor medida en Siria, Irak, el Líbano y otros países. En forma trágica, el potencial de la clase obrera árabe no se ha desarrollado, debido al efecto perjudicial que tuvo el estalinismo que dominó en la izquierda del Medio Oriente durante mucho tiempo. Fueron los estalinistas los que abrieron la puerta al Partido Ba’ath y a Saddam Hussein en Irak, los que llevaron a Assad y al Ba’ath sirio al poder, y los que le abrieron la puerta a Nasser y a los islamistas que le siguieron en Egipto.

Una revolución de la clase obrera árabe pondría fin al imperialismo y al sionismo. Afirmar que esto implicaría una amenaza para los judíos de la zona es pura y simple hipocresía. Cuando el apartheid dominaba en Sudáfrica, los partidarios del régimen afirmaban que la ANC promovía la matanza de blancos. Nada semejante ha ocurrido.