Juana María Begino

 

La Mujer y el Socialismo

 

 


Fuente: Juana María Begino (1919), La Mujer y el Socialismo. Buenos Aires, Editorial Marioni.
Transcripto por: Juan Fajardo, para marxists.org, junio 2023.


 

 

“Como una turba de siervas medioevales que vieran el palacio del señor sin murallas y sin guardiasy que por temor no se atrevieran a pasar sus puertas, así están las mujeres de hoy ante el gran edificio de la civilización moderna, sin decidirse a avanzar.”

P. B.

 

 

 

 

I

No obstante la general indiferencia con que se acoge entre nosotros todo lo referente a la intervención de la mujer en la lucha, cada vez más intensa, por la conquista de sus derechos, sin duda ha llegado ya el momento de ocuparse de este interesante asunto, poniendo de relieve la capacidad que ella podría demostrar en los trascendentales problemas de la vida diaria y las múltiples características de sus soluciones: factor económico, político, intelectual, social y moral.

La evidencia incontrastable de los hechos demuestra que la mujer no ha sido, ni es hoy, inferior al hombre por condiciones especiales impuestas por la naturaleza, en favor de las cuales se aducen ya sean afirmaciones pseudo científicas, como las que establecen que el cerebro de la mujer es más pequeño que el del hombre, razón por la que debe ser inferior a éste, intelectualmente hablando; o afirmaciones antojadizas de filósofos pesimistas y tétricos, que han dicho: “La mujer no está destinada a las empresas grandes. Su característica no es obrar, sino sufrir. Su vida debe ser insignificante y tranquila, destinada sólo a cuidar y educar los niños, porque pueril como es, parece toda su vida un niño grande; una especie de intermediario entre el niño y el hombre, que es el verdadero ser humano”.

Tales afirmaciones no son más que el resultado de una falsa concepción que data desde el principio de la fundación de la familia humana, encontrando éstas más tarde su beneplácito en las creencias religiosas, que han sabido sacar partido de todas las cosas, por obscuras y censurables que fueran. Lo prueba el hecho de que el cristianismo, que un principio se jactó de elebar y dignificar a la mujer, apoyándose tributario a María, madre de Dios, no disimuló jamás su odio a la mujer y así lo expresaron los santos y padres de su iglesia en máximas o conceptos que perduran a través de los siglos. Todos ellos están contestes en afirmar que la mujer es la impura, la corruptora, la que trajo el pecado a la tierra, perdiendo al hombre; y el apóstol Pablo no disimula su desprecio hacia la mujer, protestando contra todo lo que sea educación e instrucción para ella y al respecto dice: “No debe permitirse que la mujer se eduque e instruya; que ella obedezca, sirva y se calle”.

Descartada, en parte, esta inferioridad natural que se ha querido reconocer hasta hoy en la mujer, por el imperioso mandato del progreso humano, bien podrían investigarse las causas fundamentales que han de contribuir al logro completo y eficacísimo de la colaboración femenina en las distintas fases de la lucha social.

Ante todo, educación; que el hombre se despoje de toda idea de superioridad de su sexo, para que al fin permita y estimule cualquier tentativa en la mujer que, habiendo llegado a darse cuenta de su situación en la vida, comprende que tiene, no ya tan sólo el derecho, sino también el deber de defenderse, esto es, de buscar por todos los medios inteligentes y justos el mejor modo de obtener su libertad económica y política.

Muchos son los obstáculos que se oponen en la actualidad, a que la mujer tome una participación eficaz en los asuntos que le corresponden, y en los que debería intervenir si fuera en la sociedad, un miembro investido de los mismos derechos que el hombre; obstáculos que se basan en razones de orden interno y tienen por objeto, relegar a la mujer al estrecho círculo del hogar doméstico, alegando que si ésta interviniera en los problemas sociales, por fuerza tendría que descuidar el cuidado de su casa y lo que es peor que dejaría sin surcir las medias de su marido.

Pero a ninguno de estos buenos señores se le ocurrió establecer una barrera insalvable entre la mujer incapaz, nula o fanática, que por realizar sus prácticas absurdas de religión abandona de continuo su hogar, moral y materialmente; y de la otra mujer preparada para pensar por sí sola, discernir con claridad e investigar mejor los múltiples factores del progreso, que sabría sin duda armonizar mejor, mucho mejor, los cuidados, el orden, la disciplina del hogar y la educación de sus hijos a medida que se fuera desarrollando la cultura de su intelecto, de la misma manera y por las mismas razones que el hombre atiende a diario el trabajo encomendado a su capacidad, y, por otro lado, se ocupa de conquistar mejoras en las distintas fases de la vida, así política como económica y social.

Descartando la pretendida inferioridad de la mujer, en esta o en otra faz cualquiera de la lucha social, y cuando gradualmente, quizá por las fuerzas mismas de las circunstancias fatales en que se abisma la sociedad, vemos a la mujer europea deslizarse en todas las ramificaciones de la vida económica, para dejar en ellas sentado el irrefutable principio de su capacidad e inteligencia innatas, fuerza es reconocer en ella las condiciones morales e intelectuales necesarias para que pueda intervenir eficazmente en los asuntos que tiendan a elevarla y dignificarla cada vez más.

El tan zarandeado argumento de que la mujer haría mal uso de sus derechos políticos por su falta de educación en la materia se desvanece por sí solo. ¿Acaso el hombre ha estado en mejores condiciones para disfrutar desde su principio de las ventajas del sufragio universal? ¿No ha debido ir educándose paulatinamente hasta poder discernir con claridad en el asunto y practicarlo con eficacia?

Y hoy, triste es confesarlo, ha sido necesario la horrible convulsión que sacude a la humanidad para reconocer en la mujer aptitudes e inteligencia que siempre se le ha negado y los mismos enemigos han debido rendirse ante la evidencia para proclamar bien alto el caso estupendo, para admitir a la mujer en el vasto escenario, del cual antes se la alejaba, sin consideración de ninguna especie, y para concederle su derecho al voto amplio, completo, nacional, como en Inglaterra, o expresarse como el gran Wilson, que ha dicho: “ Ya es más que tiempo de que una mínima parte de nuestra deuda de gratitud para con ellas, se empiece a saldar. El único reconocimiento que nos piden es que se les reconozca el derecho de sufragio. ¿Podemos rehusárselo?”

Y esta deuda de gratitud de que habla el notable estadista americano es sin duda la que se desprende no sólo de la abnegación, la ternura y el sacrificio que la guerra entre los hombres ha acarreado a las dolientes mujeres europeas, sino también la que entraña su capacidad manifiesta en todos los sitios de la labor humana donde han ido a reemplazar al hombre.

Por esto, si hemos de seguir analizando la obra eficiente, capaz y elevada de la mujer en todos los asuntos donde le corresponde actuar, nos encontramos con que en todos ellos se ha mostrado a la altura de las circunstancias, cada vez más elevadas e inteligentes, que el progreso lleva en sí. En Australia, por ejemplo, se han sancionado leyes protectoras del trabajo que pasan por modelos de legislación en su orden, y que se han votado bajo la influencia y con la cooperación inteligente de la mujer; en varios estados de Norte América, donde ésta disfruta del derecho de legislar, las más sabias leyes sobre represión del alcoholismo y de la prostitución han sido votadas junto con las que tienden a la protección de la infancia y de la mujer obrera; se han reglamentado los servicios deficientes de todo orden, especializándose sobre los asuntos referentes a la higiene, el alimento, la habitación; el vestido, etc.; en suma: leyes benéficas y moralizadoras para la colectividad, ya que hasta en esto se han mostrado grandes tales mujeres, sancionando leyes buenas para todos, en atención a que hay males generales que abarcan y dañan a la sociedad, y en cuya reforma no se habían ocupado mayormente los hombres en el tiempo que trabajaron sin la cooperación femenina.

A esta altura de las circunstancias y de los hechos palpables y demostrados, ya es tiempo de que hagamos resaltar con sus colores más vivos el contraste visible y lamentable que nos ofrece la mujer nuestra, más doliente aun, si se quiere, que aquella cuyo corazón sangra ante el cuadro de desolación y muerte que contempla por doquiera, porque se encuentra aún cohibida, temerosa de desarrollar su acción, que podría ser eficiente y noble, en el terreno de la actividad y de la inteligencia humana, si se dispusiera a contemplar otro cuadro que no sea el sempiterno y glacial de los errores y absurdos desprendidos para ella de las creencias religiosas, que han aceptado desde sus principios los extravíos de la familia humana, sin modificarlos, y atentas, en cambio, a favorecer sus desvíos y sus incongruencias, por abominables o impropias que fueran.

De ahí que el destino de la mujer entre nosotros sea tan insignificante y nulo como el de la zarza, que crece al pie del monte sin dar frutos ni flores. De ahí que la veamos soportar esa deprimente condición que pesa como un estigma sobre ella, al encontrar equiparada su mentalidad con la de un menor o la de un irresponsable. De ahí que en esta hora de materialismo histórico, cuando la lucha por la existencia hace al hombre enemigo del hombre, a tal punto que todo lo avasalla, arrollando, en su afán febril de obtener las ventajas apetecidas, las necesidades y las aspiraciones de la mujer, y cuando vemos también que la fuerza capitalista, el desarrollo intensivo de la industria moderna, sabe aprovecharse en beneficio del capital de la fuerza, de la abnegación y, lo que es más triste aun, de la “miseria” de la mujer, que por lo que, haciéndose cada vez más penosa su situación, cada vez más difícil la lucha por la existencia, la infeliz se ve impulsada, en muchos casos, a realizar actos que, sin duda alguna, le producen horror y repugnancia, tales como el ejercicio de la prostitución, cuyo porcentaje abrumador lo arrojan las proletarias. De ahí que llegue a considerar al matrimonio como el único refugio para asegurar su existencia, pero en el cual las leyes contrarias a su indisolubilidad se oponen más tarde como murallas de hierro a sus justas reclamaciones de libertad y de justicia. De ahí, en fin, que haya llegado la mujer nuestra a considerarse, en realidad, como un ser incapaz, y que se haya asimilado de tal modo a esta idea, que cuesta enorme trabajo despojarla de ella. Así nos lo demuestra diariamente la actitud retraída de la mujer en nuestro suelo, aun en el terreno de la redención económica, pues el hecho de que la mayoría de las obreras no se sientan de asociarse a sus compañeras de trabajo para constituir el macizo bloque contra el cual se estrelle la intransigencia y avaricia patronal, corrobora en un todo estas afirmaciones.

Desde luego, que en manera alguna es culpable la mujer de ser ignorante, puesto que se ha alzado siempre en contra de su destino el obstinado empeño del hombre, negándole abiertamente la conquista de sus derechos y el ejercicio de sus deberes, despreocupándose en absoluto de su suerte y hasta apartándola de la verdadera ruta que debía seguir en la marcha hacia su liberación completa.

Pero los que creemos en el poder benéfico de las ideas modernas, consideramos de gran importancia la llamada “cuestión de la mujer”, es decir, lo que se relaciona al papel que ella ha de desempeñar en la sociedad actual y cuáles son los medios de que ha de valerse para que llegue a ser mañana un miembro útil a esa misma sociedad en la plena posesión de sus deberes y de sus derechos. Deseamos – dice el maestro – “una inteligente sociedad humana que concluya con la explotación y la miseria, que dulcifique los afectos, y donde el cerebro pueda robustecerse día a día, con las sanas corrientes de la idea, a fin de constituir una humanidad libre, inteligente y buena”, pero no vayamos a aceptar esta sabia evolución de costumbres, prescindiendo por atavismo o tradición de las profundas modificaciones inherentes a ese nuevo estado social que ambicionamos.

Es necesario prescindir por el momento de la fría elocuencia de los números para pintar la desesperante situación de la mujer en el terreno económico de su vida, (a pesar de reconocer que hay millones de ellas impulsadas a trabajar diariamente en las más desastrosas condiciones), pues éstas han de mejorar fatalmente a medida que mejoran las condiciones de trabajo para la clase obrera en general. Cuestiones como la que se refieren a la duración del horario y distribución del salario para la mano de obra femenina, el trabajo a domicilio, el trabajo nocturno, el trabajo del niño, el descanso dominical, la creación de salas-cunas, las medidas de seguridad e higiene en las fábricas y en los talleres, todos estos puntos de capital importancia ha de mejorarse con una sabia legislación de trabajo; pero si en el orden moral descuidamos los factores que constituyen el atraso y la ignorancia femenina, solo se conseguirá tener una máquina en condiciones más o menos favorables para llenar su cometido.

Es preciso, pues, mientras más pronto mejor, librar a la mujer del enorme peso de sus prejuicios; no sólo porque gravitan sobre ella con más intensidad, sino porque es necesario, de todo punto, que esto sea así. Hay males generales que abarcan y dañan a la sociedad por entero y que tienen su origen en los errores y los extravíos de la mente femenina.

Y como hasta ahora las relaciones entre ambos sexos – no siendo aquellas impuestas por el instinto – han entrañado una anomalía sin nombre, desde el momento que solo han llegado a crearse derechos y privilegios para un sexo en detrimento del otro, a tal punto que, leyes de opresión, de escarnio y de injusticia ha debido soportar la mujer hasta nuestros días, aparte de que hay una natural predisposición en el hombre para zaherir y ridiculizar la capacidad mental de la mujer, alegando que ella no sabe hacer otra cosa más que hablar superficialmente, murmurando del semejante, u ocupándose de modas, de pretendientes, de bailes, de adornos; y todos estos defectos que el hombre es el primero en reconocer y repudiar en la mujer; se han ido trasmitiendo de generación en generación, hasta llegar a nuestros días fomentados más y más por las costumbres y por la educación, contrarias en absoluto a las leyes naturales, basadas en una moralidad hipócrita desprendidas de la Iglesia que condenado y condena la libre expansión del sexo femenino, en los terrenos de la cultura y de la belleza física, que deprime a la mujer, la anula como personalidad propia, cuando la induce a que vaya a prosternase humillada a los pies de ese hombre iracundo y grosero que se llama “confesor”; para participar con su presencia de ese afán vengativo y perverso que la iglesia a través de los siglos, de ese poder terrorífico con que ha dominado a la humanidad, del despotismo y el embaucamiento, de la maléfica concepción inquisitorial, de la enemistad hacia los pobres, puesta de manifiesto en todas las ocasiones en las que la iglesia supo ponerse del lado de los fuertes, de los poderosos, de los tiranos; jamás del lado de los humildes, de los desheredados, de los miserables de la tierra. Es a esos seres, a los que la mujer anima y sostiene con su consagración, a esos seres que han pervertido la doctrina de amor entre los hombres, y han hecho imposible la fraternidad y la paz, aún después de la estéril cruxificación de Cristo sobre la cumbre del Gólgota.

 

II

Según nuestras leyes vigentes, la mujer es una menor en relación al hombre; y éste es el señor y el dueño a quien le debe obediencia en el matrimonio; la inferioridad de condiciones es tal, que no le es permitido a la mujer administrar los bienes conyugales; este solo requisito, o privilegio mejor dicho para el esposo, único que puede ejercer tal administración; sanciona la esclavitud de la mujer, puesto que le cercena la libertad económica, que es la base de todas las libertades. Más, como toda institución gubernamental, jurídica o social está sujeta a transformaciones y a evoluciones constantes, algunas, hasta destinadas a su completa desaparición, entendemos que no es ya posible seguir sosteniendo una situación, de incapacidad, de servidumbre y esclavitud así material como intelectual y moral para la mujer, porque ello significaría que existen resabios injustos y contradictorios que dependen precisamente de nuestras seculares y egoístas condiciones sociales. Modificarlas, debe ser el empeño tenaz de la sociedad nueva, para determinar así una poderosa e inteligente evolución hacia lo mejor, lo más bello y lo más humanitario que pueda ofrecer a los humanos, abarcando en esa admirable y generosa ofrenda las aspiraciones y los derechos de la mujer; a fin de que su situación dentro y fuera del matrimonio, dentro y fuera del hogar se modifique por completo, a medida que nuevas ideas de civilización y de progreso se establezcan y afiancen para la humanidad presente.

Y ya que las actuales condiciones de vida obligan a la mujer a luchar por la existencia, tratemos de liberarla de la esclavitud indigna que le marca la ley; cuando declara incapaz a la mujer para desempeñar sus funciones de administradora de los bienes conyugales que en el caso de un matrimonio proletario, sin renta alguna que administrar, se reduce desde luego al producto del trabajo ganado por la mujer, del cual no puede ser dueña si el marido lo encuentra así conveniente.

Frecuentemente se oye decir que la mujer no necesita disfrutar de derechos civiles iguales a los del hombre, porque su misión no es otra que la de vivir dependiente del hombre, que es su señor y su dueño, que es quien trabaja para ella, para sus hijos, en una palabra, para el sostenimiento del hogar.

Pero como el avance incontenido del progreso, y de la democracia, ha envuelto también a la mujer en una onda de redención, sobre todo en lo referente a su vida económica, es necesario establecer, crear, fundar, los mismos derechos y las mismas ventajas para la mujer que trabaja y que contribuye con el hombre, al sostenimiento de ese mismo hogar.

Mas, para que una feliz reacción se opere en lo referente al triste destino de la mujer; es necesario que ella misma se interese por modificarlo; y que atenta a las altas expresiones del pensamiento humano; entre ya en la plena posesión de sus derechos conquistados en buena y meritoria lid; después de haber adquirido la conciencia de su valer, como la firmeza de sus opiniones y más que todo la completa independencia de su acción, en el terreno político, económico y moral; libre de todas las trabas y tendencias opresoras que la han esclavizado y subyugado desde tiempo inmemorial, y que son dignas de ostentarse ya, en una sociedad libre, progresista y grande; aparte de que en el orden moral, a lo que primero tendería la acción reivindicadora de los derechos de la mujer, sería sin duda a borrar el estigma que pesa sobre su destino, ese estigma que el hombre no ha vacilado en adjudicarle, al equiparar su mentalidad con la de un menor o con la de un irresponsable. Tal es el concepto que la mentalidad femenina ha merecido a los legisladores de todas las épocas, hasta llegar a nuestros días con el carácter de invariable. Con el carácter de invariable, porque hay una extraordinaria fuerza de atavismo que pesa sobre la conciencia del hombre, quizá desde la cuna misma de la Humanidad, desde que los sabios y filósofos de antigua civilización griega arribaron a la "estupenda conclusión de que la mujer era tan inferior al hombre, que carecía hasta del don de fecundar por sí misma, cualidad atribuida en cambio a un dios del “sexo fuerte”, asegurando que la diosa Minerva había nacido de la cabeza del dios Júpiter. ¡Maravillosa aseveración de sabios y legistas, que si más tarde quiso borrar el cristianismo, concediendo a la mujer el don de fecundar su vientre por “obra y gracia del espíritu santo”, en nada modificó, en cambio, el destino de servidumbre e inferioridad moral e intelectual en que se ha hallado colocada la mujer respecto del hombre desde el más remoto tiempo!

Aún hay más. Eternamente oprimida y considerada incapaz e insignificante ser, la mujer se ha asimilado de tal modo a esta idea que cuesta enorme trabajo el despojarla de ella; pero ya que es preciso reconocer, que el oprimido necesita que se lo incite y anime, tratemos de encontrar para la mujer nuevas válvulas a su pensamiento, nuevos horizontes, nuevos rumbos, nuevas iniciativas, para modificar sus condiciones de vida. Y frente a los hondos problemas que han de acarrear sin duda todos aquellos asuntos en los que intervenga mujer como colaboradora útil y dispuesta de antemano a buscar para ellos una feliz solución, dispongámonos a trabajar con ahinco por que tal empeño se vea coronado por el más halagüeño de los éxitos, que cumple al socialismo en marcha siempre serena y ascendente hacia el progreso y la libertad humanos intervenir eficazmente en el terreno de la redención femenina en todos los órdenes: social, económico, político, intelectual y moral; porque en todos ellos hay complicados asuntos que resolver y porque tal vez de esa resolución dependa el bienestar general a que aspiramos.

 

III

Por lo que hace a sus derechos en política, encontramos una doble fuerza contradictoria; que impide a la mujer el disfrutarlos – en nuestro país, se entiende – tenemos por un lado, las oposiciones de los retrógrados obstinados en negarle toda incumbencia en política, y por otro la prudente " oposición de los más avanzados, que se limitan a considerar prematuro el hecho, alegando que la educación política de la mujer, no se ha operado todavía.

Creemos que la educación política de la mujer, así como la del hombre, ha de ser obra deductiva de la experiencia abrumadora de los hechos. En cualquier estado donde existen clases, es decir, ricos y pobres, donde el mal se manifiesta, dejando sentir entre unos y otros profundas divergencias de ideas, y donde por la fuerza misma de osa corriente de hostilidad se logra que los males creados por los unos graviten sobre los otros; siempre que la clase capitalista imperante sancione y promulgue leyes opresoras y tiránicas que han de ser ejercidas en detrimento del pueblo trabajador, el sufragio libre, que debía ser un arma poderosa y eficaz para los ciudadanos, ofrece a veces tristísimas enseñanzas cuando se comprueba que no se supo utilizar el voto por aquéllos. No obstante, jamás se ha pensado que pueda establecerse una ley que prohíba a los ciudadanos de este derecho. En cambio se pretende – y a eso tiende la causa socialista – educarlos, capacitarlos para que disfruten en lo futuro de las ventajas inherentes a su derecho al sufragio. ¿Por qué ha de excluirse entonces a la mujer en este punto? ¿Por qué no establecer la igualdad de derechos políticos, para los sexos? No es precisamente manteniendo alejada a la mujer del terreno donde debe desplegar su actividad o su inteligencia cómo se va a lograr la verdadera finalidad del caso.

Investigando las causas que originan la eliminación de la mujer en política, podríamos decir con el admirable autor de “La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir”, que " las objeciones superficiales contra la intervención de la mujer en la política no podrían formularse si fuera natural la posición respectiva de ambos sexos. Este antagonismo, este aislamiento, es el que mantiene constantemente separados al hombre y a la mujer en jerarquía distinta y en la obscuridad, paralizando su marcha y movimiento, extinguiendo su confianza mutua y el completo desarrollo recíproco de sus cualidades características.

Uno de los primeros y más importantes deberes de una sociedad racional será suprimir esa divergencia entre ambos sexos y dar a la naturaleza plena posesión de sus derechos.''

Por añadidura tenemos que en una sociedad donde hay seres que están, ya individual como colectivamente, sujetos al predominio absoluto que pueda ejercer otro ser sobre sus condiciones de vida, se busca el modo de legalizar ese predominio por medio de leyes especiales. Tal ha sucedido en lo concerniente a la mujer. Deliberadamente se han establecido para ella trabas y tendencias opresoras que la han subyugado y envilecido, pero que en la hora actual debían desaparecer por completo, como impropias de todo adelanto y de toda libertad.

Alegar que la mujer no debe actuar en política, como en ningún otro campo de acción inteligente, es tan injusto y antojadizo, como alegar que sus condiciones de delicadeza y de decoro deben ser otras muy distintas que las del hombre, cuando, a pesar de este axioma que el mundo acepta y el egoísmo varonil aplaude, aquellas condiciones deben estar equilibradas en uno y otro sexo para la mejor y más completa estabilidad social.

Esta transformación depende única y exclusivamente del concepto distinto que llegue a formarse el hombre de hoy sobre las condiciones de vida, de inteligencia y labor de la mujer. Los que saben elevarse por encima de las pasiones dañinas, mostrándose consecuentes con los altos fines de humanidad, de razón y de justicia a que se aspira, deben admitir en todas sus formas la intervención de la mujer en el campo de la lucha, no para considerarla como una usurpadora de sus derechos, sino para que sea su colaboradora más eficaz o – si se quiere – su compañera más digna.

En cuanto a los derechos políticos para la mujer, hay que capacitarla desde ya, prepararla para que pueda combatir con entusiasmo, con valor y conocimiento de causa, esa política malsana que ha actuado y actúa en el país, valiéndose de la mala fe de sus polémicas, de la aspereza de su partidismo, de su carencia de moralidad, de su prensa acomodaticia que se dedica a denigrar todo lo que entraña adelanto, luz, verdad.

La situación, pues, noble, digna, humana de la mujer en la sociedad argentina, depende, no de la alabanza insulsa y huera que se prodigue a su incapacidad, sino del empeño noble por el cual se la dignifique, elevándola a la categoría de un ser que piensa, investiga y define con tan claro y exacto raciocinio como el hombre todos los factores de la vida diaria y todos los problemas de inmediata y benéfica solución.

Como existe una serie de hechos (relacionados entre sí) que arrojan luz sobre lo que nuestra actual situación tiene de extraño y contradictorio en lo referente a la mujer, natural es que esta situación, arraigada profundamente en la organización de nuestra sociedad, no va a modificarse con discursos más o menos elocuentes, ni con artículos sucesivos que tiendan a demostrar la visible injusticia. Hay que buscar la raíz misma del mal y combatirlo, tratando de crear un nuevo método, una nueva costumbre, un nuevo horizonte, digamos así, lo más amplio posible, lo más propicio para que el hombre y la mujer marchen de acuerdo por el camino de la vida.

Desde luego, nos consideramos los socialistas empeñados en este hecho de trascendental importancia para el desarrollo del progreso humano. En manera alguna creemos que deban levantarse barreras para los sexos, en el terreno de la influencia legislativa que ha de establecer la igualdad de los derechos políticos, de la misma manera que el impulso cada vez más poderoso e inteligente, de la clase trabajadora en general, tiende a legalizar su mejoramiento económico por medio de la conquista del poder político. ¿Por qué, pues la excepción de la mujer en este sentido? ¿No es el elemento femenino, un factor indispensable para el desarrollo de la industria y del comercio en nuestro país? ¿No tenemos mujeres que trabajan en la fábrica, en el taller, o en la oficina pública? Distintas ramificaciones de la actividad humana y del progreso cada vez más ascendente; ¿no ostentan en las grandes tiendas, como en las casas de modas, de confección, de bordados, de lencería, calzado, ágiles mujeres, que sin mucho esfuerzo de imaginación, se comprende que llevan una vida de cansancio y miseria, sin que se exhale de ellas una queja, silenciando de este modo la voz que pueda alzarse en su defensa?

Y cuando ha llegado a adquirir, una experiencia cuando tanta falta ha de hacerle a la mujer mejorar su situación económica, podrá impedírsele que se valga de su derecho electoral para mejorar aquella?

Se emplea como argumento irrefutable contra el voto para la mujer, la accesible facilidad de su mente para las ideas religiosas, pero a nadie se le ha ocurrido demostrar que esto sucede, porque no se ha emprendido aun su educación, porque no disfruta de los conocimientos necesarios para la conquista de sus derechos. Con todo, no ha de valer menos la mujer que piensa, escribe, realiza trabajos de taquigrafía, teneduría de libros, posee distintos idiomas; que el negro rudo e ignorante de la América del Norte, al que se le ha concedido desde hace tiempo la igualdad de derechos políticos!

Sin entrar a hacer un detenido estudio sobre las cuestiones de orden moral que se aducen como contradictorias para el bienestar general si se concediera el voto a la mujer, en las pésimas condiciones de educación en que se encuentra, puesto que su voto inconsciente y mal fundado nos perjudicaría a todos por igual, pues que nos traería como consecuencia inmediata y desastrosa el encumbramiento quizás más sólido de la iglesia, o de cualquier otra rama de la clase capitalista dirigente, eterna y formidable enemiga del adelanto material de la clase trabajadora. Mas si consideramos que conviene para el ejercicio de este derecho que la mujer sea preparada, apta, capaz, y por fuerza reconocemos que no se encuentra en esas laudables condiciones, cabe 'reconocer también que esto ocurre por las mismas causas en que se han encontrado la mayoría de los hombres en lo referente al uso que pudieran hacer de su voto. Y si los socialistas luchamos tenaz y altivamente desde hace tiempo para sanear el ambiente de la política en nuestro país, justo es que realicemos esta obra educativa abarcando por igual las aspiraciones de ambos sexos. No podemos admitir en manera alguna que la mujer, casada o soltera, hoy, pueda permanecer indiferente ante las condiciones políticas y sociales existentes. Y que deberán interesarle a tal punto que deba interceder con eficacia y conocimiento de causa en la elección de las personas que han de regir los destinos del país donde vive, trabaja, sufre y ama, como su compañero el hombre, ya nadie puede dudarlo.

Esto en lo que se refiere al empleo que había de hacer de su voto para elegir las autoridades, así nacionales, como provinciales y comunales, convencida ya, mejor dicho, dispuesta a poder orientar su acción en lo que atañe a las disposiciones del Estado.

Hemos querido estudiar la situación de la mujer, en lo que a ella particularmente se refiere, dentro de la sociedad en general y donde pueda y deba desempeñar funciones independientes y libres; de suerte que la implacable tenacidad del hombre, empeñado en fundar códigos y legalizar sus leyes, en detrimento y en perjuicio de la mujer, quede fácilmente reducido a una incongruencia por el incontrastable aserto de los hechos; porque si bien no pretendemos aventurarnos en una corriente de optimismo prematuro, sabemos no obstante, que el resultado apetecido vendrá; es fatal, incontenible, propulsor, como el oleaje que arrastra onda tras onda en la inmensidad del océano. ¡Y tan profunda ha de ser la modificación que se opere en este sentido, que la sociedad humana dejará de contemplar un día el doloroso y humillante cuadro que ofrece la mujer – madre por ejemplo – considerada incapaz frente a frente del hijo, a quien dio vida, y al que no pudo brindarle como sólido apoyo para que aquel se iniciara en el camino a recorrer, más que la ternura exquisita de que está nutrido su corazón, pero que es contraproducente y dañina cuando no puede hermanarse con los sabios dictados de la mente; cuando no puede ejercer aunque sea en principio un fundamento científico que ha de prepararlo para la lucha en la que fatalmente aquel ha de empeñarse; lucha de evolución, de clase, de adelanto, de civilización, de progreso cada vez más firme, cada vez más brillante y triunfal a medida que la educación prospere en la masa ignara que vivió hasta ayer, agobiada bajo la ley del despotismo impío, sujeta como bestia encadenada a toda creencia errónea, contraria en absoluto al bienestar, al descanso, a la prosperidad y a la elevación material y moral que de disfrutar la sociedad en conjunto.

Sea, pues el socialismo – nueva corriente histórica de los pueblos – el que se encargue de proclamar bien alto los derechos de la mujer, una vez desentrañados de entre la pesada losa del egoísmo del hombre. El socialismo, que invade todas las ramas evolutivas de la sociedad, que se ocupa de la redención material y moral de las muchedumbres, que es quien denuncia continuamente las vergüenzas morales que han corroído a la sociedad, que es una nueva orientación para las masas populares, que “es la lucha en defensa y para la elevación del pueblo trabajador” (1), ha de ser quien brinde a la mujer su completa liberación material y moral , emprendiendo desde ya su educación y tratando por todos los medios irrefutables de persuadirla de lo indigno de su situación presente y cómo debe ser ella misma, ya que es la única, la verdadera beneficiada, la que, en lugar de pedir que se le remachen sus cadenas, como el esclavo de la tradición, vaya por un lado, alejándose de los sitios donde sólo la ignorancia le permitió frecuentar; y por otro, borrando de su mente creencias erróneas y torcidas interpretaciones que diera a los designios sabios de la vida.

¡Y el socialismo será mucho más grande, universalmente más benéfico, más justo, cuando haya engrosado sus filas con la concurrencia de la mujer, esposa, madre o hermana de los que militan en el presente, para que, ya sea en la gran obra de depuración política, en la cual hoy está empeñado nuestro partido, como en la que tiende a adquirir mejoras económicas o implantar nuevas prácticas concordantes con la justicia, la razón y la verdad; todos en conjunto, sin las barreras carcomidas que se han interpuesto entre los sexos durante centenares de generaciones, se puede al fin afianzar una vez por todas la verdadera fraternidad humana!

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(1) Juan B. Justo, “Teoría y Práctica de la Historia”.